Capítulo 9
Capítulo 9
—Buenos días, dormilón.
Buenos días...
Un parpadeo. La luz era potente, blanca y directa a los ojos. Demasiado intensa para su gusto. Demasiado intensa para una pupila tan dilatada.
Mejor permanecer con los ojos cerrados.
—No finjas que duermes: sé perfectamente que estás despierto. Te tengo monitorizado.
¿Dormir?
Otro parpadeo. La luz seguía siendo dolorosamente intensa, mucho más de lo que jamás le había parecido, pero ya no le deslumbraba tanto. Alzó el brazo lentamente, sintiendo el crujido de los huesos al moverlo tras horas de inactividad, y se cubrió de la luz. Una vez eclipsada la fuente de luz principal pudo ver que se encontraba en una sala casi vacía, tumbado en una camilla y conectado a través de varios cables a un conjunto de monitores médicos.
Otro parpadeo. Le dolía la cabeza. Durante aquellos escasos segundos de deslumbramiento no había sido consciente de ello, pero era como si alguien le hubiese golpeado el cráneo con algún tipo de objeto contundente. Un objeto como, por ejemplo, la culata de un arma.
El mero hecho de sonreír le provocó dolor.
—Te he administrado unos calmantes bastante fuertes para que deje de dolerte. No creo que tarden demasiado en hacerte efecto.
—¿Calmantes?
—Sí, calmantes. Se dice gracias, ¿sabes?
—Oh, claro: gracias.
Volvió a cerrar los ojos. Aunque poco a poco empezaba a recordar lo que había sucedido en el centro comercial, lo cierto era que seguía muy aturdido. Ni sabía dónde estaba, ni mucho menos quién le estaba hablando. Lo sospechaba, desde luego, ese olor a tabaco y el tono de voz le resultaban muy familiares, pero su mente no lograba identificar a su dueño. Era como si, de alguna forma, hubiese quedado adormilada.
El golpe debía haber sido mucho más fuerte de lo esperado.
—¿Dónde estoy?
—Si te destapas los ojos lo verás.
—Hay mucha luz.
—No tanta como crees. Vamos, inténtalo.
Tanteó la posibilidad. Apartó ligeramente el brazo, permitiendo así que la luz se apoderase de su campo visual, pero rápidamente volvió a posicionarlo frente a los ojos. Aunque tentadora, la propuesta no era viable.
—Ni de broma.
—Deja de comportarte como una nenaza, Méndez. Baja de una maldita vez ese brazo o te ato a la camilla.
Sin darle tiempo a reaccionar, Silvana Blume cogió el brazo de Jonah y lo apartó de un tirón. Inmediatamente después, vapuleado por la oleada de luz, el piloto del "Gusano" cerró los ojos. Muy a su pesar, ella le obligó a abrirlos separándole los párpados con sus finos dedos.
—¡Te he dicho que abras los malditos ojos!
—¡Suéltame! ¡Estás loca!
—¡Cállate de una vez!
Tras un breve pero intenso forcejeo, la científica se alejó unos pasos, satisfecha de haber logrado al fin su objetivo. Furioso, Méndez se preparó para iniciar una discusión, pero antes de poder hacerlo la puerta se abrió y Ehrlen entró en la estancia, finalizando así la disputa antes incluso de empezarla.
—Veo que por fin has despertado —dijo a modo de saludo.
Ehrlen guiñó el ojo a Silvana, agradecido por el cariño con el que había cuidado a Méndez y las horas invertidas, y acudió al encuentro de su hombre junto a la camilla. Tal y como había imaginado, Jonah tenía parte de la cabeza amoratonada.
Le tendió la mano.
—Me alegra ver que estás vivo.
—Ya somos dos —respondió él, y le estrechó la mano con afecto—. ¿Dónde estamos? ¿En la base?
—¿Silvana no te lo ha dicho?
Ehrlen volvió la mirada atrás instintivamente, en busca de la científica, pero esta ya no estaba. Como de costumbre, Silvana había aprovechado el primer descuido para abandonar la sala. Negó suavemente con la cabeza.
—Estamos en la base, sí. Kara te trajo hace unas horas. Me ha contado lo que pasó; al menos la parte del ataque a la gente de Volker. Tardó casi una hora en localizarte. Cuando te encontró tirado en esa calle, lleno de sangre, creyó que habías muerto.
—¿En la calle?
Un destello de recuerdo iluminó momentáneamente su memoria. Jonah recordaba haber perseguido al culpable del ataque por las calles hasta un edificio vacío; había atravesado la puerta y se había internado en sus amplias salas, siguiendo sus pasos. Recordaba también la huella de pisada en las escaleras, la voz del extraño y la frustración con la que le había hablado... la rabia y pesar en sus palabras... Y por último recordaba la aparición de un segundo hombre; alguien a quien había podido ver tan solo durante unas décimas de segundo pero cuya voz había quedado grabada en su memoria.
Jonah lo recordaba casi todo con pasmosa claridad, pero no el haber salido al exterior. La calle había quedado atrás: tan atrás que estaba convencido de que no había sido allí donde le habían atacado. Jonah había caído en las profundidades del centro comercial, en la escalera que conectaba con el piso superior, y allí era donde deberían haberle encontrado.
Alguien debía haberle movido.
—¿Jonah?
—Perdona —se disculpó el piloto—. Estaba tratando de recordar.
—Cuéntame lo que sucedió.
Tratando de afinar al máximo su versión, Jonah fue rememorando paso a paso todo lo acontecido desde la explosión. Lo cierto era que no había mucho que explicar, pues todo había sucedido muy rápido y apenas había podido ver a su oponente, pero lo poco que explicó bastó para que Ehrlen completase la narración de Kara y se hiciese una idea de lo ocurrido.
—No querían matarte, es evidente. De haber querido, lo habrían hecho —reflexionó el "jefe"—. Tuviste suerte de que te sacaran a la calle: de haber permanecido más tiempo en ese estado podrías haber acabado muerto. Has perdido bastante sangre: Silvana no lo ha tenido nada fácil para traerte de vuelta.
—Le debo una a esa arpía... y otra a Kara, desde luego. —Jonah dejó escapar un suspiro de puro cansancio—. Ese tipo parecía muy resentido con Volker, Ehrlen. Me refiero al primero. Insistía en que nos estaba engañando: en que nos manipulaba. No sé qué demonios habrá pasado entre ellos, pero creo que deberíamos escuchar las dos versiones.
—Estoy de acuerdo contigo —admitió Ehrlen—, y lo vamos a hacer. Necesito que hagas algo importante, Jonah. Algo que queda fuera del contrato de Cáspia pero que, por razones obvias, tenemos que hacer. Estamos en mitad de un fuego cruzado: ayer mismo murieron cuatro personas más de Veritas y no quiero que os pueda llegar a afectar.
—¿Qué has pensado?
Ehrlen extrajo del interior de su chaqueta el visor móvil que horas atrás le había entregado Patrick. Tomó asiento junto a Jonah, en el borde de la camilla, e inició el dispositivo. En su interior, almacenadas en la memoria base y grabado tras un código alfanumérico de seguridad, se encontraban todas las fichas personales de los trabajadores al servicio de Lara Volker. Ehrlen accedió a ellas a base de toques en la pantalla, siguiendo la ruta que Patrick le había enseñado, y buscó en la memoria la ficha de Elisen Bullock.
Giró el visor hacia Jonah para que pudiese ver su fotografía de archivo.
—Quiero que lo encuentres. Búscalo por toda la ciudad y encuéntralo cueste lo que cueste. Como bien dices, conozco la versión de Volker: ahora quiero escucharle la suya.
Elisen Bullock era un hombre de cincuenta años de edad, de estatura media y constitución fuerte. En la fotografía aparecía con la cabeza totalmente afeitada y unas cejas muy negras sobre unos ojos de color esmeralda que miraban a la cámara con actitud desafiante. Tenía mandíbula era cuadrada y la nariz larga y fina, elegante incluso, lo que contrastaba enormemente con su aspecto general. De no haber sido por la descripción laboral, en la cual se indicaba que era jefe de obra, cualquiera podría haber pensado que se trataba de un soldado o incluso un mercenario. No obstante, su posición dentro de la división era clara. Clara y destacada, desde luego, puesto que después de Volker, Bullock era una de las personas más importantes en el equipo.
—Tiene pinta de matón —comentó Jonah—. Me lo imaginaba de otra manera.
—No te dejes llevar por las apariencias. Según los informes se trata de un hombre muy inteligente, y para conseguir mantenerse con vida contra Volker y los suyos, tiene que serlo.
—Desde luego —admitió Jonah—. Daré con él, jefe, palabra. ¿Tenemos alguna pista? ¿Sabemos algo?
—Erland y Erika encontraron un geo-localizador oculto en la "Medianoche". No sabemos aún a quién pertenece, pero Cailin y Patrick han logrado rastrear la posición del dispositivo receptor. Tenemos las coordenadas. Ya he informado a Kara al respecto: quiero que vayas con ella. Es importante que mantengáis la operación en secreto para evitar que pueda llegar a oídos de Volker, así que intentad ser discretos. Tampoco quiero que Erland y Erika se enteren. Se sienten bastante ofendidos con lo sucedido.
—¿Alguien ha puesto las manos en la "Medianoche"? —Jonah negó con la cabeza—. Dalos ya por muertos, Ehrlen. Sabes como son: hasta que no den con ellos no pararán.
—Precisamente por ello voy a intentar mantenerles ocupados el máximo de tiempo posible. No quiero arriesgarme a que puedan llegar a hacerles daño; los necesitamos para volver. Hoy he empezado a asignar misiones al equipo. Es vital para el éxito de la operación que empecemos a trabajar, así que os resultará relativamente fácil desaparecer el tiempo que necesitéis sin levantar sospechas. Sé que es una misión complicada, así que tómate el tiempo que necesites para acabar de recuperarte. Una vez estés preparado salid cuanto antes. Cailin tiene las coordenadas que necesitáis. —Ehrlen volvió a tenderle la mano—. Sé que quizás debería mandar a Jack, pero te elijo a ti por la confianza que tenemos y porque sé que eres capaz de conseguirlo. No me falles, Jonah.
—No lo haré, jefe. Volveré pronto.
Poco después de despedirse de Jonah, Ehrlen abandonó la base. Ni Víctor ni Will eran partidarios de que fuera en solitario a visitar a Volker, y muchísimo menos Patrick, pero necesitaba hacerlo. Ahora que al fin se habían instalado y el equipo empezaba a trabajar, no quería que nada pudiese ralentizar la misión. Además, no temía por su vida. Volker despertaba muchas dudas en él, pero no la temía. Por muchos hombres que ella tuviese a su servicio, no dejaban de ser obreros, así que no le preocupaba.
Decidió viajar con una de las motos que aún permanecían en el hangar de la "Medianoche". Ehrlen no solía cogerlas, pues prefería trasladarse a bordo del "Gusano" con Jonah, pero tampoco le disgustaba. De hecho, en cierto modo le gustaba. Siendo un niño había tenido una moto de nieve muy parecida y poder montar en ella le traía buenos recuerdos.
El viaje hasta el distrito industrial donde Volker y los suyos habían iniciado las obras le resultó mucho más agradable de lo que había esperado. A diferencia de lo que les sucedía a muchos de sus hombres, Ehrlen disfrutaba de la soledad y el silencio de Cáspia. Jack no lograba entender qué era aquello tan mágico que tanto le gustaba de momentos como aquel en los que la soledad era su única compañera, pues a él le encantaba estar rodeado de gente, pero para Ehrlen poder disfrutar de unos minutos de paz absoluta era vital para poder reflexionar y seguir adelante.
Tras media hora de viaje, Ehrlen alcanzó los alrededores del distrito industrial. Activó el navegador. A partir de aquel punto debía ser cuidadoso y seguir la ruta trazada si no quería dar muchas vueltas. Además de las fábricas y los almacenes, Veritas se había encargado de la construcción de los muros de separación y las vallas entre las distintas corporaciones, por lo que era relativamente fácil que se metiese en un callejón sin salida si no iba con cuidado. El "jefe" rodó por las carreteras y los paseos que le marcaba el navegador y no se detuvo hasta alcanzar el solar donde los Steiner había visto las obras.
Aparcó junto a un conjunto de ocho contenedores metálicos. Ehrlen se quitó el casco y, con cierta perplejidad, observó la inmensa estructura que se alzaba ante él. Tal y como habían descrito sus hombres, todo apuntaba a que estaba frente al esqueleto de una carpa de grandes dimensiones.
—Vaya, vaya...
Se tomó unos segundos para contemplar la obra con una mezcla de intriga y fascinación. Teniendo en cuenta la maquinaria allí presente, tan solo grúas pequeñas y toros mecánicos de poca capacidad, resultaba impactante que los hombres de Volker hubiesen podido levantar aquella estructura. El esfuerzo debía estar siendo titánico.
—Fascinante.
Ehrlen se adentró en la construcción a través de un camino de tierra marcado por las orugas de las grúas. A su alrededor, completamente concentrados en su labor, una veintena de hombres uniformados de verde trabajaban sin cesar. Media docena perforaban un pozo situado en el centro de la carpa con palas y taladros eléctricos mientras que otros tantos se encargaban del traslado de vigas hacia el interior de la estructura; tres de ellos trabajaban en las junturas de los nervios con quemadores láser, y cinco en el traslado de materiales y escombros con grúas. Y había otros más, aunque desde allí no podía verlos. No obstante, era evidente que todos estaban concentrados. De hecho, tal era su nivel de concentración que no fueron conscientes de su presencia hasta pasados unos minutos.
—Señor Shrader —saludó un hombre de mediana edad y cabello oscuro tras quitarse las gafas y los auriculares protectores. Hasta entonces, el hombre había estado revisando los planos y tomando medidas con un dispositivo láser—. Mi nombre es Ethel Vikle: encantado de conocerle. Le estábamos esperando.
—¿Ah, sí? —respondió Ehrlen con cierta sorpresa, y estrechó su mano enguantada cuando él se la ofreció—. Veo que es casi imposible cogeros por sorpresa.
—La ciudad tiene ojos, señor Shrader. —Ethel le dedicó una amplia sonrisa—. Lara le está esperando: si es tan amable de acompañarme.
El trabajador llevó a Ehrlen a través de un camino de tierra secundario que bordeaba la estructura principal hasta el otro extremo de la construcción, donde había instalada una tienda de campaña de grandes dimensiones. En su interior, estudiando con detenimiento los planos arquitectónicos de la obra en compañía de uno de sus diseñadores, se encontraba Lara Volker. Una Lara Volker que aquella mañana parecía muy feliz.
Demasiado feliz para haber perdido a cuatro hombres pocas horas antes.
—Volker.
Visiblemente contenta por su llegada, la mujer alzó la mano a modo de saludo. Seguidamente, tras despedir a sus trabajadores con amables palabras, acudió al encuentro de Ehrlen con una amplia sonrisa atravesándole el rostro, dispuesta a saludarle efusivamente con dos besos en la cara. Consciente de ello, Ehrlen interpuso la mano entre ellos, obligándola así a frenar a una distancia prudencial. Hasta que no se aclarasen lo que estaba pasando en la ciudad prefería mantener las distancias.
—He oído lo que sucedió anoche: lamento lo de tus hombres —dijo Ehrlen a modo de saludo mientras le estrechaba la mano—. Han muerto cuatro personas, ¿me equivoco?
—Estás en lo cierto —respondió ella con sencillez—. Ha sido una auténtica tragedia. Lamentablemente, empezamos a acostumbrarnos. Cada cierto tiempo Bullock nos envía un regalo de estas características. No siempre logra salirse con la suya, desde luego, pero hay ocasiones en las que son más listos que nosotros. Te lo dije: son peligrosos.
—Lo estoy viendo.
—Por cierto, ¿qué hay de tus agentes? ¿Están bien? Hasta donde he podido saber, uno de ellos fue atacado.
Ehrlen respondió con un asomo de sonrisa tras el cual se ocultaba inquietud. Si bien era cierto que Kara había acudido al rescate de los heridos, nadie había visto a Jonah. Según palabras textuales de la agente, había esperado hasta sacar al último de los trabajadores del edificio para salir en su búsqueda. Así pues, no debería haber sabido nada de él: ni sobre su presencia y muchísimo menos sobre lo ocurrido...
Sin duda Volker tenía controlada la ciudad. La tenía tan controlada que Ehrlen empezaba a preguntarse si, tal y como había dicho Ethel Vikle, la ciudad no tenía ojos.
Lara volvió a sonreír ante la expresión forzada de Ehrlen.
—No te asustes, Shrader: no te vigilo. Uno de mis hombres volvió a la base y los vio. Quiso ayudar, pero tu agente y sus androides desaparecieron con Méndez a cuestas antes de que pudiese acercarse. Espero que estén bien: ambos se ganaron mi simpatía.
—Están bien, sí —respondió él—. Estaban por la zona cuando hubo la explosión y decidieron acercarse a ayudar. Mientras que Kara estaba con los heridos, Méndez vio a uno de los culpables escapar y decidió perseguirle. Fue una suerte que saliese con vida: lo persiguió hasta un edificio y allí apareció uno de sus compañeros para ayudarle. Dos contra uno.
—Le tendieron una trampa: propio de Bullock. —Lara negó con la cabeza—. Te avisé.
—Lo sé, y en cierto modo es por ello que estoy aquí. Aunque claro, tú ya lo sabías: uno de tus hombres me ha dicho que me estabais esperando.
Lara dejó escapar una leve carcajada, risueña. A continuación, destilando inesperada inocencia, se encogió de hombros.
—No sabía cuándo, pero estaba convencida de que tarde o temprano vendrías a verme. Lo supe desde el primer momento en el que nos conocimos... sentí la conexión.
Sorprendido el tono de la respuesta, que destilaba más dulzura de lo esperado de alguien tan duro como Volker, Ehrlen alzó ambas cejas. Lara le parecía tan diferente aquella mañana que le costaba reconocer a la fría mujer que dos días antes había conocido en la plaza del aeropuerto. Su mirada, su sonrisa, sus expresiones... sus palabras. Toda ella parecía diferente, como si se tratase de otra persona. No obstante, seguía siendo la misma en apariencia... aunque incluso en su rostro y cuerpo había algo diferente. Ehrlen veía en Lara el mismo mapa facial, los mismos rasgos y la misma delgadez, y sin embargo estaba diferente. Su cabello pelirrojo ahora parecía más oscuro, su piel algo menos pálida y sus ojos, antes de un intenso color verde esmeralda, ahora brillaban con cierta oscuridad. Las marcas y arrugas de la piel se habían disipado llevándose consigo años, y la delgadez, aunque aún muy evidente, ya no era tan intensa como la primera vez que la había visto.
Quizás fuese por la ropa y el peinado, o quizás por el efecto de la luz, pero Lara parecía otra persona. De hecho, tal era el cambio en ella que incluso le recordaba a alguien. Alguien que había permanecido muchísimo tiempo encerrada en su recuerdo y que ahora, por alguna extraña razón, regresaba de entre los muertos para teñir de dudas y de inquietud un alma que después de permanecer muchos años atormentada, al fin creía haberse liberado.
Ehrlen tuvo que coger una bocanada de aire para serenarse. La mera presencia de Lara estaba empezando a ponerle nervioso.
—No te hagas ilusiones, Volker —respondió al fin—. No es una visita de cortesía: vengo a por información.
—Claro, claro... a ver, dime, ¿qué quieres saber? Déjame adivinar... —Volker torció la sonrisa con picardía—. Empiezas a ver el modus operandi de Bullock y estás preocupado... quieres saber más sobre él: sobre quién es y quién está de su lado, ¿me equivoco?
—Muy lista: demasiado para mi gusto. Tanto que doy por sentado que me estás espiando. ¿Vas a decirme también donde has instalado las cámaras de vigilancia en mi base o voy a tener que buscarlas por mí mismo? —Ehrlen negó con la cabeza—. Juegas sucio, Volker.
—¿Cámaras de vigilancia? —La mujer volvió a reír, esta vez derrochando dulzura—. No me hacen falta, Ehrlen. ¿Nunca te han dicho que eres como un libro abierto?
Un escalofrío le recorrió la espalda. Se lo habían dicho, sí. Ehrlen había escuchado aquella misma frase en muchas ocasiones, pero únicamente en boca de una persona.
Retrocedió un paso.
—No sé tú, pero me temo que a mí no me sobra el tiempo, Volker—advirtió con severidad, alzando el tono de voz lo suficiente para que la sonrisa de Lara se esfumase al instante—. Seamos sinceros el uno con el otro: ¿vas a colaborar o no? Tengo cosas mejores que hacer que estar escuchando tus estupideces.
—Tienes razón —admitió finalmente ella, y alzó la mano a modo de disculpa—. Perdona, no quería ofenderte. Simplemente creí... bueno, no importa: colaboraré en todo lo que esté en mis manos. Después de todo, no nos queda otra alternativa que ser aliados.
—Eso está aún por ver. En fin, como decía: después de lo de ayer no quiero más sorpresas. Me preocupa que ese tal Bullock y los suyos se muevan libremente por la ciudad sin que pueda identificarlos. Necesito saber en quién puedo confiar, y para ello es vital que sepa quién está de tu lado.
—Te entiendo... y como ya te dije anteriormente, puedes confiar en mí y en los míos. Estamos en el mismo bando, te lo aseguro... y como muestra de buena fe gustosa te daré la información que pides.
Lara acompañó a sus sentidas palabras de una intensa caída de ojos que de nuevo tele transportó a Ehrlen en el tiempo. La mujer le tendió la mano y cuando él la estrechó se descubrió a sí mismo reviviendo una escena del pasado. Una escena que había vivido hacía casi veinte años, siendo un adolescente, y en la que la mujer que tenía ante él no era precisamente Lara Volker.
Cerró los ojos al creer poder percibir su olor.
—¿Amigos? —preguntó Lara.
Pero ya no era ella. Ehrlen volvió a abrir los ojos y vio a una joven soldado de no más de dieciséis años de larga cabellera castaña frente a él. Una joven cuya traviesa mirada de ojos oscuros y su sonrisa cargada de autosuficiencia le acompañarían el resto de su vida.
Ehlen cerró los dedos alrededor de su mano y la presionó con fuerza, tratando de evitar así que se la pudiese soltar jamás. Sabía lo que tarde o temprano sucedería, que no podría retenerla eternamente, pero no deseaba que el tiempo transcurriese. Ehrlen quería permanecer atrapado en aquel segundo eternamente. Lamentablemente, sabía que no era posible. El pasado era el pasado, y por mucho que en aquel entonces creyese tenerla ante sus ojos, ella no iba a volver. Nunca lo haría. Así pues, no valía la pena seguir torturándose. Ehrlen parpadeó varias veces seguidas, obligándose a sí mismo a serenarse, y la escena desapareció, llevándose consigo a la chica del recuerdo. Acto seguido regresó Volker.
Volker y su pelo rojo, su piel maquillada de dorado y su mirada de ojos verdes.
—¿Ehrlen? —insistió Lara. Su mano seguía en el aire, a la espera de que Shrader se la estrechase—. Puedes confiar en nosotros, Ehrlen: palabra.
—Demuéstralo —respondió finalmente él, y depositó sobre la palma de su mano el pequeño visor que Patrick le había preparado con todas las fichas de los trabajadores a su servicio—. Espero que no tengas nada importante que hacer: tenemos mucho de lo que hablar.
—Tenías razón, Jack: esta también está destrozada.
—Me lo imaginaba. ¿Qué ves? ¿Ha sido un trabajo profesional?
—Yo diría que han cortado los cables con un machete.
—Haz una fotografía y baja: no toques nada. Aunque a simple vista parezca que no hay energía en toda la planta podríamos estar equivocados.
Obediente, Sara realizó la fotografía al panel de control destrozado que tenía ante sus ojos y guardó el dispositivo en el bolsillo. A continuación, tras trepar por la pared hasta la fina pasarela a través de la cual había logrado acceder a la sala de control evitando las rejas de seguridad, cuyas cerraduras permanecerían bloqueadas hasta que no se reactivase la energía, extendió los brazos en forma de cruz para mantener el equilibrio y reinició el camino de regreso. Las rejas se alzaban hasta casi cinco metros de altura, pero por encima de estas había un entramado de conductos y finísimas vigas gracias a los cuales Sarah había logrado acceder.
En ocasiones como aquella daba gracias por no abultar demasiado.
La mujer atravesó con paso firme los casi doce metros que separaban un punto del otro, logrando con su mera visión que tanto Jack como Leo sintiesen vértigo. Una vez superada la verja se descolgó ágilmente para caer de pie frente a ellos.
Alzó los brazos teatralmente, como si de una gimnasta se tratara.
—¡Voilá!
—¡Diez puntos! —exclamó Leo, divertido, y le chocó la mano con entusiasmo cuando ella se la ofreció—. De aquí al circo.
—Lo han hecho los mismos, ¿verdad? —preguntó Jack, redirigiendo la conversación—. Con tanta oscuridad no puedo ver nada desde aquí.
Jack no mentía. El haz de luz de su linterna era potente, pero la consola estaba a demasiada distancia como para poder ver los daños. Muy a su pesar, hasta que no pudiese visionar las fotografías en un lugar mejor tendría que confiar en la palabra de la agente.
—Yo diría que sí —admitió Sarah—. Lo que está claro es que sea quien sea que lo ha hecho se ha quedado a gusto. Hay marcas del filo del arma por todas partes.
—Esta es la tercera consola que encontramos destrozada —reflexionó Leo—. ¿Cuántas más necesitáis ver para convenceros de que han saboteado la torre?
En realidad con la primera habría bastado, pero tanto Jack como Sarah habían insistido en seguir investigando el edificio en busca de respuestas. Encontrar desperfectos en las instalaciones durante el proceso de pre-colonización no era algo demasiado común. Como mucho solían encontrar errores en la construcción y defectos de fabricación, pero nunca desperfectos provocados y muchísimo menos de aquel calibre. Alguien había querido sabotear la torre de suministro eléctrico, y lo había hecho a sabiendas de que si destruía las consolas de control impediría que la ciudad tuviese suministro hasta que no se reparasen.
Aquello era totalmente inesperado. Jack había vivido ya las suficientes pre-colonizaciones como para saber que las cosas en Cáspia estaban mucho más revueltas de lo habitual, pero aquello era excesivo. Si bien podía llegar a entender que en un escenario como aquel la soledad hubiese provocado que dos bandos se enfrentasen, el que hubiesen dañado las instalaciones era demasiado. Fuese quien fuese el culpable de lo sucedido había cometido un grave delito contra la ciudad, pero también contra sí mismo. Aunque aquel entonces no era evidente, la electricidad era un recurso vital para la supervivencia en un lugar como aquel en el que las temperaturas variaban tanto. Sus habitantes actuales necesitaban luz y calefacción, energía para poder utilizar sus dispositivos y mantener en buen estado los suministros que habían traído consigo, y para ello era básico que las torres de energía pudiesen ser activadas. Lamentablemente en aquel estado era imposible. Las consolas debían ser reparadas, con lo que aquello comportaba: retrasos.
Muchos retrasos.
Se preguntó quién podría estar detrás de aquel suceso. Lo más fácil era pensar que los hombres de Bullock fuesen los culpables; que lo hubiesen hecho en un intento de debilitar a Volker y los suyos. No obstante, le parecía extraño que personas que habían colaborado en las tareas de construcción hubiesen destruida su propia obra.
—Jack, en serio —insistió Leo ante el silencio del agente—. Ni tan siquiera deberíamos estar aquí: teníais que inspeccionar la zona, no colaros en la torre. Habéis hecho más que de sobras: el resto es cosa nuestra.
—No podíamos irnos sin comprobarlo —explicó Sarah—. No habría sido profesional.
Jack secundó las palabras de la agente con un leve asentimiento. Ciertamente no deberían haber llegado tan lejos. Las órdenes de Ehrlen al respecto habían sido claras: debían asegurar la zona. No obstante, tras encontrar varios desperfectos por los alrededores y alguna que otra evidencia de que alguien se había internado en la torre, no les había quedado otra opción que entrar a inspeccionar. Pero tal y como decía el arqueólogo, su papel en aquella investigación había llegado a su fin. Podrían continuar recorriendo la planta y probablemente encontrarían muchas otras consolas dañadas, pero no valía la pena. Jack sabía que aún había mucho trabajo por hacer, por lo que tenían que controlar los tiempos. Pero aunque para él era evidente cuál era el siguiente paso, en aquella ocasión no iba a ser Jack quien decidiese qué hacer. Tal y como había acordado con Argento, ella estaba al mando. La decisión era suya, y si seguía haciéndolo tal y como había hecho hasta ahora, sin dudas volvería a acertar.
Se cruzó de brazos, a la espera. Mientras que Leo tenía muy claro qué era lo siguiente que quería visitar, Sarah parecía tener ciertas dudas al respecto. Por el momento no se habían cruzado con nadie por la zona, pero después de haber localizado los desperfectos ya no podían considerarla segura.
—¿Y bien? —insistió Leo, cada vez más impaciente—. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos aquí mirándonos las caras los unos a los otros, o...?
—Nos vamos —decidió Sarah—. Seguir investigando la torre sería una pérdida de tiempo: ya sabemos lo que hay. Tenemos que informar al jefe de esto. Si lo que queremos es empezar a activar la ciudad es imprescindible disponer de electricidad.
—Bien dicho —respondió Leo, satisfecho con la decisión—. ¿Significa eso que vamos por fin al museo?
Jack no pudo evitar poner los ojos en blanco al ver a Sarah asentir con la cabeza. Aunque por el momento no se habían salido del plazo que les habían dado, le parecía un error sucumbir a los deseos del arqueólogo. Leo y Brianna eran piezas clave del equipo, pero también miembros potencialmente peligrosos. Su curiosidad y ansia de conocimiento había puesto en muchas ocasiones a todo el grupo en peligro, e incluso había provocado muertes. No obstante, ahí seguían, insistiendo y consiguiendo sus objetivos a cambio de algo que únicamente se acababa sabiendo cuando las cosas salían mal.
Se preguntó qué le habría ofrecido a Sarah.
Sea como fuese, había acordado con su agente que aquel día sería ella quien tomaría todas las decisiones, así que no dijo palabra alguna cuando Sarah se posicionó de lado de Park. Sencillamente rehízo el camino que habían recorrido, ayudó al arqueólogo a trepar la altísima y peligrosa verja de seguridad que rodeaba el recinto y, de nuevo en la ciudad, siguió los pasos de sus compañeros y los androides, preguntándose qué sorpresa les aguardaría en el museo.
Poco después, transcurridos tan solo veinte minutos, se detuvieron frente al imponente edificio. Park inspiró con profundidad, saboreando lo que él definía como "el perfume del saber", y alzó la mano derecha con el dedo índice extendido para señalar la fachada del museo. Sobre su trabajado pórtico de entrada lleno de columnas elegantemente labradas habían sido esculpidas varias estatuas en forma de ángeles que daban la bienvenida a los curiosos con las alas extendidas y los brazos abiertos de par en par.
Park ensanchó la sonrisa ampliamente al localizar en el centro de las estatuas la figura de una mujer de larga cabellera uniformada con una larga toga que le cubría los pies y un cáliz entre las manos. Mientras que para Jack y Sarah aquella escultura no era diferente del resto, para él tenía un significado muy especial.
—La madre Cecilia... vaya, no esperaba encontrármela aquí —reflexionó con fascinación—. Fijaros en sus rasgos, en la caída de sus ojos... la dulce curva de sus labios: es impresionante. El escultor ha logrado hacer una recreación increíble.
—¿De veras? —respondió Sarah a su lado, y se cruzó de brazos. Por su expresión, a ella no parecía haberle impresionado lo más mínimo la estatua—. A mí no me parece para tanto...
Mientras que Park y Argento empezaban a discutir al respecto, Jack decidió ascender las escaleras que daban al pórtico para comprobar los accesos. En apariencia las puertas estaban cerradas, pero no necesitó más que apoyar la mano en el pomo de bronce y girarlo para comprobar que la cerradura había sido forzada.
Lanzó un rápido vistazo a la empuñadura de su arma antes de abrir las puertas. Ordenó a sus androides que formasen un abanico tras él y, sin mayor demora, empujó las dos hojas de bronce labrado hacia dentro.
Una bocanada de olor a quemado le dio la bienvenida. Jack olfateó el recibidor con cierta inquietud y finalmente desenfundó su arma.
Sarah y Leo no tardaron más que unos segundos en unirse a él.
—¿Pero qué demonios...? —murmuró Leo con desazón—. ¿Qué es ese olor?
—Huele a quemado—sentenció Sarah, y encendió su linterna.
Jack descubrió al mover su haz de luz por la recepción que se encontraban en una amplia estancia abovedada donde había varios arcos de seguridad inactivos. El agente alzó la mano, ordenando con aquel sencillo gesto a sus androides que se adelantasen, y aguardó unos segundos a que estos cruzasen el pórtico para iniciar el avance.
A su lado, Leo maldecía por lo bajo.
—Esto no tiene buena pinta, Leo —advirtió Sarah en un susurro a su compañero—. No te alejes de mí, ¿de acuerdo? Si no haces ninguna estupidez mis androides te protegerán.
Adelantándose a Jack y recuperando así su posición destacada en la operación, Sarah atravesó el pórtico hasta alcanzar el fondo de la sala. Allí, tras descender un tramo de escaleras, aguardaba la puerta de entrada a la primera de las exposiciones.
Sarah fue la primera en cruzar el umbral de la puerta.
—Argento, no te adelantes tanto —advirtió Jack—. Espérame.
En completa tensión, Sarah se adentró en la primera galería con el arma entre manos y la sensación de estar adentrándose en terreno peligroso. A pesar de que las paredes laterales estaban cubiertas por grandes ventanales, la estancia estaba envuelta en sombras que parecían devorar la luz. Consciente de ello, Sarah movió el haz de su linterna de izquierda a derecha, atenta para no chocar. Para su sorpresa, sin embargo, no parecía haber nada en la galería. Salvo el suelo de madera y las paredes azules, la sala estaba totalmente vacía, sin ningún tipo de decoración ni de objeto. Lo único allí presente, además del olor y de la penumbra, era la gruesa capa de polvo que cubría el suelo.
Una capa en la que se podía ver a contraluz las marcas de pisadas de lo que parecía ser un perro o un lobo.
—¿Leo, en este planeta hay perros salvajes? —preguntó en voz alta, iluminando con la linterna las huellas.
—En los bosques de los alrededores sí, pero en la ciudad... —El arqueólogo se agachó para comprobarlas de cerca—. Según los informes que nos hizo llegar el gobernador planetario sobre la fauna y flora del planeta, existen varias especies de cánidos a los que podría corresponder estas pisadas. No recuerdo los nombres científicos con los que los identificaban, pero sí que su comportamiento era bastante parecido al de los terráqueos.
—¿Y eso significa que...? —preguntó la agente.
—Significa que no deberían haberse adentrado en la ciudad, y mucho menos haber llegado tan lejos. Este tipo de animales únicamente se aleja de su hábitat si se quedan sin comida.
—Puede que se trate de la mascota de alguno de los trabajadores de Volker —reflexionó Jack—. Nosotros tenemos a Canela: quizás ellos hayan traído consigo algún perro.
—Podrían haberlo hecho —admitió Leo—, pero entonces estarían incumpliendo con su propia normativa. Para evitar alteraciones en los ecosistemas de los destinos, Veritas hace firmar una cláusula a sus trabajadores en la que se les prohíbe la posesión de mascotas. Siempre cabe la posibilidad de que hayan decidido ignorarla, pero tengo mis dudas al respecto.
—¿Entonces? —preguntó Sarah.
Dado que no tenía respuesta alguna que ofrecerle, Leo decidió seguir inspeccionando la galería hasta alcanzar la puerta que daba acceso a la siguiente estancia. Según sus informes, en aquella primera sala debería haber encontrado varias cajas con material de exposición. No demasiado, desde luego, pero sí el suficiente como para que el viaje hubiese valido la pena. Lamentablemente, ni había rastro de él en la primera sala, ni tampoco lo hubo en ninguna otra. Jack, Sarah y Leo recorrieron las primeras doce galerías que componían el museo sin encontrar nada en su camino salvo polvo y ventanas sucias.
Profundamente decepcionado, Leo se encaminó a la última sala con la sensación de estar viviendo un gran engaño. Los informes hablaban de restos de la antigua civilización planetaria de gran interés científico, pero allí no había nada. Tampoco había nada de donde pudiese surgir el olor a quemado, ni tampoco motivo aparente para que hubiese tantísimo polvo acumulado. Los dueños de las huellas habían abandonado también el museo, aunque curiosamente solo había pisadas que evidenciaban su entrada. El cómo habían logrado salir era todo un misterio... aunque no tanto como la gran sombra que, alcanzados los accesos a la última galería, todos percibieron recortada en la oscuridad casi total. Jack, Sarah, Leo y los androides alzaron sus haces de luz hacia el interior de la estancia, arrancando así de las garras de la noche cerrada su interior, y por un instante todos quedaron paralizados al ver surgir ante ellos una figura humana teñida en sombras.
Inmediatamente después, todas las linternas se apagaron a la vez. Leo lanzó un grito de terror y retrocedió unos pasos hasta chocar de espaldas contra el pecho de uno de los androides mientras que Jack, totalmente concentrado, no se movió un ápice. Sarah, en cambio, deslizó el dedo instintivamente hacia el gatillo de su arma y lo presionó.
La detonación iluminó momentáneamente la sala, y durante las décimas de segundo que duró todos volvieron a ver la figura, solo que esta vez estaba mucho más cerca. Tan cerca que Sarah esta vez sí que gritó de puro pánico y Jack disparó.
De hecho, todos los androides dispararon...
Y sus balas se hundieron en la gran torre de restos calcinados que poco después apareció ante ellos en mitad de la galería cuando, de repente, las linternas volvieron a funcionar.
Jack y Sarah se apresuraron a barrer la sala con la mirada, en busca de la figura. El agente hizo una señal con la cabeza a su compañera para que se quedase atrás y, acompañado de sus androides, se internó en la sala para recorrerla por completo. Para su sorpresa, a pesar de rodear la torre de escombros e iluminar todos sus rincones, no encontró a nadie.
Fuese quien fuese que acababan de ver, parecía haberse esfumado...
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Leo unos minutos después, aún visiblemente alterado por lo ocurrido. Tras el susto inicial, el arqueólogo había decidido obedecer a Sarah y ahora se encontraba a su lado, tan pegado a ella que apenas podía moverse—. Demonios, ¿lo has visto tú también? Te juro que había alguien. Te juro que...
—Tranquilo —respondió ella, aunque en lo más profundo de su ser compartía su inquietud—. Ha debido ser un efecto de la luz... una sombra.
—¿Una sombra? ¿¡Una sombra!? —El hombre parpadeó con incredulidad—. Pero... ¡pero...!
—Antes de que te vuelvas loco —interrumpió Jack desde el centro de la sala, junto a la torre de restos quemados—. Creo que he encontrado lo que andabas buscando.
—¿Cómo?
Leo comprobó con horror que el agente no mentía. Amontonados en el centro de la sala, tras haber ardido durante horas, se encontraban los restos de los grandes tesoros que había ido a buscar. El arqueólogo se arrodilló frente a estos, hundió las manos en los despojos ennegrecidos y comprobó con tristeza cómo se convertían en ceniza entre sus dedos.
Dejó caer la cabeza con pesadez, profundamente dolido.
—Malditos monstruos... ¿quién demonios ha podido hacer esto?
—Lo siento, Park —respondió Jack a su lado—. Parece que hay alguien en la ciudad que no respeta absolutamente nada.
—Malnacido sin corazón: tenemos que encontrarle, Jack. Sea quien sea que ha hecho esto hay que localizarle, y...
—¿Y esto?
Los dos hombres desviaron la mirada hacia Sarah, la cual, a unos pasos de distancia, se encontraba agachada junto a la torre de escombros. Entre manos tenía algo: un pequeño papel rectangular cuyo lateral izquierdo estaba requemado, pero cuyo contenido seguía siendo legible. La mujer lo miró con cierta sorpresa, inquieta ante su contenido, y se lo tendió a Leo para que lo examinase.
El arqueólogo parpadeó con incredulidad al verlo.
—¿Esto es lo que creo que es? —preguntó con perplejidad.
—Bueno... —murmuró Jack a su lado, y dejó escapar una carcajada nerviosa—. No sé qué te parecerá a ti, pero a mí me parece un panfleto de publicidad. A ver, déjamelo... —El agente cogió el papel con cuidado y lo iluminó con la linterna, para comprobar que no se había equivocado—. Efectivamente.
—Esto es absurdo —respondió Leo, arrebatándole el panfleto de las manos. Volvió a leer su contenido, casi tan perplejo como furioso, y negó con la cabeza—. No me puedo creer que esto sea lo único que se haya salvado del fuego.
Lamentablemente, así era. Por mucho que a Leo le costase admitirlo, lo cierto era que lo único que había sobrevivido al fuego era un papel publicitario en el que aparecían cinco siluetas circulares de color negro coronando una carpa de circo y siete palabras: "Bienvenido al circo de los Cinco Soles".
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