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Capítulo 19

Capítulo 19




El sonido de varias voces procedentes del exterior despertaron a Sarah. La agente abrió los ojos, confusa ante el brusco despertar, y se incorporó. Miró a su alrededor. Se encontraba en el interior de una amplia estancia de paredes de piedra, tumbada a nivel de suelo sobre un incómodo colchón y tapada hasta el pecho. Junto a su cabeza se encontraban sus ropas y sus botas, y al fondo de la sala, pegada a un armario vacío, una puerta entreabierta.

Se llevó la mano a la cabeza y cerró los ojos para aclarar las ideas. Las últimas horas habían sido un auténtico torbellino de emociones y sucesos, y aunque sabía perfectamente cómo había llegado hasta allí, necesitaba organizar todo lo acontecido.

—Ay, Sarah...

La puerta de entrada se abrió y una mujer de unos cuarenta años de edad peinada con una larga trenza que le alcanzaba la cintura apareció bajo el umbral. Su rostro en forma de corazón le resultaba familiar, pues la había conocido el día anterior, pero no era capaz de recordar su nombre. Ella, sin embargo, el suyo lo sabía a la perfección.

—¿Argento? —preguntó con sorpresa. Por su expresión era evidente que no esperaba verla allí—. Bah, no importa. ¿Dónde...?

Antes de darle opción a responder, la mujer atravesó la sala a grandes zancadas y se detuvo frente a la otra puerta para golpearla violentamente con el puño.

—¡Sal de una maldita vez! —exigió a gritos—. El jefe quiere verte. A ti y a ella, a los dos—. La mujer volvió la mirada a Sarah y, sin poder disimular la animadversión que le causaba su mera presencia, se encaminó a la salida—. Vístete, Argento, y dile a ese imbécil cuando salga que no tenemos todo el maldito día.

Después atravesó el umbral y cerró de un portazo.

—Vaya... —exclamó Sarah, y se dejó caer de espaldas en el colchón—. Qué carácter.

No sabía cuánto había pasado desde su despido, pero aún tenía las palabras de Ehrlen tan frescas en la memoria que pensar en ellas le resultaba doloroso. Aquel hombre había sido cruel con ella, injusto, y eso era algo que Sarah no iba a poder perdonarle fácilmente. Después de haberle salvado la vida había esperado otro tipo de reacción. Un gracias al menos. No obstante, Shrader había tomado la decisión de quitarla del medio y ella, muy a su pesar, no estaba dispuesta a estar en un lugar en el que no la quisieran.

Sarah no había recogido sus pertenencias antes de irse. Con el uniforme, las botas y el amuleto le bastaba. Además, no tenía tiempo que perder, así que decidió concentrarse en lo que realmente le interesaba obtener. Y así fue como, armada únicamente con su pistola, su cuchillo y un ejército de cincuenta androides a sus espaldas, abandonó la base.

Durante las primeras horas no había sabido qué hacer. Aún aturdida por lo sucedido, Sarah había deambulado por las calles sin un objetivo claro. Con la llegada del anochecer, sin embargo, el frío y una suave lluvia gélida le habían hecho comprender que debía buscar un refugio. Y así había hecho. Sarah eligió un edificio cualquiera y, tras localizar en su interior una sala resguardada donde poder sentirse protegida, se preparó para pasar la noche. Y había sido entonces cuando, sentada en el frío suelo, con la tenue luz amarillenta que emitía el piloto de emergencia de la entrada bañando su rostro, los ojos se le llenaron de lágrimas.

—No lo entiendo —dijo en apenas un susurro mientras se secaba los ojos con las mangas. Incluso a solas, la idea de llorar por lo ocurrido la avergonzaba—. ¡Maldita sea, yo solo quería ayudar! Le salvé la vida a ese maldito desagradecido y a Park... ¿qué más querían? ¿Qué esperaban de mí? ¿Que me quedase sentadita de brazos cruzados a la espera de órdenes? ¡Que hubiesen contratado a otra! Yo... yo... —Dándose por vencida, Sarah se dejó caer de espaldas al suelo—. Que razón tenías, mamá. Era cuestión de tiempo que mi bocaza me trajera problemas de verdad. Ojalá pudiese volver atrás. Ojalá pudiera...

Unas horas después de quedarse dormida, el sonido de varias detonaciones la despertaron. Sarah se levantó con rapidez, desconcertada, y con horror descubrió que una oleada de enormes lobos blancos estaban intentando entrar en el edificio, sedientos de sangre. Por suerte, los androides les estaban frenando. Impresionada, el corazón de la agente se había detenido por unos segundos al ver la terrible amenaza. Inmediatamente después, sin embargo, había recogido su pistola del suelo y, uniéndose a sus soldados de hierro, había empezado a disparar.

Y no dejó de hacerlo hasta ver al último de los seres caer.

Finalizado el combate, Sarah abandonó el edificio plenamente consciente de que se había convertido en el nuevo objetivo de Volker. Por suerte, no tenía miedo. En su corazón aquel sentimiento no podía tener cabida. No hasta que acabase con ella y pudiese librar a sus compañeros y al resto de supervivientes de la ciudad de su amenaza. Así pues, con las ideas más claras que nunca y las fuerzas renovadas, Sarah salió a la ciudad, dispuesta a enfrentarse a todo aquel que se atreviese a interponerse en su camino. Y durante largas horas fue enfrentándose con la ayuda de sus androides a todas las bestias que, surgidas de los callejones y del interior de los edificios, fueron acudiendo a su encuentro, ansiosas por acabar con ella.

Alcanzadas las ocho de la mañana, con el cielo ya iluminado y solo diez escoltas de metal en pie, Sarah alcanzó la plaza del aeropuerto donde todo había empezado. La atravesó con paso cansado y la sangre de varias heridas embadurnando su rostro y uniforme, y no se detuvo hasta alcanzar la mancha que había dejado el cuerpo de Melissa Atkins al caer. Una vez allí, comprobó la poca munición que le quedaba y ordenó a sus androides que formasen un círculo de protección a su alrededor. Si finalmente iba a morir, lo haría donde todo había empezado, con la cabeza bien alta y el convencimiento de que, de haberla tenido a frente a frente, podría haber vencido a aquella mujer.

Poco después, un ejército de sombras de formas lobunas y felinas se formó a su alrededor, procedente de todos los rincones de la plaza. Sarah apretó los dedos alrededor de la empuñadura de su arma, desenfundó el cuchillo con la otra mano y, con una enloquecida sonrisa cruzándole el rostro, se dispuso a enfrentarse a lo que creía que sería su final.

Sin embargo, no estaba sola...




—Eh, pistolera, Alysson te ha despertado, ¿eh?

Procedente de la sala contigua, vestido con unos pantalones azules y una sencilla camiseta de manga larga blanca, Varg Mysen se acercó a los pies del colchón donde Sarah aún seguía tumbada para tenderla la mano y ayudarla a levantarse. Una vez en pie, la atrajo de un suave tirón y besó sus labios a modo de saludo.

—¿Qué tal van esas heridas? ¿Duelen?

Sarah respondió con una sencilla sonrisa. Los cortes y los golpes dolían, por supuesto, pero acompañada y después de haber dormido unas cuantas horas bajo un techo seguro, el dolor se llevaba muchísimo mejor.

—Ya la has oído, el jefe quiere vernos —prosiguió—. Te dije que no tardaría en volver.

—Mejor —respondió Sarah, y se agachó para recuperar sus pertenencias—. Empieza a cansarme esto de que nadie quiera responder a mis preguntas.

—Yo soy solo un mandado, ya lo sabes. Además, no sé mucho más que tú. Él, en cambio, sabe mucho. Muchísimo.

—Pero tú estabas en las ruinas con Volker cuando encontró el altar. Vamos Varg, algo tuviste que ver...

Varg Mysen no solo había asistido al momento clave en el que Volker había abierto una puerta que debería haber permanecido cerrada para siempre, sino que sabía muchísimo sobre lo que estaba ocurriendo en Eleonora. Por desgracia, tal y como había sucedido la noche anterior, cuando tras haberla rescatado de una muerte segura junto a varios de sus compañeros la había llevado hasta el refugio, no podía decirle nada. No estaba autorizado para ello.

—Dijiste que esperarías a hablar con Bullock —le recordó Varg—. ¿Vas a romper tu palabra tan pronto?

—No te di mi palabra.

—¡Oh, venga ya, Argento! Empiezo a entender porqué te han echado.

—¡Eh! —Sarah recogió una de sus botas del suelo y se la lanzó con fuerza, ofendida. Acto seguido, Varg alzó la mano y, como si de una pelota se tratase, la cogió en el aire—. ¡No te pases!

Divertido, el agente de seguridad de "Veritas" negó suavemente con la cabeza y le devolvió el calzado para que acabase de vestirse.

—Eres graciosa, Argento. Qué lástima que tarde o temprano lograrás que te maten, de lo contrario hasta me habría gustado conocerte.

Unos minutos después, ya preparados para enfrentarse al nuevo día, Sarah y Varg salieron a un amplio corredor de piedra blanca y paredes desnudas al final del cual aguardaban unas escaleras que descendían al sótano.

Empezaron a descender los peldaños.

Se encontraban en las afueras de la ciudad, en un complejo hotelero que con el tiempo harías las delicias de los turistas de Cáspia. "Veritas" había tardado casi tres semanas en levantarlo y el resultado había sido bastante bueno. Además de un resort con todo tipo de lujos, la constructora había edificado cuatro bloques de planta circular en cuyo interior había cabida para más de doscientos clientes. El hotel disponía también de un edificio anexo de tres plantas diseñado para convertirse en un gimnasio, otro piramidal donde instalar un restaurante de lujo y, por último, uno de menor tamaño para exposiciones de arte.

Y era precisamente en el corazón de la galería donde se habían instalado Bullock y sus hombres. Tras meses de deambular por la ciudad cambiando continuamente de base gracias a las "atenciones" de Volker, el capataz había decidido abandonar Cáspia en busca de algún lugar seguro en el que poder esconder a los suyos. Las bestias del bosque eran fieras, pero no eran comparables a las de la ciudad. Así pues, tras muchas pruebas fallidas, habían acabado eligiendo aquel lugar y desde entonces no había vuelto a moverse.

Cinco personas les estaban esperando en el sótano. Sarah las conocía a todas gracias a las fotografías que Ehrlen le había enseñado el día anterior, pero tan solo a dos las había visto en persona durante el rescate. El resto, recién llegados de la operación en la que llevaban enfrascados desde hacía una semana, eran aún desconocidos. Por suerte, no lo serían por mucho tiempo.

Se acercaron al centro de la sala. Iluminada por varias lámparas de viaje había una gran mesa de madera rectangular alrededor de la cual, en bancos, estaban sentados todos los presentes. Manfred Discer se encontraba en el lateral derecho, junto a un hombre de unos cincuenta años, cabello corto y gafas agrietadas llamado Mario Efesto. Al otro lado, con la mirada fija en el mapa que tenían extendido sobre el tablero, se encontraba el mismísimo Elisen Bullock acompañado por la mujer que había irrumpido en la habitación y otro hombre de piel tostada y ojos negros llamado Ko Menta.

Todos los presentes a excepción de Alysson se levantaron para dar la bienvenida a los recién llegados. Visto en persona, Bullock intimidaba menos que en las fotos. Tras tantos meses de supervivencia, Elisen había perdido mucha musculatura, convirtiéndose en un hombre delgado cuya piel se había vuelto ligeramente amarillenta. Seguía llevando la cabeza afeitada, pero se había dejado crecer la barba, la cual ahora estaba llena de hebras blancas. En apariencia, vestido con un chaleco acolchado amarillo, pantalones oscuros y botas manchadas de barro, poco quedaba del hombre que una vez había sido. Su esencia, sin embargo, seguía siendo la misma. Bullock sería un luchador hasta el día de su muerte.

—Así que tú eres la famosa Sarah Argento —dijo a modo de saludo, y le estrechó la mano con fuerza—. Manfred y Varg me hablaron de ti. Te deben la vida.

—Se la debía —corrigió Varg tras ella—. Ahora estamos en paz.

—Eso es relativo —respondió Sarah, incapaz de reprimir una sonrisa—. Además, podría habérmelas apañado sola.

—¿Sola? —Alysson dejó escapar una carcajada desganada desde la mesa—. No me hagas reír, Argento. Te fue de un pelo. De no haber estado nosotros por la zona, a estas horas serías comida de perro.

—Volker debe estar muy enfadada contigo, Sarah —dijo Ko Menta, adelantándose para estrecharle la mano—. Me han contado lo que pasó anoche. Que sus bestias te hayan estado persiguiendo durante tantas horas no es normal. Los ataques suelen ser puntuales.

—Dependerá del nivel de amenaza que represente —reflexionó Bullock—. Pero por favor, toma asiento con nosotros, hay mucho de qué hablar. Imagino que ya lo sabes, pero mi nombre es Elisen Bullock. Ellos son Ko Menta y Mario Efesto, destacados miembros del equipo de creación y diseño. A Manfred, Alysson y Varg ya les conoces.

Sarah estrechó la mano a Mario Efesto. En realidad no conocía demasiado a Alysson, pues únicamente habían intercambiado un par de palabras la noche anterior, cuando la mujer había aparecido junto a Varg y otros tantos para salvarla en el peor momento, pero tampoco importaba. A Sarah no le importaban sus cargos dentro de "Veritas", ni tampoco saber quienes eran. A aquellas alturas, mientras supiesen empuñar un arma, le bastaba.

Tomó asiento en uno de los bancos, junto a Manfred. Varg, en cambio, abandonó el sótano. Como agente de seguridad que era, su lugar se encontraba en el exterior del edificio, vigilando los alrededores. Antes de irse, si embargo, Sarah le escuchó intercambiar unas cuantas palabras con Manfred.

—Nada, ¿verdad? —preguntó el ingeniero.

—Nada.

—Lo lamento, muchacho. Nosotros tampoco tuvimos suerte.

—Ya... —Varg apartó la mirada—. Era de suponer. En fin, nos vemos luego.

Ya a solas con Bullock y sus hombres, Sarah desvió la mirada hacia el mapa que había extendido sobre la mesa. En él había marcado muchos edificios con círculos y cruces rojas, dependiendo del resultado de sus inspecciones. Al parecer, la presencia de los hombres de Bullock en la ciudad no venia dada únicamente por los ataques que de vez en cuando realizaban al enemigo. Para sobrevivir necesitaban suministros, y muy a su pesar estos se encontraban diseminados por la ciudad, lugar en el que ellos mismos los habían ido dejando durante la etapa de construcción.

De haber sabido lo que les esperaría después, habrían sido bastante más cuidadosos.

—Lo primero que quiero hacer es aclarar el motivo de tu presencia aquí, Argento —empezó Bullock—. Es cierto que mis hombres toparon casualmente contigo en la ciudad... o mejor dicho, tus gritos les alertaron. Hay que tener bastantes agallas para desafiar a Volker de esa manera.

—O poca esperanza de sobrevivir —apuntó Alysson con una sonrisa ácida cruzándole el rostro—. Si hay que morir que sea a lo grande, ¿no, Argento?

Sarah no pudo evitar sentir amargura al recordar las últimas horas. Aunque nunca lo admitiría, y menos delante de gente a la que apenas conocía, lo cierto era que ambos tenían razón. Tras lograr escapar del edificio donde las bestias de Volker la habían rodeado, Sarah había iniciado un periplo por la ciudad en el que, tras ver caer a una veintena de androides, sus posibilidades de supervivencia habían empezado a verse en peligro. A pesar de ello, había seguido adelante, valiéndose de pura arrogancia para impedir que el ánimo decayese. Se negaba a pedir ayuda a Ehrlen después de lo que le había hecho.

Unas horas después, sin embargo, viéndose prácticamente sola, Sarah había empezado a comprender la auténtica verdad, y es que, por mucho que lo intentase, nunca podría vencer a una ciudad entera sola. Y por desgracia, ahora Volker era la ciudad. Así pues, viéndose ya al límite, Sarah había empezado a desafiar a su enemiga a voz en grito, retándola a que viniese a enfrentarse a ella cara a cara. No podía enfrentarse a toda una ciudad, pero sí a ella. Lamentablemente, no había funcionado...

—Dudo que eso importe ahora —respondió ella—. Pero sí, si hay que morir, que sea a lo grande. Aunque siendo sinceros, no pienso morir en este planeta. No sé vosotros, pero yo lo tengo claro.

—E ahí la respuesta —exclamó Alysson—. La suerte no va a acompañarte eternamente, Argento. Deberías empezar a cambiar de actitud, aquí son muchos que han muerto por su arrogancia.

—Aunque Alysson tiene razón, no estamos aquí para darte consejos de supervivencia —advirtió Bullock—. Como te decía, si estás aquí es por lo que hiciste por Manfred y por Varg, nada más. De haberse tratado de cualquier otro, te habríamos dejado morir ahí fuera.

—Ya no podemos confiar en nadie —reflexionó Manfred con amargura.

—Al principio nos planteamos la posibilidad de contactar con vosotros —explicó Bullock—. De hecho, intentamos varios acercamientos, pero vuestra cercanía con Volker nos preocupaba. Tu jefe, ese tal Ehrlen, ha sido visto en varias ocasiones en la zona universitaria, visitándola. Sabemos que han habido conversaciones... y puede que acuerdos, ¿me equivoco?

Sarah se encogió de hombros.

—Lo desconozco —dijo—. No obstante, con o sin acuerdo, como ya advertí anoche a tus hombres, ahora sois el objetivo de los "Hijos de Isis". No entiendo el motivo, pero Ehrlen ha decidido que así sea.

—Y toma esa decisión casualmente después de la última reunión con Lara... —murmuró Ko Menta, y se cruzó de brazos—. Anoche explicaste que ha pasado más de una semana inconsciente. ¿Es cierto?

—Así es.

—Ya... —Ko y Bullock intercambiaron una mirada llena de gravedad—. Tiene mala pinta.

—A estas alturas el tal Shrader ya debe tener el cerebro destrozado —comentó Mario Efesto con frialdad, con la mirada aún fija en el mapa—. Considerémoslo muerto.

—¿Muerto? —Sarah arqueó las cejas, casi tan intrigada como molesta—. Shrader está muy vivo, te lo aseguro, así que ten cuidado con lo que dices. No sé qué le hizo Volker, pero lo ha superado, es evidente.

—Que haya despertado no implica que esté vivo, Sarah —advirtió Manfred—. No es el primero con el que Volker experimenta. Aquí pasó algo parecido... aunque ella no tardó tanto en despertar.

—Loreyn —murmuró Alysson por lo bajo, y negó con la cabeza, entristecida.

—Loreyn Mens formaba parte de mi equipo —explicó Menta con melancolía—. Era una magnífica creativa. Viajó con nosotros a la ciudad de Summer, y de hecho fue de las primeras que nos advirtió sobre el cambio de Volker. Pasó mucho tiempo con nosotros...

—Y seguiría estando aquí si esa traidora no la hubiese embrujado —intervino Alysson—. En uno de las incursiones a la ciudad fue capturada. Volker nos preparó una trampa, y aunque casi todos logramos escapar, ella cayó en sus manos. Veinticuatro horas después, cuando acudimos a su rescate, la encontramos en la plaza del aeropuerto, junto a la estatua que ella misma había construido, la de las agujas. Estaba inconsciente... y así estuvo durante cuarenta y ocho horas. Era como si estuviese dormida, como si la hubiesen hechizado para que no pudiese despertar. Ya empezábamos a creer que la habíamos perdido.

—Pero entonces despertó —recordó Menta—. No tenía buen aspecto. Era como si hubiese pasado años en coma en vez de días, pero ella aseguraba estar bien. De hecho, salvo por algunas lagunas de memoria, por lo demás estaba bien. Volvió a incorporarse al equipo... y nos traicionó. —El hombre apartó la mirada con tristeza—. Mató a los dos compañeros con los que hacía guardia antes de que Mysen lograse acabar con ella. Fue muy duro.

—Pero que eso le haya pasado a vuestra amiga no significa nada. Ehrlen está bien, lo sé. —Sarah se encogió de hombros—. Se notaba en su mirada... en su forma de comportarse.

—¿Estás segura de ello?

Aquella sencilla pregunta logró que Sarah sintiese un escalofrío. La agente quería dejar atrás la etapa de Ehrlen y la "Pirámide". Quería olvidarse cuanto antes de ellos y poder hacer lo que realmente debía, sin que nada ni nadie pudiese nublar sus pensamientos. No obstante, aún había pasado demasiado poco tiempo como para que pudiese hacerlo. Mientras estuviesen en el mismo planeta, Argento no podría evitar sentir preocupación por su bienestar. Precisamente por ello era vital acabar cuanto antes con la gran amenaza que comportaba Cáspia. Cuanto antes lo consiguiese, antes podría olvidarse de aquel gran error que había sido aceptar aquel trabajo. Y para hacerlo, le gustase o no, no podía volver a la base. Sus compañeros tendrían que apañárselas solos...

—¿Fue la única que se volvió en vuestra contra? —quiso saber Sarah, logrando así cambiar de tema.

Por el modo en el que se miraron los unos a los otros, era evidente de que no. El caso de Lorelyn Mers era el más parecido al de Ehrlen, pero no había sido la única que, con el tiempo, había acabado dando la espalda a Bullock y los suyos. Por suerte, en los otros casos las víctimas simplemente habían acabado cayendo en las garras de la ciudad y se habían fugado durante la noche, sin dejar un reguero de sangre a sus espaldas. Mers, sin embargo, era la excepción. Ella había matado a dos compañeros, y de haber podido habría matado a todos los que se hubiesen cruzado en su camino.

—Imagino que ya te has dado cuenta, pero Cáspia es letal para los hombres —explicó Bullock—. La influencia de las montañas los hace enloquecer. Es como si allí hubiese algo que se apodera de sus mentes.

—¿Algo o alguien?

—No lo sabemos.

—¿Estás seguro de ello? ¿Qué pasa con las ruinas?

Bullock intercambió una rápida mirada con sus compañeros.

—No sabemos nada de las ruinas.

—Ya, seguro. —Sarah sonrió sin humor—. ¿Y entonces? ¿Qué creéis que está pasando? ¿Qué es eso de la influencia de las montañas?

—No lo sabemos exactamente, pero por las noches se oyen voces —explicó Ko Menta—. Es posible que tú también las hayas oído. Música, risas...

—Las haya oído o no, eso no importa ahora —dijo Sarah, contundente—. Tenéis que hablarme de las ruinas. Creo que la clave se encuentra allí.

Bullock apretó los puños bajo la mesa, furioso ante la insistencia.

—Ya te he dicho que no sabemos nada de las ruinas, Argento —respondió a la defensiva—. Ni tan siquiera las hemos pisado.

—Vosotros no, pero Volker sí. Varg estuvo con ella. Le he preguntado, pero dice que no puede decir nada sin autorización. Eso me da que pensar que sucedió algo...

Bullock no respondió.

—Verás, Bullock, yo he estado en las ruinas y he visto lo que había bajo tierra —explicó Sarah en tono neutro, tratando de mantener a raya el nerviosismo que le causaba aquella actitud—. ¿Sabéis lo que son las "Brujas Blancas"?

Más silencio. Manfred hizo ademán de hablar, pero Mario Efesto le dio una patada bajo la mesa para que no abriese la boca. Sarah los miró a todos, uno a uno, a la espera de alguna respuesta, pero tras unos segundos de silencio, decidió ponerse en pie.

—Esto no va a servir de nada si no compartís vuestra información conmigo, Bullock. Sé que estáis asustados, que lleváis mucho tiempo en este planeta solos... que han pasado cosas extrañas, pero si no confiáis en mí, esto no sirve de nada.

—Somos conscientes de ello —admitió Elisen—. Pero no es fácil. Si hubieses visto lo que nosotros hemos visto...

—Bullock —interrumpió Sarah—. No puedo seguir perdiendo el tiempo con esto. ¿Vas a ser sincero conmigo o no?

Sorprendidos ante la salida de tono de Argento, que a aquellas alturas de la expedición no tenía ganas de que le llenasen la cabeza de palabrería, sino de verdades, todos los presentes concentraron la mirada en Bullock. Compartir lo que sabían con una extraña era demasiado peligroso, y si algo les había servido para sobrevivir durante todo aquel tiempo había sido la precaución. Lamentablemente, aquel mismo factor había sido el que había provocado que perdiesen la oportunidad de contactar con el equipo de Ehrlen al esperar demasiado y dejar que Volker se adelantase. Así pues, no era fácil tomar la decisión. Siempre cabía la posibilidad de que Argento se acabase volviendo en su contra, que fuese una infiltrada que había enviado la propia ciudad.

—De acuerdo —sentenció Sarah ante la falta de respuesta, y se puso en pie—. Agradezco lo de anoche, pero no puedo quedarme aquí eternamente.

—Sarah, espera —le pidió Manfred, y se incorporó también—. No tengas tanta prisa. Esto no es fácil para nosotros tampoco... llevamos mucho tiempo así. Ahora nos cuesta confiar.

—Lo entiendo, Manfred, y no os culpo de ello —admitió Sarah—. Probablemente yo estaría igual que vosotros, pero no puedo perder el tiempo.

Furiosa, Alysson estrelló el puño contra la mesa.

—¿Y qué se supone que te corre tanta prisa? —preguntó a la defensiva.

—¿En serio me lo preguntas? —Sarah abrió ampliamente los ojos, perpleja—. ¿A ti qué te parece? Acabar con esto de una maldita vez, ¡es evidente!

—¿Y cómo pretendes hacerlo? —intervino Ko Menta—. ¿Vas a matar a Volker? Ella no es el problema. En el fondo, es una víctima más. El auténtico enemigo es la ciudad, Argento. Esta maldita ciudad que vuelve locos a sus habitantes.

—Yo ya no lo tengo tan claro—confesó Sarah—. Pero desde luego no pienso esconderme. Alguien tiene que arreglar las cosas, ¿no?

—¿Y esa vas a ser tú? —Alysson dejó escapar una carcajada—. No te lo crees ni tú.

Un asomo de sonrisa se dibujó en el rostro de Sarah. La agente cruzó los brazos sobre el pecho, repentinamente interesada en la opinión de la mujer, y fijó la mirada en ella. Más allá de la máscara de desprecio con la que Alysson la miraba, había desesperación.

—¿Me estas desafiando?

—Puede.

Sarah dejó escapar una risotada.

—Hagamos una cosa. No confiáis en mí, y lo entiendo, pero con el tiempo os daréis cuenta de que es probable que yo sea vuestra única oportunidad de salir de este maldito planeta con vida. Y no lo digo por arrogancia, que también, sino porque creo que soy la única adiestrada para poder vencer esta guerra, así que os propongo algo.

—Oh, vamos, Argento... —Manfred puso los ojos en blanco.

—En las ruinas hay una sala subterránea llena de espejos —prosiguió Sarah, ignorando el comentario de Manfred—. Es una especie de templo. Sé que a excepción de Varg ninguno de vosotros ha estado allí, pero existe, os lo aseguro. La he visto con mis propios ojos.

Repentinamente interesado, Bullock se puso también en pie. Ciertamente él no había estado allí, pues Volker y los suyos habían hecho la visita durante el periodo en el que él y sus hombres habían viajado a Summer, pero sabía de su existencia. De hecho, la propia Volker, fascinada, había sido la primera en hablarle de aquel lugar.

—¿La has visto con tus propios ojos? —quiso saber Bullock—. Intentamos llegar hasta esa sala, pero fue imposible encontrarla. Esas ruinas son un maldito laberinto.

—Lo son —admitió Sarah—. Y sí, he estado allí... y tengo la sensación de que es la clave. Ahora es mi objetivo. Dicho esto... —Sarah fijó la mirada en Bullock—. Tienes dos opciones. Una, puedes olvidar que he estado aquí y seguir sobreviviendo escondido como una rata en este edificio, o dos, venir conmigo. Tú decides. No sé qué hora es, pero en diez minutos me iré. Doy por sentado que no vas a venir venir, pero si cambias de opinión, estaré fuera. Sea cual sea tu decisión, la respetaré. Como bien dijo Manfred en su momento, sois ingenieros y arquitectos, no guerreros. No tenéis porque arriesgaros. Yo, en cambio, he nacido para esto.




—Eh, Mysen, ¡por fin te encuentro! Llevamos casi diez minutos buscándote.

Mysen se encontraba en el pórtico trasero del edificio, oculto en la sombra de una de las columnas, atento a cuanto les rodeaba, cuando Janet lo encontró. Normalmente se situaba en la parte delantera del edificio, para poder controlar todo el complejo turístico, pero aquella mañana tenía un presentimiento. Por suerte, por el momento todo seguía muy tranquilo.

—Janet —saludó a la mujer, y bajó el arma momentáneamente para acariciar con cariño el rostro del bebé que traía en brazos—. ¿Como te encuentras, pequeña? Tiene buen aspecto.

—Ya no tiene fiebre —aseguró Janet, satisfecha—. Buen trabajo. Si no hubieses encontrado el medicamento se habría puesto bastante peor.

—Pídeme lo que sea, que te lo conseguiré. —Le guiñó el ojo—. Para eso estoy.

—Entre otras cosas, ¿no? —dijo ella con suspicacia—. He oído que ahora te dedicas también a salvar damiselas en apuros.

Varg no pudo evitar que se le escapase una carcajada ante la definición.

—¿Damisela en apuros? Te aseguro que esa mujer es cualquier cosa menos una damisela en apuros, Janet. Tiene más agallas que la mayoría de hombres. Pero sí, tienes razón, ahora me dedico a rescatar gente. Creo que voy a pedir un aumento de sueldo. Me lo he ganado, ¿no te parece?

—Yo lo pediría desde luego.

Tras dejar el fusil apoyado contra la pared, Mysen cogió al bebé en brazos. La niña se despertó con el cambio de manos, pero no vertió ni una lágrima. En vez de ello, encantada al reconocer a Varg, dibujó una amplia sonrisa.

Él la saludó con un beso en la frente.

—Es una de las chicas de la "Pirámide" —prosiguió Varg—. Una agente de seguridad. Por lo visto, su jefe la ha echado.

—¿La ha echado? Vaya momento...

—En realidad es lo mejor que le ha podido pasar —respondió él con frialdad, y alzó al bebé por encima de su cabeza para hacerla reír—. Ese tipo ha estado casi una semana inconsciente después de una visita a Volker, así que puedes imaginar lo que va a pasar.

La mujer palideció.

—¡Cielos...! ¿Y ella lo sabe? ¿Se lo has dicho?

Varg volvió a besar la frente de la niña antes de devolvérsela a Janet. Seguidamente, recuperando ya su arma, volvió a centrar la mirada en los alrededores.

—¿Yo? Yo no digo nada, ya lo sabes. No estoy aquí para eso.

—¡Venga ya! Alguien tendrá que decirle que van a acabar matándose los unos a los otros, ¿no? Puede que quiera intervenir.

—Ese no es nuestro problema, y tampoco el suyo ya.

Varg endureció la expresión. El mero hecho de pensar en ello le ponía de mal humor.

—Sigues guardándoles rencor, ¿eh? —reflexionó la mujer.

—Perdieron su oportunidad.

—Vamos, Varg, ya sabes cómo son —dijo en tono maternal—. No importa que seas el mejor en todo, cogen a la gente a ded...

Varg y Janet volvieron la mirada atrás al escuchar los pasos de Sarah sobre la tierra batida. Ambos aguardaron en silencio a que la agente apareciera y la saludaron cuando se acercó. Janet, que hasta entonces solo había oído hablar de ella, aprovechó para darle la bienvenida más calurosa que hasta entonces le habían brindado con un abrazo de oso.

—Pero si es solo una chiquilla —dijo y le pellizcó el mentón con cariño—. No sabes cuánto siento todo lo que debiste pasar anoche antes de que Varg te encontrase.

—Bueno, no estuvo mal —respondió ella, asombrada por el recibimiento. A continuación, como si fuese el primer bebé que veía en su vida, abrió ampliamente los ojos al cruzarse su mirada con la suya—. ¿Es eso lo que creo que es?

El bebé contrastaba enormemente con Janet. Mientras que aquella mujer de cabello corto y gris era la persona de mayor edad que en aquel entonces habitaba Eleonora, más incluso que Brianna, aquel diminuto ser de ojos grises y pelo rubio era el más joven.

—¿Es de verdad? —insistió Sarah.

Fascinada ante su mera existencia, la agente se acercó para comprobar de cerca que no era un muñeco. No sabía calcular qué edad tenía, pues nunca había tenido niños cerca, pero sospechaba que debía rondar los cuatro o cinco meses.

Era increíble.

—Claro que es de verdad, mujer —aseguró la mujer—. Se llama Ulrika. Por cierto, yo soy Janet, encantada.

—Un placer —respondió Sarah, sin apartar la mirada de la niña—. Hola, Ulrika, yo soy Sarah. Sa-rah. ¡Vaya! —Soltó una risotada—. Nunca imaginé que hubiesen críos en este planeta. Por lo visto Volker habló de tres, pero decía que ninguno había superado el invierno.

—¿En serio dijo eso? —Varg negó con la cabeza—. Cerda mentirosa... ¡los Mysen aguantamos el invierno y lo que nos echen por delante!

—¿Mysen? —Sarah arqueó ambas cejas, sorprendida—. ¿Es tuya?

Janet decidió que mantuviesen la conversación a solas. Aunque la agente le parecía muy interesante, era evidente que con quien quería hablar era con su salvador, no con ella, así que prefirió volver al interior del edificio. Además, empezaba a hacer frío para Ulrika. Después de los últimos días tan malos que habían pasado, no quería que la niña volviese a enfermar.

—Me ocupo de ella, Varg —dijo a modo de despedida—. Es un placer tenerte por aquí, Sarah, ya nos iremos viendo.

Argento se despidió de ella con una sonrisa carente de humor. En realidad no iban a volver a verse, pues no iba a tardar demasiado en irse, pero no tenía ganas de hablar con ella. Cuanto menos trato tuviese con aquella gente, más fácil resultaría tener que seguir su viaje en solitario.

Ya a solas, cruzó los brazos sobre el pecho y volvió a mirar a Varg, curiosa. Aunque la noche anterior habían hablado bastante, en ningún momento había hablado de la existencia de una niña.

—No me has respondido aún. ¿Es tuya?

—¿Te importa acaso? —respondió él y dibujó una media sonrisa cargada de malicia—. Es mi sobrina. Sus padres han muerto, así que ahora soy yo su responsable legal.

—Mi jefe nos habló de tu hermano. Dijo que había desaparecido hacía meses y que se barajaba la posibilidad de que se hubiese unido a voso...

—Está muerto —interrumpió Varg, tajante, y volvió la mirada al frente—. No me hace falta ver su cadáver para saberlo.

—Ya... bueno, lo siento.

—Estas cosas pasan.

Permanecieron unos segundos en silencio, con la mirada fija en la primera línea de árboles. Desde su llegada al complejo turístico las cosas habían cambiado mucho para los hombres de Bullock. Allí aún no habían recibido ningún ataque por parte de Volker, por lo que se habían empezado a relajar. Había turnos de vigilancia, pero al ser cada vez menor el número de componentes, Varg se encargaba de la mayor parte de ellos.

Por suerte, no había demasiado qué vigilar.

—¿Cómo te ha ido con el jefe? ¿Habéis sacado algo en claro?

—No quiere decirme nada —respondió Sarah—. No se fía de mí.

—Era de suponer. Las cosas no han sido fáciles para nosotros.

—Me lo imagino. De todos modos, no lo culpo. Yo tampoco me fiaría.

—¿Y qué vas a hacer?

La sacudida de uno de los arbustos situado no muy lejos de donde se encontraban, entre los árboles, provocó que ambos alzaran sus armas. Los dos encañonaron a la pequeña sombra que se ocultaba entre el follaje y aguardaron unos segundos a que se mostrase. Inmediatamente después, dándose al fin a conocer, dispararon a un pequeño conejo blanco.

Varg se acercó a recogerlo. Ambos disparos habían acertado en el cuerpo del animal, uno en una de las patas y el otro en el cuello, por lo que quedaba algo aprovechable. Con suerte, alguien cenaría carne fresca aquella noche.

—Buen tiro, pistolera, pero la próxima vez apunta a una pata —le recomendó Varg a su regreso—. Comerás más.

—Lo tendré en cuenta, aunque espero no tener que cazar mi cena durante mucho tiempo. En fin... no voy a tardar demasiado en irme hacia las ruinas. Le he propuesto a tu jefe que me acompañe, pero no creo que acepte. ¿Quieres venir?

—No puedo, ya lo sabes.

Sarah frunció el ceño.

—Una pena —dijo, y apartó la mirada, decepcionada.—. ¿Sabes dónde están mis droides? Creo que voy a intentar aprovechar el máximo de horas de luz.

—Están delante, al lado del cobertizo... pero Sarah, ¿qué pretendes encontrar en las ruinas? —Varg negó suavemente con la cabeza—. Es peligroso, ¿por qué no te quedas aquí? Deberías planteárselo a Bullock. Unas manos extra nunca van mal, te lo aseguro.

—Alguien tiene que arreglar esto, Mysen, pero te lo agradezco. Confío en que volveremos a vernos.

Sarah se despidió de él con un beso en los labios al que Varg respondió rodeándola por la cintura. Entre ellos había muy buena conexión desde el principio, y tal y como habían podido comprobar durante su segundo encuentro, tan solo habían necesitado unas horas para que fluyera la química. Era una lástima que sus caminos se separasen tan pronto, formaban un buen dúo. Desafortunadamente, Sarah no quería perder el tiempo. Eleonora necesitaba que alguien tomase medidas, y dado que nadie quería hacerlo, no le quedaba otra opción que coger las riendas.

—Ten cuidado ahí fuera, pistolera. 

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