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La decisión

Mi padre entró en mi habitación, su rostro grave y agotado. Desde el primer momento supe que las noticias no serían buenas. Se acercó lentamente y se sentó frente a mí, mirándome con una mezcla de pena y determinación.

—Lena —comenzó, su voz ronca y medida— los patriarcas han tomado una decisión. El silencio que siguió fue insoportable, como si el aire mismo se volviera más denso. 

 Sentí cómo sus palabras caían sobre mí como una losa de piedra. Intenté decir algo, pero las palabras se atoraron en mi garganta. Mi padre, percibiendo mi lucha interna, suspiró profundamente.

—Lena, hay algo más de lo que debemos hablar —su tono se volvió más suave, pero no menos serio—. Darius... ha logrado convencer a todos de que estás involucrada en la muerte de su hermano.

—¿Qué? —Logré articular, aunque mi voz apenas era un susurro. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y una mezcla de confusión y rabia se arremolinó dentro de mí.

—Darius ha mentido descaradamente, distorsionando la verdad para hacerse ver como la víctima. Asegura que intentó matarte para honrar a su familia, pero como todo ocurrió fuera del territorio, no puede acusarte formalmente. Los patriarcas están confunsos, no creen que hayas hecho eso pero por otra parte, negarlo sería asumir que el sucesor al jefe de la aldea miente. Sin embargo, los patriarcas...

—¿Qué pasa con ellos? —Lo interrumpí.

—No pueden ignorar que tú y Darius rompieron una regla muy importante aplicable a todos los habitantes de estas tierras: está prohíbido abandonar el territorio sin permiso —respiró hondo, como si lo que estaba por decir le pesara en el alma— y aunque no pueden probar las acusaciones, no van a pasar por alto la violación de las reglas. Ambos seréis castigados ejemplarmente.

La desesperación comenzó a tomar forma dentro de mí, sofocando cualquier intento de mantener la calma.

—¿Qué significa eso? —pregunté, temiendo la respuesta.

—Significa —dijo él, mirándome con tristeza—, que tendrás que irte por un tiempo de estas tierras. Los antiguos patriarcas han decidido enviarte a la Academia Luminae. Creen que allí recibirás la educación que necesitas, tras mucho esfuerzo he logrado convencerles de que te permitan vivir con tu madre. Mis ojos se agrandaron por la sorpresa y la confusión.

—¿Mi madre? Pero... ¿por qué ella? Ella es una Obscurita. ¿Cómo puedes enviarme con ella? —la incredulidad en mi voz era palpable.

—Tu madre es... compleja sí.—mi padre bajó la mirada, su rostro lleno de una mezcla de dolor y resignación— Pero no es ella el verdadero problema, sino su familia. Sé lo que te han contado todo este tiempo sobre tu familia materna y sí sé que es difícil de entender pero la situación ha cambiado y necesito que confíes en mí cuando te digo que esto es lo mejor.

—¿Cómo se supone que eso es lo mejor para mí? —grité, sintiendo que la ira comenzaba a reemplazar mi confusión—. ¡No entiendo nada de esto!

Mi padre se inclinó hacia mí, sus ojos llenos de una determinación que no había visto antes.

—Lena, tu madre tiene conocimientos que yo no tengo. Es imposible que yo pueda mostrarte cómo controlar tus poderes, créeme cuando te digo que lo he intentado. La Academia Luminae te ofrecerá las herramientas que necesitas para descubrir quién eres realmente. Es un lugar seguro, y aunque estar con tu madre y su familia será un desafío, es un mal necesario.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, pero las mantuve a raya.

—¿Y qué pasa con lo que siempre me enseñaste? ¿Cómo voy a lidiar con una familia que está envuelta en oscuridad?

—Lena... —mi padre suspiró y su voz se suavizó—. Lo que te hemos enseñado sigue siendo válido. Pero necesitas ver el mundo más allá de nuestro hogar y nuestras costumbres. La Academia te permitirá conocer otros Umbraxis como tú, otras personas que también navegan entre la luz y la oscuridad. Es el mejor lugar para que aprendas a ser quién realmente eres y si después quieres volver esa será tu decisión.

Finalmente, el peso de sus palabras comenzó a asentarse en mí. Sentí que el mundo que conocía se desmoronaba, pero también comprendí que mi padre siempre había querido lo mejor para mí, incluso aunque eso significaba tomar decisiones difíciles.

—Está bien —dije, mi voz temblando mientras intentaba mantener la compostura— ¿Cuándo quieren los patriarcas que me vaya?

—En una semana.

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