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/Capítulo 8/


Daniel debía admitir que se sentía mal por engañar a sus padres y salir hacia otro rumbo totalmente distinto del acostumbrado. Pero eso no lo detuvo y con cada paso que lo aproximaba al apartamento lo hizo volver a plantear su situación, y lo hacía llegar a la misma conclusión: Que mejor ahora que nunca.

Al mal paso darle prisa, decían.

Y prefería mil veces terminar con eso en ese momento, antes que se volviera a grandes rasgos y las cosas se dificultaran. Sentía un enorme nudo en la boca de su estómago que sólo se apretaba con cada paso que daba, lo que convertía eso en una experiencia considerablemente tortuosa.

Daniel quería volver, sin embargo ya estaba ahí, era demasiado tarde para dar marcha atrás. Además de que, claro, en el fondo no quería tener que fallarle a su hermano en eso, aún cuando sabía que era imposible que realmente fuera su hermano.

El edificio al que James lo había guiado no poseía ningún guardia en su entrada ni mucho menos, sino que la entrada era completamente libre con uno que otro vecino que miraba en su dirección, Daniel resistió el impulso de dar media vuelta y marcharse a casa, y se forzó a subir las escaleras que iban en caracol que se hallaban en el interior del edificio.

—Es el apartamento 4 —comentó James con ligera indiferencia, como si sólo le estuviera comentando un dato a la ligera.

Cuando Daniel subía miró a James de reojo y notó como éste no subía los escalones como lo hacía él, sino que flotaba a penas unas pulgadas del suelo, y la diferencia entre los escalones y James era apenas notable, aunque si lo intentaba notarla podía hacerlo. Daniel, en cambio, debía hacer un poco de más esfuerzo, no era una persona particularmente atlética y la simple de actividad de subir por las escaleras lo agitaba más de lo esperado.

No tardó mucho en llegar al piso que James había mencionado, y cuando estuvo frente a la puerta con la placa número 4 sobre ella, sintió un cosquilleo en las puntas de sus extremidades e inconscientemente comenzó a frotarse las manos, un hábito que tenía cuando se sentía nervioso.

Esperaba no estar en un error al confiar en James con ese asunto. Esperaba que todo saliera bien. Y sobre todo esperaba que sus padres no tuvieran que enterarse. El plan era simple: Entrar, explicarle a ese tal Griffin la situación, y si todo resultaba bien él le creería, ayudaría a James a hallar a su supuesto asesino y todo se resolvería.

Suspiró antes de dar un paso al frente y tocar la puerta, vacilante y dudoso aún.

No tuvo que esperar mucho antes de que la puerta se abriera. Un hombre de tal vez 27 años se asomó, tenía una mirada calculadora y severa, su pelo era arenoso y castaño. Y sus ojos, sus ojos eran azules, de un tono que te hacía mirarlos y pensar si estabas haciendo bien en pararte frente a él.

Daniel se inquietó un poco y jugueteó aún más con sus pulgares, mirando de reojo a James.

—¿Es usted Griffin Tanner? —preguntó Daniel, tropezando ligeramente con las palabras al notar que los ojos del hombre no se apartaban de él.

—¡Es él! ¡Es él! —saltó James con una sonrisa, pero claro, sólo Daniel lo podía oír, así que el hombre no se inmutó en lo más mínimo. Era como tener a su lado a una persona que hablara otro lenguaje que sólo él podía entender: Nadie más le haría caso y únicamente para él sería una molestia al oído.

Y entonces las expresiones en el semblante de Griffin Tanner cambiaron radicalmente, pues el hombre sonrió abiertamente y abrió la puerta en su totalidad de un golpe.

—No, no. Griffin no está —dijo él con seguridad, confundiendo al instante a Daniel, quien parpadeó sin comprender varias veces—. Yo soy su hermano gemelo, gusto en conocerlo, ¡Griffin volverá mañana tal vez!

Sonaba tan sincero que no hizo más que hacer dudar a Daniel. James soltó un bufido mezclado con una carcajada que dejaba en claro la gracia que le hacía la situación.

—Oh, Daniel, creo que olvidé avisarte lo más importante —dijo con más humor y buen ánimo del que le habría gustado—, ¡Mi querido amigo Griffin es un poco mentiroso!

—¿Mentiroso? —preguntó Daniel en voz alta y el hombre lo miró, volviendo a cambiar su semblante a uno más serio y severo, lo que le hizo retroceder un paso.

—¿Cómo sabes quién soy? —demandó saber el hombre con tono frívolo y adoptando una postura erguida, sus ojos se entrecerraron y sus dedos se aferraron al borde de la puerta con enorme fuerza.

—¡Dile que eres hermano mío! Se acordará de ti —aconsejó James con tranquilidad.

Daniel carraspeó con su garganta, sólo un poco asustado con la peculiar personalidad de Griffin, a quien en realidad no comprendía en lo más mínimo.

—Hum, soy hermano de James Stone —repitió Daniel, dejando de frotar sus manos y atreviéndose a mirar al hombre a los ojos, Griffin lo miró de pies a cabeza unos segundos con gesto subjetivo y curioso.

Él chasqueó la lengua tras quedarse en silencio por unos segundos y volvió a sonreír.

—Te recuerdo, eres Dune, ¿no?

—Daniel —corrigió él con cierto fastidio que fue incapaz de ocultar.

Griffin le restó importancia con un ademán de mano. Entonces le hizo una seña hacia el interior del departamento, haciéndole claro que lo invitaba a pasar. Daniel miró a James antes de entrar, preguntándose qué clase de amigos había tenido su hermano en vida.

El apartamento de Griffin era pequeño y sus paredes lucían desgastadas, tenía una sala con solo un sofá y un televisor pequeño encima de un mueble de madera, también había una cocina con un comedor que se encontraba en el ala este y del lado opuesto había un baño y dos habitaciones cuya descripción le era imposible saber. Pero Daniel se quedó de pie en la entrada, a espaldas de la puerta ya cerrada y sintiéndose un poco incómodo.

No solía visitar casas ajenas, y el estar en ese apartamento era una experiencia considerablemente nueva.

—¿Y que te trae por aquí? —preguntó Griffin, justo frente a Daniel ladeando la cabeza, era como si pensara formas de hacerlo sentir incómodo... Si realmente era así debía admitir qie resultaban muy efectivas.

Daniel vaciló y no dijo nada por unos minutos, planeando la manera en que iba a decir lo que había ido a contar.

—Yo... Es por James... —comenzó hablando, luego supo que era el momento de soltar la bomba.

Daniel le contó todo, desde el principio hasta el fin, sin ser capaz de ocultar detalles, porque realmente necesitaba que le creyera y hasta los más pequeños detalles hacían la diferencia, su voz al principio sonó débil y trastabilló varias veces con las palabras (lo que era en verdad vergonzoso) pero conforme avanzó en su relato se sintió más confiado y pudo continuar con mayor seguridad. Cuando finalmente terminó y se quedó en silencio, Daniel pudo darse cuenta de que Griffin lo miraba con curiosidad y un matiz de incredulidad.

El silencio que siguió de ello hizo temer a Daniel con gran severidad, incluso era capaz de sentir las palmos de sus manos sudando.

—Pruébalo —dijo, recuperando ese tono serio— prueba que puedes hablar con James, que te diga algo que sólo el sabía de mí.

Daniel miró a James en busca de ayuda, y una sonrisa subió a los labios de su hermano.

—Dile que —dijo él— la vez en que nos arrestaron por allanamiento de morada fue también la vez que lo acompañé a buscar su estúpido celular a la casa de su ex. Nunca hablamos de eso con nadie y siempre que contábamos esa historia decíamos que realmente habíamos ido a recuperar un trabajo sumamente importante y no un ridículo celular.

Daniel repitió tales palabras letra por letra, comenzando a molestarse por tener que repetirlo todo de esa forma, casi como si fuera un pequeño loro.

Griffin puso mala cara, sus ojos se entrecerraron y su semblante se arrugó en un gesto pensativo.

—Bien, te creo —abrió de par en par sus ojos y volvió a sonreír como si nada hubiera pasado—. Pero aún no comprendo por qué viniste conmigo.

Daniel se preguntaba lo mismo. Bueno, eso y el hecho de que Griffin le hubiese creído con tanta rapidez, él aún ni siquiera se creía la situación del todo, y Griffin ya la había digerido sin más duda. No sabía si eso era una cosa buena o si era algo a lo que debía tenerle miedo. De igual manera decidió que no quería profundizar esos pensamientos y se centró en lo que Griffin le había preguntado

—James cree —contestó, muy a su pesar— que puedes ayudarlo a encontrar a su "asesino" —hizo unas comillas en el aire denotando una pequeña burla.

Pero Griffin no parecía incrédulo ni mucho menos le causó gracia, no como Daniel había previsto que sucedería.

—¡Lo mataron! —exclamó Griffin, enarcando las cejas hasta lo más alto de su frente—, ¡Yo sabía que él no se suicidaría! Y menos por algún tipo de droga, recuerdo perfectamente que cuando le ofrecían drogas, James declinaba muy molesto, decía que depender de algo como eso era volverse débil y vulnerable, ¡él odiaba esas palabras!

Daniel no supo que responder a ello. Removió un poco incómodo sus pies y metió las manos a sus bolsillos.

—Hum, sí. Ése es el asunto, tú lo ayudas, buscas venganza por él, yo vuelvo a mi casa y todos somos felices, ¿no suena como un buen trato?

Griffin abrió la boca para decir algo, pero entonces un sonido estrepitoso y hondo rasgó el aire. Era como el de un trueno, pero más profundo, capaz de erizar los cabellos del más valiente. Porque se trataba de nada más y nada menos que el sonido de una bala siendo disparada por un arma de fuego. Era imposible que pudieras oír ese ruido sin sentir ningún terror invadir tu cuerpo... A menos que tú fueras la persona que disparara, claro.

Daniel, por instinto se agachó y cubrió su cabeza con sus manos, segundos después se oyó el sonido de un cristal siendo roto y pudo verlo esparcerse por el suelo, lo que confirmaba el hecho de que la bala había sido disparada en dirección del apartamento de Griffin.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Daniel, sin dirigirse a alguien en concreto. Su corazón latía a gran velocidad y pudo oírlo bombear contra su pecho, estaba casi seguro de que le daría un ataque de asma, algo que no le había ocurrido desde los 7 años. Por lo que intentó tranquilizarse y respirar con calma.

James no respondió y sólo se quedó impasible y atento, mirando el ala oeste, de donde había venido el ruido. Griffin, por otro lado, puso un dedo en sus labios mientras su entrecejo se arrugaba y se arrastraba hacia la pared con suma cautela.

Daniel maldijo por lo bajo y se arrastró junto a Griffin, ambos recargadados en la pared y agudizando los oídos en espera de otro ruido. Daniel a esas alturas se había olvidado de sus problemas de respiración y toda su atención se cernía sobre Griffin, y la incertidumbre que reinaba el lugar.

Cuando nada más se oyó por varios minutos, Griffin se decidió a hablar:

—Bueno, bueno. Es claro que o alguien se equivocó de ventana, o es alguien de mis muchos enemigos, lo cual no tendría sentido porque soy muy agradable y simpático, ¡Hasta los canguros me aman!

Daniel le dedicó una mirada confundida.

—Oh, genial —murmuró, con tono lastimero y afligido—, ahora estoy aquí en medio de una posible balacera con un loco..

Griffin no pareció oírlo, y se puso de pie. Pero justo en ese momento un sonidos similar al anterior volvió a sonar, pero incluso más cerca, en las habitaciones, Griffin abrió los ojos como platos y salió del apartamento tan velozmente como una gacela.

Daniel gimió y corrió detrás del hombre, ¿Por qué? ¿Por qué? Se preguntó, no obtuvo respuesta alguna y aceptó que su única opción era seguir a Griffin.

Pisándole los talones, corrió escaleras abajo, y salió por la entrada de auxilio. No supo en que momento sus piernas comenzaron a correr por la acerca de las calles, ni en que momento el sonido no había vuelto a repetirse y la única razón por la que huía era por el calor del momento.

—¡Espera! ¡Espera! —gritó Daniel, sin poder correr más y tomando una honda exhalación, antes de parar y apoyar sus palmas en sus rodillas. Oh, ahí estaba de nuevo, ese dolor en su pecho que parecía perforar sus pulmones. Hizo una mueca y apretó los dientes con fuerza.

Griffin se detuvo, y se volvió hacia él.

—¿Realmente tienes 17, chico? ¡No puedes ni correr un par de calles! ¡Yo a tu edad sabía pilotar un avión y navegar un barco! —dijo, sorprendido y mientras se acercaba.

Daniel no lo miró, se incorporó y dirigió su visita a sus alrededores. Se decepcionó al no ver a James, aunque inmediatamente otros asuntos más importantes embargaron su mente.

—¡¿Puede explicarme por qué dispararon a tu apartamento?! —preguntó Daniel, con sus casillas fuera de sí, su tono era más alto de lo usual y a su vez muy débil.

Griffin miró sus uñas con un repentino interés en ellas.

—Oh, sí. Eso. Te digo que sé tanto como tú, así que no lo sé. ¿Pero sabes algo? Sé cómo encontrar al asesino de tu hermano, pero necesito tu ayuda.

Daniel se rió. Estaba harto. Harto de esa situación y de estar metido en ella aun pese a que su voluntad había sido la contraria. Estaba cansado, asustado y realmente lo único que quería era volver a la Universidad y terminar el maldito ensayo de Ciencias. Un deseo que jamás creyó que tendría.

—¡No quiero nada que se involucre con esto! —explotó Daniel, e hizo un gesto señalando su alrededor—. Ya no. Haz lo que quieras, pero paren de meterme. No lo pedí, y ahora mismo sólo anhelo volver a casa.

—¡Bien, bien! —respondió Griffin, usando su mismo tono de voz altanero y sonoro—. Pero eres el único que puede hablar con James, ¿esperas que lo haga todo sin ninguna pista? Escucha, la única ayuda que pido de ti es esta: Que vengas aquí, a la 10 de la noche mañana, ¿Está bien? Cuando llegues te explicaré todo, será rápido y no tardará. ¡Solo eso!

Daniel gimió, lidiando una batalla de pensamientos contradictorios en su interior. Cansado pero con el tormento de ser incapaz de soltar un 'no'.

—Realmente debo haberme vuelto loco —murmuró para sí mismo, y en voz más alta añadió:—. ¡Lo haré! Pero jura que será la última vez que tú y yo nos veremos.

Una sonrisa se asomó por la comisura de los labios de Griffin, esa sonrisa extraña y psicópata, que en el poco tiempo que Daniel la había visto había comprendido que salía a la luz tanto como lo hacía su mirada extremadamente seria.

—Esta bien, chico, ¡Lo juro!

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