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Capítulo 30


Capítulo 30




—Los controles de esta nave son diferentes, creo que voy a necesitar un tiempo para acostumbrarme a ellos. ¿Tú los conoces?

—No me son del todo desconocidos. Tiempo atrás, antes de la "Medianoche", piloté una nave con un sistema de navegación similar. Esto es bastante más antiguo, pero creo que el proceso es el mismo.

—Bueno, algo es algo.

Erika no se sentía cómoda a los mandos de aquella extraña nave, y por el modo en el que Erland miraba el panel de instrumentos, él tampoco. La nave de Mali Mason, un impresionante coloso de metal cuyo interior, aunque polvoriento, evidenciaba los orígenes circenses de sus tripulantes, era uno de los lugares más inquietantes en los que habían estado. Los pasadizos y las salas exudaban magia, y no precisamente del mismo tipo que la que Jöram decía estar acompañado. Allí no había ni buena suerte ni mala, allí simplemente había una hechicería oscura gracias a la que, de forma milagrosa, todos los sistemas habían logrado sobrevivir a las duras condiciones climatológicas de Eleonora.

—Tú lo has dicho, querida. Algo es algo.

Sentados el uno de espaldas al otro en las cabinas de control, Erika y Erland estudiaban detenidamente el funcionamiento de navegación de la nave desde hacía horas. A diferencia de la "Medianoche", aquel transporte requería de dos pilotos para controlarlo. Cada uno de ellos tenía su propia cabina y su arcaico timón de mando con el que, de alguna forma, tendrían que lograr alzar el vuelo.

Todo un reto.

Sin duda era toda una aventura poner en marcha aquella reliquia. Una aventura por la que Erika se sentía atraída y en la que habría invertido muchísimo más esfuerzo de no ser porque, mientras que ellos inspeccionaban los mandos, tres hombres armados de la corte de seguidores de Mali Mason los vigilaban muy de cerca.

A veces incluso podían sentir el cañón de sus armas apuntándoles en la nuca, a la espera de que cometiesen un error...

—Los sistemas marcan que los niveles de combustible están por la mitad —informó Erika tras lograr activar la consola de su cabina y leer en ella el resumen de estado de la nave—. También marca que hay un fallo grave mecánico en el motor doce y esporádicos en el cinco y tres... Esto tiene bastante mala pinta. No creo que esto vaya a arrancar mientras haya un motor inactivo.

—Uno de cincuenta y cinco no es nada, querida —respondió Erland con naturalidad, sin perder la sonrisa—. El treinta y cuatro, treinta y seis y cuarenta y dos tampoco funcionan, pero podemos navegar sin ellos. Eso sí, habrá que reducir la carga en un 10% si lo que queremos es despegar.

—¿Reducir la carga? —Erika negó con la cabeza—. Si ni tan siquiera están a bordo los tripulantes...

—Efectivamente —dijo el capitán, y giró la silla sobre sí misma para quedar encarado hacia el guardia que los vigilaba desde el pasadizo de acceso al puente de mando.—. No sé qué hay en los almacenes, pero si lo que queréis es que os saquemos de aquí vais a tener que vaciarlas, amigo.

Sorprendido ante la petición, el guardia se acercó al puesto de pilotaje de Erland para comprobar lo que indicaba el panel de control y se agachó junto a él. El panel de control, como ambos pilotos habían podido comprobar, se encontraba un metro por debajo del nivel de la nave, hundido en los pozos de pilotaje.

Se tomó unos segundos para comprender el significado de los indicadores.

—¿Mmmm...?

Furioso al comprobar que Van Der Heyden no mentía, el vigilante lanzó una maldición por lo bajo. Aquello eran muy malas noticias. Retrocedió hasta su posición de vigilancia, pensativo, y una vez allí, a una distancia prudencial de los pilotos, extrajo del bolsillo de sus pantalones un pequeño transmisor que se llevó a los labios.

Empezó a susurrar.

Mientras tanto, Erland aprovechó la ocasión para acercarse al puesto de Erika y agacharse a su lado para comprobar los indicadores que marcaban su panel de control. Por primera vez desde que habían llegado el vigía bajaba la guardia, así que tenían que aprovechar la ocasión.

—Lleva un cuchillo en la cadera —la informó en un susurro—. Puedo quitárselo y hundírselo en la espalda si lo mantienes distraído unos segundos. Desconozco dónde están los otros dos guardias, pero si cerramos la cabina podremos deshacernos de ellos.

—Prometí a Mason que no haría nada en su contra si liberaba a Ehrlen —respondió ella con un hilo de voz—. Si fallo a mi palabra, lo matará.

—Erika... por tu alma, no seas inocente.

—Un trato es un trato.

—¿De veras crees que no lo va a hacer igualmente? Vamos, preciosa, no seas tonta: si no hacemos algo para evitarlo, todos vamos a acabar muertos, y eso nos incluye a nosotros. Mira, yo me ocupo de todo, ¿de acuerdo? Tú simplemente estate atenta: voy a provocar un fallo generalizado. Sígueme la corriente.

Erland se despidió de ella con un beso en el cabello justo cuando el vigilante finalizaba su conversación y les ordenaba a gritos que se separasen. Obediente, el capitán alzó las manos y regresó a su butaca, consciente de que el cañón del arma del hombre le apuntaba directamente a la cabeza.

Lanzó una fugaz mirada atrás, asegurándose así de que Erika no hubiese perdido la concentración, y deslizó de nuevo las manos sobre el teclado.

Empezó a presionar botones.

—No te pases de listo, Van Der Heyden, o vuelvo a meterte en la pecera —advirtió el hombre sin bajar el arma—. Y te aseguro que me va a dar igual lo que diga la jefa.

—Mientras la compañía siga siendo la misma, no me quejaré —respondió él con sencillez, sonriente—. Eso sí, no sé quién demonios te va a sacar entonces de este planeta, amigo.

No habían tardado demasiado en descubrir que Mason los necesitaba para abandonar Eleonora. La conversación de Erika con ella había sido muy esclarecedora, pero lo que realmente había evidenciado su desesperación había sido la clara orden de que, pasase lo que pasase, no los matasen. Al parecer, Mason había logrado traer a muchos de sus compañeros circenses de regreso del otro mundo, pero no a sus pilotos. La suerte no le había sonreído. Por fortuna, entre los "Hijos de Isis" había encontrado a tres sustitutos con los que podía contar. Y si bien Kare se había caído de la lista al morir, Mali estaba convencida de que podría contar con el apoyo de Erland y Erika. No le quedaba otra alternativa. O al menos eso era lo que ella creía, claro. Lo cierto era que en realidad aún había una persona más capacitada para hacer volar la nave. Alguien que, de haber seguido atrapado en la telaraña de Mason, no solo se podría haber convertido en el más temible enemigo, sino que, además, podría haber compartido sus conocimientos con alguno de sus nuevos compañeros y, entre los dos, lograr despegar. Afortunadamente para los "Hijos de Isis", Erika había sacado a Ehrlen del terreno de juego antes de que se descubriese su auténtica naturaleza como piloto, logrando así asegurar que, al menos por el momento, tanto ella como Erland se convirtiesen en piezas clave.

—En fin —Erland retomó la palabra—. ¿Vais a vaciar los almacenes o tengo que ir yo mismo a...?

—Cierra la maldita boca de una vez, viejo —le interrumpió el vigilante con rudeza—. La directora ha ordenado que despeguemos antes del amanecer, así que céntrate en poner la nave a punto. Lo demás es cosa nuestra.

—¿Y cuántos van a subir a bordo? —insistió él, ignorando sus órdenes. Aunque sacarlo de quicio no entraba en sus planes, estaba disfrutando tanto de ello que valía la pena arriesgarse—. Lo digo por el peso. Además...

—¡Cállate de una maldita vez y céntrate en tu trabajo!

El vigilante acompañó el grito de una patada con la que consiguió que la butaca del capitán vibrase y él, en consecuencia, centrase la mirada en el frente. Sorprendida, Erika volvió la vista atrás, aprovechando la ocasión para comprobar la localización del arma que había mencionado anteriormente el capitán. Tal y como suponía, no se había equivocado. La mujer paseó los ojos por la cintura del hombre hasta su rostro, tratando de disimular, hasta finalmente volver a su posición inicial al notar que centraba la atención en ella.

—¡No quiero ni una maldita palabra más, ¿queda claro!? —sentenció.

Erland respondió llevándose la el dedo índice y corazón a la sien. Aunque Mali había ordenado que no los matasen, tampoco quería arriesgarse más de lo necesario, así que decidió centrar la mirada en el frente. Apoyó los dedos sobre el panel de control y empezó a presionar las teclas aparentemente concentrado. Y en cierto modo lo estaba, aunque no en los códigos que estaba introduciendo. En realidad, mientras que sus manos volaban por el teclado, su mente se encontraba en la parte baja de su cuerpo, donde sus piernas y pies tenían otra misión.

Confió en que, como la mayoría de naves, aquella cumpliese con los estándares de seguridad básicos.

—Veamos qué tienes que decirme, bonita... —susurró.

Asegurándose de no ser visto con movimientos lentos y muy cuidadosos, Erland levantó uno de los pies hasta alcanzar con la puntera de la bota la parte baja de la consola. La repasó poco a poco, dibujando mentalmente su forma en base a los orificios y los surcos que notaba a través de la piel del calzado, y no se detuvo hasta localizar la juntura de una de las tapas protectoras. Golpeó la esquina opuesta repetidas veces, con disimulo, enmascarando el ruido con suaves golpes de puño en el panel de control, y no se detuvo hasta que, superado el quinto impacto, esta se abrió dejando caer los manojos de cables que aguardaban en su interior. Introdujo la bota entre el cableado y cogió aire. Se planteó la posibilidad de rezar, pero dado que nunca le había servido de mucho, optó por limitarse a sonreír ante su propio ingenio. Inmediatamente después, al tirar de los cables con fuerza y desconectarlos, las dos consolas de pilotaje se iluminaron con luces rojas.

La alarma de emergencia empezó a sonar por toda la nave.

—¿¡Pero qué demonios es eso!? —gritó el guardia repentinamente sobresaltado por el estruendoso sonido—. ¿¡Qué está pasando!?

—¡Hay alguien! —gritó Erika de inmediato, y señaló su pantalla con el dedo índice—. ¡El radar ha detectado otra nave! ¡Hay alguien de camino! ¡Hay alguien...!

Estupefacto ante las inesperadas palabras de la mujer, el hombre se apresuró a consultar el radar de su panel de control. Atravesó a grandes zancadas la distancia que los separaba, se agachó a su lado y, sin darle opción alguna a responder, Erland se abalanzó sobre él. Lo tenía donde lo quería. El capitán le arrancó el cuchillo del costado de un tirón, lo hizo girar entre los dedos y lo hundió con violencia en su espalda.

Erika gritó al escuchar el cañón del arma del vigilante disparar muy cerca de su oreja. La mujer se llevó las manos a la cabeza, ensordecida momentáneamente, y se encogió en el asiento. Erland, por su parte, volvió a hundir el cuchillo en la espalda de su oponente varias veces, hasta asegurase de que había muerto, y lo lanzó al suelo de un fuerte empujón. Una vez libres de vigilancia, se apresuró a correr a la puerta y cerrarla con la manivela manual.

—¡Bien hecho, preciosa! —exclamó con las manos manchadas de sangre—. Sabía que podía contar contigo. Has estado estupenda.

—Gracias, Capitán.

—Ahora átate bien los cinturones, vamos a hacer volar esta antigualla.

—¿Pero y esas alarmas? —respondió ella, dubitativa—. ¿Qué has hecho?

—Activar la alarma de forma manual —explicó él con sencillez, dejándose caer de nuevo en su butaca de mando—. Es un sistema algo burdo pero efectivo. Si quieres volver loca a la máquina, desconéctale los cables, así de fácil.

Erika sonrió ante el ingenio de Erland. Como de costumbre, el capitán no decepcionaba. Inmediatamente después, escuchando ya los primeros golpes en la puerta, se apresuró a ceñirse los cinturones.

—Sujétate bien —insistió Van Der Heyden—, voy a abrir todas las compuertas. En cuanto ascendamos, la haremos girar, ¿de acuerdo? La gravedad hará el resto del trabajo. Esos dos de ahí fuera van a rezar para que les salgan alas.




—¿Y ahora qué?

Sarah aún podía percibir el olor de la sangre de Alysson desde la grada presidencial donde seguía inmovilizada cuando varios de los trabajadores acabaron de limpiar los restos de carne y ropa que habían quedado desperdigados por la arena. El espectáculo de la domadora había empezado con genialidad, logrando arrancar ovaciones incluso a los prisioneros, pero tras la aparición de Mason todo se había cubierto de sombras. La directora del circo había querido demostrar su potencial, había querido mostrar su lado más brutal y cruel, y lo había hecho a lo grande.

Ninguno de los testigos olvidaría jamás lo ocurrido. Al fin y al cabo, ¿no iban a acabar así todos tarde o temprano? Aunque no lo hubiese anunciado a bombo y platillo, Sarah sabía que en los planes de Mason no entraba que nadie escapase de aquella carpa con vida. Quizás unas semanas atrás habrían podido negociar y llegar a un acuerdo con ella, pero a aquellas alturas tal era su ira y ansias de venganza que era cuestión de minutos que todos y cada uno de los presentes pasase a formar parte de su macabro espectáculo.

Era preocupante.

Sarah aprovechó los últimos minutos de limpieza para tratar de concentrarse. No quería morir, por supuesto, pero aquel detalle no era lo que más le preocupaba. Lo que realmente le inquietaba era tener que asistir de nuevo a una escena como la que acababa de vivir. Aquello era demasiado cruel incluso para ella. Además, si bien la muerte de Alysson había sido básicamente un golpe de efecto, pues entre ellas no había lazo alguno de amistad, el resto de supervivientes que quedaban formaban parte de su equipo, y eso cambiaba mucho las cosas. Por mucho que a veces lograse sacarla de quicio, Sarah no quería ver morir a Neiria, ni tampoco a Leo Park o a Brianna. Cailin, Kara, Víctor... incluso Will. Sarah quería que todos sus compañeros saliesen con vida de allí, y si para ello tenía que arriesgar la suya, no dudaría en hacerlo. Después de todo, ¿acaso no la habían contratado para ello?

Cerró los ojos. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. Por un lado, Mason y su espectáculo macabro, pero por el otro...

Dejó escapar un profundo suspiro. Hasta que no lograse quitarse aquella espinita que tan clavada tenía desde el regreso de Ehrlen, dudaba poder llegar a concentrarse, con lo que aquello comportaba.

—Oye... —dijo en apenas un susurro—. ¿Te puedo hacer una pregunta, Shrader?

Sorprendido ante la petición, Ehrlen desvió la mirada hacia ella.

—Bueno, puede que esta sea tu última oportunidad, así que adelante —respondió.

Sarah abrió los ojos y lo miró directamente a los ojos. Él era uno de los grandes culpables de que su mente estuviese tan convulsa. Su mera presencia la perturbaba, y aunque no lograba entender el motivo, pues en el fondo su disputa no había sido para tanto, y más si lo comparaba con lo que estaba sucediendo, confiaba en que sus palabras podrían ayudarla a serenarse.

—¿Por qué me despediste? —preguntó—. Antes dijiste que eras consciente de ello... que lo habías hecho por voluntad propia. Entonces, ¿por qué lo hiciste? Desde que he llegado a este maldito planeta no he hecho otra cosa que intentar ayudarte; ganarme tu confianza. ¿Por qué me lo pagas así? ¿Es porque soy la nueva?

Ehrlen parpadeó con cierta incredulidad, sorprendido ante la inesperada reacción de su agente. Teniendo en cuenta que estaban atados a punto de morir, había esperado otro tipo de pregunta. Sin duda, aquella mujer era una caja de sorpresas.

—¿En serio crees que es el momento?

—¿Cuándo si no?

—De acuerdo... en fin, no sé qué decir. —Se tomó unos segundos para reflexionar—. ¿De veras tanto te preocupa lo que ha pasado? ¿O es que he herido tu orgullo?

Sarah se encogió de hombros.

—No exactamente. Desde que llegué no habéis dejado de darme la espalda. Y no es que me importe, no te engañes, pero tú y los tuyos os habéis comportado como unos auténticos cerdos conmigo. Pero fíjate como son las cosas, a pesar de ello yo sigo aquí, dispuesta a que me maten por vosotros. Podría haberos dejado tirados, la verdad, pero... —Sarah negó suavemente con la cabeza—. Leo dice que es porque soy la nueva, que no queréis encariñaros demasiado conmigo por si no supero la prueba y me quedo por el camino, pero en fin, no me parece justo. Creo que no me lo merezco.

Una triste sonrisa se dibujó en los labios de Ehrlen al escuchar aquellas palabras. El líder de los "Hijos de Isis" le mantuvo la mirada unos segundos más, reflexionando sobre lo que acababa de confesar, hasta comprender al fin lo que realmente se ocultaba tras aquellas dudas e inseguridades. Lo que a Sarah le preocupaba no era el trato que había recibido, si no el que no le habían ofrecido. A aquella mujer le daban igual los desprecios, pero no la indiferencia. Necesitaba sentirse parte del equipo, darle sentido a un posible sacrificio.

Palabras de aliento, nada más. Era comprensible.

—Dime una cosa, Argento. ¿Te han contado lo que le pasó a la última agente que contratamos?

—¿La tal Vanessa? —Sarah asintió—. Sí, me dijeron que murió.

Ehrlen secundó sus palabras con cierta melancolía. El recuerdo de aquella mujer siempre lograba despertar aquellos sentimientos en él.

—Consiguió que la mataran, sí. Jugó demasiado fuerte. Imagino que no es necesario que lo diga, pero Vanessa y yo éramos muy buenos amigos. ¿Leo te lo contó?

—Algo me dijo.

Sonrió sin humor.

—Pues bien, no sé si te tranquilizará el saberlo o no, pero lo cierto es que si te despedí fue para evitar que siguieses sus pasos. Sé como eres. Hace unos años, yo era como tú. Creía que podía con todo... que podía comerme el mundo. Con el tiempo, sin embargo, comprendí que de no haber cambiado habría acabado siendo devorado por ese mismo mundo que tanto ansiaba conquistar. Es por ello que intenté apartarte: quería protegerte. Para mí, todos y cada uno de vosotros sois esenciales, vitales para la supervivencia y el cumplimiento de la misión. Por desgracia, tú eres de esos casos realmente complicados de llevar, puro nervio y energía, y aunque lo he intentado, no me lo has puesto nada fácil.

—¿Intentabas protegerme? —repitió Sarah con perplejidad, enarcando ambas cejas de pura sorpresa—. ¿Hablas en serio?

—¿A ti qué te parece?

Una extraña y repentina sensación de bienestar se apoderó de la agente, logrando arrancarla momentáneamente del tétrico escenario en el que se encontraba. Sarah llevaba tanto tiempo sintiéndose sola y abandonada por todos sus compañeros salvo por Leo Park que aquellas palabras lograron calmar un poco su alma atormentada. Podría haber recorrido todo el camino en solitario, por supuesto. Estaba preparada para ello y mucho más. No obstante, la ayuda del arqueólogo y después el apoyo de Varg Mysen habían logrado hacerlo más fácil. Ellos habían aportado mucha luz. Pero aunque habían logrado ayudarla a seguir adelante, habían sido aquellas palabras de Ehrlen, del jefe, las que realmente habían logrado hacerla sentir lo suficientemente respaldada como para poder recuperar toda la esencia que Eleonora y Mali Mason le habían arrebatado.

Con las fuerzas renovadas, Sarah sonrió para sí misma. Sentirse querida le daba alas no solo para acabar aquel viaje, sino para enfrentarse a cuantos se cruzasen en su camino.

—Estás empezando a caerme bien, Shrader.

—No sé si eso es bueno o no, la verdad.

—Os voy a sacar de aquí.

Mientras tanto, finalizadas las tareas de limpieza en el escenario, había llegado el momento de que el siguiente artista saliese a la arena. Los focos cambiaron de tonalidades y a través de los altavoces sonaron flautas y violines. La voz de Mali Mason anunció un nombre, Kevin, y tras unos segundos de aplausos, el lanzador de cuchillos del circo salió del telón.

Un mal presentimiento se apoderó de Sarah al ver a varios ayudantes del estrambótico artista, que vestía únicamente con unos pantalones a rayas blancas y negras y tirantes, sacar una gran diana de madera. Los hombres la arrastraron hasta el lateral derecho de la arena y la instalaron sobre un soporte metálico. Una vez en pie, Sarah pudo comprobar que la parte superior e inferior había varios cinturones dispuestos para sujetar al que pronto se convertiría en el próximo blanco humano.

Cogió aire al ver los grandes cuchillos que conformaban el cinturón del lanzador. Incluso desde la distancia creía poder ver su filo lo suficientemente afilado como para atravesar la carne y el hueso de una sola estocada.

—Intuyo por tus palabras que te has sentido sola —reflexionó Ehrlen.

A su lado, Sarah se encogió de hombros.

—Bueno, mentiría si dijese lo contrario.

—Siento oír eso.

—No importa —respondió ella con sencillez—. Tampoco te hagas una idea equivocada de mí, no necesito a nadie. Simplemente sentía curiosidad.

Aquella respuesta logró arrancar una sonrisa a Ehrlen. Después de haber mostrado su lado más sensible y vulnerable, la Sarah Argento a la que no había tenido más remedio que suspender y después despedir había vuelto a salir a flote, rearmada con un fuerte escudo de orgullo y con las fuerzas renovadas.

Se alegraba de volver a verla. Aquella versión de ella, en el fondo, le gustaba.

—Seguro —contestó y volvió la mirada al frente—, ¿estás bien?

—Perfecta.

—Entonces concéntrate, se nos acaba el tiempo y quiero que cumplas con lo que acabas de decir. Tienes que sacarnos de aquí.

Sarah asintió. Ehrlen tenía razón. Los minutos pasaban a gran velocidad y seguían atrapados, sin ningún otro plan que contemplar el espectáculo hasta que llegase su hora.

Era desesperante... pero a la vez muy esclarecedor. En el fondo, sabía lo que tenía que hacer. De hecho, más que nunca en aquel entonces comprendió que, mientras siguiese allí sentada, no sería dueña de su destino. Sarah tenía que salir de la gradería, y solo había una forma para ello...

Dejó escapar un suspiro. Miró de reojo a Ehrlen, que seguía con la vista atenta en la arena, y asintió con la cabeza para sí misma. En aquel preciso momento, procedente del otro lado del telón, Mali Mason volvía a salir al escenario con el sombrero de copa apuntando al techo de la carpa... con lo que aquello significaba.

—Ahora o nunca.

En el escenario, el lanzador de cuchillos saludó a la directora con una respetuosa reverencia y se hizo a un lado para dejarla situarse en el centro de la arena.

—¡Esto se pone interesante! —exclamó Mali a voz en grito, con los brazos extendidos—. Querido público, tengo el placer de presentar uno de los números más populares y queridos del "Circo de los Cinco Soles". Aprovechando que estamos en confianza... —Se acercó hasta las primeras filas, confidencial—. Kevin es uno de los miembros más antiguos de mi equipo. Antes de que decidiésemos invertir en el mundo del espectáculo, ambos trabajábamos juntos. Y muchos de ustedes se preguntarán...

—¡Cállate de una vez, payasa! —gritó de repente alguien desde el público—. ¡Vas a acabar matándonos de aburrimiento!




—¡Pero Neiria! —exclamó Leo en un susurro, suplicante—. ¡Cállate! ¿Es que te has vuelto loca?

Lejos de escucharlo, D'Amico volvió a gritar un nuevo insulto a Mali, logrando así convertirse en el centro de atención. La directora estaba confusa, impactada ante las agallas de la mujer, pero también profundamente ofendida. Hasta entonces nadie se había atrevido a interrumpirla y mucho menos para insultarla.

Aquello era intolerable.

Pero lo fuese o no, D'Amico no dejó que su mirada la intimidase. Le dedicó una sonrisa desafiante a modo de respuesta y, tras un guiño burlón, retomó los gritos acompañada por una Kara que, aunque hasta entonces había permanecido calladas unas filas por atrás, en aquel entonces ya no podía seguir mordiéndose la lengua.

—¡Perra traicionera! —gritó la agente de seguridad, uniéndose a su compañera— .¡Solo te atreves con nosotros porque estamos atados! ¡Suéltame y te enseñaré por dónde te puedes meter el cuchillo!

Anonadada ante lo que estaba aconteciendo, Mali dio unos minutos a las mujeres para que se desfogasen. Después de todo lo que les había sucedido, era de esperar que necesitasen vaciar los pulmones. Así pues, las dejó gritar y maldecir hasta que, unos minutos después, finalizados los insultos, ambas se callaron. Mali hizo entonces un leve ademán de cabeza hacia Neiria, marcando así su destino, e inmediatamente después, uno de los guardias se encaminó hacia su posición, dispuesto a sacarla a rastras a la arena.




Sarah y Ehrlen contemplaron desde la distancia cómo Neiria se abalanzaba sobre el vigilante tras ser liberada de las ligaduras de la butaca. Fuera de sí, la piloto de la "Neptuno" trató de asestarle un cabezazo en el pecho, pero el guardia logró esquivar a tiempo retrocediendo unos pasos. Acto seguido, derribándola de un golpe seco en el estómago, la cogió del pelo y arrastró hasta el centro del circo. Una vez allí, la lanzó a los pies de Mali.

Una sonrisa macabra se dibujó en el rostro de la bruja.

—No te falta valor —dijo, y retrocedió unos pasos para que dos de sus ayudantes cogiesen a la mujer por los brazos y la llevasen hasta la tabla donde estaba instalada la diana—. Pero no me gusta tu lengua: es demasiado afilada. Kevin...

—¡Al infierno contigo, Mason! —gritó Kara desde la gradería—. ¡Sácame a mí! ¡Yo me ofrezco como voluntaria!

—Silenci...

—¡Yo también quiero salir! —gritó de repente Will desde la otra gradería—. ¡Suéltala, maldita cobarde! ¡Sácame a mí!

—¡No! —intervino Víctor, sentado a apenas unos metros de dónde se encontraba Kara—. ¿¡Es que acaso ya os habéis olvidado quien es el jefe ahora!? ¡Si alguien tiene que salir, ese alguien debo ser yo!

Animada por el repentino estallido de gritos del circo, Neiria empezó a patalear fuera de sí, logrando momentáneamente desabrocharse el cinturón con el que intentaban sujetarle los tobillos. Furiosos, los ayudantes se apresuraron a inmovilizarla, pero tal era el escándalo a su alrededor que el nerviosismo reinante se apoderó de todos.

—¡Basta! —gritó Mali—. ¡Callaros! ¡Silencio!

Pero ya nadie la escuchaba. Los "Hijos de Isis" parecían enloquecidos, alterados como en pocas veces los había visto Ehrlen anteriormente... tal y como les había enseñado a hacer años atrás. Sus acciones, por supuesto, no eran gratuitas. Todo había sido orquestado por alguno de ellos, y aunque entre ellos no habían podido comunicarse, tan solo habían necesitado intercambiar unas cuantas miradas para saber lo que tenía que hacer cada uno.

Sin duda, tenían un plan... un plan que Ehrlen comprendió de inmediato al ver cómo los ojos de Neiria se fijaban en él y volaban hacia un Leo Park que, en mitad del alboroto, permanecía en completo silencio, sospechosamente quieto.

Ensanchó la sonrisa al creer comprender lo que estaba sucediendo. Sus chicos habían cumplido con su parte del plan; ahora le tocaba a él.

—¡Silencio! —gritó Ehrlen transcurridos unos segundos, logrando con aquella sencilla palabra que todas las voces se acallasen—. No te equivoques, Rubio... si aquí hay alguien al mando, ese soy yo, así que Mason... —Los ojos de Shrader volaron hasta los de la circense—. Libera a D'Amico: quiero ser yo quien vea de cerca el talento de tu lanzador de cuchillos.

—¿Ehrlen...? —murmuró Sarah a su lado con estupefacción—. ¿Pero qué...?

—Calla y piensa —respondió él en un susurro.

—¡Pero te has adelantado!

—¡He dicho que te calles! Te quedan apenas unos segundos para encontrar la solución: no me falles.

Tras los minutos de alta tensión, un asomo de sonrisa se dibujó en los labios de Mali al escuchar al agente. La mujer cruzó los brazos sobre el pecho, adquiriendo una expresión maliciosa, y avanzó unos pasos hasta quedar frente a la gradería presidencial.

Ya cara a cara, estudió con detenimiento sus ojos. Incluso desde la distancia, Mali podía percibir la seguridad con la que en aquel entonces, atado y desarmado, se enfrentaba abiertamente a ella.

Aquella gente, en el fondo, era apasionante.

—Una palabra tuya y todos callan... —reflexionó—. Interesante. Dominas bien a tus hombres, Shrader.

—No esperes que comparta el secreto contigo, querida —respondió él, y le guiñó el ojo, provocador—. Pero te diré que está relacionado con lograr mantenerlos con vida.

—Ya veo... —dijo Mali, y ladeó ligeramente el rostro—. Creo que empiezo a entender el interés de Erika en que fueses tú quien regresara y no ese otro hombre, el tal Jack. Francamente, nunca creí que fuera a perdonarte que lo asesinases, pero veo que me equivocaba. —Mali ensanchó la sonrisa con maldad—. ¿Tantas ganas tienes de morir, bombón?

—¿Asesinarlo?




Un escalofrío recorrió la espalda de Sarah al ver la expresión de desconcierto que aquellas palabras lograron dibujar en el semblante de Ehrlen. Tan solo duró unos segundos, pero fue más que suficiente para que la agente sintiese un vuelco en el corazón. El ataque de Mali había sido sutil pero tan doloroso y cruel que dudaba que Shrader se recuperase a corto plazo, y es que, aunque hasta entonces no había sido consciente de ello, Ehrlen no necesitó más que escuchar aquella acusación para que los recuerdos de lo ocurrido regresaran a su memoria.

Sí, él había asesinado a Jack. Había apretado el gatillo y, aunque ahora lo hiciese, en aquel entonces no se había arrepentido...

Hubo unos tensos segundos de silencio en los que todas las miradas se fijaron en la gradería presidencial. El golpe había sido duro, mucho más de lo que probablemente muchos creyesen, pero no letal. Aquella mujer iba a necesitar hacer mucho más para acabar con Shrader...

—Tengo ganas de morir, sí —respondió finalmente tras coger aire—. Las suficientes como para que me cuelgues en esa diana tuya, querida. ¿Cuánto más te vas a hacer de rogar? Vamos, ambos sabemos que tarde o temprano ibas a matarme, así que, ¿por qué no ahora?

—Me encanta jugar.

—A todos nos gusta jugar... pero esto empieza a ser aburrido, ¿no crees?

Crispada ante las palabras de Ehrlen, Mali decidió ocultar tras una sonrisa su mal estar. Alzó las manos, se encogió de hombros y, dando una vuelta sobre sí misma, chasqueó los dedos.

—Tus deseos son órdenes, bombón... ¡¡que empiece el espectáculo!!




—Ehrlen...

Sarah no pudo pronunciar ninguna otra palabra antes de que, tal y como acababa de anunciar Mali Mason, empezase el auténtico espectáculo. La mujer extendió la mano derecha hacia ellos, giró la muñeca y, por arte de magia, las ligaduras que sujetaban a Ehrlen a la butaca desaparecieron. Inmediatamente después, sujeto por una fuerza invisible que le había cogido por el pecho, fue elevado un metro por encima del asiento y arrastrado hacia el centro de la arena como si de un simple muñeco de trapo se tratase. Antes de que lograse sacarlo de la gradería, sin embargo, Sarah se apresuró a susurrar tres palabras. Tres palabras que, aunque hasta entonces habían permanecido ocultas en lo más profundo de su mente, surgieron de sus labios con naturalidad, rescatándola al fin de las tinieblas.

—Bajo el sombrero.

Después, Mali se lo arrebató con tal facilidad que el gran misterio que hasta entonces había intentado mantener oculto salió a la luz. Ehrlen sobrevoló el escenario hasta alcanzar la plataforma y allí se estrelló contra el tablero con violencia, apenas unos segundos después de que Neiria fuera lanzada al suelo de un fuerte empujón. Ya en la plataforma, uno de los ayudantes de Mali se apresuró a atarle los cintos mientras el otro se encargaba de encadenar a D'Amico a una de las butacas de la primera fila.

—Esto va a ser divertido —aseguró Mali.

Poco después, tras completar su misión, los ayudantes se metieron tras el telón, dejando así a Mali, Ehrlen y Kevin en la arena. Mali se frotó las manos con entusiasmo al ver a Ehrlen firmemente sujeto en la diana, palmeó el hombro de su lanzador de cuchillos con alegría y retrocedió unos pasos, invitándole así a que empezase con el espectáculo. Él, obediente, desenfundó dos de sus cuchillos y se situó a una distancia prudencial de la diana.

Empezó a hacer girar las armas con las manos.

—¿Os he dicho ya que es mi parte preferida del espectáculo? —preguntó Mali al público con diversión—. ¡Me encanta!

Y dichas aquellas palabras, la ruleta y Ehrlen empezaron a girar...




Para cuando Jonah logró darse cuenta, ya era demasiado tarde: había caído en la trampa. Tras atravesar la segunda puerta, el piloto se había adentrado en un largo pasadizo de paredes desnudas al final del cual le había aguardado unas escaleras de caracol de madera. Guiado por el lejano sonido de un llanto, había corrido hasta alcanzar el primer escalón, convencido de que al fin la suerte le había sonreído. Y había descendido. Jonah bajó una tras otras las escaleras sin dudar en ningún momento hasta que, transcurridos unos minutos, empezó a sospechar. Descendió durante un minuto, dos, tres, cinco... incluso ocho, pero alcanzado el décimo decidió detenerse. Por mucho que bajaba, el volumen de los llantos era el mismo... y él no avanzaba.

Ni lo haría jamás.

Comprendiendo al fin que había sido engañado, reinició el viaje de subida. Jonah empezó a subir escaleras a gran velocidad, una tras otra, pero tal y como pronto comprobaría al transcurrir más de quince minutos y no lograr alcanzar el inicio del trecho, había quedado atrapado entre los peldaños.

La magia, más que nunca, vibraba con fuerza a su alrededor... y lo había vencido.

—Genial —murmuró para sí mismo—. Me temo que todo queda en tus manos, Mysen...




—¡Ulrika!

El corazón de Varg dio un vuelco cuando, tras recorrer un largo pasadizo y descender un tramo de escaleras metálicas, el llanto de la niña viajó a través de una puerta sellada hasta sus oídos. Varg se apresuró a recorrer a la carrera los metros que lo separaban de ella y apoyó la oreja sobre la superficie de madera. Al otro lado de esta, amortiguada por el grosor de la puerta, la voz de su sobrina sonaba con fuerza, con vida. Desgarradora.

La había encontrado.

—Aguanta —pidió en tono de súplica.

Inmediatamente después, tras comprobar que la cerradura estaba bloqueada, retrocedió un paso y apuntó al corazón. Varg presionó el gatillo, descargando una potente oleada de disparos sobre el metal, y abrió la puerta de una patada.

—¡Ul...!

Acto seguido, alcanzado por un disparo, cayó de espaldas al suelo, con el nombre de la niña atravesado en la garganta. Al otro lado del umbral, con su sobrina en brazos, uno de los trabajadores de "Veritas" bajó el arma, aliviado. La espera, tal y como había prometido Mali Mason, había valido la pena.

Depositó un tierno beso en la mejilla de la niña.

—Ya no tienes de qué preocuparte, pequeña: ahora estás a salvo. 

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