Capítulo 3
Capítulo 3
A Canela le encantaba pasearse por los pasillos de la nave. Desde su perspectiva, la "Medianoche" era un coloso inmenso en el que dos decenas de personas muy ruidosas siempre estaban en movimiento. La mayoría de ellas eran bastante amables con ella: correspondían a su curiosa mirada con sonrisas y le dedicaban palabras que ella no podía entender. Otras la ignoraban, pero a ella no le importaba. Mientras no la pisaran y su plato de comida siempre estuviese lleno, tenía más que suficiente.
La zona que más le gustaba de toda la nave era el puente de mando. Aquella pequeña y ruidosa sala llena de extraña tecnología humana siempre llamaba su atención con tanta luz y pitido. Además, le gustaba la gente que moraba en ella. El capitán Van Der Heyden era un buen tipo, y no solo porque le acariciase detrás de las orejas, sino que a veces le dejaba dormirse en su regazo. No siempre, pues dependiendo del momento tenía que hacer muchas maniobras y no paraba quieto, pero cuando las cosas estaban calmadas siempre tenía tiempo para ella. También le gustaba la chica de pelo corto rubio que le ayudaba. Ella no solía cogerla en brazos ni dejaba que se sentase encima, pues siempre estaba muy ocupada tocando palancas y toqueteando el teclado de su ordenador, pero le gustaba el aura que la rodeaba. Erika Lovelace era pura determinación y seguridad, y como miembro del género femenino Canela se sentía muy orgullosa.
El que menos le gustaba era el niño que recientemente se había incorporado a la tripulación. Su nombre era Kare Lavrov, y no parecía demasiado listo. El capitán a veces le gritaba y le abroncaba, sobre todo cuando se equivocaba introduciendo códigos o haciendo alguna maniobra, pero en general tenía buena relación con sus dos compañeros. De hecho incluso era simpático con ella. Kare se encargaba de que su plato siempre tuviese comida y de peinarla cuando se le hacían nudos en el pelo, pero a Canela seguía sin convencerle. Había algo sospechoso en su cara de ratón...
—Capitán, el radar ha detectado una tormenta de esteroides a menos de catorce horas —anunció Erika a través del sistema de comunicación interno. Tal era el ruido de la cabina que los dos pilotos y el apoyo se veían obligados a llevar auriculares y micrófonos para poder comunicarse entre sí—. Parece que está bordeando el acceso al sistema.
—¿Hasta dónde se extiende? —quiso saber Van Der Heyden—. ¿Podemos esquivarla?
—Ocupa prácticamente toda la cara este. Bordearla nos llevaría casi cincuenta horas.
—Cincuenta horas... —reflexionó el hombre, y asintió ligeramente con la cabeza—. Eso nos retrasaría demasiado. ¿Cuánto tiempo nos queda, Kare?
De espaldas a los dos pilotos y con la mirada fija en la lluvia de datos que llenaba la pantalla de su ordenador, Kare tardó unos segundos en responder. Canela solía asomarse para mirar qué era eso que tanto le fascinaba, pues el chico podía pasarse diez horas sin moverse de su butaca, con la mirada fija en la pantalla, pero seguía sin encontrarle la gracia. Para ella, todos los códigos, números y letras eran igual de aburridos.
—Treinta horas, capitán, y bajando —respondió—. Si seguimos la ruta podríamos llegar a tiempo, pero todo depende de cuánto tardemos en atravesar la tormenta. ¿Sabemos de qué categoría es?
—Es de categoría ocho —informó Erika, y dejó escapar un suspiro—. Vaya, nos va a llevar tiempo. Quizás deberíamos poner en preaviso al resto de la tripulación: vamos a necesitar que nos ayuden con las cañoneras.
—Llegará el día en el que este proceso sea mucho más automático, estoy convencido —reflexionó el capitán—. Yo no lo viviré, desde luego, pero llegará el día en el que la tripulación simplemente tendrá que mirar una pantallita y esperar. Hasta entonces tendremos que aguantarnos. Sí, avisa al resto: la atravesaremos.
Antes de que pudiesen llegar a pisarla, pues el espacio era tremendamente reducido en la cabina, Canela salió corriendo por el pasadizo hacia el interior de la nave. Aquella no era la primera embarcación que pisaba, aunque sí la única en la que se sentía a gusto. Sus gentes eran muy escandalosas, pero el ambiente en general era tranquilo. Los pasadizos solían estar en silencio con las luces apagadas y las pinturas que había inscritas en las paredes sumidas en las sombras. Las salas comunes, sin embargo, siempre rebosaban vida. Fuese a la hora que fuese, Canela siempre encontraba gente charlando y riendo o comiendo y riendo. También había unos cuantos a los que les gustaba dar saltos y ejercitarse en uno de los gimnasios, aunque ellos eran más discretos. Los peores, sin lugar a dudas, eran los que se ponían a altas horas de la madrugada a jugar a las cartas a voz en grito. El jefe solía interrumpirles las noches más ruidosas para pedirles que bajasen el tono de voz, pero por alguna extraña razón solían engañarle y acababa uniéndose a ellos. Aquellos tipos eran listos, muy listos, aunque Canela sospechaba que el jefe lo hacía a propósito. Aunque iba de modosito, en el fondo era igual que ellos, o incluso peor. Por suerte siempre tenía una sonrisa preciosa preparada cuando se cruzaban, por lo que le caía muy bien.
Canela no tardó más que unos segundos en captar sus estruendosas voces. El animal bajó la cola, molesto, y deambuló hasta la puerta de acceso a la sala donde se encontraba el foco de ruido para dedicarles una mirada airada.
—Ese gato me la tiene jurada —exclamó Alex Steiner desde el sillón donde llevaba un rato tumbado, leyendo uno de tantos libros de la biblioteca privada de la nave—. Cualquier día de estos me sacará los ojos: lo veo en su mirada... y todo por vuestra culpa. No le gustáis.
—Que le den al gato —respondió Jonah Méndez, que en aquel entonces estaba cómodamente apoltronado en una de las sillas, con un fajo de cartas entre manos.
Frente a él se encontraba Tracy Steiner, la hermana mayor de Alex, medio oculta tras los montones de monedas que ella y el piloto del "Gusano", la nave terrestre de la unidad, intercambiaban. A Canela le gustaba lo alegre que era Steiner, pues rara era la ocasión en la que no estaba sonriendo, pero era tan ruidosa que resultaba complicado permanecer mucho rato a su lado. Eso sí, tenía que admitir que cuando se metía en su bestia metálica y empezaba a revolotear los cielos era realmente impresionante. Canela no sabía cómo lo hacía, pero cuando llegaba el momento de la verdad tanto ella como su hermano se transformaban.
Una vez más Tracy soltó una carcajada.
—No te distraigas, Jonah: hoy me vas a devolver todo lo que me debes.
—Más quisieras.
—En cuanto recuperes la pasta recuerda que me debes a mí cinco de los grandes, Tracy —le recordó Alex—. No pienses que me he olvidado.
—Con lo que nos van a pagar con esta misión ten por seguro que te lo devolveré, hermano —respondió ella—. ¿Habéis oído lo que decía Park esta mañana? Esto va a ser un paseo, ya veréis.
—Siempre dice lo mismo —reflexionó Jonah—. Y al final nunca lo es... en fin, ¿vas a tirar de una maldita vez o qué?
Canela dejó a los tres pilotos para seguir con su paseo. Tal y como acababa de decir Tracy, aquella misma mañana Leo Park los había reunido a todos en la sala de proyección y ella no se había perdido el evento. Era una lástima que no hubiese entendido palabra, pues de haberlo hecho habría sabido que el planeta al que se dirigían no era precisamente una bola de tierra pelada, tal y como había sucedido la última vez, sino un floreado paraíso en el que las buenas temperaturas y el paisaje primaveral prometían un futuro esperanzador a sus colonizadores.
—La ciudad a la que nos dirigimos se llama Cáspia, y está situada en el hemisferio norte. Se trata de un destino de casi mil kilómetros cuadrados, con cabida para dos millones y medio de habitantes. Cáspia está dividida en dos por uno de los ríos más importantes del continente, el Tauco, y rodeada por una cordillera de montañas de alrededor de cuatro mil metros. El pico más alto, conocido como "El Buscador", supera los cuatro mil ochocientos metros, y se encuentra a tan solo treinta kilómetros de la ciudad. Esto implica que Cáspia es un lugar algo frío, con poca luminosidad pero muy potente a nivel recursos naturales. La ciudad está rodeada por unos bosques impresionantes que pronto se convertirán en aserraderos. Hasta entonces se trata de un paraje de lo más idílico, con su río, sus plantas y sus animalitos revoloteando de un lado a otro. Muy pintoresco todo.
Leo Park hizo una pausa para mostrar las distintas imágenes de satélite que había logrado recopilar a lo largo de aquellos días de viaje. Sin duda, Cáspia respondía a la perfección con lo que acaba a de describir: un lugar verde, agradable e idílico en el que los colonos disfrutarían de unas condiciones climatológicas y una riqueza poco habitual. La experiencia les decía que la imagen verde del planeta duraría poco: en cuanto se empezasen a instaurar las primeras industrias el planeta quedaría sentenciado, pero durante los primeros años de vida su población gozaría de un aire muy puro.
—Parece un buen sitio —comentó Brianna Vladic desde su butaca, visiblemente interesada en la charla de Park—. ¿Y dices que se han encontrado restos de una antigua civilización?
—Efectivamente. Antes de iniciar el proceso de construcción, la gente de la constructora Verita rastreó la zona y encontró varios yacimientos muy interesantes. Tendremos que investigarlos algo más a fondo para poder sacar conclusiones, pero basándome en las fotografías que he podido ver parece que una civilización moró el planeta hace varios siglos.
—Interesante —exclamó Ehrlen, el jefe—. No es nuestro objetivo principal ni muchísimo menos, pero apuesto a que tendremos tiempo para echarle un vistazo a esas ruinas.
—Confío en ello, jefe —confesó Park—. Creo que sería una gran oportunidad para seguir profundizando en nuestros estudios sobre antiguas culturas pre-humanas. Dentro de ocho meses se celebrará en la Tierra un nuevo congreso de civilizaciones extintas y he sido invitado: creo que sería una gran oportunidad para...
—El chico ya se está emocionando —interrumpió Neiria D'Amico con acidez—. Ehrlen, por tu alma: al grano. No tenemos todo el día.
—Eso es cierto —admitió el jefe, e hizo un ligero ademán de cabeza para que Park siguiese con la explicación—. Leo, ya hablaremos de tu conferencia más adelante. Retomando el tema: ¿qué vamos a encontrarnos en Cáspia?
Leo Park tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para mantener la sonrisa después de la desagradable intervención de la segunda piloto de la "Neptuno". El arqueólogo volvió la mirada hacia el panel de proyección, clavó los ojos en la imagen expuesta en ese preciso momento durante unos segundos, seguramente para reorganizar las ideas, y como si nada hubiese sucedido prosiguió con su explicación, logrando con aquella reacción que Sarah, situada al fondo de la sala en un discreto segundo plano, le aplaudiese mentalmente.
En su lugar, su respuesta habría sido muy diferente.
—Como os decía, la ciudad está dividida en dos secciones. En ambas, tanto norte como sur, podemos encontrar barrios obreros y centros logísticos e industriales, por lo que no hay grandes diferencias entre una y otra. Durante nuestra estancia nos vamos a instalar en el barrio V, el cual se encuentra en la zona sur, junto al río, frente a uno de los puentes que conectan las dos zonas. Allí hay un edificio destinado a la corporación Magna Macoon que cumple con las medidas de seguridad estipuladas. La idea es instalarnos en él durante estos meses. Mientras lo dejemos todo tal y como está cuando nos vayamos, no habrá problemas. No obstante...
—Perdona que mi suprema ignorancia te haga perder unos cuantos minutos más de preciado tiempo, D'Amico, ¿pero quiénes son Magna Maccon? —interrumpió Jonah Méndez con acidez. Tenía los brazos cruzados y las piernas estiradas en una posición muy cómoda, como si estuviese en su propia habitación en vez de una reunión—. Me suena de algo, pero no sé de qué. Espero que sepas perdonar mi estupidez, amiga mía.
—No te pases, Méndez —advirtió Neiria a la defensiva.
—¿De veras soy yo el que se pasa?
Un asomo de sonrisa regresó a los labios de Park al sentirse respaldado por el piloto de la "Gusano". El joven lanzó una fugaz mirada a Neiria D'Amico, a la que la intervención de Méndez no parecía haberle gustado lo más mínimo, y rápidamente indicó a Kare con un ademán de cabeza que cambiase de imagen en el proyector. Poco después, el logo rojo y verde de la multinacional sustituyó la última fotografía visionada.
—Magna Maccon es una empresa que se dedica a la instalación de plantas de energía renovable. Hace unas décadas cogieron mucha fuerza en Paneuropa, cuando los niveles de contaminación volvieron a superar los límites establecidos por octava vez en lo que se llevaba de siglo. La empresa abrió una investigación y decidió denunciar. Desconozco los detalles del resultado del juicio, pero Magna Maccon se vio tremendamente reforzada a nivel económico y tuvo un crecimiento más que notable. En apenas unos años no había ciudad en el continente en la que no hubiese una de sus sucursales. Además, lo que es aún más importante, abrieron cerca de dos mil plantas energéticas cuya única fuente de alimentación era el agua. Por lo visto lograron diseñar un sistema de retroalimentación basándose en la fuerza de las mareas oceánicas... algo un tanto complicado que apuesto a que Brianna o Helmuth podrían explicarte en detalle, ¿verdad?
Los dos magisters asintieron a la vez, dejando entreabierta una puerta que sabían perfectamente que ni Jonah Méndez ni ninguno de sus más allegados jamás atravesarían. La intervención del piloto había sido producto de su deseo de posicionarse abiertamente del lado de Park, nada más. En el fondo a aquel hombre no le importaba lo más mínimo aquella empresa, ni su presencia ni su historia. El que su camarada se sintiese respaldado, sin embargo, era otra cosa. Después de tanto tiempo juntos, Park se había ganado el aprecio de prácticamente todos los compañeros, y más en concreto del grupo de Méndez y los Steiner. Para ellos, Park era uno más.
—Así que esos "verdes" han decidido abrir mercado y se van a instalar en Eleonora —resumió Méndez—. Interesante. ¿Y no había peor agujero en el que meterse que el suyo? Me imagino que la sucursal de esa gente estará llena de oficinas.
—En realidad fueron ellos los que nos ofrecieron sus instalaciones —prosiguió Park—. Magna Maccon está intentando cerrar un acuerdo con "La Pirámide", y por lo visto las negociaciones están bastante avanzadas. Hasta donde sé, varios de sus ejecutivos se reunieron con la señorita Thomas, ¿verdad, jefe?
Ehrlen Shrader asintió con la cabeza. Aunque él no había estado presente en la negociación, tenía constancia de la reunión acontecida entre las dos empresas. A Garnet Thomas, la líder de los "Hijos de Isis", no le gustaban demasiado aquel tipo de acuerdos impuestos por las altas esferas, pues consideraba que lo único que hacían era perjudicar a sus agentes, pero la habían presionado para que accediese. Magna Maccon era una empresa poderosa, con una gran proyección a nivel expansionista, y "La Pirámide" no quería perder ninguna oportunidad de negocio. Era una lástima que fuesen los agentes los que al final siempre acabasen sacrificando más en aquel tipo de transacciones.
—Así es —admitió Ehrlen—, Garnet tomó la decisión final, así que poco podemos decir al respecto. Eso sí, Méndez está en lo cierto: nos vamos a meter en un bloque de oficinas, con lo que ello comporta. Es por ello que os dije que trajeseis el equipo completo: esta vez no vamos de hoteles precisamente.
—Imagino que estaremos allí solo mientras estemos recluidos en la ciudad, ¿me equivoco, jefe? —Intervino Silvana. Aquel día, en lugar de su bata blanca de laboratorio, la arqueóloga lucía un mono de color verde y negro que resaltaba su delgadez—. Tengo demasiadas cosas que hacer como para estar preocupándome de dónde paso la noche, jefe.
—Ese edificio será la base —explicó Shrader con sencillez—, no una cárcel. Todos sabemos perfectamente cómo funciona este negocio, así que no hace falta que explique lo evidente. Si es necesario que acampéis en mitad de la montaña o en un complejo industrial, adelante, hacedlo. Lo importante es que la misión salga adelante. No obstante, la base es la que es.
—No es para tanto —comentó Erland con tranquilidad a través del sistema de comunicación interno. Por razones obvias, ni él ni Erika habían podido asistir a la reunión, pero no se estaban perdiendo detalle—. No es la primera vez que hacemos el paripé. Además, se supone que este viaje va a ser tranquilo, ¿no? ¿Qué más da que nos quedemos en unas oficinas que en una comisaria?
Víctor Rubio y Kara Vassek intercambiaron una fugaz mirada llena de complicidad al escuchar aquellas palabras. Los dos agentes de seguridad negaron suavemente con la cabeza y rieron por lo bajo, con disimulo. Los hermanos Steiner y Jonah, sin embargo, no ocultaron su diversión. Los tres compañeros se miraron entre sí y, al unísono, rompieron en carcajadas, sin importarles la mirada fulminante de D'Amico o del propio Shrader.
Incluso Park tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para disimular la sonrisita burlona que en aquel entonces se había instalado en sus labios.
—Eleonora es un planeta tranquilo —insistió Ehrlen—. No sé de qué os reís, pero vaya, yo no espero encontrarme nada fuera de lo común en él.
—Ya, claro, lo mismo decías en Marinia y fíjate lo que pasó —exclamó Cailin—. Ese dragón, o serpiente, o lo que demonios fuese se comió a Tim de un bocado. Aún no he podido quitarme las manchas de sangre de la chaqueta, jefe. Eleonora será como el resto de destinos: una trampa mortal, pero tranquilo, estamos preparados. Lo único que me inquieta es lo de esa gente, los de la constructora. Aunque no hayan logrado contactar con ellos desde hace meses se supone que siguen en la ciudad, ¿no? O al menos en el planeta.
—Así es —admitió Ehrlen—. Cabe la posibilidad de que hayan abandonado Eleonora, pero también es posible que estén allí. Sea como sea, no nos afecta. Si están en la ciudad y han tenido algún tipo de problema, podremos intentar ayudarles, y si no están, pues peor para ellos. El objetivo es claro.
—¿Y no cabe la posibilidad de que ese problema que les ha mantenido incomunicados nos afecte? —preguntó Sarah, rompiendo así al fin el silencio reinante en la zona de los agentes de seguridad.
Todos los presentes volvieron la mirada hacia la joven, sorprendidos ante su intervención. Hacía mucho tiempo que ningún agente de seguridad intervenía en las reuniones a no ser que el propio Ehrlen se lo pidiese. Tanto tiempo que muchos ni tan siquiera lo recordaban. Sin embargo, ahí estaba ella, aquella jovencita de no más de veinticinco años, de piel blanca como la nieve y cabello azabache, rompiendo la tradición.
Hubo unos segundos de tenso silencio en los que nadie dijo nada. Bajo la mesa, Kara le dio una patada, logrando arrancarle así una mueca de dolor. Jack, Víctor y Will, sin embargo, no dijeron nada. Sencillamente mantuvieron la mirada en el frente, ignorando su intervención, probablemente ansiosos de que la reunión prosiguiese sin más.
Junto al proyector, Leo Park ensanchó la sonrisa.
—¡Pero si yo creía que eras muda! —exclamó de repente Erland Van Der Heyden a través de los altavoces, y soltó una estruendosa carcajada—. Ten cuidado, Jacky, se te revoluciona el personal.
—Que te den, viejo —ladró Kara por lo bajo.
—Mis chicos son libres de intervenir cuando quieren, como si no lo supieras —aseguró Jack Waas con frialdad. Más que nunca, el líder de los agentes de seguridad parecía incómodo ante la situación—. Además, su pregunta es inteligente. Es evidente que a la gente de Lara Volker le pasó algo: no es normal que dejen de comunicarse sin motivo aparente. Precisamente por ello es vital que seamos conscientes de que ese algo nos puede ocurrir a nosotros también. Por suerte, precisamente para eso estamos aquí. Una vez más mi equipo y yo mismo nos encargaremos de que la operación salga adelante sin incidentes. Quizás sea adelantarme, pero dado que ya está hablado con Ehrlen creo que es conveniente que sepáis que en esta ocasión la primera etapa, la de pre-colonización, se alargará algo más de lo habitual. Debemos reconocer el terreno en profundidad, y para ello vamos a necesitar varios días. —Jack se dirigió hacia la gran pizarra táctil que colgaba de la pared, no muy lejos de dónde se encontraba la pantalla de proyecciones—. Park, si eres tan amable, creo que ha llegado el momento de que hablemos del plan de actuación.
Sorprendido ante el inesperado giro de los acontecimientos, Park buscó la mirada de Ehrlen. A continuación, tras recibir su beneplácito, alzó la mano a modo de despedida y tomó asiento en la silla vacía que Silvana le había guardado a su lado.
Los dos arqueólogos intercambiaron varios susurros por lo bajo mientras Jack empezaba a escribir en el tablón con el dedo índice.
—Te dije que mantuvieses la boca cerrada —le increpó Kara a Sarah en apenas un susurro—. Llegará el día en el que esta intervención se volverá en tu contra, ya verás.
—¿Por? —respondió ella, y negó suavemente con la cabeza, restándole importancia—. Eres una exagerada, mujer, ¿qué hay de malo en...?
—Como bien sabéis todos, el proceso de pre-colonización está formado por cinco etapas bien diferenciadas entre sí —intervino Jack, logrando captar la atención de todos los presentes con su potente chorro de voz—. La primera es la del reconocimiento del terreno, básica para saber dónde nos encontramos. Una vez superada, la siguiente etapa es la de la activación de las fuentes de energía. Una vez disponemos del suministro básico, entramos en la tercera etapa que es la de la exploración en profundidad de la ciudad. Seguidamente realizamos la exploración de los alrededores y zonas colindantes y, por último, el análisis de los datos orbitales. El esquema, como veis, sigue siendo el de siempre. Pues bien, como os decía...
Canela siguió paseando tranquilamente por los pasadizos de la nave hasta alcanzar las escaleras que daban a los puestos de tiro. Junto a estos había una pequeña sala circular llena de ordenadores donde parte de la tripulación solía acudir para trabajar. Canela descendió las escaleras con tranquilidad, recreándose en cada uno de los saltos, hasta finalmente alcanzar el peldaño desde el cual poder contemplar con perspectiva el espectáculo.
Barrió con la mirada el lugar. Sentados el uno junto al otro en una mesa e intercambiando opiniones sobre el gran volumen de tapas rojas que tenían frente a sus ojos, Brianna Vladic y Helmuth Kleiber, los magisters de a bordo, debatían sobre la maquinaria y los materiales seleccionados para la construcción de los puentes que unían los dos lados de la ciudad de Cáspia. Al parecer, ella parecía satisfecha con la elección mientras que él, mucho más partidario de las nuevas eco-tecnologías, tenía otro punto de vista. Silvana, por su parte, que también estaba presente pero algo alejada en un escritorio propio y con la mirada fija en la pantalla de su ordenador, parecía totalmente concentrada en el texto que ella misma estaba redactando.
Canela mantuvo la mirada fija en el halo de humo del cigarrillo que sostenía entre los labios. La ceniza se acumulaba en la punta peligrosamente, amenazando con caer sobre el teclado de un momento a otro. No obstante, ella parecía tan concentrada en su trabajo que apenas era consciente de ello.
—¿Cuánto crees que podrías alargar la vida del planeta sustituyendo los controladores gravitacionales por esos trastos de neo-hippie de los que hablas, Helmuth? —decía Brianna en aquellos precisos momentos—. ¿Diez años? ¿Quince? Es una minucia teniendo en cuenta la inversión que sería necesaria.
—Hablamos de doscientos años —respondió él con sencillez—, y sí, es cierto que sería una gran inversión, ¿pero acaso no es ahora el momento? La expansión humana estaba pensada con el objetivo de colonizar planetas y extender las maravillas del ser humano, no para someterlos y destruirlos. ¿Por qué no hacer las cosas bien?
—Apuesto a que si dejas tu carta de presentación en las oficinas en las que vamos a alojarnos te contratarían como jefe de obra, Helmuth —comentó Silvana sin apartar la mirada de la pantalla—. Quién sabe, puede que algún día consigas salvar un mundo... pero ten por seguro que ese mundo no será Eleonora. Estoy comprobando los informes medio ambientales que generan las dos estaciones que hay activas y desde luego los resultados no son demasiado optimistas. Una de dos, o hay algún tipo de error, que probablemente así sea, o ese planeta no está tan limpio como debería.
—Eleonora es un planeta virgen: debe haber algún error en las lecturas —reflexionó Brianna—. Aunque las tareas de construcción hayan podido afectarle, el grado de polución debería ser mínimo. No le prestes demasiada atención, Silvana, lo más probable es que los lectores de las estaciones estén estropeados. Te recomiendo que las incluyas en la lista de objetivos a visitar.
Canela decidió seguir con su recorrido, aburrida ante el parloteo de los tres científicos. El animal ascendió los peldaños que había bajado, se encaramó a la pasarela situada a tres metros de altura que amablemente había instalado el capitán para ella y la recorrió a la carrera. Al final de esta, unas largas escaleras de caracol descendían hacia los almacenes de la nave, lugar en el que, sumidos en la penumbra, descansaban el resto de transportes: los dos cazas de los Steiner, el "Gusano" terrestre de Jonah Méndez y la imponente "Neptuno", de Neiria D'Amico y Jöram Abbadie.
Y como de costumbre, el veterano matrimonio se encontraba en su interior, intercambiando confidencias, sonrisas y apasionados besos en la cabina. Curiosa, Canela los observó durante un rato. El peculiar aspecto físico de los dos pilotos de la nave anfibia, ambos llenos de pendientes y vestidos con ropas de colores llamativos, le llamaba tremendamente la atención. Además, eran agradables. Nunca se dirigían a ella directamente, pero siempre tenían un guiño o algún regalo preparado para cuando les visitase.
Como en aquella ocasión.
Canela saltó ágilmente sobre el ala derecha de la nave y la recorrió hasta alcanzar la parte trasera, cerca del pozo de conservación donde Cailin y Patrick trabajaban arduamente para mantener los motores de la nave en perfecto estado. El animal barrió la zona con la mirada, pudiendo sentir ya el agradable aroma del premio de aquella mañana, y se acercó con paso elegante al pequeño cuenco rojo que le habían dejado lleno de paté de oca tras unas cajas.
Lo devoró de cinco mordiscos.
Satisfecha, Canela regresó al pasadizo principal para seguir con su paseo rutinario. Al final de la nave, en la zona sur, aguardaban un conjunto de salas en las que los agentes que se hacían llamar de seguridad solían ejercitarse. Canela metió la cabeza entre la puerta entreabierta de la primera sala, barrió la estancia con la mirada y, profundamente satisfecha, corrió a su interior. Poco después, tras saludar con un rápido maullido, salto sobre las piernas de Ehrlen Shrader, su tripulante favorito. El animal frotó su cabeza contra su pecho, le dedicó un nuevo maullido lleno de ternura y entrecerró los ojos para dejarse acariciar.
Empezó a ronronear.
—La tienes enamorada —comentó Jack con diversión.
—El jefe tiene algún tipo de magnetismo especial con las féminas —le secundó Víctor—. No sé si será la colonia o qué, pero caen todas rendidas.
—Más quisiera —respondió él, y depositó un suave beso en la cabeza del animal—. Simplemente sé cómo tratarlas, nada más.
—Seguro... —Víctor Rubio negó con la cabeza—. Algún día tendrás que contarme tu secreto.
—Algún día... pero de momento me conformo con que me expliquéis cómo vais a dividiros para cubrir tanta zona. Cáspia es un lugar muy grande con avenidas muy amplias: cubrir terreno siendo los que somos va a ser complicado.
Los tres hombres volvieron a centrar la atención en el mapa de la ciudad que hasta entonces habían estado estudiando al detalle. Canela se asomó también, curiosa ante los llamativos colores de la imagen, pero no tardó demasiado en bajar de las piernas del jefe para seguir con su travesía.
—Tendremos que dividirnos —explicó Jack mientras el animal se alejaba—. Sé que quizás es algo precipitado, sobre todo para la nueva, pero Eleonora es un planeta seguro: no debería pasar nada.
—Me parece una buena decisión. ¿Quién se encargará de escoltar al equipo hasta la base? —quiso saber Ehrlen.
—Kara os llevará: el resto rastrearemos la zona. Ahora mismo Kara y Will están actualizando los mapas para poder dividir los cuadrantes. Pasaremos la primera noche vigilando los alrededores, hasta asegurar la base. Después haremos turnos de vigilancia nocturna. He comprobado personalmente la programación de los androides, y creo que pueden ser útiles de verdad.
—Espero que esta vez no haya ningún susto —reflexionó Ehrlen—. No se puede repetir lo de la última vez.
—Me ocuparé personalmente de que no suceda, tranquilo...
Canela le dedicó una última mirada al grupo de hombres antes de atravesar la puerta y seguir avanzando hacia la sala de entrenamiento virtual. En su interior, para su sorpresa, se encontraba la nueva y sus hombres de metal, todos moviéndose al unísono, como si hiciesen una coreografía, y Leo Park.
Su querido Leo Park.
Canela les observó durante unos segundos desde la cabina de visualización, empleando uno de los ordenadores de control como escalera, y bajó a través de una de las escaleras laterales hacia el campo de juego situado unos metros por debajo. En aquella ocasión la sala estaba totalmente despejada, con el suelo negro reflejando a los androides y el techo fuertemente iluminado por los cañones de luz.
El animal se contoneó grácilmente, tratando de llamar así la atención de Leo Park, y atravesó toda la sala hasta alcanzar sus piernas. Una vez a su lado, se restregó con mimo hasta lograr que la cogiese en brazos.
—¿No estás nerviosa entonces? En menos de veinticuatro horas ya habremos aterrizado.
—¿Debería? —respondió ella, y alzó el brazo derecho.
Inmediatamente después, todos los androides imitaron el gesto, logrando una coreografía perfecta. Sarah asintió, orgullosa, y comprobó que el resto de miembros respondían con la misma precisión.
Desenfundó una pistola y giró sobre sí misma, provocando así que todos los androides dieran la espalda a Park. Alzó el arma, apuntó a la pared contigua y apoyó el dedo sobre el gatillo. Acto seguido más de una decena de explosiones resonaron con fuerza en la sala, obligando a Park a soltar a Canela y taparse las orejas con las manos.
Casi tan molesta como asustada, Canela le mordió el tobillo a Sarah antes de salir corriendo.
—¡Au! —exclamó la nueva agente, llevándose la mano al pie—. Será asqueroso el bicho.
—¡Estás loca! —respondió Park—. ¡Eso se avisa!
—Anda ya, ¿qué creías que iba a hacer al desenfundar la pistola? ¿Rascarme la espalda?
Sarah enfundó el arma con maestría y se cruzó de brazos. A continuación, visiblemente pensativa, centró la mirada en la pared contigua. Los disparos habían salido perfectamente sincronizados en espacio y tiempo, tal y como era de esperar. Lamentablemente, ese no era el resultado que quería obtener.
Dejó escapar un suspiro.
—No me sirve de nada que todos disparen a la vez si no son capaces de centrar el objetivo —explicó—. No quiero que solo imiten mis movimientos.
—Ya, bueno... estos chismes dan de sí lo que dan de sí. Si los programas para que imiten tus movimientos, no podrás hacer que obedezcan órdenes.
—¿Y por qué no? Se supone que son inteligentes, ¿no?
—¿Inteligentes? —Park sacudió la cabeza—. Son máquinas. Es cierto que son más independientes que una cafetera y que pueden reconocer varios comandos de voz, hasta ahí estamos de acuerdo, pero de ahí a que sean inteligentes hay un mundo entero.
—Pues vaya...
—¿Y no sería más fácil que en vez de imitarte obedeciesen órdenes? El resto de tus compañeros los tienen programados así. Incluso la propia Vanessa los tenía así.
—Sí, y le fue muy bien, ¿eh? —Sarah sonrió sin humor—. Tendré que intentar recordar lo que aprendí en clase de robótica avanzada. Y yo que pensaba que no iba a servir nunca de nada... —Lanzó un suspiro—. Perdona, creo que he interrumpido tu rollo ese de las ruinas antiguas que han encontrado en el planeta. ¿Dices que quieres que te acompañe?
—Bueno, rollo, rollo... —Park se sonrojó—. Es un tema muy interesante en realidad.
Sarah arqueó una ceja a modo de respuesta. Cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una expresión tranquila, y fijó los ojos grises en él. Kara le había advertido al respecto. Su compañera le había avisado de lo que probablemente sucedería en caso de que le correspondiera a un par de sonrisas a lo largo de aquellos días, y no se había equivocado. Park necesitaba a alguien que le ayudase en su objetivo, a alguien capaz de protegerle durante la visita a las ruinas, y consciente de que el resto de agentes de seguridad se iban a negar tal y como venían haciendo desde hacía ya años, no le había quedado otra opción que arriesgarse con Argento.
—No pierdes nada.
—Tampoco lo gano —reflexionó Sarah—. Y si todos mis compañeros se niegan, por algo será, ¿no crees?
—Bueno, tus compañeros son un tanto peculiares, ya lo has visto. Además, sí que puedes ganar mucho si me ayudas. Si tú me apoyas, yo te apoyaré a ti. Podemos ser camaradas... amigos. Después de tu intervención estelar en la última reunión no creo que vayas a hacerte íntima de la gente del equipo de seguridad, así que entre estar sola y poder contar conmigo y los míos...
—¿Y quién dice que quiero amigos? —Sarah le dedicó una media sonrisa llena de acidez—. Esto es trabajo, nada más.
—Bueno, yo no estoy del todo de acuerdo con eso, pero si lo ves desde ese punto de vista... —Park se cruzó también de brazos—. Al jefe le encantará saber que has decidido apoyarme. Él es un auténtico apasionado de las culturas antiguas. Además, somos buenos amigos. Si me ayudas le puedo hablar muy a tu favor.
—¿Al jefe? —La expresión de Sarah varió ante su mención. La mujer ladeó ligeramente el rostro, con los ojos entrecerrados, y se relamió los labios, pensativa—. Interesante... eso suena mucho mejor: me lo pensaré.
Satisfecho, Leo le tendió la mano. Aunque por aquel entonces no lo sabía, ni tampoco lo presentía, el apretón de manos que estaban a punto de cerrar sería el inicio no solo de un acuerdo, sino también de una buena amistad. Con el tiempo ambos lo recordarían como un momento único y especial de complicidad casi mística en el que poco menos que los planetas se habían alineado. La realidad, sin embargo, fue que simplemente se dieron la mano bajo la curiosa mirada de Canela.
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