XVIII
Advertencia: este capítulo contiene temas sensibles. Se recomienda discreción.
Sin saber cómo sucedió ambos estaban caminando por una pradera que parecía ser infinita. Ya no estaban en aquel frío y asfixiante baño impoluto. La brisa hacía danzar su cabello corto y a los tulipanes que adornaban su camino. Le resultó extraño no percibir aroma alguno estando rodeada de tantas flores, pero dejó de lado aquella cuestión cuando a sus oídos llegó una melodía.
Utsu apoyó sus patas delanteras en las piernas de la joven. Ella entendió el mensaje y lo tomó en brazos sin dejar de mirar hacia el horizonte, en busca del origen de aquel canto que la envolvía tan dulcemente. Sonaba tan lejana, tan hermosa, era como si un ángel con una voz dulce y armoniosa le susurrara a su alma provocando una paz inimaginable.
Siguió caminando sin saber a dónde se dirigía, pero sabiendo que en algún momento se toparía con aquella persona que entonaba tan bonito cántico.
—I promise you, I promise you... (Te lo prometo, te lo prometo...)—la voz se hacía mucho más nítida, por lo que apresuró el paso— Always together, be your light. (Siempre juntas, seré tu luz). Oh, ooh.
Al percatarse de que aquella era su canción, su favorita, corrió aún más y finalmente deslumbró lo que tanto había estado buscando. Justo debajo de un gran jacarandá, varias hojas lilas caían gracias al viento como una preciosa lluvia, mojando a los que estaban debajo. Varios animales pequeños se encontraban en ronda, durmiendo plácidamente junto a una chica, que acariciaba sus cuerpos con mucha delicadeza y amor.
Hebe pensó por un momento que se trataba de un hada, de aquellas que solían aparecer en los cuentos. De una piel tan blanca como la nieve, de mejillas rosadas, cabellos largos adornados en la cima por una corona de flores, y ropajes delicados de colores claros. Se preguntó por qué alguien así estaba allí o por qué Utsu la llevó hacia ese lugar, pero sus dudas, y cualquier otro pensamiento, fueron borrados en cuanto la joven levantó su rostro y posó sus ojos en ella.
—Deresi... —musitó dando un paso hacia adelante—¡Deresi!
Comenzó a correr hacia ella de forma torpe a través del enorme campo, hasta que logró tenerla de frente. La observó un largo rato, preguntándose si realmente era ella. Pero no había dudas, lo era.
Estaba desesperada por abrazarla, por decirle cuánto la había extrañado, quería pedirle perdón un millón de veces y decirle cuánto la quería, también reclamarle por haberle mentido, regañarla por dejar su ropa tirada o por dejarla tan pronto; pero al notar la expresión horrorizada que le devolvía se vio obligada a detenerse.
—¿Qué pasa?, ¿no estás feliz de verme?
—No... Aún es muy pronto. No deberías estar aquí. —sus labios temblaban, estaba realmente sorprendida, asustada—¿Por qué? Acaso tú...
—Pero...—dijo notablemente decepcionada mientras bajaba la mirada—. Vine a buscarte, como lo prometí.
—¡Pero esto debía pasar mucho más adelante! ¿Por qué tú...? —Sus ojos poco a poco se llenaron de lágrimas.
Deresi no entendía qué estaba sucediendo, o más bien no quería aceptarlo. ¿Acaso Hebe había mal entendido su promesa e hizo algo imprudente?
Apretó sus puños, conteniendo las ganas de tomarla de los brazos, zarandearla, de golpearla o gritarle cuando sus sospechas tomaban fuerza. El enojo y frustración se acumularon transformando su amable rostro en una mueca que demostraba cada uno de sus sentimientos. Observó la mirada de su mejor amiga, que estaba temerosa ante tal demostración de furia, después de todo, ella nunca había demostrado tal faceta. Intentó calmar sus sentimientos, debería haber algo que pudiera hacer para ayudarla, pero fue entonces cuando sus ojos se toparon con él en los brazos de Hebe.
Utsu le devolvió una sonrisa a Deresi que la obligó a retroceder en consecuencia del espanto. Nunca antes había visto algo tan aterrador. Toda su ira se desvaneció para ser reemplazada por el miedo, por desesperación. Ese gato blanco, tan tierno y esponjoso, estaba sonriendo mientras arañaba los brazos de Hebe.
—¡Suéltala!
Demandó exasperada, intentando alejarlo de ella sin éxito, puesto que su mejor amiga se alejaba en cuanto intentaba tocarlo.
—¡Hebe, suéltalo! —le suplicó mientras intentaba reunir el coraje para poder mandar a volar a esa cosa.
Deresi veía la sangre que salía a borbotones de su herida, aumentando su desespero. Algo le decía que debía alejar esa cosa lo más rápido posible si quería salvarla.
—¡Si realmente me quieres debes apartarte de eso!
—¡No lo haré! —vociferó, esquivándola— No quiero volver a una vida en la que no podré volver a verte. Me niego a vivir así.
—Hebe, por favor...
—Lo siento, pero aunque no vuelva a verte, tengo al menos el consuelo de haberte visto una última vez de la forma en la que te recuerdo —dijo mientras sonreía y un par de lágrimas bajaban por sus mejillas—. Por favor, no me odies.
Totalmente desesperada, Deresi se abalanzó hacia ella, intentando con todas sus fuerzas llegar a abrazarla, sabía que algo andaba muy mal en todo aquello, sentía que no volvería a verla si no hacía algo. Pero por más que deseó con todo su corazón el llegar a ella, no lo logró. Antes de que sus dedos llegaran a tocarla ella desapareció.
Cayó al suelo, maldiciendo a aquella criatura, a aquel ente que se la había llevado. Se levantó temblorosa, preguntándose qué sucedería con ella, cómo podría ayudarla. Volteó hacia el árbol, buscando respuestas, pero lo único que recibió fue la desesperanza.
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Unas pisadas resonaron en la casa, dejando un rastro de agua en el suelo. La lluvia había llegado a la ciudad luego de un gran show de rugidos y luces por parte del cielo. A Miriam le disgustó mucho esto, puesto que su taxi se atrasó bastante debido al diluvio. Pero al fin había llegado a su hogar.
Le sorprendió que todo estuviera tan apagado, pero no se preocupó demasiado por ello, escuchaba las gotas caer desde el baño principal. Supuso que su hija aprovechó para tomar un baño luego de llegar de su viaje y todavía no había tenido tiempo de prender las luces.
—¡Hebe, cariño, ya llegué! —anunció tomando sus bolsos para poder dirigirse a su habitación a guardarlos. Una vez hecha la tarea se situó frente al baño—Mi pequeña mapache, ¿ya cenaste?.
Silencio.
—¿Querés que cenemos juntas?
Silencio.
—¿Hebe? —ya había comenzado a preocuparse— ¡Hebe!
No había respuestas. Algo inquieta miró en todas direcciones, indecisa sobre qué hacer. No sabía si abrir la puerta o no. Quizás estaba exagerando y ella solo estaba distraída.
En su desespero vio algo extraño, había agua saliendo por debajo de la puerta, y eso encendió todas las alarmas.
Temerosa por lo que podría estar sucediendo abrió la puerta sin esperar más tiempo, congelándose en el umbral ante la imagen que sus ojos estaban presenciando.
—¡No!, no, no, no —chilló horrorizada, acercándose a la bañera, intentando sacarla del agua teñida de un tono carmesí.
No había tiempo para llorar, en cuanto logró sacarla puso su cuerpo en el suelo. Al instante buscó el botiquín y tomó todas las gasas que halló. Envolvió sus heridas lo mejor que pudo y rápidamente llamó a una ambulancia.
Mientras esperaba aprovechó para tomar la mano de su hija, derramaba lágrimas y se lamentaba por no haber llegado antes. Pensaba si quizás sería mejor llamar a un taxi para llegar más rápido o si fue su culpa por haberla dejado sola sabiendo que la necesitaba a su lado.
—¿Por qué Dios?, ¿por qué de nuevo?, ¿por qué deseas tanto llevártela? —se preguntó mientras acariciaba el cabello de su hija— Debió dolerle mucho el corazón, ¿verdad?
Miriam hablaba, esperando a que Hebe respondiera, pero esa respuesta no llegaba.
—¿Verdad?
Un trueno resonó al instante, resonando en las oscuras paredes de la casa, iluminando las ventanas con su relámpago. Dejando a Miriam con un sabor amargo en la boca.
La ambulancia no tardó en llegar, interrumpiendo el momento. Los enfermeros sintieron un escalofrío al ver las blancas cerámicas del piso y paredes teñidas por el rojo y al ver la imagen de una madre aferrándose al cuerpo de su hija. No esperaron más tiempo y partieron hacia el hospital, era de suma importancia que actuaran rápido, así que enterraron sus sentimientos y partieron. Durante el camino la mujer jamás soltó la mano de Hebe.
La joven fue atendida rápidamente en cuanto su camilla entró en la sala de emergencias. Mientras ella era vista por los profesionales se le pidió a Miriam que fuese a casa a buscar lo que necesitaría, sus documentos importantes, y aquello que le causó las heridas.
Cuando la mujer llegó a la casa se apresuró a guardar todo en un bolso. Estaba por irse cuando recordó que debería revisar el baño. Luego de barrer con la mirada toda la habitación en busca del objeto se encontró la carta de Deresi.
Recordó a su hija de corazón y no pudo evitar entristecerse. Apretó la carta contra su pecho con cuidado de no arruinarla, preguntándose qué dirían las palabras plasmadas en aquel papel. Por más que deseaba hacerlo, no podría leerla. No cuando no le pertenecía. La guardó en su bolso, prosiguiendo con su búsqueda.
Al regresar entregó a la muchacha de la recepción todo lo que se le había pedido. Ella le comentó que debía esperar en la sala a que alguien la llamase para informarle sobre el estado de su pequeña.
Pasaron varios minutos de eterna tortura para la mujer hasta que alguien se acercó a ella. Parecía ser alguien novato, sus piernas temblaban ligeramente mientras caminaba en su dirección.
—¿Usted es la madre de Hebe, Noiserped? —preguntó tímidamente.
—Sí —respondió ansiosa—, ¿hay alguna novedad?
El enfermero se mordió los labios, algo inseguro de darle las noticias. Le explicó con dificultad cómo el proceso se volvió complicado debido a la condición en la que llegó la chica. Había perdido demasiada sangre.
—Créame que la doctora dio todo de sí misma para lograr salvar a su hija.
Miriam apretó con fuerza el bolso donde estaba la carta. Esperando ansiosa el momento para entregársela a su pequeña con la esperanza de que el contenido le diera fuerzas para seguir. El lazo permanecía aún cerrando la carta, al igual que el sello de cera, el cual estaba intacto. Era obvio que ella no sabía qué fue lo que Deresi había dejado allí escrito.
Pensaba en qué decirle a su hija en cuanto se vieran. ¿Quizás le recordaría cuánto la había extrañado?, ¿le prometería que nunca más se separarían?, ¿que buscarían aguantar el dolor juntas?, ¿le entregaría la carta y la leerían juntas?
Sostenía el rollo entre sus manos, esperando no aplastarlo cuando la voz del personal médico la asaltó.
—Señora, ¿me está escuchando? —cuestionó el chico al notarla algo distraída.
—Lo siento, ¿podría repetir lo que dijo, por favor?
Miriam dejó sus pensamientos de lado y siguió atendiendo a lo que se le comentaba.
Lamentablemente, tuvo que guardar todas aquellas palabras y promesas en algún lugar de su alma. Entre todas las palabras que salieron de la boca del personal médico solo logró entender una cosa, su hija, su bonito y preciado tesoro, había abandonado este mundo.
El corazón de Hebe se había detenido. A pesar de los múltiples esfuerzos que se hicieron para traerla de vuelta, ella no regresó, puesto que no pudo resistir todo el sufrimiento y dolor que habría en una vida sin la única persona que le había traído felicidad a su vida.
Las lágrimas de Miriam cayeron como una lluvia silenciosa, mojando la carta que sostenía en sus manos y desdibujando las palabras de despedida que Deresi le había dejado.
Nota de la autora:
¡Hola! Gracias por haber llegado hasta aquí, por tomarte tu tiempo de leer cada capítulo, por comentar y por darle la oportunidad a la historia de estas dos mejores amigas.
Para aquellos a los que les disgustó el final, lo entiendo.
Me gustaría que comentaran qué piensan sobre ello, qué creen que sucedió realmente, si la historia les dejó alguna pregununta y cuál fue. Puesto que esta historia puede interpretarse de diversas formas y todas son válidas.
Quería decir algo más antes de irme y eso es agradecer a todas esas personas que me ayudaron a mejorar a lo largo de este camino. Especialmente a mi hermana, quien leyó los primeros borradores dándome su opinión y se aguanta todo cuando se trata de mi hablando sobre mis obras.
Muchas gracias, por todo. 💛
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