Capítulo 6: ¡Entrenar!
Aomine era como un niño en algunas ocasiones, o así le parecía a Kagami cuando su rostro se volvía melancólico e inocente, pero sobre todo, cuando dormía.
Habían cenado, hablado sobre algunas cosas de su pasado y, sobre todo, sobre la lesión de Kagami más que de otra cosa y, al final, Kagami había acabado haciendo un auténtico monólogo porque cuando se quiso dar cuenta, Aomine hacía un rato que cayó rendido ante el agotamiento. Dormía con los brazos sobre la mesa al lado del plato vacío y su cabeza sobre sus brazos.
Kagami sonrió porque aunque hablaba y elevaba un poco la voz, no hubo forma de que siquiera, abriera levemente los ojos para que volviera en sí. Realmente debía estar muy cansado. Pasaba el día arreglando el templo, sus jardines, sus toris, las fuentes... apenas descansaba y a veces, Kagami se planteaba si eso lo consideraba un trabajo o casi un castigo por lo que sufrió tras la pérdida de su novia.
¡La culpa le carcomía! Ése era el mayor defecto de ese chico. No era capaz de perdonarse a sí mismo por un accidente que Kagami pensaba que no había sido su culpa. Los accidentes siempre ocurrían y a veces a quienes menos lo merecían, pero... ese chico no parecía querer superar su tragedia. No le cabía duda de que había amado con una gran intensidad a su pareja.
Por un instante, Kagami observó de nuevo la fotografía de la chica. Era guapa y su brillante sonrisa era casi hipnótica, rebosaba felicidad en esa fotografía juntos. Habían sido buenos tiempos los que ambos compartieron, no tenía duda de ello.
— Ey – suavizó esta vez el tono de voz aunque se acercó todavía más al chico que dormía frente a él para despertarle. No era bueno que se quedase dormido en esa mala posición.
¡Ni un movimiento! Y no fue hasta que llevó su mano hasta su hombro y lo movió levemente que Aomine finalmente abrió los ojos ante el traqueteo que sintió. Le costó un poco saber dónde estaba y, sobre todo, recordar por qué Kagami estaba allí frente a él en su cocina pero entonces, lo recordó todo: la cena.
— Oh... lo siento. Me he quedado dormido. Eso sí es de mala educación... y en plena conversación.
— No te preocupes, se te nota cansado. Será mejor que vayas a tu cuarto a dormir. Yo iré a casa, es tarde.
— Tengo un cuarto de invitados, a estas horas y con tu rodilla en ese estado, es mejor que no camines hasta casa. Podrías quedarte y mañana por la mañana volver a casa. Pero llama a tu madre para que no se preocupe o luego no querrá hacerme esas fantásticas gyozas – sonrió Aomine recordando la comida casera de la madre de Kagami.
— Ya... sus gyozas son las mejores, y agradezco tu invitación, pero es mejor que vuelva a casa.
— Entonces te acompañaré – comentó Aomine antes de hacer el amago de ponerse en pie para ir a buscar su chaqueta, sin embargo, Kagami fue más rápido que él y le hizo volver a sentarse.
— No, no... en serio, no hace falta.
— Si decides volver a casa, te acompañaré – dijo Aomine con total convicción.
— Vale, pues me quedo. Tú no estás como para ir y volver de mi casa.
— Creo que es la mejor decisión – sonrió Aomine consiguiendo salirse con la suya y no tener que volver a salir a la calle con lo cansado que estaba – voy a prepararte la cama de invitados.
— Espera... creí que ya la tendrías hecha, entonces puedo dormir en el sofá.
— Un invitado mío no dormirá en el sofá teniendo una habitación libre – se quejó Aomine – tardo apenas cinco minutos en preparar las cosas. Sólo espera.
— Te ayudaré.
Agarrando la muleta, Kagami se puso en pie y siguió a Aomine hacia el dormitorio. De uno de los armarios, elevó los brazos para alcanzar el futón que se encontraba en la parte más alta y ese gesto provocó que Kagami, que estaba a espaldas del chico, le observase mejor. Su espalda seguía teniendo musculatura al igual que sus brazos. Ese chico no había dejado de trabajar ni de entrenar al baloncesto, puede que lo hiciera con niños pero... estaba convencido de que, en sus ratos libres, él debía seguir jugando o haciendo tiros libres, estaba casi seguro de ello. Puede que aún siguiera saliendo a correr y todo aunque no podía asegurarlo, sus piernas estaban cubiertas por el pantalón y no podía apreciar bien la musculatura en ellas.
Aomine bajó el futón, lo desplegó y luego buscó algunas mantas por si acaso fuera a pasar frío su invitado. En el templo solía haber bastante humedad y eso hacía que las noches se sintieran muy frías en ese lugar.
— No creo que me hagan falta mantas, no las busques – comentó Kagami al ver que Aomine rebuscaba entre todos los armarios en busca de ellas.
— Créeme que sí que las necesitarás. El templo no está bien aislado, sus paredes son como si ni estuvieran. Todo el frío de fuera se cuela.
— Soy caluroso.
— Ya... no cuela – sonrió Aomine encontrando finalmente una de las mantas – aquí está.
— Ey, Aomine, me estaba preguntado, si cuando me recuperase de mi lesión, podríamos practicar juntos algo de baloncesto. Seguramente habré perdido algo de condición física, así que me ayudaría bastante poder ejercitarme antes de regresar a la NBA.
Esa pregunta pareció no terminar de gustarle a Aomine por la forma en que exhaló como si suspirase pensando en una respuesta que, seguramente, no le gustaría escuchar.
— Sé que odias que te recuerden el tema de la NBA y todo eso pero... sólo sería practicar un poco conmigo, no te pido nada más. Ya entrenas a niños.
— Es diferente – susurró Aomine – entrenar a niños no me exige demasiado esfuerzo, hay cosas que ellos pueden hacer y cosas que no, pero tú, jugador de la NBA, me exigirás más movimientos y cosas que ellos.
— Sólo jugar, olvidémonos que estoy en la NBA, sólo partidos amistosos, jugaré con los niños si es necesario, les ayudaré a entrenar también. Vamos, por favor.
— Me lo pensaré. Por ahora, tu rodilla debe sanar. ¿Cómo la sientes estos días?
— Algo mejor con los ejercicios que me diste. Me da la sensación de que estoy ganando algo de fuerza y flexibilidad.
— Deberías ir encontrándote mejor con el tiempo. Quizá podrías empezar a caminar sin el apoyo de la muleta, solo a ratos, por ejemplo por casa.
— Probaré estos días.
— Genial. Ahora descansa. Si necesitas algo, estoy en el cuarto de al lado.
***
Dormir en un sitio desconocido siempre le había sido algo complicado a Kagami. Le costaba varias noches acostumbrarse al nuevo espacio. En Estados Unidos, cuando iba a los hoteles con el equipo, solía beberse una cerveza por lo menos antes de dormir y eso le ayudaba a conciliar el sueño, pero hoy, no tenía nada así como para seguir su rutina, lo cual le hizo dar vueltas y vueltas en el futón.
La noche allí no era para nada silenciosa. Escuchaba búhos, pájaros y otros animales nocturnos que se movían entre los grandes árboles. El ruido de la naturaleza. Aomine debía estar acostumbrado a escuchar todo eso, al menos fue lo que supuso.
Kagami se giró de nuevo en el futón y cerró los párpados en un intento por conciliar el sueño, pero no había forma y finalmente, cansado de intentarlo y no obtener su objetivo, decidió levantarse para ir a la cocina a por un vaso de agua o algo que le ayudase a dormirse.
¡El templo era frío! En eso le daba la razón a Aomine. La humedad se colaba demasiado y no parecía tener calefacción ni nada para resguardarse del frío. Abrigado con su chaqueta, salió hacia la cocina en busca de algo que poder tomar. Abrió la nevera y sacó la botella de cristal de leche. Todavía quedaba bastante como para poder dejar algo para el desayuno del día siguiente, así que se puso medio vaso por miedo a gastar demasiado, no sabía si Aomine tendría reservas.
¡Leche fresca! Era la mejor que había tomado en su vida. No tenía nada que ver con la de compra y en ese pueblo, parecía que la gente le llevaba algunas cosas a Aomine por gratitud por cuidar del templo. Posiblemente, esa leche era de algún ganadero de la zona.
Bebía el vaso de leche cuando escuchó la voz de Aomine venir desde su cuarto. Por un instante, dudó que estuviera hablando solo pero por miedo a que ocurriera algo, se acercó un poco hacia su puerta. ¡No hablaba solo! Tras escuchar varios segundos, se percató de que aquello era una pesadilla y era bastante obvio que era una recurrente. Ese chico no debía dormir bien la mayoría de las noches. Estaría soñando con el accidente, o con su novia o con algo semejante de su pasado, algo que le atormentaba día tras día y que su cerebro era incapaz de hacerle desconectar del tema. Ni siquiera por las noches le daba tregua para descansar. Kagami decidió dejar el vaso ya vacío en la pila y volverse a su cuarto. Era mejor así.
***
Por la mañana, cuando Kagami abrió los ojos tras haber podido dormirse tarde, descubrió a Aomine sentado en la tarima de madera del pasillo exterior mirando el jardín. Tenía un vaso de café a su lado y otro aún humeante no muy lejos del suyo. Entendió enseguida que era para él y que le estaría esperando.
— Has madrugado – sonrió Kagami caminando hacia él con lentitud pero sin la muleta tal y como le había prometido la noche anterior.
— Suelo madrugar. Además, los niños suelen venir temprano para entrenar al baloncesto.
— Ya lo creo, para esas cosas no les cuesta tanto tener que levantarse de la cama.
— Sí – dio un sorbo Aomine a su café después de responderle - ¿Qué tal has dormido?
— No muy bien, pero no es tu culpa, nunca duermo bien las primeras noches en un sitio nuevo. Manías mías o de mi cuerpo, no lo sé – sonrió Kagami.
— Cuando llegué a este templo, me costó muchas noches acostumbrarme a los ruidos de la naturaleza. Y cuando sopla el viento... ufff, esos vientos huracanados que parece que el templo entero vaya a salir volando. Da algo de miedo.
— Ya veo.
— Bueno, tendré que ponerme manos a la obra. Hoy tenemos trabajo.
— ¿Tenemos?
— Sí, tu vas a quedarte aquí haciendo los ejercicios de la rodilla que te mandé y voy a sacarte un cuaderno con un bolígrafo.
— ¿Y eso?
— Porque vas a ser mi segundo entrenador.
— Eso se le llama casi ayudante del entrenador – bromeó Kagami – así me tuvo mi entrenador un tiempo cuando me lesioné y no podía jugar.
— Genial, entonces ya sabes hacer el trabajo. He elegido un gran ayudante – sonrió Aomine trayendo la libreta y dejándosela encima de las piernas – los niños ya vienen, apunta todo lo que veas y luego, les ayudaremos a mejorar.
— Claro – sonrió Kagami.
Al menos se sentía útil en estos momentos, ya era más de cómo se había sentido los últimos meses apartado de todo lo que amaba. Ese chico... Aomine Daiki era un chico genial y, por alguna extraña razón, se sentía muy a gusto a su lado, tanto como para querer seguir estando allí y, por eso mismo, no renunciaría a su "nuevo trabajo como segundo entrenador". Eso le permitía estar cerca de él y conocerle mejor.
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