Capítulo 20
Capítulo 20
—¿Y ahora qué? —preguntó Leo Park con inusual timidez. Aún le temblaban las piernas al recordar todo lo que había sucedido.
Sentados alrededor de la mesa de reuniones en la que el día anterior habían visionado las fotografías de los hombres de Bullock, parte del equipo de los "Hijos de Isis" se enfrentaban a la gran crisis que estaban sufriendo. La mayoría de ellos aún seguían muy abatidos por lo acontecido el día anterior. Aquel tipo de sucesos a veces pasaban, todos eran conscientes de ello, pero la forma había sido tan inesperada que aún no habían logrado recuperarse del golpe. Otros, sin embargo, se mostraban tan fríos e indiferentes que su actitud resultaba incluso insultante. Como si no hubiese pasado nada...
Como si no les importase.
—¿Tu qué crees, chico? —La simple duda logró despertar la furia del capitán—. Ahora a seguir adelante, como siempre. Ni es la primera vez que sucede algo así, ni será la última.
—Erland... Leo aún es demasiado joven —le recordó Brianna, comprensiva—. Ha vivido poco.
—En realidad la mayoría ha vivido demasiado poco —apuntó Neiria, de brazos cruzados—. Es un equipo demasiado joven. Esta experiencia les va a ir bien para abrir los ojos. Esto no es un patio de colegio precisamente, chaval.
Había dos grupos muy diferenciados en la sala. Por un lado, el bando de los veteranos compuesto por Brianna, Helmuth, Jöram, Erland y Neiria, los cuales habían asumido lo acontecido con coraje y fuerza, y después el de los más inexpertos, Leo, Cailin, Kara, Víctor y Jonah, que aún estaban asimilándolo. Perder a Jack no solo implicaba la muerte de un compañero y jefe, sino también la de un amigo, y eso era algo que, en casos como el de Kara y Víctor, resultaba complicado de aceptar.
—Dudo que esta experiencia sirva para nada —intervino Cailin con brusquedad—. La situación es clara: Waas ha muerto, los hermanos Steiner están heridos y Ehrlen... bueno, Ehrlen está como está. La cuestión es, como bien ha dicho Park, ¿y ahora qué? ¿Debemos regresar y abandonar la misión o finalizarla? Sea cual sea la respuesta, es evidente que alguien debe ponerse al mando... y creo que todos sabemos quién debe ser.
Todas las miradas se fijaron en Erland Van Der Heyden. El capitán era una buena alternativa. Siendo el segundo con más experiencia en el equipo y uno de los más influyentes y respetados, reunía las características necesarias para poder dirigirlos hasta el final de la operación. Sería algo temporal, por supuesto. Erland no deseaba quedarse al mando de los "Hijos de Isis". De hecho, de haber querido podría haberlo hecho mucho tiempo atrás, pero aquel no era su objetivo. Él era feliz a los mandos de la "Medianoche" y no quería que lo apartasen de ella. No obstante, dadas las circunstancias, aceptaba el cargo. No iba a darles la espalda. No tendría sentido.
—No me gusta —advirtió—, pero puedo hacerlo. Si esa es la decisión de todos, la asumo. Sin embargo, necesito el apoyo de todos... y eso te incluye a ti, Nei.
Un asomo de sonrisa se dibujó en el rostro de la segunda al mando de la "Neptuno". La mayoría de los presentes suponían que el comentario venía dado por el carácter explosivo de D'Amico. Lo cierto, sin embargo, era que el motivo se remontaba a muchos años atrás, cuando la mayor parte del equipo de los "Hijos de Isis" era otro y se había dado una situación muy parecida. En aquel entonces Erland había sido el elegido por sus compañeros para dirigir al equipo, pero Neiria no había estado de acuerdo. A partir de entonces habían sido muchas las disputas entre ellos. Tantas que, sin apenas ser conscientes de ello, habían causado un gran daño al equipo.
—Dieciséis años después volvemos a enfrentarnos a lo mismo —reflexionó Neiria—. ¿Cuanta gente perdimos aquella vez? ¿Cuatro? ¿Cinco?
—Demasiados —recordó Brianna con tristeza.
—Y en gran parte fue por mi culpa —admitió—. No es momento para dividirnos. Si le queréis a él al frente del equipo, no me opondré. Es una buena elección. Lo demostró en el pasado, y estoy convencida de que volverá a hacerlo ahora.
—Bien —dijo Cailin, y asintió con la cabeza, agradecida—. Erland, tú quedarás al mando del equipo entonces. —Una vez aclarado el primer punto, que no el más importante, volvió la mirada hacia Kara y Víctor—. ¿Y qué hay de vosotros? ¿Dónde está Will?
No era necesario leer sus mentes para saber que los dos agentes estaban pasando por un mal momento. Mientras que Víctor trataba de recuperarse del golpe lo más rápido posible, Kara aún estaba en shock por lo ocurrido. Ver morir a un compañero a apenas unos metros de distancia era duro, pero que además no hubiese sido capaz de hacer nada para impedirlo era realmente difícil de asimilar.
Tardaría en perdonárselo si es que alguna vez lo conseguía.
—De guardia —respondió Víctor—. Hemos estado discutiendo internamente este tema. Will es el más veterano de los cuatro, lleva diez años, más incluso de los que llevaba Jack, pero no quiere asumir el puesto. Tiene otra forma de trabajar... necesita ir por libre.
—Un lobo solitario de manual —comentó Jonah Méndez, pensativo—. Ehrlen siempre lo decía. Ese hombre puede llegar a ser letal si se le deja a sus anchas.
—Todos conocemos a Will —dijo Erland—. Y es un problema. Tú solo llevas dos años con nosotros, Kara, y tú tres, Víctor. Sois unos novatos.
Los dos agentes enmudecieron ante la contundente afirmación del veterano capitán. Ciertamente ambos eran muy inexpertos. Formar parte del equipo de seguridad comportaba riesgos, y muestra de ello era lo poco que duraban sus miembros. No obstante, a pesar de llevar poco tiempo sirviendo, ambos se habían ganado el respeto de Jack y de Ehrlen. Kara y Víctor eran valientes y leales como pocos, y no dejarían de serlo hasta el día en el que la muerte los fuese a buscar.
—¿Y acaso no lo era Ehrlen cuando le pusieron al mando del equipo? —preguntó Brianna, logrando con aquella intervención darles el apoyo que en aquel entonces Jack les habría brindado—. ¿Qué edad tienes, Rubio?
—Treinta y tres —respondió el desgarbado agente, decidido, y se puso en pie. Necesitaba mostrar seguridad, ganarse su confianza, y no había mejor forma para ello que enfrentarse cara a cara al capitán y el resto de presentes—. Quizás parezcan pocos, pero son más que suficientes para aceptar y desempeñar el cargo si me apoyáis. Es cierto que no llevo mucho tiempo con vosotros, pero durante estos tres años he visto y aprendido lo suficiente de Jack como para dirigir a mis compañeros hasta el final de la misión. No será fácil, pero Kara y Will están de acuerdo.
—¿Y qué hay de Sarah? —intervino Leo—. ¿Qué pasa con ella?
Un silencio tenso se apoderó de la sala ante la mención de la agente más novata. Sarah llevaba desaparecida muchas horas, y aunque por el momento no tenían pruebas de ello, sus compañeros empezaban a temer que la agente hubiese sido asesinada por el propio Ehrlen.
—Escuché a Shrader decir que estaba en la ciudad cumpliendo con una misión secreta pero... —intervino Kara, que ya había tratado aquel tema previamente con Erland, y negó con la cabeza—. La verdad es que no sé qué habrá sido de ella. Sarah es una persona muy complicada... rebelde. Lo único que sabemos es que Ehrlen la sacó de la sala de reuniones y que desde entonces no se la ha vuelto a ver. Tampoco responde a su comunicador. Si se enfrentó al jefe por su suspensión, es posible que...
—No digas tonterías —intervino Leo con brusquedad, poniéndose en pie—. ¿Insinúas que Ehrlen la ha matado?
—No lo sabemos —admitió Rubio con cautela—. Como ya ha dicho Kara, hemos intentado contactar con ella en varias ocasiones, pero no responde.
Una amarga sensación de miedo se apoderó de Leo. El arqueólogo mantuvo la mirada fija en el agente, tratando de buscar en su semblante alguna pizca de esperanza, pero al no encontrarla no pudo evitar que el nerviosismo se apoderase de él.
Golpeó la mesa con el puño, furioso. El mero hecho de plantearse la posibilidad de que Ehrlen hubiese asesinado también a Sarah le horrorizaba.
—¿¡Y eso significa que está muerta!? —gritó—. ¡Es absurdo!
—Eh, tranquilo, Leo —lo tranquilizó Brianna—. Hay tantas posibilidades de que esté viva como de que esté muerta.
—Quizás deberíamos buscarla —propuso Cailin, conciliadora—. Estoy con Brianna. Mientras no veamos su cadáver, no podremos darla por muerta.
—La buscaré por la ciudad —se ofreció Jonah—. Con el "Gusano" puedo moverme con rapidez.
—No vale la pena —sentenció Neiria, logrando con aquellas palabras que Leo palideciese—. Yo estoy con Rubio y Vassek. Si a estas alturas no ha aparecido es porque debe estar muerta.
A su lado, Jöram se movió incómodo en la silla. La frialdad con la que a veces se expresaba su mujer lograba ponerle el vello de punta.
—No digas eso, Nei —le pidió—. Esa chica es dura, no creo que Ehrlen haya podido deshacerse de ella tan fácilmente. Es probable que esté en la ciudad. Erland, deberíamos ir a buscarla. Independientemente de cual sea la decisión que se tome sobre el futuro de la misión, no podemos irnos sin ella.
—¿Y qué dice Ehrlen al respecto? —preguntó Brianna—. ¿Le habéis preguntado?
Sentado en el frío suelo, con la espalda pegada a la pared y las manos y los tobillos engrilletados, Ehrlen miraba la pared contigua desnuda en silencio, con la mente muy lejos de allí. La sala donde le habían encerrado no era demasiado grande, pero a él le parecía enorme. Mirase donde mirase solo veía vacío, y eso era algo que, poco a poco, estaba minando su determinación. Se sentía pequeño, solo y abandonado, y aunque comprendía el motivo, no podía evitar que el pesar a veces nublase su mente.
Le costaba creer que él hubiese cometido los actos tan atroces de los que lo acusaban. A veces pensaba que lo estaban engañando, que sus hombres habían formado un complot en su contra, pero después los recuerdos de lo ocurrido acudían a su memoria en forma de relámpagos de lucidez y Ehrlen se hundía. Lo había hecho. Aunque no fuera plenamente consciente de ello, Ehrlen tenía las manos manchadas de sangre, y por mucho que su mente intentase maquinar todo tipo de teorías para intentar salvaguardarse de tan terrible carga, lo cierto era que, en el fondo de su ser, sabía que las acusaciones eran ciertas.
Jack... una insoportable sensación de opresión se le aferraba a la garganta y le imposibilitaba la respiración cada vez que pensaba en el agente. Lo último que recordaba era haber hablado con él. No sabía sobre qué, pero se veía a sí mismo frente a Waas, manteniendo una conversación. Incluso lo recordaba sonriendo. Una sonrisa tímida, sí, pero una sonrisa al fin y al cabo. Poco más. Después la imagen cambiaba y Ehrlen lo veía tendido en el suelo, sangrando.
Muriendo.
Y mientras que la vida se escapaba de las manos de Jack, Shrader se veía a sí mismo siendo arrastrado por alguien. Ehrlen gritaba y pateada, tratando de liberarse, pero no lo conseguía. Tampoco sabía lo que decía. Cada vez que intentaba recordarlo su mente se catapultaba lejos de allí, a su antigua vida, y olvidaba cuanto sucedía a su alrededor. Era como si, de alguna forma, hubiese algo en su cerebro que tratase de protegerlo de sí mismo... como si no quisiera que viese aquello en lo que se había convertido, y lo agradecía. Aquel nuevo Ehrlen era un monstruo al que despreciaba y al que, en el fondo, odiaba.
Lamentablemente, no podía liberarse de él. Algo había despertado en su interior y por mucho que intentaba expulsarlo de su mente, poco a poco se estaba apoderando de todo. Ehrlen cada vez pasaba más horas dormido, atrapado en el sueño que Eleonora había preparado para él, y dejaba al monstruo campar a sus anchas. Un monstruo que destruía todo cuanto encontraba a su paso. Que lo devoraba... y que, en el fondo, lo estaba consumiendo. Ehrlen no era estúpido, sabía que si seguía así aquel ser acabaría apoderándose de todo, que no le permitiría volver a despertar, pero no sabía qué hacer para impedirlo. Por mucho que se esforzase, él era más poderoso, y con cada día que pasaba, su poder sobre él iba incrementándose. Así pues, más que nunca, se sentía atado de pies y manos tanto física como mentalmente.
Pero no iba a rendirse.
—Eh, Kare, ¿qué hora es?
Al otro lado de la puerta, haciendo guardia desde el inicio de su encierro, el joven comprobó el dispositivo de seguridad que Will había instalado antes de responder.
Seguía activo.
—Casi medio día, jefe.
—Ya... ¿y sabes si ha vuelto?
Pasaron unos segundos antes de que el joven respondiese.
—No ha vuelto.
—Gracias, Kare. Tu voz me hace mucho bien, te lo aseguro.
Ehrlen dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, profundamente entristecido. Haber matado a Jack y haber herido a sus queridos Steiner era muy doloroso, pero no saber qué había pasado con Argento era desesperante. Kara decía que lo había oído comentar que no la agente no estaba allí, que la había enviado a la ciudad en una misión secreta, pero lo cierto era que Ehrlen no recordaba haberlo hecho. Era cierto que tampoco tenía memoria de haberle puesto una mano encima, y muchísimo menos haberla asesinado, pero dadas las circunstancias ya no sabía qué pensar. Si aquella chica lograba sacarle de sus casillas a él, no quería imaginar qué debía haber pasado con el monstruo. Solo confiaba en que, al menos en aquella ocasión, su presentimiento estuviese equivocado y siguiese con vida.
—Avísame cuando lo haga.
Antes de responder, aún bajo el umbral de la puerta, Kare cerró los ojos, obligándose a mantener el nerviosismo que tan alterado lo tenía desde hacía horas, y apretó los dientes. Seguidamente, repitiéndose una y mil veces que debía calmarse, volvió a comprobar la cerradura.
—Sí, Ehrlen.
Kare Lavrov oía la música. En varias ocasiones lo había negado cuando se lo habían preguntado, pues no quería ser menos que sus compañeros, pero con cada día que pasaba la melodía se clavaba con más fuerza en su mente.
Y le estaba afectando.
Debería haberlo reconocido, pero no se atrevía a hacerlo. Kare era el más joven e inexperto del equipo y no quería mostrar debilidad. Su entrada en la organización ocho meses atrás había causado polémica. A diferencia del resto, no habían sido sus mediocres calificaciones o sus capacidades las que le habían abierto las puertas de a la "Pirámide", sino el apoyo de su tío, uno de los accionistas de la empresa. Ninguno de sus compañeros le había dicho nunca nada al respecto, pues ni era el primero ni sería el último en beneficiarse de aquel tipo de contactos, pero sabía que lo pensaban. No era estúpido. Precisamente por ello, Kare intentaba ser el mejor. El joven se esforzaba al máximo para estar a la altura de lo que se esperaba de él, y a veces incluso fingía para caer mejor a los suyos. A Lavrov no le caía bien Leo Park, ni tampoco Neiria y Jöram, pero siempre sonreía cuando se cruzaba con ellos. Tampoco le gustaba en exceso cómo le trataba el capitán, pues le hacía sentir como un crío, y mucho menos Jonah Méndez y su aspecto desaliñado, pero fingía. Siempre fingía... y en aquel entonces, a pesar de ser plenamente consciente de que debería haber avisado a Erika de lo que le sucedía, de que la música le estaba atormentando, no lo hizo.
—Erika —saludó un rato después, cuando vio aparecer a la segunda de la "Medianoche" procedente de uno de los pasadizos—. Me alegro de verte, Erika.
A Kare le gustaba aquella mujer. Le había gustado desde el primer momento en el que la había conocido, con su pelo corto decolorado y su cara angelical, y estaba convencido de que le gustaría hasta el último de sus días. Lovelace era una de esas chicas a las que era muy difícil olvidar. Y al igual que le pasaba a él, Kare estaba convencido de que había otros tantos hombres en el equipo que suspiraban por ella. Jack había sido todo un afortunado al lograr conquistarla. Por suerte, dentro de lo malo, ahora que el agente ya no estaba Kare volvía a tener una oportunidad y no quería desaprovecharla. En cuanto pasasen unas semanas y la herida hubiese cerrado, intentaría acercarse a Erika.
—Hola Kare —respondió ella, distante, y se detuvo frente a la puerta. Incluso con el rostro algo enrojecido y profundas ojeras bajo los ojos, Lovelace le seguía pareciendo una de las mujeres más hermosas que jamás había conocido—. ¿Cómo van las cosas? ¿Está tranquilo, verdad?
—Muy tranquilo, sí —informó el joven—. Creo que vuelve a ser él.
—Ya... no te confíes por si acaso —advirtió, y señaló la cerradura con la cabeza—. Abre, quiero verle.
—¿Abrir? —Kare parpadeó con incredulidad—. Lo siento, Erika, pero no puedo abrir a nadie. Silvanna dijo que...
—Me da igual lo que diga esa mujer, no respondo ante ella. Abre.
Incómodo ante la petición, el joven apartó la mirada. Lovelace sabía perfectamente que nadie debía entrar a ver a Ehrlen, y mucho menos ella.
—No es adecuado.
—Kare, por tu alma, ¿qué crees que voy a hacer? Estoy preocupada por él, nada más.
—Ya, pero...
—¿Qué pasa? ¿No te fías de mí?
Aquello era un error. Kare no debía abrir la puerta a nadie, así se lo habían ordenado, pero resultaba complicado negarle nada a Erika... y mucho menos después de lo ocurrido. Dubitativo, lanzó una fugaz mirada hacia su cadera, donde normalmente llevaba su arma. En aquella ocasión, por suerte, iba desarmada.
—¿Vas a matarlo? —quiso saber.
—¿A ti qué te parece? ¿Tengo pinta de asesina?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Kare al escuchar aquella pregunta. Erika tenía aspecto de muchas cosas, sobre todo con el pelo recién cortado y vestida con aquella cazadora de cuero que tanto le gustaba ponerse los días especialmente fríos, pero no de asesina.
—Vamos, Kare, me conoces —insistió—. No voy a hacerle nada. Abre, por favor. Solo quiero hablar.
—¿Erika? —preguntó Ehrlen desde el interior de la sala.
Una sonrisa triste se dibujó en el rostro de Ehrlen cuando la puerta se abrió para que la mujer entrase en la sala. Después de lo ocurrido había pensado mucho en ella. Erika era alguien importante para Ehrlen, y no solo por ser un miembro clave del equipo, sino también por la cercanía con la que siempre se habían tratado. Como su sustituta a los mandos de la "Medianoche", Erika y Ehrlen habían pasado bastante tiempo juntos. Después lo habían hecho con él como responsable del equipo y ella como novia de Jack, desde luego, pero Shrader la prefería en su primera etapa, cuando más sinceros habían sido el uno con el otro. Con el tiempo se habían ido alejando, pues sus caminos apuntaban hacia lugares diferentes, pero nunca habían acabado de separarse del todo. De hecho, Ehrlen se había encargado de ello convirtiéndola, junto a Cailin, en la cara visible de los "Hijos de Isis" durante sus ausencias...
Se ayudó de la pared para ponerse en pie. Moverse engrilletado era complicado, pero sabía cómo hacerlo. Una vez cara a cara, aguardó en silencio a que su compañera cerrase la puerta tras de sí para tratar de descifrar sus intenciones. Su mirada siempre había sido muy expresiva... y en aquel entonces no fue diferente. Como de costumbre, Erika se mostraba tranquila y serena.
Mucho más tranquila y serena de lo que cabría esperar. Era un alivio.
—Erika... —empezó Ehrlen—. Yo...
Antes de que pudiese continuar, Erika sacó del bolsillo de su chaqueta algo y se lo mostró. Se trataba de un reloj de muñeca anticuado y maltrecho cuya esfera estaba bastante rallada. Un regalo.
Ehrlen lo conocía.
—Gírate —ordenó.
Las piernas de Shrader empezaron a temblar cuando la mujer le ajustó la correa del reloj alrededor de la muñeca. Seis años atrás, el propio Ehrlen se lo había regalado a Jack tras completar su primera pre-colonización. En aquel entonces no hacía mucho que se conocían, pues Waas llevaba solo unos meses en el equipo, pero tal había sido la unión entre ellos desde el principio que no habían tardado en convertirse en buenos amigos.
Aún recordaba cómo le había mirado Jack al darle el presente. Había tanto cariño y agradecimiento en sus ojos que dudaba poder olvidarlo jamás.
Necesitó unos segundos para recomponerse.
—Lo siento, Erika... —logró decir en apenas un susurro, con un nudo en la garganta—. No voy a poder perdonármelo nunca, te lo aseguro. No sé qué me está pasando... no sé qué me han hecho, pero hay ocasiones en las que no soy yo. Es como si mi mente se nublase... como si entrase en una especie de sueño del que no puedo despertar mientras que mi cuerpo sigue actuando. Algo intenta apoderarse de mí, y aunque lucho por evitarlo...
—¿Qué ves en ese sueño?
Ehrlen cerró los ojos. No era fácil describir con palabras lo que vivía cada vez que su mente viajaba. Le gustaría decir que eran recuerdos, pero realmente no era así. Alguien manipulaba las escenas de su pasado. Las deformaba y las convertía en situaciones felices que jamás había vivido. Y aunque en el fondo de su ser era consciente de ello, Ehrlen no podía evitar perderse en aquel maremoto de emociones y deseos en los que se convertía el sueño. Sucumbía a ellos y, aunque le doliese admitirlo, en la mayoría de veces ni tan siquiera quería despertar.
—¿Ehrlen?
—Veo fragmentos de pasado manipulados —murmuró—. Vivo momentos que no son reales... pero que me muestran lo que realmente habría deseado que sucediese. Me engañan... calman mi conciencia. —Apretó los dientes con rabia, con desesperación—. Me está devorando, Erika.
—¿Puedes controlarlo?
—No.
Erika asintió con la cabeza. Era lo que temía. A continuación, con delicadeza, tomó sus manos y tiró de ellas para que Ehrlen volviese a tomar asiento en el suelo.
—¿Qué haces? —preguntó, dubitativo.
—Calma —respondió ella con dulzura, y le dedicó una sonrisa extraña—. Confía en mí, ¿de acuerdo?
—Siempre lo hago.
—Pues no deberías... pero en esta ocasión sí. Haz lo que te pida y no tengas miedo. Ya he perdido a Jack, no quiero perderte a ti también.
Ehrlen asintió con tristeza y cerró los ojos, tal y como ella le pedía. Se relajó. Confiaba en Erika... o al menos quería confiar en ella. Lovelace era una buena persona, y así se lo había demostrado en muchas ocasiones... aunque había una parte oscura en ella.
Le resultaba tremendamente fácil rememorar el día en el que se habían conocido. Recordaba el lugar y el momento, su mirada y su sonrisa... su perfume... incluso su ropa. Sí, la imagen era tan nítida que, sin apenas ser consciente de ello, Ehrlen se zambulló en ella.
Cerró los dedos alrededor del timón de la nave a modo de despedida. El olor de la cabina era una de las cosas que más le gustaban de la "Medianoche". Aquel aroma tan especial y Canela, claro. Su fiel mascota siempre estaba deambulando por allí, llenándola de alegría con su mera presencia. Giovanna la odiaba, pero su opinión no importaba demasiado. Como decía el capitán, los terceros al mando nunca pintaban nada, y en aquella ocasión no era diferente. De hecho, tal era la indiferencia que sentían hacia ella que ni tan siquiera le habían ofrecido la posibilidad de ocupar el cargo de Ehrlen. No era de extrañar que tarde o temprano les fuese a abandonar. En su lugar, Ehrlen lo habría hecho mucho antes. No obstante, no era algo que le preocupase a aquellas alturas. Su sustituta estaba a punto de llegar y pronto, muy pronto, él se convertiría en el líder de los "Hijos de Isis"...
Erika respiró profundamente. Ehrlen permanecía muy quieto frente a ella, con los ojos cerrados y el rostro aparentemente relajado. Todo iba bien... confiaba en ella.
Era buena señal.
—Ehrlen —le llamó en apenas un susurro—. Ehrlen, ¿sigues conmigo?
Ehrlen no respondió. En realidad, Ehrlen ya no estaba allí, y Erika sabía el motivo. La mujer acercó aún más el cuchillo con el que hacía unos segundos que le amenazaba, logrando que el filo al fin mordiese la garganta, y se detuvo. Su compañero seguía muy quieto, aparentemente tranquilo, pero ella sabía que algo estaba cambiando en él. El ritmo cardíaco era cada vez más débil y la temperatura corporal estaba bajando. Bastaba con presionarle suavemente la muñeca para saberlo.
Era astuto. Fuese lo que fuese que se había apoderado de Ehrlen, era inteligente. Por suerte, Erika no tenía miedo.
Apretó aún más el metal, logrando al fin que la sangre manase de su garganta.
—No te escondas —dijo entre dientes—. Da la cara... da la maldita cara de una vez.
Ante la falta de respuesta, Erika hundió aún más el cuchillo, tratando de provocar la reacción del ser, de atraerlo y poder enfrentarse a él cara a cara... pero no hubo cambios. Ehrlen seguía totalmente quieto, con el cuerpo aparentemente relajado y una expresión serena en la cara.
Pero sangraba...
—¡¡Sal de una maldita vez!!
—¿Erika? —escuchó decir a Kare desde fuera—. ¿Qué está pasando, Erika?
—Vamos... vamos maldito mal nacido. Sal de una vez... sal de una vez...
Un mal presentimiento se apoderó de Erika al ver cómo la camiseta de Ehrlen empezaba a llenarse de sangre. La segunda al mando de la "Medianoche" había estado convencida de que lograría despertarlo de aquella forma, que tan solo tenía que provocar a la bestia para que saliese, pero empezaba a sospechar que se había equivocado. El ser que había acabado con Jack no quería dar la cara... o quizás sí. Quizás, sencillamente, quería que acabase con la vida de Ehrlen, tal y como estaba a punto de hacer.
Era posible que la estuviese manipulando.
Repentinamente asustada ante la idea, Erika apartó rápidamente el cuchillo de su garganta y se apresuró a presionar un pañuelo contra la herida. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? ¿Acaso se había vuelto loca? Por un instante se le había nublado la mente... ¿pero cómo no hacerlo después de tantas horas de reflexión?
Erika no había logrado conciliar el sueño en toda la noche pensando en ello. Preguntándose cómo podría atraerlo... en cómo podría vengarse. Se había ido envenenando poco a poco, y el resultado había sido nefasto.
—Oh, Ehrlen...
Las manos le empezaron a temblar compulsivamente al ver la sangre empezar a gotear del pañuelo. La herida era mucho más profunda de lo que había creído. De hecho, era tan, tan profunda que creía haber llegado al hueso. Es más, estaba convencida.
La sangre empezó a formar un gran charco bajo sus pies. Ehrlen se sacudió ligeramente ante ella, como un muñeco de trapo, y, de repente, cayó de espaldas contra la pared, como si alguien le empujase. Su cabeza se estrelló contra el muro violentamente, con una fuerza inesperada, y Erika escuchó el sonido de los huesos al romperse.
Aterrorizada, se puso en pie y retrocedió.
—No... no... ¡No! ¡Ehrlen! ¡Ehr...!
Aterrado ante lo que estaba escuchando procedente del interior de la sala, Kare se apresuró a abrir la puerta y enfrentarse con nerviosismo a la terrible escena que acontecía ante sus ojos. Ehrlen estaba de pie, con la espalda pegada a la pared. Tenía cortes en la cara y en la garganta... y sangraba. Sangraba muchísimo. Y Erika era la culpable. Ella sujetaba un cuchillo entre manos, y aunque en aquel entonces no lo blandía, su expresión enloquecida evidenciaba que no tardaría en volver a utilizarlo.
—¡Erika! —gritó, perplejo ante la situación—. Erika, baja el arma. Baja el arma ahora mismo.
—Yo no... —murmuró ella, y se giró lentamente hacia Kare—. Te juro que yo no...
El joven se quedó paralizado al encontrarse sus miradas. En los ojos de Erika había miedo, había rabia, había dolor... pero sobre todo había música.
—Buscaremos a Argento —decidió Erland Van Der Heyden.
Después de más de una hora de agria discusión en la que todos los presentes habían opinado sobre los distintos puntos tratados con mayor o menor acierto, había llegado el momento de tomar decisiones y el nuevo líder de los "Hijos de Isis" sabía qué era lo mejor para los suyos. No para la empresa, desde luego, si Walter Smith hubiese podido leer sus pensamientos a aquellas alturas ya le habrían mandado ejecutar, pero sí para ellos. Por desgracia para la "Pirámide", el capitán anteponía el bienestar de sus compañeros al cumplimiento de la misión, por lo que la decisión era obvia. Los "hijos de Isis" no estaban preparados para Eleonora. De hecho, probablemente ni tan siquiera la humanidad estaba preparada para aquel destino, y así se lo iba a hacer saber a sus superiores abandonando el planeta.
—Le daremos veinticuatro horas de margen —prosiguió—. Si durante ese plazo no vuelve o no logramos dar con ella, esté viva o muerta, abandonaremos el planeta.
—¡Pero es muy poco tiempo! —le increpó Leo con nerviosismo—. ¡No vamos a encontrarla! Si realmente está en una misión especial...
—Maldita sea, Park, ¡ya te lo he dicho! —exclamó Neiria—. ¡Esa chica está muerta! ¡Si no la ha matado Ehrlen, la habrá matado la ciudad!
—¡Y ya te hemos dicho nosotros que eso no lo sabemos, D'Amico! —respondió Jonah Méndez, furioso, y respiró hondo. Aquella mujer lograba sacarlo de quicio—. Es poco tiempo, sí, pero si esa es tu decisión, capitán, la aceptamos. Con permiso... —El piloto del "Gusano" se puso en pie—. Yo voy a salir ya. Dudo que mi presencia aquí cambie nada.
—Yo también —le secundó Jöram—. Por favor, no perdamos la esperanza, los milagros existen.
De brazos cruzados y con una expresión sombría en el semblante, Brianna aguardó a que los dos hombres abandonasen la sala para desviar la atención hacia el recién nombrado líder de los agentes de seguridad y Kara. Al igual que ella, ambos habían permanecido en silencio durante toda la discusión. Resultaba sorprendente que tratándose de una de los suyos hubiese puesto más interés Leo Park en su búsqueda que ellos. Cualquiera diría que no les importaba... y probablemente no se equivocaría.
—Rubio, ¿no deberías enviar a tu agente en busca de Argento? —le preguntó, logrando así que al fin que reaccionase—. Ahora las dos dependen de ti y veinticuatro horas es muy poco tiempo.
—Kara va a encargarse de la vigilancia de Ehrlen... —respondió él con seguridad—, y Will de los accesos al edificio. Creo que la única forma de asegurar la base es manteniendo a los dos dentro. Yo, por mi parte, buscaré a Argento.
—Iré contigo —se ofreció Leo—. Aquí no hago nada.
Cailin hizo ademán de intervenir para apuntarse a la expedición, pero Neiria la interrumpió. A diferencia del resto, ella estaba tan convencida de que Argento estaba muerta que ni tan siquiera se iba a molestar en buscarla. A su modo de ver había cosas mucho más importantes de las que ocuparse y una de ellas, sin lugar a dudas, era la seguridad del resto equipo.
—¿Y qué pasa con Shrader, Erland? —quiso saber Neiria—. Es peligroso tenerlo así, y lo sabes. Ese chico es astuto... y Kara es buena, no lo niego, pero todos somos conscientes de que Shrader es mejor. Si por alguna extraña razón lograse escapar de la celda podría causarnos grandes problemas. He hablado sobre el tema con Silvanna y creo que lo mejor que podríamos hacer es anestesiarlo y encerrarlo en la bodega de la "Neptuno". De ahí no puede salir.
—¿Hablas en serio? —Cailin parecía perpleja—. ¡No es una bestia salvaje! ¡Me niego a que reciba ese trato! ¡Ehrlen no se lo merece!
—Ese no es Ehrlen, Volkov. Es evidente —aseguró Neiria con enervante tranquilidad, y volvió la mirada hacia Erland—. Capitán, ya hemos perdido a Jack, no permitamos que este planeta nos arrebate también a Shrader.
Van Der Heyden se cruzó de brazos, meditabundo. Ambas tenían razón. Ni Shrader era una bestia, ni tampoco una hermanita de la paz, por lo que debían ser muy precavidos con él. No obstante, había que sacarle del planeta. El capitán desconocía si la conexión desaparecería cuando abandonasen Eleonora, si sobreviviría o si, sencillamente, Ehrlen volvería alguna vez a ser el mismo de antes, pero tenían que intentarlo.
—Cai, sé que no te gusta, pero puede que no sea una idea tan descabellada.
—No hablarás en serio.
La mujer dejó escapar una carcajada sin humor al ver el modo en el que Erland fruncía el ceño. Aquello era decepcionante. Cailin había apoyado al capitán porque lo creía capaz de tomar las decisiones más adecuadas por duras que fuesen de aceptar, no para que tomase el camino más fácil, y mucho menos para que se dejase llevar por alguien como D'Amico. Abandonar el planeta, dejar a Sarah en la estacada, encerrar a Ehrlen... ¿es que acaso se habían vuelto locos?
—Sí, hablas en serio —comprendió, decepcionada—. No me lo puedo creer.
—¿Acaso tenemos otra alternativa? Piénsalo con frialdad, Cailin. Ehrlen...
Un grito desgarrador procedente del fondo del pasadizo captó le interrumpió. Todos volvieron la mirada hacia la puerta, momentáneamente desconcertados... pero rápidamente se pusieron en pie.
—Esa era Silvanna —murmuró Leo—. Oh, no...
Con Erland a la cabeza, los agentes abandonaron la sala a la carrera, conscientes de que Silvanna no gritaba de aquel modo a no ser que hubiese sucedido algo realmente grave. Lamentablemente, como pronto descubrirían, había tenido motivos de sobra para ello.
Demasiados en realidad.
Cuando llegaron a la sala donde hasta entonces había permanecido encerrado Ehrlen la puerta estaba abierta de par en par. En su interior se encontraba Silvanna, arrodillada frente a una Erika a la que un golpe en la cabeza la había dejado aturdida. Kare también se encontraba allí, aunque estaba tendido en el suelo, con los ojos entornados y una mueca extraña en la cara. Parecía dormido.
De Ehrlen, sin embargo, no había ni rastro.
—Oh, no...
Impresionada ante el descubrimiento, Kara retrocedió unos pasos. Durante toda la noche había estado rememorando una y otra vez cómo Ehrlen acababa con Jack ante sus ojos. La agente revivía continuamente la escena, y aunque intentaba reaccionar, nunca lo conseguía. Era como si perdiese el control de su cuerpo. Como si alguien le impidiese actuar...
En aquella ocasión, sin embargo, no iba a permitir que le sucediese lo mismo. Lejos de dejar que el miedo se apoderase de ella, Kara desenfundó su pistola y salió al pasadizo.
Aquella vez no fallaría.
—Se ha largado —exclamó Neiria mientras ayudaba a Silvanna a levantar a Erika, sarcástica, y le dedicó una fugaz mirada a Cailin—. Maldita sea, ¡se ha largado! ¿¡Y tú querías dejarle suelto!?
—¡Cállate!
—¿¡Que me calle yo!? ¡No! ¡Cállate tú, maldita estúpida! ¿¡Es que acaso no lo ves!? ¡Ese no es Ehrlen! ¡Ese no...!
Antes de que el nerviosismo acabase provocando una pelea entre las dos mujeres en la que probablemente todos acabarían involucrados, Víctor cogió a Kara del brazo y la apartó unos metros. Como agentes de seguridad, tenían que hacer algo, y tenían que hacerlo ya.
Se apresuró a sacar su comunicador.
—Will, responde —llamó tratando de mantener la calma—. Will... ¡Will!
No hubo respuesta.
—Will, por tu alma, responde... —Temeroso al ver que únicamente oía estática procedente de la planta baja, Víctor buscó a su compañera con la mirada y la cogió del brazo—. Kara, baja, ¡rápido!
—¿Y qué hago si me lo encuentro? —respondió ella, dubitativa... nerviosa. Más que nunca, necesitaba que le diesen instrucciones claras. Que la guiasen—. Víctor...
Rubio dudó. De haberse tratado de cualquier otra persona habría sabido qué responder. Lo habría tenido muy claro. Tratándose de Ehrlen, sin embargo, las cosas eran muy diferentes.
Era demasiado complicado.
Más que nunca, deseó que Jack estuviese con ellos.
—¡Víctor! —insistió Kara.
—De acuerdo, de acuerdo... tienes que detenerlo cueste lo que cueste —dijo finalmente, evitando pronunciar el nombre de Ehrlen—. Intenta no dañarlo, pero si fuese necesario...
—¿Disparo?
—Solo si no te queda más remedio. Si se enfrenta a ti, hazlo.
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