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Capítulo 10

Capítulo 10




A Canela no le gustaba verle tan alterado. Erland Van Der Heyden era un hombre tranquilo y sosegado la mayor parte del tiempo. Le gustaba reír, leer y echarse la siesta con los pies apoyados sobre el panel de instrumentos de la nave. También le gustaba jugar a las cartas y beber botellines de cerveza, rodearse de chicas y, en general, divertirse. Erland era un hombre encantador, y a ojos de Canela siempre lo sería... y precisamente por ello no gustaba verle así. Aunque no gritase, el animal percibía la tensión en su rostro y en su voz, y eso era algo que le inquietaba. De hecho, le inquietaba tanto que, sin ser apenas consciente de ello, Canela se había posicionado junto a Erland, a sus pies, con la espalda curvada y el pelo erizado, como si estuviese a punto de atacar.

—No me puedo creer que te pongas de su lado, Erika. ¡Esa gente saboteó nuestra nave!

—No me pongo de lado de nadie, capitán: aquí no hay bandos.

—Los hay en el momento en los que unos pueden disponer de cierta información y otros no. —Visiblemente molesto y decepcionado, Erland cruzó los brazos sobre el pecho, a la defensiva—. No deberías habérselo dicho: era cosa nuestra.

—No iba a hacerlo —se defendió ella—, pero me obligaron. Y sí, sé perfectamente que es cosa nuestra: que deberíamos ser nosotros los que fuésemos en busca de esos cerdos, pero ha sido el jefe quien ha tomado la decisión. No quiere que nos pongamos en peligro.

—¿Peligro? —Erland negó con la cabeza—. ¿Desde cuándo necesito una niñera? Yo ya estaba colonizando planetas cuando vosotros ni tan siquiera habíais nacido.

Aunque no sabía qué estaba diciendo, Canela decidió apoyar al capitán lanzando un potente maullido amenazante a Erika. La segunda al mando ya no le caía bien. Siempre le había gustado por lo fuerte y decidida que era, pero en el momento en el que hacía enfadar al capitán perdía todo su apoyo.

—Erland... —Desesperada, Erika alzó las manos con las palmas a la vista—. Erland, por favor: no te enfades conmigo. Todos sabemos que no necesitas a nadie que te proteja: que eres válido para todo lo que te propongas. Simplemente Ehrlen no quiere que te pase nada: eres vital para la misión.

—Vital para que os lleve de regreso a casa, querrás decir —le reprochó él, y dejó escapar un sonoro suspiro—. Ese geo-localizador nos pertenece, Erika. Sé que estás muy unida al resto del equipo, sobre todo a Jack y a Cailin, pero debes entender que por encima de ellos está la "Medianoche"... nosotros tres: tú, el chico y yo. —Erland negó suavemente con la cabeza—. Si ya no podemos confiar los unos en los otros, esto no tiene sentido.

—¡Pero Capitán...!

Erland alzó la mano teatralmente, dando por finalizada así la discusión. A continuación, con el rostro ensombrecido, desvió la mirada hacia Kare, que había permanecido en completo silencio todo el rato, e hizo un ademán de cabeza para que juntos abandonasen la sala. El joven aún no se había posicionado, ni tampoco lo haría. En el fondo, ni a Erland ni a Erika les importaba lo que él pensase al respecto. La disputa era entre ellos dos, y él ya se había posicionado de lado del capitán al no intervenir.

Erika se cruzó de brazos, furiosa por la situación, y les dio la espalda. Si bien era cierto que ella también habría preferido gestionar aquella crisis personalmente, no podía desobedecer órdenes. Ehrlen había tomado una decisión, y todos tenían que respetarla. Que Erland fuese de los más veteranos no implicaba que tuviese derecho a tomar decisiones unilateralmente, y mucho menos de aquel calibre.

Ya a solas en la sala con Canela aún mirándola fijamente desde el suelo, Erika dejó escapar un largo y profundo suspiro de puro agotamiento. Todo habría sido muchísimo más fácil si Cailin simplemente le hubiese dado las coordenadas. Tan fácil que ahora se arrepentía de haber accedido a explicárselo a Jack. Obviamente era lo correcto, pero era innegable que, en el fondo de su alma, Erika compartía los mismos deseos de Erland. Después de todo, si alguien se había atrevido a tocar su nave, ¿quién mejor que ellos para tomar medidas?

No iba a ser fácil arreglar la situación.

—¿Y tú por qué me miras así? —le preguntó a Canela, incapaz de reprimir su mal humor—. ¿Estás también enfadada? ¡No es culpa mía! ¿Qué otra cosa podía hacer? ¡Cailin no me dio opción!

Canela le mantuvo la mirada durante unos segundos, desafiante. Seguía sin comprender palabra de lo que le estaban diciendo, pero por el tono de voz de Erika era evidente que no iba a tardar en deshincharse. No lloraría, desde luego: ella no era de las que mostraba sus debilidades tan abiertamente, pero le esperaban unas cuantas horas de tristeza y reflexión.

Una tristeza y reflexión que bajo ningún concepto quería tener que aguantar Canela. El animal le lanzó un maullido que en su mente sonó como un rugido y abandonó la sala a la carrera. No muy lejos de allí, aún recorriendo el pasadizo, se encontraban Erland y Kare.

Corrió a su encuentro.

—Esto no va a quedar así, muchacho —decía Erland en aquel preciso momento—. Confía en mí: en unas horas estaremos ya de camino a patearles el culo a esos malnacidos.

—Capitán...

—Cailin me debe un par de favores. Además, somos amigos hace años: no me va a dejar en la estacada. Intentar dejarme fuera de todo esto... —Negó con la cabeza—, ¡ver para creer!

—Estoy convencido de que el jefe solo busca lo mejor para usted, capitán.

—¿Y qué demonios pasa con Erika? —prosiguió Erland, que ni tan siquiera escuchaba a Kare. Él simplemente hablaba y hablaba, convencido de que su ayudante le estaba escuchando y apoyando en todo momento—. ¿Cómo se le ocurre? Esa chica aún tiene mucho por aprender... eh, tú, pequeña, ¿qué haces por aquí?

Canela lanzó un maullido de satisfacción cuando al fin Erland la aupó. Se acomodó en sus brazos y, aprovechando que acercaba el rostro al suyo para darle un beso en la frente, le lamió la mejilla.

Aquel sencillo gesto logró arrancar una sonrisa al capitán.

—Tú sí que sabes lo que es la lealtad, ¿verdad, preciosa?

—¿Lealtad? ¿Ya le estás comiendo al cabeza a la gata, Erland?

Leo Park guiñó el ojo a Erland cuando se cruzó con él en el recibidor de la planta. Después de ascender el larguísimo tramo de escaleras que conectaba la base con la calle, el arqueólogo estaba haciendo una pausa para recuperar el aliento.

—Te creía en la ciudad —respondió el capitán deteniéndose junto a él para chocar las manos—. ¿Cómo ha ido?

—Regular. No sé qué está pasando en esta ciudad, pero hay alguien que se lo está pasando en grande. ¿Te puedes creer que le han prendido fuego a todas las obras del museo?

—Me lo creo.

Kare se detuvo en un segundo plano y alzó la mano a modo de saludo. Tanto Leo como Brianna le caían bastante bien, pero después de escuchar todas las historias que contaban sobre ellos prefería mantener las distancias.

—Oye, ¿y Erika? A este trío le falta una pata.

—No me hables de ella —respondió Erland—. No se lo merece: nos ha traicionado.

—Erika os ha traicionado... ya... —repitió Leo con escepticismo. El arqueólogo conocía lo suficiente a la segunda al mando de la "Medianoche" como para saber que, una vez más, Erland estaba dramatizando—. Ya no se puede confiar en nadie, ¿eh, capitán?

—No me vaciles, Park.

Erland abandonó el recibidor con el semblante sombrío, visiblemente molesto. No tardaría demasiado en perdonar a Erika, como de costumbre, pues por ella sentía un gran cariño y respeto, pero por el momento prefería no cruzársela. Tenía que pensar... y hablar con Cailin. Le gustase a Ehrlen o no, no iba a permitir que las cosas quedasen así.

—Está enfadado, eh —comentó Park a Kare, reteniéndolo así unos segundos.

—Un poco —admitió el joven—. El capitán tiene un pronto muy malo.

—Qué me vas a contar... —El arqueólogo le dedicó una amplia sonrisa de lo más encantadora—. Oye, ¿y dónde está Erika? ¿Sigue en la base?

—Está en la última sala, al fondo del pasadizo —respondió con timidez—. Hemos intentado apartarnos el máximo posible para que la gente no se enterase, pero me imagino que alguien nos habrá oído. Me sabe tan mal haberla dejado sola...

—Ya... bueno, no te preocupes: ya me encargo yo de ella. Tú intenta que el capitán se relaje, ¿eh? —Park le guiñó el ojo—. Venga, que no se te escape.

Recuperado el aliento tras la pausa y con los próximos pasos en mente, Leo se adentró en el pasadizo. Al final de este se encontraba la sala donde estaba Erika, iluminada y con la puerta medio abierta. Park avanzó con paso tranquilo y las manos en los bolsillos, acabando de definir el plan que poco a poco iba diseñando su mente, y se internó en una de las primeras oficinas. En su interior, de pie junto a la mesa donde Patrick se encontraba sentado frente a su ordenador, estaban Sarah y Jack.

Acudió a su encuentro. Los tres habían regresado juntos de la misión, pero el buen estado físico de los agentes y su ansia por informar a Ehrlen sobre lo ocurrido en la torre eléctrica les había dado fuerzas para adelantarse.

—Eh, Leo —saludó Sarah—. Patrick se está descargando los planos de las consolas. Le he enseñado las fotografías y dice que los daños, aunque graves, pueden ser reparados con relativa facilidad. Con un poco de suerte esta misma noche él y Cailin se encargarán de ello.

—Eso son buenas noticias —respondió él, y desvió la mirada hacia Jack—. ¿No ibas a informar al jefe?

—Shrader acaba de llegar de la ciudad: le estoy dejando unos minutos para que se acomode —explicó Jack—. ¿Por?

Leo sonrió con disimulo, satisfecho ante la respuesta. Aunque aquella parte del trato ya no le afectaba directamente, Park era un hombre de palabra y quería cumplir con lo que había acordado con Argento. ¿Y qué mejor oportunidad que aquella?

A veces se preguntaba si no le estaría echando alguien una mano desde el más allá.

—Me he cruzado con Erland y Kare ahora... parece que han discutido con Erika —le comentó con sencillez, quitándole importancia—. Por lo visto está algo disgustada. Ya sabes cómo es el capitán: le encanta el dramatismo. Iba a ir a verla ahora, pero si estás tú libre...

—¿Erika está disgustada? —repitió Jack con sorpresa, y negó suavemente con la cabeza—. No lo sabía. ¿Dónde está?

Deshacerse de Jack fue tan fácil que Leo se sintió algo culpable al verle salir con paso rápido de la sala. De haber sido otra la situación le habría dicho dónde se encontraba su querida piloto, pero dado que le interesaba que Sarah dispusiera de un poco más de tiempo decidió guardarse la información y dejarle deambular por el edificio durante un buen rato. Conociendo a Waas, pasaría el tiempo necesario con Erika tratando de animarla.

Con Jack ya fuera de su campo de acción, Leo cogió a Sarah con suavidad de la muñeca y la alejó unos metros para hablar con ella a solas. Conociéndole, Leo sabía perfectamente que Patrick les estaría escuchando, atento a toda la conversación, pero no le importaba. En el fondo, lo de buscar un poco de intimidad era por mantener las apariencias.

—¿Qué pasa? —preguntó Sarah con sorpresa. No le gustaba que la hubiese apartado de aquella forma—. Esto es importante, Leo: necesitamos energía cuanto antes.

—Tú querías que te ayudase con el jefe, ¿no? Que le hablase bien de ti.

Sarah se cruzó de brazos, repentinamente interesada en la conversación. Aunque no debería haberlo considerado lo más importante en aquel momento, pues el futuro de la misión y de su propia supervivencia dependía en gran parte de que arreglasen las consolas de la torre, le costaba no anteponer sus propios intereses. Sarah quería llegar lejos: quería convertirse en alguien importante dentro del equipo, alguien a quien valorasen y respetasen los suyos, y sabía que a través de Shrader podría conseguirlo.

—Veo que te interesa el tema... —Leo ensanchó la sonrisa—. ¿Qué tal si aprovechas que Jack está ocupado para informar al jefe de lo que has descubierto? En el fondo has sido tú la encargada de la operación...

—¿Yo? —Sarah negó suavemente con la cabeza, poco convencida—. Pero Jack es el enlace: no sé si le gustará que hable directamente con Shrader.

—Puede ser, pero... —Leo miró a izquierda y derecha y alzó las manos—. ¿Le ves por algún lado? Decíais que era algo serio, ¿no? ¡Pues no pierdas el tiempo! —Le guiñó el ojo—. Yo puedo ayudarte, pero no puedo hacerlo todo solo.

Sarah alzó la mano con el dedo índice estirado, dispuesta a responder, pero prefirió no seguir perdiendo el tiempo. Jack se había ido, pero no tardaría demasiado en volver. Así pues, debía darse prisa: oportunidades como aquella no se tenían cada día.

Salió de la sala con paso rápido.

—Buena suerte —le dijo, aunque ella ya no estaba.

Profundamente satisfecho de que al menos aquello le hubiese salido bien, Park volvió la mirada hacia la mesa donde se encontraba Patrick. El agente, como era de esperar, le estaba mirando a través del reflejo de la pantalla.

No se había perdido ningún detalle de la conversación.

—Dime al menos que no le has hecho nada a Erika con tal de quitarte a Jack de encima —pidió Patrick en voz baja, dubitativo.

Más allá del cristal de las gafas, los ojos oscuros de Patrick Baltier brillaban asustados, temerosos de lo que al arqueólogo se le hubiese ido el juego de las manos. Ni sería la primera vez que sucediese, ni probablemente sería la última. Por suerte, en aquella ocasión no había motivo alguno por el que temer, y así se lo hizo saber Park con una de sus amplias y enigmáticas sonrisas. Leo cogió la silla de la mesa de Cailin y, aprovechando su ausencia, la arrastró hasta colocarla junto a la de Patrick, frente al ordenador.

Tomó asiento a su lado.

—¿Por quién me tomas, Baltier? Jamás haría daño a alguien del equipo, y mucho menos por un motivo tan banal. Simplemente he aprovechado la ocasión para cumplir con mi palabra.

—Tú y tus tratos. En fin, esperemos que esta vez no haya heridos de por medio.

—Confiemos en ello, sí. —Leo se encogió de hombros—. Por cierto, aprovechando que andas ocioso, necesitaría que me ayudases en algo: tengo que conectar mi ordenador a la base de datos de "La Pirámide".

—Si lo que necesitas es información sobre algo puedes utilizar el mío: los satélites de Eleonora están inactivos. Dar conexión a tu ordenador no va a ser fácil. Ni al tuyo ni al de nadie, para ser más exactos. Cailin y yo tardamos casi cinco horas en lograr que los nuestros funcionasen.

—Cinco horas, eh... bueno, es bastante tiempo, pero lo necesito. En cualquier otra situación no me importaría utilizar tu ordenador, ya lo sabes, pero se trata de algo confidencial. —Se encogió de hombros—. Ya sabes: Ehrlen quiere que sea discreto, así que... ¿cuándo crees que podrás arreglármelo?




Ehrlen miraba al horizonte a través de uno de los ventanales cuando alguien llamó a la puerta del despacho. Con la llegada de la noche el cielo se había teñido de rojo, lo que confería a la ciudad un aura muy especial. Los edificios se teñían de sombras, y como si de un laberinto de piedra se tratase, la ciudad se sumía en una breve pero intensa cuenta atrás en la que sus barrios poco a poco iban siendo devorados hasta sumergirse en las tinieblas. Era, sin lugar a dudas, un bello espectáculo: perfecto para poder meditar sobre todo lo que había sucedido a lo largo de la mañana. Por desgracia, siempre había alguien dispuesto a interrumpirle.

—Adelante —dijo, y se puso en pie.

Para su sorpresa, no fue Jack quien abrió la puerta. Acostumbrado a recibir las continuas visitas del agente al mando del equipo de seguridad, Ehrlen no pudo evitar que el asombro se reflejase en su semblante al ver atravesar el umbral de la puerta a la nueva.

Aquello era inesperado.

—Jefe —saludó Sarah, deteniéndose a una distancia prudencial—. Espero no interrumpir: hace unos minutos que hemos regresado de la misión y consideraba importante informarte de lo que hemos descubierto.

—¿Dónde está Jack?

Sarah respondió con una sonrisa. De camino al despacho había estado pensando en la posibilidad de que le formulase aquella pregunta. Por suerte, tenía preparada la respuesta.

—Dado que me he encargado personalmente del desarrollo de la operación, hemos considerado oportuno que fuese yo quien informase, jefe.

—Cierto, Jack me comentó algo al respecto. Por favor, ponte cómoda... si es que puedes.

Dado que en la sala apenas había mobiliario, Sarah aguardó a que Ehrlen se sentase en la esquina de la mesa para poder tomar asiento en la única silla disponible.

—¿Y bien? Imagino que ya lo sabes, pero no podemos seguir eternamente sin energía. Nos guste o no, es un recurso vital no solo para poder completar la pre-colonización, sino también para nuestra propia supervivencia. Es por ello que decidí enviarnos a rastrear la zona. Antes de que traslade al equipo de apoyo, necesito que me confirmes que es un lugar seguro.

—Soy consciente de la importancia que tiene el objetivo —admitió Sarah—, y me gustaría poder confirmarlo, pero me temo que después de lo que hemos encontrado no puedo hacerlo. Verás...

La mirada de Ehrlen se ensombreció al escuchar el relato. Dos días en Cáspia le habían bastado para había imaginado que podrían encontrar algo así. Aquella ciudad era mucho más conflictiva de lo esperado, y les gustase o no iban a tener que lidiar con ello durante aquellos meses. No obstante, en el fondo había tenido esperanzas de que al menos pudiesen asentar las bases sin demasiados problemas. Lamentablemente la guerra de Bullock y Volker no parecía estar dispuesta a dar ninguna tregua.

Tras escuchar el relato, Ehrlen volvió a asomarse a la ventana, pensativo. Las sombras ya se habían apoderado de la ciudad por completo, sumiéndola en la oscuridad total.

—¿Y dices que Patrick ha estado revisando las fotografías?

—Así es, jefe. Las ha mirado y se ha descargado los planos de construcción de las consolas. Según parece, podrá arreglarlas, pero necesitará tiempo.

—Tiempo... tiempo es lo que menos nos sobra ahora mismo. Seis meses pasan muy rápido, te lo aseguro, y más cuando hay tanto por hacer como es el caso de Cáspia. Por desgracia no nos queda otra alternativa. La energía es vital para poder empezar a trabajar. Los enviaré esta misma noche.

—Puedo acompañarlos si lo crees oportuno —se ofreció Sarah—. Para mí sería...

—No —interrumpió Ehrlen volviéndose hacia ella—. Por hoy ya has cumplido con tu deber: te toca descansar. Es posible que pasen varios días fuera, así que es mejor que Will se encargue de la operación.

—¿Will? —Sarah se puso en pie—. No necesito descansar, jefe: puedo encargarme perfectamente de la escolta y la protección.

—Es posible —admitió Ehrlen—, pero en esta ocasión no vas a ser tú quien se encargue de ello. Como ya he dicho, queda en manos de Janssen. Él está más descansado que tú.

—Y tiene más experiencia, claro —murmuró Sarah por lo bajo.

Visiblemente incómodo ante el comentario, Ehrlen frunció el ceño. Sarah no se había atrevido a decirlo mirándole a los ojos, pero tampoco le había hecho falta para que lo considerase un desafío. Aquella chica quería correr demasiado: quería que la tratasen como a un agente más, y Ehrlen no estaba dispuesto a hacerlo. No hasta que demostrase su valía. Después de lo ocurrido con Vanessa, no estaba dispuesto a volver a cometer ese error.

—Efectivamente, tiene más experiencia que tú —le respondió con frialdad—. ¿Tienes alguna queja acaso?

—No, pero ya que yo he empezado esa misión, me gustaría poder acabarla —insistió Sarah—. Puedo hacerlo: estoy cualificada para ello.

—Nadie dice lo contrario, pero debes tener en cuenta que Jack iba contigo. Como entenderás no puedo enviar a dos agentes para cumplir cada misión: no tiene sentido.

—¡Pero podría ir yo sola! Ehrlen, si confiases en mí...

—¡Basta! ¿Desde cuándo se discuten mis decisiones? —volvió a interrumpir Ehrlen, alzando el tono de voz—. ¡No quiero escuchar ni una maldita palabra más!

—¡Pero...!

—¿¡Es que no me has oído!?

En cualquier otra situación aquella frase lapidaría habría bastado para finalizar la disputa antes incluso de comenzarla. Con Sarah, sin embargo, únicamente sirvió para que el nerviosismo y la impotencia se abriesen paso a través de sus reservas de autocontrol y saliesen propulsadas al exterior a través de su garganta.

—¿¡Te parece acaso que esté sorda!? —Sarah sacudió la cabeza con brusquedad, visiblemente alterada—. ¡Estás siendo injusto conmigo!

—¿¡Injusto!?

—¡Sí! ¡Estás siendo injusto, y lo sabes! ¿¡Si no confiáis en mí para qué me habéis contratado!? ¡Soy la mejor de mi Academia! ¡La mejor de toda la década! ¡Probablemente la mejor que ha pisado esa maldita institución jamás! ¿¡Es que acaso eso no importa!? ¡Nunca encontraréis a alguien como yo!

—No te equivoques, Argento: como tú hay miles. Sé que se cuentan muchas historias sobre tu Academia, pero te aseguro que no me impresionan. Tanto vosotros como nosotros morimos por igual.

—Te equivocas.

—En absoluto: puedes creerte muy especial, pero no lo eres, te lo aseguro. Eres una más, y a no ser que cambies de actitud, no tardarás en lograr que te maten.

—¿Matarme? —Sarah dibujó una sonrisa llena de amargura—. Se nota que no sabes de lo que estás hablando. No tienes la más mínima idea. Llegará el día en el que te arrepientas de no haberme dado esta oportunidad.

—¿Me estás amenazando?

Tal fue la mirada que Ehrlen le dedicó que Sarah no respondió. Apartó la vista, visiblemente dolida, y salió de la sala dejando la puerta abierta. Furioso ante su actitud, Ehrlen la siguió hasta el pasadizo, dispuesto a dejarle claro la posición de cada uno, pero al ver que se alejaba con tanta rapidez y que había otros tantos agentes por la zona prefirió dejarlo pasar. En el fondo, aunque le molestase, podía llegar a entender el enfado de Argento. Él también había sido nuevo en la compañía y, como ella, había ansiado poder participar activamente en todas las misiones. También había sufrido aquella frustración... pero incluso así no iba a cambiar de opinión. Sarah había realizado un buen trabajo, pero ni quería que se arriesgase ni muchísimo menos que su capricho hiciera peligrar la vida de dos agentes tan importantes como Cailin y Patrick. Así pues, tendría que esperar a que llegase su oportunidad, como todos.

Decidió regresar al despacho. Aunque había confiado en que el día acabaría bien, era evidente que se había equivocado. Cáspia era un imán de problemas y disputas, y cuantas más horas pasaba en ella, más consciente era de ello. Obviamente había cosas que eran inevitables: las tensiones y los malos entendidos eran algo común en los primeros días de una pre-colonización. Sin embargo, allí todo parecía jugar en su contra. El enfrentamiento entre Bullock y Volker, el estado de las instalaciones, la meteorología, su estado de ánimo... absolutamente todo parecía orquestado para complicarle la misión y su despedida.

Su despedida...

Ehrlen se dejó caer en la silla, cansado. Hacía tiempo que se planteaba abandonar la organización. Su trabajo siempre le había gustado. Primero como segundo al mando de la "Medianoche" junto a Erland y ahora como responsable de la unidad, Ehrlen se sentía profundamente realizado y muy cómodo con los suyos. Sabía que le querían y respetaban, y el sentimiento era mutuo. Por desgracia, aunque las operaciones siempre habían acabado siendo un auténtico éxito, había sufrido demasiado para finalizarlas. Tanto que Ehrlen había acabado tomando la decisión de dejarlo todo y volver a su hogar.

O al menos lo que quedaba de él.

Pocos eran los que conocían los auténticos orígenes de Ehrlen Shrader. Años atrás había decidido confiárselo a Erland, pues en él había encontrado la figura de un padre, y poco después a Cailin. Jonah y los Steiner no sabían nada, pues aunque los consideraba grandes amigos su nexo de unión era un tanto diferente, pero Leo Park, por ejemplo, sí que lo sabía. A él no había hecho falta explicárselo, pues lo había descubierto rápidamente por sí solo, pero no había sido hasta que habían entablado buena amistad que el arqueólogo no había decidido confesárselo. A partir de entonces, Leo se había convertido, además de en un amigo muy íntimo, en un cómplice.

Pero, aunque Erland, Cailin y Leo sabían bastante sobre él, solo había una persona que conocía en detalle todo lo que había vivido antes de abandonar su patria, y esa persona era Jack Waas. Cierta noche de verano Ehrlen había decidido confesarle todo cuanto cargaba a sus espaldas: le había hablado de su padre y su hermano, de la guerra que se había librado en sus tierras y de cómo habían logrado sobrevivir a la batalla que acabaría arrasando todo su hogar.

Y también le había hablado de ella.

A lo largo de aquellos años Ehrlen jamás había conocido a nadie que se pareciese a aquella jovencita por la que tanto había sentido. De vez en cuando se habían cruzado chicas que se le habían parecido físicamente, pero ninguna tenía su personalidad. El temperamento de aquella soldado le había hechizado de tal modo que casi veinte años después creía seguir enamorado de ella. Jack creía que, en realidad, de lo que estaba enamorado era del recuerdo: que había creado una imagen idealizada de ella. Ehrlen, en cambio, tenía sus dudas al respecto. Ciertamente el tiempo había suavizado su carácter y dulcificado sus disputas: había borrado los malos momentos y rememorado únicamente con los buenos. No obstante, a pesar de ello, Ehrlen creía tener una imagen bastante real de ella. Y precisamente por ello se sentía tan desconcertado con lo que había sucedido en la carpa. No entendía qué había sucedido con Volker, pero no quería que se repitiese bajo ningún concepto. El mero hecho de haber visto en ella su recuerdo le parecía un insulto a su memoria; era como si la hubiese traicionado, y eso era algo que no podía perdonarse. Ehrlen necesitaba calmarse: tenía que serenarse para poder cumplir con la misión, y para ello, les gustase o no, sus hombres iban a tener que obedecerle sin discutir sus decisiones.

Y eso incluía a Sarah Argento.

Pero con ella no iba a ser fácil. Hasta entonces Ehrlen no había sido consciente de ello, pero ahora que al fin la agente se había quitado la máscara y le había mirado con aquellos ojos llenos de ansia, hambrientos de emociones, lo había entendido. Aquella chica les traería problemas, tal y como los había traído él muchos años atrás cuando, siendo un adolescente, su mirada había brillado del mismo modo... y no se equivocaba. Mientras que él reflexionaba al respecto, ella acababa de descender el último tramo de escaleras y ya atravesaba las puertas de la base, ignorando los avisos de un Víctor Rubio de guardia, para adentrarse en las sombrías y neblinosas calles de Cáspia en solitario.




Tal era la frustración y la rabia que en aquel entonces sentía Sarah que le costaba pensar con claridad. A lo largo de su vida habían sido muchas las ocasiones en las que la habían puesto a prueba y siempre, absolutamente siempre, había respondido bien. Sarah había nacido para cumplir las expectativas, para brillar por si misma y abrazar el éxito. Así lo había hecho a lo largo de sus años en la Academia y así había creído que haría a lo largo de toda su vida laboral. Muy a su pesar, ni Jack ni Ehrlen le estaban poniendo las cosas fáciles. Ambos parecían convencidos de que aún no estaba preparada, que necesitaba más experiencia, y la sobre protegían en exceso... y eso la sacaba de quicio. Sarah no necesitaba que nadie cuidase de ella. Al contrario: había sido adiestrada para proteger a la gente, y eso era precisamente lo que quería hacer... y lo que haría le gustase o no a Ehrlen. Después de todo, no podía detenerla. Podía evitar que realizase algunas misiones, sí, pero no podía encerrarla en la base. O al menos eso quería pensar.

Sea como fuese, Sarah no quería volver por el momento. Sabía que había perdido los papeles y no deseaba tener que dar la cara. No tan pronto, y mucho menos cuando consideraba tener la razón. Así pues, al menos de momento, prefería estar en la calle. De hecho, dar un paseo le sentaría bien. El aire fresco le serenaría las ideas y, con un poco de suerte, para cuando volviese Ehrlen ya se habría acostado.

Tras alejarse de la base a través de una de las avenidas principales, Sarah se adentró en una calle algo más estrecha al final de la cual había un parque. Por el momento no conocía la ciudad lo suficiente como para saber dónde se encontraba, así que decidió consultar el mapa que había expuesto en un poste informativo a la entrada del parque. En unos meses centenares de personas la imitarían, deteniéndose unos segundos para orientarse en el mapa, pero por el momento estaba totalmente sola.

El viento ululó a su alrededor al acariciar las ramas de los árboles.

Sarah decidió adentrarse en el parque y acomodarse en uno de sus bancos de piedra para contemplar el cielo. Según el mapa, en aquella zona había varios bares y restaurantes donde poder entrar en calor una noche tan fría como aquella; cafeterías, discotecas, centros comerciales... Era, sin lugar a dudas, un buen barrio con un poco de todo. Lamentablemente, Sarah nunca conocería ninguno de aquellos negocios. Para cuando ellos se fuesen, los edificios seguirían tan vacíos como hasta entonces. Así pues, ni tan siquiera se planteó la posibilidad de visitarlos. No valía la pena. La agente se dejó caer en el asiento de piedra y se cerró hasta el último de los botones del abrigo. Con suerte, el frío tardaría bastante rato en calarle los huesos; el tiempo suficiente para que Sarah se hubiese relajado y hubiese decidido volver.

Se frotó los brazos.

—Que conoces historias sobre la Academia... —murmuró rememorando las palabras que Ehrlen le había dedicado—. Si tú supieras...

Sarah sabía a qué tipo de historias se refería. Antes de entrar en la Academia ella también las había escuchado y no les había dado demasiada credibilidad. Como solía decir su abuela, había ya poca gente que creyese. Las nuevas tecnologías y el desarrollo humano habían acabado por estigmatizar a los supersticiosos, y la sociedad había dado la espalda a las grandes verdades humanas. Verdades que siempre habían estado envueltas de misterio pero que, a pesar de ello, nunca habían dejado de ser ciertas. Por suerte, en la Academia le habían abierto los ojos. Sarah había entrado siendo una niña que no creía y había salido siendo una mujer que sabía la verdad. Y gracias a ello había logrado entender la realidad en la que vivía. Por desgracia, la gente como Ehrlen seguía con los ojos cerrados. A ellos les habían enseñado a no creer, a mirar hacia otro lado, y en gran parte era por ello que la despreciaba. En el fondo de su alma, Sarah estaba convencida de que Ehrlen la veía como una fanática más, como una crédula a la que era fácil engañar, y era por ello que no confiaba en ella. Y no podía culparle por ello: en su lugar, probablemente ella hubiese hecho lo mismo, pero le dolía tener que sufrir aquella impotencia. Si al menos le diesen una oportunidad...

Sumida en sus pensamientos, Sarah permaneció un rato en el banco, mirando al vacío. A su alrededor el viento seguía ululando con fuerza, amenizando el silencio de la noche... y arrastrando consigo sonidos. Sonidos distorsionados y extraños que, aunque al principio pasaron desapercibidos, Sarah finalmente logró captar. La agente se levantó, repentinamente alerta, y agudizó el oído. Podía oír lo que parecían ser golpes y gemidos... ¿y aullidos?

Su mirada escrutó la noche en busca de la fuente de origen. Ante ella el suelo de tierra se dividía en varios caminos alrededor de los cuales había grandes árboles cuyas ramas se agitaban movidas por el viento. Cada cierta distancia había instalado un poste lumínico, lo que en caso de estar encendido conferiría una luminiscencia de lo más agradable al lugar, pero que en aquel entonces no servía para nada. Por suerte, Sarah aún tenía su linterna en el bolsillo de la chaqueta. Desenfundó su pistola, encendió el dispositivo y, guiándose por los sonidos, se adentró en uno de los caminos.

Pocos segundos después, tras girar un recodo y cruzar frente a una fuente inactiva, alcanzó unas escaleras al final de las cuales aguardaba una pista de patinaje. Y en el centro de esta, emitiendo los sonidos que había podido percibir en la distancia y combatiendo ferozmente entre ellos, había varias figuras. Una de ellas era humana pero el resto pertenecían a lo que parecían ser reptiles de gran tamaño...

Reptiles de musculosas patas y afilados colmillos que acechaban y atacaban con sorprendente rapidez y bravura al que se había convertido en su presa.

Sarah saltó el tramo de escaleras con agilidad y corrió varios metros hasta alcanzar los límites de la pista de patinaje. Una vez en esta afirmó los pies sobre el suelo de goma y apuntó con el arma hacia las figuras. Inmediatamente después, aprovechando la penumbra existente para diferenciar las siluetas humanas de las no humanas, disparó.

El primer disparo atravesó limpiamente la cabeza de uno de los reptiles. El ser se sacudió violentamente y cayó al suelo, arrastrando con su peso a otro de los monstruos. La segunda bala se hundió en el pecho de otro de los seres mientras que las dos siguientes alcanzaron la espalda de un tercero, derribándolo. Un cuarto ser giró sobre sí mismo al escuchar los disparos, dispuesto a cargar contra Sarah, pero la agente no le dio tiempo. Volvió a presionar el gatillo y el monstruo se desplomó sobre sí mismo, con un disparo entre los ojos. Inmediatamente después desvió el cañón del arma hacia el reptil que había sido derribado, dispuesta a acabar con su vida. Solo quedaba él. Antes de poder presionar el gatillo, sin embargo, el hombre se le adelantó clavando en la nuca del ser un puñal. El monstruo emitió un potente chillido de dolor, sacudió las garras y, dando por finalizado el combate, se derrumbó a sus pies.

Sarah y el extraño permanecieron unos segundos inmóviles, con las armas preparadas por si alguno de los seres decidía volver a la vida. Por suerte, ninguno de ellos se movió. Sarah bajó entonces la pistola y dejó escapar un suspiro.

—Por poco... ¿Estás bien? —preguntó a voz en grito para hacerse oír—. Me llamo Sarah Argento y soy de "la Pirámide". Voy a acercarme, ¿de acuerdo? No voy a hacerte nada.

El hombre hizo ademán de abandonar la pista, pero finalmente decidió no se movió. Simplemente miró hacia atrás, pensativo, y asintió con la cabeza a modo de saludo.

Enfundó su cuchillo en la cadera.

—¿Qué haces aquí solo? —preguntó Sarah—. ¿Volker te ha mandado de patrulla? Por cierto, tienes bastante sangre en la cara... y en la ropa. Mi base no está demasiado lejos de aquí: tenemos un botiquín. Si quieres puedo echarte un vistazo.

La penumbra ocultaba la mayor parte de sus rasgos, pero gracias a la cercanía Sarah descubrió que se trataba de un hombre alto y delgado, con el cabello corto de color castaño claro y los ojos verdes. Calculaba que debía rondar los treinta años, aunque tal era el agotamiento que reflejaba su semblante y la cantidad de sangre que cubría sus pómulos y mentón que cabía la posibilidad de que fuese algo más joven.

—No, gracias, tengo material médico en la mochila. —El hombre señaló con el pulgar la mochila que cargaba a las espaldas. A diferencia del resto de agentes de Volker, él no lucía el uniforme verde de la constructora; en su lugar llevaba un traje oscuro desgastado y algo manchado de corte militar y unas botas de montar altas hasta las rodillas—. Además, no estaba solo: hay un compañero esperándome.

—Ah. —Sarah se encogió de hombros—. ¿Y él está bien?

El rostro del hombre, de rasgos duros ya de por sí, se ensombreció ante la pregunta. Volvió a mirar atrás.

—No —confesó—. Nos atacaron por sorpresa: intenté protegerle, pero le han herido de gravedad. Por suerte logré alejarlos hasta aquí, de lo contrario no sé qué habría sido de él.

—Ni de ti. —Sarah se adelantó un par de pasos más, hasta quedar cara a cara—. Te ha ido de poco. Este lugar es peligroso: no deberíais salir, y mucho menos de noche.

—Curioso: no te veo muy acompañada precisamente.

—Muy listo. —Sarah sonrió con acidez—. Estoy cualificada para moverme sola por la ciudad: aunque no te lo creas, soy un agente de seguridad.

El hombre la miró de arriba abajo, sin disimulo alguno. Ciertamente, Sarah tenía aspecto de muchas cosas, pero no de agente de seguridad.

—Cuesta creerlo desde luego... no tienes pinta de ello. De todos modos, te debo una. Habría podido con ellos solo, pero nunca viene mal una mano extra. Por cierto, mi nombre es Varg Mysen, encantado.

Sarah le estrechó la mano cuando él se la tendió. Varg tenía los dedos llenos de sangre de reptil, oscura y pegajosa, pero la agente fingió no darse cuenta de ello. Mientras no fuese corrosiva, cosa que ya habría notado con el simple contacto, no había problema.

Le correspondió al apretón con fuerza.

—Como bien dices, la noche es peligrosa en Cáspia —reflexionó Varg mientras miraba por encima del hombro hacia los árboles—. Es posible que necesite algo de ayuda con mi compañero... ¿cómo lo ves? Será solo un rato. Además, no está demasiado lejos.

Sarah volvió la mirada atrás, hacia donde estaba su base. Ehrlen había sido claro al respecto: a no ser que les ordenasen lo contrario, no debían salir de noche. Aquella ciudad guardaba muchos secretos, y no quería que sus hombres los descubriesen a oscuras y en solitario... por suerte, ni tan siquiera se daría cuenta de su ausencia. Después de la discusión, Ehrlen no iba a molestarse en comprobar si se había ido a la cama o si se había dado a la fuga. Así pues, no se lo planteó. Al menos allí, con aquella gente, podría ser útil.

—Claro —Sarah sonrió—, te ayudaré. ¿Puedes andar? Apóyate en mí si quieres.

—Ni lo sueñes, ¡por supuesto que puedo andar! —respondió él a la defensiva, y retrocedió unos pasos. Como pronto descubriría al forzarla un poco, tenía la rodilla derecha lesionada, no obstante, incluso dolorido, no pediría ayuda a Sarah. El orgullo no se lo permitiría—. Venga, no está muy lejos de aquí...

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