- Capítulo 1 -
Llevaba su nombre escrito en la clavícula.
Tatuado en cursivas.
Como el recuerdo de un montón de promesas que nunca se pudieron cumplir.
Después de ella, me había llevado a un montón de mujeres a la cama, de las cuáles ni siquiera recordaba los nombres.
Eran una noche.
Unas copas.
Un éxtasis sin ataduras.
Un cuerpo al cual poder hacerle todo lo que yo quisiera hasta cansarme.
Hasta que los dos termináramos bañados en sudor, el uno sobre el otro, aferrándonos con nuestras uñas a las sábanas de algún motel, con las piernas tan enredadas que se confundían... y jadeando, gruñendo palabras obscenas, alaridos gututales, y en mi particular caso, en mis días más bajos... otro nombre.
—Aud... rey...
—Ahh... udrey...
—Audrey.
Entonces sus ojos grisáceos aparecían en mi cabeza, sintiéndose como una patada directa a los testículos.
Y una furia añeja se apoderaba por completo de mí, obligándome a quitarme de encima a mi acompañante en turno, con cualquier excusa mediocre (o sin ella), para irme cuanto antes de ahí.
—No soy de los que se quedan. No va conmigo. — Musité, poniéndome en pie, con la intención de darme un regaderazo con agua helada y regresar a mi rutina de siempre —No sé si ya te lo había dicho, pero si no, ahora lo sabes.
—Hey... Espera... —Me sujetó por la muñeca la chica a la que había estado embistiendo por horas. Levanté una ceja y ladeé la cabeza en señal de que la estaba escuchando. Tomando su pequeña mano y llevándome sus nudillos a los labios —¿No vas a darme tu número?
—Heh —resoplé, con una risa baja—Eres muy guapa, eso no te lo voy a negar, pero creo que te dije desde el principio, que no estoy buscando algo más que un revolcón, y si no te lo dije... Bueno, ahora lo sabes preciosa. Esas son mis letras chicas.
Ella soltó una carcajada divertida.
—Ya... Pero podemos repetir, ¿No? — insistió —Otro día. Sin que siga siendo nada serio... Tienes que admitir que te gustó hacerlo conmigo. Fue rico. Y fue mucho... No es tan fácil encontrar ese tipo de química en un completo desconocido. No para mí— sonrió —Así que quiero sacarle todo el provecho que pueda.
Deslicé mis ojos sobre su figura, como quien los desliza sobre un trozo de carne antes de decidir si se le antoja de nuevo, o si prefiere comerse otra cosa.
Era morena, pequeña; como me gustaban, de piernas largas y ojos enigmáticos y oscuros; seguramente tenía ascendencia árabe, o de alguna otra parte del Medio Oriente porque no todas las chicas tenían las pestañas así. Ni siquiera en Nueva York.
También tenía las caderas algo amplias, definiendo mucho más ese abdomen bien marcado por el baile y aquella cinturita de avispa.
Y debía admitir que aquella cabellera oscura repleta de caireles rebeldes, me gustaba.
Sí... Me había gustado bastante enredar mis manos ahí, cada vez que la había embestido con fuerza, para escucharla gemir.
Tenía bonita voz.
Aguda.
Y gritando mi nombre se había escuchado aún mejor.
Me lamí los labios sin quitarle los ojos de encima. Se había enrollado la sábana de manera sugerente a propósito, con el afán de provocarme.
—Puedo anotarlo para ti en una servilleta... —sugerí —Pero tienes que saber que no estoy con la misma chica más de tres veces ¿Está bien?
—Está perfecto... —ronroneó.
Le sonreí y me acerqué para tomarla del mentón, alzarle la cara y plantarle un beso.
Uno mucho más suave que los que nos habíamos dado antes, anoche. Pero no menos intenso.
Ella lo respondió al instante, prensándose de mi labio inferior, hasta que se me escapó un gruñido.
Su boca aún sabía a ron y a cigarrillos. Y seguramente la mía no tenía un sabor muy diferente.
—Eres un pésimo novio —me susurró al oído.
—No sabía que te gustaban las relaciones con caducidad de 72 horas —jugué, rozando mi nariz con la suya. Tenía algunas pecas qué se le esparcían hasta los pómulos y que la hacían ver mucho más guapa, más exótica —Porque no tengo ningún problema en ponerte un título si eso quieres, preciosa. Pero no sé si te vaya a dar tiempo de que me puedas presumir con tus amigas.
—Que gracioso... ahmm...
—Daniel —completé.
—No lo digo por mí, Daniel —susurró, alargando cada letra de mi nombre como si quisiera saborearlo—Lo digo por ella... —deslizó su dedo índice a lo largo de mi clavícula —Tiene un nombre muy lindo, ¿A que sí?
—Hmmm... —arquee una ceja —Ese nombre es lo único bonito que tiene.
—Ella es tú...
—Pasado. —completé de tajo.
—Claaaaro... —soltó con sarcasmo —Y por eso siendo todo un Influencer y habiendo toda la tecnología del mundo para borrarlo, eliges seguir teniéndolo ahí —rió —Tranquilo. Yo no juzgo, pero sí soy un poquito deslenguada. No me odies mucho por decírtelo... perooo, si piensas desquitarte por lo que estoy diciéndote, estaría perfecto que lo hicieras de una forma que nos guste a los dos, ¿No crees? —Me abrazó del cuello y usó su peso para hacerme regresar a la cama con ella. Revolviendo mi cabello con sus manos. Y pegando sus senos a mi espalda.
Le arranqué aquella sabana que apenas y la cubría, de un movimiento brusco. Y me giré de golpe para atraerla hacia mí, apretándole las nalgas.
—Audrey...—mordí su lóbulo, y luego comencé a alternar lamidas y mordidas suaves, hasta escuchar su respiración acelerarse —Es sólo una marca de guerra —susurré —Porque a mí me gusta recordar exactamente cómo lucen mis errores para no volverlos a cometer. Igual a una cicatriz.
Dicho eso le di un último apretón, me levanté y anoté mi número sobre la servilleta, con un bolígrafo del motel que estaba por ahí.
—¿De verdad te tienes que ir? ¿No puedo cobrarme alguno de los otros dos rounds que nos quedan, ahorita guapo? —hizo un puchero, y se deslizó las manos desde los senos hasta la cintura. Para mostrarme descaradamente de todo lo que me estaba perdiendo —Anoche estaba tan borracha que no pude verte dándome de nalgadas, pero ahorita que ya veo más que solo un montón de luces, quiero aprovechar los espejos de aquí, para ver exactamente cómo luces cuando estás detrás de mí.
Eso me hizo soltar la carcajada.
Era pequeña, pero le sobraban agallas.
Y la verdad siempre me habían matado las mujeres que iban directo al grano. Esas que no sabían cuándo callarse, y que cuando lo hacían era porqué decían muchas más cosas con su silencio.
De esas que cuando salían de fiesta eran más que capaces de ponerse a bailar sobre alguna de las mesas, agarrar cualquier botella de micrófono y dejar los pulmones ahí.
—Eres preciosa... —la observé y me sentí duro al instante —Como una Diosa de bronce —añadí —Una Diosa a la que me muero por volver a castigar.
—¿Pero?
—Pero... tengo que ir a trabajar.
—Odio que tengas que ir trabajar—jugó —Pero supongo que eso lo hace más emocionante. Porque si me enojo contigo ahorita, la próxima vez será sexo de reconciliación y eso significa: más nalgadas con esas manos enormes —se mordió los labios.
—Pónmela muy difícil para que te las de con más ganas.
—Puede que te arrepientas, porque resulta que soy muy buena haciéndome la difícil cuando quiero. Tú tuviste suerte porque eres guapo.
—De lo único de lo que me arrepiento es de no poder quedarme aquí contigo para volver a escucharte gritar mi nombre, mientras te sostengo la cara contra la pared—susurré.
—Tú te lo pierdes... y no sé, tal vez la próxima vez le haga como tú y grite otro nombre.
—Vamos a ver si eres capas de gritar el nombre de otro cuando te lo haga sobrio, muñeca.
Le guiñé el ojo y me metí a darme esa ducha que tanto necesitaba, no sólo por los eventos de anoche, también para enfriarme la cabeza.
Debía admitir que hacía mucho tiempo que no me atraía tanto una mujer.
No era más bonita que las otras, pero tenía ese algo.
Y también debía reconocer que nuestra química había sido buena, tan buena que si habíamos caído había sido por el cansancio y el exceso de alcohol, no por falta de ganas.
Además, era una mujer bastante flexible.
Bueno, todas las de nuestro oficio lo eran, pero eso sólo hacía que me gustara más.
Porque de solo imaginarnos probando toda clase de posiciones, me provocaba querer tirar ya mismo la puerta que nos separaba, y volver a devorarla ahí mismo.
Me enrollé la toalla, y me revisé la cara en el espejo.
Necesitaba afeitarme.
La sombra de la barba que comenzaba a salirme no iba con la imagen que debía dar en unas horas. Tendría que comprar un rastrillo en una Farmacia antes de llegar y afeitarme en algún baño público, posiblemente del metro, para llegar con tiempo.
No me gustaba lo que tenía que hacer para ganarme la vida, pero era bastante bueno y gracias a ello estaba aquí, en Nueva York. Bailando por las noches para pagarme la matrícula de NYU.
Además, desde que mis padres habían muerto en un tiroteo y por la misma bala perdida, a mí me había tocado hacerme cargo de mis hermanos.
Por aquel entonces comencé a trabajar en el aserradero. Que era el negocio que nos habían dejado, pero no fui lo suficientemente bueno, no como mi viejo, cuando estaba vivo.
Así que comencé a considerar aquellas propuestas indecorosas que siempre habían atiborrado mi bandeja de Instagram, y que ya no podía darme el lujo de ignorar si pretendía sacar el barco a flote.
Al principio eran algunos señores buscando carne joven que estuviera dispuesta a tomarse un par de tragos con ellos y a dejarse meter la mano en la entrepierna...
Después fue más allá...
Pero logré mantener a mis hermanos en la escuela, y con algo más que solo sopas instantáneas en el estómago, así que seguí haciéndolo.
Unos bailes.
Una noche.
Un fin de semana.
Y en una de esas tantas propuestas obtuve una invitación para irme a trabajar del otro lado del charco; a un club gringo. Iban a pagarme en dólares, así que no lo dudé.
Luego todo comenzó a enderezarse, cuando obtuve una beca para New York University en ingeniería, claro que, el trabajo era el doble. Pero no podía darme el lujo de flaquear y menos con una oportunidad así.
Dormía de a ratos, sí y muchas veces me encontré babeando sobre el hombro de alguna persona en el metro o estrellando mi cara contra la sopa... pero me acostumbré.
Y así pasaron dos años.
Dos años en los que no dejé que nada ni nadie me distrajera.
Esa era una de las razones que tenía para no involucrarme mucho con nadie, no a profundidad y nunca en una relación. Porque las relaciones implican tiempo, y por ahorita, todo mi tiempo libre lo quería solo para mí.
La otra razón era Audrey.
La única mujer que había odiado en la vida.
Mi primer novia.
Mi primer beso.
Mi primera ida de pinta.
La primera por la que ahorré para comprarme una loción porque quería gustarle más.
Y mi primera ida al cine sin intenciones de ver la película, porque ese era el único lugar en el que apagaban las luces y podía comerle la boca a gusto, sin que nadie nos regañara o mirara como ese par de adolescentes precoces que éramos.
La primera a la que le apreté las piernas y con la que descubrí cómo me gustaba que me tocaran.
Y la primera con la que no quise ir más allá, porque aunque me moría de ganas, quería hacer las cosas bien.
Así que le dejaba chupetones en los muslos para calmar mis ansias y ella se retorcía en mis brazos como un pez.
Y es que nunca antes un par de piernas se habían visto tan bien con una falda escolar...
Estaba enamorado, sí. Pero ella era preciosa.
La niña más bonita que había visto en la vida.
Así que mientras mis amigos, en plena etapa hormonal, se la jalaban pensando en alguna estrella porno, yo me la jalaba pensando en mi novia.
Con la falda corta del uniforme de la preparatoria y una cola alta amarrada con un listón. Una que me encantaba jalarle y deshacerle, cada vez que le besaba el cuello con tantas ganas que terminaba mordiéndola.
Audrey Montebello.
Habíamos crecido en uno de esos pueblos en los que se habían refugiado los soldados Italianos una de esas tantas veces en que los Europeos habían decidido que era una buena idea invadir al país (para después abandonar a sus tropas a su suerte), dando como resultado, que se crearan numerosas comunidades de Italianos que terminaron convertidas en pueblos y que cuyas costumbres eran más mexicanas que el Nopal, a pesar de que se resistían a perder el idioma.
Y así habíamos crecido ella y yo: entre pastas, pizzas, tacos y motonetas.
Y una sola vez habíamos estado a punto de hacerlo. Una que no había podido olvidar.
Nos habíamos escapado de clases solo para meternos al río que estaba a las afueras del pueblo, en ropa interior, y la suya se había vuelto transparente con el agua, y se le ciñó al tanto al cuerpo que pareció como si no hubiera traído nada encima.
Así que la atraje hacía mí y comencé a acariciarle los senos, esos senos redondos, rosados y bien formados que nunca habían sido tocados por nadie.
Y me excitó tanto que el primero fuera yo.
Teníamos 17.
Y nunca me había gustado tanto tocar algo en mi vida.
Fue como si hubieran estado hechos para encajar en mis manos. Para que los amasara hasta que se enrojecieran un poco.
Así que le metí mi mano debajo del sostén, y comencé a apretar ahí, en la parte más sensible de sus pechos, para prepararlos para cuando lo hiciera con mi boca, y mi sirena de ojos de jade, no tuvo de otra más que enroscarme las piernas alrededor de la cintura para tener de donde agarrarse.
Y a mí nunca en la vida me pareció tan guapa como cuando la hacía arquearse en mis brazos, poniéndome ese par de montículos de carne suaves y tersos, justo frente a la boca, para que los lamiera y chupara, como si fueran el dulce más rico del mundo.
—Vamos a esperar— le dije mordiendo y lamiendo la aureola uno de ellos —Quiero hacerte a un lado la ropa y enterrártelo aquí mismo, Dios nena, me muero por hacerlo... pero... pero también me muero por llevarte al altar de blanco.
—¿Y cómo sabes que voy a querer casarme contigo? —me preguntó con picardía.
Y yo me reí creyendo que era un juego... cuando en realidad esa había sido la sentencia. Y tal vez desde mucho antes. ella ya había decidido que yo no iba a ser más que una etapa en su vida.
Así que le arranqué el sostén y me los seguí comiendo hasta llenarlos de chupetones, y me froté contra su cuerpo hasta que los dos, supimos por primera vez lo que era un orgasmo.
Después decidí tatuarme su nombre en una feria del pueblo, y ella se tatuó el mío.
Nos marcamos la clavícula en uno de esos puestos en el que además de ganarnos el regaño del año, también pudimos haber adquirido un par de enfermedades venéreas.
Pero éramos muy jóvenes y queríamos comernos al mundo de un bocado, así que no nos importó.
—Ahora soy completamente tuyo y tu eres mía... solo mía—le dije mientras la besaba detrás de unos juegos y le metía la mano debajo de la falda para sentir su humedad a través de la ropa.
Ella gimió y abrió las piernas, y me siguió besando.
Después de un par de meses me dejó.
Y en una de tantas, en las que acabé tirado en un bar, luego de haber provocado una pelea que no había forma de que hubiera podido ganar y en la que además conseguí que me destrozaran la nariz, al otro lado del pueblo, mis padres habían salido preocupados a buscarme... solo para encontrar la muerte.
Me saqué una tarjeta con un nombre anotado del pantalón.
La chica para la que iba a bailar esta noche también se llamaba Audrey.
Audrey, como la mujer que iba a seguir odiando por el resto de mi vida.
Nota de Autor: ¡Primer capítulo! Espero que les haya gustado. Estoy experimentando con eso del salseo porque necesito pulirme en esa área.
Muchas gracias por leerme.
Marluieth 💕
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro