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La espera

(Por: Kyle)

No es que sea un tipo escrupuloso con la limpieza pero después de tantas horas en ese lugar sin moverme apenas para ir al baño que estaba al final del pasillo, no solo la vida empezaba a apestar.

Lo peor no era que mi nariz se estuviera poniendo quisquillosa, sino que mis ojos podían ver claramente a Emmeline a menos de medio metro.

Su estado me daba una idea de cómo debía encontrarme yo. Llevaba el cabello desordenado, profundas ojeras y los ojos rojos por todas las lágrimas que todavía se negaba a soltar.

De alguna forma, se las arreglaba para lucir hermosa y delicada incluso en situaciones como esta. Yo no podía aspirar a eso.

A unos metros de allí, hubo otro cambio en la respiración de James. Lo sabíamos porque cada vez que eso pasaba, Irina daba un respingo.

Era el único tipo de movimiento que se permitía porque desde que había fracasado intentando extraer el veneno, se había rehusado a apartarse de James.

Recordé el momento en que me di cuenta que no iba a funcionar.

Fue cuando James tosió y algunas gotas salpicaron su pecho. Era sangre roja y negra. Quien lo había transformado, ya le había echo beber su sangre y todo estaba perdido. Irina no se daba por vencida pero era evidente que la transformación había avanzado hasta el punto del no retorno y si ella seguía intentándolo, iba a matarlo.

Entre Emmeline y yo tuvimos que usar todas nuestras fuerzas para apartar su mandíbula de las heridas.

Unos instantes después, los mensajes que habíamos enviado empezaron a surtir efecto. Los primeros en llegar al bosque fueron los miembros de lo que Abunek había llamado "las familias reales".

Poco después, apareció la mitad del staff de profesores de Diringher, con Rushton a la cabeza. Sin embargo, ninguno de ellos pudo acercarse demasiado. Nos sacaron de allí en un santiamén mediante un portal y fuimos tirados al lugar en el que ahora nos encontrábamos.

Mi primera impresión fue que nos llevaban a la casa de James, debido a que el castillo era gigantesco y sabía que él vivía en una mansión.

Luego nos enteramos que pertenecía a las familias reales. Un lugar seguro y ultra secreto. Tan secreto que tuvimos que dejarlo para poder tranquilizar a nuestras familias cuando les avisaron sobre nuestra huida de Beckendorf y nos hicieron tomar un juramento mágico para que no dijéramos qué había pasado. Nos prohibieron usar la palabra secuestro oficialmente.

Los padres de Em querían llevársela y cuando fracasaron en convencerla, decidieron quedarse. Al final, ella misma tuvo que pedirles que se fueran. Afortunadamente, sus padres lo entendieron y le hicieron prometer que les avisaría si algo le pasaba.

Yo no tuve tanta suerte.

Mis padres me interrogaron hasta que se cansaron de que diera mil vueltas para responder una pregunta y empezaron a gritar. Fue solo gracias al padre de Irina que acordaron dejarme allí, bajo su entera responsabilidad. Más lágrimas que contener.

También fue el señor Britt quien se alzó en nuestra defensa cuando no quisieron dejar que nos acercáramos a James. Al final, pudimos volver a la habitación.

Sin embargo, absolutamente nadie había logrado acercarse a Nina. Ni siquiera la directora del departamento de Control de Misiones, Angélica Nebhir.

—Señorita Britt, ¿ha oído de la custodia preventiva? —Exclamó de forma severa cuando llegó al cuarto por primera vez.

—¿Qué? —Logramos exclamar nosotros.

—No puede arrestarnos ahora —insistió Em.

Pero no fue necesario. Irina se limitó a contestar:

—¿Ha oído del lárguese de aquí antes de que la mate?

Di un respingo. Sí había oído de ese: amenaza a un miembro de la cofradía. ¿Penalización máxima? Arresto y una condena de tres meses de servicio público.

Nuevamente, su padre fue quien la libró de ello. Se limitó a darle una mirada llena de significados desde la puerta de la habitación y asintió hacia nosotros como si nos encargara que cuidáramos de ella.

No estaba seguro de haber logrado eso. Irina llevaba todo el tiempo al borde de la cama. Se veía desastrosa, incluso para ser un vampiro y tener una belleza deslumbrante.

Sus ojos estaban llenos de un ansia febril cada vez que se posaban sobre el rostro de mi amigo, como si deseara convertirlo en humano solo con el poder de su mente.

La única persona a la que había dejado acercarse y que lucía tan devastada como ella, era su madre.

La señora Sandler tenía graves ojeras, estaba despeinada y su mirada de tristeza podría haber producido lágrimas para toda la eternidad.

En su dulce rostro, podías leer todas las miserias que pululaban sobre la faz de la tierra. Se me cerraba la garganta cada vez que las veía, como dos ángeles guardianes resguardando a James, que cada vez estaba más pálido y que se retorcía en dolorosas convulsiones cada cierto tiempo.

La madre de James e Irina habían trabajo para alejar a todo el mundo de él, de modo que éramos nosotros los encargados de coordinar que nos trajeran comida, mantas y de mantener limpio el único baño cerca.

Cuando dieron las dos de la tarde, el guardia al final del pasillo nos trajo la comida y la dejó en la mesita de noche.

Después de Beckendorf, aquellos manjares lucían apetitosos, pero todo lo que me llegaba a la boca, sabía como tierra. Emmeline también hizo una mueca.

Le dirigimos una mirada ansiosa a Irina pero ella no despegaba la vista de James. Em intentó susurrar su nombre, pero fue como si no hubiera dicho nada. Resignados, separamos pequeñas porciones en dos platos y nos acercamos a la cama. Las dos se pusieron en alerta al oírnos, pero se relajaron al notar que éramos nosotros. Les dejamos la comida sin decir otra palabra.

El día anterior había transcurrido de la misma forma.

Comimos y una hora después, el guardia volvió por la bandeja. Nada cambió hasta alrededor de las cuatro de la tarde. James soltó un gemido lastimero y empezó a convulsionar de nuevo. Irina se puso de pie para sostenerlo y por primera vez desde que llegamos habló con nosotros en voz alta:

—Fuera de aquí—dijo en tono autoritario—los dos.

¿Qué diablos?

—Pero... —empezó a quejarse Emmeline.

—Nunca han visto nacer un vampiro. Y son humanos los dos. Esto es peligroso, muy peligroso.

—Somos hechiceros —intervine yo— estamos preparados para...

—¡Fuera!

Instintivamente, Em y yo retrocedimos. Sin embargo, nos cruzamos de brazos para demostrarle que nos íbamos a quedar. Si nos quería fuera, tendría que sacarnos a rastras.

Parecía que eso era exactamente lo que pensaba hacer cuando nuestra discusión se vio detenida por la llegada de alguien.

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