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Después de pasar unos minutos tirada en el vestíbulo, el mareo seguía molestándome. La tranquilidad del lugar me ayudaba, pero necesitaba encontrar un espacio más cómodo donde pudiera recuperarme completamente. Me levanté lentamente y tambaleándome empecé a explorar los alrededores del vestíbulo, buscando una habitación donde poder mejorar mi estado.


Mientras caminaba, noté una puerta entreabierta en la pared lateral. Parecía llevar a un área que no había visto antes, y una sensación de alivio me invadió al darme cuenta de que podría ser justo lo que necesitaba.

Me dirigí hacia la puerta y entré con cautela. La habitación a la que accedí era mucho más tranquila en comparación con el bullicio de la fiesta. Era un espacio elegante y acogedor, decorado con tonos oscuros y muebles lujosos. Las paredes estaban adornadas con cuadros modernos que añadían una sensación de sofisticación. Pero lo que realmente capturó mi atención fue un sofá grande y mullido, colocado junto a una ventana enorme que ofrecía una vista panorámica de la ciudad iluminada.

El sofá parecía estar esperando por mí. Su tapizado en un suave tono azul oscuro contrastaba con el brillo de la ventana, que ofrecía una vista serena y relajante. Sin dudarlo, me dirigí hacia el sofá y me desplomé en él, sintiendo cómo la suavidad de los cojines abrazaba mi cuerpo cansado. Al recostarme, la habitación dejó de dar vueltas y pude encontrar algo de paz. La ventana me ofrecía una vista tranquila de la ciudad nocturna, y el suave resplandor de las luces de la ciudad contrastaba con el deslumbrante bullicio que había dejado abajo. La vista era casi hipnótica, y la serenidad del lugar me ayudó a calmar mi mente y mi cuerpo.

Me recosté en el sofá, mirando hacia el horizonte y sintiendo cómo la calma del entorno me envolvía. El sonido lejano de la música y el ruido de la fiesta parecían estar a kilómetros de distancia, y en este momento, todo lo que podía sentir era el consuelo del sofá y la tranquilidad de mi soledad. A medida que mi respiración se volvió más regular y mi cuerpo empezó a relajar, empecé a sentirme un poco mejor. Me di cuenta de que este rincón escondido en el edificio industrial había sido exactamente lo que necesitaba para recuperar la compostura. Cerré los ojos por un momento, disfrutando de la paz que había encontrado en medio de la agitación. Sabía que eventualmente tendría que regresar a la fiesta, pero por ahora, me permití disfrutar de este pequeño oasis de calma en el bullicioso mundo de la Escuela de las Sombras.



Mientras me relajaba en el sofá, disfrutando de la calma me recordé la canción que mi padre solía cantar en nuestro idioma y no pude evitar cantarla por primera vez sola y borracha:

En las cumbres donde el viento va,
se alza la magia, antigua y audaz,
montañas gritan al cielo gris,
poderes despiertan, fuerza sin fin.


¡Oh, Luna! ¡Guíanos tú!
En la noche, dame luz.
Con mi magia, lucharé,
en las cimas reinaré.

Los ríos hablan con voz de trueno,
la tierra vibra, su poder es eterno,
bajo la sombra de la roca fiel,
forjo mi hechizo, fuego y hielo en mi piel.


Un estruendoso golpe en la puerta me sacudió de mi momento de tranquilidad. La puerta se cerró con fuerza, resonando en la habitación. Me sobresalté y traté de levantarme del sofá, pero el mareo y el efecto del alcohol me hacían tambalear.

Al moverme me di cuenta de que había alguien más en la habitación. Un hombre estaba de pie cerca de mí mirándome fijamente.


El hombre tenía un aura de atractivo inquietante que no podía pasar desapercibido ni en mi estado de embriaguez. Su cabello oscuro estaba desordenado de una manera casi intencionada, acentuando su aspecto despreocupado. Sus ojos eran de un gris intenso, como nubes tormentosas, y parecían reflejar una profunda intensidad y un desafío constante. La mirada de sus ojos grises era penetrante, casi hipnótica, y transmitía una mezcla de desdén y curiosidad que hacía que fuera imposible ignorarlo.


Su mandíbula estaba perfectamente esculpida, y sus labios, curvados en una sonrisa irónica, parecían tener el poder de encantar o desafiar a cualquiera. Su cuerpo atlético estaba bien definido y sus movimientos eran elegantes, aunque su postura despreocupada y su actitud borde le daban un aire de arrogancia seductora. La forma en que se movía y hablaba dejaba claro que no era del tipo que se conforma con las normas establecidas; más bien, se divertía desafiando las expectativas y los límites. Había algo en su manera de ser que mantenía una atracción irresistible, un equilibrio entre la arrogancia y el encanto que dejaba una impresión duradera.


Al verme, el chico levantó una ceja, su expresión una mezcla de desdén y diversión. Su tono era marcadamente borde cuando habló.


—¿Qué haces aquí, Lena? —preguntó, la sorpresa en su voz mezclada con una pizca de sarcasmo. La forma en que pronunció mi nombre me desconcertó, ya que no tenía idea de quién era él.


Me tambaleé un poco, tratando de recuperar el equilibrio mientras lo miraba. A pesar de mi estado, su actitud me hizo sentir incómoda, pero también intrigada.


—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté, frunciendo el ceño, intentando enfocar la vista a pesar del mareo—. No creo que nos hayamos visto antes.


El chico soltó una risa seca, su actitud borde en contraste con su mirada interesada.


—No te preocupes por eso —dijo, con una sonrisa que no llegaba a ser amable—. ¿Qué haces aquí?¿No estás disfrutando de la fiesta? o mejor dicho —dijo tras ver mi estado —quizás la has disfrutado demasiado.


Me sentí aún más confundida por su evasión. Intenté mantener la calma, pero la mezcla de su actitud y mi estado alterado hacían que la conversación fuera incómoda.


—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, intentando comprender sus intenciones— La puerta estaba abierta y yo no sabía que tú, quién quiera que fueses, ibas a estar aquí.


El chico se acercó un paso más, su actitud borde acentuada por la forma en que me observaba con una mezcla de diversión y desdén.


—Pero aquí estoy—dijo, su tono con un matiz de desafío— y parece que lo mejor para ti es quedarte aquí. Las fiestas no son para todos, y tú, chica de tierras lejanas, claramente no estás en tu mejor momento.


Me sentí frustrada y decidida a salir de allí. Intenté caminar hacia la puerta, pero antes de que pudiera alcanzar el manillar, él se interpuso en mi camino con una actitud decidida.


—¿En serio? ¿Vas a evitar que salga? —dije, sintiendo la frustración burbujear—. ¡Qué estúpido eres!


Mi intento de empujarlo para llegar a la puerta fue inútil; el mareo y el alcohol me estaban afectando más de lo que esperaba. Finalmente, perdí el equilibrio y tropecé, cayendo de bruces sobre él. Me desplomé en el suelo, quedándome sobre él mientras intentaba recomponerme.


—¡Maldita sea! —exclamé, sintiendo el suelo frío contra mi piel—. ¿Qué clase de comportamiento es este? ¡Eres un total desastre de caballero!

Sin darme cuenta empecé a hablar mi idioma paterno, el cúal tanto echaba de menos, cómo si él me fuera a entender.

El chico se rió suavemente, disfrutando claramente de mi confusión y frustración. Su risa era una mezcla de diversión y ternura, y parecía estar aprovechando el momento.


—¿Desastre de caballero? —repitió en mi idioma sin una pizca de acento con una sonrisa—. No creo que tengas mucha experiencia con caballeros si te vas tirando sobre ellos.


A pesar de la situación incómoda, su tono coqueteo tenía una chispa de diversión que me hizo fruncir el ceño aún más y más aún porque no entendía cómo es que sus ojos eran del mismo color que el mío y porque hablaba mi idioma. En mi estado de confusión, me senté sobre él a horcajadas mientras trataba de levantarme, pero mis movimientos eran torpes.


—¡Qué gracioso eres! —dije con sarcasmo, mientras intentaba enderezarme—. Si este es tu intento de ser simpático, lo estás haciendo de la manera más miserable posible ¿Por qué hablas Kalhé? —pregunté refiriendome a mi idioma paterno.


El chico se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada fija en mí mientras yo trataba de recuperar el equilibrio.


El chico se rió suavemente, disfrutando claramente de mi confusión y frustración. Con una agilidad inesperada, se giró, en un rápido movimiento, me inmovilizó en el suelo. Sus manos eran firmes pero no brutales, y el peso de su cuerpo sobre mí me hizo sentir completamente atrapada.


—¿Te gusta esto más? —contestó en Kalhé, su voz cargada de una mezcla de desafío y diversión. —¿O crees que esto es más caballeroso?


Sus ojos grises brillaban con una intensidad penetrante mientras me miraba, como si disfrutara viendo mi lucha interna. Mi cara se empezó a poner roja, la frustración y la vergüenza acumulándose en mi pecho. Intenté moverme, pero sus movimientos eran demasiado precisos y calculados; me mantenía inmovilizada sin esfuerzo.


Me sentí completamente atrapada, tanto física como emocionalmente. La combinación de su actitud arrogante y mi impotencia me hizo sentir más enojada que nunca. Mi frustración creció al ver la sonrisa irónica en sus labios, y no pude evitar que mi rostro se incendiara de vergüenza. A pesar de mi estado, el contraste entre su desprecio juguetón y mi impotencia me hizo sentir aún más expuesta.


Finalmente, mientras él continuaba mirándome fijamente con una mezcla de diversión y desafío, me di cuenta de lo enredada que estaba en la situación. Mi enojo se mezclaba con una incómoda sensación de humillación, y mi rostro no podía dejar de sonrojarse ante la descarada actitud del chico.


—A veces, el encanto viene en formas inesperadas —dijo, su tono cargado de un desafío juguetón.

Me sentí frustrada y derrotada, pero también había algo en su actitud que mantenía mi atención.

Con un esfuerzo, traté de mantener la calma y le dirigí una mirada que pretendía ser desafiante.

—¿Quién eres tú? —pregunté, mi voz entrecortada por la mezcla de frustración y confusión—. ¿Por qué tengo la impresión de que te he visto antes? ¿Por qué hablas Kalhé? 

El hombre alzó una ceja, como si mi pregunta le causara diversión genuina. Su sonrisa se ensanchó un poco más, y sus ojos grises continuaron observándome con una mezcla de desdén y curiosidad.

—Eso son buenas preguntas —dijo, su tono lleno de una provocativa indiferencia

De repente, la puerta se abrió de golpe y Lucian entró en la habitación. Su expresión se transformó de sorpresa a preocupación al ver la situación en la que me encontraba.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —exclamó Lucian, su mirada fija en el chico que estaba sobre mí—

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