/Capítulo 7/
Daniel se sentía abrumado y confundido, ignoró la lluvia que caía sobre él y el viento gélido que ahora arrasaba por las calles. Lo único que quería era volver a casa y tratar de olvidar lo que había visto.
¿Por qué todo debía haberse complicado? Estaba bien hace sólo unos días atrás, ¿por qué su vida debió retorcerse de esa forma?
¡Ver a James! Aún le seguía pareciendo completamente imposible, sin embargo sabía de lo que la mente humana era capaz, seguro algo severo estaba mal con él.
Sentía un apretado nudo desgarrar su garganta y una sensación de hormigueo recorría sus extremidades. Se cruzó de brazos y corrió por las calles, apenas si veía por donde caminaba y no se molestó en alzar la mirada.
Temía que si la levantaba vería a James ahí.
Afortunadamente tal cosa no volvió a suceder en su trayecto a casa, cuando finalmente llegó Daniel no pudo evitar soltar un largo suspiro de alivio.
La lluvia ya se había frenado por completo, Daniel avanzó hasta llegar a su puerta y una vez ahí la tocó con su puño, determinado e insistente.
Sólo pasaron unos segundos antes de que la puerta se abriera de golpe hacía dentro.
De ella salió el rostro de su madre, el cual se contorsionó en inmediata preocupación al verlo.
—¡Daniel! ¡Estás empapado! —exclamó ella señalando lo evidente.
Su madre abrió la puerta por completo y le hizo pasar colocando una mano sobre su brazo. Daniel tiritaba de frío y sus dientes castañeaban. Tomó asiento en el sofá y se dió cuenta de que el frío parecía haber aumentando.
—Vas a pescar un horrible resfriado, ¿cómo no se te ocurrió quedarte con Sunder mientras la lluvia pasaba? —le regañó su madre mientras iba y venía por la sala, le tendió una manta y luego pasó a sentarse a su lado.
Daniel se ahorró la molestia de explicarle que para cuando la lluvia había comenzado ya estaba lejos de la casa de Sunder. En su lugar se encogió de hombros y no respondió, se abrazó a la manta que su madre le había traído y soltó un tembloroso suspiro.
Durante ese pequeño lapsus había olvidado la alucinación que había tenido de James, sin embargo en ese momento el recuerdo golpeó contra su mente y sus labios esbozaron una mueca de dolor.
—¿Qué sucede? —inquirió su madre—, ¿te sientes mal?
Daniel sacudió la cabeza, se quedó en silencio, preguntándose si debía contarle a su madre lo que había visto. Ya lo había hecho y eso sólo habría provocado gran preocupación en ella, era lógico pensar que si lo volvía a hacer su madre se sentiría realmente inquieta.
Daniel quería dejar de preocuparla.
Pasó una mano por su húmedo pelo y mordió el interior de su mejilla. No, decidió con firmeza, su madre no tenía por qué saber lo que había ocurrido en ese callejón. O al menos no de momento, primero descubriría si lo suyo era serio y después actuaría, ya había cometido el error de hablar antes de pensarlo, no planeaba volverlo a hacer.
Dejó de temblar al menos una media hora después y cuando se sintió mejor subió a su habitación y tomó una rápida ducha. El cielo seguía oscuro y la lluvia volvió con más fuerza. Para cuando salió de ducharse Daniel pudo percatarse de que tal era la fuerza de la lluvia que unos cuantos truenos retumbaban contra su casa.
Cuando era niño solía tener el hábito de correr a la habitación de James siempre que oía truenos, en aquel entonces le parecían totalmente aterradores y horribles. Ahora Daniel que los escuchaba sólo sentía indiferencia.
Se tumbó en su cama y miró al techo, habían diversos pensamientos arremolinados en su mente, no se quería mover aún cuando sabía que debía hacerlo.
Apretó sus labios cuando las luces de su habitación parpadearon y cerró los ojos por unos segundos, sintiendo la paz que colmaba su interior.
Sin embargo cuando abrió los ojos se dió cuenta de que fue un error hacerlo.
El aire se le escapó de los pulmones cuando entendió que James estaba ahí.
¿Por qué tenía que pasarle eso? Oh, lo odiaba, realmente lo hacía.
Daniel restregó sus ojos y contó hasta diez, al terminar apartó las manos de su rostro y miró a su difunto hermano.
Eso había dejado de ser absurdo y ahora le parecía preocupante. Calmó su respiración que había empezado a ir más rápido de lo usual y se incorporó en su cama posando sus manos sobre el regazo.
James estaba ahí justo frente a él, de pie y cruzado de brazos, su semblante era serio y su entrecejo estaba ligeramente arrugado.
Daniel maldijo por lo bajo la insistencia de su mente y su incapacidad para dejar ir ese asunto.
—¿Se supone que eres un fantasma o alguna tontería así? —inquirió Daniel con un atisbo de burla, en un tono tan bajo como el ruido de un suspiro, James no pareció alcanzar a oírlo y sólo pudo deducir por su mirada cansada que se encontraba molesto con él.
—No creíste que realmente me iría, ¿verdad? —se mofó James.
—De hecho sí lo creí —contestó Daniel con ligera tristeza y decepción—, pensé que mi mente pararía de provocarme estúpidas alucinaciones.
James pareció ofendido por el comentario.
—¡No soy ninguna alucinación! —espetó—, soy tan real como tú. Y lo creas o no todo este asunto no me agrada más que a ti.
Daniel pellizcó el puente de su nariz, reteniendo un suspiro exasperado.
—No puedo creerme que realmente esté hablando contigo, debe ser lo más ridículo que he hecho en toda mi vida.
—¿Por qué te cuesta tanto creer que esto podría ser real?
—Woah, espera, ¿es una pregunta seria? Mmm... Déjame pensarlo, ¿por qué será que esto es completamente estúpido? Tal vez sea porque los fantasmas no existen, o quizá sea porque esto no es una película de ciencia ficción con un guión barato... ¡O ya sé! Tal vez es porque... ¡Estás muerto!
—¿Crees que no sé eso? Escúchame, Daniel, algo terrible está sucediendo, de verdad necesito tu ayuda.
Daniel abrió la boca para responder pero en ese preciso momento la voz de su madre al otro lado de la puerta cerrada lo interrumpió diciendo:
—¿Cariño, estás bien? ¿Con quién hablas?
Daniel se sintió entrar en pánico y comprendió que todo ese tiempo había sido como si hubiera estado hablando solo.
—Estoy... Hablando con Sunder por llamada... Practicamos para una obra en el Instituto —mintió Daniel con una increíble velocidad.
Se sintió mal por tener que mentirle a su madre de ese modo, pero estaba harto de eso, llegaría al fondo del asunto por su propia cuenta, si era necesario llamaría él mismo a Lara y le pediría organizar todas las citas que hicieran falta para dejar de ver a James.
Oyó los pasos de su madre alejarse de su habitación y el sentimiento de culpabilidad se relajó un poco.
Daniel por poco soltó un grito de euforia al caer en la cuenta de que James ya no se hallaba en su habitación.
Cerró los ojos con la esperanza de comprobar este hecho y los volvió a abrir cuando pensó que su mente se encontraba más calmada.
¡Y vaya sorpresa! No había nada, mejor dicho, nadie, más que él en su habitación, miró de derecha a izquierda y de arriba a abajo para tener la total certeza. Pero James ya no estaba.
Se sintió extasiado y aliviado, aunque, en el fondo también se sintió decepcionado.
No profundizó esas emociones y se puso de pie para arrastrar su mochila a su cama, esperando adelantar los deberes del día de ayer y rogar para que los de ese día no fueran demasiados.
Apenas se había sentado de nuevo cuando sintió que una mirada se le clavaba en su nuca. Se frotó sus manos con deje de nerviosismo y se giró sobre sí.
—¡Debes estar bromeando! —gimió cuando descubrió que James había vuelto a aparecer, como si nunca se hubiera ido. Había adoptado una postura ligera y ahora veía a Daniel con una expresión entre anonadada e irritante.
¡¿Por qué le estaba pasando eso a él?! Habían tantas personas en el mundo... ¿Por qué tuvo que ser entre todas ellas quien desarrollara un problema mental tan temprano y con una rapidez inusual y sorprendente?
—¡Daniel! Ya lo descubrí —exclamó James de pronto, cambiando su semblante completamente y sonriendo de oreja a oreja. Sólo James era capaz de cambiar sus emocionante con tal velocidad— ¡Debes buscar venganza!
Daniel enarcó las cejas, incrédulo y confundido. Oh, qué más daba, pensó con desánimo, si le seguía o no el juego a su propia mente no haría que estuviera más o menos loco.
Al menos si hablaba con James en ese momento tendría una pequeña paz.
—¿Disculpa? —dijo, parpadeando con fuerza, tal vez esperando que en cualquier momento su figura se disipara y pudiera dejarlo hacer los deberes tranquilamente. Aunque a decir verdad ya se había resignado a la idea de que eso no sucedería.
James se palmeó su propia frente (o tanto como podía hacer una materia tan peculiar y poco sólida contra otra).
—¡Oh, no! Estoy mal, estoy mal —se dijo a sí mismo, y al verlo añadió:—. Lo siento, no me refería a eso, bueno, en parte sí. Es solo que esto es confuso, recuerdo algunas cosas y otras no, ¡así que es difícil sacar hechos! Pero sé algo: ¡No me suicidé! Alguien me asesinó, y también sé que ese alguien anda suelto matando gente y haciendo que parezca un accidente.
Daniel se desternilló de risa, cerrando sus ojos y soltando carcajadas forzadas y duraderas, que no cesaron hasta varios minutos después. Se secó unas lágrimas inexistentes y se incorporó.
Se reía porque sabía que prefería la risa al llanto. Bueno, eso y porque realmente le provocaba gracia.
Seguro lo que sacaría un psicólogo de conclusión tras oír una historia así sería algo como: "Chico, tu problema es que no aceptas que tu hermano se haya quitado su propia vida, por lo que inventas razones e historias que explican que en realidad no se suicidó."
—¿Tienes pruebas? —preguntó Daniel con afán de burla tras quedarse en silencio por unos largos minutos sopesando sus palabras.
James entrecerró los ojos, volviendo a su estado de molestia inicial y haciendo desaparecer su sonrisa de sus labios.
—No, Daniel. Y esto es lo más loco que llegarás a oír, pero debes confiar en mí... Debes ayudarme, por favor —suplicó, con sus labios apretados y su entrecejo arrugado.
Su estado hacía dudar a Daniel, no iba a mentir, pero no lo hacía vacilar lo suficiente como para creerle así sin más.
Habría que estar realmente loco para creerse una historia así a la primera.
—¿Y por qué haría eso?
James soltó un bufido un tanto frustrado.
—Realmente me lo pondrás complicado, ¿eh? —murmuró, y alzó su voz—. Me preguntaste si era alguna clase de fantasma, ¿no es así? Digamos que lo soy y entonces ponlo de esta manera, este es mi asunto pendiente y si no lo cumplo no me iré jamás de tu vida, deberás acostumbrarte a mí, todos creerán que estás demente y pasarás el resto de tu vida en un manicomio.
Daniel le dedicó a James una mirada calculadora, pensando si realmente hablaba en serio o si sólo se trataba de su mente, podían ser ambas, pensó.
James se sentía, se oía y veía tan real... Su personalidad no era ninguna imitación, era genuina, todo lo que decía, el sarcasmo y la ironía que empleaba no podían pertenecer a nadie más que su hermano.
O quizá lo creía así porque en el fondo quería creer todo lo que decía.
—No puedo —dijo, al cabo de un rato de un silencio sepulcral—. He hecho muchas cosas por ti aún luego de tu partida, pero no puedo hacer esto. Exiges demasiado, y yo no lo puedo cumplir.
James no pareció demasiado decepcionado tras la respuesta, era casi como si la hubiera estado esperando y soltó un delgado suspiro.
—De acuerdo. Pero por lo menos deja que alguien más lo haga. Tuve un amigo cuando vivía, desconozco si aún sigue con vida pero yo creo que sí. Cuéntale todo a él y se encargará.
—Muy apenas si consigo contárselo a mis... Nuestros padres, ¿y tu esperas que se lo cuente a alguien que no conozco como si nada?
James sacudió la cabeza.
—Sí lo conoces —aseveró con enorme seguridad—, sólo que no lo recuerdas porque lo conociste hace mucho tiempo. Sólo ve con él, por favor, cuéntale todo y él sabrá resolverlo.
Daniel frunció el ceño. Sonaba más fácil y sencillo dejar que alguien más se ocupara del asunto, pero seguía sin estar convencido.
—Hum, está bien —declinó—, lo haré... Sólo si prometes dejarme tranquilo luego de hacerlo.
James asintió.
—Lo prometo, hermano.
.
A la mañana siguiente, Daniel despertó por cuenta propia, sin necesidad de que su madre llegase ni que el despertador sonara. Tenía un extraño sabor metálico en la boca y no pudo recordar sus sueños, aunque indudablemente sí recordó su conversación con James.
Realizó su rutina de siempre, sólo que en su mente se hallaban otros pensamientos a los que no solía frecuentar.
Salió de su casa a la hora habitual y no miró a su madre a los ojos cuando cruzó junto a ella.
Pero en está ocasión no se dirigió a la escuela. Su destino era concreto y fácil: El apartamento de un hombre desconocido, guiado por su hermano muerto.
Tuvo que tomar el autobús ya que se encontraba a calles más lejanas a las que no estaba acostumbrado a ir. James estuvo con él en todo el trayecto, cosa extraña, ya que en todo ese tiempo sólo se había presentado cuando no había nadie más.
Pronto llegó a un edificio no muy alto pintado de azul cielo y con una apariencia un tanto desgastada, con múltiples ventanas y balcones que miraban hacia afuera. El vecindario estaba cubierto de edificios similares (sólo que pintados de otros colores) y ninguno de ellos parecía tener un buen mantenimiento en sí. La calle era igual de disprolija y la mayoría de las lumbreras tenían sus focos rotos.
Daniel hundió sus manos en su sudadera y le echó un vistazo a James. Estaba esperando no arrepentirte de lo que estaba haciendo cuado justo en ese preciso momento James interrumpió sus pensamientos diciendo:
—Es hora de buscar a Griffin Tanner.
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