TATUAJE
La joven salía de la Universidad y se disponía a ir a su casa. Salió caminando a prisa porque ya atardecía y debía llegar a hacer un trabajo de Literatura para entregar a primera hora del día siguiente. Tomó el camino más corto, pero no el más transitado. La chica frotó la pequeña medalla que colgaba de su cuello y miró al cielo. Empezaban a aparecer los primeros matices del ocaso y ella pensó: "debo darme prisa".
Caminó tan rápido como sus pies se lo permitían. Caminaba y de vez en cuando miraba hacia atrás. Ese trayecto era solitario a esa hora, pero hoy nadie había escogido esa vía. Ella, a ratos, tocaba su medalla la cual tenía el grabado de un ángel y musitaba: "sé que vienes aquí junto a mí, no permitas que nada malo me pase ángel de mi guarda". Musitaba, caminaba y volteaba por encima de su hombro para mirar de soslayo. Así caminó un buen pedazo y se sintió aliviada porque realmente pensaba que iba acompañada por su ángel protector. Una sensación de tranquilidad la embargaba que por un momento apartó de su mente la idea de un potencial peligro y se entretuvo buscando un dulce en su bolso para comer durante el trayecto.
De pronto, al acercarse a un cruce del camino, la joven levantó la mirada para encontrarse frente a ella a un muchacho de mirada ruda y rostro frío. Vestía con ropa oscura. Ella sólo lo percibió enfundado en una chaqueta de cuero y miró que sus manos estaban cubiertas por guantes. Su corazón dio un salto y se paralizó. Detrás del muchacho aparecieron dos más de similar apariencia que se acercaron a ella. Pensaba en su ángel. Lo invocaba desde el fondo de su corazón angustiado.
- ¿Ya despertó?- preguntó aquella voz seca y grave.
- Sí. Está un poco atontada, pero ya despertó.- contestó uno de los acompañantes del joven de chaqueta negra.
-Tráela!
Nuevamente estaba frente a ese hombre de chaqueta y guantes negros. No sabía dónde se encontraba. Sólo recordaba el encuentro en el cruce camino a su casa. ¿Por qué estaba allí?, ¿Quiénes eran esos muchachos? Estas y muchas otra preguntas retumbaban en su mente, pero su boca silenciada por un adhesivo no podía pronunciar nada. Sus manos estaban atadas atrás de su espalda. Parada frente al joven, lo miraba con ojos desesperados, inquiriéndolo y a la vez suplicándole.
Él la miró con frialdad mientras le dijo al oído: si colaboras nada te va a pasar, si prometes no gritar te quito el adhesivo. Ella asintió con un leve movimiento de cabeza (por el momento no podía hacer otra cosa) y el desprendió de un tirón el adhesivo que rasgó un poco su piel.
Cuando el joven vio que la chica estaba sumisa la inquirió con una mirada minuciosa.
- Así me gusta...que seas una buena chica. Vamos a ver nena...necesitamos hablar con tu papito para negociar tu regreso a casa. Dime su número de teléfono para llamarlo. Al decir esto extrajo del bolsillo de su chaqueta un teléfono celular.
- ¿Mi padre?- preguntó la chica un tanto confundida.
- Sí, tu padre. O qué parte de la palabra pa-dre no entiendes, dijo en forma cínica y silabeando.
- Yo no tengo padre, contestó la joven. No llegué a conocerlo porque murió poco después de que yo naciera.
- ¿Cómo que no tienes padre? - Dijo al tiempo que miraba a sus dos cómplices.
- No miento. Esa es la verdad. Ni siquiera llevo su apellido. Puede mirar mis documentos en mi bolso y sabrá que no le miento.
El joven con un movimiento de cabeza le indica a uno de sus compañeros que verifique la información de la chica. Con un marcado nerviosismo uno de los jóvenes busca en el bolso de la chica para luego confirmar la información bajando la cabeza de manera temerosa mientras decía:
- Emily María Fernández...Tiene 20 años y vive cerca de la Urbanización Victoriana, pero no en Victoriana.
El joven con la cara desencajada de la rabia, caminó unos pasos en la habitación mientras vociferaba:
- ¿Así que no tienes padre y mucho menos un padre rico?...Y ustedes son unos ineptos. ¿Cómo se equivocaron?, ¿Cómo me traen a la chica equivocada?
- Creímos que se trataba de ella, la hemos visto a ella y a otra chica caminar por ese atajo. - respondió uno de los jóvenes.
- Pero no es...no es!!!
En ese momento, la joven comenzó a comprender que había una gran equivocación en todo esto. Ella solía irse por ese atajo con su amiga Mariana Monteverde que vivía en Victoriana a pocas cuadras de su casa. Ella si es de familia adinerada y su padre dueño de fábricas. Era un error! -pensó tratando de mantener la calma, ahora me dejarán ir. Se aferró nuevamente a invocar a su ángel mientras miraba a aquellos jóvenes que intercambiaban miradas cómplices y esta vez con un matiz lascivo.
- Pues ya que estás aquí, nena, haremos una fiesta para celebrar esta equivocación. ¿Te parece?, el joven de chaqueta dijo esto mientras esbozaba una retorcida sonrisa y les ordenaba a sus compinches traer bebidas.
La joven comenzó a sollozar pero ellos no hicieron caso. Se pasaban una botella de licor y bebían grandes sorbos. Uno de los chicos quiso acercarse a la joven de manera lujuriosa pero el chico de la chaqueta le gritó:
- No la toques!. Es mi plato principal. Y diciendo esto, se acercó a la chica y comenzó a tocarle la cara.
La joven sollozaba, imploraba a su ángel y con voz entrecortada le pedía compasión a su joven agresor. Pero él no la escuchaba, no quería escucharla. Sólo quería saciar la sed que le había vivado el licor. Tomó a la joven de los hombros y la condujo a una pequeña habitación donde había una cama de colchoneta sucia y sábanas desordenadas. De un empujón la lanzó allí y comenzó a manosearla.
Ella no podía defenderse. Ahora lloraba desesperada, el llanto ahogaba sus palabras. Pero daba igual porque aquel joven no la escucharía. Estaba a merced de él, pero aún ella confiaba en su ángel guardían.
De repente el joven, intentando apresurar las cosas, rasgó la blusa de la chica de un tirón. Su torso quedó al descubierto y en su hombro derecho se veía un tatuaje. El joven detuvo su mirada en aquel grabado. Sus ojos desorbitados miraban aquel rostro plasmado en el hombro de la chica y de repente la apartó como si hubiese visto a un fantasma.
Se acercó nuevamente a ella y desató la soga de sus manos. La miró y sentenció con voz decidida:
- Te irás de aquí y olvidarás todo lo sucedido. No cuentes ni una palabra o te arrepentirás.
Ella sin comprender asentía con la cabeza todo lo que el chico decía. Caminó hacia la puerta mientras él iba detrás de ella.
- Espera...
Ella se detuvo y volteó a mirarlo.
- ¿Quién es el hombre del tatuaje?
- Mi padre - respondió ella-, me lo hice con la única foto que guardaba mi madre de él.
Ella abrió la puerta y salió. Los otros jóvenes no se veían, así que tomó su bolso y corrió a la puerta, destrabó el seguro y cuando se disponía a salir, volteó a mirar al joven. Estaba lívido recostado del marco de la puerta de la habitación. La chica no entendía pero en esos momentos no quería ni preguntar ni entender nada. Sólo quería huir, llegar a su casa y olvidar todo aquello. Y así lo hizo. Corrió tanto como se lo permitieron sus piernas, corrió, corrió y daba gracias a su ángel por haberla sacado con bien de aquella desagradable experiencia.
Esa madrugada, el joven de chaqueta negra, ahora con una expresión perpleja en su rostro entró a su casa. Encendió la luz y vio a su madre sentada en un sillón, medio dormida y con una botella vacía en su regazo.
- Al fin llegas!! - gritó la mujer-, necesito dinero para otra botella.
- Hoy no hay dinero - sentenció con voz seca el joven.
Se quitó la chaqueta y la camisa y desabrochó un poco su cinturón. Se le notaba cansado, como si el peso de muchos años le hubiese caído encima. De pronto se acercó a su madre y le preguntó:
- ¿Recuerdas cómo se llamaba la mujer por la que te abandonó papá?
- ¡Cómo no recordarlo si por su culpa soy este despojo humano!. María Fernández. Así se llamaba la desgraciada. ¿Pero por qué me preguntas?
- Es solo curiosidad...siempre quise saber su nombre. ¿Estará viva?
- No lo sé. Pero espero que esté bien muerta y enterrada como Emilio Santamaría. Ponte la camisa, recuerda que no me gusta mirar tu espalda tatuada.
El joven se dirigió a su cuarto. En su espalda del lado derecho se observaba el rostro tatuado de un hombre. El mismo rostro que llevaba tatuado aquella joven a quien por un error de la vida conoció aquella noche.
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