–¡Ni un paso más!— Gritaron los paños sucios que nunca lave. —¡Ni un paso más, ni una palabra más, ni una promesa más!— Gritaron de nuevo.

–¡Ni un descanso más!— Continuaron, en cánticos aterradores, las sillas que nunca arreglé. —¡Ni un descanso más, ni una siesta más! ¡Otro día sin vida, envidiando la vida de alguien más!

–¡Ni una carta más!— Protestaron los papeles en los que escribí. —¡Ni una carta más, ni un deseo más, ni un llanto más! ¡Si nadie te escucha, debes callar! No llores por alguien, que por ti jamás llorará.

–¡Ni una palabra más!— Grité, mientras me encontraba solo; completamente solo, susurrándole al oído, nuevamente, mis penas a la soledad. —Ni una palabra más, ni un paso más, ni una promesa más!— Continúe, sin que nadie me escuchará. —¡Ni un descanso más, ni una siesta más!

–Otro día sin vida, envidiando la vida de alguien más...— Susurraron las sillas, al verme colapsar.

–Si nadie te escucha, debes callar. No llores por alguien, que por ti jamás llorará...— Concluí, antes de ser devorado finalmente por la soledad.

–Si ella vuelve.— Explicaron mis lágrimas. —A través de nosotras verá, a esta criatura que por el resto de su vida la extrañará.