/Capítulo 15/
Daniel no tardó demasiado en volver al apartamento de Griffin.
El hombre le había dejado la llave antes de dirigirse a la farmacia, por lo que no tuvo problemas en abrir la entrada y cruzar el umbral hacia el interior.
Todo estaba tal y como lo habían dejado, sin embargo, Daniel sintió un mal sabor en su boca, los vellos de su nuca se erizaron y cerró la puerta silenciosamente.
Miró a su alrededor, examinando las cosas y tratando de determinar qué estaba mal. Quizá sólo estaba gravemente paranoico y toda esa situación le estaba haciendo mal.
Se dejó caer sobre el sofá y miró al frente.
—No metas la cinta en el reproductor —dijo seriamente la voz de James a su lado.
Daniel se sobresaltó y se volvió hacia él al instante.
—¿Acaso te cuesta mucho decir un simple "hola"? ¿Disfrutas aparecerte con frases así de extrañas? —masculló Daniel, fingiendo estar molesto para ocultar el susto que su hermano le había dado.
James se encogió de hombros.
—Lo siento —contestó con aire de indiferencia.
Daniel suspiró.
—No importa. ¿A qué te referías cuándo dijiste que no metiera la cinta en el reproductor?
James señaló su entorno con la palma de su mano.
—Alguien estuvo aquí —explicó, sus ojos se movieron ansiosamente hacia arriba y abajo, como tratando de hallar una prueba contundente que pudiera respaldar sus palabras.
Daniel arrugó el entrecejo, desconcertado.
—¿Alguien? ¿Quién?
—Yo no estaba aquí, no creas que voy a saber.
—¿Cómo estás tan seguro entonces de que alguien estuvo aquí?
James lo miró con paciencia, casi como si estuviera esperando que Daniel se diera cuenta por sí mismo, tras no obtener una respuesta regresó su mirada al frente y dijo:
—El reproductor está limpio.
Daniel no lo entendió a la primera y dirigió su mirada hacia el objeto. Éste yacía justo debajo del televisor, en el mismo mueble que compartía con él. Se dio cuenta de que su hermano tenía razón, el reproductor grisáceo estaba limpio, no demasiado pero sí lo suficiente para hacerse destacar entre el resto del desastre de Griffin.
—¿No es una especulación muy vaga? —inquirió Daniel, dubitativo—, es decir, Griffin no lo usaba y el que esté limpio implica que alguien lo manipuló, ¿es ésa tu conjetura? Porque a mí no me parece muy realista.
James no contestó y en cambio se inclinó hacia delante, se arrodilló delante del reproductor y echó una profunda mirada al interior del mismo. Se quedó en silencio por unos largos minutos hasta que finalmente se puso se pie y se volvió hacia Daniel.
—Hay algo parpadeando dentro —informó James, su rostro denotaba completa calma, esto provocaba que Daniel se cuestionara si realmente se trataba de su hermano—. Así que, o el reproductor de Griffin es único en su clase o tiene una bomba adentro.
Daniel se puso de pie de un salto.
—¡¿Una bomba?! —repitió, incrédulo—. ¿Pero cómo...?
—No lo sé —interrumpió James, pasando una mano por la parte posterior de su cabeza y esgrimiendo una mueca en sus labios—, pero recomiendo que no te acerques en caso de que se active con el movimiento o alguna cosa así.
Daniel volvió a sentarse sobre el sofá. ¡Tenía que ser eso! Disparos, robos, asaltos, sólo hacía falta una condenada bomba para que todo eso se convirtiera en un genuino desastre. No hacia falta que se inclinara para darse cuenta de que su hermano tenía total razón, ahí en el interior del reproductor brillaba un pequeño resplandor rojo que claramente no pertenecía a él.
Enterró su rostro entre sus manos y masajeó sus sienes con las llemas de sus dedos con fuerza.
—¿Estás bien? —preguntó James con palpable duda en su tono.
Daniel negó al acto.
—No, claro que no —espetó, su voz sonaba agrietada—. Esto es... Es ridículo, si tú no hubieras aparecido yo habría metido la estúpida cinta y ahora estaría muerto. Tienes razón, no soy tan cuidadoso como debería serlo... Creo que estoy tomando este asunto demasiado a la ligera.
Si era honesto no esperaba una respuesta, prefería el silencio. Daniel siempre había sido el tipo de personas que preferían el silencio y se avergozaban de hablar de sus propios sentimientos.
¿Quién quiere hablar de sentimientos cuando hay mejores formas en las que desperdiciar su tiempo? Siempre que llegaba ese tema, Daniel buscaba una manera de eludirlo y cambiar la conversación, era una de las razones por las que en el pasado había estado tan aferrado a su búsqueda de la aprobación social.
Haría cualquier cosa con tal de desviar una charla sentimental, en especial si esos sentimientos se relacionaba con la decepción o tristeza.
Sin embargo y en contra de su predicción o deseos, James sí respondió.
—Es extraño —murmuró él—, las personas eran las que solían decirme eso casi cada cinco minutos.
Daniel levantó la barbilla para ver a su hermano a los ojos. Esos ojos que alguna habían estado con vida y brillado en un verde intenso que se mezclaba con el azul, esos que ahora sólo parecían vacíos y lejanos, viendo algo en la distancia que Daniel jamás podría alcanzar.
—¿Qué quieres decir? —No pudo evitar preguntar.
James sonrió a medias y se sentó a su lado, se cruzó de brazos y enfocó su mirada en el televisor apagado delante de ambos.
—Todos decían que yo era un idiota imprudente —dilucidó tranquilamente—. Que algún día algo me pasaría por tomarme la vida de forma tan calmada, las personas creían que nada me importaba...
—Ese fue la razón por la que el vecindario entero se desconcertó al oír la noticia de tu suicidio —dijo Daniel, rehuyendo su mirada y sin lograr contener a continuar—. Si eras tan feliz y despreocupado, ¿cómo era que te suicidaste? ¿Cómo era que lograste ocultar esos deseos de una manera tan sorprendente que logró engañar a cada personas que te conoció? Desde el día de tu muerte me pregunté día y noche qué pude haber hecho para evitarlo, me pregunté todo ese tiempo si fui ingenuo al no darme cuenta de tus intenciones o si tú fuiste muy egoísta al no haberme dicho.
—Yo nunca me habría suicidado —El timbre de James era serio y su rostro se había tornado dolido—, no recuerdo cómo morí y aún hay muchas lagunas en mi memoria, pero sé con total certeza que yo jamás te habría dejado... O no sin al menos tratar de explicarte lo que sucedía.
Daniel asintió con la cabeza, apretó sus puños y una sensación de frustración corrió por la boca de su estómago.
—Lo sé —soltó, contuvo el impulso de llorar. Odiaba llorar, le hacía sentir débil, pero no lo veía como signo de debilidad. Si otras personas lloraban, estaba bien, pero si él lloraba, entonces sentía que era el fin del mundo—. Ahora lo sé. Pero antes no, me odio por eso, me odio por haber creído la mentira de que realmente te habías suicidado y haberme resignado a lo que todos dijeron, me odio por rehusarme a ahondar más en la causa de tu muerte... Me odio por alguna vez haberte odiado.
—¿Tú... me odiabas?
—Por supuesto que lo hacía —La voz de Daniel flaqueó—. Creía que me habías dejado, idiota, te odiaba por lo mismo, pensaba que todo este tiempo ni siquiera te molestaste en darme una explicación y decidiste que habías tenido suficiente con la vida... Lo creía y gracias a que ya sé que no es verdad, me siento como un imbécil, por eso accedí a este caos, en el fondo creo que pensaba que si hacía algo para probar que lo tuyo no era un suicidio, podría reivindicarme por no haber tenido dudas de ello durante seis años.
James se quedó en silencio. Daniel también.
No sabía qué decir o con qué romper ese frío hielo.
Ahí estaba, las cosas que se había esforzado en guardar habían salido de su boca sin su consentimiento. Esa rabia y angustia acumulada se habían desatado y en ese preciso momento cayó en la cuenta de que era incapaz de contener las lágrimas que se acumulaban en el borde de sus ojos.
Nunca pensó que tendría la oportunidad de decirle eso a su hermano.
—Lo lamento —murmuró James, él también parecía atribulado y su tono lo demostraba. Al mirarlo, Daniel advirtió en que los ojos de su hermano también brillaban en lágrimas—. No sabía nada de eso... Cuando dijiste en un inicio que yo me había suicidado, no lo pude creer, también me cuesta entender que tuviste que pasar tanto tiempo creyendo que mi suicidio era real... De verdad lo siento.
Daniel restregó sus mejillas por las que las lágrimas rebeldes de sus ojos se deslizaban y las enjugó con fuerza, se forzó a tragar el llanto que se apretaba desde el fondo de su garganta y se encogió de hombros.
—No fue tu culpa, tonto. Y quizá lo estoy haciendo parecer más dramático y grande de lo que realmente es —musitó, algo avergonzado.
—¿Recuerdas ese 4 de julio cuando te llevé a la azotea de nuestra casa? —preguntó James de pronto. Daniel sólo supuso que trataba de cambiar el tema, algo que no le molestó.
—Eh... Sí, ¿cómo podría olvidar que casi haces volar mi dedo pulgar? —resopló él.
Mentiría si dijera que era un día en el que pensaba mucho, si era honesto apenas si lo recordaba.
—Bueno... Entonces quizá recuerdes que en ese momento yo estaba terco con la idea de que ansiaba dedicarme profesionalmente a un campo donde pudiera estudiar a fondo el arte de las fotografías.
—Recuerdo que mis padres discutieron contigo porque decían que era un estudio inútil.
James esbozó una mueca.
—Sí, así es. La cosa es, que ese 4 de julio me empeñé en traer mi cámara y mostrarte que se podía capturar el momento exacto en que un fuego artificial estallara. ¿Recuerdas lo que dije después de eso?
Daniel se devanó los sesos tratando de rememorar con exactitud sus palabras, sin embargo, falló en la acción y negó con la cabeza.
—No, lamentablemente mi memoria no da para tanto —ironizó, sin estar seguro de a dónde se dirigía su hermano con esa conversación.
James sonrió a medias. Ese tipo de sonrisas que se dibujan en tus labios cuando viene a tu mente un cálido recuerdo.
—Bueno, yo sí lo recuerdo. Daniel, te dije que quería convertirme en fotógrafo porque estaba seguro de que a menudo las fotografías eran menospreciadas. Las personas tienen el poder de congelar un instante y volverlo eterno, tienen el poder de capturar la esencia de una sonrisa o de una lágrima... Quería ser fotógrafo porque quería crear nuevas realidades, mostrarle al mundo que congelar un instante de una forma perfecta era posible. Quería cambiar a las personas haciéndoles ver que las fotografías pueden reflejar la naturaleza de una persona si necesidad de retocarla con falsas cosas, quería capturar momentos y pasiajes y simplemente... Hacer una diferencia y ser más que un fotógrafo, mi meta era inspirar a las personas y hacerles ver que una fotografía podía cambiarlo todo.
James hablaba de un modo apasionado, de la misma forma que hacía una persona que hablaba de su serie de televisión favorita o de su mayor hobbie. Daniel se dio cuenta de que en realidad sí reconocía esas palabras.
Estaba pasando por un dejá vú, porque a pesar de que no lo hacía del todo, Daniel sí recordaba un poco ese 4 de julio, cuando en aquel entonces sólo tenía 9 años y creía que su hermano mayor era la persona más genial que existía en todo el mundo.
Las palabras de James estaban embargadas de una euforia que sería difícil de igualar, sus ojos estaban clavados en el frente y sus manos reposaban sobre su regazo, sus lágrimas habían escurrido sobre sus mejillas hasta perderse por su cuello, él nunca había tenido problemas con llorar, si quería hacerlo lo hacía y no le importaba. Daniel siempre había admirado eso.
—Perdón, creo que he comenzado a divagar —se disculpó James, parpadeando varias veces al darse cuenta de su largo discurso y carraspeó con su garganta—. Hum, mi punto es, Daniel, que el objetivo con las fotografías que yo quería lograr era que todos vieran que las cosas perfectas muchas veces son esas que... Bueno, que no lo son. Está bien no estar bien. Está bien sentirte roto y malherido. Está bien llorar sólo por sentirte triste e incluso también si te sientes feliz. Está bien que te haga sentir mal lo que sea que lo haya hecho, no existe algo "exagerado", tienes derecho a sentirte de la forma en que tú quieras... No puedes decir que es dramático. Sencillamente es lo que es, si estás feliz y también triste, su estás deprimido pero también aliviado, un humano es complejo. Es un concepto que siempre quise plantear en una sola fotografía. Está bien ser humano, Daniel, todos lo somos.
Daniel calló, meditando estas palabras en silencio e intentado procesarlas en su mente.
—¿Qué intentas decir? —preguntó finalmente, rompiendo ese grueso silencio que comenzaba a destruirle los nervios.
James enarcó una ceja con un ligero atisbo de burla.
—¿De verdad no lo entiendes? Hermano, quiero decirte que tenías el total derecho de odiarme, que no había nada de extraño en que me hubieras guardado resentimiento... Yo te dejé, creíste que lo había hecho voluntariamente y sin siquiera haberme despedido, ¿no es verdad? Te sentías mal, Daniel y lo entiendo. Está bien y no tienes de qué sentirte culpable.
Daniel sintió como si un enorme peso se removiera de sus hombros y sus pulmones pudieron respirar una vez más.
Esas palabras... Sin saberlo, eran las mismas que por años anheló oír. Que por años esperó que alguno de sus padres o incluso un desconocido le dijera en un consuelo.
Que por días y noches enteras esperó escuchar... Las mismas que nunca llegaron a sus oídos y se esfumaron en el aire.
Daniel siempre se había sentido una horrible persona por odiar a su hermano difunto, por odiar a alguien que ya no estaba y que jamás volvería.
¿Qué clase de extraña y retorcida persona guardaba rencor por algo así? Solía preguntarse constantemente en el pasado, frustrado consigo mismo por no hallar una respuesta satisfactoria a esa pregunta.
Las lágrimas volvieron a escapar de sus ojos y está vez no hizo ningún esfuerzo por contenerlas, ya le daba igual.
James no lo culpaba, él lo entendía. No se había dado cuenta de cuánto había necesitado saberlo hasta ese momento. Saber que todo ese tiempo sus sentimientos no eran horripilantes o alguna muestra de que algo estaba mal con él.
Se había negado a admitir durante tanto tiempo que lo extrañaba, pensando que era hipócrita decir que extrañaba a alguien que odiaba profundamente, pensando que era imposible sentir odio y amor por la misma persona, pensando que no existía el sentimiento donde ambos eran un solo.
Pero, ¿y si realmente existía y había estado equivocado por tantos años?
Daniel apretó sus puños y alejó su mirada.
Estaba aliviado y una sensación liberadora lo invadía por todo el cuerpo.
—Gracias —musitó Daniel, su visión se nubló a causa de sus lágrimas y ni siquiera le tomó importancia— por decirlo.
—Gracias a ti, hermano, por haberme creído.
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