Capítulo 21
Capítulo 21
Sarah llevaba dos horas caminando a través del bosque cuando decidió hacer una pausa para descansar. Después de una larga noche de sueño profundo tenía fuerzas para enfrentarse a la intensa jornada que le esperaba, pero quería dosificarlas. Aún le quedaba mucho viaje hasta llegar a las ruinas, y aún más si lo que quería era adentrarse en el templo subterráneo antes de que cayese la noche. Así pues, aunque sin más pausas de las necesarias, debía gestionar bien el esfuerzo.
Le gustaba viajar en compañía de los androides. Aunque ninguno de ellos respondía a sus preguntas ni le aportaba nada salvo seguridad, sentía protegida, y eso era más que suficiente. A veces, un poco de soledad iba bien, y más en momentos como aquel en los que necesitaba tanta concentración. De haber estado en compañía de alguno de sus compañeros, todo habría sido más complicado. La distraían. No obstante, incluso así, los echaba de menos. No a todos, desde luego. La mayoría le resultaban totalmente indiferentes. Otros, sin embargo, habían logrado ganarse su simpatía. Jack, Neiria, Jöram, Brianna... incluso Kara. Por extraño que pareciese, echaba de menos a su antipática compañera. Pero por encima de todos ellos estaba Leo Park. El arqueólogo se había convertido en alguien importante para Sarah y visitar las ruinas sin escuchar su inacabable discurso no iba a ser lo mismo.
—Gracias, Ehrlen —dijo con acidez, y alzó su cantimplora hacia el cielo—. Tú siempre tan simpático.
Aunque sabía que no debía hacerlo, pues no valía la pena seguir pensando en ello, Sarah culpaba a Shrader de todo lo ocurrido. En un principio se había planteado la posibilidad de que fuese ella la culpable, pero tras unas cuantas horas de descanso había llegado a la conclusión de que, en realidad, era la víctima. Ehrlen era el culpable de toda su desgracia y se lo haría pagar. No sabía cómo, pero le devolvería aquel golpe. Después de todo, ¿quién se creía que era para despedirla? Aquella decisión tarde o temprano le saldría muy cara.
Pero no sería aquel día. Sarah tenía demasiadas cosas que hacer, así que, tras unos minutos de descanso, recogió su mochila del suelo y retomó el viaje.
—Vamos, chicos. Ya queda menos...
El bosque estaba muy tranquilo aquel mediodía. Acostumbrada a las ruidosas selvas que rodeaban su ciudad natal, Sarah no se sentía cómoda en aquel lugar. Los árboles, aunque muy altos, no llegaban a cubrir el cielo, permitiendo así a la luz diurna le bañaba el rostro. Por suerte, aquello era agradable. La sensación de calor en las mejillas le aportaba algo de serenidad. El tenso silencio reinante, sin embargo, se la arrebataba. Aquel bosque parecía un cementerio, y por mucho que de vez en cuando algún pajarillo amenizase el viaje con su canto, no era suficiente para ella. Sarah quería ruido, quería que las hojas crepitasen bajo sus pies y las ramas silbasen al ser mecidas por el viento; que los monos chillasen desde lo alto de las árboles y las bandadas de pájaros cruzasen el cielo, pero no había forma. Aquel lugar era demasiado tranquilo, y eso no era buena señal.
El viaje a través del bosque la llevó hasta la orilla de uno de los afluentes del Tauco. La agente se detuvo junto al caudal para refrescarse la cara y siguió el transcurso del río a lo largo de dos horas más, hasta alcanzar una pequeña elevación rocosa donde el agua se dividía en dos lenguas.
Se detuvo para comprobar su brújula. Según sus cálculos, las ruinas no podían estar muy lejos. Además, la falda de la montaña estaba cada vez más cerca. Sin embargo, desde allí no lograba ver ni rastro de las construcciones doradas de las "Brujas Blancas"...
Era muy extraño.
Giró sobre sí misma. Cáspia estaba rodeada de varias montañas parecidas entre sí, pero creía haber elegido la adecuada. ¿Sería posible que al empezar el trayecto desde otro punto se hubiese desorientado? Le resultaba sorprendente, pues en las clases de supervivencia en exteriores siempre lograba alcanzar los objetivos con relativa facilidad, pero no lo descartaba. Siendo sinceras, siempre que podía se guiaba por las estrellas ya que leer una brújula no era tan fácil. Sea como fuese, Sarah no recordaba haberse cruzado con ningún río durante el viaje.
—Genial, ¿nos hemos perdido?
Una sonrisa tonta se dibujó en su rostro al darse cuenta que esperaba que sus androides la respondiesen. Negó con la cabeza, agradecida de que nadie la hubiese visto, y chutó uno de los guijarros del suelo.
—En fin, sigamos...
Prosiguió la travesía a lo largo de veinte minutos más, deteniéndose de vez en cuando para comprobar la brújula. En principio, y si el dispositivo no fallaba, estaba yendo por el buen camino. No obstante, las ruinas seguían sin aparecer. Era como si, de alguna forma, quedasen ocultas a los ojos humanos. ¿Sería posible que hubiese algún hechizo ocultándolas? Teniendo en cuenta la técnica que habían utilizado para ocultar la nave de Mason, no lo descartaba.
Siguió otra media hora de camino. Sarah escaló por una pared de tierra a medio derrumbar, hundiendo los pies y las manos en barro, y una vez en lo alto se adentró en una ladera en cuyo interior aguardaban varios lagos de aspecto pantanoso.
Tuvo que hacer auténticas piruetas para lograr esquivar los charcos. La agente fue saltando de piedra en piedra, creyéndose a salvo así del lodo, y continuó con su travesía hasta que los pies le resbalaron en una de ellas. Sarah sacudió los brazos, tratando de mantener el equilibrio, pero acabó cayendo estrepitosamente junto a la orilla de uno de los lagos, con las ropas, cara, pelo y manos cubiertas de lodo verde.
Tardó unos segundos en reaccionar.
—¡Qué asco! —gritó a pleno pulmón.
Transcurridos unos minutos, Sarah se incorporó. Con la caída del atardecer la temperatura había empezado a descender y viajar con las ropas húmedas no era agradable precisamente. Empezaba a estar calada hasta los huesos. Llegado a aquel punto, sin embargo, no tenía otra opción que seguir adelante. Así pues, empleando para ello el agua que le quedaba en la cantimplora, Sarah se lavó la cara y se puso en pie.
Ordenó a uno de los androides que se acercase. No quería hacerlo, pero era la única forma de seguir. Sarah se situó en su espalda, apoyó firmemente las manos en su espalda y se subió con agilidad a sus hombros. Una vez en lo alto sacó la brújula del bolsillo y sondeó los alrededores.
—De acuerdo... —dijo pensativa, y volvió la mirada atrás—, veamos... espera, ¿qué demonios es eso?
Una desagradable sensación de irrealidad se apoderó de Sarah cuando, al alzar la vista, descubrió que una columna de humo oscuro atravesaba el cielo como un cuchillo. Sorprendida, la agente ordenó al androide que retrocediese unos pasos, apartando así de su visión unas ramas especialmente altas y frondosas, y trepó con agilidad hasta situar los pies sobre hombros. Una vez en pie, con las botas apoyadas a cada lado de la cabeza de metal del guardián, volvió a mirar el cielo.
Con un muy mal presentimiento aguijoneando su mente, consultó de nuevo la brújula.
—No... maldita sea, no puede ser...
Antes de que el nerviosismo se apoderase de ella y tomase la decisión errónea, Sarah bajó de un salto al suelo, inquieta, y empezó a caminar, alejándose así del humo.
—No lo pienses —se dijo a sí misma—. No puedes hacer nada. Vamos, Sarah, maldita sea, no lo pienses, no lo pienses...
Los pasos de Sarah se convirtieron en una rápida carrera que no tardaría mucho en finalizar al resbalar con uno de los charcos. Cayó al suelo. La agente lanzó un grito de dolor al sentir varios guijarros clavarse en su espalda, pero apoyó las manos sobre el lodo y se incorporó. A continuación, con varias gotas de agua sucia resbalando por su rostro, volvió la mirada atrás.
Los habían encontrado. Sarah no podía verlo, pero era plenamente consciente de que en aquellos precisos momentos, mientras ella yacía en el suelo, Volker estaba atacando a los hombres de Bullock. Lo sabía en lo más profundo de su alma... y aunque deseaba poder hacer algo, tal y como ellos habían hecho la noche anterior en la ciudad cuando le habían salvado la vida, estaba demasiado lejos para poder intervenir.
No llegaría a tiempo.
Profundamente dolida, Argento estrelló el puño contra el suelo. Eleonora estaba acabando con todo, y por mucho que lo intentaba no era capaz de detenerlo. Era como si, por alguna extraña razón, aquel lugar la tuviese aprisionada... como si jugase con ella.
Se dejó caer pesadamente al suelo. El mero hecho de imaginar a la pequeña Mysen en mitad de un ataque la ponía enferma. Aquella niña era inocente... y Varg. Y Alisson. Todos. Incluso el propio Bullock, que le había dado la espalda, no merecía aquel destino, y mucho menos cuando, probablemente, ella había sido la causante. Y es que, aunque no tenía pruebas de ello, Sarah estaba casi convencida de que en caso de que realmente estuviesen siendo atacados, era porque debían haberla seguido.
Idiotas. Todo les habría ido mucho mejor de haberla dejado morir en la ciudad...
—¡Maldita sea!
Furiosa consigo misma por lo estúpido de su decisión, Sarah se incorporó y empezó a correr. No llegaría a tiempo para impedir lo que fuese que estuviese ocurriendo, ni tampoco para salvar ninguna vida. De hecho, era absurdo que volviese estando ya tan cerca de las ruinas, pero incluso así, lo hizo.
Y no dudó.
Dos horas después, con el corazón totalmente desbocado y prácticamente sin aliento, Sarah se detuvo entre los árboles para coger aire. No muy lejos de allí, envuelto en nubes de espeso humo negro y niebla, se encontraba el resort.
O al menos lo que quedaba de él.
Desenfundó su pistola y, poco a poco, seguida por los androides, fue abriéndose paso entre la maleza hasta alcanzar las primeras líneas de árboles. Tal y como había temido, el fuego había consumido gran parte del complejo turístico. Tres de los cuatro bloques de habitaciones ardían cual enormes piras, llenando de luz y calor la zona. Del cuarto, sin embargo, ya solo quedaban los restos. Después de varias horas envuelta en llamas, la estructura no había logrado soportar más. El restaurante y el gimnasio también se estaban calcinando, aunque por el momento había plantas intactas. Con el tiempo, ambos acabarían cayendo, al igual que el resto, pero por el momento aguantaban. El refugio de Bullock, sin embargo, era otra cosa.
Sarah apretó los labios con fuerza al localizar varios cuerpos tirados en el suelo. Desde la distancia no podía identificarlos, pero sospechaba a qué bando pertenecían. Los hombres de Volker no habían tenido piedad alguna al dispararlos por la espalda. Lamentablemente, a Sarah no le sorprendía. Visto lo visto, no esperaba otra cosa.
Con un nudo en la garganta, la agente fue bordeando el bosque hasta lograr alcanzar el otro extremo del edificio. Se agachó tras unos arbustos. Aunque el crujido de la madera, hierro y piedra al quemarse las ocultaba, el viento traía voces. Voces lejanas y difusas que, aunque en un principio creía que no pertenecían a aquel lugar, pronto pudo ponerles cara.
Sarah no estaba sola.
—Malditos cerdos —murmuró.
Situados en los alrededores de la entrada delantera del edificio había tres hombres armados. Dos de ellos se mantenían a una distancia prudencial, atentos a cuanto les rodeaba, mientras que el tercero, con una antorcha en la mano, se encontraba en el pórtico de entrada. Parecía mirar algo en el interior del inmueble.
Pensativa, Sarah los observó durante unos segundos. Aunque a simple vista lo pareciese, ellos no eran los dueños de las voces. En el interior de la edificación había más gente, y al menos uno de ellos estaba gritando.
Se preguntó si Varg y los demás se encontrarían bien. Confiaba en que el guardia hubiese llevado a los supervivientes a algún lugar seguro dentro de la galería.
—Bien... —dijo en apenas un susurro, y alzó el cañón de su arma para apuntar—. ¿Queréis jugar? Pues juguemos...
Tras indicar a sus androides que tomasen posiciones ofensivas a su alrededor, Sarah definió los objetivos. A simple vista había tres personas, pero imaginaba que Volker había enviado a unos cuantos más. Sea como fuera, no le importaba. Una a una, todas irían cayendo.
—Vamos.
Una lluvia de disparos acabó con la vida de los tres vigilantes antes de que pudiesen reaccionar. Sarah vio los cuerpos caer, con el arma preparada, y aguardó a que, alarmado, un hombre que había dentro del edificio saliese para comprobar lo que sucedía. Una vez fuera, Sarah tan solo necesitó un segundo para presionar el gatillo y acabar con él.
Salió de su escondite. Saltó por encima de unas rocas con agilidad y, seguida por los androides, recorrió la distancia que los separaba del edificio a la carrera. Alcanzada ya la galería, apoyó la espalda en el muro de piedra y avanzó hasta alcanzar la entrada.
Ni tan siquiera se molestó en dedicarle una mirada a los cadáveres que ahora yacían en el suelo. La conciencia de Sarah estaba adormilada a causa de la tensión, y no quería despertarla. Más tarde ya tendría tiempo para sentirse culpable.
Siguió hasta alcanzar el pórtico de entrada. Sarah se detuvo junto al marco de la puerta y cogió aire. Seguidamente, con el arma ya preparada, se asomó... y retrocedió de inmediato cuando un disparo sonó en el interior del pasadizo. La agente cogió aire tratando de mantener la cabeza fría y ordenó a los androides que se adelantase.
Pocos después varios disparos acabaron con la vida de una mujer que había apostada en el pasadizo. Sarah aguardó unos segundos para que su escolta avanzase unos metros más y, ya con el terreno despejado, les siguió pasando por encima del cuerpo de la tiradora.
Una vez dentro del edificio, volvió la mirada a su alrededor. Se encontraba en el principio de un sombrío largo pasadizo al final del cual había una bifurcación. La estructura interna de la galería era extraña, pues había grandes salas abiertas a lado y lado a las que se accedía a través de arcos, por lo que Sarah optó por avanzar con paso lento.
Resultaba triste pensar que aquel lugar había sido ideado para exponer cuadros. Ahora, en lugar de pinturas en las paredes, lo único que quedaría sería sangre en los suelos.
Paso a paso, Sarah fue adentrándose más. Oía voces procedentes del fondo del lugar, probablemente del sótano, pero seguía sin comprender lo que decían. Parecían gritos... pero lo fuesen o no, no podía perder los nervios. El avance debía ser lento si lo que quería era asegurar su subsistencia, por lo que el superviviente tendría que aguantar.
Sarah atravesó varios arcos hasta alcanzar el cuarto, donde se detuvo. Aunque no lo veía, sabía que en el interior de la sala había alguien. Podía oír su respiración; sentir su mera presencia. La agente respiró hondo e indicó a sus androides que se la cubriesen. Para evitar errores, mientras no viese al objetivo no podría enviar a los robots para que acabasen con él, por lo que sería ella quien haría frente a su oponente.
Mejor.
La agente apretó los dedos con fuerza alrededor de la culata del arma y, aguantando el aire en los pulmones, se asomó. Tal y como había sospechado, al otro lado del umbral, oculta tras unas cajas, había una mujer. Una mujer que, tan pronto la vio aparecer, disparó.
Sarah lanzó un grito al sentir una profunda quemazón en el hombro. La habían alcanzado... pero no iban a detenerla. Lanzándose al suelo, Sarah rodó varios metros por la sala, logrando esquivar los disparos de su oponente, y descerrajó cuatro tiros. Dos de ellos se perdieron al impactar en las cajas, haciendo saltar madera por los aires. Los otros dos, sin embargo, alcanzaron de pleno a la oponente en el hombro y el pecho, lanzándola de espaldas al suelo. Sarah se incorporó, atravesó la sala a la carrera, saltó por encima las cajas y, justo antes de que la mujer alzase el arma, dispuesta a volver a disparar, se abalanzó sobre ella. Apartó de un manotazo el brazo armado y estrelló el puño libre contra su rostro. Inmediatamente después, disparó una última vez.
No podía arriesgarse a dejarla con vida.
Varios disparos sonaron en el pasadizo. Sarah corrió hasta la entrada y se agachó justo cuando uno de sus androides caía al suelo de espaldas, derribado tras recibir varios impactos en la máscara facial. Sarah retrocedió, consciente de que no debía salir, y aguardó unos minutos a que sus androides acabasen con los tiradores.
Un mal presentimiento se apoderó de ella al percibir un repentino olor a quemado.
—Oh, mierda...
Al salir al corredor Sarah descubrió que uno de los tiradores derribados cargaba con una antorcha. Una antorcha que había caído al suelo y cuyo fuego estaba empezando a propagarse por el pasadizo.
Temerosa, Sarah permaneció unos segundos con la mirada fija en las llamas. Se extendían muy rápidamente. Tanto que el incendio no tardarían demasiado en apoderarse del pasadizo y las salas contiguas.
Tenía que hacer algo... pero no era fácil. El fuego era uno de los pocos enemigos a los que temía de verdad.
Respiró hondo. El miedo empezaba a apoderarse de ella. Sarah quería abandonar el lugar ahora que estaba a tiempo, pero sabía que no debía. Aún oía gritos procedentes del interior del edificio y no podía irse sin asegurarse de que no perteneciesen a los hombres de Bullock. No cuando les debía la vida. Así pues, luchando consigo misma, Sarah se quitó la chaqueta y se la enrolló alrededor de la cara y brazos, asegurándose así de que no se quemase al pasar. Inmediatamente después, cogió carrerilla y pasó junto a las llamas.
Creyó sentir varias lenguas de fuego lamerle las piernas.
Ya al otro lado del incendio, Sarah tiró la chaqueta al suelo, la cual había empezado a arder por una de las mangas, y siguió corriendo por el pasadizo hasta alcanzar la bifurcación. Allí, tirado en el suelo, encontró el cadáver de Menta con un disparo en la garganta. Sarah negó con la cabeza, furiosa ante la visión, y eligió el pasadizo lateral izquierdo para seguir su travesía.
—Esto no va a quedar así.
Una andanada de disparos la obligó a meterse en una de las salas laterales. Sarah se adentró de espaldas, tratando de no perder la visibilidad, pero rápidamente se giró al sentir unos brazos cogerla desde la espalda. Sarah disparó, pero el extraño viró con ella, aferrado a su espalda, por lo que ni tan siquiera logró verle. Su oponente cerró las manos alrededor de sus brazos y la derribó con una llave.
Una vez en el suelo, la desarmó con un fuerte golpe en la mano.
—No... no... ¡no!
Sarah empezó a forcejear a la desesperada. Las manos la sujetaban con fuerza, pero confiaba en poder liberarse. Sarah sacudió el cuerpo y pateó el suelo, pero al ver que no lo conseguía decidió ordenar a sus androides que la ayudasen.
Y estos la obedecieron...
Pero no llegaron a disparar. Antes de que pudiesen hacerlo, Sarah gritó que se detuviesen. Si lo hacían, lo más probable era que acabasen también con ella por error, por lo que era mejor que ni tan siquiera lo intentaran. Tendría que arreglárselas solas.
Sarah siguió forcejeando durante unos segundos hasta que, de repente, algo se clavó en su muslo. La agente lanzó un grito desgarrador al sentir el metal hundirse en su carne con fuerza, y por un instante se quedó muy quieta. Era como si mil agujas ardiendo le estuviesen aguijoneando la piel.
Pero no podía rendirse. No tan pronto.
Sarah hundió las uñas en los brazos que la sujetaban y lo arañó con violencia. Profundamente dolorido, su agresor la liberó, pero rápidamente volvió a derribarla con un fuerte golpe en la cabeza. La agente cayó al suelo de bruces, con el puñal aún clavado, y giró sobre sí misma. Al fin pudo verle la cara.
Dos fuertes manos se cerraron alrededor de su garganta. Su oponente, uno de los subalternos de Volker cuyo rostro le resultaba tremendamente familiar, se abalanzó sobre ella y, con la mirada enloquecida, intentó estrangularla. Desesperada, Sarah manoteó y pateó, al borde de la histeria. Empezaba a perder el control de su mente...
Pero por suerte, su instinto de supervivencia era fuerte. Lo suficientemente fuerte como para arriesgarse a ordenar a los androides que disparasen.
Sarah cerró los ojos y esperó a que los disparos resonasen con fuerza en la estancia. Escuchó un grito, un golpe... y la presa de su oponente se suavizó. Uno de los androides apartó al agresor de su dueña con una fuerte patada en las costillas. Sarah escuchó el cuerpo chocar violentamente contra la pared contigua y abrió los ojos con lentitud, temerosa de lo que pudiese encontrar. Por suerte, al hacerlo descubrió una de las máscaras faciales de los androides a escasos centímetros de su cara.
Permanecieron unos segundos mirándose.
—Apártate —ordenó finalmente.
Hubo más disparos en el corredor. Sarah escuchó varios gritos, el sonido de varios cuerpos caer y finalmente el estruendo de uno de sus androides al ser derribado.
—Dios... —murmuró Sarah mientras se incorporaba.
Comprobó con preocupación que la herida de la pierna le sangraba copiosamente. Sarah tiró con cuidado de la empuñadura del arma, hasta sacarla, y la depositó en el suelo. Inmediatamente después cubrió la herida con un pañuelo. Tenía mal aspecto, pero no tenía tiempo que perder.
—Más tarde —se dijo a sí misma.
Sarah se ayudó del androide para incorporarse. La herida de la pierna le dolía, pero por suerte la del hombro ni tan siquiera la notaba. Más tarde la comprobaría, pero confiaba en que el disparo solo la hubiese rozado.
Avanzó hasta el arco de salida. Los gritos cada vez eran más intensos... y más cercanos.
Decidió seguir. Tras ella, el fuego se había adentrado en una de las galerías laterales. No tardaría mucho más en empezar a extenderse por el resto del edificio, así que debía acabar cuanto antes. De lo contrario, quedarían atrapados.
—Tenemos que darnos prisa... —dijo a los androides—. Venga, vamos.
Apoyándose en el mismo androide que le había salvado la vida, Sarah recorrió el pasadizo hasta alcanzar la zona donde aquella misma mañana había despertado. A pesar de que habían pasado solo horas, tenía la sensación de que hacía días de aquello.
Se detuvo para escuchar con atención. Los gritos eran cada vez más audibles...
—Están torturando a alguien —comprendió de inmediato—. Oh, mierda, ¡rápido!
Sarah recorrió lo más rápido que pudo el pasadizo hasta alcanzar las escaleras que daban al sótano. Una vez frente a estas, se asomó para comprobar lo que estaba sucediendo en la planta inferior. Y lo que vio logró asustarla.
Tumbado y maniatado sobre la mesa, Bullock estaba siendo torturado por dos de los hombres de Volker. Sus antiguos compañeros estaban intentando sacarle información a golpes, pero él se resistía a hablar. Era fuerte. Lamentablemente, sus agresores no estaban dispuestos a dejarle vivir si no hablaba, por lo que todo apuntaba a que moriría en aquel sótano. Era un valiente.
Sarah comprobó que no era el único prisionero que había en la sala. Tirado en el suelo junto al tablero, sobre su propio charco de sangre, se encontraba Manfred. Tal había sido la violencia de los golpes que le habían dedicado que tenía todo el lateral derecho del rostro desfigurado y un brazo torcido. Por suerte, ya no iba a sufrir más. Estaba muerto. Junto a él, boca abajo, había otra persona más, aunque la luz y la posición impedía que Sarah pudiese reconocerla. También tenía aspecto de haber sido torturado, aunque era complicado asegurarlo por la posición. Más tarde, si podía, lo comprobaría.
Pero además de los muertos y Bullock, había más. Maniatados y vigilados por dos guardias armados, había una mujer y un hombre aterrorizados sentados en el suelo, con la espalda pegada a la pared. Ambos estaban sangrando y parecían muy asustados, pero no se atrevían a decir palabra. Con esperar a su turno, tenían más que suficiente.
Creyó reconocer el rostro de Alysson entre la maraña de pelo rubio que colmaba la cabeza de la mujer.
Sarah cogió aire. No había necesitado más que echar un rápido vistazo para atar cabos. Los hombres de Volker estaban interrogando a la gente de Bullock, y cuando no lograban lo que conseguían, acababan con sus víctimas frente a los otros. Era una técnica cruel, pues en el fondo aquellos hombres no dejaban de ser antiguos compañeros, pero bastante productiva. Tarde o temprano alguien hablaría, era cuestión de tiempo.
Habían tenido suerte de que hubiese decidido volver. De lo contrario, todos estarían sentenciados.
Analizó el escenario con detenimiento. No era fácil. En el sótano había mucha gente y poco espacio, así que tendrían que ser cuidadosos para no acabar con la vida de los supervivientes. Precisamente por ello, Sarah decidió distribuir los objetivos con cautela. Ordenó a sus androides que se encargasen de los los vigilantes que controlaban a Alysson y su compañero, los más accesibles, mientras que ella se encargaría de los interrogadores.
Cabía la posibilidad de que el plan no saliese bien, pero tenía que intentarlo.
Comprobó el cargador de su arma y cogió aire. Inmediatamente después, dando la señal de inicio del ataque un grito especialmente desgarrador de Bullock, ordenó a sus androides que se adelantasen. Y estos empezaron a descender... y a disparar. Unos segundos después, con un intenso fuego cruzado ya atronando en el edificio, Sarah aguardó a que los androides alcanzasen el piso inferior y se convirtiesen en el blanco de los cuatro agresores para descender cuatro peldaños y agacharse.
Dirigió el cañón de su arma hacia los dos situados junto a la mesa y presionó varias veces el gatillo.
Pocos segundos después, todo quedó en silencio. Sarah descendió el resto de las escalera cojeando y se abrió paso entre los androides hasta la mesa donde Bullock yacía ensangrentado y con los ojos entrecerrados. Su aspecto era terrible. La agente se detuvo a su lado, incapaz de disimular la tristeza que le causaba su mera visión, y cogió su mano.
Un asomo de sonrisa se dibujó en el rostro maltrecho del patrón.
—Has vuelto —dijo con una mezcla de agradecimiento y sorpresa—. No... no creía que... que fueras a hacerlo.
—No iba a hacerlo —admitió ella, y volvió la vista hacia el resto de presentes—. Pero aquí estoy. Voy a sacaros.
Tras desatar a los tres supervivientes, Sarah se agachó junto a Manfred para comprobar su estado. Muy a su pesar, no había logrado sobrevivir a las crueles torturas que sus antiguos compañeros le habían causado.
Sarah le apretó la mano con tristeza, dolida, y desvió la mirada hacia el otro cuerpo.
Aunque quería comprobar su identidad, no se atrevía a girarlo.
—No es él —escuchó decir a Alysson tras ella.
La mujer se agachó a su lado y se despidió de los dos cuerpos con un tierno beso en la cabeza. A continuación, ayudando a Sarah a incorporarse, la llevó hasta el otro extremo de la sala, donde aguardaban el resto de supervivientes junto a los androides.
El humo procedente del piso superior empezaba a colarse por las escaleras.
—Hay fuego arriba —anunció Sarah con amargura—. No sé cuánto se habrá extendido, pero va a ser difícil salir.
—Hay otra salida —dijo el tercer superviviente con seguridad. Acto seguido, dedicándole una breve sonrisa, le tendió la mano a Sarah—. Soy Otto, por cierto. Gracias por salvarme la vida.
—Ya... no es nada —respondió ella, y volvió la mirada hacia Bullock, el cual, al igual que ella, necesitaba la ayuda de los androides para mantenerse en pie—. Salgamos entonces.
—¿Cómo lo haces?
Con la espalda apoyada contra un árbol y utilizando el pequeño botiquín que llevaba en la mochila para ello, Sarah se estaba intentado curar la herida de la pierna cuando Alysson se dejó caer a su lado. No muy lejos de allí, Otto había encendido una hoguera, consciente de que Elisen Bullock necesitaba entrar en calor.
—Espera, déjame que te eche una mano —se ofreció la mujer—. Después de lo que has hecho por nosotros, te lo has ganado.
—Prefiero hacerlo yo —respondió Sarah—. Pero te lo agradezco.
—Ah... bueno. —A pesar del rechazo, Alysson se esforzó por sonreír—. No importa.
Sarah prosiguió con las curas, tratando de ocultar su mal estar. Después de la subida de adrenalina tan intensa que le había ayudado a salvar la vida de Bullock y los suyos, la agente no se encontraba bien. El esfuerzo para llegar hasta allí en tan poco tiempo sumado a las heridas y la pérdida de sangre le estaban afectando. Necesitaba descansar bajo techo, comer y recibir asistencia de verdad... necesitaba calma, pero allí no iba a encontrarla. Perdida en mitad del bosque en compañía de aquellos extraños, no le quedaba otra alternativa que aguantar.
Cerró los ojos. Tal era el agotamiento que incluso empezaba a dolerle la cabeza.
—¿Que has querido decir antes con eso de "cómo lo haces"? —preguntó con curiosidad.
—Me refiero a enfrentarte a Eleonora sola. Primero a la ciudad, después al viaje hacia las ruinas... y ahora a esto. —Alysson negó con la cabeza—. No sé cómo lo soportas. Yo... yo ni tan siquiera fui capaz de disparar. Antes trabajaba con esa gente.
—Para mí tampoco es fácil hacerlo, no te equivoques —respondió Sarah—. Pero era o ellos o vosotros. No me quedaba otra opción.
—Me lo imagino. ¿Sabes? Me cuesta creer lo que está pasando. Yo solo vine a construir una ciudad. Todo esto... demonios, todo esto de locos.
Sarah desvió la mirada hacia la hoguera. Bullock yacía junto a esta, con los ojos abiertos fijos en el cielo estrellado. Tenía mal aspecto. De hecho, era probable que no sobreviviese. Sus torturadores habían sido especialmente crueles con él, y aunque quizás en otras circunstancias no habría tenido problemas para seguir adelante, lo más probable era que no superase la noche.
Aquello complicaba las cosas.
—Oye, Alysson, antes decías que no era "él" el del suelo. ¿Te referías a Mysen?
—Sí. Varg estaba de guardia cuando los hombres de Volker aparecieron. Dio la señal de alarma, y gracias a él algunos lograron escapar. Bullock le ordenó que los protegiera. Con suerte, aún seguirá vivo en algún punto de la ciudad.
Sarah sonrió levemente, algo más animada. Aquella noticia era buena. Desconocía cuál había sido el destino de Mysen, pero confiaba en que habría encontrado la forma de llegar a Cáspia.
—¿Decepcionada? —preguntó Alysson, captando de nuevo su atención. Sonrió con cierta malicia ante la expresión de sorpresa de Sarah—. Has vuelto por él, es evidente.
—No he vuelto por él —respondió ella con sinceridad—. Al menos no solo por él. Estaba en deuda con vosotros.
—¿Seguro?
Por el modo en el que Alysson la miró, Sarah supuso que aquella mujer se había hecho una idea equivocada sobre ella y Mysen. El agente le había caído bien y, para qué negarlo, le había gustado, pero no lo suficiente como para arriesgar la vida únicamente por él. Sarah había regresado porque aquellos hombres le habían salvado la vida, nada más. Mysen era puramente accesorio.
—Creo que Bullock no va a sobrevivir —advirtió Sarah, desviando de nuevo la mirada hacia la hoguera—. Eres consciente de ello, ¿verdad?
Alysson asintió.
—Yo debo seguir mi camino, pero no os voy a dejar en la estacada. ¿Tienes forma de contactar con el grupo de Mysen?
—Me temo que no.
—Mala cosa.
Sarah volvió a abrir su mochila y extrajo del interior su comunicador. Desde que abandonase la base el día anterior no había vuelto a conectarlo. De hecho, su idea había sido el de no volver a encenderlo durante un tiempo. No quería saber absolutamente nada de Ehrlen y los suyos. No obstante, llegado a aquel punto, no le quedaba otra opción que pedir ayudar. Pero no para ella, por supuesto. Sarah no estaba dispuesta a volver, y mucho menos con la cabeza gacha. Alysson, Otto y Bullock, sin embargo, eran otro tema.
Presionó el botón de activación.
—Vais a ir a la base donde se encuentran los "Hijos de Isis", ¿de acuerdo? Pediré que os protejan. Ahora mismo os consideran una amenaza, pero intentaré hacerles entrar el razón.
—¿No intentarán matarnos? —preguntó Alysson.
—He dicho que voy a intentar hacerles entrar en razón.
—Dudo que lo consigas...
—Hay que intentarlo —replicó Sarah—. En cuanto os acojan, habla con Jack Waas. Explícale todo lo que ha pasado en detalle y, sobre todo, dile que Mysen está en la ciudad con otros tantos supervivientes. Tiene que hacer algo.
—En realidad solo está con Janet y la cría —aclaró Alysson—. Los demás han muerto.
—Como sea. Díselo. Él se encargará de encontrarlos y ponerlos a buen recaudo.
Finalizado el proceso de activación, Sarah comprobó con sorpresa que uno de los pilotos estaba encendido. Paseó los dedos sobre el teclado del dispositivo y trató de acceder a la memoria. Al parecer, alguien había dejado un mensaje. Sarah presionó el botón de reproducción y se llevó el comunicador a la oreja. Lamentablemente el barro y las caídas habían dañado la circuitería y la grabación había sido dañada.
A pesar de ello, logró escuchar algunas palabras.
—Sa... Sarah, si oyes... base... ha pasa... len... Ehr... necesitamos. Ha desapa...
Después, la grabación llegó a su fin.
Restándole importancia al mensaje, Sarah comprobó el dispositivo. Aunque había logrado encenderse, estaba demasiado dañado como para poder utilizarse, por lo que volvió a guardarlo en la mochila. Cruzó los brazos sobre el pecho, con la mirada fija aún en la hoguera, y trató de buscar soluciones. Le dolía tanto el cuerpo que le resultaba muy complicado concentrarse, pero aquella gente necesitaba ayuda y ella iba a proporcionársela. No sabía cómo, pero lo haría.
—Nada, ¿verdad? —preguntó Alysson a su lado, decepcionada—. No funciona.
—No, pero no importa. Puede que Ehrlen no os escuche, pero Jack lo hará. Explicadle todo lo que ha pasado y decidle que habéis estado conmigo; que he intentado contactar con vosotros pero que se me ha estropeado el dispositivo. Él os protegerá.
—¿Y qué pasa contigo? ¿Qué vas a hacer?
—Iré a las ruinas.
De pie junto a la hoguera, Otto palideció. Hacía rato que las escuchaba, pero no fue hasta entonces que, aterrado ante la idea de que Sarah les dejase, decidió intervenir.
—¿Te vas a ir? ¡Pero te necesitamos!
—Programaré a los droides para que os protejan —respondió la agente con sencillez—. Ellos cuidarán de vosotros.
—¡No es lo mismo! —insistió el hombre—. Además, estás herida. ¡No puedes ir hasta las ruinas así! ¡Si te encuentran, te matarán!
Sarah respondió con una simple sonrisa. Ella era la única que marcaba y decidía sus próximos pasos, por lo que su opinión, en el fondo, le era totalmente indiferente. No obstante, era agradable sentirse útil. Después de varias semanas en Eleonora, le alegraba que alguien la necesitase. Era una lástima que aquellas palabras no viniesen de boca de Ehrlen o alguno de sus compañeros. De haber sido así, seguramente todo habría sido diferente.
—Me arriesgaré.
—¿¡Pero y qué pasa con nosotros!? —se quejó Otto , desesperado—. ¡Nos matarán!
—Tendréis que encontrar la forma de llegar hasta la base —contestó ella—. Habéis sobrevivido hasta ahora, lo conseguiréis.
—¡Pero teníamos a Mysen!
—Ahora tendréis a los androides.
—¡Ya, pero...!
—¡Mi decisión es firme! —sentenció Sarah, alzando el tono de voz, y negó con la cabeza—. Mañana por la mañana me iré, así que aprovechad la oportunidad que os da la presencia de los androides. Más no puedo hacer.
Otto le dijo algo más, pero Sarah ya no le escuchaba. Sus ojos se habían encontrado con los de Bullock. El patrón no se había perdido nada de la conversación, y por el modo en el que curvaba los labios, era evidente que quería hablar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro