Capítulo 05
Hace 15 días, cuando visité a mi madre para detallar fechas del "evento" que está planeando casi sin pedirme permiso, me aseguró que mi hermano la estaba pasando mal debido a una colección que le dejó pérdidas en vez de ganancias; me pidió que lo acompañara a su evento para incentivar a sus vendedores a alcanzar metas más altas, a convivir con los empleados para que ellos sintieran que formamos parte de una familia en Pliegues Rosas.
Bernardo, al enterarse de que yo iría, me pidió que no acosara a las chicas bellas en tono de burla. Ambos reímos ocultando que lo incomodo es el hecho de que ni uno de nuestros padres irían con él, y que enviar a su hijo pequeño, del que casi nadie conoce, pudiera sanar una herida que lleva abierta mucho tiempo.
Por fuera todos conocen al invencible hombre de los negocios, pero pocos sabemos lo frágil que puede llegar a ser, cuando el amor de tus seres queridos debería ser tu refugio, pero en vez de eso tienes sus duras críticas. Y no digo que mis padres sean malos, desde su punto de vista, ellos fueron los afectados cuando Bernardo les dio la espalda para seguir sus propias ambiciones.
—¿Tienes planes para esta noche? Dime si no quieres ir —Me quedé callado pensando que lo decía para cuidarme. Solo quería hacer acto de presencia y largarme con mis amigos de fiesta—. Lo digo porque a mamá le daría un infarto si se entera.
—Lo llevo tatuado en la cara. —Respondí riendo solo de recordar la cara de mamá por mis travesuras.
Y ese era el plan. Llegar, subir con él para dar el discurso, aplaudir y marcharme.
Pero una voz cargada de emociones, fue lo que me detuvo a ver el espectáculo de Laura. Nunca mencionó su nombre, bastó lo que decía para saber de inmediato que se trataba de mi hermano. Ese es el efecto Bernardo. Lo increíble es que ella pensara que esa noche dormiría con él. Siendo honesto, agradezco que sus sueños húmedos no pasarán.
Pudo ser una noche cualquiera, sin embargo, ella fue la variable. Una chica con una risa fácil y ojos que parecían fuera de lugar en un salón lleno de egos y expectativas.
Ahora, una emoción me llena el cuerpo, pero esta vez no me siento feliz, por el contrario, la ira me consume nublando mi vista. ¿Es ella, realmente, así? En medio de un bar común y corriendo, bailando con un tipo de lo más insignificante, le regala su presencia. Pero bueno, siendo fríos, yo no asistí a la cita. ¿Qué esperaba? ¿Qué se quedara llorando en su cuarto por... mí? ¿Qué diablos estoy pensando? Con la palma de mi mano toco mi pecho dos veces. Este sentimiento es nuevo para mi. Como si quisiera retener el sonido de mi corazón dejo ahí mi mano. En unos segundos logro apaciguar esta emoción.
Fui a la barra intentando aparentar indiferencia, aunque mi mente seguía atrapada en cómo su vestido se movía al ritmo de la música, sus labios esbozaron una sonrisa que parecía prestada. Pedí una copa sin pensar mucho. Whisky, tal vez. Lo que fuera que ayudara a lidiar con la incomodidad.
Intento no mirarla. De verdad lo intento. Pero mis ojos ya tienen dueña, poco importa hacia dónde decida ver. Siempre encuentran el camino de regreso. Ella seguía bailando, pero ahora con un gesto que reconocía: una sonrisa tensa, que dice "me estoy divirtiendo" solo para que nadie pregunte. Por un momento, noté cómo evitaba mirar al tipo que la acompañaba. Él intentaba hacerla reír, podía ver que ella no estaba feliz. Su risa no tenía la calidez que conocía, la que aparecía cuando hablábamos de tonterías o de algo que realmente le importaba.
Tomé un sorbo de mi copa, sintiéndome un poco mezquino, pero reconfortado. Tal vez era el ego hablando, pero quería pensar que no estaba completamente bien porque no era yo quien estaba ahí con ella. ¿Y si me acercaba? ¿Si le pedía bailar? No, no era el momento. Aunque algo en mí quería creer que, al menos, ella también lo sentía. Que, por más que intentara distraerse, había un hueco entre su risa y sus movimientos que solo yo podía llenar.
Alistair me encuentra en mi segunda copa, sonríe, se le nota contento.
—¿Qué pasa? Vamos a cazar, ¿lo olvidas?
Niego con la cabeza. Observo la mesa donde dejó a las chicas. La que se supone era para mi me observa nerviosa. ¿Qué diablos estoy haciendo? Me lo pregunto por primera vez. Si estoy rechazando a Laura por razones obvias, esa mujer que está sentada ahí, tiene la probabilidad de que causé los mismo problemas que la que sí me gusta.
Sonrío. Acabo de aceptar que me gusta. Y no estoy seguro, pero creo que cometeré una tontería.
—Sí, pero yo ya escogí a mi chica.
La busco de nuevo en la pista de baile, Laura ya no está. Camino entre las personas para ubicarla sin tener resultados. Alistair grita mi nombre, pero lo conozco y no hará gran cosa para que le explique qué está pasando, no es que importe mucho, seguirá su noche sin mi.
Veo lo que parece su vestido perderse en el baño de mujeres así que voy lo más rápido que puedo hacía su dirección.
Estaba esperando frente a la puerta del baño, el ruido de la música retumbando en mis oídos mientras mi mente corría a mil por hora. Cada segundo se sentía como una eternidad, y cuando finalmente vi la puerta abrirse, un nudo en el estómago me hizo casi no poder respirar. Ahí estaba ella, saliendo, pero algo en su mirada me detuvo en seco. No era solo el cansancio o la incomodidad de la situación; algo más estaba presente.
No tenía los brazos extendidos para recibirme, ni esa sonrisa que hacía que sus ojos se achicaran dulcemente. Su ausencia me golpeó como un muro invisible. Me acerqué tambaleándome, el nudo en mi garganta apretando más con cada paso. Tragué saliva con dificultad, incapaz de sacudirme el miedo que palpitaba en mi pecho. ¿Y si me rechazaba?
—¿Estás enojada? —balbuceé, sintiéndome ridículo.
Mi voz apenas se sostenía. Ella lleva la mano a su rostro, un gesto que me atraviesa como un cuchillo. ¿Por qué no dice algo? ¿Qué está pensando? Mi cabeza se llena de posibilidades, todas peores que la anterior. Cada segundo de su silencio es una tortura, un martilleo constante. Finalmente, niega con la cabeza, pero el alivio que debería llegar se queda atrapado, distante.
—Lo siento —digo con urgencia, pero no sé si me escucha.
La música golpea a mi alrededor, agobiante, como si el mundo entero estuviera en mi contra. No puedo soportar esto, este caos, estas malditas luces y el ruido que me rasga los nervios. La necesidad de una respuesta me consume. Tomo su mano con torpeza y la arrastro fuera de ahí.
Cuando salimos, el aire es aún peor. El hedor a orines y humo me asquea, sin embargo, ahora mismo eso no importa. Necesito que diga algo antes de que todo esto me rompa. Ella me mira, esa mirada cargada de algo que me desarma por completo. Sabe lo que pienso.
—Te he dicho que tenemos una conexión especial, ¿ves?
Y toda la tensión se disipa cuando toma mi mano para intentar calmarme.
—Gracias —le sonrio.
Carraspeó intentando recuperar mi dignidad porque ella logra que me sienta de todas las formas posible.
—¿Estás de paso? ¿Vienes acompañado?
Su pregunta me saca una sonrisa pues claramente está buscando sacarme información.
—Vine con la clara intención de no pensar en ti y creo que ese pensamiento me arrastró justo donde quería estar.
Soy honesto de una forma que pretendo decirle que la extrañé. Pero no surge el efecto esperado, al contrario, parece que la pone triste. Le doy tiempo para que me responda, aprieta los labios y antes de que conteste una figura emergió de la penumbra.
Era el tipo con quien bailaba. Su porte era el de alguien que sabía entrar a una pelea y salir sin un rasguño. El hombre no me miró al principio; sus ojos estaban fijos en Laura, con una intensidad que me irritaba.
—Laurita —dijo el desconocido, su voz grave cortando el silencio—. ¿Estás bien?
La forma tan familiar de llamarla me calentó la sangre. Ella ni siquiera tuvo tiempo de responder antes de que el hombre se volviera hacia mí, examinándome de pies a cabeza como si fuera un insecto molesto.
—¿Y tú quién eres? —preguntó, directo, pretendiendo tener derecho a saberlo.
La sangre me subió a la cabeza en un instante. ¿Quién diablos se creía?
—¿Yo? —respondí, cruzándome de brazos—. Soy quien sacó a Laura de ese maldito bar. ¿Y tú? ¿Su cita? Porque si es así, llegaste tarde.
El tipo frunció el ceño, dando un paso hacia mí.
—Soy Thaddeus —dijo con un tono que parecía una advertencia—. Quien la trajo. ¿Y por qué, exactamente, la sacaste?
Sentí que mi paciencia se evaporaba.
—Porque quise. ¿Te molesta? —repliqué, manteniendo mi mirada firme. Luego añadí, casi escupiendo las palabras—: Con la pena, pero Laura está conmigo ahora, así que mejor búscate otro plan.
Thaddeus soltó una risa breve, sin humor.
—¿Es este el tipo que te plantó? —preguntó, dirigiéndose a Laura como si yo no estuviera ahí.
Abrí la boca para responder, pero Laura lo hizo antes. Y no con palabras, sino con una carcajada. Una risa abierta, libre, que nos dejó a ambos fuera de combate.
—¿De qué te ríes? —solté, irritado, mirando a ambos alternativamente.
Laura recuperó el aliento y me miró con una sonrisa divertida.
—Ernesto, Thaddeus es mi amigo. Solo vino a ver si estaba bien. Y, Thaddeus, Ernesto no es alguien de cuidado.
Ambos la miramos, todavía tensos, mientras ella tomaba aire para continuar.
—Chicos, de verdad, esto es ridículo. Me encanta la dinámica de los tipos rudos peleando por la prota, pero no es el caso.
Sentí un calor incómodo en mi cuello, pero me forcé a mantener la calma.
—Está bien —dije, más tranquilo—. Entonces vámonos.
Ella negó con la cabeza suavemente, su expresión llena de disculpas.
—Lo siento mucho, Ernesto, pero vine con mis amigos. Se ofrecieron a traerme aquí para distraerme, y no puedo dejarlos. —El golpe fue sutil, pero se sintió como un mazazo. Antes de que pudiera responder, Laura añadió— Pero, si quieres, puedes acompañarnos.
Me quedé en silencio por un momento, procesando sus palabras. Thaddeus solo cruzó los brazos y me miró con una ceja levantada, como esperando mi reacción. Apreté la mandíbula, la quiero solo para mí, pero me temo que está haciéndome pagar la cita a la que no llegué. Por esta vez se la paso.
—Claro —dije finalmente, tragándome mi orgullo—. ¿Por qué no? Quiero la revancha.
Laura sonrió, y aunque la situación seguía incomodándome, había algo en esa sonrisa que me hizo sentir que, tal vez, no todo estaba perdido.
Caminé hacia la mesa con el estómago algo revuelto. Sabía que era un grupo de amigos de Laura, pero no podía evitar preguntarme cómo serían. Allí estaban, ya varias botellas de cervezas abiertas, rodeando la mesa como si no tuviera cabida para otro más.
Vamos Ernesto, eres uno de los empresarios más sobresalientes de la ciudad, ¿dónde quedó tu confianza?
Me presentaron a Ginna, una chica de risa fácil y mirada desafiante. Antes de que pudiera siquiera abrir la boca, me disparó una sonrisa y dijo.
—Si es real... —pausó y luego añadió con un tono burlón— Si Bernardo Rojas no fuera el hombre más sexy de la ciudad, tu ocuparías ese lugar, eres un muñeco bien echo.
—Pero el magnánimo empresario Rojas jamás tendría el privilegio de sentarse con nosotros, este grupo es exclusivo, entonces mi querida amiga, me alegra mucho que prefieras a Bernardo, porque este muñeco bien hecho es mio.
Preferí no sentirme comparado con mi hermano e internamente me puse feliz de que Laura me prefiriera.
Ambas se rieron.
A mi derecha, Timoteo, el tipo con la camiseta de un cerdo volador, me dio un apretón de mano que me sorprendió con su fuerza.
—¿Pink Floyd, no? —me dijo, señalando la camiseta que llevaba.
Asentí.
—Sí, claro, de mis tiempos.
Timoteo parecía el tipo de persona que le gusta romper el hielo y que no tiene miedo de decir lo que piensa. Esa camiseta de cerdo volador tenía una especie de declaración rebelde que no dejaba lugar a dudas.
Rodrigo, en la otra esquina, era el que menos destacaba en apariencia, pero su movimiento era hipnótico. Estaba allí, con la cabeza moviéndose al ritmo de la música como si no pudiera escuchar otra cosa. No era el más extrovertido, pero su forma de estar tan metido en su mundo me hacía pensar que tal vez había algo más detrás de ese gesto.
Al principio, los tres parecían un poco... bien, digamos, perdedores. La forma en que se comportaban, como si no tuvieran un filtro, me hizo pensar que en cualquier momento se quedarían callados o dirían algo raro. Pero algo cambió cuando, de repente, me vi etiquetado como el "enamorado" de Laura.
Timoteo no tardó en lanzarme una mirada burlona.
—Ah, ¿tú eres el afortunado? —dijo con esa voz que parecía estar llena de sarcasmo y diversión—. Mira, hermano, te damos un consejo: no le rompas el corazón.
Rodrigo, aún moviendo la cabeza con la música, agregó en un tono que no dejaba lugar a dudas.
—Sí, hermano. En cuanto lo hagas, te vamos a hacer saber que aquí no se juega con Laura.
Al principio, me sorprendió la forma en que hablaban. Pensé que estaban demasiado metidos en su propio mundo, pero al final su tono no era agresivo. Solo era... de advertencia. Como si realmente se preocuparan.
—No estoy seguro que ella se deje romper el
Corazón, es tan... Laura —respondí, con una sonrisa que trataba de sonar confiada, pero que estaba más cerca de una mueca.
La mesa se llenó de risas por los comentarios, y por alguna razón, me sentía como un espectador en una obra que no entendía del todo. Ellos parecían cómodos, dueños del lugar en su vida diaria. Ginna seguía mirándome con esa sonrisa de medio lado, lanzando comentarios a Timoteo y Rodrigo, que no hacían más que sonreír, de alguna manera ajenos a lo que los demás pensaban.
Timoteo, con su camiseta de cerdo volador, me miró pensativo, como si sopesara algo.
—¿Entonces, Ernesto? —preguntó, como si el nombre fuera algo divertido que le daba vueltas en la cabeza—. ¿Cómo te encontramos en Facebook? O ¿Instagram?
Niego con la cabeza, no quiero sonar pretencioso, pero si les digo que las redes sociales asociadas a mi nombre las manejan otras personas, más preguntas brotarán.
—No uso. —No estoy seguro si fue una pregunta genuina o es para saber de mí.
—Me alegra, no te pierdes de mucho. A nuestra edad debería importarnos la política o esas mierdas, pero en las redes solo dicen puras mentiras.
Si en este momento Emmeline escuchara a Timoteo, empezaría un debate fuerte.
—¿Y qué te parece el lugar? —Thaddeus preguntó llevándose un cacahuate a la boca.
No estaba seguro de qué responder, pero la pregunta me hizo pensar. No sabía si llamarlo locura o simplemente una forma distinta de ver la vida. Lo que sí sabía era que el lugar me resultaba raro, pero también algo atractivo en su caos.
—Es... diferente —dije, y de inmediato me di cuenta de lo poco original que sonaba. Pero Timoteo pareció estar esperando algo más—. Es parte de ser, cada uno somos diferentes y cuando nos encontramos convergemos en un punto en donde podemos estar.
—Ese es el término diplomático, ¿no? —se burló Timoteo, pero sin maldad, más bien como si disfrutara ver cómo la gente se acomoda en su rol—. Eso está bien, hay cabida para todos.
—Significa que no es de los lugares que acostumbras, ¿no? —Thaddeus no pudo evitar la mirada de desconfianza, quizá aún resentido por nuestro primer encuentro.
—A él le gustan las fiestas privadas —Laura lo dice en tono burlón mientras me guiña un ojo.
No me molesta, al contrario, me gusta que se ponga de mi parte.
Rodrigo, en su mundo, nunca dejó de mover la cabeza al ritmo de la música. Parecía que nada era capaz de sacarlo de su trance, y me parecía casi una broma visual. Cada vez que lo miraba, me costaba no reírme.
—¿Qué pasa con él? —pregunté, señalando a Rodrigo con una ligera inclinación de cabeza.
Ginna miró de reojo y se echó a reír, su risa sincera pero algo traviesa.
—¿Rodri? —dijo, todavía sonriendo. —Es el tipo más relajado que conocerás. No le importa nada, solo le gusta la música.
Timoteo asintió con la cabeza, como si eso fuera una explicación completa.
—¿Sabías que Rodri no necesita hablar para tener una conversación? —dijo con tono serio, pero sus ojos brillaban con diversión—. Lo de él es un arte. Y cuando se pone serio es un profeta, te dirá exactamente lo que pasará.
Me eché a reír, porque me costaba creer que alguien pudiera estar tan centrado en algo como Rodrigo lo estaba con la música. Había algo genuino en su forma de ser.
Poco a poco, la conversación giró en torno a algo menos filosófico. Las bromas empezaron a fluir con más naturalidad, y yo me sentí dentro de un ritmo que no conocía, sin celulares en el rostro, o fiestas llenas de retos por ver que puede sacarnos más adrenalina. Las risas se mezclaban con el sonido de las canciones y las historias que Timoteo y Ginna contaban sobre sus días pasados, los viajes que habían hecho y las experiencias compartidas con Laura. Ella por su parte hablaba sin tapujos sobre cualquier cosa, siempre incluyendome en la conversación.
En un momento inesperado Laura tomó mi mano con firmeza, sin titubear. Su mirada me lo decía todo, y cuando me guiñó un ojo, supe que no había vuelta atrás.
—Ven —dijo suavemente, tirando de mi brazo, y sin pensarlo, la seguí hacia la pista de baile.
—¿Vamos a pasar al siguiente nivel? —preguntó como broma de nuestro primer encuentro.
—Me gusta ver que eres humano, te veo aún más perfecto de lo que te había idealizado.
No siempre es como lo imaginamos. Ella tiene una idea de mí, y eso no significa que realmente así deba ser yo.
—Me gusta ver cuando tomas la rienda, esa mirada segura que lograrás lo que te propones.
—Tienes el don de sacar lo mejor de mí.
—Practícalo más seguido, conquistarás el mundo.
Sentí la música distinta, más cercana, como si el resto del bar hubiera desaparecido. Los demás se desvanecían, el ruido se silenciaba y solo quedábamos nosotros dos. La luz suave del lugar iluminaba su rostro, y su sonrisa parecía brillar más que nunca. Ella estaba aquí conmigo, en este instante, y no podía creer lo fácil que era olvidarme de todo lo demás.
Nos detuvimos en medio de la pista. La gente seguía bailando a nuestro alrededor, yo sentía que no estuviéramos en el mismo espacio. Todo lo que importaba era Laura, su calor, su mano en la mía, la manera en que sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me hizo sentir que no existía nada más.
La tomé de la cintura, mis dedos tocando su piel con suavidad, y ella hizo lo mismo, envolviendo su brazo alrededor de mi cuello, acercándose un poco más. No necesitábamos palabras, solo el ritmo de la música y el latido de nuestros corazones. La habitación se desvaneció por completo, y el tiempo decidió pausarse.
Bailamos, sin importar los movimientos torpes ni las risas en el aire. Solo existía esa conexión, ese momento único en el que el mundo fuera de la pista no tenía importancia. Reímos como locos, disfrutando del presente.
Y entonces, sin previo aviso, nos acercamos, casi imperceptiblemente, y sus labios encontraron los míos. Fue un beso suave al principio, tierno, nos dimos el permiso de ser vulnerables solo por un segundo. Pero luego se intensificó, no queríamos separarnos. Quedamos atrapados en un espacio atemporal. Podía sentir su respiración, su calor, y por un momento, supe que estábamos libres. Libres de todo lo que nos ataba, de las expectativas, de los miedos, de mis compromisos.
El abrazo que nos rodeaba era perfecto, y finalmente nos separaron un par de risas lejanas de sus amigos que nos observaba, no importó.
Deseo que ella jamás se entere de quién soy.
—Te prometo que si te quedas a mi lado, tendremos más noches maravillosas.
—Anotaré cada promesa que sale de tu boca.
La vuelvo a besar, porque me gusta sentir lo que ella provoca con solo un beso.
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