/Capítulo 22/
Daniel estaba perplejo y aún estaba tratando de procesar la información que recientemente había obtenido.
—¿E-el Alcalde? —repitió, parpadeando varias veces y levantando la mirada hacia los altavoces.
No podía ser, pensó con fervor y miedo, seguramente estaba equivocado y las voces no eran las mismas.
Pero, ¿y si realmente sí era así?
Un escalofrío recorrió su espina dorsal como un choque eléctrico y un amargo sabor ahondó en su boca.
Mordió su labio inferior y retrocedió un paso.
—¿Estás bien? —preguntó Sunder, mirándole con ligera preocupación.
Daniel sacudió la cabeza.
No afirmaría nada hasta que pudiera tener una pista más concreta, sería suicida suponer en voz alta que el Alcalde de su mismísima ciudad había estado involucrado en dos homicidios.
Simplemente... No quería creerlo.
Pasó una mano por su frente y sus labios esbozaron una mueca de dolor.
—No es nada —masculló, y levantó la mirada—, escucha, Sunder, si de verdad vas a estar conmigo debo pedirte que no trates de cuestionarme, digo, habrán muchas cosas que sonarán muy extrañas y surreales, pero...
—No te preocupes —contestó él al acto—, voy a confiar en ti.
Daniel le dedicó una sonrisa agradecida y se volvió hacia el frente. Crujió sus nudillos y soltó un suspiro.
—Por favor que no sea el Alcalde —murmuró para sí mismo, y en un mayor volumen agregó hacia su amigo:—. Cambio de planes, ya no buscaré a un tipo cuya voz pueda reconocer.
—Mmm... De acuerdo —contestó Sunder, pareciendo reprimir con gran esfuerzo el impulso de preguntar la causa—. ¿Ahora a dónde planeas ir?
—Hacia el Alcalde.
Daniel había decidido en cuestión de pocos segundos que su forma de recolectar evidencia cambiaría. Sí, esperaba con toda su alma que el Henry Rash no estuviera mezclado con ese misterioso y desagradable asunto, sin embargo, su voz le era familiar (y vaya si Daniel tenía un fino oído para esas cosas) e inevitablemente le había hecho recordar a ese momento en el depósito en donde creyó que casi moriría.
Si su sospecha era correcta entonces podría verlo reunirse con el otro, el mismo que les había apuntado con un arma.
Y si erraba... Bueno, no sería para tanto. Confiaba en que Griffin pudiera tener éxito en caso de que él fallara.
Con esto formulado en su mente, no dudó en salir en busca del Alcalde, cuya ubicación no era para nada imprecisa, siendo que toda la ciudad sabía que él se encontraba en el centro, justo donde residía un gran escenario, en el cual se llevaría a cabo su discurso anual.
Gracias a esto, Daniel poco se demoró en hallarlo.
Se deslizó a través de las calles con Sunder pisándole los talones, en más de una ocasión se topó con conocidos y compañeros de escuela, algo que era difícil que no ocurriera debido a lo pequeño que era el sitio donde vivía. Pero, afortunadamente, ninguno de ellos fue capaz de reconocerle a través de su capucha oscura.
Lo que le hizo preguntarse una cosa.
—¿Cómo supiste que era yo? —cuestionó en dirección de Sunder, viéndole por el rabillo del ojo—, estaba de espaldas a ti, no había manera en que me hubieras visto el rostro.
Sunder pareció pensarlo.
—Eh... ¿Honestamente? No estaba seguro de que fueras tú, sin embargo, estaba dispuesto a tomar el riesgo de ser insultado por un extraño, así que supongo que fue una corazonada.
Daniel asintió, aunque en el fondo este hecho le seguía causando cierta curiosidad y duda.
Finalmente llegaron al pie del centro de su ciudad. La luz de los postes iluminaban todo con gran entusiasmo, habían sillas plegables que se explayaban a lo largo de toda la avenida, y en el fondo se encontraba el gran escenario, el cual medía varios pies de largo y cuyo interior estaba siendo cubierto por dos grandes cortinas que brillaban en color carmesí.
Daniel admiró esto, sin poder evitar sentirse impresionado por el trabajo de los ciudadanos. Es decir, aún no comprendía el porqué una fecha como esa era digna de celebrarse, pero tendría que ser ciego para no ver el esfuerzo que las personas habían impuesto en las decoraciones y utilería.
Pestañeó con fuerza, saliendo de su estado de ensueño. Se volvió hacia Sunder y observó que él también lucía embelesado con lo que se mostraba justo adelante.
—¿Sabes dónde se queda el Alcalde hasta que es la hora de dar el discurso? —inquirió Daniel, recorriendo con su mirada los alrededores y sin poder dar con el aludido.
—Pues, que yo sepa está detrás del escenario, preparándose y todo eso —contestó Sunder con algo de duda—, espera, ¿por qué supones que yo sé más acerca de las costumbres citadinas de Wyoming si eres tú el que nació aquí?
Daniel se encogió de hombros.
—Siempre se te dieron más que a mí este tipo de cosas aburridas —contestó, siendo completamente honesto—. Vamos, hay que ir con el Alcalde.
Sabía que no era una buena idea acercarse del todo a él, después de todo, existía la posibilidad de que le reconociera como el chico problemático que había asaltado una estación de policías, aunque lo bueno era que, si acaso realmente se trataba del dueño de la primera voz del depósito, entonces no debía preocuparse de que supiera que él había estado presente en su conversación, ya que se había marchado antes que el otro tipo.
Daniel se sumió en sus pensamientos, intentando contar todos los altos y bajos que podían suceder con su abrupto cambio de plan.
Quizá sólo estaba desperdiciando tiempo y en realidad, la persona a la que buscaba estaba allá afuera, mezclándose entre la multitud como si se tratara de alguien más.
No obstante, si eso realmente ocurría, ¿qué tan posible era que Daniel la encontrara en esa noche?
Acabó concluyendo que valía la pena arriesgarse con el Alcalde.
Él y Sunder no tardaron en recorrer la calle hasta llegar al pie del gran escenario. Daniel, en lugar de subir, lo rodeó con paso arrastrado y se detuvo al estar a espaldas del mismo.
Podía oír un par de murmullos inundar el sitio, seguramente tratándose del Alcalde y su personal hablando entre sí. Apretó los puños y suspiró.
No tenía caso acercarse a Henry Rash, mejor sería observar en la distancia y esperar a que presentara una conducta sospechosa.
Y si eso no sucedía antes de que el discurso diera comienzo, entonces se daría por vencido y volvería a su plan inicial.
—¿Qué se supone que estamos haciendo? —cuestionó Sunder con curiosidad.
—Esperar —contestó Daniel—, es posible, mas no un hecho, que el Alcalde se haya reunido ayer con el probable asesino de James.
—Ah... ¿Entonces no deberías seguir al Alcalde? Digo, mira, se está marchando —Sunder levantó su brazo y con nula discreción apuntó con su índice hacia su izquierda.
Daniel siguió con la mirada el sitio a donde señalaba y se sorprendió al percatarse de que un hombre disfrazado de negro bajaba del escenario y se escabullía entre la calle. En efecto, se dio cuenta con sorpresa, se trataba de Henry Rash.
—Tu vista es sorprendente —alagó Daniel a Sunder, perplejo y se volvió hacia él—. ¿Crees que el Alcalde tendría una razón para abandonar el escenario antes del discurso?
Su amigo lo pensó por unos instantes.
—No lo creo; los años anteriores se quedó ahí, eso suele ayudar a que las personas puedan acercarse para hacerle preguntas o entrevistas.
Daniel esgrimió una mueca y pasó una mano por la parte posterior de su nuca. No le agradaba lo sospechoso que lucía el Alcalde.
—Vamos —dijo hacia Sunder—, hay que seguirlo.
Él asintió con la cabeza y ambos se deslizaron al frente, siguiendo en silencio y sin decir nada los pasos del Alcalde, los cuales no eran difíciles de predecir debido a que caminaba en una línea recta.
Las calles de ahí estaban vacías a comparación del centro de la ciudad, cosa que también ayudaba a no perderle de vista. Aunque, aún pese a ello, seguían habiendo unos cuantos transeúntes que iban y venían de un lado a otros.
Unos cuantos incluso le dedicaron una mirada recelosa antes de continuar su andar.
La noche había avanzado y con ella, el frío se había vuelto más denso. Daniel observó que, abruptamente, el Alcalde viró a la derecha en una de las calles.
Mordió su labio inferior y esperó un poco, junto a Sunder, antes de girar en esa misma dirección.
No obstante, ambos soltaron un respingo y se llevaron una gran sorpresa cuando se percataron de que ahí, en esa calle, no había ni un solo rastro de que una persona hubiese cruzado.
Daniel arrugó el entrecejo, completamente desconcertado y buscando encontrar una razón que pudiera explicar lo ocurrido.
—¿Por qué me están siguiendo? —preguntó de pronto una voz a sus espaldas.
Daniel tragó saliva y se quedó estático. Sí, ahora estaba seguro de que la voz que había oído en el almacén era esa misma.
Estaba seguro de que el Alcalde se había reunido con el desconocido que les había apuntado con un arma.
Sintió un nudo apretujarse en su garganta y por unos segundos se quedó en blanco, sin saber bien qué responder. Sunder, estando él a su lado, le miró de reojo, y sus ojos claramente expresaron un grito de auxilio.
—¿Y bien? —espetó la voz detrás de ellos—, ¿no piensan responder?
Daniel tensó la mandíbula y se acomodó la capucha de su sudadera para que no pudiera mostrar ni un sólo centímetro de su rostro. Después alzó las manos en señal de paz y dio media vuelta con lentitud.
Aún cuando ya lo sabía, no pudo evitar soltar un respingo de sorpresa al ver a Henry Rash. Quizá si no hubiera tenido esta información, le habría resultado difícil descubrir su identidad, pues llevaba una gorra oscura que cubría la mitad de su cara y un grueso abrigo que llegaba hasta sus rodillas.
El Alcalde le sacaba toda una cabeza, y estar delante suyo sólo hacía más evidente la diferencia de estaturas entre ambos.
—¿No piensan responder? —cuestionó él con molestia—, los vi seguirme desde hace dos calles, ¿quiénes son?
Daniel se alivió un poco al oír esto, pues eso implicaba que Rash no les había visto en la parte trasera del escenario, por lo que seguramente tenía la certeza de que ellos dos no eran capaces de reconocerle.
—Pensábamos que era otra persona —mintió rápidamente—, pero ya vimos que no lo es, así que nos iremos y seguiremos buscando.
La mirada del Alcalde se tornó inquisitiva, tal vez trataba de determinar si acaso estaban diciendo la verdad.
Sin embargo, antes de que pudiera llegar a una decisión concreta, un par de pasos resonaron en la calle en la que se habían detenido.
—¿Qué sucede? —interrogó alguien nuevo.
Aunque quizá no tanto, pues a él también le conocían.
Era el segundo que había hablado en el depósito. Y si antes no lo notó, ahora pudo percibir con claridad ese leve tono británico en su hablar, del que cualquier otro no se habría percatado.
Daniel apretó los dientes y maldijo en silencio su terrible suerte. Se preguntó si él podría reconocerle, esperaba que la oscuridad que le cubrió en el momento cuando se encontraron hubiera bastado para hacerle pasar desapercibido.
—No es nada —masculló el Alcalde—, ustedes ya se van, ¿no es verdad?
Daniel asintió con la cabeza, rehusándose a soltar ni una sola palabra, sabiendo que así como podía recordar su voz, él también podía hacerlo.
El otro hombre, el que era más joven y les había amenazado el día anterior, se acercó a ellos, sus pasos eran estruendosos y parecían ser así a propósito, o al menos eso quería pensar, ya que le parecía imposible que alguien pudiera caminar haciendo tanto ruido.
Daniel entonces pudo visualizar por el rabillo del ojo el rostro de él.
Seguramente había determinado que no había razón para cubrir su rostro, esto sólo le hacía saber que sus intenciones de hablar con Rash eran verídicas y que no había pensado en quedarse más de lo necesario.
El rostro del sujeto pertenecía sin duda a alguien joven, calculó que no podía pasar de los veinticinco años, un hecho que le desconcertó. Sus ojos resplandecían en un color azul, el cual reflejaba sin problemas la luz de la luna que se ubicaba justo sobre sus cabezas, su cabello era rubio con raíces pelirrojas, y su mirada mostraba molestia e irritación.
—¿Por qué ocultan sus rostros? —cuestionó con tono grave, enarcando una ceja e inclinándose hacia él.
Daniel no respondió, viajando su mirada hacia abajo y notando con sorpresa que los puños de ese sujeto estaban sangrando, teniendo unas pequeñas cortadas en sus nudillos. Se trataban de las mismas heridas que uno se causaba cuando golpeaba con fuerza a algo o incluso a alguien. Estaba vestido con una chaqueta negra de cuero que le quedaba holgada, y entendió con cierto pavor que la probabilidad de que ahí mantuviera escondida el arma con el que les había amenazado anoche era en realidad muy alta.
Así que el riesgo de que algo les sucediera por quedarse ahí más del tiempo necesario sólo iba en aumento.
Sunder le miró con alteración, sin entender el porqué había decidido quedarse callado delante de tan amenazante persona, cuyo tono delataba un aire pasivo-agresivo.
—E-es sólo que no nos gusta que las personas nos vean el rostro... en la noche —contestó su amigo, con un obvio deje de duda.
Daniel sabía que Sunder era un pésimo mentiroso, en especial si se encontraba asustado, razón por la que en primer lugar no había querido mezclarlo en ese embrollo.
—¿Qué clase de razón es ésa? —interrogó el tipo del acento británico.
—Una muy buena —murmuró Sunder—, además, ¿por qué ustedes están aquí en una calle tan oscura como esta? Digo, ustedes no dan ninguna buena pinta, sería mejor si nos dejaran marchar, ya sabe, cada quien por su lado, eso suena bien, ¿no es verdad?
Daniel tomó su brazo, pidiéndole en silencio que parara de hablar.
Rash arrugó el entrecejo.
—No veo razón para no hacerles caso —admitió, encogiéndose de hombros—, total, dudo que nos volvamos a encontrar.
Sin embargo, el otro tipo, cuyo nombre aún no conocían, no pareció estar satisfecho con esa sugerencia.
—No —contestó, encarando a Daniel y mirándolo directamente a los ojos, haciéndole sentir mareado y con ganas de huir muy lejos de ahí sin siquiera mirar atrás—. Ellos no irán a ningún lado.
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