Cita en el parque
11 de marzo año 425 d.r.
12:30 p.m.
Desperté hace exactamente media hora y me puse a escribir por la ansiedad. Estoy en el hospital de Dédalo según me avisó la enfermera. Lo último que recuerdo es haber amenazado de muerte a Lucian para que abandonase mi camarote y despertar aquí, donde no hay ningún otro paciente más que yo.
De Ethan y Liaw no hay rastro. Me trajeron aquí y creo que me abandonaron. Idiotas, ojala se ahoguen con su propia arrogancia. No me importan, que se mueran. Supongo que Ethan por fin se deshizo de mí. Tendré que seguir sola, no es tan malo.
De inmediato Charleen tachó el último párrafo, no era verdad, nada de eso era verdad. Sus dos compañeros la habían abandonado y se sentía realmente dolida.
Ethan puede morirse, lo odio, pero realmente me lastima que me haya dejado así. Lo creería de Liaw, de él espero cualquier cosa ¿pero Ethan? No sé ni por qué me molesto en pensar en ellos. Al finar hacerte amigos es igual a enamorarse: UN ACTO DE PURO MASOQUISMO.
No se preocuparon por mí cuando las medusas casi me mataron y cuando le dije a Ethan lo que sentía... tampoco le importó. Ahora me siento triste ¿Quién me manda a querer hacer amigos?
No puedo poner palabras a lo que siento: ira, cólera, tristeza y agobio... ¿Hay algo que junte todo eso? Sin mencionar que me darán de alta y debo pagar antes de irme.
Me hicieron tomografías, no sé qué curaciones y encima pasé más de un día inconsciente en esta cama. Ni vendiendo todas mis pertenencias lograré pagarlo.
Apretaba fuerte el lápiz al escribir. Aún no se creía que estaba sola. ¿Debía afrontar el resto del viaje? ¿O simplemente rendirse y contactar a Emmet para que fuese a recogerla? Una decisión difícil. Antes hubiese seguido adelante no importaba las consecuencias, pero ahora... su fuerza de voluntad parecía haberse quedado en el barco.
—Por fin. —La puerta se abrió de golpe y su alma volvió a su cuerpo cuando Ethan y Liaw la atravesaron.
— ¿Cómo te sientes? —Ethan le preguntó toscamente, parecía enfadado.
—Bien, realmente bien —afirmó, con él ahí todo mejoraba.
—Genial, levántate, nos cobran casi por minuto que estás aquí.
La sacó con brusquedad de la cama. Sin importarle que aún podía estar delicada. Le dio menos de un minuto para vestirse y salió arrastrándola del hospital.
Charleen recién cayó en verdadera cuenta de dónde estaba: Dédalo, la ciudad laberinto. Una de las más bellas y prosperas ciudades después de Ithia.
En ese lugar no parecían haber edificios, todas eran construcciones bajas muy elegantes. Tejados de teja roja y detalles y ornamentos dorados abundaban en todas las edificaciones. Cientos de carruajes circulaban por las calles empedradas y diversos jardines adornaban las aceras. Esa ciudad se caracterizaba por sus jardines y parques de frondosos árboles, los más antiguos de la tierra según decían.
Comenzaron a caminar sin rumbo, pasando frente a un parque. El piso era adoquinado y en medio se extendía un inmenso laberinto de matorrales. Uno de los encantos turísticos de la ciudad, eran esos laberintos. A la gente le gustaba perderse en ellos y encontrar la salida tras horas de fallidos intentos.
Un animalillo cruzó entre sus piernas. Charleen notó la gran cantidad que había de ellos. Jamás había visto animales como esos. Eran pequeños mamíferos alargados, parecían zorros pequeños con inmensas orejas, y su pelaje era rojo, armonizando perfectamente con los colores de la ciudad. Muchos corrían libres, otros tenían dueños y caminaban con elegantes correas.
La ciudad se preparaba porque esa noche se celebraba una gran fiesta. Liaw y Ethan habían esperado llegar a tiempo para asistir. Las fiestas populares significaban comida gratis, y en ese momento que estaban en quiebra, no les venía nada mal.
— ¿Y ahora qué? —Liaw estiró los brazos, se veía un tanto serio, pero no con un marcado mal humor como el de Ethan—. Faltan ocho horas para la fiesta ¿Qué hacemos? —Miró hacia el reloj de una gran torre de piedra.
—No tengo idea —espetó su hermano mayor.
— ¿Qué tal si vamos a comer? —sugirió Liaw, decidiendo olvidar lo malo. Ya había hablado con Ethan sobre Charleen, también llegado a un acuerdo para acompañarlos a Ithia. Ya no tenían motivos para discutir.
— ¿Comer dónde? No tengo dinero, la señorita quiero verme hermosa y letal gastó la mitad de mi dinero en ropa y armas, y el resto lo gasté en pagar el hospital —se quejó de mala manera.
Charleen se mordió el labio con fuerza, no lo soportaba, ya era demasiado. Desde hacía días que Ethan se comportaba de esa forma petulante con ella. Jamás pensó que sucedería, pero detestaba viajar, más que nunca deseó encontrarse sola, o en su pueblo, con Emmet, quien sí la trataba con decencia. Se odió a si misma por sentir un brote surgir desde su estómago a su garganta. Jamás lloraba y comenzaba a hacerlo. Dejó que los dos guerreros siguiesen discutiendo y se marchó corriendo.
Ethan se percató de aquello, mas no por su repentina ausencia. Una sensación lo sobrecogió, una negativa. Lo sintió como un malestar y dolor, pero no solo psíquico, sino físico. Sentir que Charleen comenzaba a llorar verdaderas lágrimas de tristeza, lo había afectado en un plano que parecía imposible.
Lágrimas saladas brotaban de sus ojos descontroladamente. Las secaba a cada instante, mas su rostro no dejaba de humedecerse. Se sentó bajo uno de los hermosos árboles que adornaban las jardineras de una calle medianamente vacía. Odiaba sentirse así, odiaba a esos guerreros, sobre todo odiaba a Ethan.
—Charleen no llores. —Ethan le dio alcance, el dolor no había pasado y su petición había sonado como una orden.
—Las humanas inútiles y estúpidas lloramos —espetó, abrió su bolsa y sacó el Stelaro. Se lo lanzó con furia, con deseos de destruir el estúpido libro contra el pecho del guerrero—. Llévatelo y déjame. Tómalo como pago por el hospital, ya no tienes la obligación de acompañarme a ningún lado. —Ocultó la cabeza en las rodillas y deseó con todo su corazón que él se fuera, dejándola sola para siempre.
Ethan sintió su interior desintegrarse, el dolor incrementó y además no soportó verla tan contrariada. Extendió su mano hacia ella, y con delicadeza le acarició la cabellera. Sabía que el dolor pasaría para ambos si la consolaba.
—No voy a dejarte Charleen, ¿Qué es lo que te pasa? —Por primera vez en días le habló con real preocupación.
—Que esto ya no es divertido. —Se apartó de su mano—. Me dejaste muy en claro que no soy nada tuyo, ni tienes ninguna obligación conmigo, y que tampoco te importa lo que me suceda, ¿Pero tienes que restregármelo en la cara a cada rato? ¿Comentar con Liaw lo insignificante que soy y tratarme como basura? No creí que lo diría, pero desde que Liaw está, que te la pasas buscando la forma de hacerlo miserable y descargas tu frustración conmigo.
La declaración lo sorprendió, jamás lo había pensado de esa forma, ni tampoco le había importado tratar a Charleen con desprecio. Se sintió peor, se sintió inferior y patético por haber logrado derrumbar el carácter orgulloso y fuerte de la joven, quien en ese momento era frágil y vulnerable. La culpabilidad lo carcomió al recordar cómo la muchacha, pese a tampoco tener ninguna obligación con él, siempre mostraba preocuparse por su bienestar.
—Tú fuiste la que quiso viajar con Liaw —dijo algo diferente a lo que pensaba, sonando torpe de nuevo.
—Sí, porque no me quedaba otra —confesó, decidió abrirse contándole la verdad a medias—. Le debo dinero a un sujeto en Fiso, por eso escapé. Ahora él ofrece una recompensa por mí y Liaw quiere cobrarla. Le ofrecí pagarle más dinero que el de la recompensa si me ayudaba a encontrar el tesoro.
Ethan comprendió todo de golpe.
— ¿Por qué no me lo dijiste? —reclamó,no toscamente, sino con preocupación. De verdad deseaba saber por qué después de todo lo que habían pasado, Charleen no había confiado en él.
—Pensé que si te enterabas me llevarías de regreso, y también fui estúpida y convenciera. A Liaw le iba a pagar un precio menor. Ahora que lo sabes ¿vas a entregarme?
Ethan rió. Charleen ya no sentía la misma tristeza, el simple hecho de que él le hablase con cariño calmaba sus sentimientos. El dolor comenzó a pasar.
—Pensé que me conocías al menos un poco. El dinero no me interesa. Solo quería el Stelaro, pero para serte sincero aún si no lo hubieses tenido te habría acompañado a Ithia de todas maneras.
Charleen reaccionó mirándolo con recelo, rogando que esa no fuese una de sus retorcidas bromas.
— ¿De verdad?
—Creo que sí. —Suspiró—. Escucha. —La tomó con delicadeza del rostro, para que ella lo mirase directamente a los ojos y comprendiera cada palabra—. No suelo disculparme, no esperes que lo haga con frecuencia, pero por esta vez: en verdad lo siento. Liaw y yo... somos en cierta forma incapaces de tratar a la gente con delicadeza, nunca lo necesitamos, solo nos criaron para matar. También evitamos crear lazos afectivos con la gente, si te haces amigos es más difícil perderlos. Mi familia y mis amigos... casi todos murieron en batalla. Supongo que estamos acostumbrados a tratarnos de esta forma. Además que Liaw me desespera, es como un pasatiempo para él ver cuánto aguanto sus exasperantes bromas. Me comporté contigo como me comportaría con cualquier otro amigo unua, a veces me olvido que eres una humana debilucha —bromeó, juntando su frente con la de ella.
—No soy débil, es que tú eres muy fuerte —consideró. Ethan se dio cuenta que era verdad, para ser una humana, Charleen tenía una sorprendente fuerza de voluntad, y físicamente tampoco se quedaba atrás.
—Hagamos algo. —Intentó alejarse, pero enseguida se arrepintió. De nuevo fue como si otro ser se adueñara de su cuerpo—. Te trataré con más decencia, le diré a Liaw que se calme y deje de maltratarte, o fastidiarte, o siquiera acercarse mucho a ti. Y como disculpa, esta noche te llevaré a la fiesta. Habrá comida gratis y cubiertos. También te concederé un favor. —Se levantó y le extendió la mano.
Charleen no sabía si todo aquello era una alucinación producida por el golpe en la cabeza. Ethan parecía una persona diferente. Más relajada, más cordial, y aun así no abandonaba ese aire gélido que lo caracterizaba. Era como si de repente dejase de pretender frente al mundo.
—Pues a riesgo que esto sea una trampa tramada por ti y Liaw, te pediré como favor que me enseñes todo sobre los unuas. Responderás a todas mis preguntas, hasta las que tratan sobre tu vida personal. —Cruzó los brazos.
Ethan volvió a tornarse serio.
—De acuerdo —aceptó. El dolor causado por el malestar de Charleen desapareció de pronto, y en su lugar una sensación de calidez lo embargó, una que no había sentido jamás.
Cuando Charleen sonreía su alma se llenaba de paz y por primera vez atesoró poseer sentimientos.
—Por cierto ¿qué pasó con Lucian? —Tanta frustración y enfado la habían hecho olvidar por completo al extraño chico que había rescatado. No se quejaba, mientras más lejos estuviese de ella, mejor.
Ethan puso una mirada sospechosa.
—Liaw y yo lo ayudamos a llegar a un lugar mejor.
Charleen frenó en seco. ¿Lo habían matado? no, no era posible, por exasperante que fuera, sus amigos no habrían sido capaces de eliminarlo... de una forma tan literal.
— ¿No lo mataron verdad?
— ¿Te importa? —Sonrió malicioso.
— ¡Claro que sí! No pueden ir matando a quien no les cae, es que bueno yo también quería torturarlo, pero... —Se calló, sintiéndose tonta. Ethan reía como pocas veces lo hacía. Le bastaba con saber que no habían sido tan sádicos como para descuartizarlo o ahogarlo.
— ¿Cómo te fue? —le preguntó Liaw cuando volvieron a reunirse. Eso de consolar muchachas no iba con él; con Ethan tampoco, pero ya sospechaba que con Charleen sería diferente.
—Le molesta la forma en que la tratas, te calmas con ella ¿me oíste? —lo amenazó. Ese era el tipo de relación que tenía con él, nada de comunicar sentimientos.
Ocultó frente a Liaw lo que de verdad había ocurrido con Charleen. No podía mostrar debilidad. Liaw pese a ser su hermano, tenía la orden de eliminarlo, y aunque estaba casi seguro que no la acataría, nunca bajaba la guardia. No iba a dejarse asesinar sin un motivo, menos desamparar a la muchacha frente a la Legión, Liaw, o quien sea que buscaba asesinarla.
—Tú plan no funcionó —reclamó un hombre, esbozando una expresión glaciar.
En seguida, dos pequeños dragas se aproximaron a él con asecho, percibiendo su aura amenazante.
—Quietos. —Los calmó su amo, un joven guerrero con pose aburrida—. No, pero fue divertido.
—Esto es serio, no tenemos tiempo de jugar con tus mascotas. —Volvió a reclamar con impasibilidad en su voz.
—Ambos pierden el tiempo. —Una mujer intervino, deambulando con elegancia entre las rocas del borde del acantilado donde se encontraban. Recogió su cabello rojizo con sensualidad y grácilmente se sentó en un grupo de rocas que formaban algo parecido a un trono—. Las mejores estrategias son las que se toman con calma.
—Tu sirviente tampoco fue de utilidad. —Dante, el dueño de los dragas, la acorraló, aspirando el perfume de su cuello.
—Él les señaló el camino a tus medusas, que las inútiles se hayan retirado al ser heridas ya es parte de tu incompetencia. —Se acercó a su rostro con un aire retador.
—Me cansé de sus juegos —determinó el primer guerrero, harto que sus compañeros se tomasen todo tan a la ligera—. Lo haremos a mi modo —ordenó.
—Aishla. —La mujer se liberó y caminó hacia el guerrero—. A mí también me encantaría acabar con esto de una vez. —Acarició sus marcas con un dedo, Aishla de inmediato la alejó. Valia, acostumbrada a los desplantes de su compañero, continuó hablando—. Pero ¿qué haremos luego? Ethan va a cabrearse si matamos a su mujer, luego no aceptará nuestra oferta. —Intentó hacerlo recapacitar. Dante, quien acariciaba a sus dragas asintió, dándole la razón a Valia.
—Yo no voy a convencerlo de nada, él debe aceptar, lo hará, siempre lo hace. La humana es un perjuicio y estamos dándole demasiada importancia a un ser tan insignificante. No pienso gastar tanto tiempo y esfuerzo en matar a una repúgnate y patética criatura.
—Haz lo que quieras Aishla. —Le dio una última caricia—. ¿Dante qué harás? —Se dirigió al otro, poniendo una coqueta pose.
—Ya seguimos mi plan, esta vez iré con Aishla. Si es que me dejas aprovechar de alimentar a mis mascotas —le habló a su compañero.
Aishla asintió distraídamente. Él no caía tan bajo como para deshacerse de humanos, le parecía conveniente que las repugnantes criaturas mascota de Dante despedazaran a la chica con sus garras.
—Como quieran, avísenme cuando esté hecho. —Valia hizo un gesto de poca importancia y se alejó de la misma forma grácil y sublime con la que había llegado.
— ¿Y bien? —preguntó Dante, esperando escuchar el plan de Aishla.
—Ésta noche, prepárate —anunció desapareciendo en una bruma negra, dejando a Dante solo con sus mascotas.
Ethan había abandonado la dulzura y amabilidad con que había ido a consolarla, pero al menos se comportaba nuevamente como el guerrero que había conocido semanas atrás. Se alegró, volvía a ser su compañera y no un pedazo de escoria.
Sospechosamente Liaw consiguió el dinero necesario para una posada y en el interior de su habitación Charleen encontró un hermoso vestido rojo de dos piezas, acorde a la moda del lugar. Jamás había usado un atuendo como ese. Se lo midió con cierto entusiasmo. No solía ser el tipo de chicas que adoraban las fiestas, pero esa le causaba curiosidad. Ansiosa peinó su cabello en una media cola y se colocó el vestido: Una falda corta con cientos de volados negros debajo, lucia como una rosa en su máximo esplendor; y para complementar, una chaqueta de terciopelo con corte militar, hombreras y correas que se abrochaban por delante.
Al bajar, contempló algo pasmada a sus dos compañeros. Por primera vez llevaban su uniforme negro completo. Se veía elegante. Confeccionado en una tela que parecía sumamente delicada al tacto, pero extremadamente fuerte como para soportar la estocada de una espada. Los puños de la chaqueta tenían diseños bordados en el mismo color y también se abrochaba con correas.
Era interesante ver a Ethan bien vestido y no solo con el pantalón y las botas cubiertas de barro.
—Vamos —avisó serio, incentivando a los otros dos a seguirlo.
Mientras caminaban hacia la plaza principal, Ethan negó por todos los medios posibles que él le había obsequiado el vestido, pero Charleen lo sabía, ese era un pequeño residuo de su momento de bondad y comprensión.
Mucha gente intentaba ingresar al enorme parque central. Antorchas se divisaban en el interior. Todo el lugar estaba rodeado por una reja negra de metal y los puntos de ingreso custodiados por hermosas jóvenes y altos soldados, quienes mantenían el orden y se aseguraban que todas las personas cumpliesen los requisitos para entrar: ropa elegante y pareja.
La fiesta era en conmemoración al día del amor, una de las festividades más conocidas e importantes de Dédalo.
Charleen se puso nerviosa al notarlo, ¿Cómo haría pasar a sus dos acompañantes?, Ethan la había invitado, lo que significaba que Liaw debía quedarse atrás, a menos que pudiese hacer pasar a ambos.
—Ingreso sólo con pareja. —Los detuvo una sonriente joven, quien se ruborizaba por la sonrisa seductora de Liaw.
—Ambos son mis amantes —Charleen dijo con seducción, aguantando las ganas de reír. Ethan volcó los ojos.
—No es cierto, viene conmigo. —La jaló de la mano y la llevó dentro, sonriéndole burlonamente a Liaw, que por coquetear, se había distraído.
Liaw intentó ir tras ellos, pero un soldado lo detuvo. Injuriando contra su hermano dio media vuelta, de todas formas entraría. Brincar esa cerca sin ser visto era algo en extremo sencillo para él. Caminó hacia donde la música se escuchaba con menos intensidad y las sombras de los árboles creaban oscuridad.
— ¡Qué no! —Escuchó el grito de una mujer, curioso se asomó.
Una elegante carrosa tirada por caballos negros estaba parqueada. El conductor de dicho carruaje mantenía una cara de aburrido y jugaba con la fusta, mientras una refinada y hermosa joven de ojos azules discutía con un soldado.
— ¡Orietta no puedes hacerme esto! ¡Dejé a mi prometida por ti! ¡Te entregué mi vida, te amo y me dijiste que me amabas! —le reclamó, su alteración era palpable.
La joven cruzaba los brazos por debajo de su busto, uno de tamaño considerable y bien formado. Inflaba los cachetes como una niña molesta, dándole una mueca muy infantil a su pequeño rostro.
La belleza de la joven mujer atrajo de inmediato la atención de Liaw. Se cruzó de brazos y observó un poco más.
—Ya no te amo, ¡Entiéndelo! Nunca te pedí que dejaras a tu prometida por mí. La pasamos bien, me gustabas, pero ya no —explicó resuelta y con mucho cinismo.
—¡Maldita! —El rostro de desasosiego del soldado cambió por uno de repulsión—. ¿Y hora quién es? ¿Volviste a cambiar de amante? Ya me habían dicho que no me juntara con la puta de la ciudad.
—No te atrevas a hablarme así. —Lo encaró. Las cosas comenzaban a tornase violentas, y tanto el conductor del carruaje como Liaw se mantuvieron alertas.
El soldado furioso por el atrevimiento de la mujer, alzó la mano para golpearla. Se sentía humillado y frustrado y deseaba devolverle el daño. Orietta cerró los ojos y se cubrió con las manos mientras su sirviente se levantaba a defenderla.
Esperó el golpe en vano. Un hombre alto de ojos verdes torcía la mano de su agresor. Desorbitándole los ojos por el dolor.
—Está muy mal eso de golpear mujeres indefensas, más para un soldado. Cuando te dicen que no, es no —le dijo Liaw, doblándole el brazo por detrás de la espalda y haciéndolo arrodillarse.
La joven lo contemplaba maravillada y el sirviente se preguntaba de dónde había salido el guerrero. Había aparecido en un parpadeo.
—Discúlpate —le ordenó al soldado.
— ¡Lo siento!, ¡lo siento! —gritó presa del dolor, Liaw ya casi le partía la muñeca.
Lo soltó bruscamente y dejó que escapara, casi arrastrándose por el suelo. Ese soldado sin duda había reconocido al guerrero como un unua, y sabía que con esos sujetos no debía meterse.
—Señorita —Liaw realizó una caballerosa reverencia y dio media vuelta, contando mentalmente: tres, dos, uno...
— ¡Espera! —La joven corrió hacia él—. ¿Al menos puedo saber el nombre de mi héroe? —Coqueteó metiendo el dedo en medio de uno de sus perfectos rizos dorados. Miró de arriba abajo a su salvador, sin ocultar el interés. Era sin duda el hombre más apuesto que había visto en su vida, además del más fuerte y caballeroso. Aseguró que era amor a primera vista.
—Liaw. —Sonrió.
—Soy Orietta —mencionó su nombre con orgullo y lo tomó del brazo—. Te haré el honor de acompañarme a la fiesta —le avisó señalándole el carruaje.
Su sirviente, acostumbrado a estas situaciones, les abrió la puerta. Ingresaron al parque dentro el precioso carruaje rojo y dorado. Liaw se reclinó complacido. Al final, su nueva compañía era mil veces mejor que Charleen, más hermosa y más rica, millonaria muy probablemente.
Parecía que toda la ciudad posaba los ojos en ellos cuando descendieron. No por ser posiblemente la pareja más atractiva, más bien, las miradas eran de reprobación. Todos volcaban la vista y hacían gestos desdeñosos a la muchacha. Al parecer la viuda Voght había conseguido un nuevo amante.
Algunos la saludaban hipócritamente y ella les contestaba de la misma manera, acostumbrada a las habladurías sobre ella. Por fortuna, era la mujer más rica de la ciudad, dueña de la mitad de las empresas y edificaciones del territorio y quien había organizado la fiesta.
—Que no te importe como te miran, creen que eres mi nuevo trofeo —le susurró.
— ¿Y lo soy?
—Sí, pero si te portas bien voy a conservarte.
Liaw frunció el ceño de una forma extraña, nadie lo había tratado a él de trofeo, y nadie decidía si quedárselo, sólo él podía decidir si conservar o no a una mujer. Orietta era más cínica y segura de sí misma que Charleen, y eso le agradó.
Los ojos de Charleen no daban cabida a todo lo que había. Desde trovadores y traga fuegos hasta acróbatas que usaban el parque como su circo personal. Largas mesas con manteles de terciopelo rojo exhibían los más exquisitos manjares, y bien uniformados meseros ofrecían los bocadillos. Los cubiertos y utensilios eran de plata y a nadie parecía importarle que alguien los robase.
La iluminación era mediana gracias al fuego de antorchas y luces pequeñas que se enmarañaban entre los árboles. La luna y las estrellas parecían parte de la ornamentación. Artistas callejeros vestidos con llamativos atuendos, alegraban el ambiente con movidas melodías de tambores y flautas.
Ethan se divertía más viendo el asombro de la joven, quien nunca había ido a una fiesta como esa. Brincaba y giraba emocionada.
—En Ithia, los unuas tenemos una fiesta aún mejor —le mencionó orgulloso.
— ¿De verdad? —Se admiró.
—Es la fiesta del día de agradecimiento, durante el solsticio de invierno. Tal vez lleguemos a tiempo.
— ¿Me llevarías? —Le sonrió, no imaginaba algo más hermoso que lo que veía en ese momento, y no se creía que Ethan le ofreciese llevarla a una festividad unua.
—Tal vez —dudó, no tenían permitido llevar a cualquier humano a su ciudad principal, menos al día de agradecimiento, pero él y Liaw prácticamente mandaban en Ithia, ya vería la forma de meterla—. Sí, si no me causas problemas durante el viaje.
Charleen asistió rápidamente, de golpe las fiestas comenzaron a llamar su atención.
—Bien. —Ethan miró a todos lados, asegurándose que nadie los veía sacó una extraña bolsa de cuero dorado de su bolsillo—. Toma toda la comida y cubiertos que puedas; mañana partiremos y tendremos un viaje pesado, aprovecha de comer bien.
— ¿No me digas que vinimos aquí solo para robar? —Puso las manos sobre su cadera. Después de haber permanecido tres días en un diminuto y aburrido barco, no iba a dejar que Ethan arruinase su momento de diversión y relajación.
—Si queremos llegar antes del veintiuno de junio hay que partir lo antes posible.
Charleen le arrebató al bolsa y la dobló. El material era tan flexible y liviano que pudo compactarla.
—Hoy te enseñaré a divertirte. Debes dejar de ser tan amargado. Además aún me la debes.
Lo tomó de la mano e intentó jalarlo; él se movió con lentitud, cerrando su mano alrededor de la pequeña y delgada de ella, casi haciéndola desaparecer por la gran diferencia de tamaños.
Charleen lo arrastró de un lugar a otro, intentando que se emocionara, pero él había ido a tantas fiestas humanas diferentes que nada le sorprendía. Miró con terrible antojo una fuente de chocolate. Armó una brocheta de frutas y las bañó en el delicioso y espeso líquido marrón.
— ¿No quieres una? —preguntó a Ethan, chupándose los dedos salpicados de chocolate.
—No me gusta —respondió.
—A todos les gusta el chocolate, necesitas algo de dulzura. —Rió sacando una fresa del pincho y se paró de puntas para alcanzar la boca del guerrero.
—Te dije que no. —La esquivó.
— ¿Y si te la paso con mi boca? —Se burló, hablando seductoramente y poniendo media fresa entre sus dientes.
Inesperadamente Ethan se agachó y partió la fresa con su boca, rozándole sutilmente los labios al retirar su parte.
Charleen masticó lentamente la mitad de la fresa, completamente anonadada. De nuevo Ethan hacía algo impredecible, y esta vez, su corazón bombeó con fuerza, con la frágil sensación aún en sus labios.
—No me retes. —Sonrió y se alejó relamiéndose, como si nada hubiera pasado.
La joven salió del shock y le dio alcance. Nerviosa jugó con sus dedos, ya no sabía qué decir. Llegaron casi al final del parque, donde aún había comida y decoración. Música de feria sonaba y en la altura se divisaba una rueda de la fortuna, pero no una cualquiera, ésta se elevaba en el aire, como si fuese impulsada por magia y daba la impresión de tocar las estrellas.
— ¡Quiero subir! —Corriendo Charleen se puso a la fila. Ethan la siguió, a veces tenía la impresión que cuidaba de una niña pequeña.
—Lo siento, tenemos límite de estatura y peso. —Cuando llegó su turno de subir, el encargado los detuvo, percatándose de la altura del guerrero, quien sin duda pesaba más de cien kilos.
Charleen lo miró con algo de pena.
—Bueno, si mi amigo no puede subir... ¡subiré sola! —le dijo al encargado, abalanzándose a una silla y despidiéndose de Ethan con una mano. Ni loca iba a perderse esa oportunidad solo porque su acompañante era demasiado grande y pesado.
Resignado, aunque no le importaba demasiado, Ethan se sentó en una banca.
— ¿Alguna vez te imaginaste que esperarías a una mocosa humana a que bajase de un juego electrónico? —Liaw apareció de pronto y se sentó a su lado, él también esperaba a Orietta, quien hacía más de diez minutos había entrado al baño a maquillarse.
—Ni en mis peores sueños.
—Debes tenerle demasiado aprecio.
—Supongo...no sé, esto se pone cada vez más extraño. Esta tarde cuando Charleen se puso a llorar, pude palpar esos sentimientos, como si yo los estuviese viviendo, incluso sentí dolor —confesó lo que había experimentado esa tarde, de alguna forma esperaba que su hermano pudiese darle más respuestas; a diferencia de él, Liaw había tenido estudios en magia más completos.
—Eso solo sucede cuando haces el rito de unión, a veces cuando entregas tu marca —dijo extrañado.
—Lo sé, es lo extraño. Me siento conectado con esa chica. Mientras más cerca de mí está, presiento más peligro, pero si la alejo me siento peor. Y sé que no son alucinaciones mías porque ya intentaron matarla, entonces algo raro tiene. Un poder extraño, o fue alguien importante en otra vida. Te juro que me está volviendo loco.
—Pues lo que sea que tenga, solamente te afecta a ti, porque yo no siento nada de nada, es como cualquier otra chica. —Levantó los hombros—. Habla con Freya cuando lleguemos a Ithia, seguro ella sabe qué está pasando, o pueda ver el pasado de esa chica en el templo; o habla con Sahori. —Sonrió con un brillo de hilaridad.
—No sé cuál de las dos es peor. Freya quiere matarme, por motivos que aún no me dices, y Sahori va a asesinarme en cuanto cruce la barrera de Selo, y no necesito preguntar sus motivos. Me destruirá con más ganas si llevo a una humana y le digo lo que me pasa con ella —habló con cierto temor. Sahori y Freya eran las únicas mujeres que en verdad podían intimidarlo. De pronto recordó a alguien más, alguien que de seguro tendría una respuesta—. Hay otra persona que puede ayudar: Biako —le comentó a su hermano, recordando al unua más viejo de todos, el creador de los Stelaros. No solo podría pedirle consejo sobre Charleen, sino despejar su duda sobre el Stelaro que tenía la chica. Sabía que llevarle una de sus creaciones perdidas emocionaría al anciano.
— ¿Biako? Para ir con él deberemos desviarnos. Además no sé si los alquimistas nos permitan entrar a Kupro. —Quiso hacerlo entrar en razón, para él, lo mejor era llegar lo antes posible a Ithia y arreglar de una vez los problemas con Freya.
—Nos dejarán si llevamos los regalos adecuados. Está decidido. —Determinó levantándose del asiento, la gente ya comenzaba a descender de la rueda de la fortuna.
Liaw le dio poca importancia, le daría el gusto a Ethan, total, no tenía nada que perder, nadie lo buscaba para matarlo. Regresó por Orietta, esperando que hubiese salido de una vez del baño.
—Lancé una fruta a un sujeto y golpeó al de su lado, ¡fue tan genial! ¡Desde esa altura ves todo y haces todo! —Charleen le contaba a Ethan su maravillosa experiencia. Por primera vez había sentido que volaba.
—Genial —espetó con desgana.
La media noche llegaba y pronto iniciaría el baile. Un cambio de música rotundo y una disminución de las luces le indicaron a la gente que era hora de ingresar a la pista de baile. Las parejas comenzaron a danzar al ritmo de una lenta melodía. Charleen los contemplaba, bailar ni se le había cruzado por la cabeza.
Ethan la agarró del brazo y se la llevó hacia las sombras, hacia la parte más alejada del parque. Tomó su mano derecha y la levantó para rodearla con la otra alrededor la cintura.
—No sé bailar. —Reaccionó Charleen al darse cuenta de las intenciones del guerrero.
Ethan la colocó sobre sus pies, para moverla y se meció lentamente. Charleen se dejó llevar, le encantaba que Ethan fuese tan impulsivo e impredecible, siempre la sorprendía.
—Nunca me habría imaginado que te gustara bailar. —Se apoyó contra su pectoral, a donde su altura le permitía llegar.
—No me gusta, de hecho nunca lo había hecho, pero supongo es una de esas cosas que debes hacer antes de morir. Como seguir a un guerrero desconocido y peligroso y convencerlo de buscar un tesoro que no existe.
—No te sigo, te acompaño, además el tesoro sí existe. —Sonrió—. Y no eres peligroso.
—Eso aún no lo sabes. No le digas de esto a Liaw o sí vas a comprobar lo malo y peligroso que soy.
—Las amenazas son parte de tu encantadora personalidad —ironizó—. Me pregunto si alguna vez las cumples.
Antes de responder Ethan se calló de pronto y bajó a Charleen.
— ¿Qué pasa? —descifró en él el mismo sentido de alerta que la vez que Liaw los había seguido.
—No te alejes de mí —ordenó buscando de dónde provenía esa presencia.
La había reconocido de inmediato, un aura tan desagradable e intensa era imposible de pasar desapercibida. Frente a ellos, humo negro apareció y éste formó una figura humana, en seguida un hombre se materializó.
Charleen soltó un ahogado grito de espanto. El físico alto y fornido como el de Ethan lo delataba como guerrero. Su cabello de un impresionante color rojo fuego parecía encendido y sus ojos alternaban de color. Primero eran tan rojos como su cabello y de pronto una especie de bruma negra los cubría. Su vestimenta era extraña, una capa guinda y por debajo se vislumbraba su torso desnudo. Con la luz provocada por el fuego de las antorchas, sus marcas brillaron. Eran tantas, que éstas se asomaban incluso en su rostro y no daban ni un espacio libre a la piel de su brazo descubierto.
Las emociones se mezclaron en Ethan, como cada vez que se cruzaba con él. Aishla era un asesino, un guerrero que se dedicaba a recolectar trofeos: marcas de otros unuas. No pertenecía a ninguna de las tres naciones, era un nómada como el resto de los de su clase: Mindag, quienes buscaban crear su propia nación, la más fuerte y poderosa.
En el pasado a Ethan le habían importado muy poco esos guerreros, eso hasta que hacía unos años atrás cuando le tendieron a él, Liaw y a Drake, su compañero de equipo, una trampa, donde Drake perdió la vida a manos de Aishla.
—Charleen, ve a buscar a Liaw. —Vio prudente alejar a la muchacha.
Aishla posiblemente solo lo buscaba a él, como buscaba a los guerreros más poderosos para adueñarse de sus marcas. La joven obedeció, corriendo de regreso a la fiesta.
Con la tranquilidad de tener a Charleen lejos del campo de batalla, sonrió con satisfacción; por fin, después de meses, tendría una pelea digna, y muy posiblemente en esa ocasión vengaría a Drake. Aishla mantenía la mirada fija en él, trasminándole frialdad. No se movía, no se inmutaba, cuando uno se topaba con él, no necesitaba hablar, sabía a qué venía.
Perdonen la tardanza, estuve demasiado ocupada la semana pasada. Mañana subiré otro capítulo. Recuerden que les queda esta semana para mandarme sus historias y fanarts para el concurso
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