Capítulo 23
Capítulo 23
—Está muerta.
—Pues claro que está muerta, ¿qué esperabas?
Arrodillado frente al maltrecho cuerpo de Janet Felia, Leo Park no pudo evitar que la desesperación se apoderase de él. Tras golpearla en la cabeza hasta la muerte con la culata de su pistola, Janick Ballow había arrastrado a su víctima a lo largo de varias manzanas, escoltado por su jauría de bestias etéreas. El enloquecido trabajador de "Veritas" no había querido confesar el motivo de tal atroz acto, ni tampoco a dónde pretendía llevarla, pero por la dirección que había tomado todos sospechaban su destino.
La situación lo estaba sacando de quicio. Leo había vivido situaciones límite a lo largo de aquellos años, pero ninguna de ellas había llegado a atemorizarlo de aquel modo. Eleonora se había convertido en el peor escenario imaginado.
—Deberíamos llevarla a la base —recomendó Alex Steiner a cierta distancia, con su arma aún encañonando la cabeza de un Janick Ballow al que Jöram Abbadie tenía inmovilizado contra su cuerpo—. No podemos dejarla aquí.
—Tienes razón —admitió Jonah Méndez, acuclillado junto al cuerpo de Janet, al lado de Park—. No podemos dejarla aquí, pero tampoco podemos pasar por alto el rastro. Dudo mucho que esta mujer estuviese sola.
Los cuatro hombres lanzaron una fugaz mirada a las manchas de sangre que el cuerpo había dejado por la acera. A aquellas alturas el flujo había disminuido notablemente, pero había suficientes marcas como para poder rehacer el camino hasta el lugar donde la anciana había sido asesinada.
—Yo me encargo —se ofreció Park—. Inspeccionaré la zona. Con esos monstruos muertos... —El arqueólogo miró de reojo los cadáveres de los lobos—. El camino está libre.
—¿El camino libre? —Jöram dejó escapar una carcajada ácida—. ¿Es que acaso no te has enterado aún de que toda esta maldita ciudad es un infierno, Park? Dejarte ir solo es sentenciarte a una muerte casi segura.
—Yo puedo acompañarte —se ofreció Alex—. Iremos juntos.
—¿Y acaso crees que cambiarían mucho las cosas? —El capitán de la "Neptuno" negó con la cabeza—. No estáis preparados. Ni vosotros ni ninguno de nosotros. Esto se nos escapa de las manos.
—¿Entonces qué propones? —preguntó Jonah—. No parece nublado, pero el tiempo en este lugar es muy cambiante. Si empezase una tormenta, la lluvia podría borrar la sangre.
—Vayamos los cuatro —propuso Jöram—. Vayamos hasta donde sea que este bastardo mató a esa mujer y después volvamos a la base. No va a irnos de unas cuantas horas.
—¿Y qué pasa con él?
Todas las miradas se fijaron en Janick Ballow. A pesar de haber recibido un disparo en el hombro y varios puñetazos, el asesino seguía muy fresco, como si no sintiese los golpes. Tampoco parecía preocupado, ni arrepentido. Sencillamente estaba feliz, eufórico, y muestra de ello era que no dejaba de carcajearse y sonreír hasta tal punto que rozaba incluso la locura.
No les estaba poniendo las cosas fáciles.
—Vendrá con nosotros, por supuesto —dijo Jonah mientras acudía a su encuentro—. En Eleonora no hay normas, es evidente, así que actuemos en consecuencia.
Méndez se arremangó las mangas de la chaqueta hasta los codos. A continuación, ya cara a cara con Janick, estrelló con todas sus fuerzas el puño derecho contra su cara, logrando callar momentáneamente su carcajada. Sorprendido ante el golpe, el hombre parpadeó un par de veces, pero no tardó en recuperar el buen humor. Janick volvió a sonreír... y Jonah le respondió asestando un segundo puñetazo. Y un tercero, un cuarto, un quinto, un sexto...
Y probablemente habría seguido hasta matarlo de no ser porque, alcanzado el duodécimo, Jöram decidió detener la paliza apartando de su alcance al asesino.
—¿Se te han aclarado ya las ideas o le dejo que siga? —preguntó Jöram con frialdad a Janick—. ¿Dónde está Shrader?
—¿Shrader? —respondió él, con los labios empapados en sangre, y dibujó una amplia sonrisa roja—. No sé de quién me habláis. ¿Shrader? ¿Quién es Shrader?
—No te pases de listo, amigo, o dejaré que te mate —insistió Jöram—. Sabes perfectamente quien es Shrader.
—¿De veras?
—¿Y qué pasa con Sarah? —intervino Leo—. A ella sí que la conoces. ¿Dónde está? ¿La has visto?
—¿Sarah?
Janick desvió la mirada hacia Park, con curiosidad. Por el modo en el que lo miraba era evidente que el nombre le resultaba familiar, aunque era probable que no supiese el motivo. Aquel tipo había perdido la cabeza.
—Sí, Sarah —insistió Park—. La chica del pelo negro y piel blanca. ¡La conoces! El primer día que llegamos la acompañaste en su ronda nocturna por la ciudad... vamos, ¡dime que la has visto!
El hombre le mantuvo la mirada unos cuantos segundos más, interesado. Ladeó ligeramente el rostro, separó los labios... y aunque por un instante pareció que estaba a punto de decir algo, se limitó a lanzar una carcajada. Frustrado, Park tuvo que hacer un auténtico esfuerzo de autocontrol para no desenfundar la pistola y borrarle la sonrisa de un disparo.
—Está loco —sentenció Alex con tristeza—. No te esfuerces, Leo, no vale la pena. Aunque lo supiera, no te diría nada.
—Es posible —admitió el arqueólogo, y se alejó unos pasos, sombrío—. Tengo la sensación de que ya no hay nada ni nadie a quién poder salvar en este planeta.
—Puede que tengas razón —concedió Jonah—. Pero hasta que no despeguemos, no dejaremos de buscar. Ayudadme a atar a este cerdo y meterlo en el "Gusano", aún nos queda mucho por hacer antes de volver a la base.
—¿Quiénes son esos?
Ocultos tras los muros dorados de un bloque cualquiera, Sarah y Víctor espiaban a dos figuras situadas no muy lejos de allí, de pie junto a la arcada de entrada del edificio que conectaba con el templo subterráneo. Se trataba de dos mujeres, ambas de unos cincuenta años de edad uniformadas con sus monos de trabajo de "Veritas". Una de ellas tenía el cabello rojo y rizado, apelotonado alrededor de la cabeza, mientras que la otra lucía una larga melena castaña de aspecto poco cuidado. A simple vista parecían dos personas cualquiera, mujeres con las que uno se podría cruzar por la calle sin que llamasen su atención. En aquel entonces, sin embargo, armadas con pistolas y paseando la mirada de un lado a otro, su mera presencia se convertía en una amenaza.
Para sorpresa de Rubio, Sarah desenfundó su arma. Después de todo lo que había vivido en la base de Bullock, no estaba dispuesta a seguir poniendo la vida de nadie en riesgo.
—¡Eh, eh! —exclamó Víctor, sorprendido ante su reacción—. ¿Qué demonios haces? ¡Baja eso ahora mismo!
—Cállate.
Sarah apretó dos veces el gatillo, logrando derribar a las centinelas con disparos certeros en la cabeza. A continuación, bajo la atónita mirada de su compañero, salió de su escondite y se encaminó con paso rápido hacia el interior del edificio. Antes de cruzar el umbral de la puerta, sin embargo, Rubio la detuvo cogiéndola por la muñeca. Tiró de ella con brusquedad, haciéndola girar sobre sí misma como una peonza, y la empujó contra la pared.
Ambos desenfundaron sus armas a la vez.
—¿¡Pero qué demonios tienes en la cabeza!? —exclamó Víctor, controlándose para no gritar—. ¡Las has matado!
Sarah bajó su pistola al ver que Víctor no levantaba la suya. El agente la había sacado en un gesto instintivo, pero en ningún momento se había planteado encañonarla. Ella, sin embargo, no había dudado en dirigirla hacia su pecho. Por suerte, tal era el estado de nervios de él que no fue consciente en ningún momento de que su vida había corrido peligro.
—¿Y qué esperabas? —respondió con brevedad—. Estamos en guerra, Rubio.
—¡No digas tonterías, esa gente es inocente! ¿¡Es que no lo ves!? ¡Son obreros!
—Eran obreros —corrigió Sarah, y negó con la cabeza—. Ahora ya no sé ni lo que son, pero ten por seguro que si no disparas tú, lo harán ellos.
—Sarah...
El sonido de unos pasos procedentes del interior del edificio alarmó a la agente. Argento lanzó una fugaz mirada a la entrada, creyendo ver la sombra de alguien dibujarse en el muro, y se abalanzó sobre Víctor, apartándole de la trayectoria de un disparo. Inmediatamente después, en el suelo, Sarah giró sobre sí misma y apretó tres veces el gatillo a ciegas.
Un grito ahogado precedió al sonido de un cuerpo al caer al suelo. La agente se incorporó con rapidez, tratando de ignorar el dolor que le causaban aquellos bruscos movimientos en la pierna, y se adentró en el edificio para asegurarse de que no quedaba ningún otro trabajador.
Rubio tardó unos segundos en reaccionar.
—¿Pero qué demonios...?
—Vamos, rápido —le urgió Sarah desde dentro—. Esto no es seguro. Debemos entrar cuanto antes.
—Ha intentado matarme —murmuró él, aún demasiado impactado por lo ocurrido como para poder obedecer—. Ha intentado...
—¡No me digas! —Sarah salió del edificio y, cogiéndole por el brazo, tiró de él hacia el interior—. ¿Te crees ahora que estamos en guerra o no?
Realizaron el resto del camino hasta el subterráneo en silencio. Víctor estaba aún sobrecogido por lo ocurrido, pero había logrado abrir los ojos. El haber estado tan cerca de morir provocaba aquellas cosas. Sarah, sin embargo, había visto ya lo suficiente como para restarle importancia. Mientras no resultasen herido, no habría de qué preocuparse.
Alcanzado el subterráneo, Sarah desenfundó su pistola y se puso en cabeza. Empezaba a notar mucha debilidad después de tanto esfuerzo y pérdida de sangre, pero confiaba en poder cumplir con su cometido antes de que Rubio tuviese que sacarla en volandas. Desde luego había sido toda una suerte que hubiese decidido ir a buscarla a las ruinas, de lo contrario dudaba haber logrado salir con vida de allí. Sus fuerzas, muy a su pesar, estaban peligrosamente cerca del límite.
—¿A qué huele? Es azufre, ¿verdad? —preguntó Víctor mientras avanzaban entre destellos verdes. Al final del pasadizo, como bien recordaba Sarah, encontrarían la sala cuadrada donde aguardaba la escotilla que daba al nivel inferior—. Sí, es azufre.
—Es azufre, sí —concedió Sarah—. Mantén los ojos bien abiertos, es posible que haya algún otro obrero por la zona.
—¿Qué es eso tan importante que hay aquí como para que Volker mande a los suyos y tú quieras visitarlo en tu estado? Sé que viniste con Leo, Neiria y Jöram, pero creía que no habíais encontrado nada.
—Creo que aquí está la clave de lo que está pasando en Eleonora. Verás... —Sarah se detuvo por un instante para mirarle a los ojos—. Sé que ahora los consideráis vuestros enemigos, pero he pasado la noche con Bullock y los suyos. Al menos los pocos que quedan con vida, el resto es más que probable que estén muertos.
—¿Muertos? —Víctor frunció el ceño con preocupación.
—Volker mandó a los suyos para que los matasen, de ahí mis heridas. Intenté ayudarlos, pero llegué tarde. Únicamente pude sacar a tres con vida... y entre ellos estaba Bullock. Y aunque ha muerto durante la madrugada, anoche pude hablar con él. Me contó muchas cosas que creo que debéis saber. —Sarah se encogió de hombros—. No creo que vayan a dejarnos abandonar el planeta fácilmente, Rubio.
El agente le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativo. Las palabras de Sarah parecían haber despertado algo en él. Inmediatamente después, sin darle opción a réplica, desenfundó su pistola, la alzó y disparó.
—No esperaba verte a estas horas, Lovelace, ¿va todo bien?
Erika aún tenía la respiración agitada de haber bajado las escaleras que conectaban la base con la entrada cuando Will alzó la mano a modo de saludo. Hacía bastante rato que no recibía ninguna visita y agradecía la compañía. Con la caída de la noche, la mayor parte de sus compañeros ya había regresado a la base y Janssen se había quedado solo abajo, a la espera de que Kara le sustituyese y él pudiese descansar un poco.
—Todo bien, sí —respondió ella, y se encaminó hacia la puerta, dispuesta a salir al exterior—. Necesito un poco de aire.
—Ya somos dos.
El agente de seguridad pasó al otro lado del mostrador tras el cual hacía guardia y acompañó a Erika al exterior. Fuera, el cielo se había teñido de un negro absoluto en el que no tenían cabida las estrellas. Recorrieron un par de metros hasta alcanzar el primer escalón. Una vez sentados en este, Will sacó del interior de su chaqueta una cajetilla de tabaco y le ofreció un cigarro a Erika.
Permanecieron unos segundos en silencio, cada uno concentrado en sus propios pensamientos. Después de una larga jornada en la que ambos habían estado pegados a los comunicadores, ansiosos por recibir noticias del exterior, el cansancio y el estrés acumulado empezaba a pasar factura.
—¿Cómo lo llevas, Will? He oído que Víctor ha encontrado algo, ¿me equivoco?
—Así es. No sabemos aún el qué ni a quién, las comunicaciones fallaban, pero confío en que no volverá con las manos vacías.
—Ojalá sea Ehrlen.
Will la miró de reojo, con curiosidad. Él también deseaba que se tratase del jefe, pero le sorprendía que después de lo ocurrido Erika quisiera verle. Cabía la posibilidad de que su objetivo fuese matarlo, no era descabellado, sin embargo su mirada evidenciaba que tenía otros planes para el jefe... pero no era su problema. Will sabía que no debía meterse en los asuntos del resto de la tripulación, y mucho menos después de lo ocurrido, así que, como era de esperar, mantuvo los labios sellados.
—¿Ves? Esto es lo bueno de los agentes de seguridad —dijo Erika unos minutos después—. No os metéis en nada.
—A veces eso juega en nuestra contra —reflexionó Will—. Nos mantiene aislados.
—Ahora mismo a mí me gustaría estar aislada, te lo aseguro. —Lovelace sonrió con tristeza—. Jack decía que erais buenos amigos.
—Lo éramos, sí —admitió Janssen—. Era un buen tío. Le voy a echar de menos.
—Ya... yo también.
Aunque Erika parecía querer profundizar en el tema, Will lo dio por finalizado. Hablar de una muerte tan reciente no iba a ayudarlos en nada, y mucho menos cuando ambos estaban tan implicados emocionalmente. Con el tiempo le contaría lo que quisiera, por supuesto, pero de momento prefería guardar silencio. Aunque no le uniese un lazo amoroso como a Erika, para Will Janssen perder a su jefe y amigo había sido un golpe demasiado duro del que iba a tardar en recuperarse.
Se puso en pie. Le había sentado bien tomar un poco de aire para despejar las ideas, pero ahora debían volver. Cáspia era peligrosa, y por muy cerca que estuviesen de la base, no quería poner en peligro a Lovelace.
—Entremos —le pidió—. Aquí fuera hace frío.
—Oye, Will, ¿Jack te hablaba de mí?
El agente apretó los labios, sin saber qué decir, y apartó la vista, consciente de que Erika tenía los ojos fijos en él, ansiosa por escuchar su respuesta. Contó hasta cinco. Necesitaba reorganizar las ideas, decidir qué debía responder, y no era fácil.
Cuando volvió a mirarla unos segundos después, la tristeza había nublado sus ojos.
—No me pongas en esta situación, por favor —le pidió—. Es muy incómodo.
—Lo sé —respondió ella, poniéndose ya en pie—, pero entiéndeme. Ahora mismo me siento tan vacía... tan desconsolada que no sé qué hacer.
—¿Y crees que saber lo que Jack decía de ti va a servir de algo? —Will sonrió sin humor—. Te voy a ayudar mucho más guardando silencio, te lo aseguro. Anda, entremos. Aquí fuera no hay na...
Will dejó la frase en el aire al oír gritos en la lejanía. El agente fijó la mirada en la oscuridad reinante y buscó entre las sombras de los edificios la procedencia de la voz. Inmediatamente después, varios aullidos rompieron el silencio.
Se le heló la sangre.
Inquieto, Will se apresuró a llevar a Erika hasta el interior del edificio. Una vez a salvo tras el mostrador, le dio la pistola que en aquel entonces llevaba en la cintura y se cargó al hombro el fusil que guardaba en uno de los armarios.
Se detuvo bajo el umbral de la puerta para preparar el arma.
Tras él, Erika se situó en la esquina del mostrador para poder apuntar a la entrada. El ángulo no era demasiado bueno, pero Jack le había enseñado a disparar, por lo que podría ser de ayuda en caso de necesidad... aunque dudaba que Janssen fuese a necesitarla. De todos, aquel hombre era el más letal con diferencia.
Will cogió aire, alzó el arma y apoyó el ojo en la mirilla. Acto seguido, dejándose guiar por los sonidos, paseó el cañón del fusil por la calle hasta lograr localizar algo en la oscuridad. Captó más gritos, pasos de alguien a la carrera y aullidos. Varios aullidos que rápidamente se materializaron cuando, saliendo al fin del velo de sombras, una mujer apareció en la calle perseguida por tres grandes bestias blancas.
Janssen cogió aire y apuntó al primer objetivo. El lobo se movía a gran velocidad, pero sabía que no podría escapar de él. El agente le siguió con el arma a lo largo de dos segundos más y, a punto de avanzarse sobre la mujer, el ser cayó al suelo con el cráneo atravesado por un proyectil. Inmediatamente después, los otros dos lobos siguieron su destino y fueron fulminados ante sus ojos.
La mujer siguió corriendo hasta lograr atravesar el umbral de la puerta.
Erika se apresuró a acudir a su encuentro al verla aparecer. Dio varios pasos hacia ella... y rápidamente bajó la pistola al ver que la recién llegada la miraba con ojos desorbitados.
—¡No me matéis! —exclamó a voz en grito, y alzó ambas manos. Tenía el rostro, el pelo y los ropajes bañados en sangre. Se dejó caer de rodillas al suelo—. ¡No me matéis, por favor! ¡No estoy armada!
—Tranquila, tranquila —respondió Erika—. Aquí estás a salvo... ¡Will, cuidado!
Otras cinco figuras surgieron de los callejones a la carrera, dispuestos a abalanzarse sobre Will Janssen. Se movían muy rápido, saltando de un lado a otro gracias a la fuerza de sus poderosas patas mientras aullaban, pero no lograron intimidar al agente. De pie con la espalda muy recta y el ojo fijo en la mirilla, Will fue presionando una y otra vez el gatillo de su arma, sin inmutarse ante la cada vez más cercana presencia de los lobos. Es más, tal era la confianza que Janssen tenía en sí mismo que no se acobardó cuando el último monstruo cayó a sus pies, herido. El animal abrió las fauces, dispuesto a cerrarlas alrededor de su pierna, pero él reaccionó rápido. Desvió el arma hasta su cabeza y lo remató de un disparo limpio.
Finalizada la segunda oleada de lobos, Will permaneció unos segundos más en la entrada, a la espera. Tenía la sensación de que toda la ciudad estaba repleta de aquellos seres, que se ocultaban tras cada esquina, tras cada puerta, pero por suerte, al menos de momento, ningún otro acudió a su encuentro.
Dentro, mientras tanto, Erika ayudaba a la recién llegada a ponerse en pie. Tras una larga jornada llena de ataques en la que había visto su vida peligrar en demasiadas ocasiones, la superviviente apenas se aguantaba en pie.
—¿Estás sola? —le preguntó Erika, cogiéndola por debajo de los brazos para ayudarla a incorporarse—. ¿Viene alguien más contigo?
—Estoy sola —confirmó ella con tristeza—. Eramos dos, pero han matado a mi compañero. Los androides...
—¿Androides? —preguntó Erika, sorprendida—. ¿Tenías androides?
—Tenía diez androides, pero todos han caído. Sarah me los dio... dijo que nos escoltarían hasta aquí, y...
—¿Sarah? ¿Hablas de Sarah Argento? ¿Ella robó los androides?—La piloto parpadeó un par de veces, confusa, pero rápidamente la llevó hasta el mostrador, donde la ayudó a que apoyase la espalda y descansara. Se acuclilló frente a ella para poder mirarla directamente a los ojos—. ¿Está bien? ¿Sabes donde está? ¡La estamos buscando!
Aún demasiado asustada como para poder responder, la recién llegada apartó la mirada. Acto seguido, sintiendo una fuerte arcada en el estómago, probablemente causada por la mezcla de agotamiento y nerviosismo, empezó a vomitar.
Erika se apresuró a sujetarle el pelo.
—Vale, vale, tranquila... estás a salvo aquí. Yo soy Erika Lovelace, y el de ahí fuera es Will Janssen. Imagino que ya lo sabes, pero somos de la "Pirámide".
—Lo sé... —respondió la recién llegada poco después—. Yo soy Alysson... y creo que soy la única que queda con vida del grupo de Bullock...
—El rastro sale de ahí dentro —murmuró Alex Steiner, con la nariz pegada a una de las ventanillas del "Gusano"—. Debía ocultarse allí.
Las puertas del transporte blindado se abrieron para que los dos jóvenes bajaran acompañados por Jonah Méndez. Aunque habían logrado reducir a Janick con un fuerte golpe en la cabeza, no consideraban sensato dejarlo solo, por lo que decidieron que Jöram se quedase con él.
Park se adelantó unos pasos.
Se encontraban en el corazón de la ciudad, frente a un bloque de oficinas cuya fachada estaba ornamentada con bonitos relieves en forma de llamas labrados en el vidrio. No era el edificio más alto de la zona, pero sí el que presentaba una pre-instalación de seguridad más potente. Cámaras de seguridad, detectores de movimiento y caloríficos, plataformas de carga para baterías de androides de defensa, arcos de control... sin duda, aquel lugar debía pertenecer a alguna empresa poderosa. Era una lástima que hubiese invertido tanto dinero en Eleonora. Visto lo visto, la inversión estaba perdida.
—Mantened los ojos muy abiertos —ordenó Méndez—. No lo creo, pero es posible que nos encontremos alguna sorpresa. Iré yo delante.
Se pusieron en marcha. El grupo estaba compuesto por dos pilotos y un arqueólogo, lo que provocaba que no se sintiesen seguros. Incluso armados, eran conscientes de que sus capacidades de tiro no eran lo suficientemente buenas como para poder sobrevivir a un enfrentamiento. No obstante, estaban envalentonados. Después de ver lo que aquel monstruo había hecho con la anciana, los tres deseaban poder hacer algo al respecto, vengarla de alguna forma, y creían que en el interior del edificio podía estar la clave.
Un escalofrío recorrió la espalda de Méndez al empujar la puerta giratoria de la entrada y adentrarse en la sombría recepción. Más allá de los arcos de seguridad, el rastro de la sangre era muy denso. El piloto paseó la mirada por la estancia, un amplio recibidor de paredes blancas ahora salpicadas de rojo, e inició el avance.
El camino escarlata les llevó hasta unas escaleras de subida.
Uno a uno fueron ascendiendo los peldaños, asegurándose con cada paso que daban que no hubiese nada oculto entre las sombras. El edificio parecía vacío, pero los tres tenían la sensación de que de un momento a otro algo se abalanzaría sobre ellos. Era como si se estuviesen metiendo de pleno en una trampa...
Tras ascender tres tramos de escalera, el rastro les llevo hasta el interior de un largo y tétrico corredor cuyas luces de emergencia habían sido destruidas. Recorrieron la primera mitad con paso lento, agradeciendo haber traído linternas, y siguieron avanzando hasta alcanzar una puerta entreabierta. Al otro lado de esta, el camino escarlata seguía.
Méndez se agachó para asomarse. El interior de la sala estaba totalmente sumido en la oscuridad...
Escuchó algo. Jonah no era capaz de reconocer el sonido desde la distancia, pues era muy leve, pero creyó reconocer en él una especie de resoplido.
Un jadeo.
Cogió aire. Aquello se ponía feo... pero no iba a detenerse. Jonah apretó los puños y, armándose de valor, bañó de luz la estancia. Ante ellos había un gran salón lleno de mesas y sillas volcadas cuyo suelo estaba manchado de sangre. Paseó el haz de luz por el suelo hasta localizar cuerpos. La mayoría de ellos, casi una veintena, pertenecían a lobos que habían caído víctimas de disparos... pero había más.
Aún en la puerta, Jonah contó hasta tres cuerpos humanos. Dos de ellos estaban tirados de espaldas en el centro de la sala, con el pecho lleno de agujeros de bala. Se trataba de dos hombres de corta edad cuyo destino había sido el de morir junto a las bestias. El tercero, sin embargo, se encontraba al fondo, junto a un mostrador.
Tras barrer la sala con la mirada, Jonah empujó la puerta y se adentró. Seguía oyendo el jadeo, aunque cada vez era más débil. Avanzó lateralmente con cuidado, tratando de evitar pisar los cuerpos de los lobos o el mobiliario, y no se detuvo hasta alcanzar en la pared del fondo al dueño de los resoplidos.
Disparó el arma para silenciarlo.
—Habían dejado a una de las bestias vivas —anunció.
—Esto es una auténtica matanza —respondió Park desde el centro de la sala. A su lado, Alex estaba arrodillado junto a los dos cuerpos, tratando de identificarlo—. No me creo que esa anciana haya podido hacer esto.
—Es raro desde luego —le secundó su compañero—. Estos tipos eran del equipo de Volker, me suenan sus caras. Fijaros, por la postura en la que han caído es evidente que alguien debió atacarlos desde el mostrador.
Los tres se acercaron a comprobar el cuerpo que había junto a la barra. Su dueño también había muerto con un disparo en la cabeza, y su identidad, al igual que el de los otros dos, lo señalaba como un miembro del equipo de Volker. ¿Sería posible que se hubiese vuelto en contra de sus compañeros? Después de lo de Ehrlen, no podían descartarlo.
—Yo creo que es Orland Candice —reconoció Leo—, la mano derecha de Volker.
—Es él, sí —confirmó Jonah—. Sabía que me sonaba su cara. Este tipo es el que nos llevó hasta Lara en el complejo universitario la primera vez.
—Pues está muerto —sentenció Leo—. Debió unirse a Bullock en el último momento.
—No sé qué deciros... —intervino Alex. Volvió a agacharse junto al cuerpo—. Mirad la posición en la que está: no pueden haberlo matado los tipos de la entrada. Yo diría que alguien le disparó desde detrás del mostrador. Es posible que haya sido cosa de Janick Ballow, desde luego, pero teniendo en cuenta que él venía del exterior, junto a los lobos y el resto de obreros, me cuesta creer que llegase tan lejos. Además, fijaos en un detalle: los disparos son demasiado certeros como para ser obra de simples principiantes. —El joven negó con la cabeza—. Aquí pasa algo.
Bajo la atenta mirada de sus compañeros, Alex Steiner se encaramó a la barra de mármol. Una vez en pie, paseó el haz de luz por el suelo.
Negó con la cabeza.
—Aquí está la respuesta.
—¡Dios! —gritó Sarah al sentir la bala pasar rozando su oreja.
Unos metros por detrás, Candy Sammuels, una de las más jóvenes trabajadoras de la constructora, cayó al suelo con un disparo en el pecho. Sarah se llevó las manos instintivamente a la cabeza, para comprobar que no había resultado herida. Aunque por un instante había creído que se la había arrancado de cuajo, la oreja seguía en su sitio.
Suspiró aliviada.
—Tu madre, Víctor, te voy a matar.
Para cuando logró reaccionar, Rubio ya se encontraba al final del corredor, junto al cuerpo de la joven. El disparo había sido mortal.
—Mírala, ¿qué edad debe tener? ¿Veinticinco? ¿Veintiséis? Es una cría. —El agente negó con la cabeza—. Esto no debería estar pasando... es una auténtica locura. ¿Desde cuando matamos críos?
Sarah miró de reojo el cadáver. Víctor tenía razón, se trataba de una muchacha bastante joven, probablemente la menor de todo el equipo de Volker, pero eso no la excusaba. Sarah también tenía veinticinco años y a ella no habían dudado en dispararla en ningún momento. El género y la edad ya no importaba.
No en Eleonora.
Se adentraron en la sala cuadrada en cuyo corazón se encontraba la escotilla abierta. Sarah se asomó, precavida, y descendió. Unos minutos después, ya a punto de alcanzar la puerta que daba a la sala de los espejos, ambos se detuvieron para comprobar el cargador de sus armas. Procedente del interior de la estancia no se oía ningún ruido, pero no descartaban la posibilidad de que quedase alguien con vida.
Sarah cogió aire y se dispuso a entrar. Antes de hacerlo, sin embargo, Rubio la detuvo. La apartó con suavidad tirando de su brazo e irrumpió en la sala con la pistola entre manos. En su interior, por suerte, no encontró a nadie.
Dejó escapar un suspiro.
—Limpio —anunció, y bajó el arma—. Demonios, ¿qué clase de lugar es este?
—Un templo —respondió Sarah, ya dentro de la sala.
La agente pasó a su lado con paso firme, ignorando los cristales rotos que los envolvían, y no se detuvo hasta alcanzar el altar. Una vez frente a este comprobó que antes de morir, la chica había inscrito varios símbolos con tiza en su superficie.
No pudo evitar que una sonrisa amarga se dibujase en sus labios al reconocer el significado del grabado. Sarah pidió a Víctor que cerrase la puerta. Seguidamente desenfundó su cuchillo.
—Eh, eh, eh... —advirtió Rubio, y alzó el arma, a la defensiva—. No me obligues, Sarah.
—No digas tonterías —respondió ella, y depositó el arma sobre el altar—. ¿En serio creías que iba a matarte?
—Yo ya no sé qué pensar. Después de lo de Jack todo es posible.
—Después de lo de Jack... —Sarah apretó los labios con tristeza—. ¿Está muerto?
Antes incluso de que asintiese con la cabeza, ya sabía la verdad. De hecho, la había sabido desde el primer momento, cuando los ojos de su compañero se habían ensombrecido al mencionar el nombre de Waas. Sí, Jack estaba muerto, y con él se habían ido las pocas esperanzas que quedaban en Eleonora. Aquel lugar era una tumba, una gran trampa de la que tenían que huir, y tenían que hacerlo cuanto antes.
Entristecida, Sarah desvió la mirada hacia el suelo. Aunque no consideraba a Jack un amigo, aquel hombre había hecho mucho por ella, y se lo agradecería eternamente.
—Vaya, lo siento. Me caía bien.
—No sé qué demonios le pasa a este planeta, Argento, pero hace que la gente pierda la cabeza. Es letal para los hombres.
—No creo que sea el planeta en sí —respondió ella—. Pero estoy de acuerdo con lo que dices. Eleonora no es un lugar apto para la humanidad.
—Desde luego que no... es por ello que nos vamos a ir en cuanto encontremos a Ehrlen. No podemos completar la misión, es imposible.
—¿Hasta que no encontremos a Ehrlen...? —preguntó Sarah, sorprendida, pero rápidamente unió cabos.
Una profunda sensación de malestar se apoderó de ella al comprender que Shrader estaba detrás de la muerte de Jack. Víctor no lo había dicho, ni probablemente lo diría jamás, pero era evidente.
Respiró hondo. Quizás fuese por las heridas, por el cansancio o simplemente por la conmoción de la noticia, pero Sarah empezó a marearse.
Volvió a centrar la mirada en el altar.
—¿Dónde está Ehrlen? —Quiso saber—. ¿Sabéis algo de él?
—No. Después de despertar, ya no era él. No sé qué le hizo Volker, pero...
—¿Cabe la posibilidad de que esté con ella?
—Podría ser —admitió Víctor—. Pero no lo sabemos. Han desaparecido de la ciudad. Los hemos buscado, pero es como si se hubiesen esfumado.
—Ya... veamos qué tienen que decir al respecto.
Confundido, Víctor la observó hundir uno de los dedos en la punta del cuchillo y dibujar algo en el altar con sangre. Sarah murmuró algo por lo bajo, sonidos sin significado para él y cerró los ojos. Durante unos segundos todo quedó en silencio. Inmediatamente después, los espejos que conformaban la sala emitieron un suave destello. La luz parpadeó con una tonalidad verde ante sus ojos, y poco a poco empezaron a formarse imágenes entre los restos de vidrio. Imágenes de inquietantes seres de aspecto humanoide cuya piel blanca, gran altura y cráneos afeitados los identificaba como las famosas "asces".
Sorprendida, Sarah observó las imágenes en silencio. Los alienígenas se movían por la ciudad de oro con paso grácil y elegante, sin preocupación alguna. Sus rostros de ojos blancos no eran demasiado expresivos, pero sí los inquietantes sonidos que emitían sus gargantas. Sonidos que, de alguna manera, se mezclaban con el inquietante siseo parecido al canto de los pájaros que emitían sus vaporosos ropajes púrpuras con cada movimiento.
—¿Pero qué demonios es eso? —preguntó Rubio con perplejidad—. Son... ¿que leches son? Parecen mujeres, pero...
—Son Brujas Blancas.
Las imágenes mostraron distintas escenas de la ciudad en las que aquellos seres interactuaban entre ellos. Sarah no entendía al principio la importancia real de aquellos recuerdos, pues los encuentros parecían cotidianos, sin ningún tipo de relevancia, pero con el transcurso de los minutos se dio cuenta de que en los recuerdos siempre aparecía un mismo ejemplar de "asces". Se trataba de una Bruja Blanca especialmente delgada, vestida de negro y oro cuyo rasgo distintivo más claro eran los círculos negros que se maquillaba alrededor de los ojos. Al cuello llevaba un colgante engarzado con piedras preciosas, con dos perlas blancas unidas en la garganta, y en los dedos llamativas joyas que la distinguían del resto. Su porte era majestuoso, al igual que sus movimientos y expresión. Aquel ser era diferente al resto, y así lo evidenciaba no solo el aura de magnificencia que la rodeaba, sino también la determinación que reflejaban todos sus actos.
Las secuencias siguieron a lo largo de tres minutos más en los que se mostró a la "asces" relacionándose con otros miembros de la ciudad, deambulando por los subterráneos, rezando frente a una pared llena de símbolos rúnicos y, por último, sentada en un trono de cristal con una esfera entre manos.
Un orbe.
—No creo que sea una cualquiera —comprendió Sarah al ver el modo en el que la mujer recibía a distintos compatriotas desde lo alto su sitial, con la mano derecha firmemente plantada sobre la esfera de cristal. Sus ojos brillaban con un fulgor azulado—. Creo que debe ser la líder.
—Es posible...
Con un evidente salto temporal reflejado en el semblante de la protagonista, las imágenes siguieron mostrando evocaciones en los que la Bruja Blanca del traje negro y dorado recibía visitas y otras tantas en las que acudía a distintas localizaciones de la ciudad. En todas ellas era tratada con respeto reverencial. Fuese donde fuese, sus iguales se arrodillaban a su paso e, incluso, le lanzaban pétalos de flores. Ella, a cambio, siempre con el orbe en las manos, respondía con extraños cánticos y movimientos de manos...
Alcanzados los nueve minutos de reproducción, las escenas se volvieron más oscuras. La Bruja parecía cansada, y aunque su rostro apenas había cambiado, era evidente que habían pasado muchos años desde las primeras secuencias. Se había hecho mayor. Agotada, la "asces" deambulaba por una ciudad cada vez más oscura y vacía en la que los edificios empezaban a estar abandonados. Algo consumía a su pueblo. Algo que, a través de una visita a una de las viviendas, lograron descubrir. Allí, tumbada en un diván, una cría de "asces" cuyos ojos lloraban sangre se enfrentaba a la muerte. Sus padres, desesperados, imploraban ayuda a su señora, pero los cánticos de esta no parecían surgir efecto. La cría estaba condenada, y pronto lo estaría todo su pueblo.
Antes de volver a oscurecerse, los espejos mostraron una última escena. En ella se podía ver a la Bruja con las mejillas manchadas de sangre. Sus ojos brillaban con una luz carmesí mortecina. Estaba a punto de morir. La "asces" deambuló en silencio por las calles de su ciudad, ahora ya totalmente abandonada, hasta los accesos al templo. Recorrió el trayecto lentamente, entonando un último cántico. Finalmente, con sus pies dejando huellas de sangre entre los cristales verdes que iluminaban los pasadizos, alcanzó la puerta tras la cual se hallaba la sala de los espejos. La Bruja la atravesó y cerró tras de sí para no volver a salir jamás.
Toda la sala quedó en silencio al finalizar la reproducción. Sarah y Víctor se miraron de reojo, pensativos, y durante un instante no dijeron nada. Las imágenes habían sido muy impactantes, y no solo por lo que mostraban, sino por lo que dejaban entrever. Incluso sin saber palabra alguna de su dialecto, ambos habían podido entender a la perfección que acababan de presenciar la caída del imperio "Ascenium" en Eleonora.
—Bullock me habló de ese orbe —confesó Sarah tras unos minutos de reflexión—. Todo empezó cuando lo encontraron en la ciudad, perdido en un campamento. Creo que es un objeto mágico.
—¿Un campamento? —preguntó Víctor, dubitativo—. Según esas imágenes, esa bola de cristal debería estar en esta sala. Vaya, por lo que he interpretado, ese ser no volvió a salir de aquí.
—Efectivamente, ella no, pero...
Uno de los espejos emitió un destello. Los agentes se situaron junto al altar, para poder visionar desde mejor ángulo la imagen que poco a poco se iba formando en este, y para su sorpresa pronto se encontraron cara a cara con Lara Volker... aunque ya no era ella. A pesar de que físicamente se trataba de la trabajadora de "Veritas", con su larga cabellera pelirroja trenzada, el rostro lleno de pecas y los ojos verdes de un intenso color verde esmeralda, en realidad era Mali Mason la mujer que tenían ante sus ojos. Su imagen, aunque en un segundo plano, se mezclaba con la de Volker cada ciertos segundos, logrando que ambas se unieran fugazmente cada ciertos segundos y, así, la mujer del sombrero saliese a la luz.
Y ambas tenían el orbe entre manos.
Una terrible sensación de inseguridad se apoderó de Sarah al sentir los ojos de las dos mujeres clavarse en ella. Se trataba de un mensaje, así lo evidenciaba el hechizo que había grabado Candy en el altar, pero en cierto modo tenía la sensación de estar siendo observaba. Era como si, de alguna extraña manera, tuviesen ojos por toda la ciudad... como si pudiesen verla a través de los espejos.
Desenfundó instintivamente el arma y la dirigió hacia el cristal.
—Eh, tranquila —dijo Víctor a su lado, y apoyó la mano sobre su hombro—. Es solo un espejo, no está aquí.
—Ya, pero...
—Mi querida Sarah Argento —dijo de repente Volker a modo de saludo, dedicándoles una amplia y tétrica media sonrisa, e hizo una ligera reverencia con la cabeza en la que, desde otra realidad, Mali Mason se quitó el sombrero de copa—, hace ya varios días que tu nombre suena con demasiada fuerza en mi ciudad. Quizás no lo sepas, pero tus andanzas no han pasado desapercibidas precisamente. Enhorabuena, has despertado mi curiosidad. ¿A cuantos de mis hermanos has matado ya? ¿Cinco? ¿Diez? Un número demasiado alto, te lo aseguro. —La mujer endureció la expresión—. No me gusta. ¿Por qué has tenido que estropearlo todo? Con lo bien que nos lo estábamos pasando... no sé qué te habrá contado Bullock, pero en el fondo los dos lo estábamos pasando en grande. Esto es un auténtico fastidio. —Volker frunció el ceño—. ¿Con qué me voy a divertir yo ahora? Imagino que se me ocurrirá algo... es más, estoy convencida de que mis dos encantadores nuevos mejores amigos me ayudarán a que se me ocurra algo divertido, ¿no crees? ¿Qué mejor que la imaginación de un niño y la de un chico guapo? Seguro que encontraré algo en sus cerebros... aunque tenga que sacárselo a la fuerza para conseguirlo. Solo espero que, cuando llegue el momento, estés dispuesta a unirte a la partida. No aceptaré un no por respuesta.—Volker guiñó el ojo—. Nos veremos muy pronto las caras, Argento. Muy, muy pronto...
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