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/Capítulo 6/

Daniel y Sunder habían tomado asiento uno al lado del otro en el sofá color carmín de la sala, justo al lado de las escaleras de mármol que estaban pintadas de blanco. La casa de Sunder no era particularmente grande pero su familia sabía como acomodar las cosas para que hubiese espacio suficiente.

—Bueno, habla entonces —dijo Sunder, cruzando sus brazos y enarcando su ceja izquierda, en sus ojos fluctuaba la curiosidad e incluso una leve chispa de preocupación.

Daniel le contó la misma versión que le había contado a Lara, sólo que comenzando desde la tarde en que por muy poco golpeaba a Ethan. Ah, ¿cómo olvidarlo? Aunque por el calor del momento debía admitir que ya ni siquiera se acordaba de Ethan. También agregó los hechos del chico del Instituto junto a los detalles que Lara le había contado en cuanto a ello.

Volver a repetir los sucesos que tanto quería olvidar le dolían, pero no era tan doloroso como había creído, porque Sunder lo miraba con atención e interés, sin interrumpirlo en ningún momento y con una postura y semblante pensativos.

Al terminar de hablar, Sunder irguió su espalda y lo miró con detenimiento sin decir nada por unos largos instantes. Daniel se sintió incómodo bajo su mirada y finalmente decidió preguntar:

—¿Qué sucede?

Sunder sacudió la cabeza y enfocó su vista en un punto imaginario de la pared.

—Es sólo que... Vaya, ¿realmente ese chico se suicidó de la misma forma que tu hermano? —inquirió.

Daniel no se molestó en sentirse exasperado por su indiscreción, tanto tiempo con Sunder le había hecho ver que el chico no solía reservarse sus comentarios.

—Aparentemente sí —murmuró Daniel.

—Supongo que tiene sentido el robo que hubo en la farmacia hace unos días entonces.

Daniel miró a Sunder con sorpresa. Sabía que el padre de su amigo trabajaba ahí, sin embargo no recordaba que le hubiese contado con anterioridad una noticia como aquella.

—¿Hubo un robo a la farmacia? —repitió ladeando un poco la cabeza con desconcierto.

Sunder asintió con la cabeza.

—Sí, se llevaron unos frascos de anfetaminas, mi padre no denunció nada a la policía porque quería encargarse él por su propia cuenta, así que si alguien pregunta tú no sabes nada al respecto.

Daniel asintió con la cabeza.

—De acuerdo.

—Sinceramente hablar de esto me deprime, ¿y si mejor vemos Star Wars?

—¿De nuevo?

—¿O prefieres ver Harry Potter?

—Pon Star Wars.

Sunder puso la trilogía original y ambos se quedaron viendo la primera película. El cielo no tardó en oscurecerse, pues aún cuando seguía siendo temprano el clima parecía decidido en volverse lúgubre y deprimente. Probablemente llovería más tarde.

El señor y la señora Roday llegaron un rato después, justo cuando la segunda película había finalizado y Daniel se había puesto de pie, dispuesto a partir a su casa, siendo que sabía que necesitaba realizar los trabajos de ese día.

Los padres de Sunder eran un poco opuestos a su amigo, pues ellos eran más hospitalarios, tranquilos y discretos en cuanto a temas delicados. Físicamente no eran tampoco muy parecidos a Sunder, incluso al extremo de que Daniel lo hubiese tenido que oír hablar sobre sus teorías del por qué creía que era adoptado.

—Espero que te la hayas pasado bien —le dijo la señora Roday con amabilidad bajo el umbral de la puerta—, ¿Realmente no quieres que te llevemos nosotros a tu casa?

Los padres de Sunder siempre se habían mostrado serviciales y atentos con él, podía decir que incluso le consideraban un hijo más. Pero Daniel negó, alegando:

—Para nada. No se molesten. He venido solo y de la misma forma me puedo ir, pero gracias de todas maneras.

El Sr. Roday pareció querer abrir la boca para agregar algo más, sin embargo lució como si cambiara de opinión y se hizo a un lado para que Daniel pudiera pasar.

Él salió de aquel hogar para cuando entonces ya iba a ser la 1 de la tarde. El viento era frío y tormentoso, pero nada que lo sorprendiera a esas alturas. Creía que era toda una fortuna que las nubes siguieran claras y ninguna torrencial lluvia hubiera roto sobre él.

De hecho, estaba más animado y extasiado que cuando se despidió de su madre. Concluyó que la causa era simple: Necesitó disipar sus pensamientos, ¿que mejor otra persona para hacerlo que su mejor amigo? Definitivamente su nivel de estrés había disminuido considerablemente, además de que un par de personajes ficticios en una película también lo ayudaban con esto.

Su andar era ligero y caminaba con tranquilidad. Y tal cosa habría seguido así, de no ser porque entonces, a unas leguas de distancia, divisó una figura que sus ojos reconocieron al acto aún cuando se sentía dubitativo en cuanto a ello.

Era la misma chica que había encontrado el cuerpo del chico en el Instituto. La misma que había gritado y había hecho que Daniel fuera hasta ella. Sintió un nudo apretarse en la boca de su estómago y pensó en dar media vuelta y salir corriendo de ahí.

Aunque ya era demasiado tarde, pues la chica ya le había visto y se encaminaba hacia él con determinación.

Ella se detuvo al pararse frente a él y cruzó sus brazos, sus ojos azules estaban rojos e irritados, lo que le hizo saber a Daniel que había estado llorando, su pelo castaño era un desastre y su ropa estaba igual de desarreglada.

—Te conozco —dijo ella, su voz sonaba rota y rasposa—, estabas ahí.

Daniel no necesitó que le específicara a lo que se refería para entenderlo.

—Sí... ¿Lo conocías? El chico, quiero decir.

Los ojos de la joven se cubrieron de lágrimas y sus labios esbozaron una mueca de dolor.

—Su nombre era Félix —contestó, tragó saliva y agregó:—, era mi novio. Yo soy Juliette, por cierto.

—Lo siento mucho. Yo soy...

—Sé quién eres. De hecho, me preguntaba si podrías ayudarme con algo.

Daniel dudó.

—¿Con qué exactamente?

Juliette soltó un tembloroso suspiro y rehuyó su mirada.

—¿Cómo lograste superar el dolor de tu hermano? Él también se suicidó... Sólo quiero saber si es posible superar esto, ese sentimiento de impotencia por no haber podido hecho algo.

Daniel no respondió por unos minutos, pues en realidad no tenía idea de qué responder.

—No creo que sea posible —sentenció finalmente, arrugó el entrecejo y no se atrevió a mirar a Juliette—, supongo que sólo podemos vivir con eso.

Aún sin mirar a Juliette sabía que la mirada de ella estaba envuelta en tristeza y horror.

—Yo no quería que pasara esto —dijo ella en un agudo y débil hilo de voz-—, no se suponía que pasara esto... Él y yo íbamos a mudarnos juntos, nos íbamos a graduar y luego casarnos... ¿Qué hice mal? ¿Por qué él tuvo que suicidarse?

Juliette rompió el llanto y ocultó el rostro entre sus manos, su espalda se movía entre hipidos y sollozos y su cabello cubría cualquier rastro de su cara.

Daniel se quedó en blanco, sin saber cómo reaccionar. Puso su mano sobre su hombro en lo que esperaba que fuera un gesto reconfortante. Juliette soltó un respingo y se irguió de golpe, haciendo que Daniel retrocediera un paso con sorpresa.

Los ojos inyectados en sangre de Juliette lo miraban fijamente y por fin la chica dijo:

—No creo que él se haya suicidado.

Daniel tensó la mandíbula y se esforzó por no decir algo que sabía de antemano que la chica no esperaba oír.

—¿Por qué crees eso? —atinó a preguntar él, ligeramente incómodo por la fija mirada de Juliette.

—¡Porque él era feliz! —ni la misma chica sonaba convencida de sus palabras, sin embargo continuó:—, siempre me lo decía, que yo lo había ayudado a salir de su depresión, que él y yo siempre seríamos felices... Me habría dado cuenta si él se hubiera sentido deprimido, me habría dado cuenta...

Juliette siguió repitiéndoselo una y otra vez en un murmullo, lágrimas resbalaban por sus mejillas y ahora miraba al suelo.

—¿Si no se suicidó cómo murió entonces? —inquirió Daniel, esperando no tocar ningún fibra sensible.

—¡Lo asesinaron! No hay ninguna otra explicación posible, Félix odiaba las agujas, estoy segura de que si hubiera querido suicidarse habría buscado un mejor... método.

Daniel fingió pensar lo que decía, sólo porque Juliette ahora le veía con ojos esperanzadores, seguramente aguardaba el deseo de que confirmara lo que ella decía.

—Quizá creemos conocer a las personas que queremos y la vida se encarga de hacernos ver que realmente no es así —murmuró Daniel.

Juliette se mostró dudosa y sacudió la cabeza.

—Yo... No lo sé. Supongo que tienes razón —contestó ella con gran desánimo y tristeza tiñendo su tono—,  tal vez los hechos le ganan a mi esperanza de que Félix no se haya suicidado. Lo siento, no es como si tú quisieras oír esto.

Daniel se encogió de hombros.

—Está bien —fue lo único que dijo.

Juliette soltó un renuente suspiro y sus labios parecieron forzar una sonrisa.

—Gracias de todas formas, Daniel.

Sin agregar alguna otra cosa, Juliette dió media vuelta y se fue, desapareciendo tras virar en una de las calles.

Daniel hundió sus manos en los bolsillos de su chaqueta, seguía sintiéndose extrañado ante aquella peculiar conversación. Alzó la cabeza y miró al cielo, que ahora estaba oscuro y nublado.

Un trueno lo sobresaltó y con el entrecejo arrugado comprendió que unas pequeñas gotas de lluvia caían sobre él.

Abruptamente la ligera llovizna se convirtió en una fuerte lluvia que lo empapó de pies a cabeza en apenas unos minutos.

Daniel salió corriendo de ahí en busca de un refugio temporal, pues el camino a casa aún era un poco largo.

Llegó a una cruce con varias entradas y salidas para los autos, la cruzó sin esperar a que estuviera despejada del todo, decidido a que prefería tomar el riesgo. Recorrió una cuadra más, viró y se encontró con un callejón sin salida con un toldo de plástico sobre éste.

Daniel entró al callejón apoyando su espalda contra la fría pared y soltó un suspiro, su cuerpo entero temblaba y estaba reacio a caminar bajo las gélidas gotas de agua que descendían del cielo, por lo que sabía que tendría que esperar ahí hasta que la lluvia decidiera aminorar.

Lo único que se podía oír era el choque de las gotas contra el asfalto y el ruido del tráfico de los autos de las calles. Daniel se abrazó a sí mismo y trató de concentrarse en algo más que no fuera el frío que cada vez se volvía más persistente y doloroso. Su mirada estaba enfocada en el suelo y sus ojos se hallaban entrecerrados.

—¿Daniel? —le llamó una voz frente a él.

Daniel se quedó estático al oírla, mentiría si dijera que era incapaz de reconocerla. Pero la idea le resultaba absurda y principalmente imposible.

Sintió un cosquilleo que se asimilaba a un escalofrío recorrer su vértebra y aguantó la respiración cuando se decidió a levantar la mirada.

Sus labios soltaron inconscientemente todo el aire que había retenido al ver a James delante suyo.

¿Sería que Daniel se estaba volviendo realmente loco?

Inhaló y exhaló varias veces, escudriñando cuidadosamente con la mirada a su hermano que por algún extraño y demente motivo se encontraba a menos de un metro de distancia. James no parecía ser el mismo (lo que tenía sentido si lo que estaba viendo era producto de una alucinación), la consistencia de su cuerpo ni siquiera parecía ser sólida... Era como verlo a través de una botella de agua, incluyendo el pálido color azul que teñía su piel y su ropa, la que por cierto era la misma que había usado el día en que había muerto, lucía exactamente igual que cuando lo había visto en su casa poco antes de desmayarse.

Trató de mantener la calma, ¿qué se suponía qué debía hacer en esos casos? Tenía la certeza de que llamar al 911 y gritar "¡Estoy viendo a mi hermano muerto!" no estaba dentro de sus opciones, o al menos no hasta descubrir qué rayos estaba sucediendo.

—Hey, James —contestó Daniel sintiendo su voz flaquear.

Quizá no era la mejor idea hablar con su propia alucinación, pero en secreto creía que no haría ningún daño intentarlo. Había oído de personas que solían escribir cartas a otras más que habían perdido, algo así como un método de poder decir adiós. Daniel nunca lo intentó, porque, ¿quién quería despedirse de alguien quien tú ya sabes que es incapaz de oírte? ¿De alguien que te privó de esa oportunidad?

El tormento no era para nadie más sino que para sí mismo, eso bien lo sabía Daniel, pero jamás le tomó importancia, o no hasta ese momento. Tal vez despedirse tenía más valor del que había creído.

—Esto es raro, ¿sabes que está pasando aquí? —James interrumpió sus pensamientos una vez más—, es decir, no sé como lo sé pero estoy seguro de que morí... No tengo la menor idea de cuándo o por qué pero sé que sucedió, y ahora estoy viéndote, definitivamente no tienes 11 años y esta situación es muy confusa.

Daniel parpadeó ante tal declaración.

—¿Qué?

Dudaba que una alucinación suya dijera una cosa como esa.

James puso una mano bajo su mentón y su entrecejo se arrugó.

—Sí, esto es realmente raro. ¿Qué año es?

—Es 2010... —Daniel se dió cuenta de que cuando se sentía desconcertado o distraído contestaba sin pensar las preguntas que le hacían.

—¡Imposible! ¿Cómo es qué han pasado 6 años?

Daniel quiso llorar por que su estúpida alucinación ni siquiera hubiera tenido la decencia de ser como el quería que fuese.

—No lo sé —decidió responder, oyendo como la lluvia comenzaba a calmarse—, pero sinceramente creo que es un hecho que algo está mal conmigo... Aunque sería mejor si hubiera otro síntoma, no me agrada la idea de que sean sólo alucinaciones, ¿eso implica locura? Leí sobre casos de enfermedades mentales en jóvenes y ninguna de ellas sonaba bien...

James lo miró, perplejo.

—¿De qué estás hablando? —preguntó—, ¿alucinaciones? Oh, créeme, sabría si estuvieras alucinando. No lo estás, yo siento esto tanto como tú lo sientes.

Daniel soltó una risa sólo para evitar soltar un sollozo.

—No, no lo "sientes" —hizo un par de comillas al aire con sus dedos—, no sientes nada porque estás muerto. Te suicidaste, ¿lo recuerdas? Bueno, aparentemente no.

—¿Suicidarme? Por supuesto que no. Eso es ridículo —la consternación en el tono de James se oía tan real que Daniel realmente quería creerle.

—¡Seguir hablando contigo es ridículo! —soltó él en cambio con frustración—. Esto es... ¿Sabes qué? No importa, nada de esto importa. Estás muerto, es imposible que esté hablando contigo, yo me largo.

Daniel salió del callejón sin conseguir armarse del valor para mirar atrás. La lluvia había menguado pero su intensidad seguía siendo insistente, pero Daniel no le tomó importancia. Siguió caminando enfocándose en el frío que helaba sus huesos para olvidar lo que había visto.

Lo que sabía que no estaba bien que viera... Si fuera un sueño quizá no lo pensaría demasiado, pero a menos que se hubiera quedado dormido sin saberlo no había otra explicación más que la siguiente:

Se estaba volviendo loco.

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