/Capítulo 25/
—Esto lo hiciste a propósito para salir de ahí, ¿no es verdad? —preguntó Sunder en un murmullo apenas audible cuando ambos aún seguían en la patrulla.
Daniel apartó su vista de la ventanilla y la volvió hacia su amigo, viendo de reojo a la guardia que les estaba llevando y asintiendo con la cabeza.
—Por supuesto —contestó con calma, clavando su mirada en la punta de sus zapatos.
—Oh... ¿Y piensas escaparte de nuevo? Porque parece que ella planea llevarnos con nuestros padres.
Daniel esgrimió una mueca y apretó los labios con fuerza. Si era honesto, aún no se recuperaba del susto que el extraño hombre le había causado, y debía admitir que, si cerraba sus ojos sólo por unos instantes, era capaz de verle con esa sonrisa tan escalofriante y con la pistola apuntando hacia él, lo peor era que lo veía de manera tan nítida como si realmente estuviera delante suyo.
Él no tenía nervios de acero y no importaba cuando intentara convencerse de que no tenía miedo... En el fondo era inevitable tenerlo.
Y ahora volvería a casa, ¿cómo podría mirar a sus padres a sus ojos sabiendo que no había hecho nada? ¿Que a pesar de haber visto el rostro del asesino de su hermano no pudo haber actuado más allá de eso?
"¿En verdad querías a tu hermano o todo esto juego de la justicia y venganza sólo es un tonto capricho para redimirte por no haber descubierto antes que James no se suicidó?" Había preguntado el hombre.
Se preguntó en silencio el porqué hacía todo eso. No era por capricho, o eso quería creer.
Sin embargo, dudaba que se tratara de simple venganza, ¿cierto? Es decir, él no era así... Pero, el hacerlo por una mera causa justiciera sonaba demasiado vago para que realmente fuera verdad.
¿Entonces por qué lo hacía?
¿Qué lo motivaba a seguir adelante?
¿Todo se trataba de demostrar que su hermano no había cometido suicidio o acaso había una causa más profunda?
Apretó los puños, decidiendo que esa autocharla mental y filosófica no era lo suyo y le estresaba en sobremanera.
Sunder pareció notar su incomodidad, y colocó su mano sobre su hombro, un gesto que solía hacer cuando no sabía cómo consolarlo.
Daniel alzó la cabeza y lo miró con un aire vacío.
—Perdona por meterte en esto —murmuró, rehuyendo su vista una vez más.
Sunder bufó.
—Pero si fui yo el que te amenazó con contarme.
—Sí, sin embargo, debí haber sido más firme en no dejarte participar... Esta noche pudo haber resultado de una mala forma, ¿al menos eres consciente de eso?
—Claro que lo soy... Quizá ahora mismo no sienta el peso de eso, aunque estoy seguro de que no podré dormir por al menos una semana —Soltó una pequeña risa sin atisbo de gracia—. Maldición, ahora puedo reírme, pero estoy seguro de que después ni siquiera podré mencionar el tema... ¿Cómo puedes lidiar con esto? Porque, voy a asumir que estos últimos días has estado metido en esto y en más.
Daniel pasó una mano por su cuello, mordiendo el interior de su mejilla.
—No he estado solo, un amigo de James me ha estado acompañando... Así que me ha ayudado mucho en toda esta situación.
—Ah, ya decía yo que no podías haberlo hecho por ti mismo... Me alegra que al menos no hayas sido lo suficiente suicida como para actuar por tu propia cuenta.
Daniel asintió, optando por quedarse en silencio debido a que ya no sabía qué otra cosa decir.
—¿Qué tanto están murmurando allá atrás? —espetó la guardia, mirándolos a través del espejo retrovisor con los ojos entrecerrados.
—Nada importante —contestó Sunder con aire de indiferencia.
—Mmm... Bien, escuchen, gracias a que ya es tarde, no los llevaré a la estación, sino a sus casas, cuando lleguemos llamaré a sus padres en caso de que ellos estén en el Festival, así que, Stone, más te vale comenzar a armar una explicación de tu paradero en estos últimos días.
Daniel frunció el ceño, sabiendo que sería difícil explicar la locura que le había estado siguiendo... No, difícil no era la palabra, sino imposible.
Rascó su cuello y soltó un profundo suspiro.
La patrulla, para su gran desgracia, no tardó en estacionarse delante de la casa de Sunder, la cual era la más cercana.
—Ahí están mis padres —anunció él con calma, inclinándose hacia la ventana y señalando con su índice a su hogar.
La guardia asintió.
—De acuerdo, chico, puedes irte, pero mañana temprano te llamaremos a la estación sólo para que des una pequeña declaración acerca de tu amigo —Sus ojos se clavaron en Daniel—, cuando lleguemos a tu casa, será lo mismo para ti... Aunque estoy segura de que tú estarás en muchos más problemas.
Sunder no agregó nada más y, en cambio, abrió la puerta y salió a través de ella, volviéndola a cerrar en un sordo golpe y dedicándole a Daniel una última mirada de tristeza.
Él había comenzado a ponerse nervioso, sopesando la idea de intentar huir antes de llegar a casa... Era riesgoso y era posible que, dada la poca condición que poseía, la guardia lo alcanzara antes de que siquiera pudiera llegar a cruzar una calle.
No quería ver a sus padres, no en ese estado, porque hacerlo implicaba tener que volverles a fallar y mentir, pues el asunto no estaba zanjado y se rehusaba por completo a dejarlo ir.
Ahora que sabía que el Alcalde se había involucrado con un peligroso asesino estaba más determinado a hacer algo... Sí, eso era.
Quizá esa búsqueda y exhaustiva investigación se trataba de algo personal, quizá fue a causa de un deseo propio y egoísta por lo que comenzó... Y sin embargo; aún así no cambiaba la motivación por la que hacía las cosas.
¿Qué había de malo en hacerlo por un capricho o anhelo de demostrar algo? Y si había algo erróneo en eso, entonces no le importaba.
Miró a la guardia y decidió que no podía ir a casa. No por el momento.
Comenzó a pensar, ¿qué podía hacer que fuera lo suficiente convincente para evitar que la guardia le llevara con sus padres? Huir estaba descartado, ¿entonces qué más podía ser?
Daniel arrugó el entrecejo y miró a la mujer, recorriendo con su mirada las cosas sobre las viseras y el espejo retrovisor que colgaban de ellas. Entrecerró los ojos y enarcó una ceja al percatarse de que encima del espejo retrovisor había una pequeña tortuga con dos campanas a sus costados que se mecía lentamente hacia delante y hacia atrás, gracias al movimiento del auto.
Enseguida notó que en la visera se encontraba atrapado un pequeño trébol de cuatro hojas que se sacudía levemente por el viento.
¿Sería que esa guardia era ese tipo de personas supersticiosas?
Su semblante adoptó un gesto pensativo. Quizá eso podía ser su forma de huir de ahí, sólo tenía que saber jugar sus cartas.
Carraspeó con su garganta para llamar la atención de la guardia y preguntó con aire casual:
—Mmm... ¿Eso que ví habrá sido un gato negro?
Tal y como esperó, la mujer que conducía perdió la concentración por unos instantes, parpadeando varias veces y alzando la cabeza por el rabillo del ojo.
—¿Eh? —preguntó ella, desconcertada y aferrando sus dedos al volante.
Daniel colocó un dedo sobre su mentón.
—Ahora que lo pienso, es probable que haya sido un gato negro, aunque no se le veía porque estaba debajo de una escalera.
La guardia apretó los labios y respiró hondo un par de veces.
—No es nada, sólo es un gato —dijo para sí misma en un murmullo apenas audible.
Daniel se dio cuenta de que necesitaría de algo más grande para poder conseguir lo que quería. Soltó un exagerado suspiro que simulaba cansancio y se reclinó sobre el asiento, colocando las manos por detrás de su cabeza.
—¿Sabía usted que hay una historia acerca de que a alguien una vez se le acercó un gato negro, sin embargo, le ignoró y decidió viajar ese mismo día a pesar de las advertencias de sus amigos? Es una historia interesante, aunque supongo que usted no creerá en nada de esas supersticiones.
La mujer titubeó un poco.
—No, claro que no —respondió, aún si se oía muy dudosa—, pero, de casualidad, ¿cómo acaba esa historia?
—El protagonista no llega a su destino y muere durante el viaje.
—Oh... Oye, tu casa está cerca, ¿no es verdad? Digo, a veces olvido un poco donde se encuentra la residencia de los Stone.
—Sí, está cerca. Aunque hay que dar un par de vueltas, ouf, hay una calle en particular donde hay un montón de sal en el suelo, porque unos niños hace poco tiraron ahí y nadie se ha molestado en recoger...
—¿De verdad? Bueno, ¿qué te parece si mejor paramos aquí y vamos caminando?
Daniel sonrió de oreja a oreja, disimulando su euforia.
—Suena como un buen plan. Mi casa no está muy lejos de aquí.
Vaya, ¿en qué momento la influencia de Griffin en él había sido tal que ya no vacilaba ni un instante en crear una mentira para su propio beneficio?
Eso estaba mal, pensó, no obstante, decidió que no era el momento para cuestionar la moral de sus acciones. Ya después tendría tiempo para hacer eso.
La guardia aparcó su auto en una calle vacía, y enseguida le hizo una señal a Daniel para que saliera.
Él lo hizo, abriendo la puerta y sintiendo el aire fresco de la noche cubrir su cuerpo, la cerró de nuevo y restregó sus ojos. La guardia estuvo a punto de imitarlo, pero Daniel la interrumpió en el acto al exclamar:
—¡Oh, qué despistado, acabo de pisar un pequeño espejo! ¿A quién demonios se le ocurrió ponerlo aquí?
La mujer, que estaba abriendo la puerta con lentitud, se detuvo abruptamente en su acción y volvió a cerrarla de un golpe.
—¿Cómo dices? —preguntó, frunciendo levemente el entrecejo y sonriendo con nerviosismo.
Daniel bajó la mirada, señalando un pequeño foco que estaba roto en el suelo y con sus pedazos de cristal desparramados sobre el mismo. Él no lo había roto, y en definitiva no era un espejo... Pero bueno, no había mucha diferencia, ¿cierto?
—Que rompí un espejo del tamaño de mi puño —repitió Daniel con aire de indiferencia, encogiéndose de hombros.
—P-pero yo no oí nada.
—Sí, casi no hizo ningún ruido.
La guardia arrugó el entrecejo, quedándose en silencio y quizá tratando de determinar lo siguiente que haría.
—Creo que sería mejor si les habláramos a tus padres y les pidiéramos que vinieran por ti aquí, ¿no parece? Es decir, es una calle callada y así no tendría que viajar tanto, aunque supongo que necesito sus números de teléfono... ¿Los sabes de memoria, ¿no es verdad?
Daniel realmente comenzaba a creer que esa guardia era demasiado fácil de engañar, se preguntó si alguien había tenido la decencia de decírselo... Lo más probable era que no, y eso, para él, era lo que más le beneficiaba en esa situación.
—Claro que los sé —contestó con calma—, es: 307 556 352 1201.
Por supuesto que había inventado ese número justo en ese momento. Sin embargo, la guardia claramente no parecía tener hijos adolescentes o algo similar, pues no dudó de su palabra y enseguida procedió a sacar su teléfono celular y empezar a marcar el número que Daniel había mencionado.
Él soltó un suspiro, sintiéndose mal por tener que huir de una guardia así, seguramente ella sería reprochada por sus superiores por no haber podido retener a un joven de su edad y, en su lugar, haberse permitido dejarse manipular por sus palabras.
Las personas que leen esto podrán decir lo que quieran, pero Daniel sí se sentía mal por ella.
En ese momento, otro estruendo, ocasionado por un fuego artificial, los asustó de pronto.
Daniel no dudó en aprovechar esta distracción para salir disparado lejos de ahí, corriendo hacia el jardín de una de las casas y saltando por su barda... Una cosa que representó un gran e increíble logro para él (aunque tampoco era como si la barda hubiera estado muy alta).
—¡Oye, no te vayas! —Él escuchó que la guardia gritaba con desesperación y frustración en su tono, quizá aún estando en el interior de la patrulla y dudando acerca de si salir o no.
Daniel la ignoró por completo y siguió corriendo, sin atreverse a mirar sobre su hombro y procurando no pensar en su respiración agitada.
Eventualmente no consiguió seguir ese paso y lo aminoró, comenzando a caminar con normalidad. Había cruzado al menos dos calles y, sin embargo, ya no soportaba más.
Ese día, así como el anterior, ya le había provocado demasiados sustos para toda una vida. Ya no podría volver a pensar en una pistola sin sentirse inquieto o incómodo.
Sí, esa experiencia sin duda se convertiría en un trauma en el futuro.
Al menos eso le aseguraba que sería incapaz de olvidarla, ¿no?
Daniel se sentó en el suelo en cuclillas, apoyando sus manos sobre sus rodillas y tratando de regularizar su respiración.
De improviso, recordó algo que dolió como si hubiera recibido un golpe en el estómago.
Parpadeó con fuerza y restregó sus ojos.
¡¿Cómo pudo haberse olvidado de Griffin?!
Es decir, no era como si hubiera podido hacer algo por él, sin embargo, su mente lo había bloqueado por completo al grado de ya ni siquiera recordarle.
Se suponía que él seguía vagando por las calles de la ciudad, se suponía que ambos se encontrarían pronto para intercambiar resultados.
Daniel gimió de frustración y enterró su rostro entre sus manos, apretando los dientes y soltando un suspiro de cansancio.
Estaba frustrado, en especial porque era consciente de que tendría que volver a ese horrible Festival.
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