Capítulo 14
Capítulo 14
—¿Lo ves, Jöram? Te dije que me sonaba ese alfabeto.
—La "Asces" era una civilización bastante extendida en el pasado, apuesto a que alguna vez has oído hablar de ella, capitán.
Reunidos alrededor de una mesa, Jöram y Neiria estudiaban junto al equipo de arqueólogos las fotografías que habían realizado al fondo del río. En ellas se podía ver la pared de metal que cubría el suelo, las inscripciones y la compuerta circular con la que se había topado Neiria. La calidad de la imagen no era demasiado buena debido a las condiciones, pero les bastaba para poder distinguir los caracteres de los escritos.
—No tiene porqué conocerla, Leo —corrigió Silvanna, visiblemente aburrida. A diferencia de Park y Neiria, que parecían entusiasmados, a ella no le importaba lo que habían descubierto—. El término "Asces" no está demasiado extendido. De hecho, el nombre correcto de la civilización es "Ascenium". "Asces" es el nombre con el que se conoce a sus habitantes. O mejor dicho, se les conocía, y para ser más exacto, a las féminas que la componían. En esa civilización no había machos, solo hembras.
—¿Una civilización toda de mujeres? —Jöram puso los ojos en blanco—. ¡Acabáramos! Ahora ya sabemos porqué se extinguieron...
—Muy gracioso, Jöram —respondió Neiria, golpeando con el puño la espalda de su marido a modo de advertencia—. Muy gracioso... En fin, tal y como dice Silvanna, yo no las conocía como "Asces", pero sí como las "Brujas Blancas". Dentro del mundo de la exploración espacial son bastante conocidas por sus maldiciones.
—¿Maldiciones? —Jöram puso los ojos en blanco—. Ya, claro.
A pesar de la evidente incredulidad de Jöram, Neiria no mentía. En la comunidad académica no existía una teoría consistente al respecto, pero todos aquellos planetas en los que se habían encontrado restos de la civilización reunían unas condiciones únicas que los convertía en lugares muy peligrosos para la raza humana. Condiciones climáticas extremas, ecosistemas imposibles o especímenes letales eran un ejemplo, pero había muchos más. Los colonos que habían viajado a aquellos destinos habían encontrado todo tipo de sorpresas que les había obligado a escapar lo antes posible, y no siempre lo habían conseguido.
—Según las dataciones de los restos encontrados, las "Asces" y los humanos no coincidieron en la línea cronológica, pero viendo sus grabados es innegable que el origen es el mismo —explicó Leo—. De hecho, el parecido es tal que existe la teoría de que la "Asces" fue la primera raza humana. Nosotros seríamos la segunda... si es que ellas fueron la primera, claro. —El arqueólogo rió sin humor—. En estas cosas es mejor ser escéptico: siempre que una teoría toma peso aparece una nueva ruina o especie que la desacredita.
—¿Significa eso que este planeta estaba antes habitado por esas "humanas"?
—No son humanas —corrigió Silvanna—. Lo parecen físicamente, pero eso no significa nada. Hay muchas posibilidades. De hecho, el mero hecho de que solo existieran hembras y la raza se perpetuara evidencia que no eran como nosotros. En los grabados las "Asces" se muestran como mujeres sin vello, con los ojos y la piel totalmente blancos y una altura y delgadez extremos.
—Ojos blancos... —reflexionó Neiria—. Yo había oído que eran ciegas.
—Eso parece —la secundó Leo—. Obviamente son todo teorías, pero según el material que se ha encontrado era una raza con grandes capacidades psíquicas, de ahí el apodo de "Brujas". No obstante, para ser sinceros, se han encontrado muchísimos yacimientos como este que aunque se les achaca a ellas, lo cierto es que presentan ciertas peculiaridades que los hacen únicos. Es probable que existiesen diferentes razas dentro de la misma especie. —Leo dirigió la mirada hacia las fotografías—. Aunque lo parezca, pues comparten la base, las inscripciones que habéis encontrado no pertenecen puramente al lenguaje "Asce". Probablemente sea algún tipo de dialecto.
—¿Y cómo podríamos confirmarlo? —preguntó Neiria —. Si realmente estamos en uno de sus planetas, deberíamos plantearnos la pre-colonización.
Perpleja ante la determinación con la que hablaba la segunda de la "Neptuno", Silvanna parpadeó con incredulidad.
—Imagino que no hablas en serio —dijo, y se puso en pie—. Poco importa quien habitase antes este planeta, ahora nos pertenece.
—Bueno, eso es relativo —intervino Leo—. Es cierto que las "Asces" se extinguieron y que cuando lleguen las primeras oleadas de colonos los humanos nos convertiremos en la raza dominante, pero no debemos pasar por alto la experiencia que tenemos de otros planetas donde anteriormente han vivido las "Brujas Blancas". Nos guste o no, esos lugares siempre han sido letales para el hombre. Ha habido muchas muertes y desapariciones, Silvanna, y qué quieres que te diga, dudo mucho que este lugar vaya a ser la excepción. Visto lo visto...
—Este lugar está maldito —sentenció Jöram.
Justo cuando todos los presentes volvieron la mirada hacia el capitán de la "Neptuno", inquietos ante lo que acababa de decir, la sala y toda la ciudad se iluminó. Los generadores eléctricos de Cáspia se iniciaron por primera vez y, al unísono, llenaron de una potente luz blanca las calles y edificios que componían la ciudad.
Sobresaltado, Leo acudió a una de las ventanas para comprobar qué estaba pasando. Las farolas estaban encendidas, al igual que el alumbrado de los parques y de los edificios, lo que ofrecía una visión mucho más amplia y hermosa de la silenciosa ciudad.
—Cailin y Patrick lo han conseguido —dijo Jöram, agradecido—. ¡Bien por ellos!
—Ya veréis como con luz la ciudad no os parece tan maldita —exclamó Silvanna, sarcástica—. La reunión ha sido apasionante, pero creo que ya va siendo hora de que todos nos pongamos a trabajar, ¿no os parece? Ahora ya no hay excusa: hay que activar Cáspia. Por cierto, muy bonitas las fotografías, os recomiendo que las guardéis. Apuesto a que dentro de unos años, cuando las miréis, os reiréis de todo esto.
—Silvanna... —respondió Leo en un suspiro.
—Park, tenemos cosas que hacer —le cortó ella—. Te veo dentro de media hora abajo.
Silvanna abandonó la sala dejando a su compañero con un muy mal sabor de boca. Resultaba sorprendente que ambos ejerciesen el mismo oficio. Ella era tan práctica que era complicado poder conectar. Por suerte, para ello ya estaban personas como Brianna a las que les apasionaba tanto aquel tipo de descubrimientos como a él.
Neiria cerró la puerta de un portazo.
—Media hora es poco tiempo, así que tenemos que darnos prisa —comentó mientras regresaba a la mesa—. Tú conoces este lugar mejor que nadie, Leo. ¿Dónde están esas ruinas de las que hablabas en tu informe? Estoy convencida de que allí encontraremos pruebas suficientes para confirmar que este planeta pertenece a las "Brujas Blancas".
—Están en el bosque —respondió él—. Si quieres ir, tengo las coordenadas. Eso sí, ya oíste al jefe: no son prioritarias, y de hecho pensaba que tampoco lo eran para ti, Neiria. ¿Desde cuando te interesan estas cosas? En la reunión...
—Sé lo que dije en la reunión —le interrumpió la mujer, y sonrió con acidez—. Y te aseguro que no me interesa demasiado el tema de las civilizaciones antiguas, pero sí el saber si estoy en un planeta maldito o no. Aprecio demasiado mi vida como para perderla tontamente.
—¿Y qué pretendes hacer en caso de que se confirme que esas brujas vivieron aquí, Nei? ¿Irte? —Jöram negó con la cabeza—. Shrader te va a tomar por loca.
Neiria frunció el entrecejo. Era posible que su marido tuviese razón. El descubrir que aquel lugar estaba maldito no tenía porqué cambiar las cosas. La "Pirámide" había sido contratada para hacer un trabajo, y ellos cumplirían con él. No obstante, Neiria quería saber en qué clase de lugar se encontraban. Después de ver lo sucedido con los hombres de Volker, se negaba a pasar por lo mismo.
—Ya veremos —sentenció—. Sea como sea, pásame esas coordenadas, Park. Creo que esas ruinas son la clave para saber qué está pasando.
Suspendida. De pie frente a la ventana de la sala donde había decidido instalarse, cinco pisos por debajo del ocupado por los miembros en activo de los "Hijos de Isis", Sarah no dejaba de repetirse una y otra vez la misma palabra. Desde un principio había imaginado que sus acciones tendrían algún tipo de castigo, pero no algo tan extremo. El estar suspendida no solo la apartaba de la misión, sino también del resto del equipo, condenándola a la soledad más absoluta en una ciudad vacía. Nadie le prohibía que hablase con ellos, pero no tenía ganas de escuchar ningún tipo de sermón ni consejo. Así pues, no le quedaba otra opción que permanecer aislada unos días, reflexionando...
La gran duda era, ¿sobre qué? Se había equivocado, sí, e intentaría controlarse, pero no estaba dispuesta a aceptar cualquier orden si no le veía sentido. Sarah había firmado un contrato y Ehrlen era su superior, pero no su dueño. Si le ordenaba algo absurdo, no obedecería.
Sarah estaba triste. Su trayectoria dentro de la "Pirámide" no estaba siendo como le hubiese gustado. Al descubrir su rol en aquella aventura se había imaginado a sí misma protegiendo a sus compañeros, dirigiendo a sus androides a través de la oscuridad de la ciudad y abriendo paso al resto. Lamentablemente, toda aquella fantasía había acabado convirtiéndose en una gran losa con la que iba a cargar hasta el final de su castigo. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. Sarah creía poder hacer entrar en razón a Ehrlen. Había preparado un discurso con el que convencerle de que le diese una segunda oportunidad, y sabía cuándo ponerlo en práctica.
—Vamos, Ehrlen, ¿a qué esperas?
Dos horas después, Shrader salió del edificio, dispuesto a encaminarse hacia la base de operaciones de Volker en la zona universitaria. Sarah le siguió con la mirada desde lo alto, atenta a todos y cada uno de sus movimientos, y esperó a que arrancase su motocicleta para encaminarse a la salida, dispuesta a seguirlo. En la base no iba a escucharla, así que lo mejor era intentarlo fuera, donde no hubiese nadie que pudiese molestarlos ni intervenir.
Aquella era su gran oportunidad.
—Ten cuidado, Tracy: el suelo resbala —advirtió Alex.
—¿A qué huele aquí? —preguntó ella con curiosidad—. Hay manchas negras en el suelo.
Los hermanos Steiner se encontraban en la ciudad, dispuestos a enfrentarse a las profundidades del edificio en ruinas que habían sobrevolado anteriormente.
—Yo diría que es combustible.
—Tiene pinta, sí...
Tras aterrizar en la azotea del edificio y descender de los cazas, se encaminaron al pórtico de entrada. Desde allí las vistas de ella ciudad eran impresionantes, y ahora aún más que el alumbrado estaba activo. No obstante, no habían viajado hasta allí para disfrutar del paisaje. Su objetivo se encontraba en las plantas medias del edificio, allí donde la pared había sido gravemente dañada por una explosión interna.
Forzaron la cerradura de la puerta para entrar.
—No nos pongamos nerviosos —recomendó Tracy mientras descendían el primer tramo de escaleras. La piloto iba en segunda posición, con la pistola en la mano y la inquietud grabada en la mirada—. Este lugar estará vacío, ya verás.
—¿Intentas convencerme a mí o a ti misma? —respondió Alex unos metros por delante. Él no iba armado, solo llevaba una linterna que, tan pronto logró activar el sistema lumínico de las escaleras al alcanzar el rellano, apagó—. Parece un bloque de viviendas.
—Debería serlo, al menos así aparecía en el mapa...
Alex no se equivocaba. Tras descender un par de plantas más, los Steiner descubrieron que se encontraban en un edificio estándar en cuyo interior, repartidos en tres escaleras, había decenas de apartamentos unifamiliares con las puertas cerradas.
—¿Tú crees que estarán amueblados? —preguntó Alex, tratando así de llenar el silencio reinante—. Deben valer una pasta.
—No te creas, no parecen muy grandes.
Sin detenerse a curiosear más de lo necesario, los Steiner fueron descendiendo piso tras piso hasta detenerse en el que habían calculado que se había producido la explosión. Una vez allí, encendieron la luz del pasadizo. Ante ellos se abría un largo corredor a lo largo del cual se encontraba el recibidor de cada escalera. Tracy y Alex miraron de izquierda a derecha, tratando de orientarse, y decidieron atravesar todo el nivel hasta alcanzar el otro extremo. Una vez allí observaron que del pasillo principal salían otros secundarios en perpendicular.
Recorrieron la zona hasta alcanzar un corredor de paredes ennegrecidas.
—Es aquí —anunció Alex en voz baja y volvió a sacar la linterna—. Vamos a ver que hay.
Además de teñir de negro las paredes, techos y suelos, la explosión había destruido los puntos de luz del rellano. También había dañado gravemente la puerta y el marco, por lo que no tuvieron problemas para acceder a la vivienda afectada. Alex atravesó el umbral con paso firme, atento, y paso a paso fue avanzando a través de un corredor de paredes carbonizadas hasta alcanzar una sala más amplia donde el muro oriental había saltado por los aires.
El suelo estaba cubierto de cascotes, suciedad y polvo.
—Esto apesta —exclamó Tracy llevándose la mano a la cara para cubrirse la nariz con la manga. La piloto atravesó la estancia con cuidado hasta alcanzar la pared dañada y se detuvo a una distancia prudencial. El agujero en la fachada era de tal tamaño que podrían haber accedido con sus naves fácilmente—. Tal y como suponíamos, ha sido una explosión... demonios, ¿qué es eso que huele tan mal?
—Viene de aquí —respondió su hermano unos metros por detrás, agachado en uno de los rincones junto a una montaña de escombros. Iluminaba algo con la linterna—. Yo diría que es un cadáver. O al menos lo que queda de el.
Tracy se acercó para comprobar que su hermano tenía razón. Medio enterrado por los restos de una silla y una mesa plegables había un cuerpo carbonizado. Asqueada, regresó a la pared derrumbada en busca de aire.
—Apártate de eso, Alex —le pidió con visible desagrado—. Es asqueroso.
—Pobre hombre o mujer: yo creo que le cogió comiendo la explosión —respondió él. Acercó la mano a los restos y, con cuidado de no tocar el cadáver, sacó una cuchada ennegrecida y doblada por la explosión—. Mira.
—¿Qué más hay?
El fuego había devorado el poco mobiliario existente con tanta voracidad que era prácticamente imposible adivinar a qué pertenecían los restos. A pesar de ello, Alex apartó una de las tablas y localizó oculto bajo unos dedos de ceniza varios otros objetos de metal: una chapa identificativa, una cafetera y un tenedor.
El cadáver tenía aferrado entre sus fríos dedos el cuchillo.
—Parece que el tipo en cuestión se llamaba Newman —comentó Alex, y le mostróla placa identificativa con el nombre grabado—. Por cómo sujeta el cuchillo yo diría que lo iba a utilizar como arma.
—¿Y no estaría cortando la cena?
—No, si te fijas...
—No pienso acercarme a mirar el cadáver, y tú tampoco deberías. Eres demasiado morboso.
El piloto se encogió de hombros como respuesta.
—Pobre hombre, ¿qué culpa tiene de que le haya explotado algo en la cara? —Se puso en pie—. Yo diría que Newman se había instalado en este apartamento y que alguien decidió matarlo haciéndolo saltar por los aires. Lo que no sé es si ese alguien fue Bullock o Volker. —Se encogió de hombros—. Desde luego, fuese quien fuese, iba armado con algo grande.
Echaron un rápido vistazo a su alrededor. Alex tenía razón: los daños eran muy graves.
—Algo capaz de derribar una pared... —reflexionó Tracy—. Un poco exagerado, ¿no? No creo que se necesite tanto para matar a una persona.
—En teoría esta gente no dispone de armamento —le recordó Alex—, son simples constructores. Quién sabe, puede que utilizasen alguna de las herramientas de trabajo y se les fuese de las manos. No lo sé, en el fondo solo estoy especulando. Creo que lo mejor será que Jack o Will le echen un vistazo. Ellos saben mucho más que yo sobre explosiones.
—Ya... —Tracy paseó la mirada por la sala. Aunque había imaginado que encontrarían algo así, ver tanta destrucción en primera persona le resultaba impresionante—. Esta gente tiene demasiada facilidad para matarse los unos a los otros. No me gusta.
—A mí tampoco —admitió Alex—. Diga lo que diga Volker, no deberíamos fiarnos de ellos. ¿Quién dice que no han sido ellos los que han hecho esto?
—A Ehrlen no le va a gustar...
—No le va a gustar, no... pero tiene que saberlo. ¿Has traído la cámara, verdad? Deberías hacer fotos.
Mientras que Tracy se encargaba de tomar imágenes del salón, Alex se adentró en el pasadizo lateral para revisar el estado del resto de salas. Comprobó una estancia de tamaño reducido cuyas dimensiones correspondían a las de un baño, otra algo mayor preparada para la instalación de una cocina y dos más en cuyo interior no había nada salvo los restos de una maleta. Alex se agachó junto a esta, quitó la capa de suciedad y cenizas que cubría toda su superficie y, empleando la fuerza para ello, la abrió. Todo el lateral izquierdo estaba calcinado, pero por suerte el derecho estaba intacto, lo que había permitido que parte de las pertenencias se salvasen.
—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí?
Entre unas cuantas prendas ennegrecidas de ropa y unas botas localizó una libreta en bastante buen estado. Alex la extrajo con cuidado, pasó la mano por la tapa para quitarle el polvo y comprobó su contenido. En la primera mitad del cuaderno aparecían cálculos y muchas anotaciones técnicas sobre las construcciones de la ciudad. También había dibujos de la ciudad y tablas horarias con nombres y funciones, propio de un jefe de obra. La segunda mitad, sin embargo, había sido empleada como diario.
Alex leyó unos cuantos párrafos al azar, guiado por la curiosidad. En ellos el trabajador hablaba de los primeros días de estancia en Cáspia, sus impresiones y opiniones sobre el equipo y el destino. Al parecer, le gustaba. Con el paso de las hojas, sin embargo, su punto de vista iba variando hasta el punto que, alcanzadas las últimas, había cambiado radicalmente.
Decidió echar un vistazo a las últimas hojas. Alex sabía que aquel documento debía ser leído con calma, que podía aportar mucha luz sobre lo que estaba ocurriendo en la ciudad, pero ansiaba saber cuáles habían sido sus últimos pensamientos antes de dejar de escribir.
"Todas las noches veo esas luces parpadear en lo alto de la montaña. Nadie sabe a qué pertenecen, pues en ninguna de las expediciones hemos logrado encontrar nada más allá de sombras y silencio, árboles y nieve, pero tengo el presentimiento de que hoy vamos a tener suerte. Lara dice que las ignore: que el trabajo está casi hecho y que es hora de volver, pero no puedo evitarlo. Cada vez que cierro los ojos, allí están. Acechándome... persiguiéndome... susurrándome.
Me pregunto si hoy cambiará mi destino."
Un escalofrío recorrió la espalda de Alex al leer aquellas palabras. Según la fecha, Newman las había escrito poco antes de que finalizase el periodo de construcción.
Se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde esa última anotación hasta el día de su muerte. Según dejaban el texto, Newman seguía trabajando junto a Volker, así que no tenía sentido de que hubiese decidido instalarse en otro edificio, alejado del equipo. Aquel texto debía ser bastante anterior...
—¿Alex?
El piloto dio un respingo al escuchar su nombre. Volvió la vista atrás, hacia el umbral de la puerta desde donde su hermana le miraba, y cerró el cuaderno.
—¿Qué es eso? —preguntó Tracy con curiosidad—. ¿De dónde lo has sacado?
—De esa maleta. Le he echado un vistazo... pone cosas bastante inquietantes. ¿Sabes? Creo que deberíamos volver. Aquí no hay mucho más.
Tracy lanzó una mirada significativa al cuaderno, y asintió con la cabeza. Cuanto antes saliesen de aquel lúgubre lugar y regresasen a la base, mucho mejor.
Sentada en uno de los bancos de un parque cercano al edificio que Volker utilizaba como base, Sarah aguardaba pacientemente a que Shrader acabase su reunión y saliese. Su idea inicial había sido la de interceptarle antes de entrar, pero él había sido más rápido. Así pues, tras alzar la mano a modo de saludo a los trabajadores que había apostados en la entrada del edificio a modo de vigía, la agente se había encaminado al parque donde se había acomodado estratégicamente en el único banco desde el que se podía ver el interior de la clase donde estaban reunidos.
Y así llevaba rato viéndoles hablar y gesticular a ella muy tranquila y a él algo más alterado. Era una lástima que no pudiese escucharles. Teniendo en cuenta la urgencia de la visita, Sarah sentía auténtica curiosidad.
Le sorprendía ver a Ehrlen nervioso. Aunque no conocía demasiado al líder de aquella sección de los "Hijos de Isis", tenía la imagen de él de hombre tranquilo y con nervios de acero. Jack decía que era comprensivo y de trato fácil, que escuchaba a todo aquel que quisiera compartir con él sus inquietudes, pero Sarah tenía sus dudas al respecto. Después de su experiencia en el despacho, la agente admitía que Ehrlen era agradable y educado, pero no sabía hasta qué punto podía llegar a ser comprensivo. Con suerte, pronto lo descubriría.
—Venga, jefe, que empieza a hacer frío...
La espera se le estaba haciendo muy larga. Sin nada que hacer más allá que mirar cómo interactuaban, Sarah trató de adivinar sobre qué hablaban. La distancia le impedía leer los labios, pero sí ver la intensidad de sus miradas y la expresión de sus semblantes. Con cada minuto que pasaba, Ehrlen parecía más impaciente mientras que ella, risueña, disfrutaba de su ímpetu. De hecho, tal era su comodidad que, logrando sorprender incluso a Ehrlen con el gesto, alzó la mano hasta su rostro y le acarició el pómulo, cariñosa.
Desde la distancia, Sarah abrió ampliamente los ojos, asombrada ante tanta cercanía.
—¿Pero qué...?
El contacto logró serenar a Ehrlen. El hombre fijó la mirada en los ojos de Volker y selló los labios, dejando así que fuese ella quien tomase la palabra.
Y empezó a hablar...
Un escalofrío recorrió la espalda de Sarah cuando Volker rompió el silencio reinante en el parque. Hasta entonces no había sido consciente de ello, pero su voz la había estado acompañando en todo momento, susurrándole al oído. Ahora, sin embargo, el tono había subido notablemente hasta el punto que ella también podía escucharla. Podía sentir su voz acariciar su mente, inundándola de extraños e inquietantes pensamientos. Era persuasiva y seductora, perfecta para manipular cualquier tipo de mente no preparada.
Pero no la suya, la Academia se había encargado de ello.
Una idea empezó a tomar fuerza en la mente de Sarah. Aún era pronto para poder confirmarla, y más teniendo en cuenta lo que comportaba, pero con ella todo empezaría a cobrar sentido...
Avanzó unos cuantos metros para poder mejorar el ángulo de visión. Volker seguía susurrando palabras desconocidas para ella, pero suficientemente poderosas como para que Ehrlen la mirase embelesado, hechizado. Y se estaban acercando... y cuanto más cerca estaban, más perturbadora era el aura que les rodeaba. Sarah no podía verlo con sus propios ojos, pero sí percibirlo. Era como si, más allá de la realidad, un velo de oscuridad se estuviese apoderando de la sala, del edificio y de toda la ciudad. El cielo se oscurecía, la niebla se reproducía, y su voz, aquella perversa voz, iba tomando más y más fuerza...
Sarah se llevó la mano instintivamente al cuello y cerró los dedos alrededor del amuleto. Era probable que la presión y la situación de estrés que estaba viviendo estuviese provocando que su mente divagase e inventase, que utilizase la fantasía como válvula de salida, pero cuanto más lo pensaba, más real le parecía. Tan real que, a pesar de ser consciente de que con su acción perdería la oportunidad de volver a estar en activo, decidió intervenir.
—Esta no te la perdonan, Sarah... —se dijo a sí misma mientras se encaminaba hacia la puerta de entrada al edificio—. Te la estás jugando.
Los dos obreros de la entrada no la detuvieron. Lejos de intentar frenarla, le abrieron la puerta, invitándola así a entrar a través de una cortina de cuentas de cristal a un luminoso e intrigante lugar en el que, procedente del piso superior, se oían risas, aplausos y canciones.
Música de flautas.
Sarah abrió ampliamente los ojos al ver que decenas de focos de colores la enfocaban desde los distintos rincones del pasadizo. Rojos, amarillos, azules, rosas... había una gran mezcla de colores, pero tal era la intensidad de la luz que tuvo que apartar la mirada, deslumbrada. Sarah dirigió la mirada al suelo y, viéndose los pies hundidos hasta los tobillos en confeti, empezó a correr.
Sombras humanas y de lobos la acompañaron y persiguieron durante la carrera, llenando su mente de vocecillas agudas que chillaban y parloteaban sin cesar. Sarah no sabía de dónde procedían, pero creía sentir a sus dueños a su alrededor, siguiéndola, observándola... clavando las uñas sobre su piel y arañándola. Era como sí, estando sola, un mundo entero de colores y perversa diversión la persiguiese, tratando de atraerla al otro lado del velo. Por suerte, ella era más rápida. Sin soltar en ningún momento su amuleto, el cual lograba mantener su mente fuerte y libre, la agente recorrió el pasadizo a gran velocidad y no se detuvo hasta alcanzar el ala oriental donde varias puertas cerradas la aguardaban.
Se detuvo durante un instante para intentar orientarse. A su lado había, subidos en bicicletas, tres sombras de niños esperando a que reanudase la marcha para acompañarla. Sarah las miró por el rabillo del ojo, creyendo percibir en lo más profundo de su mente sus voces, que le animaban a seguir, y se encaminó hacia una de las puertas. Al abrirla, para su sorpresa, descubrió que se había equivocado. Rápidamente volvió a cerrarla. En su interior le había parecido ver a dos obreros ejercitándose cual contorsionistas, con los brazos y las piernas torcidas en ángulos imposibles.
Prefirió no pensar en ello. Sarah corrió hacia la siguiente puerta, sintiendo ya el corazón desbocado y el miedo apoderarse de ella, y la abrió.
Una bocanada de aire ártico le golpeó la cara. Sarah se detuvo en la entrada, desconcertada, y comprobó que acababa de abrir la puerta a un escenario helado. Ante ella había una gran ladera nevada llena de árboles cortados bajo un cielo plomizo. De fondo se oían disparos, explosiones, gritos... una guerra.
El aire olía a humo.
Y en mitad de todo aquel escenario, mirando embelesado a una joven soldado de cabello oscuro de no más de quince o dieciséis años, se encontraba Ehrlen. O al menos el muchacho que, con el tiempo, se convertiría en el Ehrlen Shrader que ella conocía.
—¿Jefe?
La ilusión se esfumó de inmediato cuando, repentina ante la interrupción, Volker rompió la conexión visual que la unía a Ehrlen para mirar a la recién llegada. Ladeó ligeramente el rostro, confusa ante su aparición, y dio un paso atrás. Él, sin embargo, no reaccionó.
Sarah se apresuró a irrumpir en la sala, coger del brazo a Shrader y tirar de él hacia atrás con brusquedad, apartándolo de ella. Inmediatamente después, hizo ademán de sacar su arma, dispuesta a encañonar a Volker. Por desgracia, se la habían quitado.
Lanzó una maldición.
—¡No te acerques! —le gritó, y alzó el dedo índice, amenazante—. ¡No sé cómo demonios lo haces, pero esto apesta a brujería!
—¿Brujería? —Volker parpadeó con incredulidad—. ¿Qué estás diciendo, Sarah Argento? ¿Te has vuelto loca?
—¡No te atrevas a negarlo! ¡Lo he visto con mis propios ojos! Ehrlen...
Al volver la vista atrás, Sarah descubrió que Shrader tenía la mirada perdida en el horizonte. Al parecer, él aún no había logrado despertar de la fantasía a la que Volker le había arrastrado. Trató de despertarlo gritando su nombre.
—¡Haz que despierte! —exigió a Volker al ver que no reaccionaba—. ¡Hazlo, o...!
—¿O qué? —Lara cruzó los brazos sobre el pecho y ensanchó la sonrisa, con malicia—. ¿Qué podrías hacerme? Tu papel en esta función está a punto de acabar, jovencita. No estás armada, y ni tan siquiera formas parte ya del equipo... en breves serás despedida, ¿verdad, Ehrlen? —Volvió la mirada hacia Shrader—. Es lo mejor que puedes hacer, querido, no te conviene tener agentes tan conflictivos en tus filas, ya lo sabes. Por el bien de todos...
Ehrlen reaccionó correspondiendo a su mirada. Parpadeó un par de veces, concentrado, y murmuró algo por lo bajo. Parecía que habían vuelto a conectar. Horrorizada, Sarah intentó interponerse entre ellos para romper la conexión.
—¡Ehrlen! —gritó, pero de nuevo no logró obtener respuesta alguna—. Ehrlen, cielos...
No sin antes dedicarle unas últimas palabras llenas de rabia a Volker a las que ella respondió con una carcajada, Sarah tiró de su compañero hasta el exterior del edificio, obligándolo a la fuerza a que se alejase de la mujer. Ehrlen se resistía, pero ella no le dio opción. Se aferró a su brazo y no lo soltó en ningún momento.
Por suerte, nadie intentó retenerles.
Sarah le guió hasta el mismo parque desde donde les había estado espiando. La motocicleta de Shrader estaba aparcada junto a la fachada, por lo que decidió no separarse demasiado. Una vez lograse que reaccionase, lo sacaría de allí de inmediato.
—¡Despierta, jefe! —le ordenó, y le sacudió con fuerza por los hombros—. ¡Despierta! ¡Te está manipulando! ¡Maldita sea, despierta de una vez!
Volvió a zarandearle, esta vez con más fuerza, pero ante la falta de resultados optó por probar otra técnica algo menos amable. Sarah alzó la mano con los dedos bien estendidos y le cruzó la cara de un fuerte bofetón. Ehrlen reaccionó separando ligeramente los labios, pero no articuló palabra. Sencillamente dejó que su cabeza girase por el impacto, indiferente, y siguió con la mirada perdida en el vacío.
Sarah volvió a abofetearle.
—¡Despierta! —gritó—. ¡Ehrlen, por tu alma! ¡Despierta!
Decidió sentarlo en el banco y mojarle la cara con el agua que llevaba en la mochila. Ehrlen volvió a separar los labios, como si intentase decir algo, pero no logró despertar. Parecía atrapado en la ilusión nevada en la que Sarah lo había encontrado.
Desesperada ante la poca efectividad de sus intentos, se dejó caer a su lado. Tomó su mano y la apretó con fuerza.
—Cielos, Ehrlen... ¿qué hay en ese lugar que no quieres despertar? ¿Es por esa chica? La conoces, está claro. ¿Es tu hermana? ¿Alguna amiga?
Aunque le hubiese gustado que le contestara, no lo hizo. Sarah le estrechó la mano, entristecida, y desvió la mirada hacia la motocicleta. Buscó en sus bolsillos la llave. No iba a ser fácil, pero le llevaría de regreso ella misma.
Se levantó y le cogió de ambas manos para incorporarlo. Ya en pie, volvió a apretarle las manos y observó con atención sus ojos. Aunque parecía tener la mirada perdida, lo cierto era que la tenía fija en algo. Algo que Sarah no podía ver pero que, sin duda, estaba allí, frente a él, seguramente correspondiendo a su mirada, tal y como hacía ella ahora.
La chica.
—Creo que Volker te está manipulando a través de ese sueño, jefe —explicó Sarah en un susurro—. Sueño o recuerdo, lo que sea. Te arrastra hasta él porque es tu debilidad. Sé que es absurdo, y me alegra que cuando despiertes probablemente no recuerdes lo que voy a decir, pero creo que es una bruja. Y sé que no crees en su existencia y que dirás que es una simple invención propia de alguien salido de una Academia, pero estoy casi convencida. Ahí dentro... —Sarah desvió la mirada momentáneamente hacia el edificio—. Ahí dentro he visto cosas extrañas, Ehrlen, y no todas han sido producto de mi imaginación, te lo juro... —Negó suavemente con la cabeza. Incluso a ella aquellas palabras le parecían absurdas.—. Oye, por cierto, tienes que contarme quién es esa chica y porqué la miras con esa cara de tonto. De adolescente todos hacemos el idiota, pero esto ya es excesivo. Es... es como si esperases algo, y yo creo que sé lo que es.
Sarah decidió probar por última vez. De todas, aquella era la alternativa más absurda, pero dadas las circunstancias, lo intentó. Teniendo en cuenta lo rocambolesca que empezaba a ser toda su estancia en Eleonora, no descartaba que la alternativa más absurda fuese la correcta. Cosas peores le habían enseñado.
—Espero que no me lo tengas en cuenta... no es por gusto, te lo aseguro.
Sarah apoyó las manos en sus mejillas y besó sus labios. Permaneció unos segundos unida a él, a la espera de algún tipo de reacción. Alguna mirada, algún guiño... algún gesto. Lamentablemente, no hubo nada. Ehrlen no respondió, ni tampoco lo haría mientras permaneciese tan cerca de Volker. Lo mejor era que lo sacase de allí cuanto antes.
—Je... —Sarah sonrió con amargura.—. Perdona, era absurdo pero tenía que intentarlo. Vamos, te voy a sacar de aquí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro