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Capítulo 6



Capítulo 6




—Está empezando a llover.

Hacía frío. Incluso con el cuello hundido en el borrego de su chaqueta de cuero y las manos metidas en los bolsillos, Erland Van Der Heyden sentía cómo el aire fresco de la ciudad le calaba los huesos. En parte aquello venía dado por la sombra perenne en la que parecía vivir Cáspia. Al haber sido construida en un valle, pocas eran las horas de luz directa que recibía. No obstante, había otros factores que tampoco ayudaban a mejorar la temperatura. Uno de ellos era el río que la atravesaba y que tanta niebla generaba. A nivel estético era muy atractivo poder disfrutar de su presencia, sobre todo a aquellas alturas en las que el agua aún corría limpia y pura. Sin embargo, a nivel práctico era molesto. El río generaba humedad, y eso era algo que, sumado a la sombra que proyectaban las montañas, no ayudaba en absoluto a que mejorase la temperatura. Por suerte, tanto Erland como el resto del equipo estaba preparado para aquel tipo de situaciones. El frío nunca había sido un impedimento para llevar a cabo su labor, y mucho menos un poco de lluvia. Con que se acostumbrasen al clima y adecuasen sus ropas a él sería suficiente. Hasta entonces, muy a su pesar, les tocaría pasar algo de frío.

—Vaya mierda de clima —le respondió Jöram Abbadie, el piloto de la "Neptuno"—. Pensaba que estábamos en primavera.

—Y lo estamos —aseguró Neiria D'Amico, su esposa y copiloto de la nave—. ¿Es que acaso no has leído el informe que preparó Park?

Además de los pilotos de la "Neptuno", Erland viajaba hacia el aeropuerto en compañía de Erika, Kare, los hermanos Steiner y Víctor Rubio: una compañía mucho más amplia de lo habitual pero que tenía una razón de ser. Después de la reunión con Volker y los suyos, Ehrlen había decidido empezar a mover al equipo, iniciar la primera fase, y para ello, antes de nada, quería asegurar su posición. Pero no asegurarla como solían hacer, sino de una forma muy especial. Ehrlen quería que sus hombres estuviesen seguros, que pudiesen resistir ante cualquier posible ataque, y para ello era vital que se cubriesen bien las espaldas. Precisamente por ello, mientras que ellos viajaban a pie en busca de la "Medianoche" y el resto de unidades de transporte, Jack se estaba encargando de fortificar la base.

Aquella no era la primera vez que un conflicto armado ponía en peligro la misión. Por el momento Ehrlen no había querido decir demasiado sobre lo que estaba ocurriendo, pero después de lo sucedido el día anterior todos tenían sus propias teorías al respecto. Cáspia no era un lugar potencialmente peligroso, pues al menos de momento no había un foco real de conflicto, pero sí que podía llegar a complicarles las cosas en caso de que los ataques se repitiesen. Obviamente una mujer armada con un cuchillo no presentaba una amenaza real: mientras los agentes de seguridad estuviesen atentos todo iría bien. El problema era el factor sorpresa. Cáspia era un lugar muy grande con muchísimos rincones donde el enemigo podría llegar a esconderse. Así pues, debían ser precavidos dado que, aunque en un enfrentamiento cara a cara aquellos hombres y mujeres no tuviesen nada que hacer contra ellos, siempre cabía la posibilidad de que empleasen en su contra la propia ciudad.

—Ahora me vas a decir que tú sí que lo has leído —se burló Jöram—. No me hagas reír, anda. Si ni tan siquiera le dejas acabar en las reuniones.

—Que sea un pesado no implica que lo que diga no sea interesante —replicó ella con diversión—. Además, sentía curiosidad. Este lugar tiene historia. Aunque hasta ahora ha estado deshabitado, aparecía en varias de las cartas de navegación de los primeros descubridores. Se hablaba de él como una segunda Tierra: como un planeta verde y azul en el que los sabios de a bordo confiaban poder dar una segunda oportunidad a la humanidad algún día.

—Los sabios de a bordo... cualquiera diría que hablas de científicos y magisters y no de forajidos y buscavidas, querida —comentó Erland con diversión—. Tienes demasiado idealizados a los primeros descubridores.

Mientras que los más veteranos charlaban animadamente mientras avanzaban a través de las solitarias calles de la ciudad, al margen de cuanto les rodeaba, el resto de miembros del equipo se mantenían en completo silencio, visiblemente inquietos. Para ellos, después de lo ocurrido durante su llegada, pasear por un lugar como Cáspia era sinónimo de peligro. No se sentían seguros, y por muchos androides que Víctor hubiese traído consigo, no lograrían apaciguar los ánimos hasta que no llegasen a un lugar donde pudiesen controlar todos los accesos. Los más veteranos, sin embargo, tenían una visión totalmente diferente. Ellos sabían lo que podía y no podía sucederles, por lo que preferían guardar el nerviosismo y la tensión para cuando realmente fuese necesaria. Después de todo, confiaban en Rubio. A pesar de que aún era joven y no llevaba demasiado en el equipo, tan solo tres años, la seguridad y la calma que inspiraba aquel hombre desde el principio había logrado que todos se fiasen de él.

—No dejan de ser los primeros pre-colonizadores en el fondo.

—Eran aventureros desterrados de sus ciudades, querida —insistió Erland—. Tu visión sobre ellos es de lo más romántica, pero poco realista. No eran buena gente.

—Déjala, Erland: no insistas —le recomendó Jöram—. Por mucho que lo intentes, no entrará en razón. Si por ella fuera cogería tu nave y se lanzaría al espacio en busca de aventuras.

—Pues me temo que de momento la aventura que nos toca vivir es la de Cáspia —interrumpió Víctor. El agente dio la orden a sus androides para que formasen un círculo de seguridad alrededor de los miembros del equipo y se adelantó unos pasos—. Ya estamos llegando: atentos.

Tal y como Víctor acababa de anunciar, no tardaron más de cinco minutos en alcanzar la plaza del aeropuerto a través de una de las avenidas laterales. A diferencia de la noche anterior, en la que apenas habían podido ver nada salvo sombras y figuras recortadas contra la oscuridad, la luz del medio día revelaba la presencia de estatuas de colores en forma de aguja en el centro de la plaza. No eran demasiadas, pero su altura era tal que competían con los edificios más bajos de la zona. Guiados por la curiosidad, los más veteranos del equipo se acercaron para inspeccionarlas, pero rápidamente siguieron con el camino trazado hasta alcanzar los accesos al aeropuerto.

No tardaron en toparse con el charco de sangre seca dejado la noche anterior por Melissa Atkins. Erland se detuvo durante unos segundos para mirarlo, más por curiosidad que por interés real, y negó suavemente con la cabeza.

—Me pregunto cómo habrán podido llegar a esta situación —comentó mientras abría la puerta de acceso al edificio y se adentraba en el pórtico de entrada—. Es cierto que la soledad puede llegar a afectar a las personas, ¿pero tanto?

—Cada cual es un mundo —reflexionó Neiria—. De todos modos, tengo la sensación de que aquí hay algo más. Ayer lo hablábamos Jöram y yo precisamente. Esa mujer, Volker, dice que Atkins iba a atacarnos, que pretendía matarnos, pero yo no tengo muy claro que eso sea cierto. Después de todo, ¿quién dice que, en realidad, esa mujer no intentaba esconderse de Volker y los suyos? Puede que acudiese a nosotros en busca de ayuda.

—¿Con un cuchillo entre manos? —Jöram puso los ojos en blanco—. Eres la reina tergiversando todo, cariño.

Los pasos del equipo resonaron con fuerza dentro del aeropuerto. Ahora que la luz se colaba a través de los ventanales todos pudieron ver las imponentes dimensiones del lugar y sus exquisitos acabados. Cáspia era una ciudad hermosa, diseñada con gran cariño, y en absolutamente todos sus rincones, incluido el aeropuerto, se podía percibir el amor con el que había sido moldeada. Sus detalles, sus formas, sus ángulos... no había nada que rompiese el equilibrio de su belleza. En cierto modo era como si, en realidad, más que una ciudad Cáspia fuese un gran museo; una obra de arte a la que tan solo le faltaba su público.

Tanta delicadeza traía buenos recuerdos a Erland. A lo largo de todos aquellos años de servicio había podido visitar muchos planetas, tantos que, al final, había acabado mezclando nombres y lugares. No obstante, había ciertos destinos que se le habían quedado grabados a fuego en la memoria, los más impactantes, y Cáspia era un gran candidato a unirse a la lista.

—A mí no me habría importado echarle una mano —exclamó Erland con picardía—. A pesar de la cara de loca, era mona.

—Por el amor de una madre... —murmuró D'Amico por lo bajo—. ¿De veras, Erland?

Erland le guiñó el ojo antes de adelantarse unos pasos para descender las escalinatas de la pasarela y alcanzar al fin la nave. La "Medianoche" estaba tal y como la habían dejado, abrazada por un tenue velo de sombras. Aparcada en mitad del amplio hangar, la nave parecía una pequeña joya abandonada por la que era difícil no sentir cierta lástima. A ojos de su piloto, su pequeño milagro no merecía aquel destino.

Olvidándose momentáneamente del resto del equipo, el piloto bordeó la nave hasta alcanzar la zona delantera, donde se hallaba la cabina. Apoyó la mano sobre la carrocería con cariño, como si del morro de un animal se tratase, y lo acarició. A continuación, tras depositar un rápido beso sobre ella, retrocedió unos pasos para contemplarla desde cierta distancia. La "Medianoche" llevaba tan solo unas horas en el hangar, pero ya se había formado una leve capa de polvo sobre su superficie.

Era extraño.

Negó con la cabeza. Aquello no le gustaba. Si bien era cierto que en apariencia las temperaturas eran relativamente agradables y aceptables, le inquietaba el hecho de que un lugar cerrado como aquel pudiese albergar tal cantidad de polvo. De hecho, no tenía sentido. De haberse mantenido las puertas cerradas no deberían haber entrado partículas del exterior, y mucho menos a ese nivel. ¿Sería posible que los hombres de Volker hubiesen entrado a curiosear?

Mientras que Kare y el resto activaban la nave y se encargaban de abrir las puertas del almacén para iniciar el descenso del resto de transportes, Erland decidió inspeccionar el exterior de la nave en busca de alguna pista. En apariencia todo seguía igual, pero había ciertas marcas de dedos sobre la carrocería que no le gustaban lo más mínimo. No le pertenecían. Además, había muchas pisadas en el suelo...

Erland retrocedió unos cuantos pasos más para poder mirar la nave con mayor perspectiva. Aunque quizás le llamasen paranoico por ello, el piloto tenía un mal presentimiento. No podía describirlo, pues no tenía más pruebas que las marcas de los dedos, pero tenía la sensación de que, con disimulo, alguien hubiese estado tocando a su pequeña. Como si la hubiese estado palpando en busca de algo...

El hombre se agachó para inspeccionar la parte inferior de la nave.

—¿Qué pasa, Erland? —quiso saber Erika, intrigada—. ¿Qué buscas?

—Algo —respondió él con sencillez—. No sé el qué, pero creo que hay algo.

Plenamente consciente de que el instinto de Erland pocas veces fallaba, Erika decidió ayudarle. La joven se agachó también y se unió a una búsqueda que, para sorpresa de ambos, no tardaría demasiado en finalizar poco después cuando, oculto entre unos mazos de cables acoplados, Erland localizó un pequeño dispositivo eléctrico. El hombre lo extrajo con extremo cuidado, como si de una bomba a punto de explotar se tratase, y lo alejó hasta la escalinata de salida para su inspección.

Víctor lanzó un silbido desde lo lejos.

—¿Qué es eso?

—Un geo-localizador —identificó Erika al instante—. No es de gran calidad ni demasiado moderno, pero conozco el modelo.

El rugido del motor de uno de los cazas al activarse captó la atención de los presentes. Erland volvió la vista atrás justo cuando Tracy atravesaba el portón del almacén a los mandos de su caza, pero rápidamente volvió a centrarse en el dispositivo. Tal y como acababa de asegurar Erika, se trataba de un geo-localizador algo antiguo de pequeñas dimensiones cuya presencia evidenciaba que su teoría era cierta. No solo alguien se había colado en el aeropuerto para toquetear su nave sino que, además, quería tenerles controlados.

Apretó los puños con fuerza, sintiendo como la ira empezaba a despertar en su interior. Aquello no le gustaba lo más mínimo. Nadie tocaba su querida nave, y mucho menos para instalarle dispositivos de aquellas características.

—Malditos cerdos —dijo con rabia—. ¿Qué pretenden? ¿Controlarnos?

—Precisamente por que cabía esa posibilidad el jefe quería que moviésemos las naves, Erland —comentó Víctor desde cierta distancia, a medio camino entre la rampa de acceso ahora desplegada al almacén y la escalinata donde se encontraban Erika y Erland—. No son de fiar.

—Va a tener que darme una muy buena explicación para que no le pegue un tiro —insistió Erland, furibundo—. ¡Nadie toca mi nave!

Alex Steiner fue el siguiente en atravesar las puertas del almacén a mandos de su pequeño caza azul. El joven dibujó un par de piruetas en el hangar, poniendo así a prueba los motores de la nave, los cuales estaban algo adormilados tras el viaje, y aterrizó junto al caza rojo de su hermana.

Chocaron la mano con efusividad, al margen de cuanto sucedía en la escalinata.

—Calma, capitán —pidió Erika, comprensiva. La joven apoyó la mano sobre el hombro del veterano y lo presionó con suavidad—. Pediremos las explicaciones pertinentes, palabra.

—Por supuesto que lo haremos. —Erland volvió la mirada hacia la nave, incapaz de ocultar el nerviosismo. Golpeó la barandilla con el puño—. Maldita sea: me las van a pagar. Saquemos la nave de aquí de inmediato.

—No apagues el dispositivo —le recomendó Víctor a Erika desde la distancia—. Estoy convencido de que Cailin y Patrick puede rastrear el destinatario de la señal.

—¿Tú crees?

—Descubriremos quién lo ha instalado, tranquila —aseguró el agente—, y se lo haremos pagar muy caro.

Haciendo un gran esfuerzo para ello, Erland aguardó a que Jöram y Neiria sacasen la "Neptuno" del almacén de la nave. Una vez fuera, el piloto se despidió de sus compañeros con un ademán de cabeza y rápidamente entró en la cabina de la nave, ansioso por comprobar el estado de su pequeña joya. Erika, por su parte, permaneció en el exterior unos cuantos minutos más, un tanto desconcertada por lo ocurrido. La segunda al mando se guardó el dispositivo en el bolsillo y se acercó a la cabina de la "Neptuno", donde Jöram y Neiria ya se habían acomodado a los mandos, y golpeó suavemente el cristal para captar su atención.

Los dos pilotos se volvieron hacia ella a la vez, visiblemente molestos por la interrupción. Tal y como le sucedía a los Steiner cuando subían a sus cazas, Jöram y Neiria parecían haber desconectado de la realidad a pisar su nave.

—Víctor irá con vosotros —dijo la chica a gritos, para hacerse oír—. ¿Tenéis las coordenadas que ha marcado el jefe?

Como respuesta, Jöram alzó el puño con el dedo pulgar extendido.

—De acuerdo. Nos vemos esta noche. Víctor, cuídalos.

Rubio asintió con la cabeza antes de internarse en la nave a través de la entrada trasera. A diferencia de la "Medianoche", que gozaba de líneas muy estilizadas, la "Neptuno" era una nave pesada de forma tubular cuyos motores se alojaban en la parte trasera, donde dos grandes rotores marcaban su ritmo de avance. Se trataba de una nave pesada, de aspecto algo arcaico, pero con un gran potencial bajo el agua. Erika, que aunque no había viajado en demasiadas ocasiones en su interior la conocía muy bien, sentía un gran respeto por la veterana nave. Al igual que la "Medianoche", la "Neptuno" había sido testigo de muchísimas misiones a lo largo de sus más de doscientos años de vida. Aquella nave acuática había surcado centenares de océanos, mares y lagos a lo largo y ancho de muchos planetas, y en la mayoría de ellos había sido clave para la consecución de los objetivos del equipo. Así pues, a pesar de necesitar un lavado de cara y una buena mano de pintura, pues su color esmeralda había perdido el brillo, la nave era considerada por muchos como una de las grandes joyas.

Y al igual que ella, también lo eran sus pilotos. Si bien era innegable que Jöram y Neiria eran personas muy complicadas, pocos podían cumplir con su labor con tanta profesionalidad y éxito como hacían ellos. Los pilotos eran auténticos maestros en la materia, por lo que, a pesar de no ser tan queridos como Erland, Jonah Méndez o los Steiner, ambos eran muy respetados y admirados por los suyos.

—A vosotros imagino que no hace falta que os diga nada, ¿no?

Erika aprovechó los últimos minutos antes de abandonar el aeropuerto para acercarse a los cazas y despedirse de los hermanos Steiner. Los dos jóvenes sabían perfectamente lo que tenían que hacer, pues antes de salir de la base el propio Ehrlen les había aleccionado al respecto, así que Erika se limitó a estrecharles la mano.

—Tened cuidado —les pidió la piloto—. Si tenéis algún problema o necesitáis ayuda avisadnos, ¿de acuerdo? En cuanto dejemos la "Medianoche" a buen recaudo volveré a la base. Hasta entonces Cailin y Patrick estarán conectados.

—Será un vuelo corto —aseguró Tracy, visiblemente animada—. Esta ciudad no es demasiado grande. Además, el jefe ha insistido en que no debemos salirnos de la ruta.

—Ha insistido mucho —la secundó su hermano—. Demasiado.

—¿Y vais a cumplir?

Los dos hermanos se miraron con complicidad, visiblemente divertidos, y estallaron en carcajadas. Chocaron la mano, evidenciando así sus intenciones a Erika, y se encaminaron de regreso a las pequeñas cabinas de sus cazas.

Tracy lanzó un beso a su compañera a través del cristal a modo de despedida.

—¡Nos vemos luego!

Erika retrocedió unos pasos para dejarles espacio de maniobra. A diferencia de las otras naves, los cazas de los Steiner eran muy pequeños. A parte de la cabina, los escudos y el depósito de combustible, aquellas diminutas pero rapidísimas esferas volantes no parecían estar compuestas por nada más. Obviamente tenían potentísimos motores y un intrincado sistema de defensa camuflado en sus finas paredes de metal, pero vistas desde fuera parecían tan delicadas y livianas que a Erika a veces se le olvidaba que estaba ante dos magníficos prototipos de nave de espionaje utilizados por muchos gobiernos terráqueos.

Les observó partir en silencio, pensativa. Jack le había hablado en detalle de la situación de la ciudad, de la historia que Volker había relatado y de su teoría al respecto, y la joven piloto ya no se sentía cómoda en Cáspia. A Erika no le gustaba dejarse llevar por los malos pensamientos, y mucho menos por el exceso de recelo del agente de seguridad, pues siempre había pensado que era excesivo, pero en aquella ocasión tenía un muy mal presentimiento al respecto. Cáspia guardaba un secreto oscuro, y muy a su pesar no tardarían en descubrirlo.

—Erika —la llamó Kare desde lo alto de la rampa del almacén—. El capitán se está poniendo nervioso: deberíamos irnos.

La joven asintió con la cabeza y se encaminó hacia la rampa, consciente de que tardarían bastante en volver a pisar aquel aeropuerto. Ascendió a grandes zancadas, creyendo oír ya las maldiciones de Erland desde la cabina, y se detuvo un instante bajo el umbral de la puerta para volver la vista atrás. Visto a contraluz, era evidente que el suelo estaba cubierto de pisadas. Unas pisadas que no les pertenecían y que el día anterior no habían estado allí.

Se preguntó a quién pertenecerían y porqué les habrían instalado el dispositivo de seguimiento. Desafortunadamente para el culpable, pronto conocería su identidad.




Un potente fogonazo de luz directo a la cara despertó a Sarah. La mujer alzó el brazo, tratando de cubrirse los ojos con él, pero transcurridos unos segundos, viendo que la luz no desaparecía, se dio por vencida y lo dejó caer pesadamente sobre el saco de dormir.

—Oh, vamos...

Al abrir los ojos descubrió que no solo la estancia estaba iluminada sino que todos los dispositivos de luz de la planta estaban activos.

Por fin tenían energía.

Perezosa, Sarah dio un par de vueltas en el saco antes de levantarse. Desconocía cuántas horas había dormido, pero no debían ser demasiadas. Por suerte, su cuerpo no necesitaba más, así que decidió levantarse. Sacó ropa limpia de su macuto, se dio una buena ducha de agua caliente y, ya renovada, se encaminó hacia el interior de la planta, donde sus compañeros del departamento de apoyo trabajaban arduamente para facilitarles la estancia en el planeta.

No tardó demasiado en localizar a Brianna y a Leo Park charlando animadamente en una pequeña sala, sentados alrededor de una cafetera eléctrica. La agente se detuvo en la puerta, olisqueó el exquisito aroma de la bebida y golpeó la pared con los nudillos, para captar su atención.

Leo alzó una voluminosa y humeante taza blanca llena de café a modo de saludo.

—¿Se puede? —preguntó Sarah, atravesando ya el umbral con la mirada fija en el depósito transparente de la cafetera.

—Adelante jovencita —respondió Brianna con amabilidad—. ¿Una taza?

Sarah tomó asiento en uno de los taburetes alrededor de la mesa junto a ellos mientras Brianna se encargaba de llenarle una taza. Aquella mañana el arqueólogo y la magister tenían muy buen aspecto, como si hubiesen dormido largo y tendido toda la noche. Al parecer, la mayor parte del trabajo realizado había recaído en manos del equipo de apoyo y el de seguridad. El resto, por suerte, habían podido descansar.

Sarah le dio un largo trago a su taza tan pronto cayó en sus manos. La agente tenía el estómago vacío de no haber desayunado.

—Sabe a gloria —aseguró—. Espero no haber interrumpido nada importante.

—Le estaba explicando lo que ha pasado en el aeropuerto —respondió Park con amabilidad—. Hace un rato estuve charlando con Kara, y por lo visto el equipo ha empezado a moverse. El jefe se reunió esta mañana con Volker.

—¿Y qué tal? —preguntó Sarah con curiosidad—. ¿Algo interesante?

—Teniendo en cuenta que ha ordenado que trasladen la "Medianoche" a una de las azoteas colindantes para tenerla más vigilada, pues sí... imagino que sí. —El arqueólogo se encogió de hombros—. Creo que no se fía de esa gente.

—Hace bien —reflexionó Brianna—. Llevan demasiado tiempo solos en la ciudad. Además, que el enfrentamiento entre ellos haya llegado a las armas no indica nada bueno. Aquí está muriendo gente, y a no ser que seamos precavidos, van a intentar involucrarnos.

Sarah le dio otro sorbo a la taza, pensativa. Le sorprendía la decisión de Ehrlen de trasladar la "Medianoche" a un lugar más cercano para poder tenerla más controlada, pero únicamente hasta cierto punto. Después de ver las condiciones en las que se encontraban Volker y los suyos no era descabellado pensar que no fuesen a esperar seis meses más antes de intentar regresar a su hogar. De hecho, ella en su lugar no lo haría. Habiendo una nave ya disponible, ¿por qué no intentarlo? Teniendo en cuenta que a lo largo de aquellos meses se había visto obligada a matar a antiguos compañeros, Sarah dudaba mucho que a aquella mujer le importase acabar con unas cuantas vidas más para conseguir salir del planeta.

—¿Teme que puedan intentar quitarnos la nave? —preguntó Sarah con curiosidad.

—No abiertamente, pero no se puede descartar la posibilidad —admitió Leo—. Han decidido dejar a una docena de androides vigilándola continuamente, por si acaso. Hasta donde sé, están programados para disparar a matar en caso de que algún desconocido se acerque más de la cuenta. Cailin y Patrick están trabajando para poder mantener la zona vigilada a través de un circuito de seguridad. Todo habría sido más fácil de haber podido utilizar la azotea de este mismo edificio, pero había dudas sobre si la estructura soportaría el peso.

—De todos modos no le deis más importancia de la que realmente tiene —recomendó Brianna—. Ni es la primera vez que nos encontramos una situación como esta, ni será la última. La expansión humana no es tan sencilla como a muchos les gusta pensar. En la mayoría de casos suele haber incidentes y problemas durante alguna de las etapas. Dentro de lo malo, esta gente ha tenido suerte. Si todo va bien, en unos meses volverán a sus casas.

Leo y Sarah asintieron con la cabeza, conformes a lo que decía la magister. Aunque la imagen que se tenía comúnmente sobre la expansión humana era muy idílica, tan solo hacía falta detenerse a pensar en su proceso para comprender el grado de peligrosidad que comportaba. Colonizar un planeta no era una labor fácil, de ahí a que "La Pirámide" tuviese tanto poder dentro del sector.

—A estas horas los Steiner deben estar sobrevolando ya todo el perímetro —comentó Leo—. Tracy estaba entusiasmada con la idea. A veces tengo la sensación de que ese par no se siente seguro con los pies en la tierra.

—Es probable —secundó Brianna—. Han nacido para volar.

—La "Neptuno" también está ya en movimiento —prosiguió Leo—. Han aprovechado que la sacaban del aeropuerto para que inicie las tareas de inspección del río. Poco a poco nos ponemos en marcha. ¿A ti te han asignado ya algo, Sarah?

—He oído que el jefe quiere que se active ya el primer generador energético, el del complejo industrial 1 —explicó Brianna—. Gracias a él podremos alimentar y activar las torres eléctricas de toda la ciudad al otro lado del río, lo que me permitirá empezar a inspeccionar los hospitales. Jack y Ehrlen están reunidos, planificando la acción. Hasta donde sé, van a organizar un comando que viaje hasta allí dirigido por Cailin, pero primero tendrán que asegurar la zona.

—El complejo industrial 1... —reflexionó Park—. Interesante. Según los mapas, no muy lejos de allí se ha construido el museo de ciencias naturales. Por el momento es pronto, pero tengo entendido que han enviado unas cuantas piezas muy interesantes que están pendientes de clasificar y exponer... quizás podría echarles un vistazo.

—Lo tienes muy complicado, querido. —Brianna le dedicó una bonita sonrisa llena de dulzura—. No te van a dejar ir solo, lo sabes, y los agentes de seguridad no pierden el tiempo con estas cosas, ¿verdad, Sarah? A vosotros no os interesa la cultura ni la ciencia: con las armas y cumplir órdenes os conformáis.

—Brianna...

—Vamos, Leo: sabes perfectamente cómo funciona esto. Les dan órdenes y ellos las acatan, sin más. No tienen libertad para decidir por sí mismos... ¿verdad, Sarah? Porque si fuese así, sin duda no pondrían ningún tipo de impedimento. Después de todo, ¿qué daño puedes causar? Tan solo sería una hora o dos.

—Eso es cierto. No provocaría ningún problema: palabra. Es solo echarle un vistazo, nada más. Como digo, apenas hay piezas en los almacenes, así que sería cosa de poco rato. Pero bueno, no quiero que te sientas presionada, Sarah: sé perfectamente cómo están las cosas y cómo es Jack, así que...

Un asomo de sonrisa se dibujó en los labios de Sarah al darse cuenta de que ambos la estaban mirando con fijeza, atentos a su reacción. Era curioso como una invitación a tomar un café había acabado convirtiéndose en una petición encubierta para que acompañase a Park a su museo. Porque era evidente cuáles eran sus intenciones, por supuesto.

Muy curioso.

Dejó escapar una risotada.

—¿Cuánto rato lleváis preparando este teatrillo?

—En realidad no demasiado... aunque espero que el suficiente —respondió Leo con picardía—. Ya lo hablamos durante el viaje, ¿recuerdas?

—Me pedías que te acompañara a ver ruinas, no museos. —Sarah se acabó el café de un trago—. No soy una guía turística.

—Pero eres fuerte y valiente: la nueva esperanza que necesitamos la gente como Leo y yo que nos vemos atrapados por las órdenes que emite alguien que, en el fondo, no sabe valorar la importancia que tienen los recursos científicos para la humanidad. —Brianna tomó una de las manos de Sarah entre las suyas y la presionó con suavidad—. Querida, Ehrlen es un gran hombre, pero está cegado por el deber. Y al igual que le pasa a él, sucede lo mismo con Jack y el resto de agentes de seguridad. Quizás me equivoque, pero creo que tú eres diferente. Tus ojos brillan de otra forma. ¿Acaso no sientes curiosidad?

Sarah lanzó una fugaz mirada a sus manos, sintiéndose repentinamente incómoda, y la apartó con delicadeza, tratando de ser lo más discreta posible. Se puso en pie.

—Si alguna vez la tuve, la Academia acabó con ella. Acordamos que me pensaría si te iba a llevar a ver ruinas, nada más: esto es excesivo. Entiendo que os pueda interesar, pero teniendo en cuenta la situación de la ciudad dudo mucho que sea lo más adecuado ir de paseo a visitar museos.

—Lo sé, pero... —Leo dejó escapar un profundo suspiro—. Creí que lo entenderías. Los planetas nunca acaban de ser seguros: siempre hay algo que falla y que impide que podamos movernos con libertad. No obstante, ahí fuera están todas esas maravillas, y nos las estamos perdiendo. Tú, Brianna, yo... todos. Pero no voy a insistir. Lo lamento si consideras que me he excedido, pero me puede la curiosidad y tal y como dice Brianna, creía que tú eras diferente.

—Pues no sé en qué. —Sarah negó suavemente con la cabeza—. En fin, tengo que irme. Decíais que Jack estaba reunido con Ehrlen, ¿no?

—Así es. —Leo desvió la mirada hacia el contenido de su taza, avergonzado, y se encogió de hombros con tristeza—. Los encontrarás en una de las salas, al final de la planta.

—Gracias.

Sarah salió de la sala con paso firme, decidida a atravesar todo el pasadizo sin detenerse hasta alcanzar donde fuese que estuviesen sus jefes. La conversación con Leo y Brianna le había dejado un mal sabor de boca, pero no quería dejarse manipular por nadie. Ella cumpliría con su trabajo tal y como se esperaba, pero nada más. Ni era una guía turística, ni muchísimo menos una niñera...

Recorrido medio pasadizo, la agente se detuvo y volvió la vista atrás. Empezaba a tener mala conciencia. Leo intentaba aprovecharse de ella, de su juventud e inexperiencia, era evidente. Después de haber recibido negativas por parte de todos sus compañeros se aferraba al último clavo ardiendo que tenía a mano, ansioso por salirse con la suya. La estaba manipulando... y aunque ella intentaba no dejarse llevar, era inevitable. Aquel teatrillo, aquella mirada, aquellas palabras... precisamente porque sabía que no lo era, a Sarah le gustaba la idea de poder llegar a ser especial. Especial para unos pocos, sí, pero para alguien.

Además... ¿qué eran un par de horas?

La agente dejó escapar un suspiro. Negó para sí misma, diciéndose que se estaba equivocando, y rehízo el camino de regreso a la sala donde Brianna y Leo se encontraban.

Los ojos del arqueólogo se abrieron de par en par al verla aparecer.

—Lo voy a intentar, ¿de acuerdo? Pero no prometo nada. Probablemente manden a otra persona con más experiencia, así que no te hagas ilusiones.

—¡Genial! —respondió él con entusiasmo, y se bajó del taburete de un brinco. Acudió a su encuentro a la puerta—. Voy a preparar la mochila.

—No, no prepares nada. ¿Es que no me oyes? Te he dicho que seguramente no me dejen ir. Cogerán a Kara, o a Will.

—¡Por si acaso!

Leo le plantó un sonoro beso en la mejilla y se lanzó al pasadizo a la carrera, casi tan ansioso como emocionado por la oportunidad que le brindaba su compañera. Sorprendida, Sarah se frotó la mejilla, allí donde el arqueólogo había plantado los labios, y sonrió para sí misma.

Brianna alzó su taza a modo de brindis.

—Sabía que podía contar contigo.


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