Capítulo 4
Capítulo 4
Apoyada contra la pared del almacén y con la mirada fija en uno de los ventanales, Cailin observaba en silencio el descenso de la nave. La semana de navegación se le había pasado relativamente rápido. A bordo de la "Medianoche" siempre había muchas cosas que hacer, y más cuando la ruta no era fácil, tal y como había sucedido en aquella ocasión. Por suerte, Cailin prefería mantenerse ocupada a estar ociosa. Las horas vacías se le hacían terriblemente largas, y más cuando la única compañía era la de su compañero dentro del equipo de apoyo: Patrick Baltier. Y no es que no le gustase ese hombre: al contrario, del equipo él era por el que sentía más aprecio, pues entre ellos había habido una gran afinidad desde el primer momento, pero la tranquilidad con la que se enfrentaba a absolutamente todo cuanto les rodeaba llegaba a enervarla.
Afortunadamente, el viaje llegaba a su final.
—Ya se ve la ciudad —comentó la mujer—. Está lloviendo.
Patrick dejó momentáneamente el mazo de cables que estaba manipulando para asomarse a comprobar lo que decía su compañera. Se situó a su lado. El uno junto al otro ofrecían una imagen peculiar. Mientras que ella era alta y delgada, él tenía una estatura mucho más baja y estaba entrado en carnes. Ambos tenían el cabello negro, aunque con un peinado totalmente diferente. Cailin se afeitaba la cabeza desde hacía años; Patrick, en cambio, siempre lo llevaba perfectamente peinado con un remolino sobre la frente, como un actor. En general, ella tenía un aspecto mucho más sofisticado y agresivo. Él, con sus gafas de montura cuadrada, su físico y sus uniformes aburridos y clásicos, era el prototipo de hombres común al que la propia Cailin denominaba "aburrido". Alguien con quien, en teoría, no debería haberse entendido pero que, por inesperado que pareciese, lograba equilibrar su mal carácter.
—Impresionante.
Ambos observaron la escena en silencio, impactados ante las imágenes que captaban sus ojos. Más allá de la película de nubes oscuras que envolvía el cielo nocturno de Eleonora se alzaba la sombra de la moderna y sofisticada ciudad de Cáspia, cúspide del nuevo mundo.
—Bonito espectáculo, ¿eh? —respondió Patrick—. Hoy está totalmente apagada: sin vida. Se podría decir que es un gran cementerio de piedra. En unos meses, sin embargo, nos iremos dejando atrás una macro-ciudad preparada para dar la bienvenida a una nueva civilización.
—Un gran cementerio de piedra... tú tan poético como siempre.
La "Medianoche" viró varios grados para iniciar la aproximación a la ciudad. Vista desde lo alto, Cáspia era una ciudad imponente con poderosos bloques de pisos grises y blancos alzándose hasta rasgar el cielo nublado. Sus calles eran amplias y elegantes, con frondosos jardines y parques muy bien cuidados, aunque la falta de visibilidad impedía poder llegar a ver su grandeza. Sumida en las sombras de la noche y con un tremendo aguacero barriendo el polvo de sus calles, la ciudad se asemejaba más a un lugar de pesadilla que al hermoso nuevo imperio que su gobernador había imaginado.
Cailin siguió contemplando la ciudad durante unos segundos, pensativa. Tal y como había explicado Park, Cáspia se alzaba a los pies de una impresionante cadena montañosa cuyo monte más alto se perdía entre las nubes. La ciudad estaba seccionada en dos secciones separadas por un ancho río por el que las aguas corrían a gran velocidad. Sobre este se alzaban varias construcciones, en su mayoría puentes circulares, que conectaban las dos zonas, permitiendo así la accesibilidad.
En general, era un lugar imponente. No todo el mundo era capaz de percibir su belleza, y mucho menos a aquellas horas con el manto de la noche cubriendo de sombras su esplendor, pero para Cailin aquel lugar era especialmente bonito. El aura de tranquilidad que le rodeaba era tremendamente reconfortante. Además, el silencio reinante que lo rodeaba y la pureza del aire que se colaba a través de los sistemas de ventilación de la nave evidenciaban que el planeta era virgen, lo que le añadía más valor.
—Y pensar que en menos de un año esto ya estará lleno de gente contaminando absolutamente todo cuanto nos rodea... —La mujer dejó escapar un suspiro—. Habrá que disfrutar estos meses de paz.
—La vida moderna tiene un precio muy alto. Por cierto, ¿me ayudas con esto? Sería fantástico que los sistemas de refrigeración funcionasen en condiciones óptimas durante el aterrizaje.
Cailin lanzó un último vistazo a la ventana antes de acudir en su ayuda. Aquella ciudad pronto se convertiría en el testimonio mudo de una nueva aventura y no quería dejar escapar ni un detalle de su impresionante naturaleza.
—¿Insinúas que el sis...?
Cailin dejó la frase a medias al creer ver un haz de luz por el rabillo del ojo. La mujer volvió la vista hacia la ventana, hacia la ciudad, y para su sorpresa, inundando de brillo una de las ventanas de los edificios colindantes, creyó ver luz. Parpadeó un par de veces, incrédula, y el haz se perdió, pero durante un instante, un breve pero intenso instante, estuvo convencida de que alguien había encendido una lámpara.
Tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Cailin? —insistió Patrick—. ¿No ibas a ayudarme?
—Sí, perdona... —Dubitativa, Cailin negó suavemente con la cabeza—. Creía haber visto una luz en la ciudad.
—¿Una luz? ¿No sería el reflejo de los focos de la nave en algún cristal? —Patrick ensanchó la sonrisa—. O quizás algún dispositivo lumínico que haya reaccionado con nuestra llegada... o puede que los tipos perdidos de esa constructora. ¿Te imaginas que nos los encontremos? Sería interesante.
—¿Interesante?
—Sí, interesante.
—Es una forma curiosa de verlo desde luego. Personalmente preferiría no encontrármelos: cuanta más gente, más problemas, pero en fin, por suerte para ellos no decido yo. Bueno, al tema: necesitabas ayuda, ¿no?
Un escalofrío recorrió la espalda de Sarah al sentir las ruedas de la nave desplegarse bajo el suelo enrejado del almacén. La agente apretó los dedos de una mano alrededor de la sujeción a la que estaba firmemente aferrada y la otra alrededor de su colgante, y cerró los ojos. Poco después, el mundo a su alrededor y bajo sus pies empezó a vibrar violentamente.
Durante los segundos en los que duró el proceso de aterrizaje Sarah creyó sentir todas y cada una de las sacudidas y bandazos que daba la nave en sus propias carnes. A su alrededor el resto del equipo charlaba tranquilamente, al margen de lo que sucedía. Después de tantos viajes a bordo de la "Medianoche", los "Hijos de Isis" estaban acostumbrados a aquel tipo de aterrizajes. Para ella, sin embargo, aquello era totalmente nuevo. Por suerte, aunque fue mucho peor de lo que Erland le había prometido, pues el veterano piloto le había asegurado que apenas lo notaría, fue rápido. La nave redujo velocidad antes de atravesar las puertas del hangar internacional que moraba en mitad de la ciudad y lo sobrevoló hasta acabar posándose en una de las pistas laterales de la terminal Z. Poco después, tras rodar durante casi un minuto, acabaría deteniéndose frente a un muro en el que un enorme número 22 pintado en color rojo les daba la bienvenida.
La compuerta de salida del almacén de la nave inició el proceso de apertura.
—Bienvenidos al planeta Eleonora, mis queridos pasajeros —exclamó Erland a través del sistema de comunicación interno—. Nos encontramos en la ciudad de Cáspia, en la zona sur, no muy lejos del río. Me encantaría poder describiros un poco la ciudad, pero no se ve una mierda. Es noche cerrada, y lo que es aún peor, está lloviendo a mares. Espero que os hayáis puesto las botas de agua... y que hayáis disfrutado del viaje, claro. Más tarde os pasaré la factura.
Ansiosa por pisar suelo firme, Sarah fue de las primeras en descender la rampa de aterrizaje. Salvo por los potentes focos de luz de la nave, que iluminaban parcialmente la enorme sala, el hangar estaba totalmente sumido en sombras. Para su sorpresa, no había demasiado que ver en su interior. A parte de los números inscritos en las paredes, todos ellos en intenso color rojo, las líneas del suelo y las mangueras de combustible situadas en una estación de suministro central, todo lo demás estaba vacío. Las jaulas de almacenaje pendían de las paredes totalmente nuevas con una suave capa de polvo apagando el brillo del metal, evidenciando así que jamás se habían utilizado, mientras que las pasarelas permanecían vacías y abandonadas, colgando a casi un centenar de metros por encima del suelo. Cada cinco plazas había pequeños cobertizos con material auxiliar, aunque por el momento sus puertas permanecían cerradas con llave. Lo que sí que estaba abierto eran los accesos a las plataformas de paso. Situadas en la pared, justo al lado del número de plaza, había unas escaleras de caracol y un montacargas de grandes dimensiones preparado para poder acceder a las pasarelas superiores.
Empezaron a vaciar el almacén. Además de su propio equipaje, los "Hijos de Isis" traían consigo grandes cajas de almacenaje en cuyo interior se encontraban los suministros gracias a los que sobrevivirían a lo largo de aquellos meses: combustible, ropa, medicinas, comida y bebida. También había mucha maquinaria, la mayoría de ella demasiado compleja y avanzada para ser comprendida o identificada a simple vista, y todo tipo de útiles con los que confiaban que su estancia en el planeta sería lo más agradable posible.
Algo más tranquila tras haber tomado varias bocanadas de aire en tierra firme, Sarah regresó a la nave para iniciar el proceso de vaciado del almacén junto al resto de los miembros de la guardia. Ordenó a sus androides cargar con los materiales aún pendientes de mover y, guiándoles con indicaciones breves y concisas, fue sacando cajas y bidones hasta, transcurridos unos minutos, dejar la sala de descarga vacía. A continuación, tras echar un rápido vistazo a su alrededor y asegurarse así de que no quedaba nada pendiente, salió junto al resto al exterior donde, tras activar el montacargas gracias a una proto-cédula de energía portátil, seguían las tareas de descarga.
Quince minutos después pisaron al fin por primera vez las calles de Cáspia. Esculpida en mitad de la noche y con la lluvia cayendo ferozmente sobre sus amplias avenidas de cemento, la ciudad se presentaba como un gran laberinto de sombras en el que el viento se paseaba por las calles despertando todo tipo de sonidos ululantes.
Era un lugar extraño. Sintiéndose intimidada por la enormidad de sus edificios y por la oscuridad casi absoluta reinante, Sarah se apresuró a encender su linterna. Incluso estando al aire libre la sensación era muy opresiva, como si se encontrase en el interior de una cueva. Como si alguien le apretase la garganta y le arrebatase el aire de los pulmones.
Por fortuna, el aire limpio y frío de la noche no tardó en serenar sus ánimos. La mujer ordenó a sus androides que encendiesen también sus linternas y, alejándose unos pasos del grupo en busca de un poco de paz, descubrió que se encontraba al final de una gran plaza de piedra peatonal en forma de media luna.
El ulular del viento y la sacudida de las ramas de centenares de árboles le dieron la bienvenida.
—Impresiona, ¿eh? —exclamó Erland de repente a su lado.
Recién surgido de entre las sombras, el piloto se llevó a los labios un puro de grandes dimensiones y lo encendió con tranquilidad, disfrutando de su momento de gloria. Después de una semana de intenso trabajo a bordo de la "Medianoche", el piloto se sentía profundamente orgulloso del éxito de la misión. Durante aquellos días apenas había podido dormir, pues incluso los turnos en los que Erika se había quedado al mando él se había mantenido alerta, pero había valido la pena. Aquella fría y oscura ciudad era todo un espectáculo.
—Nunca olvidaré la primera vez que pisé un planeta virgen. A lo largo del viaje mis compañeros me habían intentado concienciar de lo que me encontraría: de la fuerza que rodea este tipo de lugares tan enigmáticos y de lo intimidado que podía llegar a sentirme al comprender que tan solo yo y unos cuantos más éramos los únicos humanos que morábamos el planeta, pero no sirvió de nada. En cuanto puse el primer pie en la tierra y miré a mi alrededor sufrí un ataque de pánico.
Sarah le dedicó una sonrisa nerviosa. Tras el impacto inicial, el miedo y el nerviosismo empezaban a apoderarse de sus músculos. Sarah ya no era dueña de su cuerpo, ni tampoco de sus ideas. Su mente trabajaba a gran velocidad, creando y destruyendo mil ideas que giraban en torno a lo que les aguardaba más allá del halo de luz que ahora les rodeaba, y dudaba poder frenarla. Por suerte, a parte de Erland, nadie parecía haberse dado cuenta de la crisis que estaba sufriendo.
Haciendo un esfuerzo titánico para ello, pues sentía todos los músculos engarrotados, la mujer alzó la mano hasta su cuello, allí donde pendía su amuleto, y cerró los dedos a su alrededor. Por alguna extraña razón, aquel gesto lograba serenar sus nervios.
—¿Y qué hiciste? —logró decir en apenas un susurro—. ¿Qué pasó?
—No lo recuerdo: el capitán de la nave me vio tan histérico que no tuvo más remedio que reducirme. Y no lo hizo con cariño precisamente: ese tipo medía más de dos metros y tenía la espalda como un armario. Por suerte, cuando desperté dos días después no recordaba nada. Eso sí, la marca del puñetazo me duró dos meses en la cara. Me partió la mandíbula.
—Cielos... ¿en serio?
—Disfruté enormemente viendo cómo moría calcinado unos meses después, en un accidente —admitió Erland con aire pensativo—. Eso sí, con el paso del tiempo he llegado a agradecer lo que hizo por mí aquel día. Habría preferido que me intentase calmar de alguna otra forma, pero creo que no lo habría conseguido. Ese tipo no se andaba con rodeos.
—No tuviste suerte.
—En absoluto. ¿Sabes? Yo no golpeo tan fuerte, pero si fuese necesario podría hacerte el favor. Pero no, en tu caso no va a ser necesario. —Erland le guiñó el ojo— Buen trabajo.
Sarah le dedicó una sonrisa de agradecimiento antes de que el piloto acudiese junto al resto de los suyos. Su historia, aunque breve, había logrado desconectar momentáneamente su mente del entorno que la rodeaba, y eso le estaba permitiendo recuperar el control de su cuerpo poco a poco. La ciudad era enorme y sombría, con terribles promesas oscuras ocultas en cada una de sus calles prometiéndole un final atroz... ¿pero acaso era aquello suficiente para asustarla? En el fondo, no había nadie en el planeta. Absolutamente nadie a parte de ellos mismos, por lo que, ¿por qué dejarse llevar? ¿Qué sentido tenía tener miedo? Tal y como había asegurado Ehrlen, el planeta era seguro...
El viento trajo consigo el sonido de unos pasos. Unos pasos rápidos, pertenecientes a alguien que corría, que, surgidos de la nada, avanzaban a gran velocidad hacia ella. A una velocidad imposible. Sarah giró sobre sí misma, confundida, y buscó con la mirada por la plaza.
Algo se movía en la oscuridad.
Algo se movía a gran velocidad... e iba hacia directa hacia el grupo principal.
—¿Pero qué demonios...? —escuchó decir a alguien.
Alguien dijo algo más, pero Sarah no lo escuchó. La mujer estaba tan concentrada en lo que fuese que avanzaba hacia ellos que, tan pronto vio su silueta coger forma en la oscuridad, se llevó la mano a la cartuchera.
Desenfundó su pistola.
—¡Al...!
Ni tan siquiera tuvo tiempo a acabar la frase. Surgida de las sombras, una mujer de mediana edad apareció a la carrera. Sarah alzó el arma hacia ella, desconcertada ante su repentina aparición, y acercó el dedo al gatillo. Jamás había disparado a ninguna persona, y jamás se imaginó a sí misma haciéndolo. Aquello era cosa de las películas... de los libros. No obstante, allí estaba aquella mujer, avanzando a gran velocidad, con la mirada perdida y algo brillante en las manos, y a no ser que hiciera algo, iba a alcanzar a los suyos.
Iba a estrellarse contra ellos...
Iba a atacarles.
Sarah decidió interceptarla. La mujer salió a la carrera y, a punto de alcanzarla, ya con su piel a tan solo unos centímetros de la suya, el sonido de un disparo quebró la paz reinante. La extraña lanzó un grito y, embadurnando de sangre a Sarah, cayó sobre sus brazos y la tiró al suelo, alcanzada por algo en la cabeza. Impresionada, la agente rápidamente se quitó el peso muerto de encima de un empujón y retrocedió, sintiendo como el corazón se le empezaba a acelerar en el pecho. Miró su arma, preguntándose si era ella la culpable de la gran cantidad de manchas rojas que ahora bañaban su propio rostro y el suelo de piedra, y se miró las manos. La sangre chorreaba entre sus dedos.
De repente, alguien la cogió por la cintura y tiró de ella hacia el interior del aeropuerto. Sarah vio sus propios pies siendo arrastrados por el suelo, dejando una estela de sangre, y a Brianna arrodillándose a su lado, para atenderla. Inmediatamente después, un potente haz de luz le enfocó directamente a los ojos, cegándola.
Alzó la mano tratando de protegerse los ojos.
Mientras tanto, a su alrededor había disparos. Todos procedían del mismo bando, del suyo, y parecían querer sesgar algo en la oscuridad de la noche. Algo invisible que ninguno de ellos podía ver pero que estaba tan presente como las estrellas en el firmamento.
La ciudad entera parecía estar atacándoles.
De nuevo en el interior del edificio, Brianna atravesó la cara de Sarah con un fuerte y huesudo bofetón. Hundió el dedo índice y pulgar en los pómulos de la joven y, obligándola a que la mirase a los ojos, comprobó que la sangre que ahora bañaba su pálido rostro no le pertenecía.
—¿Te han dado? ¿Estás herida?
Antes de responder, Sarah se llevó el dorso de la mano a la frente y se enjuagó la sangre que corría por sus cejas. Más allá de los muros acristalados del edificio podía ver a decenas de figuras metálicas descargaban disparos a la noche, enfrentándose a los titanes blancos que eran los edificios colindantes.
Buscó con la mirada al resto de sus compañeros. Al igual que Brianna y ella, la mayoría de ellos salvo los agentes de seguridad y el propio Ehrlen se encontraban en el edificio, ocultos tras columnas y bancos de piedra.
—Creo que no —respondió Sarah—. ¿Qué ha sido eso?
—No lo sé —admitió la mujer—. Pero ahí fuera hay algo.
Sarah volvió a mirar hacia el exterior, donde los androides de sus compañeros seguían disparando a la noche. Los suyos, sin embargo, sin dueño al que obedecer, se mantenían estáticos bajo la lluvia, con la mirada perdida en el vacío, como estatuas inertes.
Era una visión de lo más inquietante.
Consciente de que debía intervenir, Sarah se incorporó y salió al exterior a la carrera, esquivando las manos retentoras de Brianna. La magister había hecho ademán de detenerla, pero tampoco se había esforzado en exceso. Ambas sabían cuál era el papel de Argento en aquel momento y como tal debía comportarse. Así pues, Sarah salió al exterior a grandes zancadas, recuperando el valor a grandes bocanadas. Corrió hasta alcanzar a sus androides, que seguían quietos cual estatuas, y les ordenó que formasen un escudo frente a ella. Una vez protegida de la amenaza invisible, buscó en la oscuridad con la mirada. El cuerpo ensangrentado de la mujer seguía en el suelo, inmóvil, pero no parecía haber nadie más. Era como si, en realidad, solo hubiese estado ella...
Decidió acercarse. Aunque ya apenas había disparos, la agente sabía que los androides del resto de sus compañeros estaban al acecho, preparados para derribar cualquier blanco. Ellos, sin embargo, se mantenían ocultos entre las sombras, protegidos ante un posible ataque. Hacían bien. Con aquella visibilidad casi nula, el enemigo bien podría haber estado a unos cuantos metros y no podrían haberlo visto. Por suerte, tal y como descubriría Sarah al arrodillarse junto al cuerpo de la mujer, si allí había alguien más, no estaba cerca.
Le movió la cabeza de lado para poder comprobar la herida que la había derribado. Tal y como había temido, se trataba de un único disparo que, con una trayectoria perfecta, había atravesado todo el cráneo hasta perderse más allá de la frente.
Un escalofrío recorrió la espalda de Sarah al darse cuenta de lo cerca que había estado de morir. La bala debía haber pasado muy cerca de ella al atravesar la carne de la mujer: tanto que incluso podía haberle rozado el pelo. Por suerte o por desgracia, ni tan siquiera se había dado cuenta.
—¿Estás bien? —preguntó alguien.
—Sí.
Ehrlen se arrodilló a su lado, con el cabello negro empapado formando rizos sobre su frente, para comprobar el estado del cadáver. A continuación, tras apoyar los dedos en su garganta, le apartó el pelo de la cara. Tal y como Sarah había creído ver durante los segundos antes de la colisión, se trataba de una mujer de mediana edad de larga cabellera rubia y expresión extraña. Sus ojos estaban muy abiertos, desenfocados, mientras que su boca dibujaba una "o" con los labios. Al parecer, el disparo le había alcanzado justo cuando iba a decir algo.
Comprobaron también qué era lo que llevaba en la mano.
—Un cuchillo —advirtió Sarah—. Iba armada.
Mientras ellos comprobaban el cuerpo, Kara, Will, Víctor y Jack formaron un escudo defensivo con los androides alrededor de la entrada del edificio. Los cuatro agentes estaban en alerta, con los ojos bien abiertos y los focos de las linternas a máxima potencia, pero era evidente que ni tan siquiera el mayor nivel de concentración podría hacer frente a la amenaza que implicaba la ciudad. Sin mayor cobertura que el edificio a sus espaldas y la cortina de lluvia, en caso de que hubiese un enemigo invisible que quisiera dañarles, tendrían problemas.
—No entiendo nada: ¿no se suponía que la ciudad estaba vacía? ¿Quién es esta mujer?
Ehrlen respondió a la pregunta de Sarah señalando la cadera de la mujer, allí donde el pantalón oscuro que vestía aún tenía restos del logo de la constructora Veritas. Seguidamente hundió las manos en sus bolsillos, en busca de algún tipo de identificación.
—Esto me huele mal —murmuró por lo bajo—. Me huele muy, muy...
—¡¡Alto ahí!! —gritó Jack.
Sarah y Ehrlen alzaron la mirada justo para ver como varias formas humanas surgían ante ellos, procedentes de la ciudad. Se trataba de más de una decena de hombres y mujeres, todos ellos con las manos en alto, en actitud de rendición. Los extraños vestían con uniformes de trabajo oscuros, de color verde, botas y chaqueta amarilla, y mostraban signos de desnutrición y cansancio. Sus ropas estaban sucias, sus cabellos despeinados y sus expresiones, aunque llenas de determinación, dejaban entrever el agotamiento acumulado de todos aquellos meses.
Ehrlen los identificó rápidamente como miembros de la constructora.
Hubo unos tensos minutos de tensión en los que nadie dijo nada. Ambos bandos se miraban con fijeza, unos con las manos en alto y los otros con todo el arsenal apuntándoles. De vez en cuando las miradas volaban desde cuerpo que yacía en el suelo, tirado sobre su propio charco de sangre, hasta las armas que ambos bandos cargaban, sobre todo por parte de los extraños, pero no había comentario alguno al respecto. La situación ya era suficientemente tensa como para complicarla aún más.
Permanecieron así unos cuantos segundos más, cara a cara, hasta que Ehrlen decidió romper el silencio. El líder del grupo se adelantó unos pasos, con el arma entre manos apuntando al suelo, y se detuvo a apenas unos metros frente a los recién llegados. Les dedicó una breve mirada cargada de seguridad a todos y cada uno de los presentes hasta detenerla en uno de ellos. Acto seguido, el elegido se adelantó un par de pasos. Se trataba de una mujer de unos cincuenta años de larga cabellera roja trenzada. Su rostro era pálido, manchado por pecas rosadas, y estaba cubierto de pequeñas arrugas y cicatrices obtenidas a lo largo de todo aquel periodo. Tenía los ojos grandes y profundos, de un intenso color verde esmeralda, y el cuerpo huesudo. Puede que en otros tiempos se tratase de alguien fornido con buena musculatura, pero en aquel entonces se mostraba como una mujer muy delgada y con aspecto famélico a la que los meses de estancia en Cáspia le había costado muy caro.
Ehrlen y ella se mantuvieron la mirada durante unos segundos, calibrándose el uno al otro. Aunque él era bastante más joven, gracias a los años de experiencia había adquirido la capacidad de leer a las personas. Tan solo necesitaba mirar a los ojos de la gente para saber qué tipo de personas eran, y en aquel entonces no necesitó más que un breve vistazo para descubrir que poco quedaba de la mujer que años atrás había llegado a Eleonora con un proyecto constructivo entre manos.
—No disparéis —pidió ella—. Mis hombres no lo harán, tenéis mi palabra.
—Ya lo han hecho.
—Únicamente para evitar un daño mayor: esa mujer iba a asesinaros.
Ehrlen cruzó los brazos sobre el pecho, pensativo. Lo cierto era que la aparición de la extraña había sido tan repentina que ni tan siquiera había podido hacerse una idea de cuál podía ser su objetivo. No obstante, el cuchillo decía poco a su favor.
—Lara Volker, ¿verdad? —adivinó—. De la constructora Veritas. Tú eres la responsable del proyecto en Cáspia, ¿me equivoco?
—¿Cómo lo sabes? —respondió ella, intrigada—. ¿Nos conocemos?
—No hasta ahora.
—¿Entonces?
—Es evidente. —Ehrlen señaló con el mentón su uniforme—. Tu ropa evidencia a qué empresa perteneces y tú mirada cuál es tu posición. Fuimos informados de que tu equipo no había abandonado el planeta, así que es cuestión de atar cabos.
—Ya veo... chico listo. Efectivamente, no te equivocas: mi nombre es Lara Volker y ellos son parte de mi equipo. Somos más, casi doscientos, pero la mayoría se encuentran ahora mismo en distintos puntos de la ciudad, vigilando a gente como ella.
Lara señaló el cuerpo que yacía en el suelo con desprecio.
—Si Oren no hubiese disparado es posible que a estas horas ella estuviese muerta.
Sarah se movió incómoda al comprender que hablaban de ella. En cualquier otro momento habría discutido las palabras de la mujer, asegurando que había estado preparada para reaccionar en todo momento, pero en aquel entonces, por petición de Jack, prefirió mantener los labios sellados. No era el mejor adecuado para discusiones.
—¿Quién es? Viste las mismas ropas que vosotros —quiso saber Ehrlen, ignorando el comentario—. ¿No forma parte de tu equipo?
—Lo formaba. Su nombre era Melissa Atkins, y llevamos siguiendo su pista cerca de dos meses. Sabíamos que estaba en la ciudad, oculta en alguno de los edificios, acechando, esperando el momento para actuar, pero no ha sido hasta hoy que no ha decidido salir de su madriguera. Debió ver vuestra nave atravesar el cielo: todos la vimos.
—¿Acechando? —Ehrlen negó suavemente con la cabeza—. Sinceramente, no entiendo nada. ¿Insinúas que parte de tu equipo se ha vuelto en tu contra?
Volker volvió la vista hacia sus hombres antes de responder. Por sus expresiones, ahora mucho más sombrías de lo que habían sido al principio, era evidente que Ehrlen había dado con la clave.
—Las cosas no han sido fáciles. Llevamos mucho tiempo abandonados a nuestra suerte en este planeta y... bueno —Lara negó suavemente con la cabeza—, han pasado cosas. Muchas cosas.
—Cosas que debemos saber —exclamó Ehrlen con decisión—. Imagino que ya lo sabes, pero somos el equipo de pre-colonización de "la Pirámide" que ha contratado el gobernador para revisar el estado de la ciudad. Su objetivo es que dentro de seis meses llegue la primera oleada de colonizadores. Si realmente hay conflicto en las calles, debemos tomar medidas.
—Estoy de acuerdo. Vuestra llegada no me sorprende: sabíamos que tarde o temprano apareceríais —admitió Lara—. Confiábamos en que nuestra empresa antes enviaría un equipo de salvamento, alguna nave para sacarnos de aquí, pero en fin... —Sonrió sin humor—. Me temo que vosotros sois nuestra única esperanza para salir de aquí.
—Podría ser —admitió Ehrlen, y volvió a lanzarle una última mirada al cadáver—. ¿Hay muchos como ella? ¿Por qué se han vuelto en tu contra?
—No hay muchos, pero sí los suficientes como para no poder descansar tranquila por las noches. Es una larga historia, pero digamos que ya no piensan con claridad. Hay algo que les está afectando... que les está nublando las ideas. Se podría decir que no son dueños de sí mismos. Durante los primeros días intentamos reducirlos: detenerles y encerrarles para evitar que pudiesen hacer daño, pero después consiguieron armas y se volvieron demasiado peligrosos. Han muerto muchas personas... demasiadas.
—Ya veo. Necesito que me lo expliques todo en detalle.
—Lo haré. Sé cómo funciona vuestra empresa: imagino que tendréis una base preparada. Mis hombres y yo misma os escoltaremos hasta allí, para que podáis instalaros. Como ya he dicho, hay pocos hombres como Melissa sueltos por la ciudad, pero son peligrosos: no dudarán en arriesgar su vida con tal de intentar arrebatar la vuestra. Te recomiendo que mantengas los ojos muy abiertos... aunque veo que vas bien preparado.
Un rápido vistazo a los alrededores le bastó para hacer un rápido recuento de la gran cantidad de androides de seguridad y vigilancia que acompañaban a los "Hijos de Isis". Lara les dedicó una fugaz mirada, tanto a ellos como a los agentes responsables, y volvió a centrarse en Ehrlen, el cual, sin disimulo alguno, miraba con curiosidad tanto a sus hombres como sus armas. A diferencia de ellos, Lara contaba con poco más de una decena de personas y armas cortas de muy baja calidad. Aquello era bueno: en caso de conflicto no representarían una amenaza real.
—Aún no me has dicho tu nombre —prosiguió Volker—. Tú sabes el mío.
—Lo sé. —Ehrlen le dedicó una fría sonrisa a modo de respuesta. A continuación, dándole ya la espalda, regresó junto a sus hombres—. Vamos a mantener el plan. Kara, tú vendrás con nosotros y nos escoltarás hasta la base. Jack, tú también. Al resto os necesito en la ciudad, con los ojos bien abiertos. Ya habéis oído a Volker: es posible que haya más disidentes, así que manteneros atentos. Al primer movimiento en falso, disparad. Y eso va también por absolutamente todos: no me fío lo más mínimo de esta gente.
Dichas aquellas palabras, Ehrlen volvió a centrar la atención en Lara mientras Will se encargaba de informar al resto del equipo sobre la situación. Lanzó una última mirada al cadáver, consciente de que la mancha de sangre que estaba dejando en el suelo de piedra difícilmente desaparecería, y le tendió la mano a Volker.
—No me fio de ti —le advirtió antes de que ella se la estrechase—. No he venido aquí a rescatarte, así que si lo que quieres es que te saque del planeta más vale que no me des problemas. A este planeta aún no llega la legislación humana, así que a partir de ahora yo soy la ley. Obedecedme y no tendréis problemas.
—Lo tendremos en cuenta —respondió ella, y tomó su mano—, pero no te equivoques: esta ciudad es mía. Sea como sea, bienvenido a Cáspia, señor...
—Puedes llamarme Shrader.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro