La petición de Tekove
La esposa del emperador, sospechando de las intenciones de su marido, una noche abandonó la alcoba para pedirle a la princesa que se escape con Tekove de Atlántida.
- Tu padre quiere usar a Tekove como un arma – le dijo la emperatriz – No le importa que solo sea una niña, solo le importa su sed de dominio total del universo.
- Pero si me marcho, moverá cielo y tierra para encontrarla – dijo la princesa, aterrada por lo que acababa de escuchar- Nunca podremos escapar.
- Déjame darles una mano – dijo Okenteha, quien las escuchó de lejos – He sido un ingenuo al creer que el emperador se compadeció de nosotros para ser una familia feliz. Los ángeles no percibimos la corrupción humana y, ahora que he convivido con humanos, me di cuenta de lo que son capaces. Ni los "Caídos" se atreverían a tanto.
- ¿Los "caídos"? – preguntó la princesa
- Les decimos así a los "ex ángeles", aquellos que intentaron conquistar el universo y seguir sus propias reglas. Los ángeles solo seguimos las leyes del gran Creador, por algo se nos confió los secretos del universo. Pero no hay tiempo para hablar de eso, porque a raíz de lo que está pasando, he recibido un comunicado urgente que no puedo dejarlo pasar.
- ¿De qué estás hablando? – le preguntó la emperatriz - ¿Acaso te has comunicado con los tuyos? ¿Qué no eres un desterrado?
- Sí, lo soy. Pero los desterrados no somos "caídos". Siempre nos mantenemos en contacto con los seres divinos y seguimos las órdenes del gran Creador en nuestras mentes. Y ahora el gran Creador acaba de informarme que mandará a inundar el planeta entero para exterminar al 95% de la humanidad. Solo un 5% se salvará, pero éstos no serán los Atlantes. Todos morirán sin excepciones.
- ¿Y cuándo sucederá eso?
- No puedo decirlo. Puede ser mañana, o dentro de un año... ¡Quién sabe! Pero la orden está hecha.
- Entonces salva a mi hija – le pidió la emperatriz, de rodillas – ¡Salva a ella, al menos!
- Todos, sin excepción – volvió a repetir el ángel, con tristeza.
Madre e hija lloraron. No podían creer que por culpa de la codicia del emperador todos los Atlantes perecerían. ¿Es que tan podrida estaba el sistema, que no tenían salvación? ¿Qué acaso no había ningún alma pura que valiera la pena de ser rescatada?
Y mientras se lamentaban, una pequeña Tekove de nueve años se acercó a Okenteha, le tomó de la mano y le dijo:
- Llévame con Dios. Quiero hablar con él.
- ¿Eso se puede? – le preguntó la princesa, secándose las lágrimas.
- Ni los ángeles podemos "hablar" con Dios – dijo Okenteha – nuestra comunicación es telepática, por medio de signos e imágenes interpretativas – tomó en brazos a Tekove y, mirando por última vez a su familia humana, continuó – No podré salvarlas a ustedes, pero sí me dejarán salvar a Tekove. Ella nunca ha sido considerada una Atlante y su poder es asombroso. Prometo cuidar bien de la pequeña, se los prometo.
La princesa volvió a llorar. Se acercó a Tekove y, dándole un último abrazo, le dijo:
- ¡Sé fuerte, pequeña! Siempre estaré en tu corazón.
- Lo sé, mamá – le dijo Tekove, con una sonrisa triste – Y yo siempre te recordaré.
Okenteha dio un salto y voló hasta el cielo, donde un grupo de ángeles lo esperaban encima de una nave de nebulosas.
Todos quedaron sorprendidos ante la presencia de Tekove. Era un híbrido espectacular, capaz de convivir entre mortales y seres divinos sin inconvenientes, así como otorgar vida a cualquier superficie que tocase.
- Cuando finalice el diluvio, esta niña poblará la Tierra – explicó Okenteha a los ángeles.
- No me gusta este poder – dijo Tekove – por mi culpa muchas personas morirán y, después del diluvio, otros humanos me buscarán.
- La culpa es mía por no haberme dado cuenta a tiempo de la situación – dijo Okenteha – la verdadera naturaleza humana es la corrupción, pero aún hay algunos seres puros que desean vivir en armonía con el universo. Es por eso que el gran Creador no liquidará a toda la humanidad.
- ¿Y será que él podrá quitarme mi poder?
Los ángeles se quedaron pensativos. Generalmente, los mortales suplicaban a los seres divinos por poder, pero era la primera vez que conocían a alguien que los rechazaba.
- Eso tenemos que preguntárselo al gran Creador.
- ¿Y cómo lo hacemos?
- Lo invocamos.
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