Capítulo 2
Capítulo 2
Ni tan siquiera los largos ocho años de servicio a "La Pirámide" habían logrado evitar que Cailin Volkov concentrase todas las miradas allí por donde pasaba. Su mera presencia seguía despertando la misma curiosidad y temor en aquellos que la rodeaban que el primer día, y probablemente así seguiría siendo hasta el último. Y es que, aunque Cailin sabía que gran parte de la atención venía propiciada por su aspecto físico, era innegable que la fama obtenida a lo largo de todos aquellos años gracias a sus antiguos "amigos" del "Puño de Maat" no la había beneficiado. Después de todo, ¿cuántos agentes habían sido expulsados de sus unidades por mala conducta?
Cailin era una persona complicada. Además de su facilidad natural para meterse en problemas y la afiladísima lengua que tantos malos entendidos le habían causado durante todos aquellos años, aquella mujer tenía un imán para el conflicto. Intentaba eludir los problemas, escapar de ellos sin causar demasiados quebraderos de cabeza a su nueva unidad, pero incluso así había muchas ocasiones en las que no lo conseguía. Era como si, por mucho que lo intentase, estuviese marcada; como si hubiese algún tipo de conspiración en su contra, y así no era fácil sobrevivir. Por suerte, a Cailin le sobraba fuerza de voluntad y mal carácter como para defenderse de absolutamente todo el universo.
Cailin llevaba tan solo tres años sirviendo en los "Hijos de Isis" como apoyo logístico dentro del equipo de pilotos, pero era considerada una veterana por la mayoría. Con treinta y dos años de edad, muy alta, mortalmente pálida y con la cabeza totalmente afeitada, pocos eran los que se atrevían a llevarle la contraria. Cailin era peligrosa, y sus compañeros lo sabían. A pesar de ello, durante los primeros días el enfrentamiento había sido inevitable. Los componentes de los "Hijos de Isis" eran luchadores y proteccionistas como pocos, y la llegada de un nuevo miembro tan conflictivo como Cailin no había pasado desapercibida para nadie. Todos querían mantener su parcela de poder, su posición dentro del equipo, y aunque el inicio había sido complicado, el equilibrio no había tardado en volver a instalarse entre los hombres de Ehrlen Shrader.
—Eleonora... cada vez ponen nombres más estúpidos a los planetas.
—Es el nombre de la hija del descubridor, Cailin.
—¿Qué será lo próximo? ¿Ponerle el nombre de su perro?
Erika Lovelace respondió a la ocurrencia de su compañera con una sonrisa. A ella tampoco le gustaba en exceso el nombre con el que habían bautizado al planeta hacia el que pronto se dirigirían, pero no le daba la más mínima importancia. Después de cinco años en los "Hijos de Isis", la segunda piloto de la nave insignia del grupo había aprendido que los nombres eran lo de menos en aquel negocio: lo realmente importante era el planeta, sus condiciones y sus habitantes. Lo demás, en el fondo, era accesorio.
—Tiempo al tiempo.
—Nunca entenderé este tipo de sensiblerías. ¿Qué su hija murió durante la expedición al planeta? —prosiguió Cailin, ignorando las miradas de soslayo que le dedicaban el resto de agentes con los que se cruzaba mientras avanzaba a través del pasadizo—. Pues oye, es lo que hay. Si tuviese que bautizar cada sitio que piso con los nombres de la gente que se ha ido quedando atrás el universo se convertiría en un cementerio.
—Qué cosas tienes, Cailin —Erika negó suavemente con la cabeza, balanceando así su flequillo rubio sobre los ojos marrones—. Por cierto, ¿te has fijado en lo seria que estaba Garnet? Me ha dado la sensación de que hay algo en esta operación que no le gusta.
—A saber.
Cailin y Erika habían acudido al encuentro de Garnet Thomas por petición expresa de Ehrlen. Ocupado en sus quehaceres, fuesen cuales fuesen, el líder del equipo las había elegido como sustitutas. Normalmente era él quien asistía a aquel tipo de eventos en compañía de Jack, su mano derecha, pero tras los últimos acontecimientos el "jefe" había empezado a delegar en sus hombres. Además, era una forma de demostrar su confianza. De todos los suyos, Cailin era la más conflictiva con diferencia, por lo que, a la hora de decidir sustituto lo había tenido muy, muy fácil...
—Sea como sea, poco importa —admitió Erika—. Nos esperan dentro de una semana, así que tendremos que darnos prisa.
—Eso díselo a Ehrlen: él es el que ha decidido tomárselo con calma. Si por mí fuera ya estaríamos en camino, ya lo sabes.
—Lo sé... imagino que necesitaba tiempo. Además, falta el sustituto de Vanessa, ¿recuerdas?
—Oh, claro, el sustituto de Vanessa... —Cailin dejó escapar un largo suspiro—. Menos caras bonitas y más gente válida, solo diré eso.
—Chicos, os presento a Sarah Argento, nuestro nuevo fichaje. Ella va a cubrir la baja de Vanessa. Sarah, ellos son Víctor, Kara y Will, el resto del equipo de seguridad.
Tras dar un rápido paseo por la sala principal de la cubierta asignada a los "Hijos de Isis", un lugar totalmente impersonal en el que aparte de caro mobiliario que no parecía haber usado nunca no habían encontrado nada interesante, Jack Waas había guiado a Sarah hasta la sala de operaciones en busca del resto del equipo. Según Jack, no era habitual aquel vacío en la sala común. Los "Hijos de Isis" solían aprovechar las últimas horas antes de salir de misión para charlar y divertirse en aquellos pasadizos, al margen del resto de tripulación de la "Vorágine". Aquel día, sin embargo, no había ni rastro de ellos, y todo apuntaba a que era debido a la tardía llamada que había lanzado Ehrlen para hacerles volver. Shrader había tardado mucho en avisarles y ahora sufrían las consecuencias. Por suerte, siempre puntuales, los miembros del equipo de seguridad estaban allí presentes, preparados para entrar en acción de un momento a otro.
—Sarah Argento, ¿eh? Bonito nombre.
Will Janssen no se levantó del banco de madera en el que estaba sentado limpiando el largo cañón de su potente arma para saludarla. En lugar de ello alzó la mirada, le guiñó un ojo y asintió con la cabeza. Y en cierto modo Sarah lo agradeció. Aunque la actitud del hombre parecía cordial, su aspecto resultaba de lo más inquietante. De estatura media, muy pálido, musculado y con el pelo mortalmente blanco cayendo sobre los ojos rojos, Will Janssen recordaba enormemente a un cadáver. La razón era obvia: la falta de pigmentación. Will era el vivo ejemplo de que la genética seguía siendo uno de los puntos débiles de la humanidad. Por suerte, ni a él ni al resto de sus camaradas parecía molestarle el inquietante aspecto espectral del hombre del fusil de francotirador. Al contrario. Sus compañeros estaban tan habituados a su presencia que ni tan siquiera eran conscientes de lo distinto que era a ellos.
Víctor Rubio, por su parte, sí se levantó del banco de pesas en el que se encontraba para saludar a la recién llegada. Se secó el sudor de las manos con una toalla antes de tenderle la derecha.
—Bienvenida.
—Gracias.
A diferencia de Janssen, que debía rondar los cuarenta, Víctor Rubio era algo más joven, de unos treinta y cinco años. Muy alto, delgado y algo desgarbado, el agente se caracterizaba, además de por la altura, por tener el cabello rubio muy corto, casi afeitado, y los ojos grandes y verdes. No se trataba de un hombre atractivo, pues su mapa facial no se correspondía al de los cánones de belleza de la época, pero su sonrisa era muy cordial.
—¿Te han dicho ya donde te metes? —preguntó Víctor—. Eres una valiente.
—No me han querido contar demasiado —respondió ella—. Hay mucho secretismo. Imagino que no querrán que me largue antes de tiempo.
—No lo dudes —aseguró Jack, y señaló con el mentón la mesa llena de balas donde la otra mujer del grupo ordenaba material—. Kara Vassek llegó hace tan solo dos años y mírala: ya es una auténtica veterana. Con suerte, en unos meses podremos decir lo mismo de ti.
Kara alzó la mano a modo de saludo. De los cuatro, ella era la más joven, con unos veintiséis o veintisiete años de edad, pero su mirada de ojos castaños derrochaba seguridad. De estatura baja, enjuta y con la larga cabellera castaña recogida en una coleta, Kara era el vivo retrato de la tranquilidad y serenidad hecha persona.
Le lanzó unas llaves.
—Al fondo encontrarás las taquillas: la tuya es la última a la derecha —informó Jack—. Dentro están tus uniformes y el resto del equipo. Guárdatelo todo en la maleta: esta misma tarde, después de la reunión, nos instalaremos en la "Medianoche". Tú y Kara compartís camarote. ¿Se lo enseñarás, Kara?
—No hay problema.
—Antes, como decía, tenemos una reunión con todo el equipo. Hay destino ya asignado, así que en breves nos pondremos en camino. Como irás viendo, Sarah, el papel que juega el equipo de seguridad no es tan atractivo como el de los magisters o los arqueólogos, pero te aseguro que sin nosotros estarían perdidos. ¿Sabes algo de robótica?
—Lo que estudié en la academia.
—Confiemos en que sea suficiente. Víctor, Kara, venid con nosotros.
Jack los llevó al fondo de la sala, donde aguardaba una puerta tras la cual se encontraba un almacén de paredes oscuras e iluminación débil. Jack presionó el interruptor eléctrico, logrando bañar de luz blanquecina las decenas de taquillas allí diseminadas, y se internó en un laberinto de pasadizos en cuyos laterales, alzándose hasta los cinco metros de altura, enormes armarios, jaulas y todo tipo de sistemas de almacenaje albergaban en su interior todo el material útil de los "Hijos de Isis".
Seguida por Víctor y Kara, que intercambiaban confidencias a sus espaldas, Sarah fue abriéndose paso entre las sombrías estanterías hasta alcanzar un armario de puertas metálicas junto al cual le aguardaba Jack Waas. La joven se detuvo, lanzó un rápido vistazo a su alrededor, empapándose así de la moderna maquinaria y el peligroso arsenal que se ocultaba en el interior de aquellas cuatro paredes, y volvió la vista al frente.
Jack apoyó la mano sobre una pequeña pantalla circular instalada sobre una de las puertas para pasar el control de seguridad. La cerradura emitió un suave pitido, el hombre pidió a la joven que retrocediese y, sin ceremonia alguna, abrió las voluminosas puertas de metal.
Los ojos de Sarah se abrieron de par en par al ver su contenido.
—Son el modelo Z8, ¿lo conoces? —Jack apoyó la mano sobre el hombro metálico del pesado ser que colgaba de la primera de las sujeciones. Tras él, otros cinco ejemplares idénticos al primero se mantenían rígidos y en silencio, con los visores oculares cerrados y los miembros doblados para ocupar el menor espacio posible—. De las industrias Krafftman. Personalmente me gustaba más el Z7, era algo más rápido, pero es innegable que el cerebro de estos amiguitos es capaz de gestionar muchos más comandos.
Aquella no era la primera vez que Sarah veía un androide de seguridad en persona, aunque sí la vez que más cerca lo había tenido. Durante las prácticas en la academia había tenido la posibilidad de verlos actuar desde la lejanía, mientras visitaban unas de las bases militares, pero aquello era totalmente diferente. Poder tenerlo a tan solo un par de metros y sentir el potente aura de intimidación que los envolvía incluso inactivos era realmente impresionante.
Los Z8 eran androides de aspecto humanoide de casi dos metros de altura. Sus cuerpos, huesudos y metálicos, estaban hechos de una aleación que los hacía prácticamente indestructibles. Diseñados especialmente para la lucha armada y con un cerebro mucho más desarrollado que el del resto del mercado, el Z8 era el androide de pelea elegido por las organizaciones gubernamentales, por los ejércitos privados y para todas aquellas gentes adineradas cuya necesidad de tener las espaldas bien protegidas era casi tan alta como el valor de sus cuentas corrientes.
Tardó unos segundos en lograr articular palabra.
—Guao —exclamó al fin. La joven se puso de puntillas para lograr alcanzar con la punta de los dedos la fea máscara facial del androide. La acarició como si de una mascota se tratase—. Es impresionante. ¿Cuántos hay?
—Disponemos de doscientas unidades —explicó Jack—. El jefe tiene asignados cincuenta y yo treinta. Will también tiene otros treinta a su servicio, y el resto de compañeros tienen otros cincuenta a su servicio, lo que reduce el número a cuarenta. Víctor, ¿habéis reseteado los asignados a Vanessa?
—Lo hicimos ayer —admitió el hombre—. Tienes doce soldaditos de plomo vírgenes para que te echen una mano, Argento. Espero que sean más que suficientes. Kara y yo tenemos asignados el resto. Como verás, están en bastante buen estado, pero hay que trabajar con ellos antes de sacarlos al campo. Imagino que ya lo sabes, pero durante el viaje te explicaré cómo introducirles los comandos y lograr que te obedezcan.
—No son demasiado listos, así que no les pidas milagros —le aconsejó Kara.
—¿Doce androides para mí? —Sarah retrocedió un paso, intimidada—. Pero... pero...
—Ahora es cuando te preguntas en qué consiste este trabajo, ¿verdad? —Jack chasqueó la lengua con desdén—. Pues es fácil, amiga mía: en sobrevivir. Tu trabajo se va a limitar a mantener con vida a todos los componentes del equipo, te caigan bien o mal, en cumplir órdenes y hacer todo aquello que nadie se atreve a hacer. La expansión humana es apasionante, pero es tremendamente peligrosa. Me gustaría poder explicarte qué te espera ahí fuera, contarte las mil y una historias que hemos vivido juntos o, directamente, cómo murió Vanessa, la chica a la que sustituyes, pero es mucho mejor que lo veas con tus propios ojos. Lo que sí que te puedo decir es que te necesito con los ojos muy abiertos, atenta a absolutamente todo lo que sucede a tu alrededor y, sobretodo, preparada para cualquier situación. Ya sea recorrer un planeta a pie, escalar el pico más alto del universo o combatir cuerpo a cuerpo contra un ejército entero, un agente de seguridad tiene que estar preparado para todo. Te preguntaría si sabes disparar, pero si has sido contratada es porque no solo sabes hacerlo sino que debes ser la mejor de toda tu academia, ¿me equivoco?
Sarah volvió la mirada instintivamente hacia sus dos nuevos compañeros. Ambos la miraban con curiosidad, pero tampoco excesiva. A lo largo de su estancia en la compañía habían visto a otros novatos unirse al equipo y no les sorprendía en absoluto su desconcierto. Al contrario, de hecho aquel tipo de momentos formaban parte del encanto de los inicios. Con el tiempo, si lograba sobrevivir lo suficiente, llegaría el día en el que la propia Argento se reiría recordando aquella tarde.
—No se me da mal —admitió Sarah.
—Aún no he tenido tiempo de ver los resultados de las pruebas de acceso —admitió Jack—. ¿Qué tal si nos demuestras de qué estás hecha? Tenemos un campo de tiro en la cubierta inferior. Si eres capaz de acertar diez dianas de diez, te quedas.
—¿Y qué pasa si fallo?
Jack respondió con una media sonrisa cargada de veneno.
—¿Te preocupa acaso?
Sorprendida, Sarah dudó. La joven ladeó ligeramente el rostro, tratando de comprender el significado de su expresión, y se mantuvo en silencio, observándole: analizando cada uno de sus movimientos. Jack parecía muy seguro de sí mismo, pero no era el único. Tras él, Kara y Víctor permanecían en silencio, expectantes, probablemente convencidos de que podrían llegar a intimidarla. Sarah era más joven, más nueva e inocente: una presa perfecta con la que divertirse. Lamentablemente para ellos, también era astuta, y como bien había dicho Jack, no había llegado hasta allí sin motivos. Sarah era la mejor de su academia, de su generación y probablemente de todo el planeta, y se lo iba a demostrar.
—En absoluto. —Sarah palmeó el pómulo del androide a modo de despedida. A continuación, con estudiada tranquilidad, centró la mirada en su superior, desafiante—. ¿Dónde dices que está ese campo?
—Jefe, ya están todos: solo faltas tú.
—Gracias, Kare. Adelántate, ahora iré.
Poco convencido, Kare Lavrov, el miembro más joven del equipo, abandonó la sala donde hasta entonces había permanecido reunido revisando junto a Ehrlen Shrader el informe que Cailin y Erika habían traído. Durante las dos horas previas el joven había hablado y hablado sin cesar, analizando todos los pros y contras de la misión que estaban a punto de empezar, sin apenas escuchar palabra alguna por parte de Ehrlen, y eso le preocupaba. Si bien Shrader no era un hombre muy hablador, tampoco era de los que se quedaban callados, y mucho menos cuando la acción estaba a punto de empezar. Algo preocupaba al "jefe", y aunque Kare tenía sus propias sospechas al respecto, no se atrevía a compartirlas con nadie. Ehrlen era un hombre complicado, todos lo sabían, y después de lo ocurrido con Vanessa era de suponer que no estuviese de demasiado buen humor. Por suerte, Kare confiaba en que un nuevo reto volvería a sacar lo mejor de él...
Y no se equivocaba. Ehrlen no conocía el planeta Eleonora, y mucho menos la ciudad a la que viajarían, Cáspia, pero ya les tenía cariño. Probablemente acabaría perdiéndolo, como solía pasar cuando las misiones se complicaban y alguno de sus hombres moría, pero hasta entonces quería darles un voto de confianza. Eleonora se presentaba como un paraíso terrenal en el que no tenía por qué suceder nada más allá de lo esperado, así que quería confiar en que, al menos en aquella ocasión, tendrían suerte. Es más, estaba convencido de ello. De hecho, tal era su convencimiento que hacía días que una idea le rondaba la cabeza. Una idea que muchas veces había acudido a su mente, pero ninguna con tanta fuerza como aquella vez. Y esa idea era que era una buena ocasión para dejarlo.
Ehrlen siempre decía lo mismo antes de empezar una operación, lo que había provocado que hubiese quien ya no le creyese, pero aquella vez era la definitiva. Eleonora sería su última misión, y así se lo haría saber a sus hombres. Aún era joven, muy joven en realidad, pero después de quince años al servicio de "La Pirámide" necesitaba un cambio en su vida. Tantas muertes, tantas operaciones, tantos peligros... Ehrlen disfrutaba enormemente llevando su vida al límite y enfrentándose a la muerte continuamente, pero necesitaba descansar. Así pues, aquella sería su última misión...
Y así se lo hizo saber a sus hombres.
—La colonización de Eleonora no tendría por qué presentar un gran riesgo —explicó Ehrlen de pie junto a la pizarra de hologramas donde Kare estaba proyectando las imágenes disponibles del planeta—. Según los informes, todas las obras en las ciudades han finalizado, por lo que el planeta está preparado para cuando llegue la primera oleada de colonos, la cual, por cierto, está estipulada para dentro de seis meses. Eso quiere decir que tenemos ese plazo para cumplir con nuestro deber: llegar, revisar que todo esté bien e irnos sin armar revuelo.
—Si todo estuviese bien no nos habrían contratado, jefe —interrumpió Erland Van Der Heyden, de brazos cruzados—. Hay muchas otras empresas aseguradoras capaces de echar un vistazo al planeta y confirmar su seguridad por mucho menos. Si el gobernador planetario ha acudido a "La Pirámide" es por algo, y lo sabes.
Todos lo sabían.
Situada al fondo de la sala junto al resto de miembros de seguridad, Sarah vio como la intervención de Erland Van Der Heyden, probablemente el más veterano junto a la mujer que se hacía llamar Brianna, despertaba todo tipo de habladurías entre los presentes. La mayoría de ellos parecían muy tranquilos, incluso risueños ante la idea de ponerse de nuevo en marcha. Después de un parón de varias semanas los "Hijos de Isis" ansiaban volver a trabajar. No obstante, ella estaba nerviosa. Rodeada de una veintena de personas a las que no conocía pero con las que empezaría a compartir su vida a partir de aquel momento, Sarah se preguntaba si realmente había tomado la decisión adecuada. Las condiciones económicas que "La Pirámide" ofrecía eran inigualables a ninguna otra empresa que ella conociese, pero la joven no estaba segura de que eso fuese suficiente. Ninguna compañía regalaba el dinero sin un buen motivo.
—Mira que eres mal pensado, Van Der Heyden —exclamó un hombre de unos cuarenta años situado al otro lado de la amplia mesa alrededor de la cual todos habían tomado asiento. Se trataba de un tipo de cabello rubio desarreglado, con barba de varios días y una expresión soberbia cruzándole el rostro—. Si el jefe dice que es seguro, es porque es seguro... ¿qué es lo peor que podría pasarnos? ¿Qué una tribu indígena de alienígenas intentase devorarnos? —El hombre sacudió la cabeza con desdén—. Tonterías.
—Aquello fue divertido, ¿eh, Jonah? —respondió una jovencita de menos de treinta años situada a su lado. Junto a ella había un joven tremendamente parecido a ella, aunque con un par de años menos. Probablemente fuesen familia—. Tú te lo perdiste, Alex, pero fue un auténtico espectáculo. Jonah decía que podría con ellos, que eran solo doce, pero al final empezaron a salir de debajo de las piedras, literalmente, y tuvimos que darnos a la fuga dejando atrás hasta las botas. —La joven soltó una sonora y sincera carcajada—. Fue genial.
—¿Genial? —intervino otra mujer de cabello castaño y expresión sombría. A diferencia del resto, ella vestía con una bata de laboratorio, como si acabase de salir de una cirugía—. Esos tipos mataron a Willia y Melli, ¿cómo demonios puedes decir que fue genial?
La joven se encogió de hombros, lo que provocó no solo la indignación de la mujer de la bata sino que otros tantos de los presentes empezasen a parlotear por lo bajo, en grupos. Atenta a todo, Sarah intentaba seguir las conversaciones, situar a cada uno de los presentes en los distintos grupos de los que Jack le había hablado, seguridad, pilotos y sistemas, magisters y arqueólogos, pero era prácticamente imposible distinguirles. Vestidos de calle y mezclados entre sí, a Sarah todos le parecían prácticamente iguales.
Todos salvo Ehrlen, claro. Él, de pie frente a la mesa y con una expresión cansada en el semblante, se diferenciaba de todos los demás no solo por su imponente presencia, su cabello negro como la noche o sus preciosos ojos oscuros, sino también por su sonrisa.
Su increíble sonrisa.
—Esto es lo que suele pasar —le murmuró Kara por lo bajo, indiferente a lo que sucedía a su alrededor—. Podrían pasarse horas discutiendo. Es por eso que nosotros no nos metemos: que se maten entre ellos si quieren.
—¿No intervenís nunca?
—¿Para qué? ¿Para que encima acaben culpándonos de todo? No, gracias. Bastante tenemos con que nos traten como nos tratan... lo irás viendo con el tiempo, Sarah, pero esta gente se cree superior a nosotros. Son buenos tipos en su mayoría, pero tienen una gran facilidad para culpar al equipo de seguridad de todas sus imprudencias.
—Kara... —advirtió Jack—. No es el momento.
Las discusiones, risas y bromas se apoderaron de la estancia durante unos minutos en los que la tensión fue creciendo hasta que Ehrlen logró captar la atención de los presentes golpeando la mesa con el puño. El hombre negó suavemente con la cabeza, ocultando tras una mueca de aparente serenidad lo que en boca de otro habría sido una maldición, y volvió a señalar la pantalla.
—Chicos, chicos... —exclamó—. Ya sé que habéis pasado unas semanas separados y que os moriréis de ganas de contaros vuestra vida, pero ya habrá tiempo para ello, ¿de acuerdo? Mañana partiremos a primera hora y tendréis una semana entera para poneros al día.
—El ansia, jefe, el ansia —se disculpó Tracy Steiner, la chica que había empezado la disputa—. Perdona.
—Sé buena, Tracy —advirtió Ehrlen, y prosiguió con su discurso—. Como decía, disponemos de seis meses antes de que la primera oleada de colonizadores llegue al planeta, así que no podremos dormirnos en los laureles. Hay mucho por hacer, ya lo sabéis. Eleonora es un planeta muy grande, y la ciudad de Cáspia no se queda atrás. Además, como bien dice Erland, no es oro todo lo que reluce.
—¿Ves? —El piloto de la "Medianoche" negó suavemente con la cabeza, haciendo revolotear el cabello ya totalmente cano por la edad sobre sus ojos verdes—. Lo sabía. ¿Qué pasa esta vez, jefe? ¿Qué sorpresita nos espera?
—Nada grave —exclamó Cailin desde uno de los rincones. Con los brazos cruzados tras la nuca afeitada, la mujer contemplaba la sala como si de un espectáculo de gladiadores se tratase—. Tonterías, ¿verdad, jefe?
—Efectivamente, tonterías —admitió Ehrlen—. Veréis, el gobernador planetario está inquieto porque hace semanas que perdió el contacto con el equipo de constructores que se estaba encargando de Cáspia. Hasta donde hemos podido saber, la constructora al cargo, Verita, dejó el proyecto de la ciudad en manos de una tal Lara Volker, una auténtica veterana en el negocio que, por cierto, estaba dando muy buenos resultados. La cuestión es que hay registros de que durante los años de construcción hubo algún que otro conflicto con parte de la plantilla. Nada serio, pero el buen hombre está preocupado. Cualquiera diría que no sabe que es lo habitual en ese tipo de situaciones: ya sabéis lo mala que puede llegar a ser la soledad. Sea como sea, hace tiempo que ni Volker ni ninguno de sus hombres responden a las llamadas del gobernador, por lo que teme este que haya podido suceder algo. Lo más probable es que hayan tenido algún problema con los sistemas de comunicación: quizás algún fallo generalizado en los sistemas o problemas de codificación en los satélites. Pronto lo sabremos, aunque no os voy a mentir, no parece nada grave. Eleonora es un planeta seguro, de categoría 3, así que no tendríamos por qué tener ningún problema serio. A lo largo de esta semana de viaje trazaremos el plan de actuación, así que antes de aterrizar cada uno de vosotros conocerá su papel en la misión. Os recomiendo que os informéis un poco sobre el destino al que nos dirigimos: hay datos sobre el planeta en la base central. Park, ¿podrías encargarte de recopilar toda la información? Antes de descender me gustaría que nos pusieras al día.
—Cuenta con ello, jefe —respondió Leo Park con entusiasmo—. Os daré una clase magistral.
—Mientras no nos mates de aburrimiento me sirve. —Ehrlen lanzó un último vistazo a la pantalla—. Eleonora se presenta como un gran reto: una oportunidad de oro para demostrar lo que vale esta unidad. Como ya sabéis, hemos estado en el punto de mira de muchos durante mucho tiempo. Aunque siempre cumplamos con el objetivo, el precio que hemos pagado ha sido alto, y eso es algo que hay que cambiar. Es más, vamos a cambiarlo. Mi objetivo es que no muera nadie durante esta operación. Nadie... y eso incluye a los nuevos. Argento, ¿me has oído? Eso te incluye. Pobre de ti que mueras: no te lo perdonaría.
Convertida en el centro de todas las miradas, Sarah parpadeó un par de veces, incrédula. Aunque quería creer que era algún tipo de broma, lo cierto era que Ehrlen la miraba con tanta seguridad y decisión que era evidente que hablaba en serio.
Increíble, pero cierto.
Sarah tragó saliva y alzó el puño derecho, con el dedo pulgar en alto.
—No dejaré que me maten, prometido.
—Más te vale. —Ehrlen cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando una posición defensiva, y suspiró—. Veréis, chicos, sé que no es la primera vez que lo digo, pero sí la definitiva. Han pasado muchas cosas a lo largo de estos años, muchísimas más de las que me hubiese gustado, y aunque me siento profundamente satisfecho del trabajo realizado, creo que ha llegado el momento de despedirme. Esta va a ser mi última misión al frente de la unidad, así que os pediría un último esfuerzo. Hagamos que esta misión sea perfecta, ¿de acuerdo? Sería una buena forma de decir adiós.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro