2: Una leyenda con una misión
La criatura desconocida enfrentaba a los siete demonios que se habían quedado a esperarle, sus fuertes alas envueltas en fuego dieron un par de aleteos y las ondas de calor viajaron enseguida, alcanzándome de nuevo, calentándome la piel, pero tenían otro efecto, los demonios parecían volverse físicos tras el paso de estas. Era como si parte de su poder se perdiera ante la presencia del fénix.
Sin más, se lanzó contra uno, impresionándome mientras chillaban enfurecidos. Se revolcaron sobre la tierra y pude levantarme y correr antes de que el encendido polvo me cayera.
Me uní a la multitud que volvía a correr, luego de haberse quedado mirando también. Sin embargo, una bola de fuego cayó por delante y quemó a otros cuantos. Volteé y grité al sentir el casi roce de un auto que pasó por el costado atropellando más gente.
El fénix sostenía a un demonio del cuello mientras tiraba de uno de sus brazos, este le arañaba el fuego pero parecía hacerle nada, hasta que termino arrancándole la extremidad y solté aire para luego volver a querer huir.
Notaba que mientras más tiempo pasara esa cosa en la tierra, mayor era la temperatura del ambiente. Me empezó a faltar aire, fui empujada y aventada al suelo por otro grupo de gente que quería escapar tanto como yo. Los gritos de las personas y los chillidos de los demonios siendo destrozados eran horribles.
Tras un impulso de estupidez, volví a mirar. Cinco de los siete demonios yacían hechos pedazos por ahí, el fénix se debatía con otro y el séptimo estaba sobre su espalda, queriendo sesgarle un ala sin importar que se estuviera quemando. Tiró de él, haciéndole retroceder, y el que tenía forcejando salió huyendo veloz como rayo. La criatura se giró y le lanzó una bola de fuego al que le había interrumpido, consumiéndolo en el acto.
Vio hacia donde se había ido el demonio faltante y soltó un chillido al tiempo en el que una onda de calor y fuego crecía a su alrededor. Abrí los ojos con desesperación y quise correr, pero el color anaranjado me alcanzó junto con el calor abrasador. Grité como nunca y me preparé para ser quemada viva con los demás, pero la oscuridad llegó antes.
Las centellas del cielo traerán justicia, eso es lo que son...
—¿Estás en este mundo todavía?
...
—Uhmm...
¿Ese lastimero quejido había salido de mí?
Mis pensamientos empezaron a fluir entre la masa lerda que era mi cerebro. Apreté los parpados al darme cuenta de que los tenía cerrados, y los abrí despacio.
Un crucifijo pequeño y metálico colgaba cerca de mi vista. Retrocedió dándole pase al rostro de ese desconocido que ponía algún trapo húmedo sobre mi frente. Mi pulso se empezó a acelerar y a zumbar en mis oídos. Volví a quejarme y a mover la cabeza, con la inútil intención de recuperarme del letargo y salir disparada, pero mi cuerpo estaba en otra sintonía.
—Tranquila, ya pasó.
—Déjame —logré balbucear.
El aire era fresco, al fin se enfriaba mi interior. Mis mejillas estaban calientes, ruborizadas por el calor al que estuve expuesta. Pude sentarme y el trapo húmedo cayó a mis muslos.
—Gracias, pero ya debo irme.
—No puedes irte, los demonios te buscan.
—Qué importa.
—Te matarán, apenas el líder decide que debes morir, todos los demás también se enteran.
—Esa cosa los mató.
—No al principal.
Fruncí el ceño. ¿Cómo diferenciarlos, si eran todos iguales? O casi. Recordé que uno había tomado una forma un tanto diferente, pero de ahí volvió a confundirse. Al parecer el fénix sí podía reconocerlo, pero...
¿Cómo sabía él eso?
Me puse de pie, estaba en un sofá o algo así, él me siguió y retuvo de los hombros alegando algo pero lo aparté con brusquedad y quedó mirando sorprendido.
—No-me-to-ques —aclaré—. No me toques. No me gusta que me toquen, ¿entendiste?
Él levantaba las manos en señal de rendición.
—Tranquila, ya te he dicho que no voy a dañarte.
—Gracias por ayudarme, pero deja de seguirme, asusta.
—Entiende que ahí afuera no estás a salvo.
—Ah, ¿y aquí sí? No seas ridículo. No puedes tenerme encerrada. —Miré alrededor, una pequeña vivienda, con apenas unos tres ambientes tal vez.
—Si podemos convivir, no veo por qué no. Ya sabes mi nombre, dime el tuyo —continuó con amable sonrisa, acercándose y bajando los brazos.
Retrocedí mirándolo con preocupación. Sin duda estaba mal de la cabeza, ahora tenía que escapar de este. Iba a estar difícil, era alto, podría cargarme al hombro como si nada y llevarme. Mis ojos escanearon cada objeto que estaba a mi alcance, una lámpara, una mesita, una taza...
Sus manos de apariencia fuerte, los brazos con rasguños, su atuendo que consistía en prendas negras, el crucifijo. Si supuestamente creía en Dios, como para llevar eso colgando, no tenía por qué querer lastimarme, aunque no podía suponer que era buena persona tampoco.
Me petrifiqué. Rasguños.
—¿Dónde te hiciste eso? —pregunté señalando uno de sus brazos.
A mi mente vivieron fugaces recuerdos de la centella de fuego en el cielo, la gente quemándose, el fuego alcanzándome, y la silueta de alguien cargándome en brazos.
Mantenía una expresión neutra y siniestra de pronto, mi corazón volvía a acelerarse y empezaba a hiperventilar. Vi a mis costados de nuevo, buscando algo, aunque defenderme no iba a servir.
—No voy a lastimarte, ¿cuántas veces voy a tener que repetirlo?
—Aléjate —advertí retrocediendo.
Choqué contra alguna mesa más grande.
—Por favor, tranquila —pidió con preocupación.
Negué enseguida.
—Mataste gente, eres un demonio —solté con horror al recordar cómo acabó con las personas.
—Ah, disculpa, creí que estaban por matarte —se excusó de pronto, ofendido.
Abrí la boca sin poder creerlo, ofendida también. Lo admitía, admitía haber matado a sangre fría. O caliente, si podía hacerse de fuego... ¡Lo que fuera!
—No hay excusa...
—Los hombres de mal no tienen perdón de Dios ni de sus ángeles, ya no, nunca van a cambiar, por más que se les castigue, por más que se les reproche. Nunca, nunca cambiarán. Al decidir no ir con ellos y quedarme a ver qué hacían los demonios, desarrollé otra forma para enfrentarles. Las heridas que obtengo en batalla no aparecen hasta que regreso a mi forma humana, tú tienes el don de dar vida y curación, eres mi complemento. —Me atrapó con sus oscuros ojos con raros destellos entre amarillos y anaranjados como el fuego. Hecho que me hizo recordar de nuevo la clase de cosa que era—. Hay más como yo, pero no despertarán hasta que el demonio líder sea destruido...
Quise salir corriendo pero me atrapó y chillé como loca, pataleando y retorciéndome para que me soltara.
—¡¿Acaso quieres que esos demonios te maten?!
—¡Déjame!
—¡No puedo sin ti, te necesito!
—¡Estás loco! ¡No voy a ayudarte en nada que tenga que ver con matar!
—¡No vas a tener que hacerlo!
—¡SUÉLTAME!
Me soltó al fin y salí corriendo. De un empujón abrí una puerta y me vi en la calle, estaba concurrida, varias personas pasaban de prisa, algunas comentando sobre la nueva matanza. Volteé asustada, extrañada porque no me seguía, y la vivienda parecía estar vacía por completo.
Corrí de nuevo, alejándome.
Cuando estuve cerca de mi casa la noche caía, pasé por la plaza en donde, a pesar de los destrozos, se libraba una fiesta desenfrenada entre los presentes. Vi que unos sujetos llevaban a una chica menor a rastras, gruñí con fastidio porque los ataques no paraban, todos los días la gente moría. Iban quedándose los que eran prácticamente basura, temía al pensar que quizá la siguiente sería yo.
Quizá era mejor que lo fuera pero de una mejor forma, no huyendo, sino defendiendo. Tomé un trozo de madera rota de las que habían amontonadas por el suelo, esta tenía unos cuantos clavos expuestos, y me dirigí corriendo hacia donde se habían ido los sujetos.
Cuando doblé por el callejón, fui atrapada por otro.
—Miren lo que encontré, una valiente voluntaria —se burló.
Grité agitando el palo pero me lo arrebataron entre risas, escuchaba además los gritos de la chica y la reconocí, era la que una vez me ayudó con su padre.
—¡Déjenla! —chillé.
Para mi horror, dos tipos la tenían más allá abusando de ella, mientras otros dos me tapaban la vista y me agarraban. Empecé a retorcerme, asqueada, las lágrimas quisieron salir.
Era estúpida por haber creído que podía hacer algo, era horrible todo lo que pasaba, y no parecía que habría cambio. No iba a poder salvar a mi amiga y a mí menos.
—¡Van a morir si no se arrepienten! —grité.
Más risas. Claro. Un golpe seco en el estómago me sacó el aire y solté un lastimero jadeo intentando recuperar aliento.
—Grita, me gustan los gritos —dijo el sujeto.
Le escupí.
Tiraron de mis cabellos arrancándome el grito que querían, además de algunas cuantas hebras de este. Las lágrimas saltaron por el dolor. Caí de pronto y uno de los tipos se estampó contra un muro lejano, completamente achicharrado.
Agitada me apoyé en los antebrazos y pude sentir el calor abrasador de nuevo. Quedé a gatas y me reincorporé. El ser alado envuelto en fuego vivo pasó como rayo y me tapé los oídos cuando el hombre gritó antes de ser quemado vivo y partido en dos tras el corte de una de las enormes alas. Al milisegundo el otro estaba en la misma situación.
Silencio.
Mi amiga parecía inconsciente quizá, pero estaba tendida en el suelo, el calor del fénix aumentaba. Volteó a verme con esos ojos amarillos y luminosos y despegó con un veloz movimiento. Me cubrí del aire caliente con los antebrazos y me mantuve ahí, dándome cuenta de que temblaba.
Pronto solo escuchaba mi respiración, y la música extraña a todo volumen que venía de la plaza.
Me abrecé a mí misma y el llanto brotó, me encorvé en un par de sollozos que quemaban en mi garganta. Estaba asustada, traumada por las cosas que había tenido que ver, las cuales habían sido peor en el transcurrir del día. Asustada por la situación, y porque él tenía razón, no iba a haber cambio, la humanidad estaba perdida, por eso todo lo bueno se fue.
Pero habían quedado esos seres, los fénix, para dar un último intento de salvación. Anduve hasta Janeth, mi amiga, esquivando los cuerpos calcinados, sin voltear a ver a los que tenía atrás, ni a los costados. Trate de alzarla y ella empezaba a recobrar consciencia.
Fui recibida por su padre que no dejaba de agradecer y al mismo tiempo maldecir, con ella con la ropa hecha girones pero vestida de nuevo, sin dejar de llorar. Curé sus heridas, pero las del alma no estaban a mi alcance.
Cuando salí, más de noche, la fiesta en la plaza continuaba. No me importó, buscaba a alguien y sabía que a pesar de que no lo había visto, me seguía. Caminé entre la multitud que se movía bajo trance, que se caían por ahí, que gritaban eufóricos, y al mismo tiempo era ajena a todos ellos. La música retumbaba, la letra contaba sobre la chica a la que todos miraban mientras ella solo te buscaba.
Me detuve al sentir a alguien detrás. Volteé alzando la vista, encontrándome con los ojos de extraños destellos como el fuego.
—Entonces, vas a ayudarme...
—Sí...
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