Déjame gritarles a las estrellas, no permitiré que vuelvan a burlarse de ti.

Déjame abrir las puertas que esconde el universo, permíteme mostrarte que, detrás de tan infame espectáculo de luces, existe un hombre morboso que te vigila.

Déjame iluminar tus ojos con la más deslumbrante sonrisa, permíteme ser el primer hombre en plasmar su nombre en tu ártico corazón.

Sin embargo, no menciones jamás que estuve aquí.

Déjame ser ese fantasma que recuerdes mientras estás sola, a quien sientes de manera inexplicable; permíteme materializarme frente a ti, como la más vulgar de las apariciones.

Déjame ser la primera bocanada de aire que respiras después de un exhaustivo día, permíteme ser el calor que alivie la tensión en tus hombros, permíteme ser las palabras que calmen tus nervios: deja que mi alma arrulle tu corazón, como a una pequeña ave lastimada, que, en lugar de fracturar sus alas al volar, permanece con el miedo de intentarlo.