
Capítulo 01
Hay creencias poderosas que atraviesan generaciones guardando esperanza o destrucción, como los chismes de familia que nunca mueren. Aferrándose igual que el sarro que ni con ácido puedes quitar, y bueno, Laura tiene una idea que se alberga en su corazón desde que tiene recuerdos.
Todo empezó en su cumpleaños número cinco, cuando su padre le pidió que apagara las velas, le dijo con mucho entusiasmo: pide un deseo, pero no se lo cuentes a nadie o no se hará realidad. Esa tarde ella, como niña obediente (más o menos), pidió una bicicleta para navidad, de color rojo cereza con campanita, porque claro, ¿qué niña no quiere hacer sonar su llegada por todo el vecindario? Y pues, como la emoción no cabía en su pequeño cuerpo, terminó contando su deseo a todos los que la escuchaban, olvidando por completo la advertencia de su papá.
Esa navidad... la bici brilló... pero por su ausencia. Aunque, spoiler: no fue por andar de bocona. Ella no lo supo, el verdadero motivo fueron las deudas en modo "sálvese quien pueda".
Dos años después, su padre se marchó. Desde entonces, ella guardaba esas palabras como quien guarda memes en su galería: escondidos, pero ahí. ¿Sus deseos, sueños, planes? Bueno, si, no los compartía con nadie, así no le caía la maldición de "ah, qué chido, ¿y luego?". Así que, obvio, también se guardó la promesa de ver a Ernesto una semana después.
Durante siete días, ella sintió por primera vez en sus 24 años de vida, que Dios, el karma, el universo o quien sea que se encargará de repartir felicidad, le había regresado algo de lo que le debía. Como si por primera vez despertara de un letargo doloroso.
La noche anterior de su cita sacó toda la ropa interior de su armario para seleccionar la prenda más sexy que tuviera, tal como lo leyó en internet, a los hombres les gustan las prendas chiquitas, de encaje, alguna tanga que los lleve al mismo infierno. Ella es valiente, así que no se asustó, no es como si fuera algo de otro mundo, ¡puff! ¡ya usó un vestido entallado!, un calzón matador no es nada.
El problema: al abrir el cajón descubrió que su ropa interior era más tierna que sexy. Todo lleno de corazones, fresitas y, para colmo, ¡braguitas hasta el ombligo! Tras una búsqueda más intensa que la de una serie en Netflix, finalmente encontró un conjunto negro que, a su criterio, podía pasar por sexy. Lo guardó como si fuera un tesoro nacional y se preparó para la siguiente parte de la misión: las zapatillas deportivas.
No es que Laura fuera alérgica a los deportes, pero, sinceramente, nunca había tenido tiempo para descubrir si le gustaban o no. ¿Gracias? A su padre ausente y a su madre que trabajaba más que un influencer editando videos, su infancia había sido más de hacer deberes y trabajos de medio tiempo que de lanzar canastas. Cuando Ernesto le preguntó si le gustaba el básquetbol, ella no fingió ser LeBron, pero sí le dijo, con la mejor cara de emoción, que le encantaría que él le enseñara.
El día viernes que recibió su pago fue a una de las tienditas deportivas que había visto cerca del mercado local, le hubiera encantado comprar una en Pliegues Rosas, pero ni todo el salario de un año alcanzaría para pagarlo, así que rogó encontrar algo que le alcanzará en su presupuesto y que no se desmoronara en su primer partido de básquet. Cuando lo vio en el aparador supo que eran perfectos.
—Es la última talla que me queda —dijo la chica de la tienda, después de que Laura preguntara si tenían una más grande. Porque claro, cuando las cosas salen bien, siempre hay un "pero".
Le quedaban ajustados, pero eran rojos, su color favorito, tan intensos que parecían gritar "¡mírame!". Después de pensarlo, llegó a la sabia conclusión de que, con el tiempo (y mucho sacrificio), los haría ceder. Además, con el poco dinero que le quedaba, se compró una blusa deportiva blanca, de esas que "respiran", porque, sinceramente, Laura odiaba sudar como si estuviera corriendo un maratón solo por caminar.
Laura guardó en su corazoncito la promesa que él le hizo. La noche que ese hombre se ofreció a bailar con ella, todo fue tan mágico que parecía sacado de una peli romántica de Netflix. Pero al día siguiente, cuando abrió los ojos... ¡zas! Él ya no estaba. Todo era tan confuso que pensó: "¿Fue un sueño, o qué?". Pero la corbata olvidada en el sillón, esa prueba incriminatoria, le confirmó que no se lo había inventado. Aunque, claro, no había ni una notita con corazoncitos ni pistas sobre cómo volver a hablar con él. Solo la promesa de verse frente a las canchas de básquet de la universidad Élite a las 10:00 horas. Bien jugado, Ernesto, bien jugado.
Al día siguiente, Laura estaba más emocionada que fan en concierto, pues lo volvería a ver, sentía cada parte de su cuerpo diferente, sus ojos tenían un brillo sin igual que sus compañeras de trabajo le preguntaron qué clase de fiesta había sido para estar así de radiante. Su mejor amiga la atacó de preguntas digno de un detective, pero Laura fiel a sus creencias, no reveló su secreto asegurando que el sábado por la noche le contaría todo.
Dos días después, ella seguía igual, como si estuviera viviendo en un musical, cantó varias canciones durante sus horas laborales y estaba tan absorta en su propia burbuja que no se enfureció cuando una de sus compañeras vendedoras le quitó un cliente que pudo haberle dejado una grandiosa propina. Parecía que Laura había encontrado la receta mágica para no estresarse nunca más.
Pero, claro, como en toda buena historia, el tercer día la magia comenzó a dispersarse, pues los pensamientos de dudas aparecieron como mensajes de WhatsApp que no puedes ignorar. ¿Y si no llega? ¿Si se le olvida la hora? ¿Debió de darle su número telefónico? ¿Estaba demasiado borracho y por eso lo dijo? Se sacudía la cabeza de vez en cuando para ahuyentar las preguntas, quería aferrarse a esa promesa, claro que iría, por supuesto que Ernesto estaría igual de emocionado por verla ¿no?
Para el cuarto día, las inseguridades hicieron su entrada triunfal. Puede que él solo haya aprovechado el momento y... bueno... pudo ser una aventura de noche, ¿qué de especial tiene ella para que quiera volver a verla? Era muy normal, quizá demasiado normal para una cita verdadera. Y entonces recordaba la promesa, la forma en que él la miró, la tocó, la besó. Eso no fue un sueño, fue real, se decía y volvía a asegurar que Ernesto llegaría a la cita. Bueno... probablemente no era un psicópata, ¿verdad? Demasiado guapo para ser un estafador de chicas normales, pensó.
Al final, Laura decidió confiar. Ya tenía un par de zapatillas deportivas, y si él no llegaba... pues nada, ¡comenzaría a correr! Porque, ¿por qué no?
Después de todo, el gran día llegó. Esa mañana se despertó muy temprano, a pesar de no tener que ir al trabajo y que acostumbraba dormir hasta medio día, ver a Ernesto le dio la energía para salir a correr esa mañana, no haría el ridículo cansándose en los primeros minutos de botar la bola; ¿Por qué no tuvo esa idea desde el lunes? Bueno, no es que fuera atleta olímpico. Ella no tomó en cuenta que correr tanto cuando su cuerpo no está acostumbrado dolería como si sus piernas pesaran mil kilos más. Claro que también su cuerpo estaba con mucha energía por el momento de volver a verlo. Había una posibilidad de que ese día terminaran de nuevo en su departamento y entonces... pasaría lo que tendría que pasar, como en las novelas.
Hace tiempo, cuando su padre entró a su habitación y le contó que tenía que irse le prometió que jamás se olvidaría de ella, que era lo más hermoso que había tenido y que un día regresaría. Ella se lo contó a su madre con gran ilusión, pero la respuesta que recibió no fue la que esperaba. Su mamá se desboronó como un castillo de naipes y le dijo.
—Si todo eso fuera cierto, él estaría contigo en este momento. Las palabras van acompañadas de los actos, de lo contrario no valen nada.
Con el paso de los años, Laura dejó de esperar que su padre apareciera en la puerta como un mago. La ilusión se fue desvaneciendo hasta que solo quedó la creencia de que los deseos no se deben decir en voz alta, o de lo contrario, no se cumplen. Así que tenía la certeza de que Ernesto llegaría. No se lo había contado a nadie, no fuera a ser que el universo escuchara y decidiera hacer otra broma.
Gina, su mejor amiga, quien la atacó de preguntas sabía que, sin importar con qué a amenazara, ella guardaría su secreto como una caja fuerte. Así que, mientras disfrutaba de su cigarro como si fuera un gurú de la vida, le soltó un consejo digno de tuit viral:
—A los hombres ni todo el amor, ni todo el dinero. —Le dijo con aire de sabiduría.
Laura, con una mirada que podría cortar diamantes, respondió:
—¿No es al revés? Esa frase parece más una excusa para no comprometerse en el amor. ¡Qué machismo!
Gina, sin perder el ritmo, levantó un dedo de advertencia y le lanzó:
—Bueno, estamos en una época donde somos iguales, así que aplica para ellos también —Gina le apuntó con el dedo muy seria—. No sé quién es tu misterioso galán, pero ya que estás en esto, cógetelo todo lo que quieras, pero no te embaraces, no traigas a este mundo más niños sin padre.
Laura no pudo evitar enrojecer.
—Se dice hacer el amor.
—Para que te sirve leer tantas novelas si no entiendes que los hombres no hacen el amor, solo cogen.
Ginna tenía en su mirada esa expresión maliciosa que hacía que Laura dudara, no tenía el don de leer las expresiones.
—Exactamente por eso, porque en las novelas si hacen el amor... y también cogen como cajón que no cierra.
Ambas se rieron. Después Gina sacó de su bolsa de mano una tira de condones que dan en las clínicas locales.
—No son las mejores, pero cumplen con su función.
Laura miró la tira con alegría. Recordó cuando le vio a Ernesto su enorme erección. El deseo que la consumió ese día nunca antes lo había sentido, no se comparó a su primera vez, mucho menos se compara a las veces en que se masturba viendo hentai, su cuerpo completo ardía de pasión, cada poro de su piel le pedía ese contacto. Había dicho la frase cliché de algún libro que leyó, se sintió sexy, atrevida, empoderada, fue una droga que repetiría cuantas veces pudiera siempre que fuera con Ernesto.
Así como no tuvo tiempo para ser la próxima estrella del deporte, tampoco para tener una colección de novios. Tuvo algunas experiencias que se acercaron mucho a lo que ella denominó práctica antes del indicado, hasta que se entregó una sola vez a un muchacho que la pretendió por un año; después ella misma terminó la relación.
Laura recuerda aún al chico del que se enamoró por primera vez, fue un muchacho de la preparatoria con quien el contacto más íntimo fue tocarse sobre la ropa porque ella no permitía que le metiera la mano debajo de la blusa. Empezó con unos apasionados besos, caricias y sin darse cuenta ella estaba a horcajadas sobre él, besándose, tocándose, él tenía sus manos en su trasero mientras su excitación crecía desmedidamente sin evitar correrse y manchar sus pantalones. Para él fue muy vergonzoso que nunca más la buscó. Laura no entendió muy bien lo que pasó, le gustaba mucho hablar con él porque la escuchaba sin interrumpirla, en la calle le tomaba de la mano y pudo sentir que genuinamente la quería. No tuvo una explicación del porqué él había huido, pero fue un dolor que duró varios años. Ahora, Laura ya no tenía 16 años, y su vida había pasado de ser una comedia romántica adolescente a un drama con giros inesperados desde que su madre murió. Ya no estaba en busca de un simple "primer amor"; ahora anhelaba un romance digno de una novela, con el final feliz garantizado y sin los guiones torcidos de su adolescencia. ¡Quería algo épico, como en los libros que solía leer, donde los problemas se resuelven en el último capítulo y el único drama es la elección entre dos galanes!
—Los usaré responsablemente —Le prometió a su amiga.
Ahora, Laura está frente a la cancha de baloncesto de la universidad en la que acordaron verse, esperando como si estuviera en una película de suspenso. Sabe que es una escuela privada. No puede evitar sentir nostalgia porque ella solo concluyó la preparatoria, de haber tenido otra vida, le hubiera gustado mucho estudiar algo sobre marketing porque le encantan las ventas.
Nerviosa, el sudor le asoma por la frente y sus manos están frías como un helado de verano. Su cuerpo entero está tan tenso que podría funcionar como un tirante de guitarra. El miedo de que Ernesto no llegue es tan grande que parece un abismo, como cuando Bernardo Rojas ni siquiera le lanzó una mirada en la fiesta. No tiene ni idea de cómo tuvo el valor para presentarse en la cancha de la Universidad Élite.
Se sienta en las gradas y mueve su pie derecho incontrolablemente. Se frota las manos intentando calentarlas igual que si intentara encender una fogata. Solo las que hemos pasado por esto sabemos la montaña de pensamientos destructivos que pasan por nuestra mente. Mira por todos lados, buscando señales de su galán.
Hubo una ocasión en que su madre salió por la noche a doblar turno en el restaurante porque una de sus compañeras se había enfermando, Laura se había enojado mucho porque ella le prometió que esa noche irían juntas a buscar una escuela donde pudiera tomar clases de costura y así generar ingresos extras. Se enojó tanto que dejó de comer por dos días a modo de castigo. Por supuesto, su mamá ni se enteró. Ese dolor que le aquejaba antes de desmayarse jamás lo olvidaría, fue tan intenso que por primera vez se rindió. Algo semejante comenzaba a surgir desde sus vísceras.
No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, pero estaba segura que el suficiente para saber que no llegaría. Estaba negada a sacar el teléfono y comprobar la hora, quería esperar un poco más. Respiro profundo, retuvo el impulso de echarse a correr al mirar sus zapatos nuevos. Quizá fue un error haberlos comprado solo por el color, no son de su talla y le comenzaban a lastimar.
—No se puede obligar a estar donde no se debe.
Se puso de pie y bajó las escaleras de dos en dos como si estuviera en una carrera de obstáculos.
Observa la cancha. Un grupo de chicos estaba jugando cuando ella llegó y habían dejado la bola en una red colgada en la pared. Se escuchaba la algarabía de los estudiantes afuera, uno que otro pasaba y se sentaba en las gradas sacando un libro o platicando con alguien más. Era normal que los estudiantes buscaran refugio, el lugar estaba techado con cuatro paredes y una enorme puerta que se cerraba por las noches. Laura recordó la noche en que lo conoció. Sentía que todo por lo que había creído se desvaneció en un segundo, pero en esta ocasión no se permitirá hacer una rabieta.
Toma el balón y comenzó a botarla, parecía fácil así que la lanzó a la canasta, no encestó. Lo intentó de nuevo más cerca, pero tampoco pudo. Se colocó la mochila en la espalda asegurándose de que estuviera bien sujeta y de nuevo falló.
—No vas a vencerme. No me iré de aquí hasta meter una canasta —dijo frunciendo el ceño como si estuviera en una competencia de actitud.
La pelota rueda hasta los pies de alguien que la observa. Laura se tapa la boca con la mano, no está segura si es felicidad, rabia o sorpresa, pero sus pies no se mueven.
—Me da miedo cuando te propones un objetivo.
Su voz, esa voz tan masculina que la enloquecía calmó todas sus emociones negativas. ¡Él había llegado!
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