No hay un cielo cuya tempestad no aclame tu nombre, ni tormentas, ni tornados, que me tomen con tanta voracidad como tú lo hiciste conmigo.

No existen enredaderas que puedan tomarme como lo hacen tus manos, ni junglas, ni selvas, que me hagan querer desaparecer tan rápido, como lo hago bajo el embrujo de tus labios.

No hay ejército que me haga retroceder, ni algo aún peor que me haga volver sobre mis pasos, como lo hace tu cuerpo cuando se acerca hacia a mi, como nubes negras que dejan en penumbras a un mundo que tiembla de miedo, que siente pánico y que te reza únicamente a ti.