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Capítulo 5


Capítulo 5




—¿Cuántos erais al principio?

—Cerca de doscientos.

—¿Y dices que han muerto ya más de cincuenta personas?

—Por desgracia, así es. Este lugar... este lugar tiene algo. Algo que se te mete en la cabeza y te destruye por dentro.

El transcurso de las siguientes horas marcó un antes y un después en la vida de Sarah. Acompañada por uno de los hombres de Lara Volker y sus androides, la agente se vio deambulando por las silenciosas y oscuras calles de Cáspia durante horas, en busca de fantasmas. El mapa integrado en su navegador de viaje iba marcando sus pasos, pero incluso así se sentía perdida en mitad de aquel gran laberinto de calles. La ciudad imponía, y cuanto más profundizaban en ella y más descubría sobre lo ocurrido durante aquellos últimos meses, mayor era su inquietud.

—Dicen que la soledad envenena a las personas.

—Eso dicen, sí... pero aquí hay algo más, Sarah. Sospechamos que quizás esté en el aire, o en el agua: no lo sabemos, pero hay algo que contamina a la gente y corrompe su voluntad. Los vuelve desconfiados y paranoicos... pero sobretodo los vuelve violentos.

El acompañante de Sarah se llamaba Janic Ballow y formaba parte del círculo de confianza de Lara Volker. Se trataba de un hombre adulto, de unos cincuenta años, alto y delgado al que una fea cicatriz reciente le atravesaba toda la cara. Como miembro de la compañía Veritas, el papel de Ballow en el equipo de Volker era el de arquitecto de grandes obras. De su mente habían surgido los complejos industriales de la ciudad y la estructura interna de dos de sus barrios. Ballow era un hombre inteligente y culto, con muchas grandes obras a sus espaldas al que la nueva situación no le estaba resultando fácil de superar. El arquitecto deseaba volver cuanto antes a la Tierra, donde le esperaba su mujer y sus hijas, y olvidar de una vez por todas aquella triste aventura.

—¿Ves la cicatriz que tengo en la cara? Me la hizo Matías Veiro, mi antiguo ayudante. Conocía a ese muchacho desde hacía cinco años, cuando se incorporó en la compañía. Desde un primer momento me recordó enormemente a mí mismo, por lo que decidí "adoptarle" a nivel laboral. Primero cursó las prácticas universitarias y después, tras finalizarlas, le ofrecí un contrato para que se uniese a mi equipo. Tenía un gran futuro.

—Tenía.

—Tenía, sí. Hasta hace poco todos los miembros del equipo de arquitectos dormíamos en la misma habitación: una sala común en la que habíamos decidido juntar todos los camastros. Volker no era partidaria de ello, lo consideraba peligroso, pero nosotros nos sentíamos más seguros. Es posible que la gente como tú haya sido preparada para este tipo de situaciones límite. Nosotros, por el contrario, somos simples arquitectos: delineantes y creativos. No estamos preparados para sobrevivir, y mucho menos para luchar. Estábamos asustados y decidimos unirnos creyendo que juntos estaríamos más seguros. Por desgracia, nos equivocamos. Matías intentó asesinarme... y de hecho lo habría logrado de no ser porque Candy intervino a tiempo.

—Cielos... ¿y qué ha sido de él? ¿Lo matasteis?

—Logró escapar. Ahora mismo no sabemos dónde está, lleva más de un mes perdido en la ciudad. Quién sabe, puede que siga con vida... o puede que esté muerto. Sea como sea, para mí ya no existe: el Matías que yo conocía murió ese día.

Matías Veiro estaba escondido en algún punto de la ciudad, esperando el momento oportuno para acabar con el trabajo iniciado la tormentosa noche en la que había decidido volverse contra Janic, y no era el único. Al igual que el ayudante del arquitecto, otras tantas personas, más de treinta, habían decidido dar la espalda a Lara Volker y los suyos para iniciar una cacería sin fin. Según Janic, Matías y el resto de compañeros que habían sufrido su mismo destino iban por separado, como animales enloquecidos, y aparecían de vez en cuando para intentar acabar con sus vidas. Eran peligrosos. Por suerte, tras varios meses de ataques habían logrado llegar a controlar la situación. Hacía semanas desde el último avistamiento, y si bien la aparición de Melissa había roto la dinámica de los últimos tiempos, Janic confiaba en que con la llegada de Sarah y los suyos podrían recuperar el control de la ciudad.

Vivir en aquellas condiciones no era fácil. Aunque disponían de suministros, la situación de peligro constante en la que vivían había provocado que la moral de los hombres de Volker estuviese muy baja. Como bien había dicho Janic, ellos no eran guerreros, no habían nacido para vivir aquel tipo de situaciones y se veían muy superados por ella. Por suerte, la aparición de los "Hijos de Isis" les devolvía la esperanza perdida a lo largo de aquellas últimas jornadas.

—Cuando vi vuestra nave atravesar la noche me dio un vuelco el corazón —confesó el hombre mientras descendían unas empinadas escaleras de piedra.

Tras dejar atrás la plaza del aeropuerto y deambular durante casi dos horas por uno de los barrios colindantes, Sarah y Janic se habían adentrado en una zona de pisos altos en la que las edificaciones estaban unidas entre sí por estrechos puentes levadizos. Allí las viviendas eran más pequeñas y las calles más estrechas, pero los edificios tenían tan buen aspecto que seguían resultando igual de atractivos o incluso más que el resto. Además, la imponente altura de sus muros frenaba un poco la caída de la lluvia, por lo que tras haber paseado durante largo rato y calarse hasta los huesos, agradecían aquella tregua.

—¿No han enviado ninguna nave de rescate durante todo este tiempo?

—Si lo han hecho, yo no la he visto. —Janic negó suavemente con la cabeza—. Hace unos meses se avistó una en la lejanía, pero no llegó a aterrizar en la ciudad.

—¿Y no habéis intentado poneros en contacto con los vuestros? Pedir socorro.

—Lo intentamos, pero las torres de comunicación no funcionan. Llevamos meses incomunicados.

—Quizás podríais haber viajado hasta la ciudad más cercana en busca de ayuda.

—En realidad todo empezó cuando mandamos a un equipo...




Despuntaban los primeros rayos de luz en el cielo azulado de Eleonora cuando Sarah alcanzó las puertas de la base. La agente llevaba más de cuarenta horas despierta, y tal era su nivel de cansancio después de una noche de completa tensión que apenas era capaz de mantenerse en pie. Sarah ascendió las escaleras que había en el pórtico de entrada, se detuvo frente a la puerta, donde una pareja de androides custodiaba los accesos, y tras ser identificada por Will, que se estaba encargando del turno de vigilancia desde detrás de un mostrador informativo, atravesó las puertas acristaladas del edificio.

Arrastró los pies por la amplia recepción carente de decoración alguna hasta el pie de las escaleras.

Will le dedicó una fugaz mirada de ojos rojos antes de volver a concentrarse en las pantallas de seguridad conectadas a los dispositivos de grabación que había diseminado por los alrededores. Al igual que Sarah, el agente llevaba muchas horas sin dormir, muchas más de las esperadas y deseadas, pero aún le quedaban un par más antes de poder dejar el puesto de vigilancia. Con suerte, Víctor se adelantaría, aunque después de la noche vivida lo dudaba. A aquellas horas Rubio debía estar tirado en uno de los camastros roncando profundamente.

—¿Dónde están? —preguntó Sarah tras apoyar el pie en el primer escalón—. Dime que no hay que subir mucho.

—Veintiocho pisos —respondió él, y se encogió de hombros—. Lo siento, Argento.

—No podían haberse quedado un poco más abajo, ¿no? En fin... ¿llevas toda la noche despierto?

—Ojalá pudiese decirte que no. —El hombre se encogió de hombros—. Alguien tiene que controlar que esos lunáticos no se cuelen aquí. Volker dice que son muy astutos.

—Eso parece... en fin, voy a dormir un rato. A no ser que se caiga el mundo, no me despiertes.

—Lo haré.

Sarah alzó la mirada hacia el hueco de las escaleras y empezó a contar peldaños. Había tantos y estaba tan cansada que no tardó demasiado en perder la cuenta. Apretó los labios, tragándose una maldición, e inició el ascenso. Hasta que no activasen el suministro energético no funcionaría la red eléctrica, por lo que no quedaba otra alternativa que caminar.

—Veintiocho pisos —murmuró por lo bajo—. Esto tiene que ser una maldita broma.

Quince minutos después, Sarah plantó las botas sobre el frío suelo de la planta veintiocho, lugar en el que tan solo las sombras y el silencio del amanecer la aguardaban. La agente se detuvo en el recibidor para coger aire, con una mano apoyada en la puerta ahora cerrada del ascensor, y barrió la zona con la mirada. A izquierda y derecha se abrían dos pasadizos largos y estrechos en cuyos laterales se encontraban las amplias oficinas de Magna Macoon. Sarah tanteó un lado, tanteó otro y, consciente de que encontraría en ambas alas a compañeros diseminados por las salas, optó por elegir el pasadizo izquierdo. Poco después, tras recorrer tres salas sumidas en las sombras y cruzarse con dos puertas cerradas, la agente se metió en una amplia estancia en cuyo interior, dormidos profundamente en sus sacos térmicos con las armas a mano, se encontraban Víctor y Kara.

Los pobres estaban agotados.

Sarah comprobó que a su lado había un par de sacos más, probablemente los de Jack y Will, por lo que decidió no tocarlos. La mujer recogió del suelo su macuto y extendió el suyo propio. A continuación, sin tan siquiera quitarse la chaqueta, solo las botas, se metió en su interior, apoyó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos.

Pocos segundos después, su profunda respiración se sumaría a la de sus compañeros.




—Eh, Kara, despierta. Vamos, despierta: son ya las seis de la mañana.

Un deseo irrefrenable de coger a aquel hombre por el cuello y hacerle tragar sus palabras acompañó a Kara Vassek cuando Jack Waas la despertó. Desconocía cuánto tiempo llevaba durmiendo, pero era poco. Muy, muy poco. Después de la travesía nocturna por la ciudad, Kara, Will, Víctor y Jack habían ido planta por planta asegurándose de que la base era un lugar seguro. Para ello, armados con sus linternas y armas, habían visitado todas y cada una de las salas, abierto todos los armarios y, lo que era aún peor, mirado por debajo de todas las mesas. Una vez confirmada la seguridad de las cuarenta y cuatro plantas, la agente y Víctor habían logrado ganarse un rato de descanso, pero había sido breve. Tan breve que tan solo llevaban una hora durmiendo cuando, surgida de la nada, Sarah se había dejado caer en la sala. A partir de entonces, sus ronquidos habían sido tan fuertes que Kara había dormido a saltos.

Y ahora Jack la despertaba...

Obligándose a sí misma a serenarse, la agente se destapó la cara y miró en la penumbra a su responsable. A diferencia de ella, Jack no había dormido en toda la noche. Él se había mantenido alerta, yendo y viniendo de un lado a otro de la base, incapaz de conciliar el sueño mientras el peligro acechase a sus hombres. Aquello decía mucho a su favor, desde luego: Jack era de los que prefería morir a que dañasen a cualquier compañero, pero era poco práctico. Con las ojeras surcando de sombras su rostro y el cuerpo al límite del agotamiento, era dudoso que pudiese aguantar muchas más horas despierto.

—Las seis de la mañana... —murmuró Kara, y se incorporó con lentitud, sintiendo el quejido de todos los músculos de su cuerpo al estirarse—. Santa Madonna, me duele todo.

—Eso se te pasa rápido con un buen desayuno —respondió Jack extrañamente fresco, como si acabase de despertar de un sueño reparador de doce horas—. Ehrlen acordó ayer reunirse con Volker durante la mañana. Nos han enviado un mensajero con el emplazamiento y la hora del encuentro, y quiero que le acompañes. El jefe quiere que asegure la zona, así que me quedaré con Rubio preparando un dispositivo de seguridad. Necesitamos asegurarnos de que esos pirados no puedan entrar. Más tarde, cuando descansen un poco, Sarah y Will se encargarán de escoltar al resto. A pesar de la situación, el jefe quiere que empiecen a trabajar cuanto antes.

Kara parpadeó un par de veces, asimilando toda la información, y se puso en pie. Lo cierto era que el despertar había sido brusco y la situación no era la mejor, pero le gustaba poder sentirse útil y que contasen con ella. En Cáspia estaba sucediendo algo extraño, y cuando antes lo descubriesen, mejor.

Mientras Jack se encargaba de despertar a Víctor para el cambio de turno con Will, Kara aprovechó para darse una ducha de agua fría y desayunar un poco de café caliente y unas rebanadas de pan con mermelada en la sala que habían destinado a la cantina. En unas horas, en cuanto el equipo de apoyo se pusiera a trabajar en ello, las instalaciones mejorarían notablemente. Los agentes disfrutarían de agua caliente, de electricidad y de comida y bebida, pero hasta entonces no quedaba otra opción que conformarse con lo que tenían a mano. Por suerte, Kara ya estaba acostumbrada a ello. Antes de unirse a los "Hijos de Isis" dos años atrás la agente había pasado una larga temporada sirviendo en el cuerpo de seguridad del parque nacional de Tirria, en su ciudad natal, y durante aquel tiempo había aprendido a sobrevivir con lo mínimo.

Tras un rápido desayuno en soledad, Kara descendió las veintiocho plantas y salió al exterior, donde Ehrlen y sus androides ya la estaba esperando bajo la tenue luz del día. Al igual que el día anterior, las nubes cubrían de sombras el cielo, pero al menos por el momento no estaba lloviendo. Con suerte, aguantaría unas horas.

Kara alzó la mano a modo de saludo y se unió a Ehrlen a los pies de las escaleras. Al igual que Jack, Shrader tampoco había dormido nada durante toda la noche, pero ofrecía mejor aspecto. Su piel seguía siendo tan macilenta como de costumbre, puede que incluso un poco más, pero sus ojos negros brillaban con tanta determinación que resultaba complicado no contagiarse de su buen humor.

Le dio la bienvenida con una cálida sonrisa.

—Buenos días —saludó con amabilidad—. ¿Has desayunado ya?

—Sí, lo primero es lo primero.

—Así me gusta, que no digan que no cuido a mis chicos. ¿Te han dicho a dónde vamos?

—Poca cosa. Solo sé que vamos a reunirnos con Volker.

—Exacto. —Ehrlen extrajo del bolsillo de su chaqueta abotonada un sobre arrugado que entregó a la agente—. Nos han hecho llegar solo las coordenadas. Antes he estado comprobándolas con los mapas de la ciudad, y por lo que he podido ver pertenecen al complejo universitario. Al parecer nos han citado en una de las facultades. Compruébalo igualmente.

—Lo haré. ¿Disponemos de algún vehículo?

—Jonah nos está esperando con el "Gusano". Convoca a tus androides y tenlos preparados. Aunque en teoría esto es una reunión cordial, tengo la sensación de que aquí está pasando bastante más de lo que a simple vista parece.

Media hora después, el "Gusano", un imponente y rápido vehículo terrestre blindado con cabida para más de cien usuarios y un potente sistema de armas instalado en sus costados, atravesó el arco de acceso al distrito universitario. A diferencia de los barrios colindantes, aquella sección era mucho más verde, con una gran cantidad de jardines diseminados entre las distintas naves que conformaban el complejo académico.

Kara no había ido a la universidad. Si bien había estado muy tentada a hacerlo, sobre todo por parte de su familia, su deseo de unirse a la plantilla de guardabosques de Tirria había acabado por dilapidar las aspiraciones de su padre de que siguiese sus pasos dentro del mundo de la cirugía. Kara había preferido las armas y las brújulas a los escalpelos y los bisturíes, y en el fondo no le había ido nada mal. A pesar del tropezón que había acabado con su carrera profesional, la agente se sentía profundamente orgullosa de formar parte de las fuerzas de "La Pirámide". Ciertamente su formación académica no era tan extensa como el de la mayoría de los que la rodeaban, pero lo suplía a base de disciplina y fuerza de voluntad. Después de todo, ¿acaso no era eso lo que se necesitaba para cumplir con su función? Los libros estaban bien, pero nada era comparable a la dulce sensación de poder disparar un arma sobre un objetivo y acertar de pleno, justo en el punto donde habías apuntado. Aquella sensación era tan indescriptible y Kara la disfrutaba de tal modo que a veces lograba incluso asustar a los que la rodeaban. La gente no la entendía; tachaban su conducta de perturbadora, y en cierto modo tenían razón. Por suerte, nunca le habían importado demasiado las opiniones del resto. Kara era una mujer solitaria y a parte de su propia presencia, no necesitaba más.

Jonah lanzó un silbido agudo al alcanzar una plazoleta cuyo suelo acristalado reflejaba las impresionantes estructuras que la rodeaban. Se trataba de la zona comercial donde los futuros estudiantes tendrían acceso a todo tipo de servicios y comercios, desde cafeterías hasta bibliotecas. Para su diseño, todo lleno de arcos, chimeneas y puentes colgantes que unían entre sí los distintos edificios, Veritas había contado con la inspiración de uno de los artistas más reconocidos de la época, Mathew Markow, un destacado arquitecto terrano cuyas obras estaban altamente valoradas por las altas esferas. Consciente de ello, Jonah redujo la velocidad, para poder deleitarse del hermoso paisaje urbanístico. Markow había elegido el cristal como el material estrella para el campus, y aquello le daba un toque de elegancia que le gustaba.

—Me pregunto cuánto habrán invertido en el diseño de esta ciudad —reflexionó el conductor—. Tengo la sensación de que Cáspia no va a ser una ciudad al alcance de todos los bolsillos.

Tras recorrer la plaza, el "Gusano" se internó por una amplia avenida de tierra elegantemente decorada con jardines a ambos lados hasta alcanzar un terraplén al final del cual se accedía a la zona sur del campus. Méndez aminoró la marcha, asegurándose así de que los neumáticos se aferrasen bien a la tierra húmeda que conformaba la carretera, y condujo con precaución hasta alcanzar la zona. Una vez frente a una primera línea de edificios de apartamentos, se dirigió hacia el oeste, lugar en el que, tras un impresionante estadio deportivo, se alzaba una estructura de metal y cristal verde frente a la cual había aparcados varios vehículos.

Aminoró la marcha al ver las primeras figuras humanas en la lejanía. Apostados cual vigilantes con sus monos de trabajo y armas cortas entre manos, una veintena de hombres y mujeres aguardaban su llegada, todos ellos con la expresión sombría y la mirada fija en los recién llegados. Méndez siguió avanzando con precaución, atento a todos los movimientos de los vigías, hasta alcanzar la hilera de vehículos de Veritas.

Aparcó a su lado.

—Hay doce vehículos —advirtió Kara con rapidez, en apenas un susurro—. Es probable que haya bastante gente dentro, jefe.

—Más de la esperada desde luego —admitió Ehrlen—. Pero no importa. Mantengamos la calma: son simples obreros abandonados a su suerte. Si saben lo que les conviene, no harán nada raro.

—De momento no se mueven: parecen estatuas —comentó Jonah desde el asiento de piloto—. No parece que vayan a venir a darnos la bienvenida. ¿Qué hago? ¿Bajo o me quedo aquí con el motor en marcha?

—Iremos los tres con los "grises". No quiero que piensen que no confiamos en ellos... aunque no lo hagamos. Os quiero con las armas preparadas y los ojos bien abiertos, ¿de acuerdo?

Una bocanada de aire frío y húmedo dio la bienvenida a Ehrlen y los suyos cuando descendieron del "Gusano". La mañana era más fresca de lo esperado. Rodearon el vehículo con paso firme, seguidos muy de cerca de los androides de vigilancia, y se encaminaron hacia la escalinata de entrada al edificio. Tal y como habían visto a través de las ventanillas blindadas del transporte, una veintena de hombres les aguardaba. En su mayoría eran varones armados con pistolas y armas cortas, aunque también había alguna que otra mujer. Sus edades, todas ellas comprendidas entre los veinte y los setenta, difería mucho de unos a otros. La fuerza de su mirada, sin embargo, era común. No había dudas en sus ojos, ni tampoco miedo. Aquellos hombres sabían lo que tenían que hacer y, costase lo que costase, cumplirían con su deber.

Ehrlen se detuvo a los pies de la escalera para saludar a los presentes con un ademán de cabeza. A aquellas alturas todos los hombres de la constructora sabían perfectamente quiénes eran, pero incluso así decidió presentarse. La mayoría de los allí presentes no habían estado la noche anterior en la plaza del aeropuerto, por lo que quería memorizar sus caras.

—Buenos días caballeros, señoras, mi nombre es Ehrlen Shrader y he sido enviado por el gobernador planetario para realizar las tareas de pre-colonización. Ellos son Kara Vassek y Jonah Méndez, de mi equipo. Formamos parte de "Los hijos de Isis", de "La Pirámide". Imagino que habrán oído hablar de nuestra empresa.

—Dudo que haya nadie en la galaxia que no la conozca —respondió uno de los hombres—. Les estábamos esperando, señor Shrader. Sin duda es un placer conocerle.

El hombre se adelantó para tender la mano a Ehrlen. Se trataba de un varón de unos cuarenta años de edad, alto y delgado, cuyo rostro enjuto y de grandes ojos azules era el vivo reflejo de las penalidades que había estado viviendo. El hombre lucía el cráneo totalmente afeitado, con alguna que otra cicatriz, y vestía con el uniforme verde de Veritas. Al cuello lucía un pañuelo rojo que lo diferenciaba del resto, y en las manos guantes del mismo color desgastados por el uso. En general tenía un aspecto bastante más marcial del esperado para un trabajador cualquiera de una constructora, aunque adecuado para alguien en sus circunstancias.

Ehrlen le estrechó la mano.

—Mi nombre es Orlafnd Candice —prosiguió—. Lara me informó de lo sucedido la noche anterior en el aeropuerto, y solo puedo decir que lo lamento. Tenemos controladas las calles, al menos gran parte de ellas, pero de vez en cuando logran romper nuestras defensas y suceden cosas así. Me alegra saber que no hubo ninguna víctima.

—En realidad sí la hubo —apuntó Méndez—. De hecho, esta noche me preguntaba qué habría pasado con ella.

—¿Se refiere a Atkins? —Candice negó suavemente con la cabeza—. El cuerpo está a buen recaudo, no tienen de qué preocuparse. Pero por favor, acompáñenme: Lara les está esperando.

Orland les guio hacia el interior del edificio, donde un pórtico tenuemente iluminado les aguardaba con las paredes desnudas. El interior del edificio era tal y como los tres habían imaginado: amplio, vistoso a nivel arquitectónico y con grandes ventanales a través de los cuales entraba la tenue luz de la mañana. Por el momento no había ningún tipo de decoración, pero con el paso del tiempo acabaría convirtiéndose en un lugar lleno de vida en el que los universitarios pasarían largas horas de su vida académica.

Orland los llevó a través de uno de los pasadizos laterales hacia el interior de la institución. La sala elegida para la reunión se encontraba en el área oriental del edificio, al final de un largo corredor en el que decenas de huellas en el suelo evidenciaban que aquella no era la primera vez que se pisaba aquel lugar. Conscientes de ello, Ehrlen y los suyos se mantuvieron alerta, con los ojos bien abiertos. Aunque por el momento los hombres de Veritas se mantenían tranquilos y relajados en apariencia, con las armas bajas, el hecho de que conociesen aquel edificio y lo tuviesen tan ocupado como estaba no les gustaba.

—¿Utilizan este lugar como base? —preguntó Ehrlen tras unos minutos de avance. A través de las puertas acristaladas había podido ver que también había miembros de la constructora en otras salas—. Veo que hay mucha gente.

—No en realidad —confesó Orland sin detener la marcha—. Nos gusta este lugar por su localización, pero no lo consideramos una de las bases. Si hoy está lleno de nuestros hombres es porque querían verles con sus propios ojos, señor Shrader. Para nosotros son mucho más que un simple equipo de pre-colonización. Usted y sus hombres simbolizan la esperanza, y créame, después de tantos meses de soledad en este planeta, esperanza es lo que más necesitamos. Todos queremos volver a nuestras casas.

Esperanza. Ehrlen aún tenía la palabra grabada en la mente cuando el paseo llegó a su fin. Orland se detuvo frente a una de las puertas acristaladas, golpeó un par de veces con los nudillos y abrió sin esperar recibir respuesta alguna. A continuación, sin llegar a cruzar el umbral, invitó a los recién llegados a que entrasen.

Una desagradable sensación de inquietud se apoderó de Ehrlen al adentrarse en la sala y descubrir que era el blanco de todas las miradas. El hombre se detuvo por un instante junto a la puerta, barrió la sombría sala con los ojos, empapándose de los más de cuarenta rostros que le observaban desde un segundo plano, acomodados en los pupitres escalonados que conformaban la clase, y asintió para sí mismo. En cualquier otra ocasión se habría esforzado por sonreír: por fingir que no le importaba la situación. En aquel entonces, sin embargo, prefirió no disimular. Ehrlen alzó la mano lánguidamente, a modo de saludo, y atravesó la sala con paso firme hasta alcanzar el púlpito central tras el cual, con una amplia sonrisa cruzándole el rostro, se encontraba Volker.

La mujer descendió los cuatro peldaños que la separaban del nivel del suelo para estrechar calurosamente la mano a Ehrlen y los suyos. A diferencia de la noche anterior, en la que apenas habían podido hablar pero la distancia entre ellos había sido más que evidente, Volker parecía mucho más cercana y alegre, con una amplia e inquietante sonrisa de dientes blancos cruzándole la cara. Aquella mañana la mujer lucía el mismo uniforme oscuro que la noche anterior, pero había algo diferente en ella. Su cabello, ahora suelto, enmarcaba un rostro muy expresivo que, para sorpresa de Ehrlen, estaba maquillado con brillantina dorada, lo que le daba un extraño aspecto en comparación al resto de lúgubres y lánguidas caras de los presentes.

Destacaba como una luz en mitad de la noche.

—Me alegro de volver a verte, Shrader —aseguró la mujer—. Como ves, nadie ha querido perderse vuestra llegada.

Mientras Lara saludaba a Kara y Jonah, los cuales eran incapaces de disimular su incomodidad, sobretodo ella, Ehrlen volvió a lanzar un vistazo a la sala. A pesar de que había varios focos de luz activos, tenía la sensación de que la oscuridad era cada vez más intensa en el fondo de la estancia. De hecho, los rostros de los presentes empezaban a verse como simples manchas blancas en la noche, como si, de algún modo, algo estuviese devorando la luz...

—Veo que venís bien equipados —exclamó la mujer, logrando captar así su atención—. ¿Cuántos androides tenéis a vuestra disposición?

—Los suficientes —respondió Ehrlen con brevedad—. Entiendo entonces que esta no va a ser una reunión privada, ¿verdad?

—¿Debería acaso? No tengo nada que ocultarle a mis hombres, Shrader —aseguró ella—. Y estoy convencida de que tú tampoco.

—Sin duda.

—Pero por favor, sentaros: creo que tenemos una larga charla por delante. Orland, yo me ocupo de ellos: puedes salir.

—Sí, señora.

Orland abandonó la sala tras despedirse con un ligero ademán de cabeza. Ahora que al fin los recién llegados estaban junto a su "señora", el hombre parecía bastante más tranquilo: aliviado. Ellos, sin embargo, no podían evitar sentirse incómodos al verse obligados a darle la espalda a los allí presentes para tomar asiento en la primera fila. Por suerte, la presencia de los androides de vigilancia resultaba reconfortante.

Mientras ellos tomaban asiento, Lara volvió a subir al púlpito, pero únicamente para activar varios focos más de luz. La mujer hizo un ligero ademán de cabeza para que uno de sus hombres le trajese una silla con la que tomar asiento frente a Ehrlen y los suyos y se acomodó.

Les dedicó una amplia sonrisa de dientes blancos.

—Espero que no hayáis tenido problemas para localizar vuestra base.

—Llegamos sin problemas —admitió Ehrlen—. Doy por sentado que sabéis dónde está.

—Mentiría si dijese que no, Shrader. Controlo la ciudad desde hace meses: como comprenderás, dadas las circunstancias no puedo permitirme el lujo de no saberlo. Pero que conozca vuestra localización no implica que vaya a molestaros ni que mis hombres vayan a presentarse allí sin razón alguna. El concepto de privacidad sigue existiendo en Cáspia.

—Si vosotros sabéis donde estamos nosotros, lo lógico sería que nosotros también conociésemos vuestra localización exacta, ¿no? —apuntó Méndez con sencillez, con una falsa sonrisa fingida casi equiparable a la de Volker atravesándole el rostro—. Después de todo, vamos a ser vecinos.

—Vamos a ser mucho más que vecinos en realidad —advirtió Ehrlen—. No soy un taxista: si realmente queréis que os saquemos del planeta, vais a tener que colaborar.

—Contábamos con ello —admitió Lara—. Y lo vamos a hacer. Nada es gratis en esta vida, y mucho menos cuando hablamos de "La Pirámide", ¿eh?

—No somos hermanitas de la caridad, no —Ehrlen se encogió de hombros—. Esto es un negocio. No obstante, las circunstancias en las que nos encontramos son bastante especiales, así que no será un acuerdo normal y corriente. Tú me necesitas: yo a ti no.

Lara cogió aire antes de responder. Había tensión en el ambiente, y en cierto modo era por su culpa. Si bien había querido demostrar desde un principio que no le impresionaban sus androides ni su tecnología llenando la universidad de sus hombres, lo cierto era que Shrader estaba jugando muy bien sus cartas. Lejos de mostrarse intimidado, el líder del equipo de pre-colonización estaba muy cómodo en su posición de superioridad. Ehrlen sabía que él tenía las armas y los recursos que Lara quería y no iba a entregárselos fácilmente. Al contrario.

—En realidad nos necesitamos mutuamente, Shrader. Como has podido ver, la ciudad no es segura.

—Ayer hablabas de una veintena de insurgentes. ¿Realmente crees que eso es una amenaza real para mí?

—Yo tampoco creía que lo fuese al principio... el problema es que esos insurgentes, como tú los llamas, antes formaban parte de mi equipo. ¿Qué te hace pensar que no te va a pasar lo mismo el día de mañana?

—Todo dependerá de cuál sea la razón que ha motivado a tu gente a darte la espalda. —Shrader lanzó un rápido vistazo atrás, para comprobar que los allí presentes se mantenían en la misma posición: quietos cual estatuas—. Ayer decías que sucedía algo en Eleonora: algo que afectaba a la gente y la hacía cambiar. Pues bien, explícamelo: ¿qué está pasando?

—Directo al grano, ¿eh?

—Dudo mucho que ninguno de los dos tengamos tiempo que perder. Como ya he dicho, no he venido por ocio a este planeta: tengo una misión que cumplir. Dime qué está pasando y podremos empezar a negociar. Hasta entonces será complicado que entre nosotros pueda haber el más mínimo entendimiento. Puede que tú tengas más hombres, pero yo tengo más armas, androides y experiencia, así que te recomiendo que nos dejemos de juegos.

Kara desvió la mirada hacia atrás, inquieta ante el cariz que estaba tomando la conversación. Aquella no era la primera vez que veía a Ehrlen hablar con tanta firmeza, pero le preocupaba que los meses de abandono hubiesen nublado la mente de los allí presentes lo suficiente como para cometer alguna estupidez. Obviamente, poco podían hacer. Sus armas jamás podrían competir con las de sus androides, pero Kara no quería que hubiese ningún altercado. Al menos no con civiles. En el fondo aquellas pobres gentes no tenían culpa de lo que les había sucedido.

Analizó a los hombres de Veritas durante unos segundos. Nadie parecía querer decir nada. De hecho, todos estaban totalmente pasivos, quietos y en silencio. Salvo algunas excepciones, cuyos rostros empezaban a tensarse, el resto se mantenía en la misma postura, sin variar un ápice la expresión, como si no les escuchasen... como si no les entendiesen.

Como si no estuviesen allí.

Tras unos segundos de silencio, Volker asintió con la cabeza, dando al fin su brazo a torcer.

—Sucedió hace cuatro meses —dijo al fin—. Hasta entonces todo había ido bien: nos enviaron para encargarnos del diseño y de la construcción de la ciudad, y lo hicimos lo mejor que pudimos. Cuando llegamos aquí hace seis años esta ciudad era un bosque: un bonito lugar en el que no había absolutamente nada salvo árboles, ríos y animales. Ahora, sin embargo, hemos construido un mundo entero. Y al igual que nosotros hemos hecho en Cáspia, otras tantas divisiones hicieron lo mismo en otras ciudades por todo el planeta. Cogimos un páramo salvaje en el que no había absolutamente nada y lo convertimos en lo que ahora ves: una nueva cuna para la humanidad.

—Habéis hecho un buen trabajo —admitió Ehrlen—. Aún no he podido ver demasiado, pero la ciudad es impresionante.

—Ha costado mucho esfuerzo, pero ha valido la pena. Esta no es la primera ciudad que veo nacer, te lo aseguro, pero sí que es de la que más orgullosa me siento. Cáspia tiene algo... tiene una fuerza que la hace única. Sus calles, incluso vacías, inspiran vida. Sus edificios, sus muros, sus plazas... creo que hemos hecho un brillante trabajo con ella. —Lara negó suavemente con la cabeza, melancólica—. Por desgracia, la sombra de lo ocurrido enturbia todo el trabajo realizado. Como decía, todo empezó hace cuatro meses, aunque, para ser más exactos, se remonta a hace medio año, cuando nos quedamos incomunicados. Recuerdo perfectamente la noche en la que el cielo se tiñó de blanco y empezó la ventisca de hielo más fuerte que jamás ninguno de nosotros habíamos visto. Sabíamos que el invierno era duro, los informes meteorológicos hablaban de ventiscas y de nevadas intensas, ¿pero cómo imaginar lo que iba a suceder? Como decía, el cielo se tiñó de blanco, los ríos, los lagos e incluso los mares se congelaron en un par de horas, y durante casi tres semanas quedamos atrapados en el interior de nuestra base, bajo capas y capas de nieve. —Lara negó suavemente con la cabeza—. Jamás imaginé que pudiese nevar tantísimo en ningún lugar. Fue de locos. Los sistemas caloríficos no soportaron las temperaturas y nos vimos obligados a enfrentarnos al frío a base de mantas. Fue... cielos, no podéis imaginaros lo que es enfrentarse a una temperatura de menos de ochenta grados bajo cero únicamente con mantas. Al menos teníamos comida suficiente para todos, algo es algo. Lamentablemente no todos sobrevivimos. Cuando todo empezó contábamos con tres niños entre nuestras filas: críos que habían nacido durante estos años en el planeta. Por desgracia ellos no lograron superar el invierno.

"Tardamos tres semanas en lograr salir de la base. La nieve había enterrado el edificio hasta la planta dieciocho, por lo que tuvimos que esperar a que las temperaturas se normalizaran para lograr salir. Cuando lo conseguimos fuera seguía haciendo un frío insoportable, pero al menos ya había pasado lo peor. Dos semanas después la nieve aún no había desaparecido del todo, pero al menos ya se podía circular por la ciudad. Durante aquellas semanas intentamos reestablecer el suministro energético para intentar pedir ayuda: necesitábamos salir del infierno blanco en el que se había convertido la ciudad. Lamentablemente las instalaciones de telecomunicación habían sufrido tantos daños que quedamos incomunicados. Tratamos de arreglarlas: de lanzar un mensaje al resto del planeta, pero no teníamos ni el conocimiento ni los materiales suficientes para hacerlo. Así pues, quedamos aislados. Nadie podía comunicar con nosotros, y lo que es aún peor, nosotros tampoco podíamos comunicarnos con nadie..."

—Si vinieron a rescatarnos, nunca lo supimos. Durante las semanas que permanecimos sepultados escuchamos muchas cosas, algunas de ellas parecidas a motores, pero no podría asegurar que fuesen equipos de rescate. En varias ocasiones salimos a la azotea, guiados por el sonido, pero cuando mirábamos no había nada: solo oscuridad y silencio. Nos planteamos el que hubiese siempre alguien de guardia, alguien vigilando los cielos, pero no teníamos equipo para ello. Gunter se ofreció, pero no aguantó ni tan siquiera una hora. Fue terrible. Yo nunca quise perder la esperanza: sabía que era vital mantener la moral alta, pero te aseguro que hubo momentos en los que creía que no lo conseguiríamos.

"Pero la nieve retrocedió y, como te decía, logramos al fin salir de la base y recuperar parte de la ciudad. Los intentos por recuperar las comunicaciones fueron en vano, así que decidimos ir en busca de ayuda. Organizamos un equipo de salvamento capitaneado por Elisen Bullock, mi mano derecha, y lo envié a Summer, la ciudad más cercana a Cáspia. Con él viajaban veinte de mis mejores hombres: los más valientes y fuertes..."

—Creía que lo conseguirían —confesó con tristeza—. Summer estaba a más de tres mil kilómetros, pero pensaba que podrían hacerlo; que volverían con un equipo de rescate que nos sacaría del planeta. —Sonrió sin humor—. Tonta de mí: Bullock volvió, pero ya no era él. Desconozco qué sucedió durante ese viaje, pero tres semanas después, a su vuelta, algo había cambiado en él. Decía que teníamos que abandonar la ciudad, que ya no estábamos seguros aquí... que debíamos huir a los bosques... que la sombra acechaba en Cáspia. Estaba paranoico. —Lara sacudió la cabeza—. Traté de hacerle entrar en razón. Le dije que no podríamos sobrevivir en los bosques en caso de que hubiese otra tormenta, que no teníamos dónde refugiarnos... que dejar la ciudad nos condenaría, pero él no quería entender. De hecho, ni tan siquiera quería escucharme. Se volvió contra mí: contra Orland, contra todos... enloqueció.

—¿Qué pasó con Bullock? —quiso saber Ehrlen—. Entiendo que discutisteis, sí, ¿pero y después? ¿Qué pasó con él? ¿Abandonó la ciudad con sus seguidores?

—No sabíamos cuándo podía volver a haber otra ventisca, así que, en contra de su voluntad, los intentamos encerrar. Aunque enloquecido, Bullock y los suyos seguían siendo nuestra gente: nuestros hermanos. No podíamos dejarles morir así. Así pues, lo intentamos: tratamos de protegerlos de sí mismos, pero no hubo forma. Se volvieron violentos... agresivos. Tan agresivos que nos atacaron. Al final hubo un enfrentamiento y escaparon. Mataron a tres de los míos... tres de los suyos. A partir de entonces las cosas se han ido complicando más y más día a día. Bullock y los suyos están en la ciudad, ocultos, acechando... destruyendo todo lo que creamos. Y lo que es peor, arrebatándome a los míos. Desconozco qué les hacen, pero cada cierto tiempo logra convencer a alguno de los míos para que se vuelva en mi contra. Es horrible.

—¿Y qué ha motivado a Bullock a darte la espalda? —insistió Ehrlen—. ¿Qué alega?

—Tonterías —sentenció Volker con determinación—. Se ha vuelto totalmente loco: primero decía que éramos prisioneros de la ciudad. Que de alguna forma extraña y estúpida la propia Cáspia había cobrado vida y no nos dejaba escapar. Después, al ver que nadie le escuchaba, intentó convencer a mis hombres de que era yo quien impedía que saliesen del planeta. —Negó con la cabeza—. Es triste ver cómo tus hombres pierden la cabeza, Shrader, y más cuando llevas tantos años con ellos. Desconozco qué les debió suceder en ese viaje a Summer, pero es evidente que les ha afectado. Su visión de la realidad se ha trastocado y ya no se puede razonar con ellos... y cuanto más tiempo ha ido pasando, peor. Tengo mis propias teorías al respecto: Bullock siempre fue una persona muy supersticiosa. Puede que su mentalidad arcaica sumada a la situación tan extrema que estamos viviendo haya disparado su imaginación. Sea como sea, como te decía, en un inicio intentábamos detenerlos: mantenerlos encerrados y evitar así que se hiciesen daño a sí mismos. Ahora ha llegado ya un punto que es su vida o la nuestra. Es por ello que las calles ya no son seguras: son pocos, pero conocen bien la ciudad y se mueven por ella con gran habilidad.

—Ya veo... no es una situación fácil, desde luego. ¿Cuántos hombres apoyan a Bullock?

—Desconozco el número exacto: puede que algunos de ellos hayan muerto o se hayan ido a los bosques, pero calculamos que alrededor de unos veinte o treinta. Melissa es la primera que vemos en muchas semanas.

—Pero no será la última —sentenció Méndez—. Ahora que saben que hay una nave en la ciudad es probable que quieran apoderarse de ella.

—Así es —secundó Lara—. Es por ello que, por el bien de todos, tanto vuestro como nuestro, debemos colaborar. Decías antes que no nos necesitas, Shrader, y quizás tengas razón, pero apuesto a que con nuestra ayuda tu labor aquí será mucho más fácil. Podemos protegeros de Bullock y los suyos. A cambio solo pedimos lo que ya sabes: que nos saquéis de aquí. Cuantos más seamos, más fácil será sobrevivir. Además, podemos ayudaros en vuestras tareas. Estoy convencida de que ciento cincuenta manos pueden hacer mucho más que veinte.

Un tenso silencio se apoderó de la propuesta. Lara había expuesto su petición abiertamente, mostrando tanto lo que podían ofrecer como lo que pedían a cambio de sus servicios, pero la idea no parecía convencer a Ehrlen. Como bien había dicho desde un inicio, los "Hijos de Isis" tenían una misión muy clara en el planeta y no debían complicarse más de lo debido. Ni habían venido a salvar a nadie, ni tenían porqué hacerlo. Después de todo, aquel conflicto no era cosa suya. Lara tenía problemas, sí, pero eso no implicaba que fuesen a afectarle a él y sus hombres. No obstante, la parte empresarial aún no había acabado con la humanidad de Shrader, por lo que decidió no cerrar todas las puertas. En el fondo, aquellas personas no merecían el destino que les había tocado vivir.

Dejó escapar un largo suspiro de puro agotamiento. Era precisamente por situaciones como aquella por la que Eleonora sería su última misión. Ehrlen era un pre-colonizador, no un héroe. Si lo que realmente esperaba aquella gente de él era que iniciase una guerra contra un enemigo invisible al que ni tan siquiera conocía, se equivocaban de persona.

No iba a ser fácil lidiar con la situación.

—Lo pensaré —sentenció Shrader, y se puso en pie, finalizando así la conversación—. Tu historia es conmovedora; entiendo que lo habéis pasado mal y necesitáis ayuda, pero como ya te he dicho, no soy una hermana de la paz. A mí me traen aquí los negocios, así que, como digo, lo pensaré. De todas formas ha sido un placer mantener esta reunión contigo: en cuanto tenga una respuesta te lo haré llegar.

—Te estaré esperando. Eso sí, espero que no tardesmucho en tomar una decisión. Como bien ha dicho tu amigo, ahora que saben quehay una nave, irán a por ti y tus hombres. En tus manos está que os ayudemos asobrevivir. 

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