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Capítulo 25

Capítulo 25




La cuenta atrás estaba llegando a su final. De pie tras el mostrador del recibidor, con su arma a mano y la mirada siempre fija en la entrada, Kara contaba los minutos que quedaban para abandonar el planeta. Según su crono, habían pasado ya cuatro horas de las cinco que había dado el capitán, por lo que aquellos eran los últimos coletazos de su estancia en Eleonora.

Aunque intentaba no hacerlo, no podía evitar volver la vista atrás y recordar los primeros días en el planeta. En ningún momento había llegado a sentirse cómoda ni segura en aquel lugar. Eleonora era un destino que, incluso sin saber lo que ocultaba en su interior, no había logrado conquistarlos. Quizás un poco a Park, pues allá donde hubiese ruinas de antiguas civilizaciones él era feliz, pero para el resto se había presentado como un lugar hostil en el que el entorno no les iba a poner las cosas fáciles.

—¿A quién crees que pondrán?

—¿Cómo dices?

—No me estabas escuchando, ¿eh?

Víctor Rubio sonrió sombrío. Hacía diez minutos que había llegado a la recepción tras escoltar a Erland y al resto hasta la "Medianoche". Sus compañeros se habían quedado en la nave, ordenando el equipo que habían trasladado, pero no tardarían demasiado en volver. Aún quedaban cosas por mover, y aunque no eran demasiado voluminosas, necesitarían la ayuda de unos cuantos tripulantes más. Por suerte, aún quedaban muchos en plenas facultades con los que se podía contar, así que era cuestión de minutos de que todo estuviese preparado.

Y aunque aún no habían dejado el planeta y tardarían casi un mes en llegar a la base de la "Pirámide", Víctor no podía evitar preguntarse qué sería de él.

—En el puesto de Jack, digo —aclaró el agente—. Tendrán que sustituirlo.

—¿Te dejarán a ti, no? —preguntó Kara, dubitativa.

—No lo creo. No sé exactamente cómo funciona la selección de personal, pero dudo que sea tan fácil. Yo llevo solo tres años en la compañía, no tengo casi experiencia. Imagino que Ehrlen querrá a alguien más veterano.

—Si tú lo haces bien, ¿por qué iban a coger a otro? —La agente negó con la cabeza—. Además, no creo que debas contar con Ehrlen en un futuro, Víctor. Aunque lográsemos sacarlo de aquí, no puede seguir al cargo del equipo. Ha matado a Jack, ¿recuerdas?

—No era él.

Kara le dedicó una fugaz mirada llena de condescendencia. Al ser una de las más novatas de los "Hijos de Isis", la agente aún no entendía la pasión que todos sus compañeros profesaban por Ehrlen. Era un buen tipo, desde luego, justo e inteligente, pero más allá de sus dotes como líder, lo que realmente los había unido tanto era la amistad. Ehrlen había logrado ganarse a todos sus hombres por su lado humano y eso era peligroso. Por mucho que le apreciaran, los hechos eran los que eran, y estos señalaban a Shrader como el asesino de Jack Waas. Y sí, todos podían negarse a creerlo, lo entendía. Incluso a ella le costaba. No obstante, no podían negar la evidencia.

—Víctor...

—Lo conoces.

—Lo conozco, sí, pero eso no quita para que el día de mañana, cuando volvamos a la base y nos pregunten sobre la muerte de Jack, diga la verdad. Y me temo que, nos guste o no, el hombre que apretó el gatillo tiene nombre y apellido.

—Habrá que explicar lo que ha pasado en el planeta, sí... —respondió él, y se cruzó de brazos—. Lo que no sé es cómo lo vamos a hacer. Ni tan siquiera sabría por dónde empezar.

Kara asintió. Ella tampoco sabía ni tan siquiera cómo dar inicio al relato, pero tenía muy claro lo que iba a decir respecto a aquel tema. O al menos lo que le gustaría explicar en caso de que alguien preguntase su opinión, claro, y es que, tal y como había sucedido en la última operación tras la muerte de Vanessa, Kara dudaba que nadie acudiese a ella en busca de información. "Lo que pasa en el destino, queda en el destino" le había dicho una vez el capitán, y no se equivocaba. Las cláusulas de confidencialidad podían llegar a ser un gran aliado si se sabían utilizar como era debido, y aunque a ella le molestaba que así fuese, los "Hijos de Isis" eran auténticos maestros en la materia.

Claro que lo sucedido en Eleonora era demasiado grave como para mantenerlo en secreto. Lo acontecido debía salir a la luz, y si sus compañeros no querían hacerlo, no tendría más remedio que ser ella quién informase a las autoridades. Tantas muertes no podían caer en el olvido sin más, y mucho menos la de Jack.

No lo permitiría.

—Florence Diar lleva bastantes años como agente de seguridad en el "Ojo de Horus" —prosiguió Víctor—. Tiene bastante buena prensa... sabes de quien te hablo, ¿no? La mujer del pelo castaño y los ojos violetas. Su hijo se unió el año pasado a la unidad de Galiana. Estuvo a punto de venir a la nuestra, pero en el último momento Garnet decidió que Ehrlen ya tenía a suficientes novatos a su cargo.

—Me suena... pero yo sigo pensando que deberías quedarte tú el puesto. Es lo que Jack hubiese querido.

—Jack...

Una sobrecogedora sensación de irrealidad se apoderó de Víctor cuando, al desviar la mirada hacia la calle, creyó ver en mitad de la carretera a Jack. La imagen duró tan solo unos segundos, tiempo más que suficiente para que, confuso, el agente se quedase sin palabras. La visión había sido tremendamente vívida.

Cerró los puños con fuerza, tratando de calmarse. Aquello no tenía sentido, y lo sabía.

Volvió a mirar a la figura, temeroso de lo que podría encontrar en ella, pero esta vez descubrió que en realidad no era la de un hombre, sino la figura de una mujer lo que les observaba desde la lejanía.

Desenfundó su pistola.

—Cuidado.

Kara y Víctor se apresuraron a avanzar hasta la puerta de entrada para poder ver con mayor exactitud qué era lo que sucedía en la ciudad. Se detuvieron a lado y lado, cubriéndose con la pared y se asomaron. Lo que vieron logró hacerles palidecer.

Había alguien de pie en plena avenida. Desde la distancia, con la luz de la mañana bañándola, resultaba sorprendente que no se la pudiese identificar, pero así era. Mientras que su rostro era un mero borrón blanco rodeado por una salvaje melena pelirroja, su cuerpo pertenecía al de una mujer que, embutida en un ceñido traje de color dorado, permanecía quieta, mirando hacia la base con fijeza. Kara y Víctor le mantuvieron la mirada durante unos segundos, dubitativos... hasta que de repente la mujer alzó ambos brazos y la ciudad se sumió en la oscuridad total.

Aterrada al verse repentinamente envuelta por sombras, Kara gritó. Escuchó a su lado la voz de Víctor pidiendo calma, pero al no ver ni tan siquiera su silueta en la oscuridad disparó. Su arma destelló tres veces, una por cada proyectil, pero ni tan siquiera así logró traer luz a la sala. Las sombras volvieron a cernirse sobre ellos... pero únicamente durante tres segundos más. Finalizada la cuenta atrás, la luz se apoderó de toda la ciudad, despertando con su llegada una nueva realidad en la que centenares de carteles de color rojo colgados en las fachadas, farolillos de colores, serpentinas y una continua lluvia de confeti adornaban una Cáspia que, surgida de la nada, parecía haber despertado.

La música de flautas y timbales empezó a atronar por toda la ciudad, procedente de absolutamente todos sus rincones.

Víctor lanzó un grito al darse cuenta de que había una tercera persona en la recepción. El agente giró sobre sí mismo, con el arma firmemente sujeta entre manos, y apretó el gatillo. El cañón escupió dos balas, dos proyectiles que deberían haber impactado de pleno en la máscara que cubría el rostro del recién llegado, rompiéndola en mil pedazos. Sin embargo, no pasó nada. Las balas atravesaron la imagen sin causarle daño alguno y se estrellaron en la pared del fondo, evidenciando así que se trataba de un holograma.

El tipo de la máscara soltó una carcajada aguda.

Asustada, Kara retrocedió. La agente hizo ademán también de disparar, pero ante la falta de resultado Rubio alzó la mano, indicándole que no lo hiciera. La cogió del brazo con suavidad y la situó tras él. La pobre temblaba, y no era para menos. El ser era terrorífico.

—¿Quién eres? —preguntó Víctor con cautela—. Dinos lo que quieras y desaparece, ¡no eres bienvenido!

Alto, muy delgado y con el rostro oculto tras una macabra máscara dorada en la que la sonrisa se ensanchaba prácticamente hasta las orejas, el recién llegado vestía con un estrecho mono de cuello alto de rombos blancos y negros. Se trataba de un arlequín. Por las curvas de su cuerpo era de suponer que se tratase de un hombre, pero no podían asegurarlo. Su cabello quedaba oculto dentro de un sombrero de dos picos, los cuales caían sobre sus hombros, haciendo resonar suavemente unos cascabeles. Colgada en el brazo derecho llevaba una cesta llena de sobres rojos y blancos, y en el cinturón, cuya hebilla era un sol negro sonriente, un pergamino enrollado.

Saludó con una reverencia burlona. Depositó la cesta sobre el mostrador y, teatral, sacó y estiró el pergamino, dispuesto a leerlo como si de un pregón se tratase.

—"Se hace saber a los visitantes de lejanas tierras conocidos como los "Hijos de Isis" que el famoso e irrepetible "Circo de los Cinco Soles", conocido en toda la galaxia, vuelve a abrir sus puertas. Es para mí y toda mi compañía, queridos amigos, todo un honor y un placer invitaros a nuestra gran apertura. Si bien es cierto que durante estas últimas semanas hemos tenido poco contacto e incluso ha habido ciertas discusiones entre nosotros, estoy convencida de que este evento nos permitirá acercar posturas. Después de todo, ¿qué hay mejor que el circo para alegrar los corazones tristes? Mi mensajero os dejará las entradas. Como veréis, están numeradas, para que no tengáis problemas para elegir los mejores asientos. Confío en que os lo pasaréis en grande... ¡y no acepto un no por respuesta! La función empezará mañana a media noche y os quiero ver a todos allí, dispuestos a pasarlo en grande. Espero que no me obliguéis a traeros de las orejas... lo he preparado todo para vosotros, amigos. Nos vemos pronto. Con todo el amor de mi corazón, Lara Volker. Por cierto, querida Argento, a ti te he guardado un asiento de honor. Apuesto a que después de la función tendrás tiempo para que podamos charlar un poco...".




—¡Te lo dije! ¡Maldita sea, Tracy, te lo dije! ¿Ves? ¡Sabía que esa carpa era la de un circo! ¡Lo sabía!

Aún en shock tras haber visto y escuchado el mensaje del arlequín a través del reflejo de la ventana de la sala donde su hermano y ella llevaban un rato discutiendo, Tracy Steiner necesitó unos segundos más para poder responder.

Brujería. Aquello era brujería, era evidente. Hasta entonces se había resistido a aceptarlo, pero tras los últimos acontecimientos ya no había nada qué discutir. Cáspia estaba maldito, y les gustase o no, hasta que no escapasen de ella, estarían en peligro de caer en su hechizo.

Se llevó la mano al rostro para secarse las lágrimas.

—Pero no podemos dejar a Ehrlen... —dijo en apenas un susurro—. No podemos, Alex. Ya lo has oído, están totalmente locos.

Alex extendió el brazo sobre la mesa hasta apoyar la mano sobre el codo que aún tenía en cabestrillo. La herida del hombro mejoraba con demasiada lentitud como para no preocuparse.

—Tracy, sabes cuánto lo quiero, es alguien muy importante para mí, pero ahora mismo tengo otras cosas en mente. Necesitas asistencia médica de verdad y la de Silvanna no cuenta, ya lo sabes.

—Esto no es nada, Alex. ¡Lo del brazo es lo de menos!

—Quizás lo tuyo sí, ¿pero y qué pasa con las heridas de Sarah? ¿Y las de esa tal Alysson? Por no hablar de las de Mysen, claro. Ese tipo podría morir, hermana.

—Ya, pero...

—No hay peros. ¿Crees que Ehrlen lo permitiría? Seamos realistas, Tracy. Esto se nos ha ido por completo de las manos. Tenemos que volver y ahora está más claro que nunca. Tenemos que darnos prisa, dudo mucho que esa gente vaya a dejarnos abandonar el planeta fácilmente...




Helmuth, Patrick y Cailin estaban desconectando los ordenadores cuando la voz del arlequín empezó a sonar desde todas las ventanas y las superficies reflectantes del salón. Sorprendidos, dejaron lo que estaban haciendo para escuchar el mensaje.

—¿Pero que mierda es esto? —exclamó Cailin con perplejidad—. ¿Es una maldita broma?

Leo Park, que en aquel momento se encontraba también en la sala junto a Brianna guardando en cajas los archivos y las muestras obtenidas del planeta, se acercó a su compañera para escuchar la retransmisión. Después de lo que había visto en los últimos días había querido pensar que ya nada le sorprendería, pero en contra de lo que cabría esperar, sí que lo hizo. De hecho, tal fue la sorpresa y el sobresalto al ver la máscara del arlequín que empezó a temblar, asustado. Cailin, sin embargo, estaba tan furiosa que el miedo no tenía cabida en ella. Al contrario. Cuanto más descubría y veía de aquel planeta, más lo odiaba.

Leo y Cailin escucharon el mensaje con atención, en silencio. Una vez finalizado, miraron de reojo al resto de sus compañeros. Ellos fingieron no haber oído nada y siguieron con sus quehaceres, acelerando el paso. Si antes habían querido abandonar el planeta, ahora su interés estaba redoblado. Ellos, sin embargo, tenían otro punto de vista. Los dos agentes se miraron con complicidad y, sin que nadie se diese cuenta de ello salvo Brianna, cuyos ojos ya eran demasiado expertos como para pasar por alto aquel tipo de miradas, asintieron con la cabeza.

En momentos como aquel, las palabras eran innecesarias.




—Estos tíos están como una maldita cabra —exclamó Neiria con desprecio tras ver al arlequín despedirse con una floritura—. ¿De veras Volker cree que vamos a ir a su mierda de espectáculo? Está para que la encierren.

—Espero que así hagan cuando venga la nave de salvamento —le respondió Jöram—. Si es que para entonces siguen con vida, claro.

Neiria se encogió de hombros, restándole importancia al comentario de su marido, y se agachó para afianzar el cierre. Mientras que no muy lejos de allí, en la cabina de pilotaje, Erland se encargaba de supervisar el estado de la "Medianoche" con Canela en las rodillas, Jonah se encontraba en el almacén, ordenando todo el material para dejar espacio al "Gusano". Will también estaba en la azotea del edificio, aunque en su caso ni tan siquiera se encontraba en el interior de la nave. Cumpliendo con las órdenes del capitán, el agente estaba apostado junto a la rampa de ascenso de la "Medianoche", vigilando.

—Si han aguantado todos estos meses, ¿por que no iban a aguantar un poco más? —preguntó Neiria con fingida inocencia—. Yo me preocuparía más por la pobre gente que va a venir a rescatarlos que por esa gentuza, cariño. Desde luego, si fuese yo, ni preguntaría.

Jöram puso los ojos en blanco ante la barbaridad que acababa de escuchar. A veces le costaba no hacer caso a los comentarios que decían que aquella mujer no tenía corazón.

—Se supone que van a rescatarlos, no matarlos, Nei.

—Dudo mucho que quede nada por salvar —respondió ella con sencillez—. Esa gente tiene la mente totalmente destrozada. Ya lo dicen las leyendas, los planetas habitados por las Brujas Blancas son letales para el ser humano.

—Podrías haberlo dicho antes —se quejó Erland desde la cabina—. Nos habríamos ahorrado bastante.

—No sabía que eran ellas hasta que no bajamos al Tauco —aseguró—. Pero no nos engañemos, compañeros, ese chico no me habría hecho ni caso aunque se lo hubiese dicho. Shrader no escuchaba. Tenía muchas cosas buenas, pero...

—¡No hables de él como si estuviese muerto! —interrumpió Jöram alzando el tono de voz—. ¡Maldita sea, Nei! ¡Córtate!

Furioso, Jöram acabó de anclar al suelo el tanque de cristal en cuyo interior se encontraba crionizado el cuerpo de Jack. Se quitó los guantes de un tirón, incapaz de ocultar su mal humor, y se encaminó al almacén para echar una mano a Jonah Méndez. Aunque quería a su mujer, lograba sacarle de quicio la frialdad con la que se tomaba absolutamente todo.

Sorprendida, Neiria le siguió con la mirada. A continuación, incapaz de reprimir una media sonrisa nerviosa, inquieta ante su reacción, se encaminó a la cabina.

—Ni que fuera nuevo —dijo, y se dejó caer en el asiento de copiloto. A su lado, Erland le dedicó una breve sonrisa conciliadora. Canela, en cambio, le bufó—. ¿Qué pasa? ¿Estáis todos en mi contra o qué?

—Para nada, querida.

—¿Entonces? ¿Me he pasado?

Erland dejó por un momento el teclado del sistema de navegación para dedicarle unos segundos. No iban bien de tiempo, pero para ella siempre tenía un hueco. Neiria era una de sus grandes debilidades y en momentos como aquel en el que le miraba con ojos tristes, era incapaz de resistirse.

—Shrader es buen chico, Nei —dijo en tono conciliador—. Estás siendo demasiado dura.

—Por supuesto que era un buen chico. ¿Acaso he dicho lo contrario?

—No, pero nadie quiere darlo por muerto.

Sorprendida ante su respuesta, la mujer dejó escapar un sonoro suspiro con el que logró, por segunda vez, que Canela le bufara.

—Llevas quince años más que yo en la compañía, Erland. No me hagas reír. —Se cruzó de brazos, a la defensiva—. Quizás parezca cruel, pero...

—Te daré un consejo, amiga. Si todos sabemos la verdad pero nadie quiere escucharla, no la menciones. Lo único que lograrás haciéndolo es ganarte enemigos, y créeme, ya tienes suficientes.

Molesta, apartó la mirada. Más allá del cristal podía ver la ciudad engalanada para dar la bienvenida al gran circo de Lara Volker. Los carteles, las pancartas, los farolillos... el poder de las Brujas Blancas aún debía ser muy grande en la ciudad para que aquella mujer hubiese sido capaz de crear de la nada aquel espectáculo.

Se preguntó cómo lo habría hecho para dominar sus artes. Seis meses eran mucho tiempo, desde luego, pero no el suficiente para lograrlo. ¿Sería posible que, en realidad, no se hubiesen extinguido del todo? El que aún quedase algún ejemplar con vida capaz de enseñarle el dominio de la magia podría haber dado sentido a aquel gran misterio. Era una lástima que no fueran a quedarse para ver el desenlace estando tan cerca.

Desvió la mirada hacia Erland. Totalmente concentrado en los cientos de botones que conformaban la consola de control de la nave, el tiempo parecía no haber pasado para él. Mirándole, Neiria no podía evitar recordar las centenares de ocasiones en las que le había visto hacer aquel mismo ejercicio a lo largo de los veinte años que llevaban juntos. Como de costumbre, él se dejaba llevar por el hechizo de la "Medianoche" mientras ella, tras haber aparcado la "Neptuno" en el hangar, aguardaba pacientemente a que decidiese iniciar el proceso de despegue.

—¿Arranca o no arranca?

La mera pregunta logró hacerle sonreír.

—Por supuesto que arranca, todos los sistemas están bien.

—¿No han intentado dañarlos?

—En absoluto.

Sorprendida, Neiria lanzó un rápido vistazo al panel de control. Aunque confiaba en la palabra de Erland, prefería comprobar por sí misma que todo estaba bien.

—Qué raro... —reflexionó—. Recuerdas lo que le pasó a la nave de salvamento que envió "Veritas", ¿verdad?

Erland la miró de reojo.

—¿Qué insinúas?

—Bueno, ya has oído a esa loca: no nos va a dejar irnos sin ver su teatrillo. Teniendo en cuenta que no han tocado la "Medianoche", no me extrañaría que tuviesen el arma con el que derribaron la otra nave preparada.

—Oh, vamos, ¿en serio?

Antes de dejarla responder, Erland le plantó a Canela sobre las piernas y se levantó para sacar el comunicador de su bolsillo. Inmediatamente después, bajo la atenta mirada de la piloto, contactó con Rubio.

Tuviese razón o no, Erland prefería no correr el riesgo de descubrirlo.

—Ponlo todo en marcha, ni una hora ni media: nos vamos ahora mismo.




—Cielos, ¿habéis visto eso?

Sarah aún tenía las manos en la cabeza y la mirada fija en la ventana cuando Erika rompió el silencio reinante. Alysson estaba boquiabierta, noqueada después de lo que acababa de presenciar, y Silvanna... ella sencillamente había levantado una ceja.

Mysen, por suerte, estaba dormido.

Argento tardó unos segundos en reaccionar. El mensaje había sido breve pero lo suficientemente claro como para que le temblasen las piernas. Tal y como Volker había asegurado en el mensaje que le había dejado en la ciudad de las "Asces", quería verla cara a cara, y ahí estaba la invitación. Tragó saliva. Sarah no era una cobarde, nunca lo había sido ni probablemente nunca lo sería, pero aquella impresionante demostración de poder había logrado intimidarla.

Mali Mason iba a por todas.

—Qué interesante —respondió Silvanna unos segundos después, retomando sus quehaceres. Con la ayuda de Erika, la agente estaba recogiendo todo el material médico que había disperso por la sala de curas—. Había oído hablar de este sistema de reproducción, pero no sabía que se hubiese instalado en Eleonora. ¿Te acuerdas en Millas, Erika? Allí lo querían poner en la prisión.

—Dudo mucho que esto sea cosa de tecnología, Silvanna —murmuró Sarah con el corazón aún encogido—. Eso es...

—¿Brujería? —La arqueóloga dejó escapar una risa sarcástica—. ¿De qué aldea perdida sales tú, Argento? —La mujer atravesó la sala hasta alcanzar la ventana, donde apoyó la mano en el vidrio—. Debe llevar un sistema de reproducción acoplado, nada más. Hay empresas que los utilizan para transmitir mensajes a sus trabajadores de forma más directa. Imagino que Magna Maccon es una de esas.

—¿Habláis en serio? ¿Lo que más os importa es cómo han enviado el mensaje? —intervino Alysson con el rostro aún descompuesto—. ¿De veras? ¿Y qué pasa con la ciudad? ¿Es que no veis todo lo que han hecho? Esos carteles, esas luces...

—Lo tenían preparado —simplificó Silvanna, restándole importancia—. Volker y los suyos llevan muchos meses en Cáspia, imaginad la cantidad de tiempo que han tenido para montar todo este tinglado.

Erika, Alysson y Sarah se miraron entre ellas. Aunque podían llegar a entender que Silvanna prefiriese negar lo evidente a creer lo que estaba sucediendo, ellas no eran estúpidas. Quizás no todo fuese cosa de brujería, era cierto, pero era innegable que la mayor parte de aquellos sucesos no eran normales. Pero incluso así, no era lo ocurrido lo que más les preocupaba. Volker les había advertido con palabras veladas que no podían irse del planeta, que mañana quería verlos en su espectáculo, y eso era un problema.

Sarah se incorporó en la camilla. Aún seguía maniatada al cabecero, por lo que apenas podía ver lo que había pasado en la ciudad. Por suerte, la expresión de Alysson era más que suficiente para hacerse una idea.

—¿A qué se debe esa simpatía tan especial que te tiene Volker? —preguntó Erika, acercándose a la camilla donde se encontraba Argento para liberarla—. ¿Qué le has hecho?

—Imagino que estará cabreada por lo que pasó cuando fui a ayudar a Alysson y el resto —respondió ella con sencillez—. Maté a alguno de los suyos.

—¿Muchos?

—Unos cuantos.

—Vaya. Espera, no te muevas, voy a soltarte.

Silvanna la miró de soslayo a modo de advertencia. El capitán había sido muy claro al respecto. Después de su intento de fuga un par de horas antes, no era partidaria de que la soltase. Incluso herida y desarmada, Argento era peligrosa. Sin embargo, Erika decidió liberarla. Tan solo quedaba una hora para abandonar el planeta, por lo que no tendría tiempo para nada. Además, ¿qué importaba si lo hacía? ¿Acaso no era lo que, en el fondo, todos estaban deseando?

Le llevó tan solo unos segundos abrir los grilletes. Ya libre, Sarah se frotó la muñeca y se puso en pie. Aún cojeaba bastante, pero quería ver la ciudad.

Lanzó un silbido al asomarse por la ventana.

—Han montado una buena —dijo con sorpresa—. Nunca imaginé que fuesen a tomarse tantas molestias por nosotros. Alysson, ¿crees que nos dejarán escapar sin más?

—¿Sinceramente?

Todas las miradas se centraron en ella.

—No —respondió con sencillez, y se puso en pie también. Acudió junto a ella a la ventana—. Puede que si nos damos prisa lo consigamos, pero vaya, no creo que haya decidido mostrar tan abiertamente su poder sin una razón. Todo esto es una advertencia. Quiere jugar con nosotros, y hasta que no logre acabar con todos, no parará.

—¿Quiere matarnos? —preguntó Erika con sorpresa—. ¿Por qué? No le hemos hecho nada.

—¿Y acaso nosotros sí? —Alysson negó con la cabeza—. Este planeta la ha hecho enloquecer. No sé si quiere mataros o quizás simplemente convertiros en su nueva diversión, pero sea como sea, os recomiendo que no os quedéis para comprobarlo. Yo, desde luego, no pienso hacerlo. Y si esa nave no arranca, no me importa: me largaré a la otra punta del planeta si es necesario, pero no pienso volver a acercarme a esa mujer nunca más. Puede que en otros tiempos fuese una buena persona, pero ahora ya no lo es. Lara Volker ya no existe.

—Pues si lo que quieres es irte... —interrumpió Silvanna—. Déjate de cháchara y empieza a recoger. Cuanto más tardemos...

La puerta se abrió en aquel preciso momento, dejando a Silvanna con la palabra en la boca. Víctor irrumpió en la sala con el rostro aún sonrojado del esfuerzo de haber subido las escaleras prácticamente a la carrera. Se adentró unos pasos. Una vez dentro, apoyó las manos sobre las rodillas, flexionando la espalda, y cogió una buena bocanada de aire.

—Dejad las cosas tal y como estén, nos vamos ya. Sin peros y sin preguntas: son órdenes del capitán.




—¿Cuál te gusta más? ¿El dorado o el rojo? Normalmente llevo un traje, pero para esta ocasión quiero algo especial. Algo que me permita darme un baño en condiciones, ya sabes. ¿Qué me dices?

Ehrlen, que en aquel entonces estaba de pie contemplando la inquietante pintura de un palacio en llamas hecha con carbón y sangre, desvió la mirada hacia el interior de la sombría sala. En su interior, con dos perchas, una en cada mano, Beatrix le miraba con los ojos encendidos, llenos de pasión.

Ehrlen dedicó unos segundos a cada una de las prendas, bañadores a simple vista, y se decidió por el rojo. El dorado era excesivo. Además, nunca le habían gustado las lentejuelas.

—Ése —dijo, señalando el elegido con el mentón, y volvió a desviar la mirada hacia el cuadro—. Aunque no creo que te proteja de demasiado, la verdad.

—Es para llevarlo debajo del uniforme, bombón.

—Ah, pues como veas.

Eligió el dorado. Aunque a Ehrlen no le gustaba, ella quería brillar la noche del gran espectáculo. Además, sobre el rojo la sangre no destacaría...

Seleccionado el bañador, la mujer sacó del interior del arcón un sombrero de copa y su casaca negra con rebordes dorados. Hacía mucho tiempo que no se la ponía. Tanto que no pudo evitar que la melancolía se apoderase de ella. Se la acercó al rostro e inspiró el aroma de su antiguo yo. Años atrás, Mali Mason había lucido aquella prenda prácticamente a diario como maestra de ceremonia. Con ella se sentía poderosa, única, y ahora más que nunca deseaba poder volver a sentirlo.

Se recogió la melena pelirroja en un moño para poder ponerse la ajustada levita. Con aquellos hombros tan anchos el tejido se pegaba demasiado a la piel, pero era aceptable. Al menos le cabía. Era una lástima que no pudiese cerrársela. Aquel cuerpo, aunque cómodo, no era ni mucho menos tan excepcional como había sido el suyo.

—En fin, habrá que acostumbrarse —se dijo a sí misma mientras se miraba en el espejo. La mujer se plantó el sombrero de copa sobre la cabeza y se giró hacia Ehrlen. Estiró los brazos—. ¿Qué te parece? ¿Me queda bien?

Ehrlen la miró desde la distancia. Le dolía la cabeza de llevar tantas horas encerrado en un lugar tan sombrío. Beatrix insistía en que era necesario que no saliese de aquel sótano, que era peligroso, pero él empezaba a necesitar un poco de aire puro.

Se acercó unos pasos para poder verla de cerca. Había algo extraño en ella, y no era solo la ropa. La joven soldado se comportaba de forma extraña. Nunca había sido una chica normal y corriente, pero incluso así siempre había habido algo en su mirada que le había dado seguridad. Ahora, sin embargo, no era capaz de interpretar sus ojos.

Era diferente.

Pero incluso así, seguía logrando hacerle perder la noción de la realidad con una simple sonrisa. Una sonrisa que, como la que en aquel entonces le dedicó, logró desarmarlo.

—Estás preciosa —aseguró, hechizado, y le rodeó la cintura con delicadeza.

—Gracias, bombón —respondió ella, y aprovechó la cercanía para robarle un rápido beso—. ¿Has decidido qué te vas a poner?

Deshaciéndose de sus brazos con una graciosa cabriola, la joven soldado acudió al fondo de la sala, donde había otro arcón. Se arrodilló frente a él y sacó de su interior una casaca de domador de color rojo y solapas negras.

Se la tiró para que la cogiese al aire.

—¿Qué te parece? Tengo otro modelo más, aunque no creo que el verde y el azul vaya contigo. Tú eres más de colores intensos, como yo.

Ehrlen comprobó la prenda que acababa de pasarle con cierta confusión. De una de las solapas colgaba un cordón dorado demasiado brillante como para que no fuese detectado por algún francotirador. Aquello era peligroso.

La miró con confusión. Beatrix se estaba quitando la ropa, dispuesta a probarse el bañador, y nuevamente había algo extraño en ella. Era demasiado alta... demasiado ancha de espaldas. Además, aquella melena...

Volvió a mirar el cordón. Tendrían que oscurecerlo con algo para no llamar la atención.

—¿Te convence? —insistió—. Pruébatelo.

No le convencía, y mucho menos puesta, pero cuando ella volvió a acercarse para ajustarle bien la chaqueta, sonrió encantado. Beatrix le llevó hacia el interior de la sala, ahora vestida únicamente con el llamativo bañador dorado, y se miraron en el espejo. Ambos tenían un aspecto francamente absurdo con aquellos colores y aquellas prendas propias de circo, y así se lo hizo saber Ehrlen soltando una carcajada burlona.

—¿Hablas en serio? —le dijo, y negó con la cabeza—. Parecemos bufones.

—¿Bufones? —ofendida, la soldado le cruzó la cara de un fuerte manotazo con el que logró que Ehrlen retrocediese unos pasos, aturdido—. ¿Me llamas bufón a mí, cretino?

Una segunda bofetada lo hizo caer al suelo. Ehrlen parpadeó, confuso, y vio con amargura como Beatrix acompañaba de dos patadas en el costado a los golpes. La mujer se acuclilló a su lado, lo cogió de las solapas de la chaqueta y, con los ojos encendidos, acercó su rostro al de él.

—Creo que no te he oído antes, bombón. ¿Qué dices que parezco?

Ehrlen la miró con fijeza. No reconocía aquellos ojos... ni tampoco aquel rostro, y mucho menos aquella cabellera pelirroja... y sin embargo era Beatrix, sí. ¿Quién sino? Alzó la mano con delicadeza, incapaz de apartar la mirada de aquellos ojos endiabladamente peligrosos, y le acarició la mejilla.

—Una princesa —dijo con cariño, y sonrió—. Un ángel.

Satisfecha, Beatrix le dio un rápido beso en los labios y se incorporó, ansiosa por volver a mirarse al espejo. El pelo no la convencía, y no era para menos. ¿A quién demonios le podría gustar el color rojo para la cabeza? No tenía ningún sentido. La mujer se agachó de nuevo frente al arcón y sacó de su interior unas tijeras que no dudó en llevarse a la cabeza. Se sujetó la larga cabellera, acercó la cuchilla y, sin remordimiento alguno, la cortó de raíz.

Tiró el restante al suelo.

—Qué asco —se quejó—. Creo que tendré que ponerme una peluca. Si mal no recuerdo, tengo alguna por aquí... yo antes tenía el pelo negro, ¿sabes? Negro como el azabache... como esa Argento. Creo que cuando la mate me quedaré con su melena, ¿qué te parece?

Aún en el suelo, Ehrlen la escuchó en silencio, sin entender. Estaba tan impactado por el repentino corte de pelo que se había quedado sin palabras.

Beatrix rebuscó en el arcón hasta localizar una peluca azul. La soldado se miró en el espejo, cortó unos cuantos mechones más, logrando así disminuir el volumen de la melena pelirroja casi al mínimo, y se plantó la nueva cabellera sintética en la cabeza.

El reflejo del espejo le sonrió con picardía.

—No está mal —se dijo a sí misma, y se colocó el sombrero de copa—. Pero prefiero el pelo negro. En fin, habrá que esperar. ¿Me harás el favor de sujetarla mientras le arranco la cabellera, bombón? Espero que no le tengas demasiado cariño. A Argento, digo. Si el resto se porta bien, les daré una segunda oportunidad... pero porque son tus amigos, ¿eh? Para que veas que tengo buen corazón.

—No esperaba menos de ti.

—¿Crees que Kare aceptará? Con un piloto más tengo suficiente para que nuestra nave alce el vuelo. La "Medianoche" para ellos. Total, sin combustible no va a servir de nada... —Beatrix le guiñó el ojo—. ¿Qué te voy a decir que no sepas ya, cariño? Tengo ganas de que volvamos a la civilización. Nos lo vamos a pasar muy bien, ya verás.

—No quiero dejar la ciudad —respondió él, decepcionado—. Ferenhall es mi hogar... me pertenece por justicia. ¡Mi madre era la gobernadora!

—No quieres dejar la ciudad... —repitió Beatrix, y lanzó un suspiro—. Pero mi querido bombón, si tú no vienes conmigo tendré que buscar dos pilotos y eso no va a ser fácil. Ese tal Van Der Heyden parece cerrado en banda.

—¡Me da igual! Esa es mi decisión, y te guste o no...

—Jefa, mensaje enviado —intervino una tercera voz.

Procedente del pasadizo donde anteriormente Ehrlen había estado contemplando el cuadro apareció un joven arquitecto de larga cabellera negra vestido con un traje a rombos. Llevaba una máscara en la mano. El hombre pasó junto a Ehrlen e hincó la rodilla frente a Beatrix para saludarla con una inclinación de cabeza.

Ella le tendió la mano para que le besara el dorso.

—¿Les ha gustado?

—¡Les ha apasionado! —exclamó. El hombre se puso en pie, tomó sus manos y la hizo girar sobre sí misma en un elegante paso de baile—. Si hubieses visto sus caras... ¡no tenían desperdicio!

—Genial —respondió ella y se frotó las manos, satisfecha—. Vendrán, lo sé.

—Lo harán... ¡lo que no sé si lo harán vivos o muertos! —El arquitecto soltó una carcajada aguda—. Tenemos preparado el cañón por si acaso.

—No se van a atrever.

—Yo no estaría tan segura, jefa. Vi terror en de algunos de ellos.

Los ojos de Beatrix se ensombrecieron.

—Cobardes... ¿está preparada la antorcha?

—¡Por supuesto!

—¿Todos están en sus puestos?

—¡Todos!

La joven soldado asintió, satisfecha. Recogió su casaca del suelo, se calzó unas botas altas de tacón y, ya uniformada con el traje que daría inicio a la gran función, le tendió la mano a un Ehrlen que, embelesado, la miraba con los ojos muy abiertos.

—Vamos bombón, no quiero que te pierdas la diversión.

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