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Capítulo 5: Una cena

Apoyado contra el muro de la entrada del cementerio, Kagami esperaba en silencio. Esos chicos debían salir por allí, aunque en realidad, él sólo esperaba a Aomine. El tiempo en ese pueblo transcurría lento pero con una paz que hacía demasiado tiempo que no vivía. Le gustaba ese pueblo y seguía sintiendo esa extraña conexión con él pese a que hacía tantos años que lo abandonó. En el fondo de su corazón, seguía sintiéndolo como su hogar.

Kise no tardó en salir. Apenas se despidió de él con un leve movimiento de su cabeza a lo que Kagami respondió de la misma forma. Nunca esperó que alguien famoso, como era Kise, acabase en un pueblucho como aquel tratando de convencer al que un día fue un gran jugador de baloncesto para unirse a un gran equipo como era el suyo, pero allí estaba. A veces esas cosas ocurrían por extrañas que fueran.

A los pocos minutos, Aomine salió también aunque éste sí se detuvo al ver a Kagami allí esperando. Sonrió casi con incredulidad por verle allí.

— Dos cositas... – susurró Aomine – la primera es un "no". Si estás aquí para preguntarme lo mismo que Kise y quieres que me una a los Golden State Warriors, es una negativa rotunda. En segundo lugar... ¿qué no has entendido de que tu pierna necesita reposo?

Kagami no pudo evitar sonreír al escucharle. Ese chico tenía algo especial, algo que le atraía de una forma que no entendía. Nunca antes se había sentido así hacia nadie y eso que había tenido otras relaciones. Unas más largas que otras, pero relaciones al fin y al cabo.

— ¿Crees que me envían los Golden State Warriors? – preguntó Kagami elevando un poco la muleta y señalando con un leve movimiento de su cabeza a la pierna herida.

— Podría ser un truco – sonrió Aomine.

— Oh, sí, decidí romperme los ligamentos yo mismo para tener una excusa para reclutarte para el equipo – sonrió Kagami –. ¿Qué tal me va?

— Ganas puntos por lástima.

— ¡Qué bien! Estoy un poco más cerca que Kise de reclutarte.

Ambos sonrieron sabiendo que todo aquello era una broma y luego, Kagami se puso algo más serio pese a que todavía sonreía.

— Quería invitarte a comer.

— ¿A comer? – preguntó Aomine con sorpresa.

— Sí, a comer. ¿O es que los de mantenimiento de los templos no coméis?

— ¿No lo sabías? Vivimos del aire fresco y puro de la vegetación – sonrió Aomine.

— Ya me preguntaba yo cómo es que mantenías ese tipazo cuando yo sólo hago nada más que ganar kilos desde que me lesioné.

Aomine sonrió. Al menos con Kagami podía bromear y salir un poco de la rutina, desconectar de su vida. Era bueno hacerlo de vez en cuando, pero la realidad era que, desde que volvió de la universidad, no había podido quitarse de la cabeza aquel fatídico accidente y no ayudaba ver a sus viejas amistades ni que le hablasen de ciertos temas, entre ellos, el baloncesto o, más concretamente, la NBA.

— ¿Me prometes no hablar sobre la NBA?

— ¿La NBA? Ni siquiera sé lo que es eso – sonrió Kagami bromeando –. Suena a marca de cereales. ¿Están buenos?

— Sobrevalorados – dijo Aomine con una sonrisa.

— Ya lo suponía. Entonces, vamos a comer.

***

No fueron demasiado lejos del cementerio. Tampoco es que el pueblo fuera demasiado grande. A tan sólo unas callejuelas, un pequeño puesto de ramen estaba abierto y tenía buena clientela, algunos hasta esperaban su turno en la fila para reservar una mesa.

— ¿Te gusta el ramen? – preguntó Aomine.

— Prefiero las hamburguesas pero... un buen ramen tampoco está mal. No tengo demasiados problemas a la hora de comer. Puedo decir con orgullo que hay pocas cosas que no me gusten.

— ¿Qué no te gusta?

— ¡Los caracoles! – dijo con una cara de asco rotundo – no entiendo cómo se puede comer esas cosas babosas y viscosas.

La cara de asco que puso Kagami hizo sonreír a Aomine. La verdad es que no esperaba algo semejante, pero le daba la razón en eso.

— ¿Cuál es tu comida favorita? – preguntó Kagami con curiosidad.

— La hamburguesa con teriyaki, no esas bazofias de salsas americanas que ponen – sentenció.

— Vaya, qué original... mi comida favorita es la hamburguesa con queso.

— ¿En serio? Vaya, nos parecemos más de lo que pensaba en un inicio.

Ambos sonrieron mientras esperaban en la cola, sin embargo, cuando les tocó su turno y Aomine apartó las cortinas altas con el brazo, se quedó helado en la entrada. Kagami se chocó contra su espalda por la brusca detención que hizo y seguidamente, le vio dar media vuelta y salir de allí.

— Busquemos otro sitio mejor – dijo como si hubiera visto un fantasma.

Kagami miró en el interior pero no había nada raro, así que supuso que debía ser por alguien. No pudo identificar a nadie, pero retrocedió y caminó tras Aomine. No quería meterse donde no le llamaban, así que no preguntó y buscó otra solución, algún lugar donde él se sintiera bien.

— Podríamos pasar por el supermercado, comprar unas hamburguesas, queso y teriyaki y las prepararía. Me salen de muerte – dijo Kagami con una sonrisa intentando calmar el ambiente que se había formado en dos segundos.

Aomine al escuchar aquello, se relajó ligeramente.

— ¿Comemos en el templo? Tienes cocina, ¿no? O quizá... no te atreves a probar mi suculenta mano en la cocina.

Aomine sonrió de nuevo, con más tristeza que las otras veces, pero al menos, era una sonrisa y eso fue lo único que le importó a Kagami.

— Tengo cocina, no me da miedo probar tu "suculenta mano en la cocina" y me gusta más la idea de comer hamburguesas que ramen.

— Perfecto, pues... al supermercado. ¿Dónde está? – preguntó Kagami sin recordar demasiado bien el lugar. Hacía demasiados años que no vivía allí.

— Por aquí. Sígueme.

***

La pequeña casa de Aomine era un completo desastre. ¿Cómo podía ser tan cuidadoso y ordenado con todo lo del templo y tan desastre en casa? Era algo que a Kagami le hacía dudar y sorprenderse.

La cocina y el aseo eran lo único que parecía estar en orden aunque había cosas muy raras. Cuando pidió ir al baño, se encontró con un estante entero lleno de sales de baño, sin abrir, sin usar, casi como si los coleccionase.

En la cocina, mientras Kagami preparaba las hamburguesas y Aomine recogía la ropa tirada con rapidez para echarla de mala forma en su cuarto y cerrar la puerta, no pudo quitar los ojos de unas bandejas de cerezas que se pudrían lentamente sin que nadie las comiera.

— ¿No te gustan las cerezas? – preguntó Kagami al verlas allí.

— Eso... es una larga historia – susurró – o no tan larga. A Momoi le gustaban demasiado las cerezas. Creo que tengo la costumbre de comprarlas, es casi inercia cuando voy al supermercado – Aomine sonrió como si hubiera recordado algo interesante o gracioso de su novia –. Tenía un don para anudar el tallo de las cerezas con su lengua. No sé cómo lo hacía – sonrió – pero desde luego, con tantas que comía, no me extraña que lo hubiera practicado muchas veces.

Aomine tomó los platos a medida que estaban listos y los colocó en la mesa esperando a que Kagami, quitándose el delantal, se sentase primero a la mesa. Aquello olía muy bien y no podía quejarse, era su comida favorita al fin y al cabo.

— Yo... lamento lo de antes – dijo Aomine.

— Fue como si hubieras visto un fantasma.

— Algo así. Estaban los padres de Momoi y no quería cruzarme con ellos.

— Supongo que debe ser duro.

— Me disculpé con ellos y de hecho, ni siquiera quisieron perdonarme porque dijeron que fue un accidente, que no fue mi culpa pero... aun así, no me siento como ellos dicen. Era hija única.

— Cuéntame de ella.

— ¿Qué quieres saber? – preguntó Aomine.

— No lo sé... ¿cómo os conocisteis o cómo os enamorasteis?

— Nos conocíamos desde la infancia. Jugábamos al baloncesto juntos. Ella era incluso más fan que yo del baloncesto, si es que eso era posible. Vino conmigo en primaria, en secundaria y hasta a la universidad. Éramos grandes amigos.

— ¿Cómo pasasteis de amigos a novios?

— En la universidad – sonrió Aomine – eso sí es una larga historia. Intentaré resumirla. Durante unas semanas, te prometo que me desaparecían camisetas – rió con ganas al recordarlo – en uno de los partidos importantes, fui a mi taquilla a ponerme la camiseta nueva que había dejado explícitamente allí para ese partido y... había desaparecido. Me volví loco creyendo que me las estaba llevando sin querer a casa para lavarlas, pero no aparecían. El entrenador estaba harto de que le pidiera camisetas nuevas, me dijo que iba a empezar a cobrármelas. La cuestión es... que tenía que salir a la cancha y no tenía la maldita camiseta.

— ¿Y qué hiciste?

— Salí sin la camiseta.

— Ohhhh – sonó casi a queja. Kagami sabía bien lo que eso suponía –. ¿Y te sancionaron?

— Estuvieron a punto de sancionarme sin jugar algunos partidos, por suerte mi entrenador calmó las cosas y me dio una camiseta de emergencia. Ese día es cuando me puse manos a la obra y le pedí a un gran amigo que me prestase su cámara de video para ponerla en mi taquilla y ver quién era ese ladrón escurridizo que me robaba camisetas.

— ¿Lo descubriste?

— Y tanto. Era mi futura novia – sonrió Aomine –. Me hice el despistado y esperé a que robase otra de mis camisetas para seguirla. Las llevaba a una granja escuela donde enseñaba a niños con problemas sociales o huérfanos a jugar al baloncesto. ¿Cómo iba a enfadarme con ella por eso? Ésa fue nuestra primera cita.

— ¿En serio?

— En serio, bueno... no sé si ella lo consideraría una cita, pero para mí lo fue. Ese día le dije lo que había estado ocultando los últimos meses, lo que confundía con amistad, ese día me confesé y ella me aceptó. Fue raro pero... bonito. Resulta que ambos estábamos enamorados el uno del otro y nunca nos lo habíamos dicho, no nos atrevimos hasta ese día.

— ¿Sabes? Es una buena historia para una primera cita.

— Sí que lo fue – dijo Aomine – ella era... burbujeante. Muy coqueta en algunas ocasiones, pero muy amable y alegre. Con ella nunca te aburrías, siempre había risas y era una romántica empedernida. Ella era mi pilar, tenía un don para recolectar datos de baloncesto, analizaba todo, practicaba conmigo, me ayudaba a mejorar, me enseñaba las debilidades de mis oponentes... cuando hice las pruebas a la NBA, teniéndola a mi lado, no sé, me sentí seguro y confiado, en aquel momento, supe que obtendría la plaza. Supongo que todo se desmoronó con el accidente. Ese pilar se tumbó y no tuve fuerzas para regresar al deporte que tanto amábamos ella y yo.


Notas: La cita de Aomine y Momoi se puede considerar como un episodio aparte, pero si se quiere leer, la podéis encontrar en el perfil. La historia se llama "Sin camisetas jugaré porque sin ellas me quedé", historia conjunta escrita por Kaoru Himura y Fullbuster.


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