Capítulo 7
Capítulo 7
—Patrick, ¿nos recibes?
—Te oigo muy flojo, pero te oigo.
—Ya han llegado: Van Der Heyden va para allí con Kare. Erika está conmigo. Ya hemos dispuesto a los androides, así que vamos a centrarnos en preparar el cercado de seguridad. Necesito que me mandes las coordenadas del canal de comunicación al que debemos vincular las cámaras.
—Claro, dame unos minutos y te lo envío.
De pie en lo alto de la azotea, Cailin aprovechó los minutos de espera para inspeccionar el estado de los androides de vigilancia. Erika se había asegurado de que las órdenes hubiesen quedado bien grabadas en sus tarjetas de memoria, pero nunca venía mal comprobarlo una segunda vez.
A Cailin le gustaban aquellos androides. Aunque para muchos no fuesen más que trozos de metal de forma humanoide, burdos y pesados, a ella le gustaba su aspecto algo grotesco y vulgar. No había belleza alguna en ellos, ni tampoco sofisticación. Aquellos seres eran el producto de la inteligencia humana, del saber y del esfuerzo de centenares de ingenieros, y bastaba con mirarles a sus feas caras metálicas para saber que se limitaban a cumplir órdenes. Podrían haberlos hecho más bonitos, con acabados menos agresivos y un aspecto en general para atractivo, ¿pero para qué? Cailin era una persona práctica a la que las apariencias nunca habían importado demasiado, y en cierto modo su interés y gusto por aquellos modelos así lo reflejaban.
—Erland parecía bastante cabreado —comentó a su compañera mientras inspeccionaba la memoria de uno de los droides a través de un pequeño panel de control trasero oculto en su espalda—. ¿Tan poco le gusta dejar a su "niña" al aire libre?
Erika, que se encontraba muy cerca de la cabina de la nave, mirando hacia el horizonte con aire pensativo, respondió con una sonrisa. Vestida con su mono de piloto, botas altas y la cazadora de cuero gris, la segunda al mando de la "Medianoche" brillaba con luz propia. A la mayoría de hombres no les parecía en absoluto femenino que llevase el pelo decolorado tan corto, como un hombre, pero a ojos de Cailin aquella joven tenía un atractivo muy singular. Erika era una mujer hermosa, con unos ojos oscuros llenos de misterio a los que más de uno había acabado sucumbiendo.
—Lo odia. Ese hombre quiere casi tanto a su nave como a su hija o su nieta, y créeme, le entiendo. Esta nave es única.
—Tiene su encanto, no lo voy a negar.
—De todos modos, no está enfadado por tener que dejarla aquí... o al menos no solo por eso. Tengo que explicarte algo.
Intrigada, Cailin aguardó a que la piloto acudiese a su encuentro y bajase el tono de voz para descubrir qué era aquello que tanto parecía haber afectado al piloto. Erika lanzó un vistazo a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que estaban solas en la azotea, y a continuación extrajo del interior de su chaqueta el dispositivo que Erland había encontrado en los bajos de la nave.
Cailin parpadeó un par de veces con incredulidad al reconocerlo como un geo-localizador.
—¿De dónde demonios habéis sacado esto? —preguntó, tomándolo de la palma de la mano de su compañera—. Está activo.
—Lo sé. Lo encontramos en la nave, de ahí el enfado de Erland... alguien quiere tenernos controlados. De hecho, encontramos muchas marcas de dedos cerca de la cabina. Es posible que alguien haya intentado acceder a ella. Kare ha comprobado en los sistemas si ha habido algún tipo de sabotaje, pero en principio está todo en orden. Sea quien sea que se ha acercado a la nave no se ha esforzado demasiado en intentar desbloquear las cerraduras.
—Vaya... ¿el jefe sabe algo de esto?
—Aún no. Víctor está en la "Neptuno", así que no creo que le haya dicho nada. Mi idea era avisar a Jack y que él se encargara de informarle... pero primero quería que tú y Patrick me ayudaseis en algo.
Cailin hizo girar el dispositivo sobre sí mismo en la mano. Aunque no era demasiado moderno, estaba en perfecto estado, como si nunca antes se hubiese utilizado. Fuese cual fuese su dueño, probablemente llevaba mucho tiempo guardándolo como oro en paño para poder usarlo. La gran cuestión era, ¿para qué? ¿Sería posible que Volker quisiera tener la nave localizada en todo momento? En caso de ser así, no hablaba demasiado a su favor. Claro que, teniendo en cuenta las circunstancias, ¿quién podía estar detrás de lo ocurrido si no? ¿Los cuatro rezagados del otro bando?
Le costaba creerlo.
—Déjame adivinar... quieres saber quién está al otro lado del receptor, ¿verdad?
—Exacto. Me gustaría hacerle una visita a quien sea que lo ha instalado. ¿Puedes conseguirlo?
Cailin dudó. Aunque conseguir rastrear la señal no iba a resultar en absoluto complicado, la agente del equipo de apoyo tenía dudas sobre si realmente debía hacerlo. Erika era una compañera muy valiosa por la que sentía una gran afinidad y no quería que se metiese en problemas. De hecho, junto con Patrick y el propio Ehrlen, probablemente ella era de sus favoritas. Así pues, no era fácil decidir. Al menos no en aquellas circunstancias.
—Deberías avisar al menos a Jack de esto —le recomendó—. No creo que sea conveniente que tú sola te enfrentes al culpable.
—No pretendo enfrentarme a él... en realidad no sé muy bien qué quiero hacer. En principio mi idea es descubrir su identidad.
—¿Y después?
—Después... —Erika se encogió de hombros—. ¿Pegarle un tiro?
Cailin no pudo evitar que una carcajada escapase de sus labios ante la expresión de inocencia con la que en aquel entonces la miraba su compañera. Erika podía intentar ocultar su auténtica naturaleza detrás de sus sonrisas y su cara angelical, pero lo cierto era que, por dentro, era tan guerrera o incluso más que ella.
—No sé lo que haré, pero lo que tengo claro es que quiero saber quién está detrás de este sabotaje. No podemos dejar las cosas así, Cailin.
—Estoy de acuerdo, no podemos permitirlo, pero tampoco quiero que cometas una locura. Ya viste lo que pasó anoche: esta gente es de gatillo fácil. Me encargaré de localizar el receptor de los datos, palabra, pero tienes que prometerme que se lo contarás al menos a Jack.
—A Jack... —Erika dejó escapar un suspiro—. De acuerdo, se lo contaré... pero no le digas que he dudado, por favor: se enfadará, y con razón.
Cailin rodeó los hombros de la joven con el brazo y los estrechó con suavidad, en un gesto lleno de complicidad. No iba a decir nada, desde luego. En otros tiempos quizás lo habría hecho, solo por molestar y hacer enfadar al siempre correcto y estirado Jack Waas, pero su impresión sobre él había cambiado notablemente desde que su compañera y él se entendían tan bien. Waas reunía muchas características que ella aborrecía enormemente, desde lo triste que podía llegar a ser a la poca sangre que demostraba tener en según qué ocasiones, pero no era un mal hombre. Al contrario, Jack se desvivía por ellos y, tal y como había demostrado con Erika, tenía algo de corazón. Cailin no sabía si mucho o poco, pero sí el suficiente como para que Erika se hubiese fijado en él. Así pues, no le diría nada. Después de todo, ¿qué iba a ganar? Sería divertido ver su cara, desde luego, pero no entraba en su naturaleza la traición.
—No creo que Patrick tarde mucho más en contactar. Conociéndole imagino que ya tiene los datos, pero los estará revisando por octava vez. ¿Te quedas conmigo o vas a volver a la base?
—Me quedaré contigo. No sé qué planes ha pensado el jefe para nosotros, pero apuesto a que hasta al menos nos va a mantener a buen recaudo en la base durante una semana, hasta que tenga la ciudad controlada.
—Ya sabes cómo van estas cosas. Después no habrá ni un minuto de descanso, pero de momento... en fin, voy a seguir comprobando los androides.
Mientras que Cailin seguía con el procedimiento habitual, Erika aprovechó para recorrer la azotea hasta alcanzar la esquina suroeste. Desde allí las vistas de la ciudad eran realmente impresionantes. Edificios altos en forma de aguja, rectangulares, abovedados, puentes levadizos, pasarelas colgantes, avenidas ajardinadas, plazas, estadios... la ciudad parecía ofrecer una oferta tan completa de escenarios que resultaba complicado pensar en algo que faltase. Erika, que procedía de una zona especialmente rural de la Tierra, echaba de menos las casas ajardinadas y granjas, incluso los criaderos de animales y los campos de cultivo, pero sabía que nada de aquello tenía cabida en un planeta nuevo como aquel. La humanidad había avanzado demasiado como para perder el espacio con aquel tipo de "lujos". Por suerte, ella siempre tendría un hogar al que regresar y en el que poder disfrutar de una vida mucho más sencilla, al margen del cada vez más desarrollado futuro tecnológico humano.
Erika se detuvo junto a la barandilla y apoyó las manos sobre esta para poder respirar el aire puro de Eleonora. En la lejanía, entre las nubes, creía poder ver las dos rápidas y pequeñas figuras volantes que eran los cazas de los Steiner haciendo piruetas, aunque no estaba del todo segura. Si eran ellos, estaban muy lejos. Los que estaban mucho más cerca, sin embargo, eran sus compañeros. La base se encontraba a tan solo un par de edificios de allí, por lo que tan solo tenía que asomarse para ver luz en las ventanas.
Se preguntó qué estarían haciendo. A aquellas horas, probablemente se estuviesen preparando para comer...
Un escalofrío recorrió la espalda de Erika cuando, al desviar la mirada de nuevo hacia la ciudad, creyó ver algo en la calle. La piloto parpadeó un par de veces, dubitativa, y centró la atención en la pequeña figura que, desde la acera, la observaba con fijeza. Se trataba de un hombre de cabeza afeitada vestido de oscuro cuyos ojos, poco más que dos puntitos minúsculos en su rostro, estaban fijos en ella. Inquieta ante la inesperada visión, Erika permaneció unos segundos muy quieta, devolviéndole la mirada. Entre ellos había una gran distancia formada por casi diez plantas de altura y un ángulo que complicaba enormemente la visión del hombre, pero era evidente que la estaba mirando. De hecho, transcurridos unos segundos, el tipo alzó la mano y la saludó.
Erika imitó el gesto con timidez.
—¿Pero qué demonios...? —preguntó Cailin desde sus espaldas—. ¿Qué haces?
Cailin se asomó para ver a quién saludaba su compañera. Para su sorpresa, el hombre seguía allí, mirándolas con fijeza, con la mano alzada y, lo que era aún peor, una escalofriante sonrisa sin dientes cruzándole el rostro.
Apoyó la mano sobre el antebrazo de su compañera, inquieta ante la presencia del hombre, y la apartó del borde de la azotea, rompiendo así la conexión visual.
—¿Quién es ese tío? —quiso saber Cailin—. ¿Le conoces? ¿Le viste ayer?
—No tengo la menor idea, pero supongo que será uno de los hombres de Volker, ¿no? —Erika negó suavemente con la cabeza. Lo inesperado de la visión le había dejado la garganta seca—. Hay más de un centenar de ellos por la ciudad, es normal que nos los crucemos.
—Esta ciudad es enorme y estamos en una azotea, fuera de su alcance visual. No debería saber que estamos aquí —reflexionó con rapidez—. A no ser que él sea el receptor del geo-localizador, claro.
—¿Tú crees?
—Podría ser. Sea como sea, no te acerques al borde por si acaso, ¿de acuerdo? Que estén aquí no implica que tengan que saber a qué nos dedicamos y mucho menos interponerse en nuestro camino. Por su propio bien, no subirá... y si lo hace, morirá.
Alex era feliz. Pocas personas podían comprender cómo alguien podía sentirse tan realizado en el interior de aquella minúscula esfera, rodeado de cables y sin apenas espacio para estirar las piernas o los brazos, pero a él no le importaba. El pitido incesante de las pantallas, el estruendo de los motores, el hedor del combustible quemado, la vibración constante en el asiento... todos aquellos elementos podrían llegar a desquiciar a cualquier piloto: a llevarlo al límite de su paciencia. Por ejemplo, Erland se ponía nervioso ante el mero hecho de plantearse entrar en la cabina, y mejor no hablar de cómo se ponía Jöram. Él aseguraba que prefería que le metiesen en un ataúd. Para Alex Steiner, sin embargo, poder pilotar aquel caza era una bendición. Cada una de aquellas "molestias" formaban parte del encanto de viajar a bordo de su pequeño bólido, y él las aceptaba con cariño. De hecho, incluso había aprendido a disfrutarlas. ¿Qué el asiento vibraba? Lo consideraba un masaje. ¿Qué las consolas de a bordo no dejaban de pitar? Era una buena manera de mantenerle despierto. ¿Qué no podía estirar las piernas? Hasta que no aterrizase no las necesitaría, así que no había de qué preocuparse. En el fondo, acostumbrarse era cuestión de tiempo, de paciencia y, sobretodo, de ganas. Desde niño Alex había ansiado poder surcar los aires como un ave, en completa libertad, y ahora al fin podía hacerlo. Así pues, era feliz. Era tremendamente feliz, y así se lo transmitía a su hermana mayor, Tracy, la cual, al igual que él, se sentía profundamente unida a su máquina voladora.
Aunque cada uno de ellos tenía su propio caza, siempre volaban juntos. Unidos gracias al sistema de comunicación interno, los dos pilotos estaban siempre en contacto, compartiendo en todo momento la experiencia a través de palabras, gritos y carcajadas. Ambos hablaban sin cesar, impidiendo así que el canal de voz quedase en silencio en ningún momento, por lo que la soledad era relativa. Sí, los cazas solo tenían cabida para una persona, ¿pero acaso necesitaban más? Mientras la voz del otro sonase a través de los auriculares, tenían más que suficiente.
—Y con esta ya van tres edificios iluminados en esta zona —comentaba Tracy en aquel preciso momento, mientras sobrevolaban uno de los barrios de Cáspia situado al otro lado del río. Según los mapas, aquel lugar era conocido como el barrio II y estaba localizado en el norte oriental de la ciudad, pegado a la muralla—. Están por toda la ciudad.
—¿Crees que todos son del equipo de Volker?
—Imagino. Si no lo son, desde luego, son poco discretos.
Antes de adentrarse en el barrio II, los Steiner habían estado sobrevolando otros dos barrios y una enorme zona industrial en la que habían encontrado otros tantos edificios con luz. En la mayoría de casos los habían identificado porque habían visto habitaciones encendidas desde el cielo, así que imaginan que habría otros tantos ocupados a oscuras. Sea como fuera, poco importaba el número. Lo realmente importante era que los hombres de Volker estaban extendidos por toda la ciudad, en puntos estratégicos, y disponían de energía. La gran cuestión era, ¿cómo? Hasta que un equipo no se adentrase en su interior y comprobase el estado de las torres de suministro energético nadie podría asegurar lo contrario, pero a simple vista estas parecían inactivas. De hecho, según los registros de actividad que Patrick había obtenido a lo largo de aquella mañana, así era. Toda la ciudad estaba inactiva, tal y como era de esperar... y a pesar de ello Volker tenía luz.
Era extraño.
Claro que, ¿acaso no era toda la situación en sí extraña? En los diez años de experiencia que Tracy llevaba en el equipo, pocas veces se había sentido tan incómoda en una ciudad como en aquella ocasión. Cáspia parecía un lugar magnífico, perfecto en el que poder trabajar y pasar una buena temporada, pero por alguna razón no se sentía cómoda. Era como si la ciudad les hubiese rechazado; les hubiese cerrado las puertas desde un principio, y Volker tenía la culpa de ello. Irónicamente, los hermanos preferían estar en soledad en un planeta que tener que compartir los meses de pre-colonización con gente desconocida.
—Fíjate en aquel edificio, el de color gris. ¿Es cosa mía o hay varias ventanas rotas?
Los dos cazas avanzaron hasta alcanzar la fachada perlada del edificio que comentaba la piloto para comprobar el estado de los cristales de seguridad. Tal y como había detectado Tracy, había varios ventanales rotos, como si hubiesen estallado desde dentro.
Alex activó los focos de largo alcance y redujo la velocidad para poder iluminar el interior del edificio. A pesar de que el vehículo podría haber pasado a través de uno de aquellos ventanales, ninguno de los dos se internó. Con un rápido vistazo externo tuvieron más que suficiente para descubrir que, además de los destrozos en los vidrios, el interior del edificio tenías las paredes ennegrecidas.
Tracy lanzó un sonoro silbido.
—Yo diría que ahí dentro ha explotado algo.
—O eso o ha habido un incendio —reflexionó su hermano—. Qué extraño. ¿Entramos?
—De momento no —respondió Tracy con determinación—. Shrader se cabreará si desobedecemos tan pronto, ya le oíste. Sigamos con la ruta marcada y luego ya veremos.
Los dos cazas rodearon el edificio y siguieron con su travesía a través del barrio II hasta alcanzar el río. El viaje no se alargó demasiado, tan solo quince minutos, pero llegado a aquel punto decidieron reducir la velocidad para sobrevolar el siguiente objetivo, una extensa zona industrial situada al este del área donde se encontraba la base.
Tracy se adelantó para ir marcando el ritmo. A diferencia de la otra zona industrial, compuesta en su mayoría por edificios chatos de contrachapado y almacenes de hormigón, allí los edificios eran altos y acabados en grandes chimeneas que se perdían hasta rasgar las nubes. Aquella zona era mucho más moderna en apariencia, con instalaciones más lujosas y preparadas para el uso de grandes maquinarias. Las avenidas entre edificios eran amplias, los aparcamientos muy extensos y, en general, la estructura tan cuadriculada que no había lugar a la sorpresa.
O al menos eso era lo que Tracy estaba pensando cuando, donde debería haber habido un descampado reservado para la corporación Marnix, localizó algo. La joven alzó rápidamente el vuelo, logrando con aquel repentino cambio de nivel sorprender a su hermano, y ascendió hasta alcanzar lo alto de una de las chimeneas colindantes.
—Sube —le ordenó de inmediato—. Rápido, que no te vean.
Obediente, Alex giró los controles de la nave y ascendió la chimenea girando a su alrededor. Una vez en lo alto sobrevoló la zona hasta lograr aterrizar en una de las azoteas más cercanas, justo al lado de la nave de su hermana. El piloto se quitó las cinchas de seguridad, los cinturones, las gafas y los auriculares y, aún con el casco puesto, salió de la cabina, casi tan sorprendido como confuso ante la repentina decisión de aterrizar.
Acudió a su encuentro junto al borde oriental de la azotea.
—¿Qué demonios pasa? —preguntó a voz en grito, aún ensordecido por el pitido del caza—. ¿A qué viene esto?
Como respuesta, Tracy señaló a la estructura en construcción que se hallaba ante ellos, a muchos metros por debajo. La obra en sí no contaba con demasiados recursos ni maquinaria salvo un par de grúas, pero había una gran cantidad de gente trabajando en ella. Gente que, vista desde las alturas parecían poco más que puntos que iban y venían de un lado a otro, cargando con materiales y útiles.
—¿Están construyendo algo?
—Eso parece... —Tracy negó suavemente con la cabeza—. No tiene sentido. Según los mapas de la ciudad, eso debería ser un descampado. No están autorizados para edificar.
—Quizás quieran montarse algún tipo de base.
—¿Para qué? Tienen toda la ciudad para ellos. Ya lo has visto, han tomado los edificios clave: comisarias, bancos y locales con cámaras acorazadas. Si lo que querían era seguridad, lo han logrado a la perfección... esto no me cuadra. Además, fíjate bien: esa estructura... ¿no te parece el esqueleto de una carpa?
Alex ladeó ligeramente la cabeza, pensativo. Ciertamente la estructura le recordaba a algo, pero no había sido hasta que su hermana lo había mencionado que no se había dado cuenta de ello. Por supuesto que era una carpa: el pilar central, las costillas uniéndose a los postes laterales, todos ellos formando un gran círculo, las graderías...
—Lo parece desde luego... hay que tener valor para construir una carpa en un planeta como este —reflexionó el piloto—. Desconozco de qué van a recubrirlo, pero más les vale que sea un material térmico, de lo contrario se van a congelar.
—Apuesto a que la respuesta está en alguna de las cajas.
Tracy se refería a las decenas de enormes cajas de madera y de metal que los toros mecánicos desplazaban de un lugar a otro. Desde la distancia era prácticamente imposible descifrar qué había en su interior a pesar de que había algunas abiertas, pero por la cantidad de materiales que había diseminados por toda la obra era de esperar que fuesen los componentes de la estructura.
Permanecieron allí un par de minutos más, observando el ir y venir de los trabajadores desde la distancia. Había algo siniestro en sus movimientos. Era como sí, de alguna forma, siguiesen el ritmo de una melodía sorda que tan solo ellos podían escuchar. Sus pasos, el giro de sus cabezas, el modo en el que movían los brazos... quizás fuese producto de la sugestión, o puede incluso que fuese la distancia, pero Alex habría jurado que había algo de sincronización en todos ellos.
Era escalofriante.
—Volvamos —propuso Tracy—. Prefiero que no nos vean. Vamos.
Alex asintió, agradecido por poder abandonar aquel lugar. Chocó el puño con el de su hermana cuando ella se lo ofreció, en un gesto lleno de complicidad, y lanzó un último vistazo a la construcción. Acto seguido, tratando de no pensar en las extrañas jaulas metálicas que le había parecido ver entre las cajas, regresó a la cabina de su nave para iniciar la etapa final del viaje.
—¿Tú?
—Sí, yo.
—¿Sola?
—¿Por qué no?
—No tienes experiencia.
—Tampoco la tenía ayer cuando me mandaste recorrer las calles de la ciudad con ese tipo raro de Volker, y lo hice.
—No fue cosa mía, y lo sabes. Fue decisión de Shrader.
—Pues entonces déjame que lo discuta con él. Si ayer no le importó, apuesto a que hoy tampoco lo hará.
Jack dejó escapar un largo suspiro a modo de respuesta. Después de tantas horas despierto, lo que menos le apetecía era tener que discutir los próximos pasos con nadie, y mucho menos con la novata.
—Además, ¿cuál es tu plan? ¿Ir tú? Mírate, Jack: te vas a acabar desmayando como no descanses un poco.
Jack alzó la mirada por encima del hombro de Sarah, la cual se encontraba sentada frente a él en la sala comunal elegida como comedor, al otro lado de una larga mesa rectangular de plástico y metal, y chasqueó la lengua. No estaban solos. Aunque intentaba disimular fingiendo leer un libro mientras comía, era evidente que Leo Park les estaba escuchando. De hecho, tal era su nivel de atención que aún ni tan siquiera había probado la comida: simplemente la removía de un lado a otro con el tenedor, como si esperase a que se enfriase. Desde luego iba a ser un milagro que lo consiguiese teniendo en cuenta que se trataba de un plato de pasta fría.
—Estoy bien —aseguró—. Además, mi bienestar no es algo por lo que tú debas preocuparte. Soy yo quien reparte las funciones, ¿recuerdas?
—Lo tengo muy, muy presente, pero no quisiera quedarme sin jefe tan pronto. Me caes bastante bien.
Sarah acompañó a aquel último comentario de una amplia sonrisa ante la que Jack no pudo evitar soltar una sonora carcajada. Lo más probable era que no estuviese siendo sincera, era evidente, pero sabía jugar sus cartas.
—Todas decís lo mismo cuando intentáis sacarme algo a cambio —respondió tras llevarse a la boca una cucharada del humeante plato de sopa que él mismo se había servido. El sabor no era gran cosa, pero agradecía poder tomar algo caliente—. Dinero, atención, favores... pero nunca trabajo. Al contrario, si alguna vez lo han hecho ha sido para quitarse una misión de encima, no conseguirla. Eres extraña, Argento.
—Eso dice mi madre... pero volviendo al tema: ¿y qué hay de todas esas mujeres? ¿Lo consiguen?
—Jamás.
—¿Significa eso que estoy perdiendo el tiempo?
—No lo estás invirtiendo bien, no. —Jack se encogió de hombros—. No me malinterpretes: si te han contratado es porque la compañía te considera apta para el trabajo, y probablemente así sea, pero aún tienes mucho que demostrarnos. Además... —Jack bajó el tono de voz—. No juega en absoluto a tu favor que te dejes manipular por alguien como Park. ¿Qué quiere esta vez? ¿Ir a visitar algún acuario?
Sarah dejó escapar una risotada aguda al escuchar aquellas palabras. La agente volvió la vista atrás, hacia la mesa que ocupaba el arqueólogo, y negó suavemente con la cabeza.
—Un museo —reveló—. Dice que está muy cerca de la torre.
—Un museo, ya. —Jack puso los ojos en blanco—. Ojalá pudiese decir que me sorprende. Siempre lo intenta con los nuevos. ¿Te ha contado lo que le pasó a Vanessa?
—¡Lo de Vanessa no fue culpa mía! —exclamó de repente el arqueólogo desde su mesa—. ¡Le dije que no fuera a esa mansión! ¡Se lo dije!
Sorprendido ante la vehemente respuesta, Jack dio por finalizada la pantomima. Ni tenía motivo para seguir susurrando, ni el arqueólogo para ocultarse.
—Pongamos las cartas sobre la mesa, Park —dijo el agente—. Es cierto que no se lo dijiste abiertamente, ¿pero qué esperabas que hiciese al contarle lo de la cámara acorazada? —Jack dejó escapar un suspiro—. Esa chica habría matado a su propia madre por dinero: todos lo sabíamos.
—Pero no fue culpa mía —insistió Leo, a la defensiva—. Ella quería saber qué había y yo únicamente sacié su curiosidad, nada más.
—Desde luego... pero seamos sinceros: te vino muy bien que te abriese las puertas para poder echarle un vistazo a la colección privada de auto-retratos de la baronesa mientras ella intentaba llenarse los bolsillos. —Jack negó suavemente con la cabeza—. En fin, no sé qué te traes esta vez entre manos, pero no quiero que involucres a Argento en ello. Yo me encargaré de la expedición a la torre: si quieres ir a ver ese museo, adelante, acompáñame. Eso sí, no esperes que vaya contigo, porque no voy a hacerlo. Todos somos ya mayorcitos para saber lo que debemos y no debemos hacer.
Park murmuró algo entre dientes, molesto ante lo que él había considerado un ataque directo. Lo ocurrido con Vanessa no había sido en absoluto agradable, y si bien era cierto que él había tenido algo que ver, no era el culpable. Al menos no el culpable directo. Después de todo, ¿quién iba a imaginar que estarían aquellos androides de seguridad vigilando la cámara acorazada? De haberlo sabido jamás habría mencionado nada, y mucho menos cuando, en realidad, Park apreciaba a aquella chica.
Furioso, el arqueólogo abandonó el comedor dejando el plato sin tocar sobre la mesa, junto al libro. Aceptaba la propuesta, desde luego: aunque le repatease que fuese con Jack, no podía perder la oportunidad de ir al museo. No obstante, no estaba satisfecho. Park no estaba acostumbrado a ir en solitario a ningún sitio, y mucho menos en unas circunstancias tan especiales como las que se estaban dando en Cáspia. Por desgracia, si aquella era la única alternativa que le daba Waas, la aceptaba. Después de todo, ¿qué podía pasarle?
Ya a solas, Jack negó con la cabeza, contrariado por lo sucedido. Aunque su intención no había sido la de ofender a nadie, y mucho menos a alguien tan valioso y bien visto como Park, no había podido reprimirse.
—Park no es un mal chico, pero se aprovecha de la gente. Tiene mucha empatía. Demasiada. Tan solo necesita hablar cinco minutos con alguien para descubrir sus debilidades.
—¿Entonces fue él el culpable de la muerte de esa chica?
—No. No el culpable directo, desde luego. Vanessa murió porque la ambición la cegó, nada más. No obstante, si Park no hubiese querido ir a esa maldita mansión a cotillear ella no se habría enterado de lo de la cámara acorazada.
—Vaya...
Sarah frunció el ceño, decepcionada ante lo ocurrido. Aunque en ningún momento consideraba haber sido engañada por Park, pues ella había sido consciente en todo momento de sus intenciones, no le gustaba aquel inesperado giro en los acontecimientos. El arqueólogo era astuto, se notaba a leguas, pero le sorprendía que después de lo ocurrido con Vanessa su curiosidad siguiese siendo tan aguda. ¿Acaso no le importaba la vida del resto de compañeros? Obviamente la suya no iba a ponerla en peligro: sencillamente le había pedido que le acompañase a un museo, nada más, pero le inquietaba la posibilidad de que, llegado el caso, no dudase en intentarlo.
La curiosidad científica a veces escapaba de su entendimiento.
—Park es un miembro muy importante del equipo —prosiguió Jack al ver cómo la mirada de Argento se ensombrecía—. Todos lo tenemos muy bien valorado, incluido el propio Ehrlen. Para él, además de un gran profesional, es un muy buen amigo, de ahí a que se le consientan según qué cosas. No obstante, hay que ponerle límites. No dejes que juegue contigo: si una vez aceptas ayudarle, ya no habrá vuelta atrás.
—No dejo que juegue conmigo —se defendió Sarah—. En el fondo no es para tanto: ¿qué puede pasarnos? Iban a ser tan solo un par de horas, nada más.
—Un par de horas en una ciudad en la que nos estamos encontrando con una situación inesperada y que, de momento, no logramos controlar. Aún no sabemos si Volker es de fiar, Sarah, y mucho menos los hombres que están en su contra. Debemos ser precavidos.
—Lo sé, lo sé, pero... en fin, no pensaba que fuese para tanto. Además, me gustaría poder sentirme útil. Sé que soy nueva, pero puedo hacerlo, te lo aseguro.
—No lo dudo. Mira, hagamos una cosa —propuso Jack—. Lleguemos a un acuerdo: a un término medio. ¿Quieres demostrar que puedes cumplir con la misión? Me parece bien. Mañana por la mañana partiremos los tres, tú, Leo y yo, y nos encargaremos de asegurar la zona. Eso sí, yo iré únicamente de observador. Si la cosa se complica, intervendré, de lo contrario todas las decisiones serán tuyas, incluida la de qué hacer con el museo de Park. Será tu prueba de fuego. Si la superas te trataré como al resto de agentes y podrás cumplir con las misiones en solitario, pero si por alguna razón fallas...
—Eso no va a pasar —aseguró con vehemencia, logrando arrancarle una sonrisa con su actitud.
—De acuerdo, no va a pasar, pero si por alguna razón sucediese me veré obligado a tomar medidas. Medidas estrictas. —El hombre le tendió la mano sobre la mesa—. ¿Tenemos un trato?
Sarah dudó por un instante. Aquello de medidas estrictas no sonaba demasiado bien. De hecho, le recordaba enormemente a la cláusula que había firmado en el contrato en la que se dejaba entrever que, en caso de traicionar los secretos de "La Pirámide", podrían eliminarla. Por suerte, no iba a fallar. Sarah sabía que no podía perder aquella oportunidad, que era su gran momento de demostrar que era mucho más que un simple expediente académico, así que decidió arriesgar.
Además, ¿qué iba a hacer Jack en caso de que fallase? ¿Encerrarla en una habitación y tirar la llave? Llegado a aquel punto, tendría que aguantarse con el último fichaje estrella de la compañía...
Tomó su mano y la estrechó con fuerza.
—No te vas a arrepentir.
—Eso espero. Ahora, si no te importa, me gustaría poder acabar de comer tranquilo y cerrar los ojos un par de horas. Aprovecha el rato que te queda antes del turno de vigilancia para descansar: mañana por la mañana saldremos, ¿de acuerdo?
Alguien llamó a la puerta justo en aquel preciso momento. Los dos agentes volvieron la vista atrás y saludaron con un ademán de cabeza a la recién llegada Erika.
—Mañana a primera hora, de acuerdo —repitió Sarah para finalizar—. ¡Gracias!
Erika palmeó suavemente el hombro de Sarah al pasar a su lado, a modo de despedida. Aunque por el momento no habían tenido demasiado trato, Jack le había hablado bien de aquella chica. Aún era joven y tenía mucho por aprender, pero confiaba en el gran potencial que dejaba entrever su informe. Además, siempre eran bienvenidas nuevas integrantes al equipo. Mientras no causaran demasiados problemas, cuantos más fuesen, mucho mejor.
La piloto aguardó a que la agente abandonase la sala para cerrar la puerta. A continuación, con paso tranquilo, acudió junto a Jack y le rodeó el cuello con los brazos, cariñosa, y le saludó con un tierno beso en los labios.
Jack respondió con una amplia sonrisa.
—Espero no haber interrumpido nada importante.
—Tranquila, ya habíamos acabado. Siéntate: ¿has comido?
Erika acercó la silla de al lado y tomó asiento junto a él, con las rodillas prácticamente tocándose. A pesar de que todos sabían la estrecha relación que les unía, solían mantener las distancias, y más cuando había alguien delante. En aquel entonces, sin embargo, estando solos y cansados como estaban, un poco de contacto no les hacía ningún mal. Al contrario.
La piloto apoyó la cabeza sobre su hombro.
—No tengo hambre —confesó—. Además, tengo mal cuerpo: este planeta logra calarte hasta los huesos.
—Lo consigue, sí. Hay algo escalofriante en él... oye, pareces preocupada, ¿va todo bien?
Erika respondió encogiéndose de hombros. En cualquier otro momento quizás habría intentado disimular su malestar, pues sabía que Jack tenía suficientes preocupaciones como para sumarle las propias, pero en aquel entonces tal era su inquietud que necesitaba compartirla con alguien más a parte de Erland y Cailin... ¿y quién mejor que él?
Cogió su mano entre las suyas.
—Tengo que contarte algo.
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