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3: En qué consiste todo



—Ya estás —dije alejándome de su insistente mirada que al parecer producía una muy baja luz propia. Eran esos destellos como fuego real en su interior.

Estábamos en un prado medio verde y medio seco, con algunas bolsas plásticas por ahí decorando en lugar de flores. Algunos insectos cantaban, la luz que reflejaba la luna iluminaba de forma ténue. Abracé mis rodillas y respiré hondo. Le había curado los rasguños que tenía.

—No me has dicho tu nombre.

—No me has explicado bien de qué va todo esto.

Suspiró.

—Ya lo he hecho. Si mato al demonio principal, despertaré a los demás para iniciar el exterminio final.

—¿Eso incluirá personas que a tu parecer no merecen perdón? —pregunté con temor, observando su perfil.

Giró el rostro plantando de nuevo sus ojos en los míos.

—No es a mi parecer, sus almas lo dicen.

—Eso me recuerda... ¿Cómo diferencias a los demonios?

—Por su nivel de carga energética oscura. ¿Acaso no la sientes?

—Disculpa, no he tenido tiempo de ponerme a su lado y dármela se psíquica —refuté con ironía. Rio suave para mi sorpresa. Algo en mi estómago se removió, fruncí el ceño y volví a ver al frente—. ¿Tú sabes por qué tengo este don? ¿Soy un ángel o algo así?

—Hasta donde sé, puedes curar, ¿hay más? No temas en mostrarme, ya sabes que conmigo no te va a pasar nada.

Recordé a los hombres calcinados.

—Eso ya me ha quedado claro.

—Anda, muéstrame —pidió con su amable sonrisa.

Resoplé y me puse de pie, él me siguió. Miré alrededor y di un par de pasos levantando apenas las manos sobre la tierra con escasas plantas. Mi cálida luz fluyó y pronto las pequeñas y raquíticas hierbas empezaron a fortalecerse y crecer. Salieron un par de luciérnagas que quizá habían caído a punto de morir antes, e incluso brotaron unas flores.

Me volví para ver a Sebastien y parecía anonadado.

—Es mejor de lo que creí —murmuró—, por eso el demonio decidió que debes morir, ellos solo quieren destrucción.

—Tú también —le reproché—. Creí que habías sido un ángel que decidió quedarse, y como tal, no quieres más muertes, solo liberar a la humanidad.

—Eso es muy poético, querida, se necesita mano firme. La justicia os hará libres. —E hizo una reverencia.

Me crucé de brazos, casi abrazándome a mí misma.

—Me llamo Marietta. —Rompió a reír. Mis mejillas se calentaron ante su obvia burla—. Basta.

—Suena a insulto —se excusó entre risas.

—Suficiente. —Di media vuelta para irme, enfurecida.

—Oh vamos —se quejó siguiéndome—, perdóname.

—Dime de una vez qué debo hacer para terminar e irme —renegué detenéndome.

—Pero perdóname —insistió—, ¿me perdonas?

¿Acaso por haber sido ángel tenía que estar seguro de ser perdonado?

—Ya, como sea...

—Ok —sonrió complacido—. Lo único que debes hacer es curarme si tengo heridas luego de acabar con ese demonio. Ya te lo he dicho, eres mi complemento.

—Pero eso despertará a más como tú. Ahí no acabará.

—Si no gustas seguir conmigo después de eso, no te detendré —aseguró con convicción.

Una leve punzada en el pecho me hizo saber que no iba a querer alejarme, por alguna extraña razón. Asentí despacio, pensando todavía en mis reacciones. Levantó la mano con lentitud, dejando en claro sus intencionces. Mi piel se tensó obligándome a dar un profundo respiro.

—No sé psicología, pero quiero que me permitas tocarte, por favor.

—Yo tampoco sé...

Su mano se acercó a mi brazo, cerca de mi hombro, se detuvo un par de segundos y terminó haciendo contacto finalmente. Mi cuerpo dio un pulso de rechazo y ahí quedó. Me di cuenta de que respiraba de forma agitada, pero empezaba a calmarme.

—Tranquila, todo está bien —me calmó.

No era tan grave, su tacto era suave. No iba a hacerme daño, podía confiar, él me había salvado más de una vez. Podía tolerar su tacto, pero seguía sin considerar a otros hombres, todos eran sucios para mí, él no. Aunque quizá era así de fácil porque no llegaron a abusar de mí, quizá si hubiera sido, no sería capaz ni de pararme a su lado.

Lo miré a los ojos y él me sostenía la mirada.

—Entonces, ¿ya no te incomodo?

Negué, en silencio otra vez. Sonrió con dulzura y sentí su caricia en mi mejilla. Mi pulso se disparó y me aparté aclarando mi garganta.

—¿No debes ir a dormir?

—Sí, y tú. Ve, y no temas, que yo te vigilaré. Descansa.

—Sí... T-tú también.

Di media vuelta y me encaminé. Una suave corriente de aire caliente me alcanzó y volteé. Nada, ya no había nadie en el prado, miré al cielo y vi algo similar a una centella de fuego alejándose veloz.



El aroma a huevo frito terminó despertándome. Sentí estar en la dimensión desconocida, pues hacía mucho que no despertaba oliendo desayuno, yo lo preparaba al estar sola.

Reaccioné de un salto. Estaba sola, ¡no tenía por qué oler a comida!

Salí como pude de mi desordenada cama, tirando la manta al suelo, y fui a paso ligero al salón comedor. Di un brinco al ver a Sebastien con la sartén en una mano y un pan en la otra, mientras le daba una mordida.

—¡Qué rayos haces aquí! —solté.

Me miró y sonrió deslumbrante.

—Buenos días, creí que nunca despertarías.

Quedé perpleja, parpadeando confundida.


Luego del desayuno más raro de mi vida, pero feliz y acompañada después de años, esperó a que me alistara y me llevó a las afueras de la ciudad. Consideré una desventaja el no poder volar, o volar con él. Tuve que ir abrazada a su espalda sobre su motocicleta, gritando de vez en cuando.


—Aprenderás a defenderte de un demonio —anunció a unos metros de mí, con los brazos cruzados—. Debo eliminarlos, pero son muchos, no quiero que alguno se aproveche de una posible distracción mía y te ataque. Ahora ya han de saber que estás siendo protegida —se encogió de hombros mostrándose orgulloso y satisfecho—, nada más y nada menos que por mí.

—¿Saben quién eres?

—Así como yo puedo saber sobre ellos. Así como puedo conocer cada alma, y cada una de sus intenciones.

Sentí incomodidad de pronto. ¿Habría visto que apuñalé a ese sujeto cuando me quiso violar? No lo maté, pero fue mi intención.

Su amable sonrisa me ofreció calma, y preferí no preguntarle sentía pensamientos también, o no iba a poder ni concentrarme en lo que pediría.

—Bueno, adelante.

—Es simple, tu luz puede servir para repeler o, como mínimo, ser escudo, contra un demonio. Al ser energía oscura son débiles contra esta. Ponte en posición, con las manos al frente. —Así lo hice—. Enfócala y visualízala como una protección, además puedes lanzarla. ¿Lo tienes?

—Sí, creo. —Mi luz fluía, algunas hierbas recobraban su verdor.

—No la enfoques en curación, recuerda, protección. —Respiré hondo, no estaba tan simple—. Procura tenerlo antes de que lleguen —agregó con leve diversión y preocupación.

Le miré con los ojos bien abiertos. Sonreía de lado a algo a mis espaldas. Se me enfrió el cuerpo y jadeé con temor.

—Ahí está —dijo un sujeto.

Volteé y los vi. Unos siete demonios flotando y unos tres humanos, cuya apariencia no solo no era la mejor, sino que podía percibir la leve pesadez energética. Nunca me percaté de ello, o era que en un día había progresado de forma extraña.

—Es el demonio de fuego que buscan —agregó otro.

—¿Demonio yo, o ustedes? —respondió Sebastien—. Puedo ver cada uno de sus asesinatos, escucho los gritos de sus víctimas. —Sus ojos parecieron empezar a iluminarse. Había bajado los brazos y apretaba los puños—. ¿Yo un demonio? Ja. —Los hombres sacaron armas, al parecer, obedeciendo a los demonios—. Tal vez, porque aquí se les devolverá, y yo tampoco siento piedad.

Me apuntaron y se lanzó encendiéndose en fuego más rápido que los disparos, me cubrí del calor soltando un grito de sorpresa. Cuando bajé los antebrazos, solo dos demonios habían escapado de su onda de fuego, dos de los hombres ya estaban calcinados también, el otro se quemaba vivo, al haber sido tomado del cuello. Me tapé los oídos.

Él era más bien un ángel oscuro, un mercenario de la muerte... Y todavía planeaba ayudarle.

Un chillido infernal me sacó de mi mínima distracción y vi al demonio venir contra mí. Grité y quise defenderme con la luz pero una bola de fuego lo pulverizó.

—¡Corre! —ordenó Sebastien, reteniendo a otro ser.

Un tercero se le plantó en la espalda y mordió la base de su emorme ala de fuego. Él aumentó las llamas y la bestia empezó a chillar, sin soltatlo. Su brazo esquelético y oscuro se hizo agudo y afilado. En menos de un segundo la agitó y el otro demonio igual, realizando cortes en su espalda y abdomen.

Sebastien pareció no sentir, y ni siquiera hubo cambios en su cuerpo. Quizá en verdad era puro fuego. Sus ojos amarillos y luminosos destellaron, le arrancó la cabeza al demonio y terminó por hacerlo pedazos mientras el otro se preparaba para clavarle su especie de «brazo espada».

En eso recordé, las heridas aparecerían luego. ¿Y si lo herían de muerte? Solté un jadeo al ver a la criatura lanzarse.

—¡Déjalo! —grité y desprendí una onda potente de luz que lo repelió y quemó.

Chilló, de su cuerpo salía humo, lo había lastimado en serio. Mi alivio duró poco cuando se lanzó a mí, soltando su infernal grito con dientes afilados. Una bola de fuego potente lo interceptó por el costado y de nuevo tuve que cubrirme. Estuvo tan cerca que mi piel ardió.

Retrocedí respirando agitada, volví a ver con temor. Ya nada. Sebastien se mantenía lejos, con las alas extendidas, dando más luz que el mismo sol, había acabado con todos.

El fuego se extinguió y dejó ver un par de alas como de ángel pero anaranjadas que no tardaron en desaparecer también. Cayó de rodillas apretando su abdomen. La angustia genuina me invadió y corrí a él.



Le contemplé dormir en mi sofá, apenas cabía. Estaba con el torso desnudo, su camiseta y chaqueta negra estaban secando ya que las puse a lavar para quitar la sangre, ya lo había curado también.

Mantenía el crucifijo colgando de su cuello. Pude verlo mejor, pequeño, plateado, quizá era de acero. Me pregunté si lo llevaba como símbolo, por su naturaleza, o simple gusto. No pude evitar además echar un vistazo a su cuerpo, estaba bien formado, suavemente tonificado. Era atractivo, pero recién venía a percatarme apenas de ello, quizá por mi temor, por la mala experiencia.

—Ya está listo —avisó el papá de mi amiga, que me había prestado la secadora portátil como de costumbre.

—Muchas gracias —dije dando la vuelta para sonreírle.

Me devolvió el gesto y le dio una rápida mirada de cautela a Sebastien.

—Cualquier cosa, estamos al lado —agregó—, más si es el demonio de fuego Fénix del que dicen que ha matado todo lo que se le cruza en el camino.

—Él sabe a quiénes matar —excusé encogiéndome de hombros. Bajé la vista—. Claro que tal vez es algo extremista, pero dice que muchos ya no tienen reparo...

Asintió tensando los labios y se despidió. Cerré la puerta y suspiré.

Me senté en un banquito al lado de Sebastien. De extraño modo sentí que había estado conmigo siempre, y solo recién venía a presentarse.

—¿Por qué no apareciste antes? —susurré—. Hubiera estado menos sola...

Tras un impulso, me incliné y deposité un beso en sus labios, apenas un roce, mi corazón dio algo similar a los galopes de un caballo. Una fuerte sensación apareció. Me alejé unos centímetros y me sorprendí al ver sus ojos destellantes observándome.

Nos miramos otro par de segundos.

—Vas a tener que explicarme por qué siento que hemos estado juntos más tiempo que la vida misma.

—No te acostumbres a mí, por favor.

—¿Por qué no? Solo dime, ¿por qué de repente siento esto?

Me atrajo a sus labios y me dejé envolver en un cálido beso.

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