Capítulo 16
Capítulo 16
Los primeros rayos de luz iluminaban ya el día cuando los deslizadores llegaron al final del camino. Leo desmontó el primero, ansioso, y se adelantó unos pasos para detenerse frente al claro donde centenares de impresionantes estructuras doradas se alzaban hasta perderse en el horizonte.
La visión era escalofriante. Perdidas entre el océano de árboles y maleza que había marcado todo el ascenso, las edificaciones se alzaban en forma de tentáculo hasta rasgar el cielo. En su mayoría, los edificios eran de planta circular, estrechos y altos, con una forma que imposibilitaba la habitabilidad de los pisos superiores. No obstante, también los había algo más pequeños, con formas ovaladas o cuadradas, pero estos pasaban desapercibidos en mitad del campo de agujas doradas al que se asemejaba la ciudad.
Inquieta ante el descubrimiento, Sarah descendió de su deslizador con la mano apoyada en la empuñadura de su arma. Leo y Neiria parecían fascinados ante la impresionante visión, pero ella no era capaz de ver belleza alguna en aquel extraño lugar. La falta de humanidad de su arquitectura le resultaba muy perturbadora.
—Así que al final es verdad, las ruinas existen —reflexionó Jöram a su lado, de brazos cruzados—. ¡Qué cosas!
Al capitán de la "Neptuno" no estaba en absoluto impresionado por las ruinas. Aunque nunca había visto nada parecido a aquello, para Jöram Abbadie no eran más que montones de piedra y mental amontonado de forma extraña. De haber encontrado el lugar habitado, con las calles limpias y las viviendas iluminadas, su sentimiento habría sido diferente. Seguramente habría sentido curiosidad, o incluso algo de simpatía, pero en aquel entonces, tratándose de los vestigios de una especie no humana, sentía cierta indiferencia.
—¿Eso es todo lo que vas a decir? —respondió su mujer unos pasos por delante, con los ojos iluminados de puro entusiasmo—. ¡Es impresionante!
—No está mal, aunque a mí me parece un pulpo puesto al revés —contestó él con diversión, y ensanchó la sonrisa con malicia—. Eso sí, hay que admitir que tenían imaginación.
Leo abrió la boca, perplejo ante las palabras de Jöram. Resultaba sorprendente cómo aquel hombre había logrado simplificar el descubrimiento con una simple comparación. Muy a su pesar, tenía razón. Vistas desde aquella perspectiva, las ruinas tenían un aspecto de lo más singular con aquellos muros curvos.
—¿Es cosa mía o no tienen ventanas? —prosiguió Jöram—. Puede que me engañe la vista, pero solo veo orificios en el extremo superior. El tejado, por así decirlo.
—Eso parece... —admitió Neiria, y cogió su mano para tirar de él—. Vamos, quiero verlo de cerca.
Con los pilotos de la "Neptuno" a la cabeza, el grupo se puso en marcha. Tal y como habían podido ver desde la distancia, las edificaciones no solo eran altas y robustas, sino que presentaban unos acabados y estaban en un estado inusualmente bueno teniendo en cuenta las circunstancias. De hecho, tal era la perfección de las paredes doradas que, aunque sucias y tomadas por la naturaleza, parecían de reciente construcción. En ellas no había grieta alguna ni marca o arañazo; sencillamente eran lisas, como si hubiesen sido hechas con un torno de alfarero.
Leo y Neiria se tomaron unos minutos para inspeccionar las primeras estructuras. Tal y como había apuntado Jöram, los tejados eran las únicas zonas en las que había orificios. El resto de la fachada estaba totalmente cerrado, sin ventanas ni tragaluces de ningún tipo salvo las puertas de entrada.
Leo se detuvo bajo el umbral de una de ellas para calcular la altura. Para su sorpresa, todas superaban los cinco metros.
—Se cree que la "Ascenium" era una civilización muy alta, con ejemplares de hasta cuatro metros. Eso explicaría la altitud de estas puertas. Si realmente esas mujeres medían tanto, necesitaban accesos a su medida.
—Los edificios son muy altos —admitió Sarah desde fuera, con la mirada fija en el pico que colmaba la vivienda—, aunque poco funcionales. Más de la mitad es demasiado estrecho como para poder ser habitado.
—Eso tiene una fácil explicación —respondió Leo desde dentro—. Solo estamos viendo una parte.
Sarah cruzó el umbral de la puerta para comprobar lo que decía. Encendió su linterna. El interior de la vivienda estaba totalmente desnudo, con el suelo blanco cubierto de tierra y suciedad. La planta estaba formada por una sola sala, la cual podría haber sido utilizada como pista de baile por su amplitud, aunque no era su tamaño lo que llamaba la atención. Acuclillado en el suelo, Leo se encontraba junto a una apertura en forma de media luna bajo la cual aguardaban unas empinadas escaleras de caracol.
Sarah las iluminó con la linterna. Más allá de la barandilla de metal y los peldaños de piedra, a más de diez metros por debajo del nivel de tierra aguardaba una planta subterránea.
—Como me imaginaba —exclamó Leo con entusiasmo—. Como te dije, las "asces" son representadas como mujeres ciegas en su escritos y grabados. Es por ello que no necesitan ventanas, probablemente vivían bajo tierra.
—Ya veo.
Sarah paseó la linterna por el piso inferior, con curiosidad, en busca de algo que iluminar, pero rápidamente la apartó al ver que Leo se preparaba para descender. Se apresuró a detenerlo cogiéndolo del antebrazo.
—¿Qué te crees que haces? —preguntó ella con sorpresa—. Las escaleras podrían estar en mal estado.
—No tiene pinta. Suéltame.
—No seas estúpido —insistió, y tiró de él con fuerza para alejarlo unos metros—. Podrías matarte.
A pesar de la brusquedad con la que Argento lo apartó, Leo respondió con una amplia sonrisa, demasiado satisfecho por el descubrimiento como para molestarse.
—Eres muy exagerada, Sarah —dijo en tono conciliador, y volvió a acercarse al primer peldaño—. Te agradezco tu interés, pero...
—Me has traído aquí para que te proteja, ¿no? —respondió ella, volviendo a cogerle el brazo—. Pues entonces ni se te ocurra poner un pie en esa maldita escalera.
—¿¡Insinúas que no vamos a bajar!?
—¿A ti qué te parece?
Lejos de empezar una discusión, Leo decidió reunirse con Neiria y Jöram, en busca de su apoyo. El matrimonio también había descubierto los accesos a los pisos inferiores a través de otro de los edificios, y sentía la misma curiosidad que él. Al menos Neiria, claro. Jöram, al igual que le sucedía a Sarah, no tenía la más mínima intención de descender.
—No conocemos el estado de las estructuras —reflexionó Sarah al grupo, logrando con aquel comentario ganarse la mirada fulminante de D'Amico—. Podrían ceder bajo nuestro peso, con lo que ello comporta. Hay una caída de más de diez metros. Que os partieseis una pierna sería lo mejor que os podría pasar.
—Estoy con ella, Nei —secundó Jöram—. Es peligroso. Además, ¿qué pretendes encontrar? Esto está vacío.
—Es pronto para decirlo, queda mucho por inspeccionar —respondió ella—. Aunque es cierto lo que dice Argento: podríamos sufrir un accidente si no somos cuidadosos. Por suerte, he traído equipo conmigo. Tengo una cuerda de seguridad y un arnés. Si me ayudas, puedo bajar, Jöram.
—Perfecto —Leo ensanchó la sonrisa—. Yo iré contigo.
—Ah, ¿pero has traído tú también tu equipo, Park? —respondió Neiria con acidez, conocedora de la respuesta—. Nosotros nos ocupamos de los subterráneos, vosotros reconoced la zona. Estoy convencida de que encontraremos algo grande.
Sarah prefirió no interferir en la decisión. Aunque hubiese preferido que nadie descendiese, sabía que no servía de nada intentar persuadir a D'Amico de lo contrario. Tal y como le había advertido Jack, era mejor dejarlos ir por libre. Sabían lo que hacían.
Tras esperar a que Jöram regresara del deslizador con el equipo de Neiria y que la ayudase a descender por las escaleras sin sobresaltos, Leo y Sarah se adentraron en las ruinas. La ciudad se extendía durante varios kilómetros a lo largo y ancho de la ladera, lo que evidenciaba que la civilización "Ascenium" había tenido una gran presencia en aquella parte del planeta. Descifrar durante cuánto tiempo y porqué habían decidido abandonarlo era complicado, pero Leo confiaba en que encontrarían material suficiente como para hacerse un hueco en el congreso de civilizaciones extintas que se celebraría en ocho meses en la Tierra. Por el momento solo iba como invitado, pero si conseguía profundizar en la compleja civilización de las "Asces" probablemente se ganaría un asiento dentro del distinguido Círculo Omega, junto al resto de arqueólogos más destacados de la época.
—Esto es impresionante —decía mientras paseaban a través de una amplia avenida en cuyo corazón se alzaba una estructura tentacular formada por doce edificaciones.
A diferencia del resto, aquella configuración no recordaba a un apéndice, si no a la cabeza de una medusa. Leo y Sarah se acercaron y la fotografiaron, logrando plasmar en las imágenes sus distintos ángulos y accesos.
Prosiguieron a través de un camino secundario descendente situado en el lateral izquierdo. No muy lejos de allí, formando varios aros a través de los cuales deberían pasar para poder acceder al resto de la ciudad, aguardaban varias otras construcciones de color cobalto.
—Así que tú te dedicas a esto, ¿eh? —comentó Sarah tras detenerse a tomar una imagen del primer arco. En él había inscritos muy interesantes para Park—. Pasearte entre antiguallas y sacarles fotos.
—Es una forma muy burda de resumirlo —contestó—. Muchas de las respuestas a las grandes preguntas de la humanidad se encuentran ocultas en lugares como este, así que yo me dedico a buscarlas. El mundo de los hombres es apasionante, pero no es nada en comparación con lo que nos rodea... aunque tú eso ya lo sabes. En el fondo, no somos tan diferentes.
—¿Ah, no?
—No.
Sarah se detuvo por un instante para mirarle. Por el modo en el que sonreía, de medio lado y con una perversa mueca de autosuficiencia en la cara, era evidente que Leo Park había hecho los deberes.
—Vaya, veo que te has estado informando.
—Te dije que había un motivo por el que quería que me acompañases.
Atravesaron los aros con paso tranquilo, disfrutando de la suave brisa que corría entre los edificios. El cielo ya se había iluminado por completo, limpio de nubes. Era de agradecer que no lloviese. Días como aquel permitían recuperar parte de las fuerzas perdidas.
—Si lo que pretendes es que te ayude con tu investigación, me temo que poco puedo hacer —comentó Sarah—. No sé nada sobre esa civilización "Asces" de la que hablas.
—Puede que no la conozcas por ese nombre, ¿pero qué me dices si te digo que estás pisando el antiguo hogar de las "Brujas Blancas"?
Sarah ocultó su sorpresa tras una máscara de indiferencia. Leo había buscado sorprenderla, dejarla boquiabierta con la revelación, y aunque no había conseguido que lo mostrase abiertamente, lo cierto era que lo había logrado. Al menos en parte. De habérselo dicho una semana antes, cuando aún no había visto a Volker en acción, su reacción habría sido otra, pero en aquel entonces, tras haber sacado sus propias conclusiones sobre qué estaba sucediendo en el planeta, aquella confidencia únicamente servía para que atase cabos.
—Algo me suena.
—¿Algo te suena? ¡Ja! —Leo soltó una carcajada—. Sé que en tu Academia las estudiaste largo y tendido, Sarah. Para poder combatirlo, hay que conocer bien al enemigo.
Sarah le miró de reojo, incómoda. Empezaba a no gustarle el giro de la conversación.
—No sé de qué me hablas, la verdad. En mi Academia se nos forma para poder unirnos al cuerpo de policía o al ejército como agentes de apoyo. Somos los soldados del futuro, no arqueólogos ni historiadores.
—Esa es la teoría —dijo Leo, y se cruzó de brazos—. En la práctica sois una mezcla: lo más parecido a cazadores de brujas que existen hoy en día. Muchos siglos atrás, la gente como tú quemaba a mujeres en la hoguera.
—A mujeres no sé, pero a bocazas como tú, sí —respondió ella a la defensiva—. ¿De dónde sacas eso? Es absurdo. Es...
—Tu Academia y la "Pirámide" firmaron un acuerdo hace tiempo. De hecho, en gran parte has podido acabar tu formación gracias a la financiación de los hijos de Walter Smith.
—¿Walter Smith...?
—El fundador de la "Pirámide", Sarah. Cielos, ¿es que ni tan siquiera sabes para quién trabajas? —Leo puso los ojos en blanco—. Creo que ni el propio Ehrlen es muy consciente de quién eres. Es más, hasta hace muy poco yo tampoco lo era, así que decidí investigar un poco. Tu actitud es sospechosa... aunque visto lo visto, hasta podría decirse que eres medio normal.
—No te pases, Park.
—En la base de datos de la organización se habla mucho de vosotros —prosiguió él—. Se os respeta. No se habla abiertamente de a lo que os dedicáis, pero se dejan entrever muchas cosas. Las suficientes para que, con un poco de investigación y lógica, haya podido profundizar. Tanto tu Academia como algunos de sus alumnos están rodeados por el escándalo.
Sarah desvió la mirada hacia los edificios, contrariada. Desde que dejase la Academia y a su familia, no había vuelto a hablar con nadie sobre el tema. Al igual que sucedía en la "Pirámide", su Academia también imponía ciertas condiciones a sus alumnos, y una de ellas era la discreción. No se ocultaba lo que se hacía, al menos no la parte que se podía mostrar al gran público, pero el resto quedaba entre el alumno y el maestro. El mundo no podría entenderlo. De hecho, a veces ni tan siquiera la propia Sarah podía, pero siempre lo había respetado. Los secretos no debían ser revelados.
—Jack te pidió que lo escondieras —prosiguió Leo, y acercó la mano a su cuello para tirar con suavidad de la cadena que lo rodeaba y sacar a la luz el amuleto que siempre llevaba consigo—. Te dijo que podía causarte problemas y no se equivocaba. Hay mucha gente que no lo entendería. Si ni tan siquiera me entienden a mí, imagina. —Sonrió con sinceridad, tratando de quitarle tensión al momento—. La cuestión es que yo te lo vi en alguna ocasión. A veces lo sacas sin darte cuenta y lo aprietas como si la vida te fuera en ello. Al principio sentía curiosidad por ello. Quise preguntarte, pero Brianna me decía que fuera discreto, que podría hacerte sentir incómoda. Ahora ya no hace falta que pregunte: sé lo que es.
—¿Hay algo sobre lo que no te hayas informado? —le interrumpió Sarah, visiblemente molesta—. Espero que al menos no hayas revuelto mis cosas en busca de trapos sucios.
—Estuve tentado, la verdad, pero me controlé. —Leo le guiñó el ojo—. Bien, ahora que las cartas están sobre la mesa y que sabes el porqué de tu presencia aquí, ¿qué tal si quitas esa cara de asco y colaboras? Todos los planetas en los que se han encontrado ruinas de las "Brujas Blancas" han acabado siendo letales para el hombre, y visto lo visto con Volker, me parece que aquí no va a ser diferente.
—Es posible.
Breve y concisa. La respuesta no pareció convencer a Leo, por lo que decidió obviarla. Después de todo lo que había leído sobre la Academia de la que Sarah procedía, sabía que aquella agente podía aportar muchísimo más que un simple "es posible".
—La cuestión es que no quiero que Ehrlen muera. Ni él ni ninguno de nosotros. Tengo cariño a los chicos.
—Yo tampoco quiero que mueran.
—Me alegra oír eso. Volker se ha convertido en una gran amenaza, pero dudo que sea realmente consciente de ello. Quiero pensar que esa mujer es una víctima más del planeta, y no quiero compartir su destino. Es por ello que, teniendo en cuenta lo que ponía en el diario de Newman y lo que Neiria descubrió bajo el agua, consideraba importante visitar estas ruinas. Era la única manera de asegurarnos de que este planeta pertenecía a las "Brujas Blancas".
—Lo veo lógico —admitió Sarah—. La gran duda es, en caso de que logremos confirmarlo, ¿de qué te va a servir? Nuestro problema es Volker, no estas ruinas.
—Newman explica en el diario que sus compañeros y él veían luces de noche en la montaña. Que oían voces... susurros y música. Probablemente la misma música que tú. Con el tiempo, acabó cundiendo el pánico, así que Volker tuvo que tomar medidas. En la última página de su diario, Newman dice que va a haber una expedición a la montaña. Esta montaña. Después no vuelve a escribir. Sospechoso, ¿no te parece? —Leo negó suavemente con la cabeza—. Pasó algo cuando vinieron aquí, estoy convencido.
Leo fijó la mirada en su compañera, a la espera de una respuesta de valor. Confiaba en que, a pesar de las reticencias, acabaría colaborando. Lamentablemente, se equivocaba.
—¿Y quién dice que ha sido esta montaña la que visitaron? Hay varias en la cordillera, puede que se dirigieran a otro lugar.
—¡Sarah! —Leo sacudió la cabeza con nerviosismo—. Maldita sea, ¡deja de comportarte como si lo que dijese fuese una locura! Sabes que no lo es, que tiene sentido. Vinieron aquí, estoy convencido, y pasó algo. A partir de entonces, las cosas cambiaron para ellos. La gran cuestión es, ¿el qué? Si logramos descubrirlo, puede que podamos hacer algo para ayudarles... para ayudar a Ehrlen.
—Has logrado hilarlo todo para que al final te salgas con la tuya con lo de visitar las ruinas —replicó Sarah con acidez—. Te mereces un aplauso.
Decepcionado, Leo apartó la mirada. Podía seguir insistiendo, pero mientras ella se negase a colaborar, no serviría de nada. Más que nunca, ella tenía en sus manos el poder.
—Pensaba que tú me creerías —se lamentó—. Esto es serio.
—Lo sé. ¿Y quién te ha dicho que no lo haga? —Sarah dejó escapar un suspiro—. Te creo. Es más, tiene mucho sentido lo que dices.
Una amplia sonrisa se apoderó del rostro de Leo.
—¡Pues claro que lo tiene!
—En otros tiempos las "Brujas blancas" estaban infiltradas en la sociedad humana. La gente como yo, como tú dices, las buscaba y eliminaba. No obstante, sabían ocultarse bien, y algunas de ellas transmitieron sus oscuros conocimientos a los humanos. Llevamos siglos buscando a esas personas y exterminándolas. Son un peligro. Sin embargo, quedan algunas con vida y es posible que ahora Volker sea una de ellas.
Pasaron largo rato deambulando por las ruinas, descubriendo en ellas grandes obras arquitectónicas que Leo fue fotografiando. Tal y como sospechaba el arqueólogo, la ciudad se extendía a lo largo de la ladera hasta lo alto de la cima. Por suerte no había peligro. Aquel lugar estaba totalmente abandonado.
La exploración se alargó hasta la caída del anochecer. A lo largo de la jornada fueron varias las ocasiones que contactaron con Neiria y Jöram a través del sistema de comunicaciones, pero en ningún momento se encontraron. Al igual que les sucedía a ellos en la superficie, el matrimonio de la "Neptuno" estaba tan concentrado en su investigación que ni tan siquiera se planteaba la posibilidad de ascender. Cuando cayese la noche y diesen por finalizada la operación saldrían, pero hasta entonces aprovecharían hasta el último segundo.
Agotado después de tantas horas de caminata, Leo propuso a Sarah descansar. Ella aún tenía fuerzas para seguir, pero consciente de que el arqueólogo necesitaba un respiro aceptó. Buscaron un lugar elevado desde el cual poder vigilar los alrededores y se acomodaron.
—Empieza a anochecer —comentó Sarah desde lo alto de la estructura, alerta—. No deberíamos tardar en dar la vuelta.
—Mañana podríamos volver.
—No creo que a Jack le vaya a hacer mucha gracia.
—¿Jack? Bah, no me preocupa. Jack no se atreve con Neiria y Jöram, ya lo sabes, y tú...
—¿Pero qué...? —interrumpió ella de repente.
Sarah se apresuró a sacar de su mochila los binoculares. Creía haber visto algo en la lejanía. Calibró las lentes. La luz del anochecer no era la mejor para poder distinguir lo que fuese que estaba brillando en la lejanía, entre las ruinas, pero le bastó para bajar de lo alto de la estructura de un salto y empezar a correr.
—¡Eh! —gritó Park, poniéndose en pie—. ¿Qué haces? ¡Espera! ¡Espe...!
Leo recogió su mochila y salió a la carrera tras ella, plenamente consciente de que los gritos no iban a detenerla. Sarah había visto algo, y hasta que no diese con ello, no pararía.
Corrieron durante largo rato entre las ruinas. Él iba con cuidado, frenando cada pocos metros para evitar tropezar y caer. Ella, sin embargo, parecía volar entre las piedras. La agente saltaba y se propulsaba sobre el suelo con una agilidad sorprendente, como si la visión le hubiese otorgado alas, lo que provocó que no tardaran demasiado en separarse. Leo trató de frenarla gritando su nombre una y otra vez, pero transcurridos unos minutos Sarah desapareció de su vista para hundirse en las profundidades de una ciudad que, de repente, con la caída de la noche, se sumió en la oscuridad total.
Temeroso, Leo se detuvo para sacar su linterna. Al encenderla descubrió con sorpresa que las estructuras, antes doradas y cobrizas, ahora se habían teñido de un color azul pálido. Además, había un brillo extraño en algunas de ellas. Un brillo débil que, sin llegar a sacarlas de la oscuridad, marcaba un camino.
Se preguntó si habría sido aquello lo que había hecho reaccionar a su compañera.
—¿Sarah? —volvió a preguntar.
Pero no obtuvo respuesta alguna. Leo alzó la mirada al cielo y descubrió que las nubes cubrían el manto de estrellas sobre él. Tenía suerte de tener la linterna, de lo contrario estaría totalmente a oscuras perdido en mitad de aquel cementerio de piedra.
Cerró los dedos alrededor del dispositivo.
—No me falles —pidió en un susurro.
Reinició el camino. Leo dejó atrás las edificaciones tentaculares para adentrarse en una zona llena de arcos de cobalto y edificios pentagonales alrededor de los cuales se alzaban árboles de imponente altura. El terreno era resbaladizo bajo sus pies, pero él no era consciente de ello. Tampoco lo era de que estaba ascendiendo la ladera de la montaña. La cima era aún muy lejana, pero el ritmo con el que avanzaba era tal que no tardaría demasiado en alcanzarla. Era como si, en cierto modo, algo tirase de él. Algo que no era su ansia de conocimiento, ni tampoco el miedo. Ese algo era totalmente antinatural y externo a su persona.
Era como si la propia ciudad le empujase. Como si le engullese...
Las luces le llevaron hasta un puente. Leo se detuvo en la entrada y se asomó. Bajo este, unos metros por debajo, cruzaba un río de aguas cristalinas tan silencioso como la misma noche. Se asomó. Para su sorpresa, varios sombras cruzaron las aguas en aquel preciso momento. Sombras de cuerpos femeninos, esbeltos y translúcidos, que nadaban arrastrados por la corriente.
Las dueñas de la ciudad habían acudido para darle la bienvenida.
Sobrecogido ante la abrumadora visión, Leo descendió hasta el río y se agachó en la orilla. La mayoría de las sombras seguían adelante con su viaje, dejándose ver tan solo durante unos segundos. Sin embargo, hubo dos que decidieron detenerse. Las dos "asces" bucearon elegantemente hasta el lateral donde se encontraba el arqueólogo y surgieron del agua con sus bellos rostros humanos coronados por una hermosa sonrisa de dientes blancos. Sus largas cabelleras doradas cubrían parte de unos cuerpos blancos y esbeltos que, a pesar de la gélida temperatura, estaban desnudos. Labios gruesos, ojos profundos, rasgos angelicales...
Leo cayó rendido ante el embrujo de su belleza. Jamás había visto a dos seres tan hermosos como aquellos... ni probablemente volvería a verlos jamás. Aquello era un sueño hecho realidad.
Debía actuar con inteligencia. Si lograba llevar a una de aquellas dos mujeres ante el comité, el gran maestro no tendría más remedio que cederle su trono dentro del Círculo Omega. Y entonces él ocuparía el puesto más alto y todos sus miembros le respetarían y compartirían con él sus descubrimientos. Viajaría por toda la galaxia, adentrándose en nuevas civilizaciones con cada expedición, y conocería todos los secretos.
No habría nada que pudiese resistirse a él. Absolutamente nada...
—Sois fascinantes —les dijo con ternura—. Sois... sois lo que siempre soñé.
Una de ellas le tendió la mano, invitándole a que se uniese a ellas en su largo viaje a través de las aguas, a que las acompañase... y él la aceptó. Leo sabía que no querrían ir con él por voluntad propia, así que primero tendría que ganarse su confianza. Las seguiría hasta donde fuese que le llevasen y una vez allí las convencería. Las engañaría.
Sería tan fácil...
—¿Qué quieres enseñarme?
Estaba ya a punto de entrelazar los dedos con los suyos, dispuesto a adentrarse en las frías aguas, cuando algo le empujó. Surgida de la nada, Sarah se abalanzó sobre él justo a tiempo para evitar que el arqueólogo cayese en el río. Aprisionó su brazo derecho con ambas manos y, luchando contra una fuerza invisible, tiró de él hasta lograr que lo que fuese que sujetaba a Leo le liberase.
Ambos cayeron al suelo. Sarah se incorporó pero rápidamente volvió a caer al suelo al ser alcanzada por el puño de Leo en la cara. Gritó su nombre una vez más, tal y como llevaba haciendo durante los últimos minutos mientras le perseguía por las calles de la ciudad, e interpuso el antebrazo para detener el siguiente golpe. Inmediatamente después derribó al arqueólogo con una patada en el pecho. Se abalanzó sobre él.
—¡Leo! ¡Leo, maldita sea!
Le inmovilizó los brazos con las rodillas para poder abofetearle. Tal y como temía, Park estaba en trance.
—¡Despierta! ¡Despierta, Leo!
Leo tardó unos segundos en volver en sí. El arqueólogo parpadeó un par de veces, logrando al fin salir del extraño sueño del que llevaba siendo prisionero los últimos minutos, y dejó de hacer fuerza con los brazos. Aliviada, Sarah aprovechó entonces para volver a golpearle en la mandíbula con el puño cerrado.
—¡Ah! —gritó él.
Tan pronto ella se levantó, liberándole así de su presa, Leo se llevó las manos a la cara. El golpe había sido casi tan fuerte como inesperado, por lo que le dolió el doble.
Se retorció en el suelo durante unos segundos.
—¿¡Pero qué demonios haces!? —exclamó al fin mientras se incorporaba. Le sangraban los labios—. ¿¡Es que te has vuelto loca!? ¡Se van a escapar!
—Dame las gracias, maldito idiota, te acabo de salvar la vida —respondió Sarah con desdén—. Tienes suerte de que esté en forma, de lo contrario ahora mismo tu cadáver estaría flotando en el río... ¿pero qué demonios haces?
—¡Se han escapado! —insistió él a voz en grito mientras se arrastraba hasta el río. Hundió las manos en las frías aguas—. ¡Maldita sea!
—Ahí no había nada, Park.
—¡Yo las he visto! —insistió el arqueólogo—. Casi pude sentir su piel contra la mía. Y esos ojos, esa mirada... esa sonrisa...
Leo miró su propio reflejo en la corriente. A pesar de que estaba convencido de lo que había visto, era sospechoso que no quedase rastro alguno de las "asces". Todo había sucedido muy rápido, pero no tanto.
Decidió seguir el curso del río durante unos minutos en su búsqueda, desesperado. Por desgracia, si alguna vez habían estado allí, no había ni rastro de ellas... ni tampoco del brillo azulado de los edificios. No quedaba absolutamente nada.
Al volver la vista atrás descubrió que Sarah le había estado siguiendo en silencio. Tenía la cara hinchada del golpe, pero incluso así no parecía dispuesta a separarse de él.
Una amarga sensación de tristeza se apoderó de él.
—No existen, ¿verdad? —dijo con tristeza—. Ha sido un engaño.
—No sé que has visto, Leo, pero sea lo que sea, ya no está. Lo siento.
Leo se dejó caer pesadamente al suelo, decepcionado. Por un instante había estado tan cerca de lograr su sueño que le resultaba doloroso pensar que todo había sido una mentira.
Se tapó la cara con las manos para evitar que Sarah viese que varias lágrimas recorrían sus mejillas.
—Si no te hubieses ido esto no habría pasado —le recriminó.
—¿Yo? —Sarah se sentó a su lado, sobre el frío suelo de piedra—. Llevo casi veinte minutos persiguiéndote por la ciudad, Park.
—¿Persiguiéndome...? No tiene sentido. ¡Yo te perseguía a ti! De repente saliste corriendo. Intenté seguirte, pero...
No fue hasta entonces que Leo se dio cuenta de que oía música de flautas de fondo. Era un sonido lejano y muy suave, prácticamente imperceptible, pero muy perturbador. Se metía con facilidad en la cabeza y la inundaba de extrañas ideas... Se llevó el dorso de la mano a los labios y se frotó la sangre. La cabeza le daba vueltas, y no era precisamente por el golpe.
Volvió a mirar las aguas con tristeza.
—Esto es lo que le hicieron a Ehrlen, ¿verdad? —preguntó—. Era tan real...
—Es posible —respondió Sarah—. Sea lo que sea que se ha apoderado de la ciudad se mete en vuestras mentes y os manipula. Creo que os muestra lo que queréis ver.
Leo frunció el ceño. Agradecía que nadie más hubiese visto lo mismo que él. Aunque aquellos que le conocían podían hacerse una idea de cuál era su objetivo en la vida, lo cierto era que se trataba de algo demasiado personal como para querer compartirlo con nadie. Leo soñaba con llegar muy lejos dentro del mundo académico, pero también con alcanzar otras metas más personales. Su familia y amigos jugaban un papel muy importante para él... aunque quizás no tanto como el trabajo. El ansia de conocimiento, tal y como le había advertido muchas veces su madre, iba a acabar devorando al Leo Park más humano, y no se equivocaba. Analizando sus últimos comportamientos, quizás tuviese algo de razón.
—¿Y por qué a ti no te ha pasado? ¿Qué te diferencia de mí o de Ehrlen?
—Bueno, yo estoy preparada para este tipo de situaciones —admitió ella—. Los años en la Academia no han sido en balde. No obstante, creo que, más allá del adiestramiento, la clave es otra. Aunque lo intentasen, yo no tengo nada por lo que perder la cabeza: no hay ningún sueño con el que puedan engañarme. Soy demasiado práctica. Vosotros, sin embargo, tenéis la cabeza llena de tonterías.
—¡Eh, eh! ¿Tonterías?
—Sí, tonterías. —Sarah volvió la mirada al cielo—. En fin, ha caído la noche, deberíamos volver. Con suerte creo que podremos llegar a los deslizadores.
Sintiendo el peso del cansancio acumulado sobre las hombros, Leo siguió a Sarah a través de las calles de la ciudad hasta lograr regresar al punto en el que se habían separado. Una vez allí, se detuvieron para orientarse.
Sonó el comunicador de Park.
—Es Jöram —anunció, y aceptó la llamada—. Hola Jöram, ¿como van las cosas por ahí?
—Soy Neiria, chaval —respondió ella con entusiasmo—. He perdido mi comunicador. Hemos encontrado algo que tenéis que ver, ¿seguís en las ruinas?
—Sí, estamos en... eh, ¡eh! No me lo quites.
—Neiria, soy Argento —prosiguió Sarah tras arrebatarle el dispositivo al arqueólogo—. ¿Estáis bien? ¿Dónde está Jöram?
—Estamos los dos bien —escuchó decir a Jöram en tono bajo, probablemente hablando desde cierta distancia—. Esto está muerto.
—No tanto como aparenta —respondió la agente, y volvió la mirada a su alrededor, atenta—. ¿Dónde estáis? Mandadnos las coordenadas: iremos para allí de inmediato.
Media hora después alcanzaron el tejado inclinado bajo el cual Neiria y Jöram les esperaban. Se encontraban en la zona oriental de la ciudad, en el corazón de un barrio de calles muy estrechas donde los apéndices de piedra y metal eran especialmente altos y curvos.
Les llevaron al interior de uno de los edificios. Al igual que la mayoría, la planta era circular, pero había algo diferente en su interior. En vez de una única apertura en el suelo, este presentaba una segunda planta a la que se podía acceder a través de una escalera de piedra.
—¿Qué hay arriba? —preguntó Leo.
—Sube y lo verás.
Neiria y Jöram los llevaron al piso superior donde en uno de los laterales había una amplia apertura circular de la que surgía una pasarela. Sarah la iluminó con la linterna y descubrió que, entre losa y losa, había unos pequeños cristales verdes que refulgían suavemente en la noche. Al otro lado de la pasarela aguardaba un edificio tubular de estrechísima planta en cuyo interior había decenas de argollas ancladas a la pared. El suelo se perdía en la oscuridad.
Algo brillaba entre las sombras.
—Interesante —reflexionó Sarah.
Decidieron que Jöram se quedase en lo alto de la pasarela por si le necesitaban en caso de urgencia. A continuación, con Sarah a la cabeza, se adentraron en la cavidad e iniciaron el descenso. Cuatro minutos después la agente apoyó los pies sobre el frío suelo de piedra que les aguardaba treinta metros por debajo de la superficie. Ante ellos se abría un largo túnel circular en cuyas paredes había los mismos cristales que habían encontrado en la pasarela.
Varias decenas de destellos verdes iluminaron el camino cuando Sarah pasó el haz de su linterna por encima. La agente se adelantó unos pasos, inquieta ante el extraño aura que se respiraba en el subterráneo, y desenfundó su pistola.
Leo y Neiria rápidamente se unieron a ella.
—¿A qué huele? —preguntó Leo tan pronto iniciaron el camino—. No es humedad precisamente.
—No lo sé —respondió Neiria—. Pero es muy desagradable.
Sarah sabía a qué pertenecía aquel olor, pero no lo dijo. Tenía un mal presentimiento. Con cada paso que daba a su mente acudía el recuerdo de las antiguas clases que había dado en la Academia sobre las Brujas Blancas y temía saber lo que iba a encontrar.
Sin duda Volker también había recorrido aquel pasadizo.
Una vez al otro lado del corredor entraron en una amplia estancia de planta cuadrangular en cuyo centro había una trampilla abierta. Sarah se acercó y comprobó que en su superficie había un intrincado relieve de cobre. Iluminó su interior. Envuelta en sombras y paredes cubiertas de grabados les esperaba una segunda escalera de mano.
Aseguró que aguantase su peso.
—Que uno de los dos se quede aquí arriba: voy a bajar.
Mientras que ellos decidían quién se quedaba arriba, Sarah aprovechó para descender. Cincuenta metros por debajo, ya a mucha distancia de la superficie, aguardaba un nuevo pasadizo de grandes dimensiones decorado con los mismos cristales verdes al final del cual aguardaba una puerta de cobre entreabierta. Sarah atravesó la estancia con paso firme, sintiéndose repentinamente observada, y no se detuvo hasta alcanzar el otro extremo.
Se detuvo bajo el umbral de la puerta. Recién llegado del piso superior, Leo se encontraba al otro lado del pasadizo, contemplando los centenares de puntos de luz verde que decoraban paredes, suelos y techos.
No tardó más que unos minutos a unirse a ella. Una vez juntos de nuevo, Sarah empujó levemente la puerta y se adentró en la última sala.
—¿Pero qué...?
Entraron en una estrecha estancia repleta de espejos partidos en cuyo centro había un altar de piedra. Sarah se detuvo un instante para comprobar su propio reflejo, inquieta al verse a sí misma desde tan distintos ángulos, pero rápidamente se encaminó hacia la peana. El olor a azufre procedía de aquel punto.
—Oh, no...
Hacía mucho tiempo que no veía algo como aquello. Tanto que por un instante se preguntó si no estaría confundiéndose. Lamentablemente, sus ojos no le engañaban. Inscritos en la superficie de piedra con tiza roja y blanca, había los restos de un círculo de conjuración. Un círculo que, si bien no le fallaba la memoria, pertenecía al decálogo de revelaciones.
—Maldita sea.
Sarah se apresuró a borrarlo con el antebrazo antes de que Leo pudiese verlo. El conocimiento maldito debía ser eliminado de inmediato antes de que pudiese ser transmitido. Antes de eliminarlo, sin embargo, memorizó los símbolos que lo componían.
—Eh, ¿qué has hecho? —pregunto Leo al darse cuenta que se encontraba junto al altar, de espaldas a él. Hasta entonces había estado tan concentrado en los espejos de las paredes que ni tan siquiera se había dado cuenta de su presencia—. ¿Qué había ahí?
—Nada, solo un poco de polvo —resumió ella, y alzó la mirada hacia los cristales.
A pesar de que a simple vista parecían espejos, había en ellos un tenue brillo verde que, sumado al conjuro, evidenciaba que ocultaban un secreto en su interior.
Se preguntó qué había visto Volker en ellos.
—¿Solo polvo? No te lo crees ni tú, Argento. Déjame ver...
Para cuando Leo quiso mirar, ya no había nada que ver.
—Deberíamos volver mañana. Queda aún mucho por inspeccionar.
—¿Mañana? Nei, tenemos cosas que hacer en la ciudad. Me gustaría poder avanzar lo máximo posible para cuando Ehrlen despierte.
—Lo sé, Jöram, lo sé, pero...
A cierta distancia del resto, Sarah recorría los últimos metros antes de alcanzar el deslizador en completo silencio, pensativa. El descubrimiento en las ruinas le preocupaba. Lo que había empezado siendo una aventura en el espacio estaba convirtiéndose en una pesadilla en un paraje aislado en el que no podía acudir a sus manuales ni a sus antiguos maestros, y eso le preocupaba. Sarah se había graduado con las mejores marcas en muchos años, probablemente las mejores de toda la historia de la Academia, pero incluso así no sabía si sería capaz de enfrentarse a lo que fuese que estaba sucediendo en Eleonora. La teoría, más que nunca, le parecía inútil en una situación como aquella. Tenía que empezar a tomar medidas, a buscar solución a la sombra que se cernía sobre ellos, pero no sabía cómo. Necesitaba ordenar sus ideas... pero sobre todo necesitaba saber qué era aquello que había visto Volker en aquella sala. Tendría que volver a las ruinas sola. La gran duda era, ¿cuando? Park no se lo iba a poner nada fácil, estaba convencida.
—Ayúdame, esto resbala mucho.
Sarah cogió la mano de Leo para ayudarle a descender la pendiente al final de la cual se encontraban aparcados los deslizadores. Jöram y Neiria se habían adelantado, por lo que ya solo quedaban ellos en las ruinas. Por suerte, la expedición acababa allí.
—¿En que piensas, Sarah?
—En nada.
—Mientes.
—Es posible.
Sarah dejó la mochila en el cajón de carga trasera y se ajustó el cuello de la chaqueta. A aquellas horas de la noche la temperatura era baja.
—Ahora ya oigo la música —confesó Leo antes de arrancar el motor.— ¿Tú la oyes?
—Siempre.
—Es increíble que antes no la escuchara. Es tan evidente... por cierto, te debo una. Me has salvado la vida.
Sarah se subió al deslizador en silencio. Le dedicó una leve sonrisa a modo de respuesta.
—Empiezo a acostumbrarme a salvaros la vida —dijo con petulancia, y encendió el motor del vehículo—. No sé cómo os las habéis apañado para sobrevivir hasta ahora sin mí.
Leo arrancó su deslizador también, pero ninguno de los dos se movió. Volvieron la mirada hacia la ciudad, la cual ahora se encontraba sumida en la oscuridad total, y la contemplaron un rato. La aventura había sido mucho más intensa de lo esperado.
—Mientras Volker siga suelta este no va a ser un lugar seguro —advirtió Sarah—. Hay que dar con ella cuanto antes.
—Seguiremos buscándola.
Sarah presionó el pedal de aceleración y giró el vehículo para encararse hacia el camino. Encendió los faros y empezó a avanzar... pero transcurridos tan solo un par de minutos frenó en seco. Giró el volante hacia el lateral derecho e iluminó los árboles con los faros. Inmediatamente después se bajó de un ágil salto y empezó a correr.
—¿Sarah? —Perplejo ante la inesperada reacción, Leo frenó también su vehículo y se bajó—. ¿Qué demonios pasa? ¡Sarah!
—¡Aquí hay algo! —replicó ella a voz en grito.
La luz del día lo había ocultado a lo largo de todo aquel tiempo, pero el reflejo de los focos del deslizador en el escudo de invisibilidad que lo camuflaba impidió que el engaño pudiese seguir alargándose más. Sarah corrió a través de los árboles iluminando cuanto se encontraba a su paso con la linterna, y no se detuvo hasta alcanzar una zona especialmente selvática donde los árboles y las zarzas se habían apoderado de absolutamente todo. Fue entonces cuando, ahora ya dando pasos cortos, precavida, extendió los brazos y empezó a palpar el aire. Poco después, sus dedos alcanzaron una superficie dura.
—¡Ven! —gritó—. ¡Vamos! ¡Corre!
Ya con Leo a su lado, los dos apoyaron las manos sobre la superficie invisible y cerraron los dedos a su alrededor. Como pronto descubrirían, acababan de descubrir una gruesa capa de protección.
—¿Qué es esto? —preguntó Leo, perplejo.
—Comprobémoslo.
Empezaron a tirar. Y tiraron durante largos minutos con todas sus fuerzas hasta que, al fin, parte de la imponente nave que se ocultaba bajo la capa surgió de la nada. Perpleja ante el inesperado hallazgo, Sarah retrocedió unos pasos. Ante ella se alzaba una impresionante estructura de metal y cristal de color rojo en cuyo lateral, pintado de blanco, había cinco esferas cubiertas por rayos.
—¿Pero qué demonios...? —murmuró Sarah con perplejidad—. ¿Qué esto? ¿Una nave? ¿Cómo es posible?
—¡Santo cielo...! —Leo se llevó las manos a la cabeza y empezó a reír a carcajadas—. ¡Pues claro que sí! ¡Esto lo confirma!
—¿El qué? —respondió ella, desconcertada—. ¿De qué te ríes? ¡Leo, para! ¿¡Qué es lo que te hace tanta gracia!?
—¿Es que no lo entiendes? ¡Esta tiene que ser la nave del "Circo de los Cinco Soles"! Sabía que habían pisado el planeta, pero no tenía pruebas... ¡hasta ahora! ¡Es impresionante!
—¿El "Circo de los Cinco Soles"? —Sarah negó suavemente con la cabeza—. ¿El del panfleto que encontramos en el museo?
—¡El mismo! Su nave desapareció cuando viajaban hacia la colonia "Magnolia", no muy lejos de aquí. Imagino que debieron hacer una parada por algo... ¡Tenemos que entrar a ver que hay dentro! Quién sabe, puede que Mali Mason y los suyos hayan encontrado la forma de sobrevivir durante todos estos años y...
—¿Mali Mason? —repitió Sarah, con los ojos muy abiertos.
—La directora del circo, sí... ¿qué pasa? ¿A qué viene esa cara? ¿La conoces?
La conocía. Por supuesto que la conocía.
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