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Capítulo 26

Capítulo 26




—¿De veras estás enfadado?

—No, no estoy enfadado.

—¿Entonces por qué no me miras a la cara?

—Estoy ocupado, nada más.

—Jöram...

El capitán de la "Neptuno" acababa de colocar la última de las cajas en el almacén de la "Medianoche" cuando, a punto de salir al exterior para ayudar a sus compañeros con el traslado de heridos, Neiria apareció bajo el umbral de la puerta. Hacía un rato que no se hablaban, y aunque ella seguía sin saber el motivo, su marido tenía las ideas muy claras al respecto. D'Amico era una gran persona, dulce y cariñosa cuando nadie la veía, pero había ocasiones como aquella en la que tal era su crueldad que incluso lograba alejarle a él.

—Déjame pasar.

Plantada ante la puerta, Neiria no dudó en interponerse en su camino cuando el capitán trató de abandonar el almacén. Jöram podría haber utilizado la puerta de carga y descarga para salir a la azotea, pero al encontrarse Jonah por la zona prefirió no llamar demasiado la atención. Los rumores se extendían como la pólvora por la "Medianoche".

—No —respondió ella con sencillez, de brazos cruzados—. No hasta que me digas qué te pasa. ¿Esto es por el chico? ¿Por lo que he dicho antes sobre él? Venga ya, Jöram, que ya somos mayorcitos. Shrader...

—Si lo que pretendes es arreglarlo, lo estás haciendo fatal.

—Oh, vamos...

Jöram la apartó con suavidad para abrirse paso hasta el pasadizo central de la nave. Al fondo de este se encontraba el capitán ya en la cabina junto con Erika. Kare había sido encerrado en uno de los camarotes. Su traslado había sido complicado, sobre todo por su estado de nerviosismo que rayaba prácticamente la histeria, pero también por la insistencia de Canela de meterse entre las piernas de los tripulantes. El animal no parecía querer al tercer piloto a bordo, y no había dudado en hacerlo saber a todos a base de mordiscos y algún que otro arañazo.

El capitán de la "Neptuno" mantuvo la mirada fija en los accesos al puente de mando durante unos segundos, pensativo, e inmediatamente después se apartó para dejar paso a Will. El agente de seguridad había sido el elegido para traer a Mysen a bordo. Erland había supuesto que él sería el más complicado de convencer y por la expresión taciturna de Will era evidente que no había logrado hacerle entrar en razón. Jöram lanzó una maldición por lo bajo. Podían obligar a cualquier miembro del equipo a que subiese a bordo aunque no quisiera, como por ejemplo a Argento, pero no a Mysen. Él era externo a "Los hijos de Isis", por lo que la decisión quedaba en sus manos.

—¿Nada? —preguntó.

—Nada.

—Va a morir —sentenció Jöram con amargura—. Lo sabe, ¿verdad?

—Lo sabe.

—En fin, allá él. ¿La chica ha aceptado?

Jöram acudió al ala sur de la nave para asegurarse de que Alysson había elegido uno de los camarotes traseros para realizar el viaje de regreso. Después de tantos meses atrapada en Eleonora, la mujer parecía muy nerviosa. Jöram supuso que, como todos, temía que algo pudiese salir mal, pero en realidad era la mezcla de emociones lo que provocaba que sus ojos estuviesen al borde de las lágrimas. Alysson estaba a punto de llorar, y no era solo el miedo lo que lo provocaba. Eleonora había sido muy importante para ella, la gran obra de su vida, y el tener que abandonarla de aquella forma la resultaba tremendamente doloroso. Al menos, se consolaba, lo hacía con vida, que no era poco.

—¿Estás bien? —preguntó Jöram al ver que la mujer alzaba la mano hacia la ventana y resbalaba los dedos por su superficie con melancolía—. ¿Necesitas algo?

—¿Lo estoy traicionando? —respondió Alysson, ausente—. Debería haberle cogido de los pelos, y...

—Ni te lo plantees —le cortó el capitán, tajante, e hizo un ligero ademán con la cabeza a modo de despedida—. Si necesitas algo, avísame.

Después, sin darle opción a réplica, cerró la puerta desde fuera con llave, para que por el momento no pudiese salir. ¿Lo había traicionado? Jöram no era nadie para responder aquella pregunta, pero si él tenía aquella sensación respecto a Ehrlen, ¿qué otra cosa podía sentir ella hacia Mysen?

Se obligó a sí mismo a seguir con el avance. Pasó por delante del camarote donde los hermanos Steiner aguardaban pacientemente al despegue. Ambos estaban en completo silencio, expectantes. Jöram se detuvo en la puerta y sonrió a Tracy cuando esta lo miró. A continuación, al ver su rostro ensombrecerse, siguió unos cuantos metros más hasta alcanzar la puerta de una de las salas comunes. En su interior, sentados alrededor de una de las mesas, Brianna, Helmuth y Silvanna se despedían del planeta a sorbos de café.

Ocupó la cuarta silla vacía.

—¿Está ya todo a punto? —preguntó la más veterana de toda la tripulación con aire ausente—. ¿Han subido todos?

Consciente de que se acababa de convertir en el blanco de todas las miradas, el piloto se tomó unos segundos antes de responder. Lo cierto era que no todos habían subido, puesto que la tripulación jamás podría estar completa sin su líder, pero a lo que concernía al resto, sí, todos estaban a bordo. Por sorprendente que pareciese, lo habían logrado.

—Sí. No diré que ha sido fácil, pero parece que no falta nadie.

—Una misión fracasada, varios heridos, un muerto y un desaparecido —recordó Silvanna con amargura y alzó su taza de café—. Hasta nunca, Eleonora. Espero no tener que volver a verte jamás.




—¿Hasta cuando me vas a tener aquí?

—Hasta que despeguemos.

—¿De veras? Creía que con mi palabra bastaba para que confiaras en mí.

—No me hagas reír, Argento. Tu palabra no vale nada a estas alturas. ¿Quieres una manta? El suelo está un poco frío.

Sarah respondió alzando el dedo corazón de la mano derecha. La propuesta de Víctor habría sido muy loable de no haber sido él quien la había esposado a una de las barras de seguridad de la "Neptuno". La presencia del tanque de criogenización donde aguardaban los restos de Jack había provocado una importante bajada de temperaturas, y aunque por el momento le bastaba con su ropa para no tiritar de frío, lo cierto era que la manta no le habría ido nada mal. No obstante, el orgullo le impedía aceptarlo. Sarah estaba enfadada, estaba ofendida ante un trato que no consideraba justo, y aunque le costase un buen constipado, no estaba dispuesta a aceptar nada de aquel hombre ni de ningún miembro de la tripulación.

—¿Desde cuando soy una prisionera? —insistió Sarah—. Conozco asesinos en serie que han recibido mejor trato que yo.

—No dramatices, Argento —exclamó Leo Park desde la cabina de la nave, donde estaba cómodamente sentado en la butaca de copiloto—. Nadie te obliga a estar en el suelo. No te va a pasar nada por mantenerte en pie un rato.

—Sigo sin entender qué pintas tú aquí, Park —advirtió Víctor de brazos cruzados—. No sé qué os traéis entre manos, pero no me gusta un pelo. ¿Por qué no te vas a tu camarote?

—Prefiero quedarme aquí. Es más divertido ver su cara de cabreo que la ciudad, te lo aseguro —respondió alegremente y le guiñó el ojo—. Yo me ocupo de ella, tranquilo. Vete con el resto si quieres.

—Creía que éramos amigos —murmuró Sarah por lo bajo.

Los dos hombres intercambiaron una mirada llena de diversión.

—Pobre inocente —exclamó Víctor y negó con la cabeza—. En fin, lo dicho, no me fío de vosotros, así que...

El sonido de los motores de la nave al ponerse en funcionamiento ahogó sus palabras. Los tres desviaron la mirada hacia uno de los ventanales de la "Neptuno" y a través suyo alcanzaron a ver que la compuerta del almacén se cerraba.

En pocos segundos la "Medianoche" inició el proceso de despegue.

—Y así es como acaba todo —se lamentó Sarah, plenamente consciente de que ninguno de sus compañeros podían escucharla por el ruido de la maquinaria—. Escapamos como malditas ratas. Me dais vergüenza ajena.




Sentada en la butaca de copiloto vacía de Kare, Cailin Volkov observó en completo silencio cómo la nave dejaba atrás la azotea y se preparaba para sobrevolar la ciudad. Según los cálculos de Erika, tardarían casi cinco minutos en cruzar Cáspia e iniciar las maniobras de vuelo estelar, por lo que debía ser rápida si quería llegar a tiempo.

Cailin permaneció unos cuantos segundos más aferrada al asiento, a la espera de que la nave se nivelase. Frente a ella, los pilotos permanecían totalmente concentrados, con la mirada fija en los paneles de control de la nave. Erland le había ordenado a Erika que controlase el radar y ella obedecía, plenamente consciente del peligro que corrían. Volker había derribado ya una nave, así que no debían descartar la posibilidad de que lo intentase también con ellos. Por suerte, los sistemas de seguridad eran muy avanzados. Si todo iba bien, con mantener los ojos abiertos, bastaría.

O al menos eso querían pensar, claro. Cailin sospechaba que el poder de Volker no procedía únicamente de la tecnología, y el que pudiese llegar a utilizarlo contra ellos le preocupaba. Lamentablemente, no estaba en sus manos el alzar el vuelo. La decisión ya había sido tomada y, le gustase o no, ya no había vuelta atrás.

Eso sí, no pensaba formar parte de ello.

—¿Dónde vas? —le preguntó Erland al ver que se levantaba—. Siéntate de inmediato.

—¿Desde cuando tienes ojos en la nuca? —respondió ella a voz en grito, haciéndose oír por encima del ruido reinante en el puente de mando—. Voy con el resto.

—Es peligroso moverse durante las maniobras —le recordó una vez más, superando con aquella advertencia la duodécima en los últimos dos años—. Siéntate, Volkov.

—Oblígame —le desafió ella.

Cailin salió de la cubierta sin prestar atención a la mirada fulminante de Erland. Tenía cosas que hacer. Atravesó el pasadizo principal con paso firme, cruzándose en una de las puertas con Kara, y siguió avanzando hasta alcanzar los accesos al almacén. Accionó el dispositivo de apertura de la puerta presionando el dedo índice sobre el lector dactilar. Aguardó unos segundos a tener acceso y, dejando tras de sí el resto de la nave, se adentró en la amplia estancia. En su interior, firmemente sujetos por los dispositivos de seguridad, centenares de contenedores albergaban todo el material que habían empleado para la pre-colonización.

Cailin se abrió paso entre los bidones y las cajas, con los brazos ligeramente alzados para mantener el equilibrio, y se encaminó hacia la "Neptuno". El ruido de los motores allí era atronador, pero no le importaba. La luz procedente de la nave le servía para confirmar que había alguien en su interior. Cailin atravesó los últimos metros con rapidez, apoyándose en distintas superficies para evitar caer, hasta alcanzar la puerta de acceso. Nuevamente presionó el botón de apertura y, logrando con su mera aparición convertirse en el centro de atención, entró en la nave subacuática.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Víctor con sorpresa al verla aparecer—. ¿Pasa algo?

Cailin se acercó a él para susurrarle algo al oído. El agente la escuchó con atención, visiblemente preocupado, y asintió con la cabeza. Por el modo en el que fruncía el ceño, debían haberle comunicado algo importante.

Rubio le dedicó una última mirada a Argento antes de salir apresuradamente de la nave.

—No hagas nada raro, ¿de acuerdo? No tardaré en volver. Cailin, ¿puedes vigilarla?

—Por supuesto.

Confusa, Sarah siguió con la mirada al agente hasta que este abandonó la nave. Una vez fuera, se ayudó de la pared para incorporarse y mirar con sorpresa a una Cailin que, de repente, le lanzó la llave de sus grilletes.

Leo no tardó más que unos segundos en unirse a ellas.

—Se va a cabrear —le advirtió el arqueólogo en tono jocoso—. Rubio tiene muy mala leche cuando se enfada.

—Ese es su problema —respondió Cailin con sencillez, e hizo un ademán de cabeza hacia Sarah—. Vamos, suéltate, nos vamos.

—¿A dónde? —preguntó ella con inocencia—. ¿Le has robado las llaves?

—¿A ti qué te parece? —fue la única respuesta de Cailin.

—Toma ya, y yo que pensaba que erais unos cobardes —exclamó Sarah, satisfecha, y rápidamente se liberó de las esposas—. ¿Cuál es el plan?

—No tenemos demasiado tiempo —advirtió Cailin mientras descendían de la nave y se encaminaban hacia los cazas de los Steiner, situados al final del almacén, junto a la compuerta de carga y descarga—. Le he dicho a Rubio que el capitán quería hablar con él, así que no tardará demasiado en darse cuenta de que era un engaño. Tracy me ha dado las tarjetas de acceso de las dos naves, ¿tienes la tuya, Leo?

El arqueólogo respondió sacando el pequeño dispositivo del bolsillo de la chaqueta.

—Lo tengo.

—Bien, espero que recuerdes las lecciones que nos dieron hace un par de años. No es demasiado complicado manejarlo, pero si no te ves capaz ponlo en piloto automático.

—¡A sus órdenes!

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Sarah—. Solo hay dos cazas y somos tres.

—Tú vendrás conmigo —decidió Cailin, tajante—. Iremos muy apretadas, pero será cuestión de unos minutos únicamente. Una vez alcancemos tierra, tendremos que movernos muy rápido. ¿Podrás?

Sarah se miró la pierna. Le dolía lo suficiente como para no apoyarla bien, lo que evidenciaba su cojera, pero confiaba en que, si entraba en calor, podría controlarla.

Asintió con la cabeza, decidida. Cailin y Leo habían contado con ella para aquella operación, así que haría todo lo que estuviese en sus manos para no defraudarlos.

—Gracias por...

Estaban ya a punto de alcanzar los cazas cuando, de repente, una poderosa sacudida en el lateral de la nave los lanzó con violencia contra el lado opuesto. Leo, Cailin y Sarah chocaron contra varias cajas, y antes de que pudiesen llegar a incorporarse, todo a su alrededor empezó a dar vueltas. El aire se llenó de humo, las alarmas empezaron a sonar...

Y la "Medianoche" cayó.




—¡Buen tiro! —exclamó uno de los extraños amigos de Beatrix, y empezó a aplaudir.

Convertida en el centro de todas las miradas y ovaciones gracias a su espléndido tiro, Beatrix extendió los brazos hacia el cielo e hizo una teatral reverencia a sus hombres. El disparo no había sido todo lo certero que hubiese querido, pero al menos había logrado alcanzar a la nave con suficiente fuerza como para derribarla.

Todo un éxito.

Perplejo ante lo ocurrido, Ehrlen tardó unos segundos en reaccionar. Su mirada aún seguía fija en el gran cañón azul celeste de cuyas fauces había surgido la bola de luz. Las estrellas blancas que había pintadas en su superficie aún humeaban y no era para menos. Aunque tiempo atrás aquel cañón había servido para disparar a hombres, lo que había surgido de su interior no pertenecía al mundo humano. Aquel brillo, aquella fuerza, aquella potencia... no existía munición como aquella. Al menos no que él conociera, claro.

Necesitó unos cuantos minutos más para poder asumir la situación. A su alrededor sus compañeros bailoteaban y cantaban salvajemente, celebrando el gran tiro. Él, sin embargo, aún estaba sobrecogido por el potencial empleado. Si al menos la hubiese visto introducir algún tipo de artefacto en el cañón, quizás podría haberlo entendido. Pero no, Beatrix no había empleado munición. Ella sencillamente había pronunciado unas palabras, había escrito unas letras entre las estrellas blancas del cañón y había encendido la mecha. Después, la noche se había apoderado del planeta al emplear la propia luz del día contra la nave.

Era sobrecogedor.

Beatrix les brindó unos segundos más de deleite. Desde la distancia no se había oído el impacto de la nave al caer, pero por la humareda que acababa de surgir de entre los edificios, era evidente que había alcanzado el suelo.

Ehrlen se preguntó si habría sobrevivido alguien a aquel impacto.

—Te veo serio, bombón —exclamó la joven soldado—. ¿Querías disparar tú?

La mujer alzó la mano, dispuesta a acariciar la mejilla de Ehrlen, pero este se apartó. Tenía la palma totalmente embadurnada de sangre.

Aquel gesto no pareció gustar a Beatrix.

—¿Qué demonios haces? ¿Por qué te apartas?

—Tus manos —respondió él—. Míratelas.

Guiada por la curiosidad, la mujer obedeció. Alzó sus manos, se miró las palmas y, lejos de asustarse, lanzó una estruendosa carcajada que, de alguna forma, logró resonar por toda la ciudad. No solo tenía los dedos ensangrentados, sino que el fluido manaba de su piel como si de una fuente se tratase.

—Será que los he matado a todos —exclamó con malicia y negó con la cabeza—. Tienes buen ojo, bombón. En fin... —La mujer se volvió hacia sus hombres—. Recoged las redes, las jaulas y los sacos, vamos a recoger a nuestros invitados... o al menos lo que quede de ellos, claro.




Sentía un pitido agudo en los oídos. Le dolían los brazos, las piernas, la cabeza... y tenía sed. Vaya si tenía sed. Notaba la garganta tremendamente seca... y había un sabor extraño en su paladar. ¿Metálico quizás?

Tracy estornudó, levantando así más polvo a su alrededor. Las partículas se le metieron en la garganta y en la nariz, lo que provocó que empezase a toser compulsivamente. La joven se llevó las manos al estómago, se lo presionó... y al apartarlas descubrió que se las había manchado con algo.

Parpadeó con lentitud, tratando de verse los dedos. Le escocían los ojos... y no entendía el motivo. Todo estaba lleno de polvo, de niebla y de humo... pero también del hedor del combustible quemado.

Podía incluso masticarlo.

Tracy intentó incorporarse sin éxito y, confusa, miró a su alrededor. Lo último que recordaba eran los ojos de su hermano Alex fijos en ella, tristes. Estaban discutiendo... o mejor dicho, ella le estaba recriminando su actitud. La piloto consideraba que su hermano había traicionado a Ehrlen. Ahora, sin embargo, no había ni rastro de él. Tracy ya no estaba en la "Medianoche", sino tirada en el suelo, en mitad de un gran cementerio de fuego y escombros...

Trató de recordar pero su mente fue incapaz de recuperar lo ocurrido en los últimos minutos. Las alarmas habían empezado a sonar, sí, y algo había impactado en la nave, pero...

Trató de levantarse de nuevo, pero algo volvió a impedírselo. Tracy paseó las manos por su ropa hasta los hombros y allí, donde anteriormente se las había colocado, se encontraban las cinchas de seguridad de su asiento.

Tiró de ellas. Aunque hasta entonces no se hubiese dado cuenta de ello, en realidad seguía atada a su butaca, solo que ahora esta ya no se encontraba en el camarote, sino que estaba tirada en el suelo. Había salido disparada con el impacto...

El impacto...

Lo acontecido en los últimos segundos le golpeó con tanta fuerza que la mente de Tracy se bloqueó. Su cerebro se llenó de gritos, de sacudidas y de fuego, y durante un instante no logró hacer otra cosa que chillar de pura desesperación. Poco después, recuperada ya la serenidad y con la realidad iluminando sus ojos, se apresuró a liberarse de los cinturones de seguridad y bajarse de la butaca.

Al levantarse descubrió que se encontraba en mitad de un océano de metal, madera y cristal en el que las manchas de combustible ardían aquí y allí. De la "Medianoche" no quedaba ni rastro salvo piezas inconexas diseminadas por todas partes que, en otros tiempos, habían conformado su esqueleto. Visto desde su óptica, era como si la nave se hubiese desintegrado...

—¿Alex?

Sintiendo un repentino vacío en el estómago, Tracy desvió la mirada hacia el suelo. Había tal acumulación de polvo y niebla que era complicado ver qué la rodeaba.

—¿Alex, me oyes?

Con el cuerpo dolorido, Tracy Steiner deambuló por la zona. La visibilidad era prácticamente nula, por lo que decidió dejarse caer de rodillas al suelo para poder buscar con las manos todo aquello que sus ojos no fuesen capaces de ver. La piloto se arrastró por los alrededores, palpando restos de mobiliario, de cristal y acero, y no se detuvo hasta que, transcurridos unos terribles minutos de incertidumbre, sumido en la neblina logró ver lo que parecía ser una bota. La joven gateó hasta allí, comprobó con terror que se trataba del calzado de su hermano y, aterrada y con su nombre en la garganta, siguió con la búsqueda.

Unos minutos después localizó al piloto medio enterrado bajo una placa metálica. Alex tenía los ojos abiertos y una mueca extraña en la cara. Parecía triste. Sus manos estaban cruzadas sobre su pecho, como si intentase protegerse de algo, y sus pies estaban descalzos. Tenía el pecho manchado de sangre... y un gran vidrio clavado en la garganta.

Tracy se detuvo a su lado y comprobó con amargura que no había sobrevivido al impacto.

—Oh, Alex... —dijo con los ojos llenos de lágrimas. Tomó su mano y apretó los dedos con fuerza—. Yo... hermano, yo...

El sonido de un disparo precedido de un grito de terror la obligó a volver la vista atrás. Tracy abrió mucho los ojos, creyendo reconocer en aquella voz la de Silvanna, y se incorporó. A su alrededor, procedente de distintos puntos, se empezaron a oír pasos, susurros... voces.

Risas.

Intentó escapar.




—¿Estás viva?

Viva. Aquella era una buena pregunta sin duda. Viva... sí, estaba viva, que no era poco. Probablemente tuviese una pierna rota o puede que las dos, pero estaba viva.

Deslizó las manos hasta el cinturón y tiró con fuerza de la hebilla para abrir el sistema de sujeción. La sangre le caía por el rostro, dibujando dedos carmesí entre sus ojos y nariz. El corazón le latía acelerado, tenía cristales clavados en el antebrazo y un hierro le había hecho un corte muy profundo en el muslo derecho.

Pero sí, estaba viva.

Se deslizó fuera del asiento de copiloto. Le dolía tanto todo el cuerpo que resultaba difícil saber si tenía los huesos enteros. Al menos se podía mover, cosa que reducía notablemente la gravedad de las heridas. No estaba paralítica, veía y oía. Algo era algo. Eso sí, le sangraba mucho la cabeza.

Se preguntó si los cristales que tenía en el brazo pertenecerían al panel de control. Erika había mantenido las manos en las palancas y el tablero de navegación, pero en el último momento, cuando de repente aquel punto de luz había aparecido en el radar tan solo un segundo antes de alcanzar la nave, había dirigido las manos hacia allí.

Después sencillamente habían sido alcanzados por algo y habían caído.

—Creo que sí —respondió en apenas un susurro—. ¿Tú?

Desde el otro lado de la torre de hierros torcidos que los separaban, Erland sonrió con amargura. Seguía atado a su butaca de piloto y tenía un brazo inmovilizado, pero sí, estaba vivo.

—Erika...

El sonido de unas patitas al acercarse con paso lento captó la atención de Erland. El capitán entrecerró los ojos, aún demasiado aturdido como para lograr identificar lo que sucedía, y aguardó a que, llena de polvo y con ojos asustados, Canela apareciese a su lado.

El animal le lamió la cara con anhelo.

—Eh, preciosa —le saludó el capitán. Acercó la mano hasta su lomo y lo acarició con cariño—. Estás viva.

—¿Erland?

Unas manos enguantadas surgieron de la niebla para recoger a Canela. El animal se resistió, arañó y maulló, pero finalmente se calmó al recibir una caricia tranquilizadora en la cabeza. Las manos la apartaron del alcance visual de Erland. Escuchó que le daban un beso. A continuación, tras dedicarle unas palabras cariñosas a la gata, el dueño de las manos se agachó junto al capitán.

Su rostro surgió de entre los cúmulos de niebla como el de un ángel.

—Mi querido capitán Erland Van Der Heyden —exclamó Lara Volker con dulzura—. No sabes las ganas que tenía de conocerte.

—¿Ah, sí?

—¡No te acerques a él! —exclamó Erika desde su prisión de polvo y desconcierto—. ¡Aléjate! ¡Erland, no dejes que se te acerque!

Lara Volker sonrió. El capitán de la "Medianoche" miraba de izquierda a derecha, sin entender qué sucedía. Probablemente estuviese en shock, y no era para menos. El accidente había sido grave y por el modo que sangraba su cabeza, era de suponer que se hubiese dado un buen golpe.

Lara se llevó la mano al bolsillo interior de su casaca circense, donde guardaba su pistola. A pesar de que ni sus hombres ni los "Hijos de Isis" no veían nada por las condiciones climatológicas, sus ojos eran capaces de traspasar la niebla. Lara formaba ya parte de Cáspia y, a su vez, Cáspia era parte de ella. Y aunque en otros tiempos a Lara Volker hubiese llegado a gustarle Erika Lovelace, acababa de perder todo su apoyo. Aquellos modales estaban fuera de lugar: de momento no pensaba hacerle nada a Erland. Además, en realidad solo necesitaba dos pilotos, así que, si lograban encontrar a Kare con vida, a ella no la necesitarían para nada...

Desenfundó su arma y encañonó a la mujer que, en aquel entonces, deambulaba con paso tembloroso entre la niebla y el polvo. Ladeó ligeramente la cabeza, cambiando así el ángulo de disparo, y desvió el cañón hasta apuntar a su cabeza.

Apoyó el dedo en el gatillo...

Pero finalmente desechó la idea al ver aparecer a Ehrlen en la zona. Lara ensanchó la sonrisa, curiosa, y se cruzó de brazos. Quería ver qué hacía su querido prisionero. La teoría decía que actuaría como ella le había inculcado, con efectividad y docilidad, pero quería comprobarlo.

—Sorpréndeme.

Ya convertido en el centro de atención de Volker, Ehrlen siguió avanzando entre los cúmulos de neblina hasta localizar a Erika. Se situó tras ella y, cumpliendo con su cometido, se apresuró a cubrir su cabeza con un saco de color rojo. Inmediatamente después, inmovilizándole los brazos en la espalda, la redujo con una zancadilla. Una vez en el suelo, la maniató, ignorando los gritos de angustia de su antigua compañera.

Finalizado el trabajo, Ehrlen dedicó una sonrisa inocente a Lara, probablemente en busca de reconocimiento.

—Bien hecho, bombón —dijo ella. Volvió a agacharse junto a Erland—. ¿Sabes...? No, no sabes. Oh, mon amour, duerme tranquilamente, yo me encargo de todo.

Lara depositó un tierno beso en la frente del piloto, que en aquel entonces ya yacía inconsciente en el suelo, y se incorporó. Inmediatamente después, con un rápido gesto, desenfundó su pistola y disparó a la mujer que en aquel entonces intentaba escapar no muy lejos de allí, a unos cien metros de distancia. La bala se hundió en su cabeza, entre los ojos, y ella cayó al suelo, levantando la polvareda con el impacto. Decepcionada, Lara lanzó un rápido vistazo a su alrededor donde, cumpliendo con sus órdenes, sus hombres buscaban entre los escombros tanto a vivos como a muertos.

—Ortyc, llévate al capitán —ordenó a uno de ellos, un tipo de estatura baja que en aquel entonces cubría su cabeza afeitada con una peluca de color dorado—. Con cuidado, ¿eh? Lo quiero enterito.

Obediente, el hombre dejó caer los restos del dispositivo holográfico que tenía entre manos para acudir a su encuentro. Se agachó junto a Erland.

—Claro, mi señora.

—¿Se sabe algo de Argento? ¿La habéis encontrado?

Siguiendo las indicaciones de Ortyc, Lara se abrió paso por la avenida a través de los distintos incendios hasta alcanzar la entrada de un callejón. En su interior, tras haberlas localizado inconscientes entre la carga de la nave, dos de sus mejores malabaristas taponaban con gasas sucias las heridas más graves de las agentes para evitar que muriesen desagradas antes de tiempo. Orgullosa, Lara se abrió paso entre los maderos y los restos de fuselaje hasta alcanzar los cuerpos. Se trataba de dos mujeres, una de ellas con el pelo muy corto, rapado, y el brazo torcido en un ángulo raro, y la otra con la melena morena, la piel muy clara y los ojos, aunque ausentes, abiertos.

Se agachó a su lado para palmear suavemente sus mejillas.

—Argento, ¿me oyes? Hola Argento, dime algo.

Ante la falta de respuesta, Lara alzó la mirada hacia la malabarista que hasta entonces se había estado encargando de ella. Con el rostro lleno de purpurina y el cabello pintado de un estridente color púrpura, resultaba complicado tomarla en serio.

—¿Está muerta?

—Para nada, mi señora. Solo está inconsciente.

—Así me gusta.

Lara volvió a acercar la mano a la cara de Sarah, pero en esta ocasión no la palmeó. En lugar de ello, la golpeó con tal fuerza que el rostro de la agente giró con violencia, chocando la mejilla contra el suelo.

Satisfecha, Lara ensanchó la sonrisa ampliamente.

—Debería matarte a bofetadas, pero vas a tener suerte, quiero que asistas a la apertura del circo, así que solo te daré una por cada uno de los míos a los que has matado, ¿contenta?

Un hilo de sangre surgió de entre los labios de Sarah.

—Tomaré eso como un sí.

—Si la quiere viva, intente no partirle el cuello, mi señora —advirtió la malabarista—. Es solo un consejo.

—Métete en tus cosas, Mavid —replicó Volker a la defensiva, y asestó una segunda bofetada a Sarah.

Acompañó al golpe con tres más, lo que provocó que el rostro de la agente fuese de izquierda a derecha con violencia, chocando continuamente contra el suelo. La piel, ya colorada de los impactos, no tardó en empezar a astillarse y llenarse de sangre. A pesar de ello, Volker prosiguió con su castigo, cada vez más entusiasmada con cada bofetada, y no se detuvo hasta que, transcurridos dos minutos, un grito procedente de la garganta de Savinne, la acróbata de peluca blanca, captó su atención.

—¡Eh! ¡Mira quién tenemos aquí! ¡Pero si estás vivo!

—Yo no... —murmuró una voz masculina—. ¿Qué...? ¿Qué ha pasado...? ¿Dónde...?

Lara se asomó.

—¡Leo Park! —exclamó Volker, entusiasmada al reconocer al joven que se ocultaba bajo los kilos de polvo y sangre—. ¡Mi arqueólogo favorito! ¡Traedlo! ¡Traedlo! ¡Lo quiero para mí!

Olvidando momentáneamente a Sarah, Volker dio un vuelta sobre sí misma, exultante, y acudió con paso saltarín hasta el rincón donde Savinne había encontrado al arqueólogo. No muy lejos de allí, Genevra, la domadora, inmovilizaba a una mujer que, fuera de sí, suplicaba al cuerpo de un hombre que se levantase. Era una lástima que no fuera a hacerlo, si con una barra de metal atravesándole el estómago lo hubiese logrado, habría sido digno de ver.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó Volker al alcanzar el punto donde se encontraba la acróbata con Leo Park—. Vaya, me encantan estos chicos tan jóvenes. ¿A ti no, Savinne? En nuestra época no eran tan guapos.

—No sabría qué decir, jefa.

—¿Dónde...? ¿Dónde estoy...? —murmuró Leo, totalmente desorientado. Tal era la cantidad de sangre que cubría su rostro y pelo que resultaba complicado saber cuántas heridas había sufrido y de qué gravedad—. ¿Cailin...?

Lara le sonrió con ternura. Los jóvenes apuestos siempre lograban reblandecer su corazón. Era una lástima que tanto él como el resto fuesen a morir tarde o temprano, de lo contrario hasta se habría molestado en darle la oportunidad de seducirla.

Le plantó un suave beso en la frente.

—¿Han encontrado ya a todos?

—A casi todos —respondió la mujer—. Algunos cuerpos siguen desaparecidos.

—¿Habéis dado con Kare?

—Creo que lo han encontrado, aunque no sé si está vivo o muerto. Tenía mala pinta. Estaba medio enterrado por una de las puertas, con las piernas totalmente destrozadas. —La acróbata se encogió de hombros—. Una lástima.

—Demonios, eso no suena bien... —Lara se cruzó de brazos, pensativa—. Espero que aguante, de lo contrario será difícil hacer entrar en razón a Lovelace. Esa chica parece muy enfadada.

—Hay formas —respondió Savinne y le guiñó el ojo—. Eres lista, Mali, encontrarás la manera de que colabore.

Lara Volker siguió paseándose por los restos del accidente durante un par de horas, tiempo en el que sus hombres buscaron por absolutamente todos los rincones los cuerpos de los miembros del equipo de Ehrlen. Durante todo aquel rato, Volker presenció alguna que otra situación de pánico y de histeria por parte de los supervivientes, pero tal era su estado de euforia que ni tan siquiera se molestó en intervenir. Con verlo desde la distancia le bastaba para disfrutar. Aquellos hombres habían intentado ser más listos que ella, la habían traicionado tratando de escapar del planeta antes de ver la ceremonia inaugural del circo y eso era algo que no podía perdonar. Por suerte, al final todos irían al espectáculo. Volker los reuniría a todos bajo su carpa, tanto vivos como muertos, y juntos disfrutarían no solo de su renacer, sino también del resurgir de una nueva era para la realidad humana. Y es que, si ya había sido temida en vida, no sabían los humanos lo que les esperaría estando ya muerta.

—Nos lo vamos a pasar muy, muy bien...




—Hemos acabado, Mali —informó Genevra unas horas después, con la caída del atardecer ya tiñendo de rojo el cielo. Con una hoja sucia repleta de nombres y una pluma en la mano, la domadora del circo de los "Cinco Soles" hacía rato que se paseaba por las ruinas, tachando nombres—. Los chicos están trasladando a todos a las carpas. Ha habido bastante suerte, ha habido doce supervivientes. Kare de momento aguanta, pero tengo la sensación de que morirá.

—Maldito crío —murmuró Lara con disgusto—. En fin, no podía ser todo tan fácil. ¿Cuantas bajas ha habido?

La domadora, una joven de treinta años de sonrisa intrigante, hizo un rápido recuento.

—Cuatro. El chico piloto de cazas, Alex Steiner, un tipo gordo con gafas, Patrick Baltier creo que se llamaba, el capitán de la "Neptuno", Jöram Abbadie, y la mujer a la que tú misma disparaste, esa arqueóloga.

—Silvanna creo que se llamaba —recordó Lara—. No me gusta la gente que intenta escapar, ya lo sabes. Siempre uso el primer cañón que tengo a mano para detenerlos.

Los ojos verdes de la domadora Genevra Arfial se encendieron de pura diversión. Mali Mason era una mujer de carácter explosivo cuyas acciones seguían sorprendiéndola décadas después. No obstante, su manía persecutoria con los cobardes no era una novedad. Mali los odiaba. Tenía cierta obsesión con ellos, y si bien durante los primeros años se había limitado a castigarlos con azotes, como si de niños se tratase, en los últimos tiempos había optado por encañonarlos, una técnica que, aunque no quería probar en carnes propias, solía hacerla reír a carcajadas.

—Lógico, haces bien, jefa —la secundó Genevra—. Como te decía, doce vivos y cuatro muertos... sabes lo que significa, ¿verdad? No salen los números.

—No salen los números, cierto.

—Y mucho menos que te van a salir cuando sepas que, entre los supervivientes se encuentra la señorita Alysson... ¡Alysson! —Soltó una carcajada—. ¿Te lo puedes creer? Y yo que creía que se la habían comido mis lobos... ¡ver para creer!

Un brillo enloquecido se apoderó de los ojos de Lara. La mujer fijó la mirada en la domadora, plenamente consciente de lo que aquello significaba y abrió la boca. Inmediatamente después, como si de una tormenta eléctrica se tratase, la ciudad se llenó de las estruendosas carcajadas de las mujeres.

—La quiero en el palco presidencial, con Argento —aseguró Volker, relamiéndose los labios—. Va a ser fascinante, Genevra: la mejor función de todos los tiempos.

—Las pondremos juntas para que disfruten. No obstante, aunque en general los números son positivos, hay algo que me preocupa, Mali.

—¿Ah, sí?

—Así es. He hecho el recuento personalmente basándome en esa lista oficial que me diste y me faltan dos personas. Las hemos estado buscando por todas partes, pero una de dos, o se han desintegrado con el impacto, cosa que dudo enormemente teniendo en cuenta las medidas de seguridad de la nave gracias a las cuales, por cierto, hay tantos supervivientes, o se han escapado. También cabe la posibilidad de que no hubiesen subido, pero tengo la sensación de que sencillamente han sido más rápidos que nosotros.

—Eso no me gusta —respondió Volker con el ceño fruncido—. ¿Quiénes son?

—Tracy Steiner y Jonathan Méndez, ambos pilotos. He enviado ya a mis mascotas para que los encuentren. Si siguen en la ciudad, darán con ellos. Por lo demás, todo está bajo control.

A pesar de aquel pequeño inconveniente, Lara se dio por satisfecha. En el fondo, las cosas no estaban saliendo tan mal como había temido. Con Bullock, Mysen y Waas muertos y Argento y Ehrlen controlados, las probabilidades de fracaso se reducían enormemente. Ahora solo quedaba convencer a Erika para que les ayudase a salir del planeta. Aquello no sería fácil, pues por lo que había podido descubrir de aquella chica ya no le quedaba nada que perder tras la muerte de Jack, pero Savinne tenía razón: había formas. Además, ahora aquello era lo de menos. Ahora que al fin dominaban el planeta, había llegado el momento de quitarse las máscaras y disfrutar del gran espectáculo que Mali Mason había preparado. Un espectáculo que, sin lugar a dudas, no defraudaría a nadie.

Se despidió de la ciudad con una reverencia teatral.

—Buen trabajo, Cáspia. No podría haber elegido un escenario mejor para volver.

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