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4: Cumplir

Desperté sola en mi cama. Moví la mano sobre la manta tras suspirar. No asimilaba lo que me había dicho...


—Eres también un ángel, aunque con cuerpos y nombres distintos, estuvimos juntos vida tras vida. Esta última vez estuvimos entre los que no quisieron ir con Dios cuando nos anunció a todos su futura partida. Te he buscado desde que nací.

—¿También soy fénix?

—No hasta que mate al demonio principal.

—Y... ¿Y tú, cómo lo eres? ¿Alguien más mató a otro demonio? —Pensó un segundo y asintió no muy seguro. Empezaba a enredarme además—. ¿Y eso de que hemos estado juntos siempre... —Empezaba a agradarme la idea, ya no estaría sola. Sonreí de forma leve, ruborizándome sin poder evitarlo—. ¿Hemos tenido familia, niños? —sacudí la cabeza—. Esa pregunta no...

Rio suave y acarició mi mejilla.

—No podemos procrear, estábamos para guiar a las personas, cuidarlas. —Mostró una pícara sonrisa—. Pero sí hemos hecho ciertas cosas. —Guiñó un ojo.

—Apenas te conozco en esta vida —advertí amenazando con diversión, cosa que le hizo reír de nuevo—. ¿Por qué tú recuerdas, y yo no?

Suspiró, tensó los labios unos segundos.

—Bueno, perdón, te mentí. —Fruncí el ceño—. Dios me mandó como fénix desde que nací en la tierra de nuevo, como una misión especial para despertarlos a ustedes, cuando tú lo seas recordarás todo.

Eso no me gustó, no lo de los recuerdos, sino que me había engañado. Una pequeña mentira no muy importante tal vez, pero lo era.

—No te voy a perdonar si me estás mintiendo en otra cosa —advertí esta vez en serio.

—¿En qué más podría mentir?

—Más te vale —dije más tranquila.

Tomó mi rostro y me dio un suave beso que correspondí con gusto. Un simple roce había despertado sentimientos que no conocía y que ahora me eran tan familiares. No había considerado decírmelo antes, pero era porque tarde o temprano yo lo sabría.


Muy tarde recordé la frase que había dicho, «no te acostumbres a mí». ¿Por qué, si era mi compañero eterno? ¿Acaso pensaba dejarme? Eso no se lo iba a permitir, podía decirse que era mi esposo. Salvo que Dios le hubiera dado reglas y no me las había dicho, así como no me dijo desde el principio que él mismo le había dado esa misión. Fácilmente pudo haber seguido ocultándolo.


—¡Marietta, ven a ver! —llamó mi amiga, tocando la puerta pasado el mediodía.

Corrí a abrir, sacando los múltiples seguros, y tiró de mí apenas me vio. Fuimos a su casa al lado y señaló la televisión. Alguien transmitía un video desde la plaza.

—Díganle a su líder que le espero para acabar con él —retaba Sebastien como fénix a tres demonios—. La justicia de Dios tomará otra forma y dejará de ser piadosa con los hombres de mala voluntad —agregó dando unos pasos, dejando fuego en el suelo, amenazando a los presentes—, la justicia de Dios no tendrá espacio para todos ustedes, almas negras de pecado.

Algunos se iban, un par de mujeres lloraban, otros sujetos abucheaban sin creerlo.

—¡Estamos mejor sin el supuesto Dios que nunca nos ayudó! —gritó uno.

—Tú, humano ciego, que nunca lo quisiste ver, que nunca le pudiste entender, puedo ver cada una de tus acciones, así que cállate. —Extendió la mano y le mandó fuego, achicharrándolo en el acto e iniciando el griterío de la multitud.

El que transmitía el video lanzó un grito de sorpresa y emoción, retrocediendo. Grabó cuando el fénix se lanzó contra los tres demonios y los destrozó aunque intentaran defenderse, y terminó huyendo aterrado con la muchedumbre cuando una onda expansiva de fuego se alzaba, alcanzando a varios, y para mi sorpresa, dejando intactos a unos pocos.

Entonces era así, su fuego no mataba a todos, como él dijo, quizá solo a los que no tenían remedio.

—¿Por qué les hace saber que debe acabar con el demonio líder? —preguntó el padre de Janeth.

En ningún momento me lo había cuestionado, estaba más preocupada por ir a buscarlo y ver si no estaba herido. Otra duda vino, ¿por qué él no podía curarse?

—Quizá es al contrario —comentó el señor, revisando un libro—. Quizá busca que lo maten.

Eso me produjo un nudo en el estómago, pero solté un «ja» de incredulidad y me acerqué junto con Janeth.

—¿Para qué querría eso? —Tragué saliva con dificultad, esperando una respuesta.

—Los fénix eran seres que renacían de sus cenizas, quizá busca ser más fuerte, o algo así... o...

«Despertar a los demás»

—No. —Mi respiración flanqueó, quise sonreír por el nerviosismo que me atacó pero ni eso pude—. Son solo historias de mitología o lo que sea que sean, no... no, no tiene nada que ver, él es de fuego, simplemente, no tiene nada que ver con esa ave. —No dejaba de negar con la cabeza.

—¿No te ha dicho nada?

—Solo que si acaba con el líder, despertarán otros fénix.

El señor cerró el libro, pensando unos segundos.

—Coincide con una leyenda que contó mi padre. De la llama extinta nacerá el incendio. Las centellas del cielo traerán justicia y exterminio.

Mi estómago pesaba como el plomo. La angustia no me dejaba seguir más ahí hasta que no despejara mis dudas, hasta que él me jurara por el mismo Dios que no me había mentido. Retrocedí despacio, pedí permiso sin pronunciarlo bien siquiera, y salí corriendo.


Me encontré recorriendo las calles no muy lejanas por las que regresé de su vivienda hasta la mía.

Le vi salir de una pequeña casa y me detuve cuando nuestros ojos conectaron. Me faltaba el aliento, retomé mi camino, con temor y preocupación, que aumentaban a cada paso. Algo en su expresión me hizo saber que quizá ya sabía lo que tenía, apretando el nudo de mi angustia.

—Me espera —dijo con frialdad y se dispuso a ir.

Tras un arranque le rodeé con los brazos, aferrándome a su espalda. Quedamos en silencio unos eternos y dolorosos segundos.

—Dime que no es cierto.

—No sé de qué hablas —respondió con el mismo tono insulso.

Temblaba mientras procuraba abrazarlo con más fuerza.

—Buscas morir... —Jamás algo se me hizo tan duro de decir.

Otro silencio que acababa conmigo.

—Debo iniciar esto, es para lo que me quedé, es lo que Dios sabe que haré. —Cada palabra me hería más. Apreté los dientes, queriendo retener las lágrimas—. Tras mis cenizas surgirán los demás. Debo despertar a los arcángeles fénix. Despertarte a ti...

—No lo hagas —pedí con un hilo de voz.

—Estarás bien, esto tiene un tiempo límite, si no lo hago morirás, jamás dejaré que eso pase, por ti estoy dispuesto a todo. Cuando seas fénix serás invencible.

Mis sollosos no me dejaron seguir reclamando. Tragué saliva que pasó quemando por el nudo en mi garganta.

—No es un adiós —agregó.

—Sí lo es.

—Te encontraré... en lo que hay más allá de la luz.

—¡¿Cómo estás seguro, si Dios se fue?!

No hubo respuesta. Lloré con amargura contra su espalda, detestando todas esas soluciones estúpidas a las que llegaba Dios a veces. Sebastien tomó mis brazos aferrados a su torso y con dificultad me hizo soltarlo. Giró y volví a aferrarme, no sin darle un par de golpes en el pecho.

—Desahógate, llora todo lo que quieras, mi Marietta.

—¡Me estás pidiendo que te vea morir, te odio! —chillé dándole otro par de golpes.

—No dije que tienes que ir...

Me abrazó con fuerza. Me mantuve con los sollozos y temblores hasta que me fui dando cuenta de que era en vano. No se solucionaría con llanto, él no iba a quedarse, los demonios no iban a irse. Maldita sea.

—Prométeme que serás fuerte. —Apretaba los puños tanto que temblaban, solo podía mirarlos sin ver en realidad, con mi vista nublada—. Marietta, por favor, sé fuerte por mí.

—Eres lo único que tengo, apenas apareciste y ya te vas.

—Vas a estar bien. Te cuidaré siempre, esté en donde esté. Prométeme, por favor, prométeme que serás fuerte. Esto es por la tierra, al final, es por lo que fuimos hechos. Cuando seas fénix lo entenderás y vas a ser imparable. —Acarició mis mejillas, limpiando mis lágrimas—. Por favor...

Finalmente asentí.

Nos mantuvimos en silencio minutos que parecieron fugaces, que deseé que fueran infinitos con toda el alma.

Tomé su rostro, empinándome y besándole. Un beso que se tornó intenso, lleno de amor, lleno de dolor. Retrocedí torpemente, quedando contra la puerta, él la abrió y me alzó, enroscando mis piernas a su cintura.

Terminamos en su cama, desnudándonos y amándonos, despacio, intenso, por primera... y última vez. Supe que le había amado infinidad de veces en otras vidas, y aun así, grabé en mi mente por siempre el sabor de su piel, el sonido de su voz, su calor, su aroma y sus caricias.


Salió de la cama, llevándose parte de mi corazón, rompiéndolo en dos. No le quité la vista de encima hasta que salió de casa, dejándola vacía, en penumbras, en silencio...



Anduve observando sus cosas, sencillas y de utilidad. Di un hondo respiro tratando de autoconsolarme, alejando los deseos de sentir sus brazos rodeándome de pronto, cuando un fuerte golpe me hizo soltar un corto grito.

Miré a la puerta con temor, otro golpe y la madera se quebró dejando entrar a los demonios. Chillé y quise huir o repelerlos pero me atraparon veloces, y aunque su contacto conmigo les quemó, me arrastraron afuera y alzaron, llevándome.

Pataleé desesperada al no sentir suelo bajo mis pies, cerré los ojos y mi luz fluyó como escudo a mi alrededor, provocando más quemaduras al demonio que me soltó.

Caí y el vacío me tragó, chillé y de golpe fui detenida en el aire por otro. Me lanzó uno de sus gritos infernales a la cara, otro intentó tirar de mí y empezaron a forcejear, atacándose también. Grité aterrada viendo las casitas abajo y tan lejos, sintiendo que me soltarían y moriría.

Un rayo tocó tierra y el estruendo me alertó. El cielo era oscuridad por las nubes y a lo lejos una centella de fuego batallaba contra una negra como el carbón.

—¡NO! —grité queriendo liberarme. No quería que me usaran para distraerle o sacar ventaja.

Habíamos descendido, me dejaron caer al suelo y el demonio principal lanzó lejos a mi fénix. Se acercó y sonrió satisfecho mostrando sus afilados dientes. Una multitud observaba.

—Maten a todos los ángeles terrenales —ordenó.

—¡No!

—Yo me encargo de esta. —Y se lanzó a mí.

Mi coraje repentino se presentó como un escudo de luz que le quemó y repelió. La centella de fuego lo embistió, dejando todo su calor y haciéndome retroceder.

Otros demonios pasaron matando así sin más a una chica y siguieron tras un joven, corrí a ellos y logré expulsarlos con luz gritando que pararan. Para mi sorpresa, otro pudo defenderse con luz también. Volteé, el demonio arañaba el piso queriendo venir a mí, Sebastien lo retenía.

Los gritos de las personas y los seres oscuros eran abrumadores. La bestia y el fénix levantaban polvo en su forcejeo. Un remolino de demonios apareció sobre nosotros, empezando a aumentar en número, sobrevolando, listos para descender y acabar con todos.

Otro rayo. La luz potente iluminó la escena. La bestia se quemaba viva y era ahorcada contra el suelo, su brazo esquelético se hizo como espada y la clavó en el abdomen del fénix.


Mi corazón dio un salto. Mi respiración se detuvo.


El fénix le lanzó un chillido tan infernal como el suyo al estarse quemando, y tras un veloz moviento lo decapitó.

La horda de demonios gritó y parecieron perder control, saliendo desbocados por doquier. Solo me mantuve viendo a Sebastien perder su fuego, quedando sus alas anaranjadas expuestas, cuyas plumas caían, haciéndose débiles flamas que pronto se extinguían.

Las lágrimas en mis ojos no tardaron en aparecer. Corrí a él al verle caer, sus enormes alas se consumían. Caí de rodillas a su lado, negando sin parar. Abrazaba su abdomen ensangrentado, lo recosté en mis muslos y acaricié su rostro.

—Perdón... —susurró.

Volví a negar.

—Tranquilo... sé que esperarás por mí —sollocé—, estés en donde estés... Prometo ser fuerte...

Cerró los ojos.

Empecé a hiperventilar, su cuerpo empezó a irse como cenizas con el viento, cerré los ojos con fuerza, apretando los dientes.

Un estruendo en el firmamento me sacó del hoyo al que caía. Vi al cielo. Otro estruendo, otra trompeta infernal. Los demonios seguían chillando como locos. De pronto en mí empezó a quemar una fuerza nueva. Jadeé por el calor y la falta de aliento, dolía, mi piel comenzó a brillar y los recuerdos golpearon mi mente.

Grité con fuerza sintiendo que me incineraba. De mi espalda nacieron dos enormes y pesadas alas, cuando me di cuenta, mi grito sonaba distinto, y había un par más en las cercanías. Sentía la fuerza de mil bombas, el fuego fluía de mi piel con furia incontenible.

Sin más, me lancé como centella contra los demonios, los otros dos me siguieron. En el cielo nocturno y todavía tronando, anunciando un nuevo juicio final, pude ver el reflejo del fuego imparable de más fénix en la ciudad, iniciando el exterminio y la lucha contra la oscuridad.


Entendí muchas cosas. Jesus murió para despertar a los ángeles en la tierra. Sebastien murió para despertar a los fénix en la nueva tierra que era ahora, dominada por pecado y demonios.

Y yo iba a tener que seguir sin él, apartada de mi compañero. Cada una de nuestras vidas nos encontramos una y otra vez, nos amamos sin fin, recordé todas, desde la primera vez, todas nuestras penas, alegrías, separaciones repentinas en unas, reencuentros anhelados en otras.


Prometí ser fuerte. No quiso aparecer al saber lo que tenía que hacer, para no causarme más dolor, pero pasara lo que pasara, iba a buscarlo estuviera en donde estuviera. Más fénix se unieron al grupo, siendo una horda impenetrable de fuego y justicia, lucharíamos hasta el fin por la tierra y la poca bondad que quedaba en ella.

La esperanza nació como fuego en mi corazón, él iba a estar esperando por mí.

Más allá de la luz.


FIN


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