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Demonio en miniatura

Cuando abrí los ojos, me encontré ante un paisaje que parecía sacado de un cuento de hadas. Delante de mí se erguía una mansión majestuosa, tan grande y grandiosa que parecía desafiar los límites de la realidad. La estructura era una obra maestra de arquitectura gótica, con torres puntiagudas y ventanas de vitrales que capturaban la luz de una manera mágica, proyectando colores en el suelo de piedra frente a mí.


La mansión estaba rodeada por una verja de metal enorme, sus barrotes forjados en intrincados diseños de enredaderas y flores, que parecían moverse suavemente con el viento. La verja se alzaba imponente, y sus puntas adornadas con detalles dorados brillaban a la luz tenue del atardecer.


Me acerqué a la verja, mis pasos resonando en el empedrado del camino que conducía a la entrada principal. Cada ladrillo de la mansión parecía contar una historia, y el aire a mi alrededor tenía un aroma a antigüedad y magia. Los colores de los vitrales reflejaban en el suelo, creando patrones deslumbrantes que me guiaban hacia la entrada.


Sentí una mezcla de asombro y trepidación al contemplar la majestuosa fachada. La mansión se alzaba imponente ante mí, sus muros impregnados de una historia que apenas comenzaba a desentrañar. Las altas puertas de madera de roble, adornadas con tallados elaborados, estaban entreabiertas, invitándome a entrar en su enigmático interior.


Me detuve un momento, respirando profundamente. Las emociones de la despedida, la preocupación y el asombro se entrelazaban en mi corazón. Con un último vistazo hacia el mundo que dejaba atrás, di un paso adelante y cruzé la verja, lista para descubrir lo que este nuevo capítulo tenía reservado para mí.


El choque de las puertas al abrirse resonó como un trueno suave, y un viento frío pero fresco me recibió. La luz de los vitrales se proyectó en un resplandor multicolor sobre el suelo de piedra, creando un contraste vibrante con la oscuridad que se adentraba en el interior.

Me detuve un instante, sorprendida por el repentino movimiento. Las puertas abiertas revelaban un vestíbulo grandioso y acogedor, lleno de una luz cálida que contrastaba con el frío exterior. La atmósfera dentro de la mansión parecía vibrar con una energía antigua y mágica.

Tomé una respiración profunda y, sintiendo una mezcla de nerviosismo y anticipación, me adentré en el umbral. Cada paso hacia el interior me acercaba a un nuevo mundo de posibilidades, y el eco de mis pasos resonaba en el vacío, como si la mansión misma me diera la bienvenida a su enigmático abrazo.

Mientras cruzaba el umbral de la mansión, el vestíbulo se reveló en toda su majestuosidad, con techos altos adornados con elaborados frescos y columnas esculpidas que sostenían un gran candelabro de cristal. La luz cálida de los candelabros y las lámparas realzaba los ricos tonos de los tapices y los muebles antiguos.


Mi mirada fue atraída por un movimiento en la escalera de caracol al fondo de la sala. Descendiendo con una gracia casi etérea, había una mujer cuya presencia era tan cautivadora que parecía iluminar el espacio a su alrededor. Su cabello oscuro caía en ondas suaves hasta la mitad de su espalda, enmarcando un rostro de una belleza inigualable. Sus ojos, profundos y enigmáticos, brillaban con una intensidad que parecía reflejar el misterio de la mansión misma.Ella llevaba un conjunto sorprendentemente casual para un lugar tan elegante: una blusa blanca suelta con detalles de encaje y unos pantalones ajustados de mezclilla. A pesar de su atuendo sencillo, había una elegancia innata en su porte, una sofisticación natural que la hacía destacar aún en la ropa más informal.


Cada paso que daba descendiendo las escaleras era una mezcla de confianza y fluidez, y sus movimientos eran como una danza ligera, como si estuviera en perfecta armonía con el ambiente que la rodeaba. La presencia de la mujer parecía llenar el vestíbulo con una energía cálida y acogedora, y su sonrisa, cuando finalmente me miró, era a la vez invitante y misteriosa.


—Lena —dijo con un tono que no dejaba lugar a malinterpretaciones—. Finalmente has llegado.

Su saludo era cortés pero reservado, sin la efusividad que uno podría esperar en una reunión familiar. Me detuve un paso antes de las escaleras, sintiendo una mezcla de nervios y una ligera decepción.

—Sí, aquí estoy —respondí, intentando igualar su tono con una sonrisa que no me llegaba del todo a los ojos.

Mi madre descendió los últimos escalones con un ritmo controlado, y al llegar a mi altura, extendió la mano para un saludo formal. Me tomó de la mano con una firmeza que no dejaba espacio para el afecto, guiándome hacia el interior de la mansión con una determinación que contrastaba con el entorno lujoso.

—Vamos, te mostraré todo lo que necesitas saber —dijo, sin dejar de caminar—. Hay mucho que organizar y ponerte al tanto.

Nos dirigimos a través del vestíbulo, y aunque el silencio entre nosotras no era incómodo, sí era palpable. Su actitud profesional y su aire de eficiencia parecían tener la intención de dejar claro que, aunque estaba bienvenida, no había lugar para las muestras emocionales en este nuevo capítulo de mi vida.

Mientras avanzábamos hacia las profundidades de la mansión, el peso del cambio se hizo aún más real, y el sentido de distancia emocional entre nosotras parecía marcar el comienzo de una nueva fase en nuestra relación.

Mi madre me condujo a través del vestíbulo, y mientras avanzábamos por los pasillos adornados con retratos antiguos y tapices ricos en colores, sentí una mezcla de nervios y anticipación. La mansión, con sus pasillos interminables y sus habitaciones elegantes, parecía un laberinto en el que cada esquina escondía una nueva historia.

Finalmente, llegamos a una amplia sala de estar, donde se habían reunido los miembros de la familia que me encontraría por primera vez en este nuevo capítulo de mi vida. Mi madre se detuvo en el umbral de la sala, y me hizo un gesto para que me acercara.

—Aquí tienes a tus primos—dijo, su tono aún manteniendo una cierta distancia.

Me dirigí hacia el grupo que estaba sentado en cómodos sillones alrededor de una mesa de café elegante.

El primero en levantarse fue un hombre de aspecto seguro, con una sonrisa amistosa aunque contenida. —Hola, Selene, soy Kail, tu tío—dijo, extendiendo su mano. Aunque su voz era cálida, la forma en que mantenía la distancia parecía ser un reflejo del tono general.

A su lado, una mujer de cabello rizado y ojos brillantes se levantó con una sonrisa más genuina. —Hola, Lena, soy Candy—Estamos muy contentos de conocerte.

Observé que, aunque la bienvenida era educada y cordial, no era especialmente efusiva. La dinámica familiar parecía estar establecida en un equilibrio entre formalidad y cercanía.

Mi madre me señaló a un lado de la sala donde un joven de mirada intensa y porte serio estaba sentado. —Estos son tus primos, Lucian y Megan.

Primero, vi a Lucian. Su presencia era imposible de ignorar. Era un hombre de estatura imponente, con una figura esbelta pero marcada por músculos sutiles que no necesitaban ser ostentados para ser notados. Su cabello oscuro, tan negro que parecía absorber la luz, caía en mechones desordenados que enmarcaban su rostro anguloso. Cada movimiento suyo parecía estar cargado de una especie de misterio contenido, y sus ojos, de un verde profundo e inquietante, parecían analizarlo todo a su alrededor. La intensidad en su mirada era tan penetrante que me hizo sentir como si pudiera ver a través de mí misma. Las cejas oscuras y bien definidas acentuaban su expresión severa, y la piel pálida de su rostro creaba un contraste dramático con el color de sus ojos y su cabello. Su mandíbula fuerte y marcada, enmarcada por un leve contorno de barba, le daba una presencia aún más enigmática. Cuando sonreía, sus labios finos se curvaban de una manera que era a la vez seductora y perturbadora. Vestía con elegancia, en tonos oscuros que resaltaban su físico y acentuaban el aire de misterio que lo rodeaba.

A su lado estaba Megan, y no podía dejar de notar cómo su belleza contrastaba con su carácter. Su cabello era de un castaño oscuro, casi negro, y caía en ondas sueltas alrededor de su rostro. Sus ojos, de un color ámbar profundo, brillaban con una intensidad que desafiaba la luz que los rodeaba. Había una cualidad en su mirada que me hizo sentir que estaba siendo observada más allá de lo superficial, como si cada gesto y cada expresión fueran examinados con una profundidad inquietante. Su piel era clara y suave, con un resplandor que parecía casi sobrenatural en la luz tenue del vestíbulo. Megan tenía un rostro de rasgos delicados pero intensos, con pómulos altos y bien definidos que acentuaban su belleza. Sus labios eran plenos y de una forma perfectamente esculpida, y cuando hablaba, su voz tenía un tono bajo y enigmático que capturaba la atención de manera casi hipnótica. Su vestido, de un negro profundo con detalles en plata, caía con elegancia alrededor de su figura, añadiendo a su aura de sofisticación oscura.

Mientras me acomodaba con tantas nuevas personas, intentando asimilar el ambiente tan diferente al que había dejado atrás, escuché un ligero alboroto a mi izquierda. Me volví y vi a un niño pequeño, no más de diez años, que había entrado en la sala con una energía inusualmente vivaz. Su cabello era rubio y despeinado, y sus ojos, de un azul intenso, brillaban con una intensidad que parecía desmentir su corta edad. Vestía una camiseta blanca y pantalones cortos, y su actitud era una mezcla de curiosidad inquieta y travesura.


A medida que se acercaba, noté que su presencia no parecía provocar una reacción extraña en la familia. Megan frunció el ceño y se inclinó hacia su hermano, Lucian, diciendo en voz baja algo que no pude oír del todo. Mientras tanto, el niño continuaba acercándose, mirando a cada uno de nosotros con una intensidad que era, francamente, desconcertante.


De repente, Candy se adelantó para interceptar al niño. Su rostro se tensó, y con una sonrisa forzada, se dirigió a mí.


—Lo siento mucho, Lena. Este es Dan. Es un demonio por lo que...

Las palabras de Candy me dejaron helada. No pude evitar un escalofrío que recorrió mi espalda al oír que un "demonio" estaba en la familia. Mi instinto reaccionó de inmediato. Me concentré, sintiendo la energía mágica latir en mis venas, y conjuré un rayo hacia el niño, con la esperanza de protegerme de alguna amenaza desconocida.



El rayo iluminó la sala con un destello cegador, pero el niño Dan parecía no inmutarse. Lucian y Megan rieron y  Kail se movió rápidamente para bloquear el rayo con sus propios encantamientos, y el aire se cargó de una tensión mágica palpable.


—¡Lena, no! —exclamó Kail, con una voz grave y firme. —¡No es una amenaza!


Candy se acercó a mí con una calma tensa. —Dan no es peligroso. Es parte de la familia desde hace generaciones. Su comportamiento es... peculiar, pero no representa ningún peligro.



A medida que la energía mágica se disipaba y la sala volvía a su tranquilidad, mi respiración se estabilizó y me di cuenta de lo que había hecho. Sentí una mezcla de vergüenza y alivio al ver a Dan, que seguía en pie en el mismo lugar, mirando con curiosidad la escena. Su actitud traviesa parecía casi inconsciente del caos que había provocado.



—Lo siento mucho —dije, mi voz temblando mientras intentaba recuperar la compostura.


Lucian y Megan intercambiaron miradas, yme pareció ver cierto desprecio en su rostro.


—Entendemos —dijo mi madre, su tono ahora más suave—. La magia en nuestra familia puede ser confusa al principio. Dan es un miembro querido, incluso si su presencia es... diferente.


Mientras me sentía aún perturbada por el incidente, traté de calmarme, consciente de que estaba en un entorno muy diferente al que conocía, y que había mucho que aprender sobre mi nueva familia y sus peculiaridades.


Mi madre se dirigió al grupo con una actitud de control y eficiencia, como si estuviera gestionando una situación que requería de precisión más que de calidez.

—Ahora que nos hemos presentado, vamos a mostrarte tu habitación y explicarte algunos detalles sobre la casa —dijo, guiándonos hacia una puerta cercana.

Mientras recorríamos la mansión, me di cuenta de que cada miembro de la familia tenía su propio estilo y forma de interactuar. La bienvenida, aunque no cálida, era clara en su intención de integrar a alguien nuevo en el tejido familiar. Y mientras me acomodaba en esta nueva realidad, entendí que mi adaptación sería tanto a la casa como a las personas que la habitaban.


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