/Capítulo 3/
Daniel despertó cuando sintió que alguien lo sacudió levemente en su hombro. Removió su cabeza y balbuceó algo entre sueños, con su mente aún intentando nadar hacia la consciencia.
-¡Daniel, despierta! Nos estás asustando -gritó la voz tartamuda y temblorosa de su madre, interrumpiendo cualquier barrera de sueño dentro de la cabeza de su hijo.
¿Asustada? ¿Por qué ella sonaba tan asustada? Se preguntó Daniel con curiosidad y terror, abriendo con pesadez sus ojos y restregandolos con su puño. Cuando despertó por completo fue testigo de varias cosas: El dolor que cubría el lado derecho de su rostro, o el otro agudo dolor en la palma de su mano con la que restregaba su ojo, o el hecho de que se encontraba tan desorientado que no estaba seguro de donde estaba...
¡Oh, claro que lo sabía!
Daniel se sentó de golpe, sintiendo todos los recuerdos golpearlo en su cerebro con fuerza, y provocando que su madre tuviera que retroceder a la misma velocidad de él. Lo recordaba todo al pie de la letra, y todo, en definitiva, no era bueno.
-¡Daniel! -está vez fue su padre quien interrumpió el barco de sus pensamientos. Él se encontraba de pie a un lado de su escritorio, con los brazos cruzados, el entrecejo arrugado y sus labios esbozando una mueca de angustia y nerviosismo-, ¿sabes dónde estás?
-E-en casa -balbuceó Daniel, llevando su mano a su rostro y tanteando el nivel de dolor que lo cubría, resultó que era tanto que tuvo que descenderla al primer toque, y maldijo por lo bajo y en silencio su desmayo sobre aquel duro piso de mármol.
-Eso está bien -murmuró su progenitor, bajando los brazos con lentitud, para enseguida tamborilear sus dedos contra la madera del escritorio-. Te desmayaste, algunos vecinos incluso dijeron que te escucharon gritar, ¿qué sucedió? -lucía mortalmente serio, y más con sus grises ojos iguales a los suyos resaltando sobre su pálida piel que parecía brillar por la luz de la lámpara, tal vez incluso con un tono que sugería: "No te estuviste metiendo en las drogas, ¿cierto?"
Daniel frunció el ceño e hizo una mueca de angustia al sentir cierta magnitud de dolor por el solo gesto
-Yo no grité -dijo, aunque a decir verdad ni siquiera estaba seguro de lo que había o no hecho.
-Cuando nosotros llegamos -relató su madre, pausando brevemente las palabras, intercambió una rápida mirada con su marido y tras recibir un asentimiento de éste, prosiguió:-. Cuando llegamos estabas en el suelo murmurando el nombre de James, ¿qué, en el nombre de Dios, fue lo que sucedió?
Daniel tragó saliva, sintiendo lo seca que su garganta se encontraba, ¿qué debía decirles? Fuera lo que fuera que les contara a ambos, ellos sabrían que no estaba bien. Pero lo estaba, ¿verdad?
Cerró los ojos unos segundos, visualizando mentalmente lo último que recordaba antes de caer inconsciente. Vió a James, estaba en lo absoluto seguro que lo había visto, tan real y a su vez no, tan real como lo recordaba, a unas cuantas pulgadas de distancia y tan extraño. Exactamente idéntico a como lo había visto en su sueño, sólo que eso no solamente había sido realista, sino que sí había sucedido, recordar el dolor en la palma de su mano lo hizo darse cuenta que era así, por mucho que no lo quisiera.
-Ví a James -susurró Daniel, trastabillando un poco con las palabras, y abrió con lentitud sus ojos esperando por las reacciones de sus padres.
Su madre, ella lo miraba con un matiz de incredulidad y una sonrisa congelada en los labios.
-Cariño... -dijo ella con suavidad, tras un corto e intenso silencio-, ¿qué quieres decir con qué lo viste?
Daniel soltó un suspiro que sin darse cuenta había estado conteniendo, y en pocas y roncas palabras les contó desde su momento de despertar, ateniéndose de mencionar de su sueño, total, no hacía ninguna diferencia contarlo o no, igual no le creerían.
Escudriñó el semblante de su padre al finalizar su relato, y al mirarlo a él supo que una batalla de pensamientos sucedía en su mente, con sus ojos mirándolo con duda, y con sus pobladas cejas elevadas en lo más alto de su frente.
Él no dijo nada, y sin previo aviso, salió de la habitación con paso arrastrado y con sus brazos pegados a sus costados, dejándolo solo con su madre, que ahora había tomado asiento en su silla.
Daniel, con cierto grado de incomodidad, se puso de pie y se sentó en su cama, observando la misma batalla en el rostro de su madre.
-Creo que eso... Yo... -fantástico, ella misma se había quedado sin nada que decir, aún siendo una mujer con un comentario y un consejo siempre en la punta de la lengua.
-No digas nada -fafulló Daniel, retorciendo sus dedos y rehuyendo su mirada-, sólo llévame con un estúpido psicólogo o lo que sea que estés pensando.
Su madre no se sorprendió por su comentario, y guardó silencio. Al mirarla, notó que en sus ojos había un brillo dudoso e incluso confundido.
-Tal vez no sea nada -susurró, relamiendo sus labios y parpadeando más de lo necesario, como quién hace cuando retiene un par lágrimas que amenazan con salir-. Puede ser cualquier cosa... Y siendo lo que sucedió hoy realmente no sería algo tan extraño. Creo que necesitamos esperar antes de actuar.
Daniel soltó una pequeña y efímera risa amarga sin ningún atisbo de gracia.
-No lo entiendes -dijo, volviendo a descender la vista, enfocándose en un punto inexistente en el suelo-. Fue real. Lo sentí real, no fue un sueño, y si alucinar con algo así te parece normal...
No terminó la oración, dejando el final al aire, pero su madre supo reconocer lo que seguía y casi pudo oír como una lágrima resbalaba por su mejilla.
-Bien -musitó ella, con voz entrecortada-, iremos a ver a alguien mañana, ¿de acuerdo? Mientras tanto creo que deberías untar algo en tu cara o ese hematoma se hará muy feo.
Daniel asintió con la cabeza con pesadez, sin saber lo inconsciente que era con la mujer que le había dado la vida.
¿Alguna vez temiste preguntar por miedo a conocer la respuesta? Amy Stone no le agradaba el término 'cobarde', pero odiaba la confrontación porque siempre obtenía la respuesta que menos anisaba. Tal vez eso era lo que sucedía. Tal vez sólo temía descubrir algo que podía apartar a su hijo para siempre... A su único hijo. Dicen que la ignorancia es felicidad, ¿cierto?
Ella se puso de pie con una débil sonrisa entornada en sus labios y con sus mejillas brillando levemente por las lágrimas sobre ellas, y salió de allí con paso corto y hombros caídos
Él enterró su rostro en sus manos en cuanto oyó el sonido de la puerta cerrándose, con el punzante dolor de su rostro latiendo y con su corazón ansiando consuelo. Sintiéndose horrible en todos los sentidos de la palabra.
¿Por qué a veces las cosas debían tornarse extrañas y grises, en lugar de poder permanecer en el lado del sol?
Alzó la mirada con suma lentitud, y sin interés notó que la tormenta ya se había detenido y que a juzgar por el cielo ya era tarde. ¿Pero qué importaba? Sus ganas de dormir o conciliar el sueño se habían esfusmado al igual que su apetito.
Miró su escritorio y a las cosas encima de él. Suspiró con pesadez y se puso de pie para empezar el ensayo.
Ahora sí necesitaba algo que distrajera sus pensamientos que no hacían más que dispararse al punto equivocado.
.
Fue el sonido de algo chocando contra la puerta que lo sobresaltó de sobremanera. Daniel se frotó los ojos y se reclinó en la silla, mirando por la ventana el sol que comenzaba a elevarse en el cielo apenas. ¿Eran las 5, 6 o 7 de la mañana? De igual manera no había dormido en todo ese lapso, ¿ventajas? Concluyó el ensayo, aunque si era sincero, a ese punto no tenía idea de lo que había plasmado en esas hojas.
Se levantó del asiento, sintiendo sus piernas adormecidas y un dolor muscular, que a su vez se sumaba a ese leve hematoma que había conseguido en su mejilla y sien de su lado derecho al desmayarse. Llegó al umbral de la puerta y la abrió de golpe, esperando encontrar a su madre o tal vez incluso a su padre.
Pero no, ninguno de los dos se encontraba tras ella. Sino un niño, un niño que nunca en su vida había visto antes -aunque a decir verdad, no conocía a un gran número de niños-.
¡Más sorpresas lloviendo! Y pensar que creyó que éstas terminarían ayer.
El niño era dos cabezas más bajo que él -tal vez tenía entre 7 u 8 años por lo visto-, tenía un par de ojos color miel que lo miraban con curiosidad, como si Daniel fuera el extraño en la casa y no él, y su cabello carmín estaba tan revuelto como si hubiera estado frente a una secadora de pelo hace unos minutos.
-¿Quién eres? -preguntó Daniel, enarcando las cejas, sin importarle si sonaba demasiado grosero o cortante.
-Soy Adam -se presentó el niño con gran naturalidad, ensanchando una sonrisa con todo y dientes, haciendo evidente que dos de ellos faltaban. Y luego señaló su rostro-, ¿por qué tienes un lado negro y morado en tu cara?
-¿Qué haces aquí? -volvió a interrogar, haciendo caso omiso de la pregunta de Adam.
-Mi mamá me dijo que me quedara aquí por hoy.
Daniel arrugó el entrecejo, ciertamente sin entender el por qué exactamente allí, en su casa, donde se suponía que los niños habían dejado de existir hace años. Aunque pronto llegó su respuesta en forma de su madre corriendo por las escaleras, y llegando hasta ellos con gran agitación.
-¡Oh, Adam! -dijo, a tono de represalia posando sus manos en sus caderas-, no vuelvas a irte así, te estuve buscando por el patio.
El nombrado se encogió de hombros, con clara indiferencia de lo poco que le importaba el asunto.
-¿Quién es él? -preguntó a su vez, señalando a Daniel.
Su madre tomó una honda respiración, llenando sus pulmones de aire y reacomodó su pelo tras sus hombros antes de contestar.
-Él es Daniel... -ella le dirigió una fugaz mirada de reproche que claramente decía: ¿no te presentaste en los dos minutos que estuvieron juntos?, y entonces volvió su vista al niño pelirrojo que había perdido total interés en ellos-, hum, Adam, ¿por qué no vas abajo y enciendes el televisor?
El niño los miró unos segundos en silencio, escudriñando si lo que tenían que decir era digno de luchar por quedarse, pero pronto pareció decidir que no y asintió con la cabeza.
-Como sea -dijo, antes de empezar a correr de allí escaleras abajo, provocando que el corazón de Daniel saltara, presa del pánico por la ligereza con la que deslizaba y su poca visión de lo de que ello podía provocar. Y al mirar a su madre, supo que ella pasaba exactamente por lo mismo, aunque enseguida sacudió la cabeza y apartó su mirada de allí.
-¿Puedo saber porque está aquí... Él? -Daniel preguntó, removiendo sus pies del suelo y asomándose unos segundos por los escalones, sintiendo un pequeño un alivio al no ver ningún niño caído sobre ellos.
-Su nombre es Adam -corrigió su madre, rodando los ojos-. Él y su padre se mudaron hace dos semanas de New York, su padre tenía una entrevista de trabajo esta mañana y lo dejó a nuestro cuidado para que lo dejemos en la escuela.
-De acuerdo... Pero, ¿por qué aquí precisamente?
Su madre se encogió de hombros.
-Muchas de las familias ya cuentan con niños pequeños y el hombre no quería causar muchos problemas, así que nos ofrecimos como voluntarios. Tal vez incluso estará aquí un poco más, dependendiendo de su trabajo y si logra conseguir una niñera permanente -rascó su cuello y sus labios esbozaron una ligera sonrisa.
-¿Qué sucede con su madre que no puede quedarse con él? -había dejado de lado cualquier tipo de sensibilidad y racionalidad en la pregunta, y esto pareció molestar a su madre, quien arrugó el entrecejo, borrando su sonrisa para remplazarla por una mueca de dolor y enojo.
-¡Daniel! -fue su regaño, seguido de un silencio incómodo que le hizo preguntarse si realmente era tan malo lo que había sucedido con la madre del pequeño-. Ella... Falleció hace un mes, ¿de acuerdo? No se te ocurra mencionarla frente a Adam. Y esto me lleva a otro asunto. Programé una cita con una vieja amiga que es psiquatra, pero es dentro de una media hora...
-... Así que faltaré a la escuela -concluyó Daniel, asintiendo con la cabeza. Evitando a toda costa dibujar en sus labios una sonrisa cargada de júbilo. Particularmente no solía tener el deseo de ausentarse en clase, pero a decir verdad, no tenía ánimo alguno por confrontar a Ethan ni querer descubrir si algo de los sucesos pasados cambiaron al menos algo en él. No le importaba. Porque además corría el riesgo que no fuera así y que resultara el mismo asco de siempre.
Su madre sonrió levemente y posó una mano en su hombro a modo de apoyo.
-¿Seguro que quieres seguir con esto? Te digo que pudo ser efecto del cansancio, o tal vez de lo que sucedió, no tienes que ir realmente.
-No tengo qué -contestó Daniel, apartándose unos pasos-, pero quiero. Dices que es psiquiatra, ¿no es así? Dejemos que ella sea la que decida si ver a un difunto frente ti entra en el campo de normalidad o cansancio.
-¿Viste a un muerto? -interrumpió la débil y aguda voz de Adam, quien había vuelto a subir por los escalones aparentemente en silencio, y ahora se encontraba frente a ellos con las cejas enarcadas. Mal momento para que resultara que conocía de sinónimos.
Daniel mostró un semblante de fastidio.
-¿Qué te importa? -como respuesta por parte de su madre recibió un golpe en el hombro y una mirada furtiva. Pero al niño tal tono no pareció afectarlo, y en su lugar dió un par de pasos hasta quedar frente a Daniel.
-A mi mamá la asesinaron -comentó, con tal ligereza y naturalidad como si hubiera contado que el chocolate era su sabor preferido-, a mi me gustaría verla para decirle que estoy bien, ¿tú a quién viste?
Daniel oyó como su madre dejaba escapar un suspiro afligido, seguramente pensando en la desagradable suerte del niño. Pero el corazón de Daniel no se ablandó, y si acaso antes sintió algo como un instinto cálido con él, ahora eso pareció esfumarse.
-No-te-importa -dijo, separando las palabras como si la mente de Adam no fuera capaz de comprenderlas, entonces lo empujó a un lado con suavidad y giró sobre sus talones para entrar a su cuarto y cerrar la puerta con fuerza.
Y caminó hasta el cuarto de baño para tomar una ducha. Sólo deseando que ese día no fuera tan terrible como el anterior.
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