/Capítulo 9/
Ninguna lluvia cayó ese día, y Daniel volvió en el autobús con un cosquilleo un poco doloroso en la boca de su estómago, uno que probablemente se debía al terror del disparo que todavía no se le pasaba, su mente no dejaba de revivir esa escena una y otra vez, simplemente era incapaz de olvidarla, era como si estuviera grabada en sus retinas.
Se frotaba sus manos y miraba nerviosamente por la ventana cada que el autobús se detenía en una parada, temía que las personas responsables del disparo volvieran y decidieran que querían acabar con eso de una vez. El que James siguiera sin aparecer tampoco mejoraba la situación en lo más mínimo.
Tras lo que le pareció que fue una eternidad finalmente llegó a la Universidad, y bajó con tanta rapidez que acabó empujando a unas cuantas personas que se interpusieron en su camino. Miró la hora, y supo que debía esperar al menos una media hora antes de volver a casa. Ya no tenía alternativa para entrar a alguna clase, pues la última ya había iniciado y sabía que el profesor de esa hora no le permitiría acceder.
Ahí estaba la culpa de nuevo, de haberles mentido a sus padres, de haberse empeñado en tratar de acabar con esa situación, de intentar resolverlo todo por sí mismo... Realmente apestaba.
Daniel recorrió los árboles y los campos que rodeaban la Universidad, mirando el suelo y pateando una que otra piedra. Pensó en su loca mañana, y soltó un largo suspiro que hizo a sus labios temblar. Nuevos pensamientos empezaron a fomarse en su mente aunque enseguida fueron reemplazados por un voraz hambre que su estómago sentía y que se abrió paso en su cuerpo entero, tal vez por el miedo y la adrenalina ni notó que la sentía, y ahora que por fin había pasado del todo esa emoción el hambre le pegaba con más fuerza.
—¡Hola, Daniel! —saludó una voz aguda y femenina, él alzó la vista y se encontró con unos ojos cafés a la distancia, sujetos a un rostro fino y con facciones ligeras.
Era Leyre, una chica que asistía su clase de Historia y que se sentaba a un lado suyo. No habían congeniado lo suficiente para saber algo más allá que su nombre, pero se conocían de rostro y habían compartido palabras y conversaciones anteriormente.
Leyre era... No había palabras para describirla, era extraña e inteligente a su manera, no tenía amigos, y aunque al principio eso la hizo creer que ella y Daniel se llevarían bien por lo mismo, se llevó una decepción cuando el chico se siguió mostrando igual de cortante y despectivo como con los demás.
Pero Leyre hablaba con todos, y la actitud de Daniel no la detuvo de cumplir su cometido.
—¿Por qué estás aquí? —cuestionó Daniel, con la intención de preguntarlo antes que ella lo hiciera.
Leyre enarcó una ceja y posó las manos sobre sus caderas.
—Tengo el mismo derecho de hacerte la misma pregunta —respondió ella y una pequeña sonrisa subió a sus labios—. Pero estoy aquí porque espero a Juliet ya que me sacaron de la clase de Ciencias por comer en el aula —se encogió de hombros y su sonrisa pareció ensancharse—. Ya respondí, así que, ¿tú por qué estas aquí?
Daniel vaciló, Leyre podía ser perfectamente una máquina de secretos desparramados y era capaz de hacerlos llegar a los oídos del más improbable si así lo quería ella. Así que no era conveniente soltarle una mentira vana.
—También me sacaron de la clase —mintió, por un momento pensó en decirle que esperaba a Sunder, pero seguramente ella ya sabía que el chico había faltado (y si bien no tenía esta certeza no se podía arriesgar).
Leyre en cambio, se rió, cosa que puso nervioso a Daniel.
—Vaya, vaya. Te nos has rebelado —bromeó, hizo un cono con sus manos y gritó:— ¡Daniel el rebelde anda suelto, tengan precaución!
Daniel sintió su rostro arder cuando notó que varias personas que caminaban cerca de allí se giraron al oír el grito.
—¿Quieres callarte? —pidió—. Mejor dicho, ¿puedes callarte?
—Biológicamente soy capaz de mantener las palabras para mí misma, ¿quiero hacerlo? No, no realmente... Pero siendo serios, quería preguntarte acerca de tu hermano...
—¿Mi hermano? ¿Qué tiene él?
—Pues... Ya sabes, hace poco fue su aniversario... De muerte, ¿no? —la sonrisa de Leyre había desaparecido y se notaba a leguas de distancia que intentaba ser discreta y sensible con el tema.
Daniel puso los ojos en blanco ante su comentario.
—Sí, lo fue, y puedes hablar de eso, no es como si fuera un tabú o qué se yo.
—Generalmente la muerte de un ser querido se convierte en un tabú para las personas que le rodean, supuse que sucedía lo mismo contigo.
—Bueno, supones mal, las personas que creen ese tabú es porque no consiguen superar a la persona que perdieron.
—¿Tú has conseguido superar la muerte de tu hermano?
—Sería un idiota si no fuera así.
Leyre parpadeó con fuerza algo confundida.
—Si tú lo dices —murmuró, se quedó en silencio por unos minutos y luego agregó:—, sin embargo eso no es el punto. En realidad quería preguntarte si planeabas asistir al funeral de Félix.
Daniel por unos graves segundos se preguntó quién era Félix, y cuando lo recordó se sintió inmediatamente mal por haberlo olvidado tan fácilmente, qué idiota era. Resistió el impulso de golpear su frente con la palma de su mano y en su lugar fingió pensar en su pregunta.
—No lo sé. Digo, no conocía a Félix, me parece que será mejor que no vaya, no me gustaría parecer hipócrita —contestó finalmente.
Leyre ladeó la cabeza.
—¿Por qué serías un hipócrita por eso?
—Oh, vamos, jamás en mi vida supe su nombre y de pronto cuando muere resulta que le tenía gran estima, eso es ridículo... ¿Sabes cuántas personas fueron al funeral de James? Demasiadas, a muchas ni siquiera las conocía, ir al funeral de alguien sólo porque te sientes culpable y obligado es lo más hipócrita que puedes hacer.
—Sólo es una norma de la sociedad darle condolencias a alguien que perdió a una persona importante.
—¿No es eso la definición de hipocresía?
—Bien, cree lo que quieras, yo sí pienso ir al funeral de Félix, sólo quise pararme a preguntartelo.
Leyre dió media vuelta y se marchó de ahí con paso furtivo y molesto.
Que dolor de cabeza, pensó Daniel, soltó un suspiro de frustración y decidió que no le daría importancia a la conversación que había tenido con ella, ¿qué podía saber Leyre de eso al final de cuentas?
Suspiró amargamente y se recargó contra el tronco de un árbol, esperando que los siguientes minutos no le tomaran más contratiempos.
Su rostro comenzó a cabecear y sin razón aparente sintió sus párpados más pesados, estaba apunto de cerrarlos de no ser porque sonó el timbre con fuerza, lo aturdió, y lo espantó, y lo hizo ponerse de pie de un salto.
—Está bien, está bien —se dijo a sí mismo, restregando sus ojos con sus puños y comenzando a caminar rumbo a casa.
Daniel no tardó en llegar, pues lo hizo a un paso rápido y sólo se detuvo a mirar el cielo sobre él, que sorprendentemente seguía despejado.
Al llegar, vió que sus padres estaban en la sala hablando en murmullos, Daniel debía admitir que al verlos con semblantes tan serios inmediatamente pensó que lo habían descubierto, con éste pensamiento culpable y asustado no se atrevió a mirarlos y subió con paso pesado los escalones, llegando a su habitación y comenzando a hacer los deberes de hace dos días, con sus manos temblando y saltando en su cama cada que sonaba algún ruido en la planta baja.
No le gustaba mentir por el simple hecho de que las mentiras eran tediosas, si ibas a comenzar un engaño mínimo debías hacerlo bien, pero eso implicaba trabajo y un sobreesfuerzo, y no, eso no era para Daniel.
Terminó los ensayos y un proyecto extra que estaba seguro de que estaba mal hecho, pero al acabar sólo se desanimó por pensar que ni siquiera tenía conciencia de los deberes de los días que había faltado. Y sí, Daniel podía ser un chico problemático en cuanto a conducta, pero las tareas también le preocupaban y ocupaban un espacio considerable en su mente. Pues no en vano había llegado a la universalidad con buenas calificaciones.
Quizá no era ningún nerd, sin embargo no era necesario serlo para tener remordimientos si no realizaba sus deberes.
Se quedó en su habitación el resto de la tarde. Nada nuevo en realidad. Su madre subió con él un par de veces preguntándole en lo que ella creía que era una forma indirecta si ya no había vuelto a tener ningún tipo de "visiones" peculiares. Por temor a que su madre dudara de su cordura, Daniel tan sólo le respondió que no había vuelto a suceder.
La tarde llegó a su fin, y pronto abundó la luz de la luna en el cielo, que por primera vez en días no estaba contemplado de nubes y dejaba admirar la belleza de las estrellas.
Daniel no volvió a ver a James en todo ese tiempo, ni aún cuando se despertó al día siguiente. Eso en verdad le frustraba un poco y a su vez lo alegraba enormemente, al grado de comenzar a pensar que quizá los problemas habían pasado y que todo ese tiempo sí se trató de una alucinación suya.
Resultó que los deberes que los profesores habían encargado en su ausencia eran tantos que Daniel se ocupó toda la tarde de ese nuevo día en hacerlos, Sunder había vuelto a la Universidad por lo que al menos sabía que tenía a su amigo a su lado, quien se pasó un rato por la tarde con la intención de hacer juntos sus tareas.
Daniel estaba cansado de escribir tanto, podía sentir como su mano comenzaba a dolerle y su cuerpo también, pues aunque cambiaba su posición de vez en cuanto seguía siendo incómodo permanecer allí durante horas.
Sus padres no lo molestaron en el rato, pensando que Daniel no necesitaba distracciones, y tenían razón al fin y al cabo.
Aunque, para cuando el reloj dió las 9:30 pm Daniel se puso de pie en silencio y aprovechando la confianza que sus padres le habían otorgado salió de su habitación con pasos silenciosos y apenas notables, con sus tenis deportivos.
Abrió la puerta principal y en el mismo silencio salió de su casa, estaba sorprendido que realmente sus padres no hubieran bajado a revisar, ya que en realidad su nulo ruido no era total y había cometido uno que otro desliz en su recorrido.
Una vez que estuvo en su patio comenzó a caminar con paso apurado y mirando de lado a lado, con la sensación de que era seguido, aunque concluyó que esta sensación se debía a que rara vez salía de noche.
En esa noche, el cielo había vuelto a nublarse, y todas las calles se encontraban sumidas en oscuridad, salvo por los postes de luz que alumbraban con palidez un pequeño límite de leguas.
Daniel no pudo tomar el autobús, ya que eso significaba esperar una hora o tal vez más, y el tiempo era de lo que no disponía. Tomó un taxi que paseaba por allí, subió al asiento del copiloto y cuando el auto arrancó Daniel miró por la ventana con gesto ansioso, mientras retorcía sus manos.
No dejó de mirar al conductor, pues no le inspiraba confianza y el hecho que llevara lentes oscuros en una noche así no lo ayudaba.
No tardó en llegar gracias a que las calles estaban vacías casi por completo. Cuando llegaron a la calle deseada, el conductor le dedicó a Daniel una mirada anonadada.
—¿De verdad esta calle? —preguntó, señalando con la cabeza la gran oscuridad que la rodeaba, ya que los postes de luz se encontraban descompuestos y las casas de allí estaban totalmente oscurecidas.
Daniel no le respondió, y sólo le otorgó el dinero apropiado, bajó del auto y se encaminó con paso inseguro hasta el centro de la calle.
Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, más sin embargo eso no evitaba que tuviera que esforzarse para distinguir entre sombras propiciadas por su mente y sombras de objetos.
Entonces sintió como alguien lo tomaba del hombro.
Daniel no gritó y sólo se giró en cuestión de segundos, alzando los puños y dispuesto a atizar un golpe a cualquiera que estuviera detrás de él.
—¡Tranquilo! ¡Soy yo! —dijo la voz de Griffin, Daniel entrecerró los ojos y se alivió al reconocer su rostro.
Había optado por acudir a Griffin, al principio pensó que podía decirle que las cosas se cancelaban y que no era necesario que continuara con eso, pues estaba convencido de que James no volvería a aparecer, pero acabó por decidir que el plan de Griffin le intrigaba un poco y antes de decirle algo primero quería llegar al fondo del asunto.
—Oh, lo siento —se disculpó Daniel, bajando la guardia al instante—. Me pregunto por qué motivo escogiste una calle tan escalofriante y oscura. Me pone de nervios.
—Sí, sí. Es gracias a que los que habitan esta calle no han pagado para arreglar los postes, y ya ves, creo que son vampiros, aman vivir en la oscuridad, ¿sabías que una vez yo conocí a un vampiro hecho y derecho?
Daniel bufó, sin darle ninguna respuesta al respecto.
—Ya dime por qué razón nos encontramos aquí —murmuró en su lugar.
Casi pudo ver una sonrisa formándose en los labios de Griffin, pero no tuvo la total certeza debido a la poca luz que lo cubría
—¡Es simple! —contestó—, para hallar al asesino de James debemos allanar la estación de policías y encontrar su expediente. Y tú me vas a ayudar.
Daniel sintió como la sien le palpitaba con fuerza.
—Debes estar mintiendo —contestó sin poder evitar el temblor que se adueñaba de su voz, y por primera vez estuvo ansioso de que así fuera.
—¿Mentir? No, yo jamás miento.
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