[EXTRA 1]: De quinceañeras, chambelanes, bailes y frustraciones
(En en el que la historia transcurre en México y se acerca el verano de los quince años de Genevive)
—¡Auch!
Genevive dejó escapar un gruñido de frustración.
—Perdona, Enzo, no quería pisarte.
Enzo, que había recibido ya más de diez pisotones esa tarde, solo sonrío a través del dolor. Si Agnese y Sabino Segreti hubieran sabido que se expondría a eso probablemente no lo habrían dejado ofrecerse como chambelán por miedo a que los golpes terminaran dejando estragos en su cuerpo de vidrio.
—Otra vez —pidió el instructor de baile, acostumbrado a repetir la misma coreografía miles de veces y lidiar con ese tipo de errores.
—¿Podemos descansar un poco? —sugirió Enzo al percibir el mal humor de su amiga.
Tras haberles concedido una pausa de cinco minutos, Enzo y Genevive salieron del salón de baile a tomar un poco de aire fresco.
—Chale, yo ni siquiera quería una fiesta... —refunfuñó ella por lo bajo.
—Pero a tus padres les hace ilusión —le recordó Enzo.
—Es solo porque soy la única niña. Y además soy la mayor. Yo quería un viaje pero mi papá se negó. Ya sabes cómo es.
—¿Ya escogiste tu vestido? —preguntó él tras una pausa en un intento por cambiar de tema. El suspiro cansado que Genevive dejó escapar demostró que la estrategia no había funcionado.
—No. También tengo que hacer eso.
—No te preocupes —la tranquilizó Enzo—. El rosa te queda bien.
—¡Pero el vestido es muy estorboso! —se quejó—. ¡Voy a parecer una bola de chicle gigante!
Enzo soltó una carcajada y, al escucharlo, Genevive frunció el ceño.
—¿Te estás burlando de mí? ¡Enzo, esto es serio! ¡No quiero parecer una bola de chicle!
—Pero si a ti te encanta el chicle —comentó él entre risas—. Parecerás una deliciosa bola de helado.
—El helado de chicle es azul —corrigió ella.
—En algunos lados lo hacen rosa.
—No con don Loreto.
Hubo un silencio en el que ninguno de los dos supo qué más añadir, pero Genevive no tardó mucho en volver a hablar.
—Si yo voy de bola de chicle, ¿tú irás de bola de vainilla?
—¿Qué? —se extrañó Enzo—. No.
—Ash. Qué chafa.
—Esta es tu fiesta. La que se supone que tiene que brillar eres tú.
—Yo no quiero una fiesta —repitió Genevive, desanimada de nuevo.
—Mira —habló Enzo tras pensar sus palabras por un momento—, tus padres ya pagaron todo así que ahora no hay nada que puedas hacer para evitarlo —Enzo paró al notar la agitación de su amiga. Se apresuró a añadir algo más—. Pero, puedes quejarte o tratar de disfrutarlo, ¿no?
—Prefiero quejarme —gruñó Genevive. Enzo rió un poco más.
—De seguro no es tan malo. Una fiesta con tu familia y amigos. Una fiesta con pastel. Una fiesta con regalos —los ojos de ambos brillaron ante la mención de aquello.
—Mmmm, regalos —comenzó a convencerse Genevive.
—Entre más personas invites más recibirás.
—Pero tampoco quiero tener que pasarme la noche saludando a miles de personas. Tampoco quiero tener que hacer todos esos bailes ridículos. Me gusta bailar, pero no las coreografías elaboradas. Me hago bolas con ellas y siempre me equivoco.
—Lo he notado —bromeó Enzo y Genevive le dio un puñetazo amistoso.
—Es demasiada presión —reflexionó Genevive y, aún sentada, adoptó una posición de bolita.
—Todo va a salir bien —Enzo pasó un brazo sobre sus hombros para consolarla—. Tus hermanos y yo estaremos ahí para apoyarte. Lo importante es que lo disfrutes lo más que se pueda.
—Lo disfrutaría más si hubiera sido un viaje —murmuró para sí.
Y, con esa queja final, ambos emprendieron de nuevo el camino hacia el salón de ensayos.
Las prácticas siguieron cada semana y lo único que motivaba a Genevive a continuar con ello era que, al terminar, ella y Enzo se dirigían al puesto de helados de don Loreto para poder refrescarse después de esforzarse tanto.
Los días de verano pasaron volando y dieron pie al cumpleaños número quince de Genevive. Su fiesta sería al día siguiente y por el momento solo celebraría con un pastel y una reunión familiar. Como ya era habitual cada año, Enzo y sus padres también asistieron a la casa de los Giuliani y las dos familias le cantaron feliz cumpleaños al unísono. Genevive, como todos los años, se retorcía las manos con impaciencia esperando a que llegara el momento en que pudiera soplar las velas.
El pastel tenía crema chantillí blanca en la parte superior y, al ver que la cera de las velas rosas la manchaba al derretirse, a Genevive le fue imposible contenerse y terminó acabando con su flama antes de que la canción terminara. Revelar lo que pidió aquel año sería arremeter contra su privacidad, pero no tomó mucho tiempo para que su deseo se hiciera realidad.
Después de las velas era turno de la mordida. Sabino Segreti tomó su posición estratégica usual y, aunque todos ya se lo esperaban, se sorprendieron por la fuerza que usó al enterrar la cara de Genevive en el pastel. Al emerger de vuelta con la cara llena de crema, pan y trozos de fresa, todos la miraron expectante. Ella simplemente se relamió los labios, sonrió y persiguió a Omar hasta atraparlo y plantarle un gran beso en la mejilla. En lugar de quejarse o evitar el contacto, su hermano saboreó la primera probada de pastel y soltó una carcajada de alegría, dándole así el visto bueno al sabor.
Sabino suspiró aliviado. Cinco años atrás, en el décimo cumpleaños de Genevive, Sabino le había hecho la misma jugarreta con un resultado mucho menos favorable. Esa vez nadie pudo comer del pastel porque quedó manchado con las lágrimas y los mocos de Genevive, los cuales estaban llenos de los restos de la tarta de tan profundo que había llegado su cabeza con el empuje de Sabino. El padre de Genevive le reclamó ferozmente y tras muchas disculpas y regalos de disculpa de parte de Agnese el asunto quedó zanjado. En aquella ocasión a Enzo le preocupó realmente que su amistad con Genevive llegara a su fin apenas poco después de que comenzara, especialmente porque ella también se desquitó con él al no hablarle durante todo un día. A pesar de haber experimentado una vez las consecuencias negativas de sus acciones, Sabino Segreti seguía gastando la misma broma todos los años.
Tras terminar el pastel y abrir unos cuantos regalos, el ambiente se calmó con la llegada de la noche. Los hermanos de Genevive y los padres de ambos se despidieron con la excusa de irse a dormir, no sin antes recordarles que no se quedaran despiertos tan tarde porque al día siguiente tendrían que levantarse temprano debido a todos los preparativos que aún estaban pendientes.
—Mañana a las siete y media, ¿eh? —dictó el padre de Genevive al tiempo que le daba las buenas noches con un beso en la frente. Ella solo asintió y lo abrazó con un brazo antes de dejarlo marchar a su habitación.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Enzo una vez que se quedaron solos.
Genevive dudó un poco y luego asintió.
—Aunque si es parecido a como ha sido hoy creo que no tengo nada de qué preocuparme —reflexionó.
—Yo estaré a tu lado en todo momento, ¿vale?
Enzo tomó una de sus manos entre las suyas y la apretó suavemente mientras sonreía para animarla. Genevive se quedó mirando embobada el reflejo de los ojos azules que brillaban con esperanza y le tranquilizó saber que al menos una de las personas atendiendo la fiesta estaría al pendiente de cómo se sentía.
Si la situación ya había llegado tan lejos, igual y valía la pena tratar de disfrutarla un poco.
Al día siguiente todos se reunieron de nuevo en la casa de los Giuliani, tal y como estaba planeado. Agnese ayudaría a vestir, maquillar y peinar a Genevive mientras que Sabino y Enzo ayudarían a su padre a acarrear decoraciones y demás arreglos al salón donde se celebraría el evento. Omar, Vico y Emilio habían sido encargados con su abuela para que los demás pudieran enfocarse en realizar todo a tiempo y sin interrupciones.
Genevive temía que quedarse tanto tiempo sentada la terminaría frustrando y, en efecto, así fue. El vestido era tan estorboso como lo esperaba, no le gustaba tener tantos polvos en la cara y su cabello parecía no querer acomodarse en nada más que no fueran unas trenzas. Le fastidiaba que su apariencia tuviera que cambiar tanto solo por un simple día. Además, tenía una pequeña molestia en la nariz y la sensación no la dejaba en paz. Todos esos factores combinados le crearon una expresión de mal humor que no pudo borrar de su rostro durante todo el tiempo que se tardó el proceso de acicalarse. Su madre, acostumbrada a su impaciencia y terquedad, hizo caso omiso a las muecas. Agnese también conocía su carácter pero su personalidad paciente la impulsaba a tratar de mejorar la situación de cualquier forma. Intentó entablar conversación, ofrecerle algo de comer o tomar y asegurarle que quedaría hermosa. Genevive solo contestaba con monosílabos o refunfuños.
El proceso le tomó la mañana entera. Una vez que terminaron se dirigieron al lugar seleccionado donde sería la sesión de fotos. Genevive se arrepintió de haber accedido a moverla para el mismo día de la fiesta cuando sus padres habían recomendado hacerla antes, pues en esos momentos no se encontraba con ánimos para posar y dejarse fotografiar. Todas sus sonrisas fueron rígidas y falsas hasta que llegó Enzo y su expresión entera se iluminó como por arte de magia. El fotógrafo no dejó pasar el cambio de expresión y aprovechó para sacar gran parte de las tomas que se expondrían en la recepción. Con eso daba por terminada la sesión individual.
—¡Te ves bastante bien! —exclamó Enzo mirándola de arriba a abajo una vez que ella se desocupó y tuvieron un pequeño momento para hablar por primera vez en el día—. Es cierto que el vestido es bastante voluminoso, pero ya sabía yo que el rosa te quedaba bien. No pareces una bola de chicle para nada. Es más como... —pensó un momento, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Como una flor de cerezo.
Genevive se sonrojó al recibir aquellas palabras tan inesperadas. Le agradeció con un simple asentimiento pero le costó unos cuantos minutos reponerse antes de poder volverlo a mirar a la cara. Ya que procesó las palabras no se guardó su contestación:
—Tú te ves como una ballena —soltó sin pensar mucho. Al ver la expresión confundida de Enzo y volver a pensar en lo que había dicho intentó explicarse mejor—. Es que el traje es azul y no es que te quede mal pero se ve un poco grande y...
Fue interrumpida por la risa de Enzo. Contagiarse fue inevitable y al poco rato ambos no podían contenerse.
Una vez que sus hermanos también llegaron al lugar fue hora de que se retratara con los que serían sus chambelanes esa noche. La mejor imagen que salió de aquella sesión de fotos fue una en la que Genevive estaba sentada de rodillas en el piso con su vestido rodeándola. Los tres chambelanes estaban atrás de ella: Vico a su derecha, Emilio en el centro y Enzo en el medio. Aquella imagen en particular era cautivadora debido a que las miradas de Enzo y Genevive se cruzaban y generaban sonrisas de genuina felicidad en sus labios.
Hubo también algunas tomas con su familia y con Agnese y Sabino, que serían sus padrinos. A pedido especial de Genevive, también tomaron fotos de ella y Enzo a solas.
Al terminar, lo siguiente en el itinerario era comer algo ligero y rápido para después dirigirse a la iglesia donde se celebraría una típica misa para dar gracias por sus quince años. Cuando el padre despidió a todos, Genevive tuvo que pasar por otra tediosa sesión de fotos con todos y cada uno de los invitados.
Lo único emocionante de todo aquello era que sus padres habían alquilado una limusina que los llevaría a ellos, a los Segreti y a algunas amigas de Genevive al sitio donde tendría lugar la fiesta. Aunque el trayecto era corto, Genevive no perdió oportunidad de asomarse por el espacio que había en el techo. El viento movía su cabello y su madre intentó alejarla por miedo a que se le arruinara el peinado en el que tantas horas habían trabajado, pero Enzo y Agnese la convencieron de que lo mejor era dejarla disfrutar su fiesta al máximo.
Gran parte de los invitados ya los esperaba dentro del salón. Genevive suspiró profundamente, preparándose para estar rodeada de nuevo por mucha gente. Enzo notó su vacilación y, agarrando su mano, ambos cruzaron la puerta. Los otros dos chambelanes, Vico y Emilio, los seguían detrás. Ambos no tardaron en intercambiar una mirada burlona en cuanto notaron el gesto de Enzo.
El salón del evento era una habitación rectangular bastante grande y sin ventanas. La noche permitía que las luces neón soltaran destellos más brillantes que se reflejaban en los cubiertos de plata y los floreros de los centros de mesa, los cuales sostenían una variada cantidad de flores de diferentes colores. Las señoras mayores definitivamente se pelearían por llevárselos al terminar la fiesta. Cada mesa alternaba manteles lilas o celestes y, en ese momento, todos los invitados se encontraban de pie para darle la bienvenida a la cumpleañera.
Genevive no se dejó intimidar por las miradas. Siguió la entrada al pie de la letra, tal y como la habían practicado en incontables ocasiones. Una vez que llegó al centro de la pista de baile, ella y los chicos se detuvieron y dieron una pequeña reverencia al tiempo que el maestro de ceremonias le pedía a la multitud un aplauso. Acto seguido, los chambelanes fueron remplazados por el padre de Genevive. Estaban a punto de bailar el vals padre e hija.
—Te ves muy linda —mencionó él en el momento justo en que la música inundaba las bocinas y llevaba una mano a su cintura—. Espero que disfrutes la fiesta. Tu madre y yo nos esforzamos mucho para hacerla realidad.
—Lo sé —reconoció Genevive, pero no se atrevió a quejarse porque en realidad quería un viaje—. Gracias.
El resto del vals continuó en silencio y lo único que se escuchaba además de la canción de ritmo lento eran las cámaras que hacían clic al capturar las imágenes del momento. Una vez terminó, la música empezó de nuevo desde el principio y el maestro de ceremonias comenzó a llamar uno por uno a todos los demás familiares de Genevive para que bailaran con ella. Al final, llamó el nombre de Enzo y él se acercó a la pista.
—Estoy cansada —le confesó Genevive nada más lo tuvo cerca.
—Ya pronto es la cena. Podrás sentarte y recuperar un poco de energía.
Genevive sorbió su nariz. Algo le seguía molestando ahí. El movimiento ocasionó que un poco del polvo del maquillaje se le metiera y le diera cosquillas. Se apoyó sobre el hombro de Enzo para que se disimulara un poco y no pudo contener la intensidad de su estornudo. Sintió alivio al darse cuenta de que eso había solucionado la sensación de incomodidad en su nariz. Sin embargo, al alejarse sus ojos se abrieron inmensamente por el horror. Colgando del traje de Enzo se encontraba nada más y nada menos que un pequeño trozo del pastel del día anterior cubierto en una capa de mocos. Debió haberse quedado atorado cuando Sabino la empujó y apenas en ese momento se dignaba a revelar su presencia.
Genevive no esperó a que la canción llegara a su fin y se apresuró a huir al baño, azorada por la vergüenza. Enzo, una vez que procesó la situación, la siguió sin dudar y se aventuró en el interior del baño de mujeres. En el cubículo más alejado lo esperaba su amiga, sentada en la tapa del inodoro y apretando los puños de frustración.
—¿Genevive? —tanteó Enzo—. ¿Estás bien?
—Hubiera preferido un viaje.
La puerta del baño que ocupaba estaba cerrada, así que Enzo apoyó su espalda contra ella y se sentó en el piso para poder hablar con Genevive de forma más cómoda.
—Yo sé.
Ambos guardaron silencio un momento.
—Perdón por estornudarte encima.
—Está bien. Fue divertido.
—Claro que no. Fue vergonzoso. De seguro todos lo vieron.
—Bah, no importa.
—Que sí.
—Que no.
Silencio de nuevo.
—Si quieres yo también puedo estornudarte para que estemos a mano.
Enzo sonrió al escuchar que su comentario provocaba una breve risa por parte de Genevive.
—¡Guácala! —exclamó ella aún entre risas—. No, gracias.
—Pues entonces volvamos. Ya deben estar sirviendo la cena.
Genevive agradeció que al regresar nadie hiciera ningún tipo de comentario ni la mirara de forma extraña. Tal vez no se habían dado cuenta de lo ocurrido y Enzo tenía razón. Aunque ella nunca admitiría eso.
Mientras todos comían lo que les era servido, en una pared vacía se proyectaba una secuencia de fotos que seguía cronológicamente la vida de Genevive desde el momento de su nacimiento hasta la actualidad para amenizar la velada y mantener a los invitados entretenidos. Ella, que ya se había tranquilizado del sobresalto anterior, casi se atragantó con un bocado al ver una de sus fotos de bebé donde aparecía desnuda en una bañera y con el cuerpo rosado. Afortunadamente la imagen cambió rápido y la siguieron unas con sus hermanos recién nacidos, jugando en la playa, en la escuela y con su familia. Cuando Enzo comenzó a aparecer en las fotos proyectadas pudo tranquilizarse de nuevo. Curiosamente, la primera foto que tenían juntos era una que Agnese había tomado justo el día en que habían peleado en su casa por no ponerse de acuerdo sobre cómo hacer el proyecto escolar que les habían asignado.
La hora de hacer el brindis llegó cuando el video con la colección de imágenes terminó. Agnese y Sabino, siguiendo su rol de padrinos, se levantaron para dar el discurso que habían preparado.
—Hoy estamos aquí para celebrar el cumpleaños de una persona muy especial —dio comienzo Agnese—. Genevive, gracias por permitirnos estar hoy contigo para festejar junto a ti.
—Queremos desearte toda la felicidad del mundo en esta nueva etapa de la vida que empiezas —siguió Sabino a paso lento, intentando recordar las palabras que Agnese le había asignado la noche anterior—. Y... eh... ¡ah, sí! Estamos seguros que te aguarda un futuro lleno de amor y buena fortuna.
—Sabes que te queremos como una hija —Agnese tomó el control de nuevo por miedo a que su esposo volviera a meter la pata—. Puedes contar con nosotros para lo que necesites. Y es un verdadero honor poder ser tus padrinos.
—Ahora tendrás que llamarme padrino Sabino —bromeó él entre risas. Había notado que Agnese se había salido del guión y supuso que él tenía libertad para hacer lo mismo—. Canija chamaca, has crecido demasiado. Aún recuerdo cuando tú y Enzo se la pasaban jugando entre las esculturas del taller de vidrio soplado... cómo pasa el tiempo.
—Ejem —fue interrumpido—. En fin. El caso es que esperamos que hoy te diviertas mucho y que tengas una vida llena de salud, amor y felicidad. Te queremos mucho y feliz cumpleaños.
Una ronda de aplausos fue seguida de un gran "¡Salud!" exclamado por todos al unísono y las copas de sidra se vaciaron en unos segundos.
Genevive no tuvo mucho tiempo para digerir la comida porque justo después de la cena tenía que seguir con las coreografías que tanto la habían desesperado. Cambió su atuendo por una versión más corta y cómoda del vestido que llevaba, dejó los tacones a un lado y los reemplazó por tenis. Una vez estuvo lista y tuvo a sus chambelanes consigo, salieron a la pista.
Pero las palabras de Agnese no paraban de dar vueltas en su mente.
Esperamos que hoy te diviertas mucho.
¿Era verdad?
Más valía hacerle caso. No quería desobedecer a su madrina.
—Este es el plan —les mencionó a Enzo y a sus hermanos antes de que todos tomaran sus posiciones usuales—. Solo bailaremos una canción. Y la haremos a mi manera, ¿vale? Olviden la coreografía.
Enzo sonrió ampliamente al darse cuenta de que su amiga finalmente estaba tomando el control de la fiesta con medidas para que la disfrutara.
Todos se habían posicionado al borde de la pista de baile para poder tomar videos de mejor calidad. Sabino Segreti era una de las personas que se encontraban en primera fila con la cámara lista y el botón de grabar preparado para ser presionado.
Cuando la música empezó, Genevive siguió el ritmo con un movimiento de su pie. Y, sin importarle lo que los demás pensaran de ella, comenzó a dar vueltas por el escenario, moviendo los brazos de arriba a abajo y de un lado a otro. Enzo la seguía e intentaba imitar sus movimientos. Sin la coreografía se sentía un poco perdido y su cuerpo le parecía burdo y tosco, así que trataba de copiar la libertad de las acciones de su amiga. Pronto ambos giraban anclados al brazo de otro y Vico y Emilio los animaban con aplausos. La energía de alegría pura que exudaban era tal que no tardó en contagiar al resto de los invitados.
—Canijos chamacos —murmuró Sabino por lo bajo mientras seguía grabando—. De seguro no era esto lo que tenían planeado.
Genevive se encontró a sí misma deseando que la canción no terminara nunca. Quería quedarse en ese estado por siempre. Por primera vez entendió la preocupación que el paso del tiempo y el cambio le causaba a Enzo. Si pudiera mantener esa felicidad consigo y no crecer nunca... Dejó el pensamiento de lado. No tenía caso. Al poco tiempo lo sustituyó por una sensación de esperanza por el futuro. Crecer al lado de Enzo sería divertido y estaba segura que les aguardaban más momentos de alegría como aquel.
Afortunadamente no tuvo que dejar de bailar porque el DJ notó la euforia de la muchedumbre e invitó a todos a pasar a la pista. Nadie se quedó atrás y los padres de Genevive se reprendieron a sí mismos por no haberle dedicado un poco más de espacio a esa zona para que pudieran caber más personas. Al cabo de un par de canciones, el ambiente se elevó todavía más cuando sacaron globos, sombreros, lentes de colores y demás accesorios excéntricos que a todos les gustaba llevarse como souvenirs al terminar las fiestas. Genevive colocó sobre Enzo una diadema con orejas de marciano y se carcajeó de lo chistoso que se veía. Él no se quedó atrás y le colocó un sombrero improvisado que había hecho con cuidado al doblar uno de los globos alargados.
Los invitados no se fueron hasta las dos de la mañana. Genevive todavía se sentía llena de energía así que ella y Enzo salieron a dar una vuelta con el aire fresco de la madrugada mientras los demás adultos se quedaban recogiendo el salón y organizando algunas cosas antes de marcharse.
—¿Entonces te la pasaste bien? —preguntó Enzo esperanzado.
—Sí —admitió ella dándole un pequeño empujón en el hombro—. Al final fue divertido.
—Me alegro mucho de escuchar eso. Yo también la pasé bien.
—Sí lo noté. ¡No sabía que tuvieras escondidos esos pasos de baile! —Genevive se burló un poco mientras reproducía algunos de los movimientos extraños que había observado a Enzo hacer en la pista. Él se sonrojó un poco y volteó la vista, pero la carcajada del diablillo pelirrojo, como en algún momento de su vida se había referido a la que en ese entonces aún no era su amiga, lo obligó a mirarla de nuevo. Le encantaba escucharla reír y era imposible que él mismo no se contagiara del mismo estado de ánimo. Ambos se dejaron llevar por las risotadas y se permitieron recuperar un poco de aire cuando el efecto pasó. Genevive suspiró—. Ojalá las fiestas duraran lo mismo que un viaje.
—Ojalá.
Repentinamente, Enzo se vio envuelto en un abrazo. Genevive lo estrechó fuertemente contra su pecho y, sin dejar de aferrarse a él, le susurró al oído:
—Gracias por estar a mi lado hoy.
La respuesta de él fue simple.
—Siempre.
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