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/Capítulo 11/


Si de Daniel hubiera dependido, se habría tomado una excesiva cantidad de tiempo para llegar a casa, y se habría detenido en cada esquina para recuperar el aliento. Probablemente también se habría tomado unos minutos para examinar superficialmente el expediente de Félix que seguía sosteniendo.

Sin embargo, no lo hizo.

Temía que sus padres ya estuviesen enterados de su larga ausencia, y ese sólo pensamiento le otorgó una fuerza y motivación que incluso a él le sorprendió.

No pensó en nada y mantuvo los pensamientos alejados de su mente cuando emprendió su camino de regreso.

Para cuando llegó a la puerta de su casa, notó dos cosas importantes y que lo hicieron temblar al acto:

1. La luz de la Sala estaba encendida, lo que en definitiva no era bueno.

2. Un auto de policía estaba estacionado en la calle, lo que era mucho menos bueno.

Daniel, agazapado bajo el alféizar de la ventana que daba al Salón, echó un rápido vistazo a través de las cortinas que afortunadamente tenía un pequeño hueco que le permitía ver en su interior. Acomodó el expediente de Félix en su chaqueta y entornó su mirada en el frente.

—Oh, no, esto es malo, muy malo —dijo para sí mismo posando sus manos en ambos costado de su cabeza en el momento exacto en que vio a un oficial de policía uniformado y de pie en la Sala de estar hablando con sus padres.

Daniel puso sentir como todo se callaba de golpe, y sintió que su corazón latía más rápido que nunca, hasta creyó que en cualquier momento podría salirsele de su pecho. El dolor de las heridas se esfumó como si nunca hubiera estado ahí y enseguida fue remplazado por un sentimiento de desesperación, pánico y remordimiento.

Su madre tenía un semblante serio y sus brazos se encontraban cruzados, y su padre miraba al suelo con facciones adustas y severas.

Solo le bastó ver sus rostros para comprender que sabían que se había marchado y al parecer o habían llamado a la policía o la policía los había contactado a ellos, ninguna de esas opciones lucía bien para él.

—¿Qué haré, qué haré? —se preguntó Daniel, frotando sus manos e intentando por todos los medios calmarse. Eso era verdaderamente grave, pero debía tranquilizarse y pensar con objetividad.

No podía entrar, se dijo, si entraba todo se desmoronaría y caería, lo obligarían a hablar, desconocía las cosas que sus padres sabían, desconocía si acaso ya estaban enterado del allanamiento a la estación, sin embargo no quería entrar y descubrirlo, sabía que si entraba y veía los rostros de sus padres no dudaría en hablar porque mentir y esconder eran dos cualidades que no poseía.

Pudo sentir un nudo formándose en su garganta.

—¿Qué sucedió aquí? Me voy solo por poco tiempo y esto pasa —dijo una voz a su lado, y Daniel habría gritado por el susto de no ser porque reconoció la voz al instante.

Daniel se volvió hacia su hermano, que yacía justo a su costado, sólo que con menor discreción porque claramente contaba con que nadie más lo pudiera ver.

—¿Dónde estabas? —espetó Daniel en un susurro cargado de furia—, hasta llegué a creer que en verdad te habías ido, algo que no me habría molestado de no ser porque hice lo que me pediste y ahora gracias a ti un montón de cosas han salido mal.

James frunció el ceño.

—Lo siento. Yo no tengo control sobre esto, debo admitir que hay muchas que ni siquiera recuerdo, ¿y esperas que controle mis apariciones? Es mucho desear. ¿Me pondrás al día con lo que ocurrió? No te ves muy feliz que digamos.

Daniel suspiró con frustración, estaba tan intranquilo que incluso podía sentir sus manos temblar sin ningún control, había un desagradable nudo en la boca de su estómago que no hacia otra cosa más que incrementar.

—Griffin y yo hallanamos la estación de policías para buscar su expediente y poder tener mejores pistas, pero nuestros padres ya saben que me he escapado y hay una alta probabilidad de que también sepan que allané la estación —explicó Daniel con suma rapidez, trastabillando patéticamente con sus palabras al hablar.

James lució sorprendido y alzó las cejas.

—Vay, eso es sorprendente —respondió con una sonrisa, una que menguó al ver la intensa desesperación y molestia en los ojos de Daniel—, debes tranquilizarte, no creo que te hagan algo por entrar a una estación de policía. Aún eres menor de edad, puedes decir que era alguna clase de reto o algo, e incluso ponerte a llorar, ¡dar lástima! Siempre funciona.

Daniel bufó y arrugó la nariz.

—Claro, claro. Como si tal cosa me pudiera exonerar de un castigo. Tal vez no es el delito más grave del mundo, pero la cuestión no recae allí, sino en el hecho de nuestros padres podrían creer que estoy llendo de mal a peor y terminaran por mandarme a un hospital psiquiátrico o que sé yo. Maldición, jamás debí contarles acerca de ti, ahora todo está mal y es tu culpa.

James arrugó el entrecejo, y entonces el sonido de la puerta siendo abierta sonó llamando la atención de Daniel de inmediato, él al acto miró hacia el interior de su casa una vez más, al parecer el oficial de policía estaba a punto de salir de la casa.

Daniel se alejó de la ventana arrastrándose en el suelo en silencio, llegando a la barda que dividía su territorio y el de el vecino del lado este. No se movió, James había vuelto a desaparecer y el no perder los estribos dependía sólo de él (lo que era una tarea más difícil de lo que parecía), pudo ver desde su lugar como su padre salía con el oficial al centro del patio.

Daniel contuvo su respiración y se acomodó entre las plantas que crecían allí, recogió sus piernas y apoyó su frente en sus rodillas. Habría llorado de no ser porque estaba tan exhausto que ya ni fuerzas para eso tenía.

Únicamente se quedó allí, oyendo las plantas moverse con el viento y la sirena de policía que poco a poco se extinguía en la distancia, no fue hasta que ya no la oyó que Daniel se puso de pie, y con sus piernas temblando se adelantó hasta llegar a la ventana.

Su padre ya no estaba, sólo su madre se encontraba allí en la sala, de pie y mirando la entrada con los ojos inyectados en sangre y con sus manos entrelazadas, esa seriedad se había esfumado por completo y en su rostro sólo había un semblante vacío e inexpresivo, seguramente ella estaba totalmente perdida en sus pensamientos ajena a lo que sucedía a su alrededor.

Daniel miró hacia atrás, a la oscuridad creciente y a las demás casas que ahora se encontraban con sus luces encendidas, quizá preguntándose cual era el origen de todo ese escándalo.

Miró al cielo unos instantes, meditando la situación, los pros y los contras de lo que estaba a punto de hacer.

Cuando finalmente estuvo seguro se acercó a la puerta principal que se hallaba cerrada y la tocó con su puño con ligera duda y vacilación, sobresaltando a la mujer que se encontraba dentro.

La puerta se abrió demasiado rápido, tan rápido que Daniel comenzó a creer que era una mala idea haberse acercado, pero era demasiado tarde, ya no podía retroceder y fingir que no estaba ahí.

—¡Daniel! ¿Se puede saber que ha pasado? —preguntó su madre luego de mirarla y confirmar que realmente se trataba de él, estaba al borde de las lágrimas y lo miraba con enorme preocupación.

Daniel mordió su labio inferior sintiendo una gran culpabilidad al ver a su madre en ese estado.

—Necesito pedirte algo —respondió Daniel en su lugar, rehuyendo su mirada de la de ella y mirando el suelo con deje nervioso.

Su madre calló, e ignorando esto último se percató su aspecto tan desaliñado y exclamó:

—¡Por Dios! Daniel, estás tan herido, ¿cómo te has hecho esos cortes? Vamos, entra, hijo, déjame ayudarte —Sonaba tan preocupada que hasta parecía que la persona que había sido herida era ella.

Sin embargo, Daniel sólo negó con la cabeza, jugeteando con sus pulgares y sin atreverse a mirarla a los ojos, sabía que si lo hacía soltaría todo lo que no le había dicho.

—Sólo hay una forma para que me puedas ayudar —susurró en un volumen de voz tan alto como un suspiro, pero su madre lo alcanzó a oír, y comprendiendo la gravedad del asunto se quedó callada y tensó la mandíbula—: Necesito que confíes en mí, ¿puedes hacerlo?

—Por supuesto —contestó ella, pero era claro que dudaba, miraba a su hijo con una mezcla entre el terror y la sorpresa.

—Debo irme —dijo Daniel, tras un silencio sepulcral, no estaba decidido en su totalidad y se notaba su inseguridad, pero aun así siguió adelante con eso—. Ya es hora, lo único que pido de ti es que confíes en mí y que digas que no me has visto, sólo eso, me iré, no volveré, y si lo hago será por ti.

—¿Cual es la razón? —preguntó ella, sin entender y comenzando a plantearse la idea de que debía alertar a su marido—. Si es por lo que ha pasado con lo de la estación, no debes temer, te ayudaremos y...

—Por favor —interrumpió Daniel, no podía retractarse con eso, necesitaba dar ese salto de fe que tanto se había negado a dar. El saber que sus padres ya estaban enterados de los sucesos en la estación de policías sólo avivó ese sentimiento—. Déjame entrar 10 minutos y me iré, las cosas son más profundas y difíciles de explicar, te pido confianza, espero habermela ganado a través de los años. Y si no es así... Puedes llamar a papá, puedes decirle lo que quieras... No te culparé si lo haces, lo único que te pido es comprensión y un poco de tu apoyo incondicional.

Daniel tragó dolorosamente el nudo en su garganta, el cual amenazaba con hacerlo romper el llanto.

Su madre miró a la calle con indecisión, se quedó en silencio por un par de minutos que parecieron ser eternos, sin decir absolutamente nada. Daniel empezó a pensar que tal vez ella sí planeaba entregarlo después de todo.

Pero eso no ocurrió, sino que su madre esbozó una gran mueca en sus labios y apretando los labios con fuerza por unos instantes, ella soltó:

—Hazlo.

Diez minutos, fueron diez minutos en los cuales la pobre mujer se mantuvo expectante y nerviosa en lo que debía ser la definición de incertidumbre, miraba por la ventana por cada minuto que pasaba y soltaba uno que otro sollozo de entre sus labios, ¿Qué había hecho mal? Se preguntaba, ¿Por qué razón era una terrible madre? ¿Por qué motivo permitía que su hijo dejase la casa aún sin ser mayor de edad ni poseer un lugar a donde ir?

No sabía lo que sucedía con él, no tenía idea de lo que planeaba... Y aún sin saber nada de eso lo dejaba marcharse. Tal vez era el shock que seguía sin pasarse o tal vez era la determinación que había aflorado en el rostro de su hijo.

De cualquier forma temía arrepentirse de eso.

Esos 600 segundos parecieron nunca acabar, y cuando Daniel por fin bajó de las escaleras con una mochila colgada al hombro su madre dejó escapar un suspiro tembloroso.

—No puedes hacerlo... No te vayas, tenemos que hablar todavía —dijo ella, comenzando a pensar en que quizá había hecho mal en acceder a su partida.

—No puedo —respondió Daniel, acercándose a ella para envolverla en un abrazo—. Te amo, pero sabes que esto es algo que debía pasar desde que entré a la Universidad, sólo alargabas la espera. Confía en mi, te digo, confía en que estaré bien.

Daniel siempre había sido algo dramático (aunque le gustaba pensar que era algo que se le había pegado de Sunder) y no pudo evitar pensar que estaba haciendo que esa despedida se viera peor de lo que era.

Su madre no respondió nada y se limitó a corresponder el abrazo de su hijo, su único hijo que le quedaba.

Lo vio desparecer en las sombras de la luna y de los árboles, perdiéndose entre la distancia y virando en un esquina hasta que ya no pudo verlo más. Volvió a ingresar a la casa, sabía de antemano que pronto surgirían en ella los remordimientos por haberle dejado ir.

Daniel caminaba con paso decidido, dispuesto a no regresar, si lo hacía no volvería a poseer la determinación que ahora lo dominaba. Si regresaba sabía que el miedo lo volvería a inundar. Y ya no podía permitir eso.

—¿A donde vas, Daniel? —preguntó la voz de James, a un lado suyo. A esas alturas ya no le sobresaltaba oírlo, en una extraña y peculiar manera se había acostumbrado a su presencia.

Si eso era saludable o no lo desconocía.

—Ayudaré a Griffin —respondió Daniel sin mirarlo—, prefiero terminar con esto y hallar a quien te mató de una buena vez por todas..., si es que realmente te asesinaron. Honestamente prefiero ser reconocido por capturar a un homicida que dejar que me vean como un loco con alucinaciones que se dejó influenciar por otro loco que miente la misma cantidad de veces por las que respira.

Siguió caminando en silencio y se alivió por que James ya no preguntara nada, seguramente aún seguía procesando lo que había soltado de golpe.

Las piernas le dolían y cada paso lo atormentaba, había empacado lo suficiente, o al menos cosas básicas como ropa y dinero, etcétera. Pero el dolor seguía allí, los cortes en sus palmas eran finos y no muy profundos pero dolían demasiado, de hecho, no estaba del todo seguro que no hubiera ningun cristal incrustado.

Cuando llegó al apartamento de Griffin por segunda vez en el día (y vaya sí le costó regresar), él realmente parecía sorprendido de verlo.

—¿Has vuelto? ¿Cambiaste de opinión y me ayudarás? —fue lo primero que preguntó el hombre con deje curioso e intrigante.

—No precisamente por mi propia voluntad, pero sí, he venido ha terminar lo que por accidente empecé. Ya estoy aquí, ¿por qué no acabar con esto?

Griffin sonrió de lado y se recargó en el marco de su puerta.

—Oh, chico. La verdad es que me sorprendes, aunque te veo muy resignado, si yo estuviera en tu lugar daría todo por hacer justicia a la persona que me arrebataron. James no ha sido el único amigo y ser querido que he perdido. No en vano me esfuerzo por hallar a su asesino.

Daniel no supo que responder a esto, solo se removió incómodo y sintió el peso de la mochila triplicado.

Tal vez era por eso que Griffin no había dudado en creerle cuando le habló de que podía ver a James... Decían que las personas creen lo que quieren creer, tal vez el caso con Griffin era justamente ese.

No fue hasta que el hombre le permitió entrar a su apartamento que Daniel se sintió más aliviado y estuvo seguro que al menos por esa noche estaría bien.

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