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1.2 El reencuentro

Las doce audiencias: Tercer templo

Primera parte: Saga

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2

El reencuentro con la diosa Atena

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Saori se tomó su tiempo esa mañana ya que deseaba estar serena y tranquila cuando llegara su primer invitado de ese día. No podía anticiparse al tipo de conversación que sostendría con el custodio del tercer templo ni qué le narraría respecto a su tiempo al frente del Santuario. Aquellos infames trece años en los que sus habitantes fueron asesinados, humillados y, en pocas palabras, tratados como animales.

Más que otra cosa, lo que la diosa deseaba era escuchar la verdad de sus labios ya que, a pesar de todo, ella confiaba en Saga y en que fue poseído por algo maligno incapaz de imaginar que alguno de los doce fuese genuinamente malvado. Eso lo sentía desde el fondo de su corazón: ellos fueron influenciados.

—Todo lo que sucedió esos trece años... fue manipulación de los dioses —repetía cual mantra una y otra vez delante del espejo de la alcoba.

Una vez que estuvo lista, se atavió con un vestido rosa pálido y sus zapatos blancos quedando lo mejor posible para su charla. Así que se dio prisa dirigiéndose a la sala de invitados donde llevaba a cabo esas reuniones, observó el reloj de péndulo que colgaba de una de las paredes notando que faltaban pocos minutos para el mediodía cuando escuchó a Tatsumi anunciarlos. La joven diosa asintió tratando de ocultar su nerviosismo analizando cómo los recién llegados entraban en la sala.

Tras indicar a Shaina que ya podía retirarse, se quedaron Saga y ella únicamente en el salón. Ambos se miraron con cierta aprehensión antes de decir nada intercambiando miradas llenas de tristeza. Saori observó los ojos del recién llegado, de su arrepentido caballero dorado, los cuales le decían todo lo que debía saber en esos momentos. Saga estaba sin habla y, antes de dejar salir palabra alguna, se postró ante la diosa cual mecanismo de defensa ya que sentía que el corazón le estallaría en pedazos de un momento a otro no deseando mostrarse nervioso.

Trataba de ocultar la vergüenza por estar delante la mujer a la que trató de matar siendo una recién nacida y, posteriormente, en aquella cruel batalla contra Hades, sintiéndose indigno de mirarla siquiera.

—Bienvenido Saga. No es necesario que me reverencies —indicó ella con suavidad mirándolo condescendiente rompiendo la tensión entre ambos—. Anda, siéntate a mi lado para que charlemos.

—Como ordenes Atena —respondió con calma poniéndose de pie sintiendo como una de sus manos temblaba levemente.

Saga tomó asiento a su lado en el amplio y mullido sofá de tres plazas sin saber qué decir tan solo esperando el juicio de la diosa, el castigo divino, o lo que ella tuviera que echarle en cara con justa razón cerrando los ojos por un momento sintiendo como sus dos manos temblaban al mismo tiempo de forma casi imperceptible. El aún santo de géminis estaba algo asustado al observar esa reacción de su cuerpo surgida, quizás, por estar delante de Atena.

La joven, visiblemente menos tensa, le ofreció una taza de té mientras veía como el caballero dorado ajustaba sus pensamientos uno a uno manteniendo la mirada baja. Se notaba que este trataba de ordenar las palabras que estaba por decir pareciendo ansioso por hablar, por narrar su versión de los hechos solo para ella.

—Eres alguien muy enigmático Saga —comenzó a decir la joven con suavidad—. Me ha costado toda la noche tratar de descifrar tus acciones, de entender lo que te llevó a tomar el Santuario de esa forma y cometer cientos de crímenes innombrables, pero no he podido. No logro entender tu persona.

—Creeme que... no tengo una respuesta clara que darte. Ocurrieron tantas cosas que no sé por dónde empezar —respondió en voz baja tratando de mantener firme la taza entre sus manos que aún se sacudían levemente evitando que ella lo notara.

—Antes de que comiences te diré el por qué estás aquí.

—Si, por favor. Me gustaría saberlo pues tus palabras en esa carta son un tanto... enigmáticas y sin información suficiente.

Saori le explicó con lujo de detalles la audiencia principal con Zeus, sostenida unos días atrás, en la cual ella solicitó la liberación de las almas de sus caballeros dorados y el pago por el favor de su padre: dos tratos sobre la mesa. El primero, perder la memoria de todo lo ocurrido, nunca se sabría que los dioses existen y que los caballeros existen así como de todas las vivencias ocurridas en el Santuario desde la llegada al recinto hasta la conclusión de esa audiencia.

—¿Perdería todos mis recuerdos? —preguntó el hombre en un hilo de voz tratando de asimilar las palabras de la diosa.

—Es correcto, tendría que reconstruir tu memoria y sellar tu cosmos. No podrás saber más de lo que sabe una persona normal y jamás debes acercarte al Santuario. Está prohibida la entrada para todos Ustedes —indicó la joven calmada y sonriente.

El segundo trato era menos complicado: volver a nacer. Una vida nueva desde cero aunque, con todas las incertidumbres que ello conllevaba: nacer en el seno de una familia al azar buena o conflictiva, las decisiones del día a día y una vida tranquila o agitada. Saori no estaba autorizada a mover sus hilos en este apartado, todo sería decidido a través del correr del tiempo.

—¿Y yo debo decir solo una de las dos alternativas? —recapituló el joven analizando y pensando en esto último.

—Así es —respondió la diosa mirándolo con tristeza—. Sin embargo, hay algo de lo que necesitas hablar ¿es correcto? —dijo ella encaminando la conversación hacía donde deseaba y sin presionarlo.

—Tengo tanto qué decirte que... no sé por dónde comenzar pues, antes de que me borres la memoria, quiero tu perdón, Atena. Ese pensamiento rumia mi mente desde que crucé la puerta.

—Saga... creí que ya te había otorgado el perdón al término de la batalla en las doce casas.

—Aquello no fue lo apropiado pues no conoces toda mi historia. Quiero hacer las cosas como debe ser, que sepas todos y cada uno de los detalles detrás de mis decisiones. Me es necesario expiar mis culpas y sacarme la pesada carga que llevo dentro.

Saori lo observó sorprendida sin saber qué decir inicialmente pues, no le cruzó por la mente el qué Saga quisiera hablar con semejante detalle. No obstante ya que estaban ahí, le daría la oportunidad de explicarle pues, ella misma, también deseaba esa narración de la boca de su invitado.

—¿Qué es lo primero que recuerdas al llegar al Santuario? —comenzó a decir la joven observándolo con paciencia.

—El rostro de Aioros... —los ojos de Saga se nublaron cerrándose con dolor.

Saori lo miró sin decir nada pues, ella conocía la historia de esa traición: Saga tratando de matar a la diosa infante y a su defensor: el arquero del noveno templo. Pero, al observar al hombre, ella misma dudaba de que lo hubiera hecho intensional. La expresión en el rostro de este revelaban una profunda pena y arrepentimiento. Ambos dejaron las tazas sobre la mesita más cercana antes de comenzar con el relato.

Antes del ir y venir entre el pasado y el presente de Saga.

—Nos volvimos inseparables apenas nos conocimos aquella mañana. Aioria acababa de nacer y Aioros estaba feliz por tener un hermano pequeño. De inmediato sentí envidia ya que el mio y yo no lo llevábamos muy bien y el verlo tan dichoso, me contagió ese sentimiento.

—Saga...

Este le narró cómo fue que, tanto él como el futuro custodio del noveno templo, comenzaron a verse a diario no solo para entrenar ya que, Aioros bien decía que sus padres ocupaban su tiempo cuidando de Aioria, por lo que él prefería no estorbar y mejor dedicarse a su propio entrenamiento; sino para compartir sus días ya que Saga no se sentía cercano a su propio hermano.

Inicialmente, el arquero ocupó el lugar del hermano gemelo con quien no tenía buena relación. Aioros estuvo bajo la tutela del Patriarca en persona- la cual concluyó tres años antes de que comenzara la instrucción de Mu, futuro santo de Aries- y, a veces, solía ser muy estricto en su instrucción diaria.

—Esa flecha debe llegar mucho más lejos —decía en aquel entonces midiendo la distancia desde el arquero hasta el objetivo—. Lo has hecho muy bien, sin embargo la fuerza de tu brazo es insuficiente. Te quedarás entrenando otra hora.

—Sí Maestro —Aioros jamás se quejaba ya que admiraba mucho a su maestro e, inculcado por sus padres, tenía hacía él un respeto inmensurable e incuestionable.

Como era costumbre, los aprendices tenían por instructor ya fuera a un caballero dorado o, en el caso de los hermanos Saga y Kanon, a una amazona a cargo de su tutela.

Fedra, la amazona maestra de los gemelos, era estricta con las rutinas y los horarios, sin embargo, también era lo suficientemente flexible como para permitir que uno de sus alumnos entrenara con el arquero. La joven estaba decidida a volverlos los más fuertes de toda la creciente orden confiada en sus habilidades como instructora. Saga la recordaba con cariño por muchas razones, no solo por ser su maestra, sino por ser la persona que les cambiaría la vida para siempre.

—Mi maestra nos sacó de las calles a mi y a Kanon. Nacimos en un edificio abandonado en medio de adolescentes sin hogar, que pasaban sus días perdiendo la noción del tiempo gracias al aroma a solvente que inhalaban a todas horas; fuimos criados, a veces por este o el otro jovencito. Nuestra madre bien podría haber sido una chiquilla u otra, no lo sabíamos con exactitud. Fedra nos dio la oportunidad de ser algo más que unos simples pordioseros huérfanos buscando qué comer detrás de los restaurantes.

—Nacieron en las calles de la ciudad... —repitió Saori compasiva— Lo siento.

—Por ese lado, el que nos hubieran reclutado para enrolarnos en la orden de Atena era la oportunidad de oro que necesitábamos.

Tras un momento más, continuó.

—Unos años más tarde, se unieron al grupo de aprendices los chicos que serían los caballeros de Piscis, Cáncer y Capricornio haciendo más grande la órden de élite. Así transcurrieron varios años más hasta el día que Aioria cumplió seis años, su madre falleció de cáncer. Su padre había muerto unos meses atrás del mismo mal según supe.

Saori lo observaba sin decir nada, tan solo dejándolo hablar para que él mismo revelara la información que ella deseaba saber y, al mismo tiempo, completara las piezas de aquel rompecabezas que era la persona de Saga.

—Creo que la desgracia cayó sobre Aioros y yo justo después de la muerte de su progenitora, la cual coincidió con el día que el Patriarca anunció su próximo retiro y que alguien debía estar preparado para ocupar su lugar —recapituló pensativo.

—Se juntaron ambos eventos —repitió Saori.

—Así es, la desdicha llegó por partida doble para ellos dos. A pesar del amor de hermanos que había entre él y Aioria, entre el arquero y yo las cosas eran distintas, nuestra cercanía era de otro tipo. Esto es algo que considero importante para lo que sigue en mi confesión —reveló con gran pesadumbre.

Saga hizo una pausa ya que su voz estaba por quebrarse y necesitaba unos momentos para tomar aire y continuar. El hombre entrelazo sus manos temblorosas y prosiguió.

—Los dos deseábamos competir justamente por el puesto del Patriarca. Ambos éramos jóvenes y decididos, teníamos poco más de catorce años. Estábamos llenos de ilusiones y buenos deseos.

Aquella mañana ambos fueron requeridos a una audiencia con Shion quien les habló de la competencia por su puesto, funciones a la cabeza del Santuario y como representante de la diosa.

—Esto no es para que ambos comiencen a comportarse indebidamente, todo lo contrario, la persona que ocupe mi lugar deberá ser un ejemplo de rectitud. Ser el representante de Atena en la tierra es una gran responsabilidad —les dijo estricto y firme—. Se que ambos son idóneos para el puesto y no quiero que descuiden sus obligaciones mientras se preparan para ser examinados. ¿Les quedó claro?

—Si Excelencia.

Los dos se retiraron de ahí visiblemente aliviados por dejar el salón del trono. Notándose a leguas que estar delante del Patriarca todavía intimidaba a Aioros, aunque su instrucción con él había terminado hacía más de un año y el Pontífice fuera maestro de otro aprendiz.

—Tu antiguo Maestro es muy exigente con el tema de su sucesor.

—Debe serlo Saga, no puede dejar que cualquiera tome el puesto. Imagina lo que sucedería si una persona inadecuada o poco capacitada llegara a ese lugar, sería terrible.

—Lo sé...

Tras alejarse bastante del recinto se miraron con complicidad yendo hacia una columna ancha que estaba cercana para estar un momento a solas. Ambos querían compartir tiempo de calidad, no importando la competencia por la sucesión del Patriarca ni que tuvieran los ojos vigilantes de los guardias encima. Los dos solo deseaban que ese momento durara un poco más antes de retomar las actividades del día a día.

Momento que hizo que Saga lanzara un largo suspiro sentado a un lado de la diosa.

—¿En realidad la desgracia inició en ese momento? —Saori lo miró con gravedad no estando tan segura de que realmente la sucesión del Patriarca hubiera sido el auténtico parteaguas entre ambos hombres— Dime Saga, ¿el "mal" ya te dominaba en esos momentos?

El aún santo de géminis no respondió, tan solo se puso de pie y se dirigió a la ventana quedándose en silencio por un momento más.

—Saga...

—Si... —dijo al fin— el "otro" ya vivía en mi. Así le decía yo a la entidad maligna que me hablaba todo el tiempo con su voz áspera y penetrante.

—Necesito que me digas todo sobre el "otro" —indicó Saori muy seria—. Sé que ya pasó el tiempo, pero me es difícil concebir que uno de mis caballeros haya sido capaz de cometer semejantes atrocidades. Necesito saber que fue algo ajeno a ti y no tu propia voluntad.

—Lo fue, yo desobedecí una orden directa de mi maestra y mi castigo fue la presencia de "el otro".

Saga la observó con vergüenza mientras ella lo miraba consternada, esos mismos ojos fueron los que puso Fedra cuando él y Kanon volvieron a la cabaña al caer la noche de ese fatídico día. Su maestra los reprendió duramente por la tardanza, pero el regaño fue mucho más duro de lo esperado tras confesar a donde habían ido de paseo.

—¡¿Al templo del dios Ares?! —su voz retumbó por todo el tercer recinto, estaba furiosa y decepcionada— ¡Ambos me desobedecieron! Les advertí sobre jamás poner un pie en ese lugar y pasaron por alto mi indicación.

—¡Lo sentimos maestra! —ambos miraban al suelo avergonzados, tan solo tenían diez años y fueron presa de la curiosidad.

A Fedra no le quedó más remedio que infringir un castigo físico a ambos y, luego de varios azotes, los dejó afuera por más de una hora cada uno en una esquina de la cabaña para que reflexionaran. Saga estaba al borde del llanto pues jamás había desobedecido a su maestra, todo por culpa de Kanon quien deseaba curiosear en el templo prohibido; sin embargo, fue Saga quien se llevó la peor parte al recibir directamente la influencia del dios dormido.

El templo de Ares se hallaba en una de las partes prohibidas en el límite Este del Santuario, si bien su acceso no solo estaba condenado además, se encontraba totalmente bloqueado. Kanon le expresó su deseo de ir ahí y conocer ya que no había lugar más llamativo que ese dejando ver que solo era una travesura inocente, una forma de desafiar un poco la autoridad de Fedra. Saga trató de persuadirlo muchas veces con cierto éxito hasta que, finalmente, accedió a curiosear un poco en aquel sitio.

Serían unos minutos en realidad nada de lo que ambos pudieran culparse, solo irían a echar una ojeada y volverían.

Al llegar al templo, sin ser vistos, encontraron las ruinas en un estado lamentable, polvo por todas partes y estatuas quebradas aquí y allá. Al final del sucio edificio estaba la imponente estatua de Ares con su escudo y lanza en ambas manos, al pie de esta sobre una tarima de piedra se encontraba un yelmo con el sello de Atena sobre el grabado dorado en la pieza de bronce. Los dos niños miraron el yelmo largo rato hasta que Kanon habló rompiendo el trance de ambos.

—¡No hay que tocarlo, debemos irnos hermano! —lo jalo del brazo pero este no respondía, pues parecía estar muy lejos de ahí— ¡Saga! —Kanon observó a su hermano quien continuaba ausente con la mirada perdida en el infinito.

Tu espíritu vulnerable será tu condena... —la voz de Ares se dejó oír en la mente de Saga luego de tocar por varios segundos el yelmo dorado sintiendo como su espíritu se fusionaba con el de la voz a pesar de no poder ver su rostro— A partir de este día, harás mi voluntad.

—¡SAGA!

El niño volvió en sí tras un momento mirando el semblante preocupado de Kanon, el cual lo devolvió a la realidad.

—Saga... ¿qué ocurrió con tus ojos y tu cabello? Son de otro color, no pareces ser tú —Kanon lo analizó preocupado ya que su hermano lucía radicalmente diferente.

—¿Qué? —tras volver completamente en sí, su cabello regresó a su color habitual lo mismo que sus ojos.

Nada de esto le fue revelado a Fedra quien, seguramente, los mandaría matar si se llegaba a enterar. Se decidió que sería un secreto entre ambos y Kanon trato de cumplirlo en la medida de lo posible; sin embargo, de los dos hermanos, era el que estaba más atento a los cambios que Saga comenzó a experimentar a partir de ese momento.

—¿Cómo es que tu Maestra jamás se dio cuenta? —preguntó Saori extrañada ante semejante descuido.

—Ella se dio cuenta —respondió Saga en voz baja—, no al momento pero eventualmente lo descubrió mucho después de la prueba final. La prueba final para mi fue obtener la túnica dorada contra mi propio hermano. Ambos éramos aspirantes a la misma armadura así que debía ganarle.

Saga narró cómo fue el día de la prueba final contra Kanon, como fue que el otro quiso hacer acto de aparición y ganar la armadura por medios deshonrosos. No obstante, el dios que habitaba dentro de Saga decidió mantener cierta prudencia dejando que su huésped ganara o perdiera la túnica dorada por sí mismo. Fedra no debía saber nada en esos momentos o correría a delatarlo con el Pontífice.

Aquello no convenía al dios Ares en absoluto, al menos no en ese tiempo.

—Mi maestra sospechaba que algo me sucedía, no obstante ella quiso remediarlo yendo con los curanderos de las ciudades cercanas. Estaba convencida de que mi mal era físico ya que el "otro" me ocasionaba jaquecas muy fuertes días seguidos. El Patriarca lo notaba también por lo que, mi maestra solo podía pedir tiempo antes de la prueba final, tiempo que le fue concedido sólo unos cuantos meses. Nadie sabía lo que ocurría conmigo y yo... solo guardaba silencio amedrentado por Ares.

—¿Kanon lo notaba supongo?

—Si, todo el tiempo me lo echaba en cara. "Es la maldad pura lo que vive en ti" me decía con injuria en la voz. Lo odiaba, odiaba todo lo que me ocurría y, lo peor, no podía decirle a nadie todo esto. Me avergonzaba porque, en si, fue mi culpa. ¡Jamás debimos entrar en ese templo!

—¿Qué ocurrió el día de la prueba final?

—Yo gané justamente contra Kanon aunque él jamás haya querido reconocerlo —se giro sobre sus pasos tomando asiento al lado de la diosa—, hice lo mejor que pude siendo yo. Esa prueba no la ganó el "otro" sino Saga.

No obstante, Saga aún tenía las palabras de Kanon frescas en su mente tras haber concluido la prueba final.

—¡Engañaste a nuestra maestra y al Patriarca pero, yo sé lo que eres Saga!

—¡Cierra la boca!

—Deja que se entere Aioros, que sepa que su amiguito no es más que un canalla mentiroso y malvado —Kanon sonreía maliciosamente y ni los golpes que le propició Saga lograron callarlo—. Esto solo lo demuestra, es la evidencia de que tengo razón y, si bien no gane la armadura dorada, lo lamentarás.

Y así Kanon, lleno de moretones y manchas de sangre, se marchó para no volver hasta ser capturado y puesto en prisión mucho tiempo después.

Tras volver en sí, luego de la golpiza que le propinó a su hermano, y retirarse al templo a descansar debido a sus fuertes dolores de cabeza, fue visitado por Aioros horas más tarde. Este lo miraba preocupado pues había estado ausente todo aquel día.

—Te traje esto —dejó sobre la mesa una jarra de madera y un vaso aproximándose al ocupante del templo que estaba al otro lado de la habitación—, es un té curativo para calmar tu jaqueca. Mis padres lo bebían todo el tiempo y eso los ayudó una temporada.

—Te agradezco —respondió lo mejor que pudo mirando al recién llegado con cariño y casi súplica.

—¿Dónde está Kanon? —inquirió el arquero extrañado.

—Lo desconozco, discutimos otra vez y se marchó. Ya volverá luego, supongo.

—¿Entonces tenemos algo de tiempo para charlar y estar juntos por un rato?

—Sí claro —respondió sonriente sintiéndose un poco mejor.

Transcurrieron las horas en medio de risas y charlas entre algo más que buenos amigos y confidentes; Saga no quería que se marchara, no deseaba estar solo a merced del "otro", pero entendía que el arquero debía volver ya que Aioria llevaba varias horas sin supervisión en el noveno templo.

—¿Estás listo para el día de mañana?

—¿Qué se llevará a cabo mañana? —Saga no recordaba alguna fecha importante cercana.

—Mañana nos examinarán para la sucesión del Patriarca —respondió Aioros sentado a su lado en la cama.

—Es cierto... salió de mi cabeza por completo —el gemelo miraba el techo al mismo tiempo que a su amigo quien estaba recargado sobre la pared de piedra—, ¿cuando nos volveremos a encontrar así como ahora, a solas?

—No lo sé, se supondría que debíamos llegar sin "marca" en nuestros cuerpos a la sucesión, pero hoy infringimos esa regla.

—Honestamente, no creo que Shion haya sido casto al llegar al puesto de Patriarca —dijo Saga de repente y sin pensar.

—¡Cierra la boca, no quiero ni imaginar eso! —respondió Aioros arrugando el rostro con algo de asco en la voz tratando de no reír— No puedo creer que metieras esas imágenes en mi cabeza.

—Oh no, tú eres el perverso. Solo tu imaginas cosas como esas —ambos rieron largo rato.

—Debo irme, ya deje a Aioria solo mucho tiempo.

—De acuerdo. Te veré luego —ambos se despidieron efusivamente unos instantes después.

Al final, Saga pasó la noche a solas sin poder dormir. El tema de la sucesión, el otro y Kanon le daban vueltas por la cabeza sin permitirle descansar. Trato de pensar en cómo sería la examinación al día siguiente y concentrar su atención en eso, pero lo ocurrido esa tarde, él y Aioros en el tercer templo, compartiendo el tiempo juntos, se sumaba a sus distracciones.

—¿Puedes narrar cómo fue el proceso de sucesión? —la voz de la diosa llegó a su cabeza desde lejos trayéndolo de vuelta al presente— Imagino que ese hecho fue algo realmente importante ahora que el "otro" se hallaba en tu persona.

—Lo fue... Fue una cosa terrible, de hecho.

Saga nuevamente noto como le temblaban las manos conforme se acercaba más y más a la parte más oscura de su relato. No obstante tragó saliva y, tras respirar profundamente, reunió el valor necesario para proseguir con su confesión.

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Continuará...

*Notas: Espero que el ritmo de la narrativa no les cause problemas ya que voy y vengo entre los recuerdos de Saga de forma intermitente.

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