Rebecca, la dulce venganza de mis caprichos: en las letras de tu nombre aún puedo ver cómo se arrastran los corazones de los que te han amado, y, justo al principio, lamentablemente, puedo ver el mío.

Rebecca, el karma que abofetea mis plegarias, el origen de mi insomnio: aún cuando cierro mis ojos, tu visita a mis sueños es inevitable. 

Rebecca, la mujer cuyos labios congelan mis centrañas.

Con aquellos ojos grises, de espirales negros que coloreaban su pupila, y que me hacían meterme voluntariamente hacia su tormenta.

Caía tan fácil, y no por ser una presa indefensa, si no, más bien, por nunca sospechar que lo era, y por nunca sospechar que sus labios, además de besarme con tanta ternura, planeaban sonreír ante la ruptura de mi torpe y enamorado corazón.