/Capítulo 24/
—¿Cuál es tu afán por que todos se conviertan en daños colaterales? —se quejó Rash con aire frustrado.
El hombre que había desenfundado el arma se rió entre dientes e hizo rodar en su dedo índice la pistola que sostenía, haciéndolo con una naturalidad y calma sobrehumana, ¿acaso era consciente de que la cosa que sostenía era en verdad peligrosa aún si tenía (y eso esperaba) el seguro puesto?
Ese sujeto estaba mal de la cabeza.
Él se acercó al Alcalde y, sin previo aviso, le quitó la gorra que cubría su rostro, dejando al descubierto la identidad de la que Daniel y Sunder ya eran conscientes.
Henry Rash no era una persona agraciada en sí, su entrecejo siempre solía estar fruncido, su pelo pelirrojo ya estaba algo lleno de blancos cabellos y sus ojos aceituna no eran nada especial.
—Oh, mira qué desastre —dijo el hombre con el arma, embargando sus palabras de un falso tono de lástima—, ellos ahora ya saben quién eres... Si es que acaso no lo sabían antes. ¿Aún dejarás que se marchen como si nada?
El semblante de Rash se inundó de puro pavor y miedo. Miró a Daniel y a Sunder con ojos analíticos cuyas pupilas se movían de un lado a otro, probablemente tratando de determinar cuál podría ser la mejor solución a su gran problema.
Daniel le miró, suplicante y esperanzado. El que hubiera accedido a reunirse con un psicópata no debía implicar que él fuera a permitir que un par de adolescentes peligraran muy cerca de la muerte, ¿cierto...?
Pero al final, Rash bajó la cabeza y sus hombros se hundieron.
—Si piensas hacerles algo más te vale que no sea aquí y no haya ningún testigo —soltó él por lo bajo y cruzándose de brazos.
Increíble, pensó Daniel, anonadado y comenzando a sentirse como si estuviera entrando en un ataque de asma.
Mal momento, de cualquier momento que pudieron escoger sus pulmones para privarle de aire tenía que ser ése.
Su corazón comenzó a ir muy rápido y su garganta se sintió seca, le costó respirar con regularidad e intentó pasar desapercibido.
Aunque falló tan pronto como hizo esa decisión.
Sunder puso una mano sobre su hombro, mirando al Alcalde y a su agresor con el entrecejo arrugado.
—¿Así que de verdad planean matarnos? —cuestionó, su voz sonó extrañamente tranquila y vio a Daniel de reojo, pidiéndole con la mirada que intentara calmarse.
Rash lució avergonzado y no contestó. Sin embargo, el hombre a su lado asintió varias veces con la cabeza, sin siquiera el más mínimo remordimiento por afirmarlo.
—Quisiera que no fuera así —admitió, aunque la sonrisa en sus labios decía lo opuesto—, pero me temo que así son las cosas: Si le pisan la cola al gato entonces deben abstenerse a las consecuencias, ustedes se metieron dónde no debían y ahora están a punto de saber el precio de eso.
Daniel se quedó congelado al oír esto. "Donde no debían", había dicho ese hombre.
Abruptamente, su cabeza se apartó de su problema de respiración en algo completamente distinto: La furia. La misma furia que empezó a hervir en su sangre y que hormigueó en la punta de sus dedos.
Apretó sus puños con tanta fuerza que incluso sintió sus uñas encajarse en las palmas de sus manos, y sus ojos se abrieron de par en par de golpe.
—¿Donde no debíamos? —repitió, mirando al desconocido hombre a los ojos sin ningún miedo o temor de una manera que habría hecho retroceder a cualquier otro—. Tú mataste a mi hermano, ¡¿crees que no tengo nada que ver con esto y sólo quise investigar como un idiota?! ¡Lo mataste! No puedes decirme que esto fue al azar, lo único que quería era mostrarles a todos que él no se suicidó... No me importa si esto acaba mal, lo volvería a hacer una y otra vez, este el sitio donde debo estar, ¡y me importa una mierda si muero, si lo hago al menos las personas sabrán que James no se suicidó!
Ahí estaba. Había soltado todo lo que se había estado acumulando en su pecho. Habría resultado liberador y agradable de no ser por las circunstancias en las que se encontraba.
El hombre con la pistola entrecerró los ojos y su sonrisa menguó hasta desaparecer, paró de jugar con el arma y se acercó a Daniel, colocando la punta de la pistola en su frente.
Sin embargo, él no sintió miedo. Lo único que lamentaba de todo eso era haber arrastrado a Sunder, pero incluso estaba dispuesto a intentar tratar de ayudarle a escapar.
Ya estaba seguro de que no había forma en que ambos salieran ilesos de esa.
—Conque James, ¿eh? —dijo el hombre, sus ojos se tiñeron de un aire de enfado al mencionar este nombre—, lo recuerdo a la perfección, fue una de las pocas veces en que decidí hacer pasar un asesinato por suicidio... Ah, honestamente me sorprende que todos se lo hayan tragado, ¿tan poco creías en tu hermano, niño?
Daniel parpadeó varias veces al oírlo.
—No fue eso lo que sucedió —contestó, sintiendo un dolor en su pecho, era claro que su respiración aún no se había regularizado del todo, y el que hubiera soltado una larga respuesta sin descanso no había ayudado en nada—, todos dijeron que él se suicidó, no había forma de creer lo contrario.
El hombre sonrió de oreja a oreja, una sonrisa que a cualquier persona le resultaría terrorífica. Se acercó a él una vez más, sus ojos se clavaron en los suyos y no pareció percatarse de que, tanto Rash como Sunder, observaban la escena, boquiabiertos e incapaces de poder interrumpir la conversación.
—Cuando una persona realmente quiere a otra —dijo el hombre, su tono sonó frío y gélido, y su aliento llegó al rostro de Daniel—, puede estar seguro de lo que habría hecho o no... Dime, ¿en verdad querías a tu hermano o todo esto juego de la justicia y venganza sólo es un tonto capricho para redimirte por no haber descubierto antes que James no se suicidó?
Daniel sintió la furia arder en su garganta como si se tratara de un ardiente ácido, sus ojos escocieron, pero se rehusó a dejarle ver cuánto le afectaba tal pregunta.
"No dejes que te manipule", dijo una voz en el interior de su cabeza, aunque incluso ella sonaba dubitativa.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, apretando los dientes con fuerza y bajando un poco la mirada, sin importarle en lo más mínimo que la punta de la pistola se hallara sobre su frente—, ¿por qué lo mataste?
—Tu hermano vio algo que no debió haber visto —respondió el hombre con suma calma y arrastrando las palabras—, y lamentablemente no pude permitir que supiera tanto.
Daniel tensó la mandíbula y le costó reprimir el impulso de golpearlo... Sabía que el siquiera intentarlo podía costarle la vida.
—Así que —volvió a decir el hombre—, ¿por qué no vienen con nosotros y arreglamos esto en otro lado? No me parece conveniente hacerlo aquí. Y, por si no lo notaron, el preguntarles es una mera formalidad, porque si no vienen de buena gana entonces me veré obligado a dispararte... Eso sería una pena, ¿no es verdad?
El hombre dio un paso atrás, y el arma emitió un pequeño clic, dejándoles saber a ambos que el seguro había sido removido. Alzó la pistola al nivel de su pecho y luego volvió su mirada hacia Rash, quien no se había movido ni un centímetro en todo el rato.
—Vamos, viejo, ya es muy tarde para arrepentirse —dijo él, sonriendo—, ¿qué son dos víctimas más para ti?
Rash sacudió la cabeza, visiblemente nervioso.
—Esto no se le parece en nada. Ellos son adolescentes y...
—¡¿Y qué?!
El Alcalde no respondió y le dedicó a Daniel y a Sunder una mirada que se asemejaba a la lástima.
Sin embargo, de pronto alguien interrumpió la escena con las siguientes palabras:
—¿Qué está sucediendo aquí?
Todos miraron en la dirección de donde la voz había provenido tan pronto como la oyeron. Daniel observó que se trataba de una guardia de seguridad, quien estaba al comienzo de la calle y tenía ambas manos apoyadas sobre su cintura, mirándolos con aire receloso.
Volvió su mirada por encima de su hombro y se percató que el hombre que hace unos segundos había estado sosteniendo una pistola, ahora tenía las manos vacías.
Estaba seguro de que la guardia no había visto el arma, pues de haber sido así, no habría actuado con tanta calma.
Daniel se sintió inquieto, no podía revelar nada de lo que había ocurrido, pues eso significaría involucrar a esa guardia en su problema, y definitivamente era algo que no estaba dispuesto a hacer. Observó por el rabillo del ojo que el Alcalde había vuelto a colocarse la gorra, sin desear que la mujer alcanzara a reconocerle.
Sunder le miró de reojo, y nadie respondió por unos instantes.
La mujer arrugó el entrecejo y se acercó a ellos.
—¿Qué está sucediendo aquí? —repitió ella, alzando una ceja con cierto aire sospechoso.
El hombre que había tenido una pistola en sus manos dio un paso al frente y colocó su mano sobre el antebrazo de Daniel.
—No sucede nada, oficial —dijo él con tono despreocupado y calmado—, sólo estamos conversando.
La guardia entrecerró los ojos, quizá intentando determinar si acaso decía la verdad.
—¿Por qué todos están tan cubiertos? —inquirió, dubitativa.
A Daniel entonces se le ocurrió una forma de escapar de ahí sin que nadie resultara herido. Sin pensarlo dos veces, se quitó la capucha que cubría su rostro y le quitó el gorro a Sunder, mirando a la guardia a los ojos.
Ella arrugó el entrecejo y levantó un índice, señalandolos y frunciendo el ceño.
—Espera un minuto —dijo—, tú eres el hijo de los Stone —Se volvió hacia su amigo y agregó:—, y tú el de los Roday, ¿no es verdad?
Daniel sintió como la mano del hombre se cerraba en torno a su antebrazo, haciéndole daño en el acto.
Sin embargo, él decidió ignorarlo y asintió en dirección de la mujer.
—Sí, somos nosotros.
La guardia soltó un suspiro y pasó una mano por su cuello.
—Chico, tus padres están muy preocupados por ti —informó ella—, lo siento, pero no puedo dejar pasar que te encontré aquí. Me temo que tendrás que venir conmigo junto a tu amigo.
Daniel ni siquiera se molestó en pretender que eso le hizo sentir mal.
—Bueno, entonces supongo que nosotros ya nos vamos si no tenemos nada más que hacer hacerlo —dijo el hombre con una impostada carisma.
Le hizo un ademán con su cabeza hacia Rash, y él no dudó antes de dar media vuelta y alejarse de ahí con paso apresurado.
El hombre también se giró, soltando el brazo de Daniel. No obstante, antes de abandonar la escena, se inclinó hacia él y le dijo al oído en un gélido susurro:
—Si te atreves a decir algo de lo que ocurrió, entonces tu hermano no será la única familia que perderás.
Daniel se esforzó por mantener un semblante impasible, sin permitirse alterar por tal amenaza. El hombre no añadió ninguna otra cosa y se alejó de ellos, siguiendo los pasos del Alcalde en un silencioso andar, lo contrario a lo que había hecho cuando llegó a ellos.
Él soltó el aire que había estado conteniendo y sintió como si sus piernas estuvieran a punto de caer por la cantidad de tiempo en que habían estado temblando sin su consentimiento.
Quizá no lo sintió en su momento, pero vaya sí había estado aterrorizado al haber tenido una pistola en su frente.
Eran esa clase de experiencias que nunca antes quería tener que repetir.
Sabía que su movimiento no había sido muy inteligente, pues ahora, tanto Rash como el hombre desconocido, sabían su apellido, y siendo que se trataba de Wyoming, no les tomaría mucho dar con su familia.
Era consciente de que no podía tomar a la ligera la amenaza que había recibido.
Pero al menos había funcionado, pensó con leve alegría, al menos ahora Sunder y él ya no estaban en un potencial riesgo de morir en ese preciso instante.
Agradecía lo pequeña que era su ciudad, de otra forma, quizá la guardia no había sabido reconocerlos.
Por razones lógicas, no mencionó nada de lo vivido a la guardia, quien los miró a los dos con ojos recelosos.
—Honestamente, ¿en qué estaban metidos ustedes dos? —preguntó ella—, ¿y quiénes eran los sujetos que estaban a sus espaldas? Ninguno me dio buena espina, y la verdad es que me parecieron algo atemorizantes.
Daniel se volvió hacia Sunder, diciéndole con la mirada que se mantuviera callado.
—Sólo nos topamos con ellos —murmuró él, apartando la vista de su amigo.
—Hum, como sea, deben venir conmigo. Vamos, mi patrulla está cerca de aquí.
Daniel asintió con la cabeza y, en compañía de Sunder, comenzó a caminar hacia el frente. La mujer les siguió muy de cerca y sin quitarles los ojos de encima ni por un segundo, había una alta posibilidad de que también hubiera reconocido a Daniel como el chico que había asaltado una estación de policías.
Si ese era el caso, no sería uno bueno.
La patrulla de la que ella les había hablado estaba más lejos de lo esperado, sin embargo, no tardaron en llegar al pie de ella.
Daniel y Sunder subieron a los asientos traseros, y la guardia, estando en el asiento del conductor, insertó las llaves y las giró, encendiendo el motor y empezando a conducir lejos de ahí.
Daniel recargó su cabeza sobre la superficie de la ventanilla y sus labios soltaron un suspiro.
Un abrupto estruendo lo sobresaltó, y miró con admiración y curiosidad el cómo en el cielo de pronto estallaban un par de fuegos artificiales, que se extendieron para formar maravillosas figuras que brillaban en distintos colores.
La situación podía ser peor, pensó para tratar de consolarse.
Aunque no lo consiguió.
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