En enero las luces se apagan con tan natural monogamia, una después de la otra, como estrellas que, una vez reunidas en el cosmos, deciden morir al mismo tiempo.

En enero los días pasan lentamente y sin apresurarse, aturdidos por las fiestas y por los abrazos inesperados; que insensibles pueden ser los días después de que el año se termina.

En enero las flores se ven un poco más rejuvenecidas, como si las primeras gotas de una lluvia precoz y emocionada las maquillara detenidamente y les dieran ese fugaz y fantástico brillo adolescente.

En enero el viento rompe en llanto y desaparece, las nubes concilian su sueño como de costumbre, pues nunca tienen nada Interesante para ver, y los árboles, como era de esperarse, le abren sus puertas a las alcohólicas aves, embriagadas hasta las plumas de el exótico olor salado del mar.